[Wed Jul 30 08:19:27 CDT 2014]

Creo que hacía ya tiempo que no subía aquí ninguna viñeta de El Roto. Bien, pues hoy subo dos. La primera fue publicada en El País hace un par de días y viene a reflejar bastante bien el mundo en que vivimos hoy en día, sumergido hasta las orejas en deuda en un desesperado intento por parte de unos (los endeudados) de sobrevivir como buenamente se pueda y por parte de los otros (los acreedores) de salvar un sistema económico que cada día parece más insostenible:

Por cierto, que la otra viñeta, publicada hoy por el mismo diario, viene a retratar a la perfección la actitud de estos últimos a los que me refería antes (esto es, los acreedores):

Como tantas otras veces, El Roto se manifiesta como el mejor retratista de la realidad que nos circunda. {enlace a esta entrada}

[Mon Jul 28 21:20:08 CDT 2014]

El País publicaba hoy una noticia sobre Francisco Martínez, Alcalde del pueblo castellonense de Vall d'Alba, a quien denomina "el penúltimo cacique de Castellón" en el titular. Y, la verdad, no sabe uno qué pensar de todo el asunto. Aparte del hecho de que domina el pueblo como un auténtico cacique de principios del siglo XX, se permite el lujo de amedrentar a quienes osen criticarle (a juzgar por el temor que tienen los vecinos a hablar con la periodista que firma la noticia, aquello parece un pueblo mafioso del sur de Italia) y, por supuesto, derrochar dinero público sin ton ni son en obras sin sentido (por ejemplo, un "paseo marítimo" a más de veinte kilómetros de la playa más cercana) o en otras que le benefician directamente a él, como puede ser la construcción de "una coqueta plaza en la zona de masías cercana llamada Mas de Roures" donde, casualidades de la vida, su propia familia había comenzado la construcción de una urbanización de apartamentos rurales. En fin, que la historia ya es más o menos conocida: político corrupto asalta las arcas públicas para provecho propio y, de paso, es lo suficientemente inteligente como para repartir migajas entre sus conciudadanos para poner en pie la red clientelar que le permitirá prolongar su mandato. No es nada nuevo, desde luego. Y tampoco se trata de algo propio de nuestro país, ni mucho menos. A fin de cuentas, viene a ser algo parecido a lo que los estadounidenses llaman pork barrel (entrada en la Wikipedia en castellano aquí; versión inglesa, bastante mejor, aquí). Hace tan solo unos años que se hizo tristemente famosa aquí en los EEUU la historia de un "puente que no conduce a ninguna parte" que se construyó gracias a una de estas maniobras políticas para alimentar redes clientelares. No recuerdo bien dónde fue, pero quizá se tratara de Alaska. Y tampoco fue hace mucho tiempo. Creo recordar que fue a finales de los noventa o principios de la década de los 2000.

En todo caso, lo que sí debe ser auténticamente español (bueno, seguramente se verá en el sur de Italia también) es el hecho de que el bueno del Alcalde no tuviera mejor idea que mandar construir una ermita que cuenta con un retrato suyo en el altar mayor para comenzar la tradición de una romería anual que él mismo inventó. Parece sacado de una película pero, como decía el bueno de Paco Gandía, es totalmente verídico. {enlace a esta entrada}

[Sun Jul 6 16:28:34 CDT 2014]

El País publica hoy un magnífico artículo de José Ignacio Torreblanca titulado La socialdemocracia en la era de la austeridad que diagnostica bastante bien el dilema en que se encuentra la socialdemocracia en estos momentos. Remontándose a los orígenes mismos de la socialdemocracia, el autor nos explica cómo una parte del movimiento obrero optó por el sufragio universal y las urnas como método para alcanzar el poder y llevar a cabo los cambios sociales que creían necesarios, lo cual en su momento llevó a la división del movimiento entre aquellos que apostaban por las vías democráticas reformistas y quienes prefirieron optar por la vía revolucionaria (esto es, socialdemócratas o socialistas en un lado y comunistas en el otro). La cosa, pese a lo que pudiéramos pensar, no ha variado demasiado desde entonces, por lo que aún podemos encontrar a la derecha y la izquierda de las fuerzas socialdemócratas otras fuerzas políticas bien similares a las que ya existían hace cerca de un siglo:

