[Wed Nov 28 11:54:55 CST 2018]

La web del diario El País publica hoy un video explicando las razones por las que es posible que Vox entre en el Parlamento andaluz que, en líneas generales, me parece correcto. Sin embargo, dicho esto, hay algo que no me agrada del todo, esto es, el hecho de que se refieran a Vox como un partido de "extrema derecha". Veamos, entiendo que, en el contexto del arco parlamentario andaluz (y, por extensión, español) actual, los representantes de Vox quedarían situados sin lugar a dudas en la extrema derecha. Sin embargo, el problema que veo es que los extremismos suelen asociarse casi siempre con la violencia y la defensa de sistemas autoritarios y, por más que esté en desacuerdo con las propuestas de Vox, no soy capaz de tildarles de violentos y autoritarios sin más. Quizá fuera más correcto referirse a ellos como "ultraconservadores", creo. Por lo demás, siempre y cuando acepten el marco constitucional y las reglas del juego de la democracia liberal, no veo problema alguno en que sus ideas queden representadas en el parlamento si ello viene a ser reflejo del sentir entre los ciudadanos, por más que uno no deje de estar en desacuerdo con sus planteamientos. En fin, en eso consiste la democracia representativa. {enlace a esta entrada}

[Sun Nov 18 11:17:48 CST 2018]

Hace ya varios días que leía en la web de El País una noticia en la que se hacía un repaso general a los cambios que han tenido lugar en la cúpula del PP en los últimos años. Parece claro que, aunque algunos dirigentes se tuvieron que marchar tras a caída de Rajoy en la moción de censura y el triunfo de Casado en las primarias, el verdadero huracán que arrasó la cúpula del PP fue la corrupción. Como se ha escrito en muchos lugares, no ha habido otro Gobierno de nuestra reciente democracia que haya sido afectado directamente por la corrupción hasta un nivel ni siquiera equiparable al del primer Gobierno de Aznar cuando llegó a Moncloa a medidados de los noventa. Esta no es una afirmación partidista, sino una evidencia empírica, mal que les pese a los populares (Aznar, por su parte, ni siquiera reconoce los hechos; se limita a ignorar una realidad que pone en cuestión la imagen que se ha construido sobre sí mismo; no puedo pensar en otro presidente español tan narcisista y arrogante como Aznar).

En cualquier caso, tampoco conviene olvidar los escándalos de corrupción en que se han visto envueltos los socialistas durante los últimos cuarenta años (Filesa, GAL, EREs...). Me temo que, por lo que hace a la corrupción, ni unos ni otros pueden lanzar la primera piedra. Peor aún, los escándalos se extienden más allá de las filas de los dos partidos antaño mayoritarios, sobre todo cuando incluimos los casos de corrupción en las diversas administraciones autonómicas.

¿Qué pensar, pues? ¿Debiéramos quizá apuntarnos al consabido "todos son iguales" y abandonar por completo la fe en el proceso político democrático en su conjunto? No, me temo que eso equivaldría a simplificar las cosas en exceso y, como suele decirse de manera bien gráfica, arrojar al bebé por la ventana junto al agua sucia. Tal vez la primera lección que convendría extraer de todo esto es que la corrupción no es patrimonio de una u otra ideología política o partido político en concreto, sino que se trata más bien de una tentación muy humana. Como decía antes, un breve repaso al listado de casos más sonados debiera mostrar bien a las claras que ese es el caso. No veo que ni PP ni PSOE tengan el monopolio en asuntos de corrupción. No obstante, me parece importante subrayar que mientras que las tramas en que se vieron envueltos los socialistas casi siempre fueron creadas a título individual con el objetivo de conseguir el enriquecimiento personal (con la excepción de la trama de los GAL, cuyo objetivo fue financiar la guerra sucia contra el terrorismo etarra), los escándalos que han afectado al PP han descubierto estructuras ilegales no solo para perseguir el enriquecimiento personal, sino también para financiar al propio partido. Se trata de una diferencia de peso, creo, pues en el caso del PP casi pudiera decirse que la estructura misma del partido es la que se ha visto envuelta en actividades claramente ilegales. De todos modos, me parece que se trata de algo más o menos secundario si nuestro objetivo es, como debiera ser, reflexionar sobre la mejor forma de afrontar el problema de manera constructiva.

