Los problemas de la izquierda-de-estilo-de-vida
[Tue May 11 10:55:33 CDT 2021]

La web izquierdista Rebelión publica hoy una reseña del libro recientemente publicado por Sarah Wagenknecht, la dirigente del partido alemán Die Linke, en el que critica duramente lo que el traductor etiqueta como izquierda-de-estilo-de-vida. En realidad, no se diferencia mucho de aquella izquierda divina que tan conocida se hizo entre los sectores anti-franquistas en la Barcelona de los años setenta y que, bajo la etiqueta de gauche divine, también tuvo buena presencia en otros países occidentales por aquella época. En cualquier caso, ahí van algunos párrafos de la reseña para situarnos en su contexto:

Ser de izquierda ya no consiste en reivindicar, a partir de los valores ilustrados de igualdad, justicia social, democracia y desarrollo, valores y derechos universales que favorezcan a las mayorías no privilegiadas por su condición económica, es decir, esta nueva izquierda ha ido dejando de lado cada vez más lo que, en términos ideológico-políticos, la definía frente a la ideología de derecha y liberal de antaño: la lucha en contra de los privilegios emanados de las estructuras desiguales, fundamentalmente económicas, que el capitalismo de forma histórica y estructural fomenta y desarrolla. La “nueva izquierda” o, como Wagenknecht prefiere llamarla, el “(i)liberalismo de izquierda” (Linksilliberalismus), que ni es de izquierda ni es liberal en el sentido clásico del término, se define, ”Porque para ella el punto central de la política de izquierda ya no se encuentra en los problemas económico-políticos y sociales, sino en la cuestión del estilo de vida, de los hábitos de consumo y en la puntuación/valoración moral.” La cuestión social y de clase se encuentra al margen de sus preocupaciones y el camino que trazan para conseguir una “sociedad justa”, “conduce no a los antiguos y clásicos temas de la economía social, es decir, salarios, pensiones, impuestos o seguridad frente al desempleo, sino sobre todo a los temas sobre lo simbólico y el lenguaje.”

Retrata las manifestaciones de esta nueva izquierda a la perfección:

La posición social relativamente buena de los participantes marca la imagen de las mismas manifestaciones en las que, por lo general, se le otorga gran importancia a que sean alegres, coloridas y con buena onda, que en las pancartas no haya solamente quejas, sino que sean divertidas y que no solamente se manifieste, sino que también se haga fiesta.

Su interés se vuelve, en realidad, hacia lo individual:

Lo importante, nuevamente, para esta izquierda-del-estilo de vida son los sentimientos, en este caso, el sentimiento de autorrealización, pues no se trata ya de exigir y realizar transformaciones reales, sino de autoconfirmarse y saberse realizado en el simple hecho de tomar parte en este tipo de eventos en donde, incluso, no “encuentran ningún tipo de contradicción cuando se manifiestan junto a políticos que, bajo el lema de ‘solidaridad indivisible’, también entienden el envío global de armas y que están a favor de tomar parte en las guerras de intervención.”

Todo ello acaba teniendo un impacto en los apoyos electorales:

Wagenknecht muestra, basándose en los análisis de Thomas Piketty (Capital and Ideology, 2019) cómo lo anterior ha conducido a un cambio significativo en las tendencias electorales, pues los partidos que antiguamente se identificaban con la clase obrera, es decir, aquellos de tradición socialista y comunista preocupados por temas salariales, derechos sociales y por el sindicalismo, han ido perdiendo a lo largo de las últimas décadas a sus votantes pertenecientes a dichos estratos (sobre todo trabajadores industriales y empleados de servicios) y han incorporado, a través del cambio en sus discursos y objetivos tradicionales, los valores y exigencias de la izquierda-del-estilo de vida. De dicha manera:

Los mejor formados y, en medida creciente, los que mejor ganan votan por la izquierda, mientras que la mitad inferior de la población, o se mantiene distante frente a las elecciones o vota por los partidos del espectro conservador o de derechas.

¿Recuerda a algo? La relación con lo sucedido recientemente en las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid debiera ser evidente. Pero también debiera ayudarnos a entender un poco mejor cómo puede ser posible que tanto obrero estadounidense haya apoyado a Donald Trump de manera bien convencida. En España, como en el resto de Europa o en los EEUU, la izquierda pasó de socialista a socialdemócrata en el periodo de postguerra y, en las últimas dos o tres décadas, de ahí al mero liberalismo con tintes progresistas. El obrerismo fue sustituido por los gestos de la clase media-alta, con educación universitaria y una obsesión por el estilo y la imagen. Tiene bien poco de extraño, pues, que los trabajadores la hayan abandonado en las urnas.