Pese al más de un siglo transcurrido desde su nacimiento como fuerza y proyecto político, el núcleo duro de la identidad socialdemócrata no ha variado mucho, como tampoco lo ha hecho su posición en el espacio político. A su derecha siguen quedando los que creen que es el mercado, y no el Estado, el que más eficientemente redistribuye las oportunidades. Por tanto, no sólo no tienen un problema con la desigualdad, sino que les parece un resultado racional económicamente y aceptable moralmente. De ahí su visión del Estado de bienestar como un anacronismo histórico que desmantelar en aras tanto de la competitividad como del rechazo a vincular las prestaciones sociales a la ciudadanía en lugar de a la productividad. La solución conservadora a la crisis no pretende sólo restringir los derechos sociales y limitar el Estado de bienestar, sino también limitar el componente mayoritario de la democracia, sustrayendo de la competición política áreas cada vez más amplias (la política monetaria o la fiscal, entre las más relevantes) para, a continuación, depositarlas en manos de tecnocracias independientes y así reducir el poder transformador de las piedras de papel.

Mientras, a la izquierda de la socialdemocracia se siguen situando los que piensan que la libertad de mercado es incompatible con el progreso social y ambicionan una igualdad de resultados, no sólo de oportunidades. Aunque no lo expliciten claramente, siguen considerando necesario desmantelar el orden político y económico liberal, que conciben como dos caras de una misma moneda que se refuerzan mutuamente. La crisis actual no sólo ha revigorizado a los conservadores, sino también a las viejas izquierdas, que, aunque se presentan como nuevas gracias al uso de novedosas herramientas de comunicación política, no dejan de ofrecer el mismo programa de siempre: nacionalizaciones de sectores productivos estratégicos, redistribución desligada de la producción y aislamiento económico internacional, es decir, la misma retahíla de recetas que, da igual las veces que se hayan puesto en práctica y dónde, siempre han fracasado.

La descripción no gustará a quienes se identifican con esas fuerzas a la derecha o la izquierda de la socialdemocracia pero, en líneas generales, es correcta. Eso sí, Torreblanca peca algo de un exceso de identificación de las derechas con las tradiciones conservadoras y liberales, optando por ignorar una tradición democristiana que fue tan responsable de la construcción del Estado del Bienestar como la misma socialdemocracia. Ahora, en plena crisis del sistema, estas fuerzas democristianas parecen estar optando por una solución híbrida similar a la de los socialdemócratas (de ahi, por cierto, el hecho de que cada vez sean más difíciles de diferenciar): reformar las políticas sociales lo suficiente como para adaptarse a los nuevos tiempos, pero sin llegar a destruir del todo el Estado del Bienestar. Se trata, me temo, de una estrategia defensiva que no conduce a nada. Por consiguiente, no debe extrañarnos del todo que los resultados electorales más recientes muestren una clara falta de apoyo a democristianos y socialdemócratas en favor de neoliberales, neoconservadores (pues esto viene a ser más o menos el populismo de ultraderecha tan bien representado por el Frente Nacional francés) e izquierdistas.

¿Cuál es, pues, la razón última de la derrota de este modelo que tan invencible nos pareció durante las décadas de postguerra?

Unos dicen que ha sido derrotada por los mercados, que articulándose globalmente han logrado escapar de la jaula regulatoria y redistributiva que los socialdemócratas construyeron en la segunda mitad del siglo pasado. Otros apuntan, por el contrario, a que la socialdemocracia habría muerto de éxito al lograr, mediante una combinación única de liberalismo económico y políticas sociales, convertir a una parte sustancial de aquellos trabajadores desposeídos que constituían su base electoral en las nuevas clases medias propietarias (y, por tanto, conservadoras) que vemos a nuestro alrededor.

