[Thu May 29 09:22:52 CDT 2014]

Me ha parecido bien interesante el artículo de Ignacio Urquizu, titulado El estado de ánimo de los españoles, que publica hoy El País y en el que se atreve a hacer una somera interpretación de los resultados de las recientes elecciones europeas en clave de cambio:

La palabra clave en lo que nos está sucediendo como sociedad es cambio. Pero no un cambio cualquiera. La etapa histórica que estamos viviendo no es una época de cambios, sino que estamos ante un cambio de época. Es una transformación de gran profundidad que debe llevarnos a revisar muchas ideas.

(...)

Pero si para analizar a la sociedad necesitamos patrones nuevos, la política y sus actores también deben transformarse profundamente. El perfil de los representantes tiene que cambiar en cuatro direcciones. En primer lugar, la ciudadanía demanda políticos que tengan vida más allá de esta actividad y que hayan desarrollado una profesión en algún momento de su vida. En segundo lugar, esperan personas intelectualmente sólidas que puedan defender una idea de país, algo totalmente alejado de los políticos de argumentario. En tercer lugar, el problema ya no es de cercanía, sino de representación. No esperan que sus representantes sean próximos, quieren que los políticos sean como ellos. Y finalmente, esperan que quienes les representen no confundan sus intereses particulares o de su partido con los intereses del país.

No es un problema de cómo se elige a los líderes (primarias o congreso). De hecho, es una cuestión secundaria, porque tenemos ejemplos de candidatos elegidos por primarias que fracasan y políticos salidos de un congreso que triunfan. La dificultad está en qué perfiles tienen los que quieran liderar una organización y qué ideas ponen sobre la mesa. Dicho en otras palabras, el problema de los liderazgos ahora mismo no es de personas ni de ideas, es de personas con ideas.

No se trata, en fin, de liderar ninguna revolución. Estoy convencido de que lo que reclama la amplia mayoría de ciudadanos es una reforma profunda del sistema entero, que tampoco es moco de pavo. Se mire como se mire, el sistema que heredamos de la transición a la democracia a finales de la década de los setenta está ya completamente agotado. Asumámoslo de una vez por todas. Ha llegado a su fin. Ha dado de sí todo lo que podía dar. Fue una componenda necesaria en aquel momento, cierto. Se hizo lo que se pudo. No creo que debamos cargar las tintas contra quienes la protagonizaron. Las circunstancias eran bien distintas. Pero ahora, bien entrado el siglo XXI, ha llegado el momento de sentar nuevas bases para el país. Como bien dice Urquizu, lo que echamos de menos entre nuestros políticos es una visión de país, un plan más o menos claro de a dónde debemos ir. En lugar de eso, tenemos funcionarios de la política incapaces de saltarse una coma de sus argumentarios. Falta grandeza de espíritu, preparación intelectual. Sobra el adocenamiento sectario y cuartelero de quien se agarra a un puesto como a un clavo ardiendo porque no tiene capacidad de vivir más allá de la política. Eso es lo que hay que cambiar antes que nada.

Por otro lado, también he leído hoy la noticia sobre las declaraciones de Felipe González en las que advierte sobre los peligros de las "alternativas bolivarianas". Parece bien claro que lo que Pablo Iglesias ha venido en llamar "la casta política" anda bien preocupada con los resultados electorales, que parecen indicar el hundimiento del bipartidismo restaurador. No obstante, tampoco creo que haya que echar los comentarios de Felipe González en saco roto. El peligro "bolivariano" está sin duda ahí. Al menos de momento, Podemos ha hecho gala de un liderazgo carismático que debiera hacernos reflexionar. Pero es que, además, ha ido cabalgando únicamente sobre la marea de indignación popular contra el régimen establecido sin llegar a hacer propuestas claras en positivo, que es lo que nos hace falta en estos momentos. Pese a todo, creo que es demasiado pronto como para exigirles nada. Lo primero, creo, es desmontar el tinglado que sostiene a los dos partidos mayoritarios. En ese aspecto, me parece que Podemos puede contribuir mucho. Pero, como decía, hay que andarse con cuidado. {enlace a esta entrada}