Veamos. Para empezar, parece evidente que solo aquellos partidos que han alcanzado una determinada cota de poder pueden verse envueltos en este tipo de asuntos. Por consiguiente, no veo mérito alguno cuando los líderes de Ciudadanos, Podemos o Izquierda Unida presumen de no haberse envuelto en escándalos de corrupción. Difícilmente pudiera haber sucedido cuando apenas han tocado poder. Quien no ha manejado grandes cantidades de dinero público no ha tenido siquiera la oportunidad de mancharse las manos. Quien no ha desempeñado el poder no puede hacer tráfico de influencias. Parece bien claro. No hay más que observar que otros partidos aparte del PSOE y PP que sí han desempeñado el poder a otros niveles (CiU y PNV, sin ir más lejos) sí que han visto su reputación empañada por algún que otro escándalo. Convendría, pues, que si de verdad queremos hacer algo por la resolución (o, al menos, la mejora) de este problema, olvidásemos el consabido cruce de acusaciones al que tan acostumbrados nos tienen ya nuestros políticos.

Pero hay otro asunto que me parece aún más importante. Nótese que prácticamente todos los escándalos se han producido en un contexto en el que algún partido gozaba del dominio hegemónico de la Administración con una mayoría absoluta que casi parecía garantizada a largo plazo. Se trata de una constante en el caso del PSOE con Felipe González, el PP con Aznar, el PSOE andaluz, CiU en Cataluña y otros... incluso, aunque con ciertas diferencias, el PNV. En este último caso, el problema no ha sido tanto el hecho de que el partido gozase de mayoría absoluta como que prácticamente tenía garantizada su presencia como socio mayoritario en cualquier Gobierno de coalición que pudiera formarse tras la mayor parte de elecciones autonómicas. O, para explicarlo de otra forma, el mínimo común denominador en tanto escándalo de corrupción es la hegemonía política prácticamente incontestable de un determinado partido político (el que sea) durante un periodo de tiempo más o menos largo. En cuanto se dan esas condiciones, parece que a medio o largo plazo acabn también por producirse escándalos de corrupción de uno u otro tipo. El problema, claro, es que esto otro solamente lo pueden solucionar los ciudadanos con su voto en las urnas. Y, sin embargo, en mi opinión, se trata de la conclusión más clara que podemos extraer si nos molestamos en hacer un análisis mínimamente objetivo y no partidista. {enlace a esta entrada}

[Fri Nov 9 11:09:00 CST 2018]

A veces es bien interesante ver las vueltas que dan las historias. Hoy, sin ir más lejos, leyendo en El País una noticia sobre Gretel Bergmann, la atleta judía que no pudo competir en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, podemos leer lo siguiente:

Berlín 36 se proyectó como el escaparate del gran bazar nacionalsocialista para exhibir ante el planeta entero las condiciones de la raza aria. Había que ser más rápido, más alto, más fuerte y más nazi que nadie. Se extendieron vatios mitos a posteriori. Uno fue que Hitler salió humillado del acontecimiento por la cantidad de medallas cosechadas por atletas negros, pero lo cierto es que los resultados de Alemania fueron excepcionales y Hitler se tiró semanas alardeando en sus discursos. La leyenda más recurrente es que el dictador nazi se negó a saludar a Jesse Owens, atleta de raza negra y gran triunfador de los Juegos; Hitler, en realidad, sólo saludó a los ganadores en la jornada inaugural, y Owens, en un retorcido giro del destino, contó en sus memorias que quien no le dio la mano fue su presidente, Franklin D. Roosevelt, enfrascado en una campaña electoral en la que necesitaba como nunca el voto del sur racista.