Estas razones no son incompatibles entre sí. Y lo que es peor: se retroalimentan. Como han analizado los sociólogos Wolfgang Streeck y Fritz Scharpf, las opciones de la socialdemocracia se encojen debido a una tenaza que se cierra desde varios frentes. Primero, porque el envejecimiento de la población, la universalización de las prestaciones sociales y su extensión a nuevas áreas, como la dependencia, exigen impuestos más altos. A la par, la apertura económica hace que tanto las clases medias-altas como las empresas puedan escapar de una fiscalidad que ven excesiva y poco competitiva. De ahí que para seguir redistribuyendo, los Gobiernos socialdemócratas hayan tenido que optar por un endeudamiento insostenible que al final les ha dejado a merced de unos mercados financieros y unas instituciones internacionales que no controlan. En un marco como el europeo, donde se comparte una moneda común y existen normas muy estrictas sobre fiscalidad y endeudamiento, estas restricciones son aún mayores, y están ahí para quedarse. Muchos socialdemócratas sospechan que se han situado en una tierra de nadie donde sus posibilidades de ganar las elecciones sobre la base de sus viejas promesas y gobernar de acuerdo con sus verdaderas preferencias políticas se aproximan peligrosamente a cero. Y dudan sobre qué hacer: por un lado saben que volver al viejo Estado de bienestar es imposible, pues requeriría economías cerradas, es decir, deshacer la integración europea y la globalización; por otro, saben que construir un Estado de bienestar a escala europea y, paralelamente, domesticar la globalización es una tarea que excede sus capacidades.

El dilema se las trae, sin duda. Pero este diagnóstico no es para nada nuevo. Yo ya recuerdo haberlo leído a principios de los noventa, cuando el PSOE debatía su Programa 2000 (por cierto, ¿dónde quedó todo aquello?). Lo difícil, como es obvio, es ponerle el cascabel al gato. Peor aún, antes de hacer eso habrá que saber reconocer dónde demonios está el cascabel. Torreblanca se atreve a esbozar unas cuantas líneas de por dónde pueden ir las cosas:

La socialdemocracia vive, pues, debajo de una manta electoral muy estrecha: si se tapa los pies, le queda el pecho al descubierto, pues las clases medias y los mercados la abandonan; si se tapa el pecho, deja los pies al aire y pierde votos por la izquierda. Hay que admitir que adaptar el credo socialdemócrata a una sociedad del conocimiento abierta a la globalización no es sencillo. ¿Cómo pueden estirar esa manta? Evitando los dos errores que más frecuentemente han cometido durante las últimas décadas: asfixiar el crecimiento y redistribuir con torpeza. Para reinventarse, los socialdemócratas tienen que entender que enfrentan un reto doble y simultáneo: crecer más y mejor y redistribuir más y mejor, es decir, ser más eficientes económicamente y, a la vez, más equitativos socialmente. Pero ahí entran en territorio desconocido y peligroso: por un lado, para poner los mercados al servicio de la redistribución tienen que entender mucho mejor de lo que lo hacen cómo liberar su potencial productivo; a la vez, para redistribuir ese crecimiento de forma eficaz y equitativa tienen que implicarse a fondo con la reforma del Estado, algo que se resisten a admitir. Probablemente la principal lección de esta crisis es que querer redistribuir, la llamada "pasión por la igualdad", no es suficiente para llenar las urnas de papeletas.