[Tue May 27 17:25:19 CDT 2014]

Bueno, pues ha llegado el momento de hacer algunos comentarios (pocos, la verdad) sobre los resultados de las elecciones europeas del domingo. No creo que nadie pudiera decir con toda seguridad antes del domingo que los dos partidos mayoritarios iban a haber perdido tanto apoyo ciudadano, pero algo de ello sí que se veía venir, la verdad. El descontento ciudadano es demasiado profundo y está demasiado extendido como para que no se hubiera aprovechado una oportunidad así. Ahora bien, otra cosa bien distinta es la sorpresa del buen resultado de Podemos.

Pero vayamos por partes. En primer lugar, el voto de los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE en estos momentos) no sobrepasa la barrera del 50% por primera vez desde la reinstauración de la democracia en España. Solo este dato ya es bastante fuerte. ¿Indica que el electorado español prefiere apostar por un sistema algo más plural? No está nada claro, creo, que el comportamiento del votante vaya a ser el mismo en el caso de unas elecciones generales, ni tan siquiera en las municipales y autonómicas. Las europeas son algo distintas, tanto por su circunscripción nacional (que aminora en cierta medida las distorsiones introducidas por la Ley D'Hondt) como por el hecho de que la gente no siente que haya tanto en juego y se atreve más a apostar por los pequeños partidos. En otras elecciones el voto útil tiene mucha mayor importancia que en las europeas y esto conviene tenerlo bien presente. Pero, en cualquier caso, parece claro que los ciudadanos han enviado un mensaje claro y contundente a unos (PP) y a otros (PSOE). La gente está harta de tanta corrupción y sectarismo y, desde luego, no puede soportar a lo que Pablo Iglesias, el candidato revelación, ha dado en llamar "la casta política". Por más que se apunten unos a otros con dedo acusador, la gente de la calle parece tener bien claro que unos y otros (PP y PSOE, PSOE y PP) son igualmente responsables por la penosa situación en que se encuentra el país en estos momentos. En esas circunstancias, no vale de mucho lanzar diatribas sectarias contra el oponente sin hacer un mínimo de autocrítica, por no hablar de analizar las causas profundas de nuestros problemas. El hecho es que socialistas y populares llevan ya mucho tiempo jugando al pim-pam-pum más descerebrado, y la gente está hasta las narices. Cuando la cosa iba más o menos bien, era fácil reírse, ignorarles y mirar para otro lado. Pero ahora que estamos atravesando la peor crisis en décadas, la gente no tiene paciencia para el cruce de acusaciones de costumbre.

Segundo, a mí personalmente me llama la atención que la abstención se haya mantenido en la misma cota que hace cinco años. Después de todo, el ciudadano medio está cada vez más desilusionado con los políticos en general. En este sentido, me parece positivo que hayan surgido unas cuantas fuerzas nuevas capaces de aglutinar ese voto de protesta sin hacer concesiones al populismo nacionalista y xenófobo que campa a sus anchas por otros sitios. Todo depende, por supuesto, de lo que den de sí esas fuerzas nuevas a las que hago referencia.

Y entramos así en el tercer punto, la sorprendente aparición de Podemos en el panorama político español. Tanto como se hablaba de la necesidad de que surgiera una Syriza española, y ahora resulta que aparece en la forma de Podemos, en lugar de Izquierda Unida, que es lo que todo el mundo esperaba hasta hace poco. De hecho, en algunos sitios (Madrid, por ejemplo), Podemos ha superado a Izquierda Unida en número de votos y se ha colocado para sorpresa de todos como tercera fuerza política. Eso sí, habrá que ver si son capaces de mantenerse ahí en las municipales y autonómicas. En todo caso, además del excesivo personalismo caudillista que veo en la candidatura de Podemos, creo que adolecen del mismo problema que afecta igualmente a Syriza en Grecia: la indefinición populista. En otras palabras, mientras puedan mantenerse exclusivamente en el discurso negativo y de protesta, todo irá sobre ruedas. El problema, claro, surgirá cuando se vean obligados a proponer soluciones. En cualquier caso, el personalismo es casi inevitable en una fuerza política tan joven y que apenas ha tenido tiempo para prepararse para estas elecciones (recordemos, por cierto, que el CDS de otros tiempos también se montó en torno a la figura de Suárez, o que el UPyD de ahora tampoco se entiende sin la presencia apabullante de Rosa Díez). Se mire como se mire, Podemos representa en estos momentos un soplo de aire fresco en la política española, además de una posibilidad bien seria de que la izquierda pueda llegar a refundarse en algo más sólido y auténticamente transformador. Habrá que darles algo de tiempo.

