[Mon Aug 31 20:37:31 CDT 2015]

La carta abierta a los catalanes escrita por Felipe González y publicada ayer por El País ha levantado una buena polvareda. En ella, el ex-Presidente del Gobierno hace un llamamiento a los catalanes a evitar la aventura independentista que propone Mas, apuesta por un proyecto común basado en el respeto a la diversidad y, sobre todo, advierte que los modos que se están empleando desde la coalición Junts pel Sí no son precisamente garantía alguna de un futuro en paz y libertad. Las partes que me han parecido más fundamentales son, quizás, las siguientes:

He creído y creo que estamos mucho mejor juntos que enfrentados: reconociendo la diversidad como una riqueza compartida y no como un motivo de fractura entre nosotros. Para mí, España dejaría de serlo sin Cataluña, y Cataluña tampoco sería lo que es separada y aislada.

(...)

¿Qué pasó cuando se propuso a los griegos una consulta para rechazar la oferta de la Unión Europea y “negociar con más fuerza”? Después de que más del 60% de los griegos lo creyeran, Tsipras aceptó condiciones mucho peores que las que habían rechazado en referéndum, con el argumento, que sabían de antemano, de que no tenían otra salida. ¿Sabían que no había otra salida y engañaron a los ciudadanos?

Pueden creerme. No conseguirán, rompiendo la legalidad, sentar a una mesa de negociación a nadie que tenga el deber de respetarla y hacerla cumplir. Ningún responsable puede permitir una política de hechos consumados, y menos rompiendo la legalidad, porque invitaría a otros a aventuras en sentido contrario. Todos arriesgaríamos lo ya conseguido y la posibilidad de avanzar con diálogo y reformas.

Eso es lo que necesitamos: reformas pactadas que garanticen los hechos diferenciales sin romper ni la igualdad básica de la ciudadanía ni la soberanía de todos para decidir nuestro futuro común. No necesitamos más liquidacionistas en nuestra historia que propongan romper la convivencia y las reglas de juego con planteamientos falsamente democráticos.

(...)

No estoy de acuerdo con el inmovilismo del Gobierno de la nación, cerrado al diálogo y a la reforma, ni con los recursos innecesarios ante el Tribunal Constitucional. Pero esta convicción, que estrecha el margen de maniobra de los que desearíamos avanzar por la vía del entendimiento, no me puede llevar a una posición de equidistancia entre los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla.

No creo que España se vaya a romper, porque sé que eso no va a ocurrir, sea cual sea el resultado electoral. Creo que el desgarro en la convivencia que provoca esta aventura afectará a nuestro futuro y al de nuestros hijos y trato de contribuir a evitarlo. Sé que en el enfrentamiento perderemos todos. En el entendimiento podemos seguir avanzando y resolviendo nuestros problemas.

En definitiva, como suele suceder con Felipe González, se puede estar o no de acuerdo con lo que defiende, pero no queda más remedio que reconocer que plantea las cosas con bastante sensatez y moderación, poniendo con ello las bases para el entendimiento, que no es moco de pavo.

De todos modos, hay un asunto que conviene plantearse con respecto al artículo de marras. Tenemos en estos momentos, que yo recuerde, tres ex-Presidentes del Gobierno aún con vida. Pues bien, de los tres, el único que veo contribuir con sensatez y responsabilidad al debate público es Felipe González. Uno, el más reciente, Rodríguez Zapatero, pareciera que se lo hubiera tragado la tierra después de abandonar La Moncloa. Uno entiende que no contaba precisamente con mucho apoyo ciudadano cuando dejó la Presidencia en el 2011, pero ello no quita para que pueda intervenir de cuando en cuando, sobre todo en momentos en los que arriesgamos demasiado y quizá convenga poner toda la carne en el asador. A lo mejor contribuye lejos de los focos a través de su presencia en el Consejo de Estado, no sé. En cualquier caso, mejor que el Presidente anterior, el ínclito José María Aznar, que sólo interviene para tensar la cuerda de una manera abiertamente partidista y sectaria. Su incapacidad para hacer propuestas constructivas y poner en pie un consenso es legendaria. Lo suyo es el enfrentamiento. El estilo cowboy de las Azores. En definitiva que, tal y como está el patio, González es lo poquito que tenemos para tratar de imponer algo de sensatez entre el personal. La falta de liderazgo entre nuestros políticos es sangrante.

No obstante, tampoco debiera dejarme en el tintero unas cuantas críticas al artículo de González. Aunque, en líneas generales, como digo, me parece bien constructivo, las referencias a Albania o a la Italia y la Alemania del periodo de entreguerras me parecen no sólo equivocadas, sino también algo demagógicas. Sencillamente, no creo que haya lugar a la comparación. Pero es que, además, no contribuye en nada a serenar los ánimos, que es precisamente lo que hace falta en estos momentos. Por otro lado, no queda tampoco más remedio que reconocer que, aparte del llamamiento a que se respete la legalidad y pedir al Gobierno que mueva ficha, no hace propuesta alguna para salir del impasse. Porque, seamos claros, si por un lado sólo se habla de la independencia como panacea para todos los problemas que tienen los catalanes (en realidad, le da a uno la impresión, más que nada como excusa para barrerlos bajo la alfombra sin que lo note nadie), por el otro no se plantea sino el inmovilismo más absoluto. Rajoy lleva años no sólo sin mover ficha sino, lo que es mucho peor, sin apenas abrir la boca. No se le oyen propuestas de reforma, planteamientos de diálogo ni casi ideas de ningún tipo. Se limita a aplicar el programa que le marcan desde Bruselas y poco más. Rajoy, más que Presidente, pareciera que es un alto funcionario del Estado que está ahí para seguir órdenes. Entiendo que González no está ya, se supone, metido en la política activa. Pero lo mismo podía haber dado un paso más y haberse molestado en hacer alguna propuesta en positiva, ya que los líderes políticos que tenemos en estos momentos (y, por desgracia, incluyo aquí a los dirigentes de Podemos y Ciudadanos, que parecen estar aplicando la estrategia de verlas pasar y evitar que les estalle algo en este campo de minas) están demostrando ser incapaces de solucionar el problema o, siquiera, poner las primeras piedras para construir un proyecto de futuro. Todos hablan de que les gustaría que los catalanes permanecieran dentro del "proyecto común", pero aquí nadie sabe en qué demonios consiste ese proyecto. {enlace a esta entrada}

