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La creación de un "eurocaos"
Paul Krugman, profesor de Economía en la Universidad de Princeton y
premio Nobel de Economía 2008 escribe sobre los problemas
económicos de España y sus dificultades para superarlos dentro
del estricto marco de la moneda única.
Pero la verdad es que la falta de disciplina fiscal no es la única, ni la
principal, fuente de problemas de Europa, ni siquiera en Grecia, cuyo Gobierno,
efectivamente, sí ha sido irresponsable (y ocultó su irresponsabilidad con
contabilidad creativa).
No, la verdadera historia que está detrás del eurocaos no se basa en el
despilfarro de los políticos, sino en la arrogancia de las élites;
concretamente, las élites políticas que instaron a Europa a adoptar una moneda
única mucho antes de que el continente estuviera preparado para un experimento
de este tipo.
Fijémonos en el caso de España, que en vísperas de la crisis parecía ser un
ciudadano fiscal modelo. Sus deudas eran bajas: un 43% del PIB en 2007, en
comparación con el 66% de Alemania. Tenía superávit presupuestario. Y su
regulación bancaria era ejemplar.
Pero con su clima cálido y sus playas, España era también la Florida de Europa
y, al igual que Florida, experimentó un enorme auge inmobiliario. La
financiación de este boom provenía principalmente del extranjero: hubo entradas
gigantescas de capital procedentes del resto de Europa, en especial de
Alemania.
La consecuencia fue un crecimiento rápido combinado con una inflación
significativa: entre 2000 y 2008, los precios de bienes y servicios producidos
en España aumentaron un 35%, en comparación con un incremento de sólo un 10% en
Alemania. Debido a la subida de los costes, las exportaciones españolas fueron
perdiendo competitividad, pero la creación de empleo siguió siendo fuerte
gracias al boom inmobiliario.
Y entonces estalló la burbuja. El paro en España experimentó un drástico
repunte, y el presupuesto incurrió en un profundo déficit. Pero la avalancha de
números rojos -que estuvo provocada en parte por la forma en que la depresión
redujo los ingresos y en parte por el gasto de emergencia para limitar los
costes humanos de la depresión- fue una consecuencia, no la causa, de los
problemas de España.
Y no hay mucho que el Gobierno español pueda hacer para mejorar las cosas. El
principal problema económico del país es que los costes y los precios se han
desmarcado de los del resto de Europa. Si España siguiera teniendo su antigua
moneda, la peseta, podría remediar rápidamente el problema con una devaluación
(por ejemplo, reduciendo el valor de la peseta un 20% con respecto a otras
divisas europeas). Pero España ya no tiene su propio dinero, lo que implica que
sólo puede recuperar su competitividad mediante un lento y doloroso proceso de
deflación.
Ahora bien, si España fuera un estado de Estados Unidos y no un país europeo,
la situación no sería tan mala. En primer lugar, los costes y los precios no se
habrían desmadrado tanto: Florida, que, entre otras cosas, podía atraer
libremente a trabajadores de otros estados y mantener bajos los costes de la
mano de obra, nunca experimentó nada remotamente parecido a la inflación
relativa de España. Y en segundo lugar, España recibiría una gran cantidad de
apoyo automático en la crisis: el sector inmobiliario de Florida ha pasado de
la expansión a la recesión, pero Washington sigue enviando los cheques de la
Seguridad Social y del Medicare.
2010, el año del "crash"
Santiago Becerra, catedrático de Estructura Económica en la
Facultad de Economía IQS de la Universidad Ramon Llull, ha escrito
un pesimista artículo sobre la situación económica que
se nos presenta en el 2010 y que ha sido ampliamente debatido durante estos
días en casi todos los medios de comunicación españoles.
De entrada, una matización. Quienes han sido más realistas hasta ahora comparan
lo acontecido desde mediados del 2008 con lo sucedido desde mediados de 1929 y,
a partir de ahí, realizan sus análisis; yo pienso, en cambio, que la secuencia
comienza antes: en 1923 (en el crash de entonces) y en 2003 (en el crash
actual). En efecto, un repaso de la evolución del PIB de las principales
economías en ambos periodos de tiempo muestra similitudes sorprendentes; la
diferencia estriba en las decisiones entonces adoptadas y en las que ahora se
han adoptado. Sin embargo, el final será idéntico: una crisis sistémica fruto
del agotamiento de un modo de hacer que dará origen a un nuevo modo de
funcionamiento. Puede sonar misterioso, pero, en el fondo, es algo muy técnico.
El año 2010 constituye la frontera.
Y en 2010 es cuando verdaderamente se producirá el inicio de los problemas. De
entrada, será a lo largo de los próximos meses cuando el Banco Central Europeo
(BCE) pondrá fin al acceso fácil (y barato) a su dinero para las entidades
financieras, lo que significará, entre otras cosas, el final de una forma fácil
(y barata) de negocio: pedírselo prestado al BCE al 1% e invertirlo en Deuda
Pública al 3%.
Para las empresas, el 2010 supondrá unas mayores dificultades (mucho mayores) a
la hora de obtener financiación, debido a una creciente percepción de impago
posible por parte de las agencias de calificación y de las propias entidades
financieras, lo que les llevará a restringir el crédito en cualquiera de sus
formas. (Evidentemente, lo dicho en el punto anterior influirá en estas mayores
dificultades de financiación, ya que hará más caro a las entidades financieras
la obtención de fondos).
Tampoco podrá extenderse más allá del 2010 la ficción en la que han vivido
(porque así lo consideraron conveniente) los reguladores financieros: la
aceptación como buenos de gran número de activos que un análisis exigente
hubiese demostrado inaceptables (¿estamos hablando de 600.000 millones de
euros?, ¿más?); una ficción que ha permitido posponer el crash unos meses, pero
cuya afloración tendrá consecuencias. Si a esto añadimos la propia deuda de las
entidades financieras (410.000 millones de euros es la que las españolas
deberán atender entre 2010 y 2012), el panorama de estas entidades es, como
poco, muy preocupante. Volveremos sobre el sistema financiero.
(...)
En 2010 también se asistirá al fin de lo que verdaderamente ha posibilitado la
recuperación habida en el segundo semestre del 2009: los estímulos, las ayudas
y las inyecciones directas e indirectas, aunque generalizadas, aplicados por
los gobiernos.
(...)
En 2010, pienso, todas estas carencias serán puestas sobre la mesa, dando
comienzo a una crisis larga y profunda muy semejante a la Gran Depresión,
aunque con el handicap de que la salida será muy distinta a la que se produjo
en 1950.
¿España? Le irá todo peor que a la mayoría debido a su particular modo de hacer
las cosas: actividades intensivas en factor trabajo, generadoras de bajo valor
añadido y proporcionalmente más dependientes que otras del exterior y del
crédito. Para 2010 estimo que el PIB español experimentará una tasa de
variación de entre el -4,4% y el -4,2%. Y nuestra tasa de desempleo se situará
entre el 22,0% y el 23,0% de la población activa, y ello sin considerar ni el
desempleo encubierto ni el subempleo. Una joya de año, vamos (y será el
principio).
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