[Tue Dec 27 08:14:00 CST 2016]

La hipocresía con la que los medios de comunicación españoles tratan el asunto de la democracia interna en los partidos políticos casi revuelve el estómago. Al tiempo que (con acierto) critican la endogamia, el nepotismo y el autoritarismo que se imponen en nuestros partidos, se lanzan como hienas contra el más mínimo ejemplo de disidencia en cualquier formación. Lo estamos viendo estos días, por ejemplo, cuando El País publica noticias como ésta, titulada El riesgo de fractura en Podemos crece por el choque entre los dos sectores. Todo ello porque, anticipando el segundo congreso de la formación, las diversas corrientes que lo componen están proponiendo diferentes soluciones y debatiéndolas abiertamente. ¿Que sus líderes están exponiendo públicamente el desacuerdo sobre las líneas estratégicas que debiera seguir Podemos? ¿Y qué? ¿Acaso no es esa la función de un partido político? Es más, ¿acaso no es eso precisamente lo que nuestra Constitución define en el artículo 6 como su función principal?

Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.

Irónicamente, al mismo tiempo que está sucediendo todo esto, alguien comparte en Facebook el enlace a un artículo José Luis Uriz Iglesias, ex-parlamentario del Partido Socialista de Navarra y actual militante del Partido de los Socialistas de Cataluña, en el que critica precisamente la falta de democracia interna en nuestros partidos:

La situación en el interior de los partidos políticos -de todos ellos- en lo que se refiere a la falta de democracia interna es manifiestamente mejorable. Los últimos acontecimientos que sobresaltan al PSOE, Podemos e incluso Cs así lo indican.

Nacieron en el siglo XIX y prácticamente no ha evolucionado nada en esta cuestión. Se han convertido en una maquinaria electoral desideologizada en la que prima exclusivamente la disciplina -sumisión deberíamos denominarlo-, cercenando cualquier debate, cualquier disidencia que pueda suponer un peligro para las élites que los dirigen, aunque generalmente la disfracen con el ropaje de que eso debilita al partido y es castigado electoralmente por la sociedad.

(...)

Se muestran como estructuras de poder inaccesibles, como castas incontrolables por los ciudadanos, como máquinas de influencia que tienen sus propios códigos de conducta, comunicación y pacto, y que engañan y ocultan la realidad con el único fin de mantenerse en el poder al precio que sea.

¿Podemos afirmar que la estructura interna de los partidos políticos en España y su funcionamiento son democráticos como establece el referido texto fundamental? ¿Podemos sostener que la transparencia en su gestión y el control interno de sus representantes en las instituciones resulta satisfactorio, eficaz y suficiente? ¿De verdad que nuestros partidos “son instrumento fundamental para la participación política”?

Lamentablemente pocos ciudadanos se pronunciarían en sentido afirmativo a las tres preguntas. Lo cierto es que sufrimos un sistema de partidos que arrastra varios traumas no resueltos desde el inicio de la transición democrática.

El problema, me temo, es que buena parte de la responsabilidad la tienen los propios ciudadanos porque, como afirma Uriz Iglesias, cualquier muestra de discrepancia interna suele ser castigada en las urnas:

Es probable que esto último sea cierto, ya que la sociedad actual aunque siga considerando a los políticos como uno de sus mayores problemas, castiga cuando en el interior se manifiestan riquezas ideológicas, debates enriquecedores. Esa contradicción es utilizada por sus dirigentes para cortar de raíz cualquier disidencia, cualquier discrepancia con el poder establecido, utilizando un instrumento cruel y deleznable que se conoce como “medidas disciplinarias”. Al principio como amenaza y a la larga con su aplicación estricta.

Así pues, la solución al problema se pinta algo compleja. Por un lado, los partidos políticos siguen imponiendo una disciplina férrea porque el sistema electoral, los medios de comunicación y la opinión pública así lo exigen. Los medios de comunicación, por su parte, critican cualquier debate interno porque están convencidos de que así lo ve la mayoría de los ciudadanos y, además, están tan implicados en los juegos de poder como los políticos mismos. Y los ciudadanos, finalmente, se dejan llevar por unos y otros y no tienen la suficiente valentía como para nadar contra corriente. Y, sin embargo, uno tiene la impresión de que este último eslabón es el único por el que quizá podamos romper la cadena. {enlace a esta entrada}

