La Historia de la Filosofía que se enseña en nuestras
escuelas (y la que suele leerse en los libros también) no es sino
la historia de los filósofos de sistema, la de aquellos
pensadores que se empeñaron en construir un gigantesco edificio de
silogismos interconectados para explicar la realidad completa.
Son los filósofos de la totalidad (¿o serán
más bien los filósofos del totalitarismo?), genios
del calibre de Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino,
Agustín de Hipona, Descartes, Hegel, Marx... Son los filósofos
que "han llegado a ser algo", sobre quienes se asienta nuestra cultura
occidental... ¿o quizás no? Junto a esa ambiciosa corriente
sistematizadora, siempre ha habido una multitud de riachuelos que fluían
cada cual por su cuenta, entrecruzándose no sólo con el cauce
principal sino también con una miríada de influencias. Se
trata de los filósofos minoritarios, aforísticos, deslabazados,
fragmentarios, los pensadores malditos que no entregaron su vida a
la construcción de un maravilloso edificio teórico sino que
por el contrario se esforzaron en buscar la aplicación práctica
de sus ideas, forjando siempre un pensamiento híbrido, mestizo,
contradictorio. Epicuro pertenece a éste último grupo, lo
cual le enfrenta a los grandes filósofos que le precedieron.
Como afirma Lledó, "la filosofía de Epicuro aparece radicalmente
enfrentada a una buena parte del pensamiento anterior" (p.18), lo cual sea
quizá precisamente su esencia.
¿Pero en qué puede consistir un pensamiento deslabazado como
el aquí descrito? ¿Qué utilidad puede tener para
explicar nada? He ahí, precisamente, la aportación de Epicuro,
quien se atrevió a subir al paraíso de los filósofos,
se adueñó de la lechuza de Minerva y la devolvió
al lugar de donde había partido y que nunca debió haber
abandonado: el lodazal de la vida diaria, la cotidianeidad de la vida entre
herreros, agricultores y negociantes. Y, con ello, Epicuro bañó
al saber filosófico de una dosis de realidad y lo hizo nuevamente
relevante.
La filosofía tiene que consistir en un ejercicio múltiple de
humanización y libertad. Humanización quiere decir conciencia
de los límites reales de la vida, reconocimiento del carácter
"corporal" de la existencia y reflexión inmediata y audaz sobre la
estructura misma del hecho humano. Libertad quiere decir desarraigo
de todos aquellos nudos ideológicos, mitos, ritos religiosos,
prejuicios culturales, interpretaciones tradicionales, aposentadas sin
crítica en el lenguaje y transmitidas inercialmente en la
Paideía y en los usos sociales. (...) Éste es el punto
en el que incide la filosofía de Epicuro en el contexto general del
pensamiento antiguo.
(p. 22)
Se trata, así pues, de un mundo muy distinto al que conocieran
Platón o Aristóteles. Aquéllos pensaron en el contexto
de una sociedad homogénea, estable, con una cultura, un pasado, una
lengua y una historia comunes, pero, sobre todo, una sociedad pequeña.
Los padres de la filosofía pensaron en el contexto de la
polis. Sin embargo, todo había cambiado en la época
del helenismo. Las expansiones militares de Alejandro habían
construido un vasto imperio que se asentaba sobre una multiplicidad de
pueblos, culturas, lenguas, historias, tradiciones y religiones. La
sistematicidad, el ambicioso proyecto de elaborar un impresionante edificio
teórico capaz de explicarlo todo, no era sino una quimera. Frente
a ese sueño imposible, Epicuro filosofa desde la inmediatez del
sol mediterráneo, dedicándose a elucidar no sobre el mundo
de las ideas o el conocimiento empírico, sino sobre algo mucho
más prosaico y, al mismo tiempo, también mucho más
ambicioso: cómo vivir en el aquí y en el ahora de una forma
que me permita alcanzar la felicidad. Y la respuesta, intuía
Epicuro, no podía encontrarse en la pura teoría, sino...
En los entresijos de la piel, en el callado territorio de la propia
estructura corporal, yacía el fundamento ineludible, la armonía
inequívoca, la serenidad más limpia para poder descubrir la
hermandad con la naturaleza y con el mundo. Cada latido del cuerpo, cada
mirada perdida entre las cosas, cada sonrisa, cada voz que hablase ese
lenguaje de la vida, ese ininterrumpido río de solidaridad en cuyas
orillas nos ha dejado crecer la naturaleza, para poder sumirnos en ella a
nuestro placer, y también para, desde el firme territorio de la
sabiduría, poder contemplarla, entenderla y, sobre todo, sentirla,
era el reconocimiento de una nueva actitud teórica.
(p. 33)
Qué duda cabe que esta actitud cosmopolita, pragmática,
tolerante y abierta se ajusta mucho mejor a nuestras propias necesidades
de hoy en día que todos los edificios teóricos de un
Platón o un Aristóteles, por mucho que también debamos
a esos otros filósofos. Hoy, como en la época del helenismo,
nos enfrentamos a un mundo polifacético, variopinto, dinámico,
desestructurado y global. Se trata de un mundo que debe huir de las
simplificaciones religiosas y monoteístas si quiere evitar los
conflictos inacabables.
Los dioses son invención nuestra; fruto de nuestras necesidades, de
nuestras frustraciones, de nuestros deseos. Los hemos inventado nosotros y,
por eso, de alguna forma los queremos poner a nuestro servicio. Suplicarles
es pedir que completen las posibilidades de nuestros afanes, frustradas por
las dificultades de la vida, o por ese territorio de la realidad, donde
apenas llega otra cosa de nosotros mismos que el deseo. Suplicar es, pues,
transcender las limitaciones de lo real y embarcarse en la aventura
teórica de suponer un oído, hecho a la medida de nuestra voz
y que la escucha.
(p. 71)
Por el contrario, lejos de la metafísica abstracta, el
epicureísmo sostiene que todo conocimiento ha de partir del aquí
y el ahora, de nuestras condiciones concretas de vida, lo que implica
impregnarse de humanidad y aborrecer de los altisonantes principios
universales que tan a menudo usamos como excusas para oprimir al
prójimo.
La oposición clásica entre voluntarismo e intelectualismo queda,
en Epicuro, suprimida antes de plantearse. Porque ambas perspectivas implican
un Bien más allá de la frontera de lo humano... Es en la vida
y en su sustento "existencial", el cuerpo, donde se encuentra el inmediato
Bien...
(pp. 112-113)
Es a partir de esa inmediatez que el epicúreo construye sus propuestas
éticas basadas no ya en la homogeneidad de la polis sino en el
concepto de la amistad. Es decir, el hombre continúa siendo,
como afirmara Aristóteles un animal político, pero en
lugar de estar supeditado a la colectividad como sucedía en el caso
de la ciudad-Estado griega, ahora se trata de un átomo autónomo
que decide relacionarse libremente con otros átomos en pie de
igualdad. De ahí, una vez más, la actualidad del pensamiento
de Epicuro, pues precisamente aquí hunde sus raíces la
interpretación occidental del individuo. Cierto, la tradición
judeocristiana vendría después a ahondar por este camino, pero
su origen ya se encuentra no en Platón o Aristóteles, sino en
los pensadores del helenismo. Asimismo, no pueden ser otras las bases de un
pensamiento abierto y tolerante que aspire a profundizar las áreas de
libertad y felicidad en esta sociedad global del siglo XXI. Se trata de
postular una actitud, más que de proponer una rígida lista de
mandamientos.
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