Liberals and Atheists Smarter? Intelligent People Have Values Novel in Human Evolutionary History, Study Finds

More intelligent people appear to be more prone to espouse values that are novel to the human species in evolutionary history.

The study, published in the March 2010 issue of the peer-reviewed scientific journal Social Psychology Quarterly, advances a new theory to explain why people form particular preferences and values. The theory suggests that more intelligent people are more likely than less intelligent people to adopt evolutionarily novel preferences and values, but intelligence does not correlate with preferences and values that are old enough to have been shaped by evolution over millions of years."

"Evolutionarily novel" preferences and values are those that humans are not biologically designed to have and our ancestors probably did not possess. In contrast, those that our ancestors had for millions of years are "evolutionarily familiar."

"General intelligence, the ability to think and reason, endowed our ancestors with advantages in solving evolutionarily novel problems for which they did not have innate solutions," says Satoshi Kanazawa, an evolutionary psychologist at the London School of Economics and Political Science. "As a result, more intelligent people are more likely to recognize and understand such novel entities and situations than less intelligent people, and some of these entities and situations are preferences, values, and lifestyles."

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In the current study, Kanazawa argues that humans are evolutionarily designed to be conservative, caring mostly about their family and friends, and being liberal, caring about an indefinite number of genetically unrelated strangers they never meet or interact with, is evolutionarily novel. So more intelligent children may be more likely to grow up to be liberals.

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Similarly, religion is a byproduct of humans' tendency to perceive agency and intention as causes of events, to see "the hands of God" at work behind otherwise natural phenomena. "Humans are evolutionarily designed to be paranoid, and they believe in God because they are paranoid," says Kanazawa. This innate bias toward paranoia served humans well when self-preservation and protection of their families and clans depended on extreme vigilance to all potential dangers. "So, more intelligent children are more likely to grow up to go against their natural evolutionary tendency to believe in God, and they become atheists."

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In addition, humans have always been mildly polygynous in evolutionary history. Men in polygynous marriages were not expected to be sexually exclusive to one mate, whereas men in monogamous marriages were. In sharp contrast, whether they are in a monogamous or polygynous marriage, women were always expected to be sexually exclusive to one mate. So being sexually exclusive is evolutionarily novel for men, but not for women. And the theory predicts that more intelligent men are more likely to value sexual exclusivity than less intelligent men, but general intelligence makes no difference for women's value on sexual exclusivity. Kanazawa's analysis of Add Health data supports these sex-specific predictions as well.

Sucesiones

Sucesiones, por Félix Ovejero Lucas, publicado por El País, 5 marzo 2010.

Partiendo del discurso demagógico que parece estar extendiéndose entre nosotros en lo que respecta al impuesto de sucesiones, el autor hace una somera reflexión sobre conceptos tan fundamentales en cualquier teoría política como responsabilidad, justicia o igualdad.

"Dos linajes solos hay en el mundo... que son el tener y el no tener"

Quizá sea cosa de acordarse de la sabiduría de Sancho en estos días que pintan bastos para la progresividad fiscal, en especial para el impuesto de sucesiones. Su verdugo más inmediato es el aumento de las competencias autonómicas, sus consecuencias, paradójicas. Pues si, por una parte, se multiplica el número de leyes, por otra, en los asuntos más importantes, dejan impotentes a las administraciones para hacerlas efectivas. No hay gobierno regional que se atreva a mejorar los derechos laborales o ambientales ante en temor de que las empresas salgan huyendo a otra autonomía mejor dispuesta. Y que nadie lo dude, siempre habrá alguna dispuesta a dar el primer paso, porque sabe que si no lo dará su vecina. Todos aumentan unas competencias que no puede ejercer nadie. Tampoco el Estado común, que ya no las tiene. Para evitar estas cosas se inventaron los Estados modernos.

Pero el impuesto de sucesiones también es víctima de críticas ideológicas de una pobretería anonadante que circulan sin que nadie les tantee los fundamentos. De modo que, aunque sólo sea como ofrenda y responso, quizá no sobre recordar los avales del difunto.

En su presentación más general la crítica apela a la libertad, supuestamente socavada por el Estado que se entrometería en la vida de las gentes. De dos maneras. Porque nos impediría hacer lo que queremos con lo nuestro y porque, a través de la redistribución, eximiría a los individuos de la responsabilidad de gestionar su propia vida, cuando les evita asumir las consecuencias de su libertad, de sus errores y sus aciertos. El Estado, paternal, "tomaría decisiones por nosotros". A algunos incluso se les calienta la boca y, sin cortarse un pelo, rematan la función diciendo que ese impuesto, como todos, es un robo.

Vamos a dejar aparte la última tontería que, en todo caso, debería dilucidarse en los tribunales, puesto que se acusa al Estado de cometer un delito. Empecemos por la primera. Sencillamente es falso que uno pueda hacer lo que quiera con lo suyo. Nadie puede atropellar a otro con su coche, comprarle un órgano para trasplante o pagar a un niño para su disfrute sexual. Hay ciertos principios que están por encima del "libre" uso de la propiedad. El liberalismo de tertuliano maneja con bastante obscenidad la idea de libertad. Con sus mismas licencias uno podría sostener que peligra la libertad de arrebatarles las cosas a sus legítimos propietarios o de torturar a los animales.

El Estado, si las leyes son justas, es la garantía de la libertad. Y el que no lo entienda, a la Facultad de Derecho.

Las prohibiciones más importantes protegen algunas cosas que consideramos innegociables, entre ellas, el ejercicio de la ciudadanía. Los derechos, que cuestan dinero, no están sometidos a consideraciones de oportunidad o de eficacia. No se puede, por ejemplo, contratar a una persona como esclavo. Tampoco podemos comprar los votos y acumularlos, como se hace con el dinero. La común comparación entre la democracia y el mercado, que equipara la competencia de los partidos por los votos con la competencia de las empresas por los clientes, iluminadora en tantos aspectos, encuentra aquí uno de sus límites.