[Wed Aug 19 15:53:52 CDT 2015]

A juzgar por lo que veo en las redes sociales, parece que a mis compatriotas les ha dado por debatir una vez más sobre la tauromaquia. En este caso, lo que ha propiciado la polémica, entre otras cosas, ha sido la noticia de que ha habido un total de nueve muertos en diferentes encierros este verano, acompañada por la otra noticia de que el país suma ya más de 2.000 encierros taurinos en un solo año. En fin que, como de costumbre, se enfrentan los favorables a la tauromaquia como milenaria tradición cultural española y mediterránea con aquellos que defienden los derechos de los animales y consideran la práctica inaceptablemente cruenta. Yo, por mi parte, me identifico más con quienes se oponen a la práctica, la verdad. Nunca me llamó mucho la atención, ni tampoco la he seguido nunca. Sin embargo, sí que hay un aspecto en el que seguramente no estoy de acuerdo con la mayoría de mis paisanos que se consideran anti-taurinos: aunque defiendo el derecho a promover campañas contra la práctica desde la sociedad civil, no acaba de gustarme la idea de ilegalizarla. La razón, en principio, me parece bien obvia: en una sociedad liberal, la libertad de cada cual llega hasta donde comienza la de los demás. Y, en este caso, no veo cómo la libertad de aquellos a quienes les gusta la tauromaquia pueda interferir con mi propia libertad, salvo que yo quiera extenderla hasta excusar la prohibición de la práctica a todos aquellos que comparten el proyecto de sociedad conmigo. Pero eso nos conduciría por un resbaladizo camino cuyo fin no acierto a ver con claridad, pues si justificamos la prohibición en este caso, ¿por qué no prohibir otros muchos comportamientos que puedan parecer execrables a la mayoría? En fin que, en esto, como en muchos otros asuntos, siento cierto temor hacia la tendencia que ha ido cobrando fuerza dentro de los grupos más progresistas en décadas más recientes y que fundamenta todo tipo de prohibiciones legales en su aspiración de imponer un determinado credo ético a la sociedad en su conjunto. Curiosamente, se trata de lo mismo que cuando yo era bien joven echábamos en cara a los sectores más tradicionalistas de nuestra sociedad. Magnífica ironía que los progres de antaño acaben recortando libertades individuales, tal y como querían hacer a finales de los setenta y principios de los ochenta los grupos ultraconservadores. {enlace a esta entrada}

[Sun Aug 2 10:49:39 CDT 2015]

Esta semana, el tema preferido de conversación aquí en los EEUU, tanto en las charlas reales como en las virtuales, ha sido la muerte del león Cecil a manos de un cazador de Minnesota. Hasta tal punto ha llegado la obesión contra el presunto cazador furtivo que se han lanzado campañas de recogida de firmas solicitando su extradición a Zimbabwe (obviamente, sin detenerse a pensar si su sistema judificial ofrece las mínimas garantías de un juicio imparcial) y, peor aún, llamamientos al boicoteo de la clínica dentista de la que el presunto cazador furtivo es dueño (sin considerar que, con ello, también se pone de patitas en la calle a quienes están empleados en la misma, además de poner a toda una familia en una delicada situación económica) o amenazas de muerte. No se trata aquí, ni mucho menos, de defender la práctica de la caza de animales en vías de extinción. Tampoco se trata de poner en duda que la acción como tal es poco ética y debe ser perseguida por la justicia. Ahora bien, lo que sí me parece preocupante es la creciente tendencia en nuestras sociedades desarrolladas a dirimir los conflictos sociales a través de los mecanismo poco previsibles y altamente dudosos de la "justicia popular" o, para hablar claro, el linchamiento público, si no de la persona física, sí de su respetabilidad e imagen. O, para ponerlo en otros términos, la preocupante tendencia a lanzar campañas de justicia ad hoc al margen de cualquier institución, de manera improvisada y revanchista, sin garantía alguna de imparcialidad. Cada vez parecen ser más los colectivos sociales que creen justificado el tomarse la justicia por su mano. La tendencia gerenal, pues, es la del socavamiento de las instituciones democráticas que nos dimos durante los años de expansión y consolidación de la democracia liberal representativa. Repito: que nadie entienda esto como una defensa del presunto cazador furtivo. Sin embargo, conviene que nos andemos con cuidado a la hora de lanzar este tipo de campañas. La difamación, la demagogia y el sectarismo están comenzando a adquirir un lugar central en nuestra escena pública que debiera preocuparnos. {enlace a esta entrada}