No está mal, pero el problema principal es que suena todo a eso de la flexiseguridad que iba a venir a sacarnos las castañas del fuego. En fin que, aunque en principio la música suena bien, no está nada claro cómo puede tocarse, ni mucho menos si tenemos los instrumentos necesarios para ello. He ahí la clave del problema. Suena todo demasiado etéreo. "Crecer más y mejor", sí. Pero, ¿cómo? "Redistribuir más y mejor", sí. Pero, ¿cómo? "Ser más eficientes económicamente y, a la vez más equitativos socialmente", sí. Pero, ¿cómo? Cuando uno lee ese último párrafo del artículo de Torreblanca ya no sabe si está leyendo un artículo de opinión o la publicidad de un nuevo producto a punto de salir al mercado. Ese es precisamente el problema. Expresiones como "liberar su potencial productivo" o "redistribuir ese crecimiento de forma eficaz y equitativa" nos dicen más bien poco. El diablo, como siempre, está en los detalles. Y, la verdad, de momento, siempre que se ha intentado hacer algo parecido a lo que sugiere Torreblanca hemos acabado con un mero socialiberalismo al estilo de la Tercera Vía, bien descrito en otro artículo también publicado hoy por El País sobre el mismo tema (Pippi Calzaslargas contra Marx, de Víctor Lapuente Giné). Ese otro artículo nos habla de los logros del modelo socialdemócrata escandinavo que ahora mismo se encuentra en crisis. El propio autor lo reconoce. Nos está hablando del pasado. Y, cuando entra a describir las respuestas que los socialdemócratas escandinavos están dando a la crisis de su modelo, la verdad es que todo suena bastante familiar. Se trata, ni más ni menos, que de la manida Tercera Vía de Clinton y Blair. Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas, ¿a que no?

En fin, del artículo de Lapuente Giné me quedo con el énfasis en el pragmatismo que caracterizó a la socialdemocracia escandinava allá en la década de los treinta del siglo pasado. Hoy es necesario un pragmatismo similar que quizá tenga más bien poco que ver con la actitud que observamos entre los portavoces de Podemos e Izquierda Unida. Sin embargo, no nos queda más remedio que reconocer que la mera defensa del pragmatismo no es una solución. El pragmatismo es una herramienta, pero no una respuesta. Lo mismo sucede con conceptos como reforma, diálogo o consenso. Son todos métodos o herramientas, pero no objetivos o soluciones. He ahí, precisamente, lo trágico de nuestra situación. Y, si de la situación general bajamos a la nuestra en particular, tenemos otras complicaciones añadidas, como muy bien señala Concha Caballero en un artículo titulado El laberinto del PSOE que publicaba ayer la edición andaluza de El País:

La ruptura del PSOE con su electorado no es de liderazgo, ni de confianza en su capacidad institucional; la ruptura fundamental ha sido su declarada sumisión a los poderes económicos y su pertenencia a la vieja política. No es, en mi opinión, con viejos pactos de Estado, ni con discursos sectoriales como volverá a ganar la confianza de la sociedad. Si repasan su propia historia, encontrarán las claves. Felipe González ganó con la promesa de cambio, que hoy tanto le asusta, y Zapatero reconquistó el poder al calor de las movilizaciones contra la guerra y la reforma laboral. El viejo centro sociológico de la transición ya no existe. La gente es ahora mucho más radical en su forma de pensar que hace cinco años porque su realidad se ha hecho mucho más difícil. La necesidad de cambios abarca a casi toda la sociedad y ponerse de perfil ante estas demandas puede suponer la desaparición política. Por eso no puedo entender un debate tan light, tan melifluo e interiorizado como el que se está produciendo en este tiempo tan crucial. De los laberintos se sale pensándolos desde fuera, a no ser que, como advertía Nietzsche, el laberinto seas tú mismo.

Quizá de ahí pueda venir la respuesta: el PSOE necesita volver a conectar con el reformismo radical pequeñoburgués que representó durante los últimos años de la década de los setenta y toda la década de los ochenta. No se trata de radicalizarse hasta tocar los extremos, no. Se trata de radicalizarse en el sentido de ir a la raíz de los problemas que afrontamos y, sobre todo, de presentar propuestas reformistas que vengan a transformar nuestra realidad social, política, cultural y económica. La cuestión, claro, es si un PSOE institucionalizado, encorsetado y repleto de figuras que tienen en realidad un interés en conservar el estado de cosas tiene siquiera la capacidad para reinventarse de esta manera. Uno lo duda, la verdad. Si acaso, merece la pena que sus líderes no olviden que, como afirma Carlos Carnicero en su blog, Han caído torres más altas que el PSOE. {enlace a esta entrada}