¿Qué decir del PSOE, donde ya han comenzado las primeras dimisiones y los primeros movimientos para llevar a cabo un nuevo intento de renovación interna? Pues la verdad es que ya no sabe uno qué pensar de los socialistas. A estas alturas de la película ya casi ni me parecen capaces de promover una auténtica renovación que vaya más allá del mero cambio de caras. Sencillamente, están demasiado unidos al régimen de la transición democrática y al sistema bipartidista al estilo de la Re-restauración. Soy más bien pesimista con respecto a las posibilidades reales de que los socialistas sean capaces de alejarse del tibio social-liberalismo que les ha caracterizado desde hace años y menos aún de que se atrevan a llevar a cabo reformas de calado en las estructuras políticas internas y del país. Por el contrario, les veo más bien como un PASOK español incapaz de deshacerse del abrazo del oso de la derecha y reaccionar a la ola de descontento que se está levantando en su flanco izquierdo. Lo mismo de aquí al medio plazo el PSOE se queda en partido minoritario de centro-izquierda o incluso centro-centro. Por cierto, el hecho de que parezcan estar poniendo todas sus esperanzas en Susana Díaz y la federación andaluza no me llena precisamente de fe en sus posibilidades para renacer de las cenizas. Si acaso, habría que esperar más de lo mismo. Y la gente ya no está por la labor.

Por lo demás, ¿qué otra cosa queda por decir? También a mí me preocupan tanto el resurgir del populismo de derechas de corte nacionalista y xenófobo como el alto grado de abstención en la Europa del Este. Conforme pasan los años me parece más y más evidente que la UE nunca debiera haberse extendido hacia el Este de la forma en que lo hizo, aprisa y corriendo. Nos dejamos influir por las presiones del "amigo americano" (que, por cierto, seguramente lo hizo más bien con malas intenciones) y ahora estamos pagando el pato. {enlace a esta entrada}

[Thu May 22 20:45:53 EDT 2014]

Yo no sé qué pensarán otros, pero a mí me da la sensación de que nos están tomando el pelo con esto de la campaña para las elecciones europeas. De momento, todo parece indicar que las desafortunadas declaraciones de Arias Cañete tras su debate televisado con Elena Valenciano se ha convertido en el principal asunto de debate, lo cual ya es bastante indicativo de la calidad media de la campaña. En lugar de discutir sobre las políticas de austeridad, sobre cómo solucionar el creciente sentimiento de insatisfacción generalizada entre los ciudadanos, cómo parar la marea populista, la enorme crisis por la que atraviesa el proyecto de integración europeo, la política de inmigración o las negociaciones del tratado de libre comercio con los EEUU, estamos perdiendo el tiempo discutiendo si Arias Cañete es o no un machista. Constatamos, por tanto, la definitiva americanización de la política española. Ha triunfado la forma sobre el contenido, la imagen sobre los principios y valores, el tacticismo cortoplacista para arañar votos sobre el discurso político de largo recorrido. En fin, no debiera sorprender a nadie. Ya hacía tiempo que se veía venir. Eso sí, cuando hace un par de días salió Esteban Gonzáles Pons usando un tuit de Valenciano sobre el futbolista Ribéry para defender a Cañete pensaba uno que habíamos tocado fondo. La nimiedad convertida en centro del debate. Lo anecdótico alzado al trono de rey de los medios, al menos por unas cuantas horas... o minutos. Damos asco.