Hasta ahí el análisis de la situación de la izquierda. Tenemos después las propuestas que hace Wagenknecht que, en realidad, suenan casi a un nacional-comunismo a lo Jorge Vestrynge. No puede sorprender que sus críticos hayan subrayado lo que parece un acercamiento al populismo de derechas. Para mí, el problema va quizá mucho más allá. Para empezar, no tengo tan claro que merezca la pena seguir hablando de izquierdas y derechas. Y no me refiero a que no haya diferencias entre las propuestas de las distintas fuerzas políticas. No me estoy refiriendo a eso. Cuando alguien apunta que el viejo binomio izqquierda-derecha quizá esté desfasado, siempre se le recuerda que tal Gobierno o Presidente tomó unas medidas mientras que otro Gobierno o Presidente de otro partido tomó medidas bien diferentes. Repito: no niego que haya diferencias entre las distintas fuerzas políticas. Lo que planteo es que quizá no merezca la pena seguir caracterizándolas como de izquierdas o de derechas. Me da la impresión de que a estas alturas de la película todo el juego político está limitado al tablero institucional y prácticamente nadie se propone (por convicción o por incapacidad) compaginar eso con la movilización ciudadana permanente. Por consiguiente, las diferencias entre las distintas fuerzas políticas acaban siendo algo así como las diferencias entre las distintas marcas de productos, esto es, guiños dirigidos a su base electoral actual, así como a su electorado potencial. Pero poco más. O, para explicarlo de otra manera, todo son propuestas dentro de lo establecido. Nadie plantea una transformación real de las estructuras sociales, políticas o económicas. Ni siquiera de manera pacífica, gradual o reformista. Sencillamente, nadie (o bien poca gente) piensa honestamente que los vaivenes del juego electoral vengan a cambiar radicalmente la realidad de sus vidas. En fin, que los marcos de referencia de antaño están, en buena parte, anticuados, creo yo.

Pero es que, además, por si esto fuera poco, estoy convencido de que lo que tenemos entre manos es toda una crisis de civilización. No ya del capitalismo dominante, sino de una civilización al completo. Repito: lo que está demostrando fehacientemente su inoperancia no es solo el capitalismo, sino la civilización industrial que nació precisamente del proyecto ilustrado que tanto defiende Wagenknecht. ¿Hubiera sido posible construir otro tipo de proyecto ilustrado, como parecían pensar las cabezas pensantes de la Escuela de Franklfurt? Tal vez, pero el caso es que no sucedió. En su lugar, lo que construimos fue lo que tenemos: un proyecto de expansión constante, una maquinaria que lo supedita todo al crecimiento, la extracción de recursos y la explotación permanente. La mentalidad del cálculo matemático, la productividad y la eficiencia. Y este pecado original, me temo, se encuentra en el espíritu del socialismo que hemos conocido tanto como en el del capitalismo que tenemos.

Hay una cosa más que me gustaría añadir. Aunque comparto el escepticismo de Wagenknecht hacia las propuestas de estilo de vida que se limitan a ser una mera pose, la realidad es que no veo cómo pueda ser posible superar la crisis de civilización a que hacemos frente sin llevar a cabo, también, una transformación radical de nuestro estilo de vida. Habrá que compaginar los cambios en todos los ámbitos, tanto en la superestructura como en la infraestructura, en lo institucional como en lo personal. No veo otra salida. {enlace a esta entrada}

Reseñas falsas: el peligro de lo virtual
[Mon May 10 15:01:33 CDT 2021]

Hoy leemos en la web de El País que ha sido destapada accidentalmente una red de 200.000 personas que publicaba reseñas falsas en Amazon a cambio de productos gratis y uno no tiene más remedio que plantearse hasta qué punto tiene sentido esta tendencia tan in de trasladarlo todo al mundo virtual. Que quede claro: por supuesto que entiendo que este tipo de estafas no son nada nuevo. Siempre han corrido rumores sobre las relaciones inconfesables entre ciertos críticos y las poderosas editoriales o productoras de cine, o sobre la sospechosa forma en que se concedían ciertos premios en tal o cual industria. La diferencia está en que, hasta tiempos bien recientes, al menos uno podía confiar en el vecino o el familiar porque teníamos una relación directa con ellos y nos los encontrábamos en el comercio del barrio. Pero ahora, con esto de trasladarlo todo al mundo virtual, resulta que las únicas reseñas que recibimos son las de completos extraños a través de una pantalla. Mucho se ha venido hablando últimamente de las fake news pero, a este paso, tiene uno la sensación de que todo lo que nos rodea va a terminar siendo fake. El imperio de lo virtual puede acabar destruyendo la conexión entre todos y cada de nosotros y el mundo real que nos rodea. No estoy tan seguro de que se trate de un avance, por más que nos lo vendan como tal. {enlace a esta entrada}

Extremismo y sentido de identidad
[Mon May 10 13:29:04 CDT 2021]

El País publica hoy una noticia sobre un catedrático de la UNED cuyas teorías han sido utilizadas para analizar procesos de radicalización violenta, incluyendo el yihadismo. Lo más interesante, me parece, es que no se trata del descubrimiento de la pólvora:

Su modelo sobre la “fusión de la identidad” —iniciado en 2009 y publicado como teoría consolidada en Psychological Review en 2012—, que mide la conexión visceral de un individuo con un grupo, fue el germen del objetivo que persigue ahora. “Ayudar a crear un protocolo de prevención, de evaluación del riesgo de radicalización, y unas pautas para la desradicalización y/o el desenganche”, apunta. “Si somos capaces de entender la naturaleza del comportamiento extremo, podremos predecirlo y neutralizarlo”.