[Sat Dec 24 16:14:06 CST 2016]

Hace unos días leí en las páginas de El País un artículo sobre una nueva biografía de Hitler que intenta ahondar más en la personalidad del dictador, en lugar de centrarse en su faceta más abiertamente política o pública. El artículo, como viene siendo costumbre de un tiempo a esta parte, subraya los paralelismos (quizá demasiado exagerados) entre Donald Trump y el líder nazi. El propio autor de la biografía, Volker Ullrich, lo saca a colación:

¿Por qué pensó que el mundo necesitaba otra biografía de Hitler? “La escribí desde el convencimiento de que este tipo de políticos está de vuelta. Son los que saben cómo movilizar los miedos y esperanzas de la gente en épocas de crisis. Eso lo entendió Hitler como nadie durante la República de Weimar. Se presentó como el mesías que devolvería la grandeza a Alemania”, asegura.

Todo eso se ha convertido ya, para bien o para mal, en un lugar común. Mucho más interesante me parecen otras afirmaciones del autor, como ésta:

Ullrich no aspira a ofrecer una imagen novedosa de la que quizás sea la persona más escudriñada del siglo XX. Pero sí trata de añadir matices; y deshacer algunos tópicos. Como la idea de que el líder nazi no tenía vida más allá de la política. "Historiadores como Joachim Fest e Ian Kershaw cayeron víctimas de la escenificación que Hitler hizo de sí mismo como alguien que renuncia a sus necesidades y se entrega a la misión histórica de servir al pueblo alemán. En realidad, tenía una vida privada muy rica. Pero oculta". Cada época ha tenido su biografía de Hitler. En los años cincuenta apareció la de Alan Bullock, que lo presentaba como un oportunista sediento de poder sin ideología. Dos décadas más tarde, Fest ahondaría más en su psicología. Y, por fin, Kershaw dibujaría en los años noventa un impresionante retrato en el que añadía el sustrato social que explica el éxito del tirano.

Es indudable que Hitler se benefició del menosprecio de sus coetáneos. Pero no solo fueron ellos. Ullrich acusa a otros historiadores del mismo error. "Mucha gente se pregunta cómo una persona inculta y mediocre pudo llegar tan alto. La premisa es que era alguien del montón. Y no es así. Tenía cualidades insólitas. No solo la demagogia y la facilidad para hablar ante las masas. También poseía un gran talento como actor. Podía presentarse de forma totalmente distinta en función de las circunstancias". Sus dotes camaleónicas le permitían hablar "como un sabio estadista en el Reichstag; como un hombre moderado ante los empresarios; o frente a las mujeres como el padre bienhumorado que ama a los niños".

Por desgracia, es bien posible que estemos cayendo en ese mismo error otra vez. Por lo que quiera que sea, uno no para de oír chistes y referencias jocosas hacia Trump como si fuera un payaso imbécil (sobre todo provenientes desde los sectores progresistas, claro). La realidad, me temo, es bien distinta. En ese aspecto, al menos, sí que veo un paralelismo claro entre la década de los treinta y nuestro presente. {enlace a esta entrada}

[Wed Dec 21 19:00:57 CST 2016]

A estas alturas, parece bien claro que el mundo está loco, loco, loco. Hace ya varias décadas, cuando menos, que andamos desorientados como cultura, tal vez hasta como civilización. Perdimos primero la brújula del pensamiento religioso medieval, pero al menos en un principio descubrimos un sustituto más o menos eficaz. Sin embargo, desde que también perdimos la brújula de la razón ilustrada y la Modernidad, vamos por ahí dando tumbos. Sencillamente, somos incapaces de entender lo que sucede a nuestro alrededor. Son demasiados cambios los que se suceden a una velocidad vertiginosa y nuestros frágiles espíritus no aciertan a encontrarle significado a nada. Por eso no tiene nada de extraño que las autoridades alemanas decidieran acusar al agresor del Metro de Berlín de intento de homicidio pocos días antes de que se produjera el atentado terrorista de Berlín y nos enterásemos de que el sospechoso del atentado continuaba en libertada a pesar de que las mismas autoridades alemanas le habían mantenido vigilado y ya habían decidido deportarle a Túnez. O sea, que un sospechoso de conexiones con el terrorismo islamista andaba libre por las calles de Berlín listo para lanzar su ataque al mismo tiempo que un gamberro sádico sin el más mínimo concepto del respeto a los demás (pero, a fin de cuentas, sin conexiones con grupos terroristas) es acusado de intento de homicidio en lugar de agresión salvaje, que fue lo que realmente hizo. Ya no sabe uno si todo esto se debe meramente a la confusión, a lo que mis compatriotas han dado en llamar buenismo o, quizá, a la facilidad con que nos dejamos llevar por la opinión pública y las simpatías y antipatías de las masas. Pero, visto lo visto, ¿de verdad extraña a nadie que haya gente que caiga tan fácilmente en las argucias del populismo simplificador? {enlace a esta entrada}