Eso sí, por si alguien pudiera pensar que tan solo los españoles caemos en estas tonterías, hoy mismo leemos la afirmación de Manuel Valls, primer ministro francés, de que "en Francia no hacemos política de austeridad como en España". Jaja. Lo siento, se me ha escapado la risotada. Éste otro, además, por si fuera poco, se piensa que somos imbéciles. No hay más que leer la prensa para darse cuenta de que Hollande ha dado un giro de 180 grados a su política para... bueno, precisamente para comenzar a aplicar las medidas de austeridad que le reclaman desde Bruselas, exactamente igual que Rajoy en España. Que no haya tenido que aplicar una austeridad tan dura como la de aquí (eso sí, por el momento) se debe más al hecho de que la economía francesa se encuentra en mejores circunstancias y siempre ha sido bastante más fuerte que la nuestra, pero no a que su Gobierno esté aplicando una política alternativa a la que se está imponiendo por toda Europa. Como digo, nos toman el pelo y encima se ríen de nosotros a la cara. Después, cuando se lleven un susto en las urnas, se sorprenderán. {enlace a esta entrada}

[Sat May 17 07:40:38 CDT 2014]

Hace ya unos días que el diario El País lleva publicando una serie de artículos generales sobre la Unión Europea con motivo de la campaña de las eleccines al Parlamento Europeo. Así, el martes pudimos leer un artículo titulado El maná menguante europeo sobre la importancia que han tenido los fondos europeos en la modernización del país y hoy, paradójicamente, publican otro, gráficamente titulado Dinero por el desagüe, que viene a mostrar la otra cara del asunto. Porque, seamos sinceros, si medimos el progreso de un país por su avance material y en bienestar general, la España de principios de los noventa estaba a años luz de la que conocimos apenas diez años antes, en buena parte gracias a la Unión Europea. Ahora está más bien de moda denigrar a la UE y sus instituciones, y no sin parte de razón, todo hay que decirlo. Sin embargo, en lo que hace al progreso material de nuestro país creo demostrado que ha tenido un efecto positivo en líneas generales. Más importante aún, se mire como se mire, el país se modernizó a pasos agigantados durante esa década, dejando atrás un pasado de miseria y tradicionalismo carpetovetónico que nuestros intelectuales más preclaros habían señalado durante décadas como la principal rémora del país. Por supuesto, todavía quedan retazos de aquella España de ayer, voces nostálgicas de un pasado imperial que asoman la cabeza aquí y allá de cuando en cuando. Pero, en líneas generales, no cabe duda de que la sociedad española de hoy se ha sumado al carro de la modernización. Sigue teniendo sus problemas, como cualquier otra sociedad. El progreso ha sido desigual y, como veremos, bastante frágil y hasta parcialmente engañoso. Cierto. Todo cierto. Pero, de una u otra manera, nadie con un mínimo de decencia puede afirmar que la España de hoy está más atrasada que la de finales de los setenta o principios de los ochenta. El primer artículo enlazado sobre estas líneas lo deja bien claro:

La esperanza de vida era de 76 años en 1986; hoy alcanza los 83. La renta per cápita estaba en torno a los 7.000 euros; ahora es de unos 23.000, rozando la media europea. Hay unos 7.000 kilómetros de autovías, frente a los 700 de hace 30 años. Pero hay también cifras menos pintureras: la inflación rozaba el 10% y eso suponía graves problemas; ahora está cerca del 0% y eso genera otro tipo de líos. El paro, en medio de una grave crisis industrial, era del 17%; media docena de reformas laborales después, y ya casi sin industria, hoy es del 26%.

La aceleración económica de esos casi 30 años ha sido espectacular, aunque se incluya el último lustro de crisis severa, tanto por las aportaciones de fondos europeos (en torno al 1% del PIB anual) como por la entrada en un mercado único que obligó a modernizar la economía: España es, junto con Alemania, el único país europeo que desde el cambio de milenio ha mantenido su cuota de exportación mundial. “Hay datos de sobra para matizar el derrotismo, el regeneracionismo, el noventayochismo del que se suele abusar en España”, analiza Antonio Quero desde la Comisión Europea.