(...)

“Concluimos que hay un nivel superior de conexión personal con el grupo que es el de fusión: las personas fusionadas están dispuestas a hacer cosas por el colectivo que conlleven comportamientos extremos, hasta la muerte”. La manera original de medirlo se basa en una serie de parejas de círculos, uno pequeño que representa al individuo y otro grande que representa al grupo. Se van aproximando entre sí, hasta que una de las opciones muestra el círculo pequeño totalmente dentro del grande. “Quienes escogen esta última opción se consideran fusionados”.

Pueden sentirse unidos al grupo y estar dispuestos a morir por él porque perciben fuertes lazos familiares y por compartir unos ideales, sean, por ejemplo, religiosos (la sharia, ley islámica) o no (la democracia, la independencia). Los comportamientos extremos no están ligados a desequilibrios mentales. Y sus teorías pueden aplicarse a colectivos que nada tienen que ver con el islamismo, desde bandas latinas a hooligans.

(...)

Y fue en una investigación sobre esos valores “sagrados” con el antropólogo americano Scott Atran —y gracias al trabajo de campo en pleno conflicto con el ISIS y a las entrevistas con combatientes—, como concluyeron que no es la percepción de la fuerza física (el acceso a recursos materiales), sino de la espiritual (la fuerza interior), lo que predecía la disposición a morir en el conflicto. Trabajando también con antropólogos de la Universidad de Oxford, expertos en rituales, Gómez descubrió que algo que causaba la fusión era “haber compartido con los miembros del colectivo experiencias negativas intensas”.

Como decía, parece más bien sentido común. El mérito, obviamente, está en haberlo organizado todo en una teoría consistente, así como haber elaborado una serie de herramientas que pueden ayudarnos a identificar a aquellos individuos que están en peligro de convertirse caer en un extremismo violento. Pero el marco general es, creo, algo que todos sabíamos desde hacía tiempo. Las conductas de extremismo violento se ven exacerbadas y favorecidas por un fuerte sentido de identidad grupal que viene a eliminar prácticamente por completo el sentido de individualidad (lo que muchos medios de comunicación etiquetan últimamente como tribalismo). Y, segundo, el haber compartido experiencias negativas con otros miembros del grupo acelera el proceso. {enlace a esta entrada}

Izquierda, medios de comunicación y movimientos de base
[Mon May 10 11:41:22 CDT 2021]

Hace ya varios días que me encontré un artículo de Juan Carlos Monedero dirigido a Pablo Iglesias en la web de Público que, entre otras cosas, saca a colación un asunto importantísimo para la izquierda y, de hecho, para cualquier movimiento que quiera lleva a cabo una transformación real:

El cielo del gobierno de España se ha asaltado, ha habido importantes bajas en el camino, y queda abierta la pregunta de si el cielo era para tanto.

Sin medios de comunicación afines al nuevo bloque histórico, y sin jueces dispuestos a cumplir con la Constitución, especialmente con sus artículos económicos, y a confrontar la guerra jurídica, es decir, dispuestos a confrontar a sus colegas de la judicatura, es muy difícil que una fuerza política que quiere superar los cuellos de botella del capitalismo financiero pueda cumplir la agenda postneoliberal. Y sin embargo, no le queda otra que seguir dando esa batalla.

Y para dar esa batalla, y en tanto no se dispongan de medios capaces de construir nuevas hegemonías –medios que son los altavoces de la guerra jurídica-, el esfuerzo pendiente de Podemos sigue siendo el partido-movimiento. Porque los mensajes en los medios no se consolidan igual si no hay comunidades que los reciban y los repitan en la cotidianeidad de los barrios y las ciudades.

En realidad, no se trata del esfuerzo pendiente de Podemos, sino del de cualquier movimiento transformador. Al fin y al cabo, fue precisamente éste el talón de aquiles del movimiento verde allá por los ochenta y noventa. Se optó por encomendarlo todo al trabajo político institucional y, como vemos, quizá se pudieran dar retoques aquí y allá, pero no hubo transformación alguna. El reto de construir un partido-movimiento parece que es demasiado complicado (¿quizá imposible?). Tante fe hemos ido poniendo en la democracia liberal representativa, sobre todo (aunque no solo) después de la caída de la alternativa del socialismo real, que lo confiamos todo a las elecciones y los parlamentos. Y el caso es que, ciertamente, la lección que debiéramos haber aprendido es que la democracia liberal y sus instituciones son innegociables, pero si realmente queremos poner en práctica una igualdad mínimamente real no tenemos más remedio que ir más allá de ellas. La transformación no se consigue solamente con la papeleta en las urnas y el trabajo en las instituciones, sino con el trabajo constante en calles, plazas y barrios. Pero, claro, vivimos en un mundo cada vez más centrado en lo individual y en el consumo privado. ¿Quién lo pone el cascabel al gato? Lo fácil es culpar a los dirigentes de corrupción, y algo de ello quizá pueda haber. Pero, me parece, lo fundamental es plantearse esto otro. {enlace a esta entrada}