Una vez más sucede que los mitos que nos contamos unos a otros suelen estar basados en la más pura ficción. ¿Quién no ha oído la historia acerca del dictador negándose a darle la mano a Jesse Owens? {enlace a esta entrada}

[Thu Nov 8 14:46:26 CST 2018]

En los últimos días hemos leído varias noticias sobre las elecciones parciales en los EEUU. Pero una noticia publicada por El País titulada Los demócratas se enfrentan desnortados a su segundo asalto con Trump me pareció especialmente interesante por los siguientes comentarios acerca de Michael Bloomberg, posible candidato presidencial en las elecciones de 2020:

El magnate fue demócrata antes de convertirse, entre 2002 y 2013, en alcalde republicano de Nueva York. Se planteó presentarse como candidato independiente en las dos últimas presidenciales. Ahora, con ambos partidos más alejados del centro que nunca, se ha vuelto a registrar como demócrata, se ha volcado en la campaña y ha inyectado valiosísimos millones a candidatos en batallas clave. Se resiste a confirmar su intención de convertirse en candidato, pero tampoco lo niega cuando se lo preguntan.

Bloomberg lleva años dedicando su fortuna, valorada en 46.000 millones de dólares, a defender algunas de las causas asociadas al Partido Demócrata: el control de las armas, el derecho al aborto, la sanidad universal, el medio ambiente. Otras partes de su ideario político, sobre todo en lo económico, lo convierten en un eventual candidato, cuando menos, exótico. Pero ya hay un ejemplo reciente de un millonario que empieza su campaña alejado de los postulados de su partido.

En las circunstancias actuales, muchos demócratas estarían dispuestos a tragar algún sapo. Replicar el efecto Trump en las filas de los demócratas suena tentador. Un pelea de dos gallos multimillonarios dispuestos a gobernar el país como una corporación. El fin de la política. O el comienzo de algo nuevo.

Aparte de dejar bien claro que la política en los EEUU es realmente cosa de millonarios (o, cuando menos, de personas con ingresos situados en los percentiles más altos), también queda en evidencia la frágil línea que en realidad separa a ambos partidos. Cierto, en lo que por aquí se denominan "asuntos culturales" (libertades civiles, minorías, corrección política, derechos de la mujer, etc.) hay grandes diferencias entre demócratas y republicanos. Sin embargo, en lo que respecta a las política económicas, son perfectamente intercambiables. De hecho, el número de políticos de la alta esfera que se han cambiado varias veces de partido no es moco de pavo. Sin ir más lejos, cuando comenzaron a extenderse los rumores de que Donald Trump estaba considerando presentarse a las elecciones presidenciales, se escribieron un buen número de páginas tratando de dilucidar si iba a presentarse por un partido o por el otro, pues en su pasado había colaborado con ambos (y financiado a ambos). Así es la política estadounidense. Más teatro que otra cosa. En fin, que si algo he aprendido durante todos los años vividos en los EEUU es que nuestra democracia en España dista mucho de ser tan problemática como nos creemos. Tiene sus problemas, sin duda, pero podría ser mucho peor. Podría ser una oligarquía completa, como la de EEUU.

Por otro lado, leyendo la columna de opinión firmada por Sergio del Molino sobre el mini-escándalo en torno al incidente del programa humor El Intermedio que mostraba a Dani Mateo sonándose la nariz con la bandera española, no me queda más remedio que subscribir las afirmaciones del autor al cien por cien:

No puedo más. Siempre he defendido que las gamberradas no puede ser sancionadas y que la libertad de expresión las ampara, pero no tengo fuerzas para decir lo mismo cada semana, ante cada nueva ocurrencia y cada nuevo escándalo. La vida es muy breve, apenas unas líneas más larga que esta columna, y no estoy dispuesto a derrocharla defendiendo con falsas citas de Voltaire a tipos que se cagan en vírgenes, se suenan los mocos en banderas o pintarrajean tumbas de dictadores. Les reconozco el derecho genérico a hacerlo —y la obligación de aguantar el cabreo ajeno, que para eso lo provocas—, pero no pueden acaparar un debate tan importante con gracietas de segundo de la ESO. El mundo no se puede convertir en el despacho del jefe de estudios de un instituto. Somos adultos, superemos el caca-culo-pedo-pis y digamos algo interesante para variar, así como los ofendidos podrían reservar su indignación para causas más nobles de ella.

Pues eso. Y, por cierto, una vez más, si esta tendencia contemporánea a escandalizarse por todo nos parece ridícula, que tengan bien presente mis compatriotas que por estos lares el fenómeno está magnificado cien veces. {enlace a esta entrada}