[Sat Jul 5 10:14:49 CDT 2014]

Hace tiempo que no citaba aquí la bitácora de Alejandro Gándara en la web de El Mundo. Al poco de regresar a España en el 2006 me impliqué nuevamente en política y, creo, desde entonces mis notas tomaron un cariz fundamentalmente político. No es que ese tema no tuviera lugar en mis notas con anterioridad, pues siempre me ha interesado y he sentido cierta vocación por el mundo de la política en general, pero antes de esa fecha escribía bastante más sobre otros asuntos, me parece. Y ahora, tres años después de regresar a Minnesota, creo que sigo enganchado un poco a la política española, quizá porque me sigo considerando ciudadano español y europeo (no he renunciado a mi ciudadanía ni pienso hacerlo) o tal vez porque sigo guardando esperanzas de poder regresar algún día. Después de todo, esta última salida del país no fue tanto consecuencia de una opción personal como de una serie de vicisitudes que en realidad no vienen al cuento en estas páginas.

En cualquier caso, hoy, leyendo la entrada de la bitácora de Gándara titulada Amorales e inmortales, sobre la novela de Yasushi Inoue Fūrinkazan. La epopeya del clan Takeda, me encuentro con una reflexión que, me parece, retrata bastante bien la naturaleza de nuestra sociedad contemporánea. Entendiendo la sociedad humana como mera ritualización del todos contra todos, Gándara contrasta la amoralidad con la inmoralidad y concluye que "el mundo de los guerreros y señores japoneses del XVI, en este aspecto, es nuestro mundo, el de ahora, el de Wall Street y el de la democracia capitalista". Y, a continuación, añade:

Ahora bien, hay una diferencia insalvable. Aquel mundo aceptaba que las cosas eran así y vivían con ello. Nosotros necesitamos el engaño, la trampa ideológica o de conciencia. Nosotros necesitamos sentirnos morales para intervenir en la existencia como seres amorales, y eso es lo que nos convierte en inmorales. La jungla es la misma, pero la conciencia y la comunicación humana son tramposas. Necesitamos la mentira, una mentira constante para poder convivir con la miseria, la crueldad y la indiferencia.

Hay otra salvedad. La muerte de los guerreros japoneses, como la de los protagonistas de "Furinkazan" y del clan Takeda, no es una muerte solitaria, es una muerte que los reúne con los vivos y con los muertos. Es una muerte en el seno del grupo, a la que se mira con serenidad y sin abismo, es una muerte que de algún modo glorifica a los individuos mortales y los coloca en el infinito proceso de generación de los seres que han existido y de la tierra que los ha visto nacer. Mueren con los otros, mueren para los otros, mueren en los otros, y mueren en su tierra, una tierra madre, diosa de su progenie y dispensadora del alma que a cada uno le ha tocado en suerte. La muerte no es el fin de nada, sino el producto necesario de la tierra, del clan, de la comunidad humana. En este sentido, el mundo de Inoue no es diferente del que muestra Plotino, para quien la muerte no era un caso, ni algo digno de ser pensado.

Nosotros morimos como perros, sin tierra y sin gente, desarraigados de lo uno y de lo otro, víctimas de las fabulaciones, de las distorsiones que le hemos aplicado al mundo y a la vida, víctimas de la cobardía moral, en suma. Por ese motivo, vivimos en el miedo y sabemos que nuestra desaparición nos arroja a un vacío sideral en el que erramos por toda la eternidad tratando de encontrar un sitio que previamente hemos destruido.