Las cifras más negativas que se reproducen arriba corresponden, conviene tenerlo en cuenta, a una época de recesión como no habíamos visto no solo nosotros sino el mundo entero desde la década de los treinta del siglo pasado. Conviene no olvidarlo. Como conviene no olvidar que, pese a todo, los principales indicadores de bienestar (esperanza de vida, educación, salud, etc.) nos sitúan muy por encima de lo que conocimos a principios de los ochenta.

Sin embargo (¡ay, sin embargo!), ahora que han llegado los años de vacas flacas parece que también se reproducen las pulgas. Así, aunque durante los años de crecimiento ni siquiera nos parábamos a pensar sobre ello, ahora nos damos cuenta de que buena parte del maná que llegó de Bruselas fue dilapidado en proyectos faraónicos que quedaban muy bien pero no contribuían al desarrollo económico (ni humano) de nuestra sociedad. Como se nos explica en el segundo artículo que enlazo arriba:

Uno de los fiascos más llamativos se originó en la catástrofe del buque Prestige frente a las costas gallegas en noviembre de 2002. El desastre ecológico armó de razones al Gobierno, entonces presidido por José María Aznar, para proyectar un puerto exterior a diez kilómetros de A Coruña. La idea era alejar el peligro del tráfico de combustibles del interior de la ría y liberar a la ciudad del oleoducto de seis kilómetros que la atraviesa. Pero el proyecto se olvidó de lo más importante: negociar con Repsol el traslado de los tráficos de crudo del interior del actual puerto a la costosísima dársena exterior de Punta Langosteira. Doce años después, la petrolera no se ha trasladado, pese a que se han invertido 750 millones en el nuevo puerto. La factura para Europa fue de 267,5 millones de euros en Fondos de Cohesión.

Las desalinizadoras son otro de esos casos lamentables: en 2012 el ministro de Agricultura y hoy candidato europeo Miguel Arias Cañete habló en el Congreso de “fracaso estrepitoso” al referirse a ellas. Tras una inversión de más de 1.600 millones, las 17 plantas existentes solo funcionaban al 16,45% de media. Bruselas tomó buena nota de aquello y exigió a España medidas. Cañete no volvió a mencionar el fiasco, pero sigue ahí. Las de Santa Eulalia, en Ibiza, (99,4 millones) y Ciutadella, en Menorca, (55,2 millones) no se han puesto de funcionamiento nunca y no están conectadas a la red de agua potable por problemas de diseño y acabado. Otro ejemplo es la desalinizadora de El Prat. Fue una de las grandes obras hidráulicas de la Generalitat después de un episodio de sequía que puso en peligro el abastecimiento de agua en Barcelona en 2007 y 2008. La factura ascendió a 230 millones (el 75% financiados por fondos comunitarios), pero desde su construcción ha trabajado a un 10% de su capacidad.

Hay otros muchos ejemplos de inversiones menores. En Córdoba, el Espacio Andaluz de Creación Contemporánea lleva dos años terminado sin dotación ni fecha de apertura, pese a que para su construcción se pagaron 27,3 millones dentro del programa operativo Andalucía 2007- 2013 con fondos FEDER. El centro Federico García Lorca de Granada, proyectado en 2007, también contó con fondos europeos. Aspiraba a ser una referencia internacional de la obra del escritor, pero languidece sin fecha de apertura aunque la obra lleva años casi terminada.