[Wed Dec 21 15:16:17 CST 2016]

Siempre hay gente a la que cualquier cosa le sabe a poco, pero al menos de momento el pluripartidismo que nos han deparado las últimas elecciones generales me parece preferible (y mucho más constructivo y positivo para el país) que el bipartidismo imperfecto de antaño. Poco a poco, parece que algunos dirigentes se están acostumbrando a dialogar y negociar para llegar a acuerdos, lo cual nunca está de más. Así, hoy, por ejemplo, leemos en El País que el PSOE y el Gobierno han acordado prohibir los cortes de la luz por pobreza energética. Se trata de un paso en la dirección correcta, me parece. {enlace a esta entrada}

[Wed Dec 21 15:00:01 CST 2016]

Leemos hoy en las páginas de El País una noticia sobre el menosprecio mutuo entre Aznar y Rajoy que, me parece, no hace sino subrayar la importancia de poner fin a las actitudes cesaristas y autoritarias dentro de los partidos polítcos españoles. Da un poco de vergüenza ajena leer párrafos como el siguiente:

Aznar sabía cómo era Rajoy y le había seleccionado a propósito para afianzar la idea en el PP y entre el electorado de que tras su etapa convulsa venía entonces un político "templado”. Su contraparte. Aznar sintió pronto el desengaño con Rajoy del que no cumple con lo que él tenía planeado. Nunca ha querido reconocer abiertamente entre su equipo, tampoco a puerta cerrada en la FAES, que se equivocó con aquella elección. Aznar nunca admite errores. Sigue teorizando que, sobre el papel, Rajoy era la mejor opción posible, pero le gustaría que fuese más expeditivo, firme, menos paciente y que en su relación personal guardase algunos detalles, cierto cariño, posibles gestos. Pretendía que Rajoy no fuese Rajoy. Nada de eso está en la personalidad de Rajoy, según constatan varios colaboradores de ambos.

Sencillamente, no es de recibo que el líder del partido político que está en el Gobierno pueda elegir a dedo a sucesor, como si viviésemos en una monarquía hereditaria. Pero lo peor es que pueden hacer esto (y más, mucho más) sin temor a que el congreso del partido les vaya a llevar la contraria. El resto, por desgracia, lo conocemos todos de sobra. La altivez de Aznar no es nada nuevo. Si a Felipe algunos le llaman "Dios" en el PSOE medio en broma medio en serio, a uno le da algo de miedo imaginar cómo puedan llamar a Aznar dentro del PP. Además de engreído, a menudo hace gala de tener más bien malos modales. Y, para colmo, se cree el artífice del boom económico español cuando, en realidad, al igual que hicieran en Irlanda, montó un chiringuito de especulación a costa de endeudar el país entero y sobre un modelo de crecimiento totalmente insostenible a medio y largo plazo. Viendo las cosas ahora, con algo más de perspectiva, no acierta uno a entender su orgullo altivo, ni tampoco la adoración cuasi religiosa que muestran algunos de sus seguidores. {enlace a esta entrada}

[Tue Dec 6 13:34:50 CST 2016]

Parece que una de las características de la naturaleza humana es nuestra tendencia a aceptar sin más las explicaciones fáciles y los caminos trillados. De un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda achacarlo todo al resurgir imparable del populismo y, de buenas a primeras, casi pareciera que no hay otra forma de explicar razonablemente los acontecimientos políticos que vemos en las noticias. Por eso me parece loable que El País haya publicado hoy un editorial titulado Los errores de Renzi intentando explicar la derrota del Primer Ministro italiano en el referéndum para la reforma constitucional que celebró este pasado domingo:

La derrota del ayer dimitido primer ministro italiano, Matteo Renzi, en el referéndum constitucional celebrado el pasado domingo no debe ser considerada superficialmente como otra victoria del populismo que sumar a la lista en la que figuran el Brexit, el no al tratado de paz en Colombia o el triunfo de Donald Trump en EE UU. No hay nada peor en tiempos de incertidumbre que azuzar el temor entre la ciudadanía con razonamientos de brocha gorda.