Se trata, a fin de cuentas, de algo lógico en un mundo completamente (o casi) secularizado que no ha encontrado la forma de reemplazar las antiguas teodiceas totalizantes con nuevas creencias o filosofías que den sentido a nuestras vidas. El hombre contemporáneo ha dicho adiós a las certidumbres (quizá falsas, pero certidumbres al fin y al cabo) de las religiones, las tribus, las banderas y las identidades nacionales o sociales, pero no ha sido capaz de encontrar su hueco en el mundo. Andamos por la vida sin rumbo. {enlace a esta entrada}

[Fri Jul 4 12:58:22 CDT 2014]

Aunque uno ya anda por los cuarenta no deja de sorprenderse en ocasiones con las cosas que se leen. Por ejemplo, ayer leía que Jeremy Meeks, "el preso más guapo", acaba de firmar un contrato como modelo:

El retrato de la comisaría de Jeremy Meeks ha hecho lo que él no puede. Desde hace un mes su imagen, con esa penetrante mirada azul, labios carnosos y el tatuaje de una lágrima en el ojo izquierdo, está dando la vuelta al mundo gracias a las redes sociales. El mismo mes que este californiano de 30 años lleva entre rejas a la espera del juicio por los 11 delitos de los que está acusado, entre ellos posesión de un arma, evadirse de las autoridades y robo a mano armada. La fotografía de su ficha policial obtuvo 100.000 "me gusta". Una imagen que ahora le puede brindar una nueva carrera como modelo. Según el portal TMZ, Meeks ya cuenta con un agente y un contrato para cambiar el mono naranja que viste en prisión por algo más a la moda. Meeks ha firmado un contrato con la agencia Blaze Modelz, con sede en Santa Mónica (California, EE UU), según confirmó su representante Gina Rodríguez.

Después, como de costumbre, nos quejaremos de que las nuevas generaciones parecen haber perdido la brújula en lo que respecta a los valores éticos y andan bastante confundidos. Pero, ¿es que alguien se ha parado a pensar en el mensaje que les estamos enviando con este tipo de comportamientos? Por desgracia, hace ya mucho tiempo que los valores y principios son lo de menos. Lo único que parece importar es la fama y, sobre todo, la rentabilidad económica (de hecho, casi podríamos decir que la fama misma sólo parece importar en tanto que fuente de ingresos). Pero, repito, ¿qué mensaje estamos enviando a las jóvenes generaciones? ¿Acaso no les estamos diciendo con los hechos (que, no olvidemos, importan mucho más que nuestras palabras) que fama, dinero y apariencias son lo único que importa? ¿Cómo nos sorprende, entonces, que la más absoluta confusión moral parezca prevalecer en nuestras sociedades? {enlace a esta entrada}

[Wed Jul 2 16:47:23 CDT 2014]

Esta mañana, mientras echaba un vistazo a lo que la gente había subido a Facebook, me encontré con una interesante gráfica de World Bank Education Statistics mostrando los países que obtuvieron mejores resultados en el Informe PISA de 2012 en su apartado de ciencias:

Se pueden escribir muchas cosas sobre el tema, pero lo que más me llama la atención a mí es precisamente el hecho de que entre los países que se encuentran a la cabeza nos encontramos con una buena diversidad de métodos pedagógicos y educativos. Así, mientras que puede pensarse que Finlandia, Liechtenstein o Alemania quizá cuenten con métodos pedagógicos bien modernos, se sabe también que Singapur, Japón o Vietnam se adscriben más bien a las metodologías tradicionales. Lo mismo puede decirse, por cierto, con respecto a los recursos económicos con que cuentan estos países para comprar el equipamiento científico que permita a los chavales realizar experimentos científicos de primera mano. Así pues, cabría preguntarse acerca de las razones por las que, pese a todo esto, países como Singapur, Vietnam o la ciudad china de Shanghai puedan situarse a la cabeza y muy por delante de países desarrollados que cuentan con muchos más medios materiales y aplican métodos pedagógicos mucho más avanzados. ¿Quizá ha llegado el momento de elaborar otras hipótesis bien alejadas de las que manejamos habitualmente (esto es, que el rendimiento se debe a los métodos pedagógicos, la calidad del profesorado, el equipamiento con que se cuente en los laboratorios escolares o el presupuesto dedicado a educación)? A la vista de los resultados, parece que sí. Sin embargo, uno duda mucho que vaya a suceder. Después de todo, estos asuntos se usan constantemente como arma arrojadiza en debates políticos en casi todos sitios. Por desgracia, el interés por conocer los hechos de una manera objetiva (y, paradójicamente, científica) es más bien escaso. {enlace a esta entrada}