El problema no es, como ahora nos quieren hacer creer algunos, que buena parte del dinero se perdiera en corrupción. Algo de eso hubo, sin duda. Pero, por lo general, el dinero se invirtió. Después de todo, las obras están ahí. Las infraestructuras también. El asunto, me temo, es bastante más complicado. Nos entró una enfermedad mental que nos hacía ver las infraestructuras de comunicaciones como el nuevo Eldorado. Y la verdad es que, aunque son importantes, tampoco es posible levantar toda una economía desarrollada únicamente sobre esos cimientos. Repito: no se me malinterprete. Hoy mismo leemos también en las páginas de El País cómo Obama está intentando lanzar un nuevo programa de reconstrucción de las infraestructuras de EEUU, que se encuentran enormemente dañadas y anticuadas. Cualquiera que viva aquí lo sabe porque lo ve a diario. Pero en lugar de emplear todo ese dinero en la construcción de infraestructuras (algo que, por cierto, probablemente no hizo sino alimentar el monstruo de la especulación inmobiliaria y el imperio del ladrillo que vendría poco después), quizá debiéramos haber usado buena parte de los fondos en ampliar la educación, alfabetizar tecnológicamente y fomentar la investigación científica, entre otras cosas. Hubiera servido, creo yo, para asentar nuestra economía sobre unos cimientos más sólidos. Claro que a toro pasado es bien fácil darse cuenta de todo esto. En todo caso, lo que nos hace falta en España es más seriedad, más consistencia, mas aprecio por lo bien hecho, y menos gusto por el colorido y lo superficialmente atractivo. Pero eso, por supuesto, es bien difícil de cambiar. {enlace a esta entrada}

[Tue May 6 09:24:00 CDT 2014]

El País publica hoy una noticia sobre un ensayo escrito por el antiguo Ministro de Cultura, César Antonio de Molina, sobre la relación entre el poder y los intelectuales que, me parece, debiera dar que pensar un poco sobre la política y el poder:

Un día de abril de 2009 a César Antonio Molina (A Coruña, 1952) le despojaron de la cartera de ministro de Cultura y le dieron el argumento para escribir un libro. José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que le había invitado a entrar al Consejo de Ministros apenas dos años antes, le invitó a salir. "Me dijo tres cosas, que yo era muy austero y que necesitaba una chica joven y glamur". "Se me cayó el mundo encima cuando escuché lo de la austeridad, que para mí era una virtud esencial en política. Me pareció escandaloso y me causó una duda que este libro me ha ayudado a superar", recuerda Molina en su despacho de la Casa del Lector, la institución cultural que dirige en Matadero (Madrid) desde 2012.

El terapéutico libro que le ha cauterizado la herida, La caza de los intelectuales (Destino), es un ensayo histórico sobre la espinosa relación entre los pensadores y el poder, que arranca con Cicerón y desemboca en la pugna entre los escritores Mario Vargas Llosa y Jorge Volpi sobre bondades y maldades de los actuales tiempos para los creadores. En los países democráticos, los riesgos que acechan a los intelectuales incómodos de hoy nada tienen que ver con los que afrontó el romano, asesinado por orden de Marco Antonio, pero esto no quiere decir que sean tiempos fáciles. "Excepto en lugares antidemocráticos, no hay violencia, pero hay esta confusión y esta idea de falsa democracia de que todo el mundo es capaz de hacer periodismo, pintar, opinar... no hay filtros, gentes que sean capaces de sacar lo bueno y lo malo. Se le llama sabio a un futbolista con lo cual se degrada la palabra, los best-seller lo inundan todo, los museos se obsesionan con los millones de visitantes. Hay que poner cierto orden y sensatez en ese inmenso caos en el que estamos viviendo, en el que Borges y Cervantes tienen que ser Borges y Cervantes, se vendan más o menos".