(...)

Sin embargo, Renzi ha cometido varios errores muy graves. En primer lugar, una reforma constitucional no puede ser una iniciativa personal sino fruto del consenso más amplio posible. El exalcalde de Florencia tenía en su contra no solo a toda la oposición, sino a una porción significativa de su propio partido. El error fue peor aún al plantear en un primer momento la votación como un plebiscito personal. No sirve de nada desdecirse después. Finalmente, no se puede confundir una reforma constitucional con un cambio de ley electoral, que es lo que verdaderamente con urgencia necesita Italia. Aún así, contra todos, Renzi obtuvo el 40,89% de los votos, porcentaje envidiable en otras circunstancias.

No entro a discutir si la reforma de la ley electoral debiera ser de hecho la prioridad más importante de los gobernantes italianos. De alguna forma lo dudo, pero no voy a entrar ahí. Lo que sí parece evidente es que Renzi afrontó la reforma constitucional desde un punto de vista personalista y hasta caudillista, limitando el diálogo a lo mínimo, presentándose a los ciudadanos (como a menudo suelen hacer los gobernantes) como la única garantía contra el caos y, por último, confundiendo las prioridades. Uno no conoce a la sociedad italiana, pero me da la impresión de que los ciudadanos italianos en estos momentos quieren poco más o menos lo mismo que los británicos, los franceses, los griegos, los españoles o los estadounidenses, esto es, que alguien venga a encarar los graves problemas que abrió la crisis financiera del 2008 y que todavía no se han solucionado (los altos niveles de deuda pública y privada, el desempleo y la precarización, la insostenibilidad de los sistemas de pensiones, la pérdida de derechos laborales de todo tipo, la inseguridad económica y hasta física...). Mientras se les siga ignorando, supongo que lo único que cabe esperar es que sigan dándole un patadón a lo primero que se les ponga por delante, ya sea un referéndum sobre la reforma constitucional, una consulta para abandonar la Unión Europa o unas elecciones presidenciales. La gente simplemente quiere hacerse oír y que los políticos se preocupen de lo mismo que ellos. De momento, sin embargo, no parece que les estén escuchando. No es populismo. Es mera representación política lo que la gente demanda. {enlace a esta entrada}

[Thu Dec 1 15:50:07 CST 2016]

De un tiempo a esta parte, tiene uno la sensación de que en líneas generales, como sociedad, como cultura quizá, hemos perdido la brújula y somos incapaces de guiarnos por esos mundos de Dios. Peor aún, no solamente nos falta la brújula, sino que tampoco tenemos mapa ni nada que se le parezca. Pienso esto, por ejemplo, mientras leo en las páginas de El País la noticia de que hay 34 detenidos por el amaño de partidos de tenis en toda España y, en el cuerpo de la noticia, me encuentro con el siguiente párrafo:

"Los más jóvenes no eran conscientes de lo que estaban haciendo y muchas veces lo hacían para conseguir dinero y poder participar en otros encuentros y así poder llegar a ser alguien en este mundo. Los más mayores lo admitían para ganarse un dinero", ha explicado esta mañana la teniente del equipo de Fraude Económico y Blanqueo de Capital de la Comandancia de Madrid, María Jiménez.

¿Perdone? ¿Cómo que los más jóvenes "no eran conscientes de lo que estaban haciendo", pero no obstante "lo hacían para conseguir dinero y poder participar en otros encuentros y así poder llegar a ser alguien en este mundo"? Luego entonces, parece bien claro que sí sabían lo que estaban haciendo, ¿no? ¿O es que estamos tan perdidos ya que el hecho de implicarse en una actividad ilegal y contraria a los principios más elementales de la ética queda perfectamente justificada por la intención de obtener dinero y subir peldaños en el ránking deportivo? ¿De verdad que el relativismo absoluto del pensamiento débil postmoderno nos ha corroído hasta tal punto que hasta eso parece ya normal? {enlace a esta entrada}