[Fri May 11 15:16:52 CDT 2018]

Hace ya unos cuantos días que leí en El País un artículo firmado por Gabriela Cañas titulado Le juego macabro de "señalar" al oponente que me parece importante reseñar aquí. Tomando como punto de partida el reciente escándalo en torno a la sentencia de los miembros de La Manada, la autora aprovecha para compartir algunas reflexiones:

La sentencia de La Manada demuestra que la sociedad española es hoy mucho más sensible a las agresiones sexuales y que la justicia deberá tomar nota, aun en el caso de que las leyes sigan siendo las mismas. Lo que el caso ha destapado también, sin embargo, es un juego mucho menos edificante: el afán de señalar culpables. ¿No empiezan así los linchamientos? Ha ocurrido con uno de los jueces del tribunal de la Audiencia de Navarra, Ricardo González, por emitir un voto particular en contra de la condena dictada contra los cinco acusados. Porque una cosa es rebatir los argumentos de su voto discrepante y otra distinta es ponerle en la picota, buscar tachas en su historial o pedir su inhabilitación. Son, en fin, reacciones más propias de una sociedad inquisitorial y justiciera que de una sociedad confiada en sus instituciones democráticas. La justicia es humana, dijo en el caso francés el decano de los abogados de París, y puede equivocarse. En España hay un sistema garantista que no evita los errores, pero muchas veces los subsana. ¿Por qué no confiar en ello y respetar los procedimientos?

Comparto con Cañas la crítica hacia las prácticas justicieras que se han ido extendiendo últimamente. No comparto, sin embargo, su apreciación de que se trate de un problema limitado a la sociedad española. No sé yo si, tal y como ella afirma, las cosas puedan ser un poco diferentes en Francia. Quizá sea así. Lo ignoro. Pero, desde luego, lo que sí puedo afirmar es que la situación viene a ser más o menos la misma aquí en los EEUU. De hecho, me parece bien probable que, en lugar de tratarse de un ámbito donde se observen diferencias de acuerdo a un suspuesto carácter nacional, la actitud inquisitorial de la que habla la autora se deba más a circunstancias de polarización de la opinión pública que a otra cosa. {enlace a esta entrada}

[Sun May 6 15:16:57 CDT 2018]

Hay ocasiones en las que uno se pregunta cómo es posible que el entorno intelectual haya cambiado tanto en las últimas décadas hasta llegar a un punto en que el individualismo exacerbado y dogmático del catecismo neoliberal (o, como lo llaman aquí en los EEUU, libertario) considere a todo lo que tenga que ver con normas sociales (o regulación) como una imperdonable opresión autoritaria. Por ejemplo, echando un vistazo a mi correo electrónico esta mañana, me tropiezo con el enlace a una entrada de blog titulada My Favorite Evil Corporations en la que se afirma sin pudor alguno lo siguiente:

The public loves Lyft, their feel-good approach, their willingness to comply with regulations, and lack of effective surge pricing, but Lyft can only be the good guy because Uber fought the corrupt governments to establish ride sharing in cities around the world.

Un momento, porque hay algo que no entiendo del todo en esa afirmación. O sea, que, según el autor, ¿el mero hecho de los gobiernos regulen el servicio de taxi en una ciudad implica automáticamente que son "corruptos"? Que conste que yo mismo no tengo del todo clara cuál es mi posición en este debate, pero calificar a un gobierno de "corrupto" porque regular una actividad económica me parece de un dogmatismo individualista atroz. Y, sin embargo, como comentaba, no se trata de un caso aislado, ni mucho menos. {enlace a esta entrada}