La noticia me lleva a plantearme dos cosas. En primer lugar, la verdad, no sorprende demasiado que Zapatero tomara una decisión de la relevancia de sustituir a un ministro basándose en un criterio tan superficial como el del "glamour". Sencillamente, su tercera vía, como la de Blair, parece que estaba basada más en las formas que en el contenido. Cuidado, no es que no tomara algunas medidas de cierto peso (la retirada de las tropas de Irak, la apuesta por la Alianza de Civilizaciones, le reforma del aborto, la Ley de Dependencia...) pero, en líneas generales, creo que podemos decir objetivamente que lo suyo era más de estilo que de contenido. Todo muy postmoderno y "post-ideológico". Y, en segundo lugar, por lo que hace a los comentarios de Molina sobre la pérdida de valores y la desorientación generalizada, se trata sin duda de una característica de nuestro tiempo. En ese sentido, no sorprende, por desgracia, que le llamaran la atención por dar un discurso que, según se le dijo, parecía una conferencia, porque "no era conveniente manifestar un mayor conocimiento que los presentes". El igualitarismo mal entendido. El igualitarismo no aplicado a la justicia social (¡por Dios, eso sí que no!), sino a las formas, a la imagen. El igualitarismo demagógico del "todo vale" y del "todo el mundo tiene derecho a una opinión" (y, por supuesto, todas las opiniones tienen el mismo valor). Ese es el mundo en que vivimos. Y, puesto que dicha actitud se extiende por todos los demás ámbitos de la vida cotidiana, no debiera sorprender a nadie que haya llegado también al mundo de la política. Al fin y al cabo, los políticos dependen del voto del consumidor... digo, del ciudadano. {enlace a esta entrada}

[Tue May 6 08:00:41 CDT 2014]

Con la que está cayendo, leer que según la encuesta más reciente del CIS, PP y PSOE se reparten cerca del 60% de los votos es más bien desalentador. Con una economía hundida, una deuda pública por encima del 100% del PIB y que casi se ha triplicado en los últimos años, unos bancos que se enriquecen sin conceder créditos (esto es, sin ejercer su papel en la sociedad) pero no dudan en poner la mano para aceptar los rescates del mismo papá Estado que tanto denigran cuando beneficia a quienes menos tienen, un desempleo por encima del 25%, el sistema de pensiones en peligro, los recortes en sanidad y educación, los escándalos de corrupción, la especulación inmobiliaria, la cultura del pelotazo, la endogamia partidista... los artífices del desastre (porque, no nos engañemos, tan responsable es un partido como el otro) siguen contando con la confianza mayoritaria de los ciudadanos. Uno ya no sabe a qué atenerse, la verdad. Los dos, PP y PSOE, PSOE y PP, merecen hundirse en las elecciones y pasar a ser partidos minoritarios en el hemiciclo, si no incluso desaparecer del mapa político. España necesita una seria y profunda reforma de todo su entramado institucional, y tanto uno como otro han demostrado de sobra que no están dispuestos siquiera a iniciar el debate. No hay tiempo que perder. O se lanza un ambicioso proyecto de reforma del sistema o, me temo, de aquí a poco estalla el descontento social en la calle y los resultados se hacen completamente imprevisibles. {enlace a esta entrada}

[Fri May 2 21:47:30 CDT 2014]

Hace unos días leí un artículo de Emir Sader titulado La izquierda en la era neoliberal publicado en la web de Página 12 que, aunque sin ser nada del otro mundo, sí que resume bastante bien, creo, el predicamento de las izquierdas en estos momentos:

Los tiempos neoliberales no se han anunciado como buenos para la izquierda. Se han abierto con el fin de la Guerra Fría y la victoria del campo imperialista sobre el socialista, con la sustitución del modelo de bienestar social por el liberal de mercado. Como consecuencias, entre otras, el debilitamiento de la idea del socialismo, de las soluciones colectivas, de los partidos, del Estado, de los sindicatos, del mundo del trabajo.

Una derrota de dimensiones históricas para la izquierda, con el retorno de la hegemonía liberal, ahora con un proyecto global, tanto en el sentido económico, político, social e ideológico, como también en el sentido de ser globalizada, extendida a todas las regiones del mundo.

Las reacciones de la izquierda fueron diferenciadas. La socialdemocracia —empezando por la francesa y la española— encontró su forma de adhesión, contribuyendo decisivamente a la universalización del consenso neoliberal y a su extensión hacia América latina. Aquí, primero corrientes nacionalistas, como el PRI mexicano, después el peronismo con Carlos Menem, después la socialdemocracia, con Acción Democrática de Venezuela, el PS de Chile, el PSDB de Brasil, se han sumado a modalidades de neoliberalismo.

