2. SIGUIENDO LA PISTA
Sophia fue la primera en echar un vistazo dentro del árbol. Estaba
oscuro, muy oscuro, pero ella estaba segura de que aquél individuo
pequeño había entrado por allí. La puerta tenía
que llevar a algún sitio interesante, así que ella entró
en el árbol e inmediatamente se dio cuenta de que allí
sucedía algo raro. Parecía haber mucho espacio, demasiado
espacio para tratarse del tronco de un árbol, por muy grande que fuera.
La verdad, Sophia no estaba segura de si aquello era magia o qué, pero
no tenía dudas de que una buena aventura les esperaba allí
dentro en algún sitio, así que animó a sus hermanos
a entrar.
— "Vamos, entrad. No hay nada que temer."
— "Pero está muy oscuro", dijo Benjamín con un poco de miedo.
— "Sí, pero me parece que puedo ver una especie de túnel y una
luz al final. Venga, Nicolás, entra."
— "No sé, no sé. ¿Y mamá y papá?"
— "No te preocupes. Entramos para ver a dónde lleva esto y volvemos
a salir enseguida."
Nicolás entró y Benjamín le siguió, aunque con un
poco de miedo. No se veía nada. Estaba oscuro, oscuro, oscuro.
— "Vamos, por aquí. Seguidme", dijo Sophia.
— "Dame la mano", dijo Nicolás. "No veo nada".
Así, cogidos de la mano, uno tras otro, comenzaron a andar por el
negro túnel sin saber muy bien a dónde les llevaba.
— "¡Ay! ¡Me has pisado!", gritó Sophia.
— "¡Shhh! ¡Calla!", respondió Nicolás. "Ni
siquiera sabemos si alguien nos está escuchando".
— "Tengo miedo", dijo Benjamín. Su hermano le apretó la
mano aún más fuerte y le acarició la mejilla suavemente
para que se sintiera mejor.
Sophia estaba convencida de que había visto una luz en algún
lugar, pero por ahora no se veía mucho y solamente oían unas
gotas de agua caer en el suelo de lo que parecía una tenebrosa cueva.
Nicolás se imaginaba los murciélagos colgando por acá y
por allá, siguiéndoles mientras caminaban en la oscuridad. De
pronto, se oyó un enorme ruido que les hizo pararse y agacharse
inmediatamente. El eco se expandía por todo el túnel:
¡flap, flap, flap!
— "¡Ahhh! ¡Vampiros!", gritó Benjamín.
— "No os preocupéis, solamente son murciélagos. No hacen nada.
Lo único que tenemos que hacer es quedarnos quietos y dejarlos pasar",
dijo Nicolás.
Pero Sophia no escuchó y echó a correr siguiendo el sonido del
batir de alas. De pronto, los tres estaban al final del túnel,
rodeados de nieve, y justo al lado de un pequeño camino que
seguía por entre los árboles. El cielo estaba claro y repleto
de estrellas, y hacía un viento frío que casi cortaba.
— "¿Y ahora qué?", preguntó Nicolás.
— "Ahora seguimos ese camino", contestó Sophia. "¿Ves las
huellas? Deben ser del hombre pequeño que vimos abrir la puerta
secreta. Tiene que vivir por aquí en algún sitio."
Los tres comenzaron a caminar por entre los árboles. Al menos el
bosque les protegía del gélido viento. Pero ahora no
tenían miedo. No se oían ruidos extraños ni
parecía que hubiera peligro alguno. Por lo que quiera que sea,
Nicolás, Sophia y Benjamín se sentían bien seguros.
El camino seguía durante un buen trecho, empinándose poco a
poco, pero al final clareó y los niños se encontraron frente
a una colina con una gran casa de piedra encima.
— "¡Por fin, una casa!", gritó Sophi. ¡Y tiene luces y
humo saliendo de la chimenea! ¡Estamos salvados!", y se echó a
correr hacia la puerta.
— "¡Espera!", advirtió Nicolás. "No sabemos quién
vive dentro! ¿Cómo sabes que ahí no vive un hombre
malo? Será mejor si antes miramos por las ventanas a ver qué
hay dentro."
Los tres se acercaron a una de las ventanas, pero estaba toda cubierta de
nieve y no se podía ver nada. Adentro se oía un poco de
música, pero el volumen no estaba muy alto. También se
oían risas y gente hablando, pero en general no parecía que
fuera un sitio muy peligroso.
— "¿Qué se ve?", preguntó Benjamín algo
impaciente.
— "No sé, la ventana está cubierta de nieve", contestó
Nicolás.
— "Pues entonces límpiala", dijo Benjamín acercándose
a la ventana y quitando un poco de nieve con la mano.
— "¡No, que nos van a ver!", gritó Nicolás. Pero era
demasiado tarde. Benjamín ya había apartado casi toda la
nieve y estaba mirando a través del cristal.
Los otros dos se acercaron, y casi no se podían creer lo que estaban
viendo.
— "¡Wow! ¡Mira todos esos hombres pequeñitos!", dijo
Benjamín.
— "¡Si todos son de nuestro tamaño! ¡Qué raro!",
dijo Sophie.
— "¡Claro, son los elfos! ¡Estamos en el Polo Norte y ésta
es la casa de Papá Noel!", descubrió Nicolás con
alegría.
En esos momentos, un ruido se oyó a sus espaldas y alguien dijo con
una voz socarrona:
— "¡Vaya, vaya! ¿Pero qué tenemos aquí?
¡Si son tres pequeños espías!"