Los partidos comunistas sufrieron doblemente los cambios: el fin de la Unión Soviética —su referencia histórica fundamental— y la ruptura de la alianza con la socialdemocracia, por la nueva orientación política de ésta. El debilitamiento del movimiento sindical contribuyó además para reducirlos a una situación de aislamiento político.

La resistencia al neoliberalismo, en su auge en los años '90, fue protagonizada sobre todo por movimientos sociales y por las fuerzas de izquierda que no habían adherido al neoliberalismo, cuya expresión más grande fue el Foro Social Mundial, en sus primeros años.

Efectivamente, ese viene a ser, poco más o menos, el resumen de la derrota de las izquierdas en las décadas que se extienden desde el repliegue de fuerzas de los años setenta a nuestros días. Si las primeras décadas del siglo XX, hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial, se caracterizaron por el auge de las izquierdas, que llegaron a conquistar el simbólico Palacio de Invierno en la Rusia zarista y, después, con la derrota de las potencias del Eje, se extendió por toda la Europa oriental y, principalmente, por los países del recién liberado Tercer Mundo, forzando indirectamente un cambio de táctica por parte del capitalismo, que se vio forzado a mostrar un rostro más humano durante el periodo de la postguerra, lo cierto es que, llegada la década de los setenta (y, sobre todo, los ochenta), las izquierdas (todas ellas) estaban ya en franca retirada por todos sitios.

Las cosas siempre se ven un poco mejor a toro pasado. Y ahora, con la perspectiva que nos da el tiempo, parece evidente que la apuesta de los partidos comunistas por un modelo socialista estatista y totalitario (amén de la supeditación de sus propios intereses y los de la clase obrera a los objetivos más bien chatos y cortoplacistas de la nomenklatura soviética), así como el error de la socialdemocracia al confiarlo todo a un Estado del Bienestar que, en realidad, no suponía para la élite económica sino un mero truco provisional para evitar el conflicto social y contentar a las masas mientras se dirimía la Guerra Fría, condujeron directamente a la situación en la que nos encontramos en estos momentos: con un capitalismo que pareciera herido de muerte, incapaz siquiera ya de ofrecer un crecimiento económico sólido más allá de burbujas y deuda y que, por si fuera poco, se dirige a toda velocidad hacia el encontronazo con el muro de los límites ecológicos del planeta, la izquierda prácticamente no existe. Ni hay un partido político (ni tampoco varios) que lidere la lucha, ni tampoco existen ya unos sindicatos fuertes, ni mucho menos podemos decir que haya una clase obrera auténticamente organizada en una estructura organizativa autónoma, como sucedía décadas atrás. El capitalismo nos ha integrado a todos y, después, derrotada la URSS y finiquitada la amenaza roja, nos ha arrojado al cubo de la basura sin más contemplaciones. La resistencia que todavía se da es más bien desesperada. Vamos a la contra. No luchamos por nada en concreto, sino solamente contra algo.

¿Que si aún es posible construir una alternativa? Yo creo que sí. Pero, como dice Sader, seguramente debe provenir de los movimientos sociales, y no de los viejos partidos políticos socialistas y comunistas. Estos harían bien en no obstaculizar lo que de nuevo pueda surgir de las luchas que se están desarrollando en estos momentos y, si de verdad quieren contribuir al fin del capitalismo, debieran sumarse de buena fe, sin intenciones de manipular para sus propios fines sectarios. Sí, la izquierda ha de refundarse por completo. Eso ya lo sabemos todos. Lo venimos oyendo desde los años ochenta. Pero ahora debiera quedar bien claro que ya no es posible hacerlo promoviendo la convergencia en la casa común socialdemócrata, como algunos pretendieran allá a principios de la década de los noventa, recién caído el Muro de Berlín. O dotamos a la izquierda de unas nuevas estructuras reconstruidas de abajo arriba, o no hay esperanza alguna. Ahora, como hace tantos años, la alternativa sigue siendo lo que ya advirtiera Rosa Luxemburgo en su momento: socialismo o barbarie. {enlace a esta entrada}