[Tue Jul 1 20:15:42 CDT 2014]

El diario El País publicaba ayer un artículo con 33 citas que anunciaban la muerte de la novela entre 1902 y 2014. Ahí van algunas que me han parecido bien interesantes:

1925. José Ortega y Gasset, Ideas sobre la novela. "Casi todo está en ruinas... La pintura está en ruinas —sus vergüenzas son el cubismo—; las obras de Picasso parecen una casa demolida o una esquina del Rastro. La música está en ruinas —la obra de Stravinsky de estos últimos años ejemplifica el detritus musical (...) Un novelista, por ejemplo, que me dice que un personaje es melancólico me obliga a imaginar a una persona melancólica, pero debería mostrarme y descubrirme (con sus actos) que es melancólica sin decírmelo".

(...)

1958. Ludwig Marcuse. "La unidad del mundo, la sociedad y el individuo se ha roto. El universo se ha convertido en un multiuniverso. La Nueva Novela debe ser no tridimensional, sino multidimensional".

(...)

1992. William Grimes en The New York Times. "La novela está viva y bien, pero sometida a rachas de depresión por su futuro".

1996. Joseph Tabbi, en The Wilson Quarterly. "Lo que ha cambiado no es el libro en sí, sino el modo en el que los libros pueden ser leídos ahora. Más que hablar de la muerte del libro, sería más adecuado hablar de la muerte de las lecturas académicas que aíslan los textos del resto del ecosistema mediático".

(...)

2005. Naguib Mahfouz, en World Literature Today. "Una de las razones más importantes detrás del interés humano en la novela y nuestra vigorosa respuesta hacia éste, es que gratifica muchas necesidades fundamentales: la gente ansía nuevos campos de experiencia, aunque esos cuentos estén hechos del mismo material que sus vidas".

2007. Caleb Crain. "Los americanos no sólo están perdiendo la voluntad de leer, sino también la habilidad para hacerlo (...) Muchos americanos prefieren aprender sobre el mundo, y también entretenerse, con la televisión y con otros medios en streaming, más que con la palabra impresa, y es cuestión de unas generaciones que abandonen viejos hábitos como los periódicos y las novelas".

(...)

2009. Philip Roth. "El libro no puede competir con la pantalla. Es algo que Kindle no va a cambiar. No pudo competir con la pantalla de cine. No pudo competir con la pantalla de televisión, y no puede competir con la pantalla del ordenador (...) La novela es un animal moribundo".

2010. Lee Seigel, en New York Observer. "La narrativa de ficción se ha convertido en culturalmente irrelevante".

(...)

2013. Agustín Fernández Mayo, en EL PAÍS. "Lo que está en crisis es un modelo de novela, pero no el género novela. Digo que está en crisis porque es cierto que la novela ha pasado de ser un arte hegemónico a una manifestación cultural sin la capacidad de transformar la sociedad en su conjunto".

Parece claro que, en líneas generales, la opinión es que estamos, esta vez sí, ante la última y definitiva muerte de la novela. No sé, la verdad. Yo no lo tengo tan claro. Hemos "matado" a la novela muchas veces ya, pero ahí sigue, vivita y coleando. Sencillamente, nos gustan demasiados las historias. Nos gusta contarlas y que nos las cuenten. Cierto, hoy en día hay otras formas de contar historias que son, para colmo, mucho más llamativas y entretenidas. Y, sin embargo, sigo viendo a mucha gente que prefiere sentarse con calma a leer una historia bajo un árbol o en la playa. No creo que eso desaparezca. O quizá es que prefiero pensar que no desaparecerá. {enlace a esta entrada}

[Tue Jul 1 19:57:46 CDT 2014]

La revista estadounidense Wired publicaba recientemente un artículo titulado Fantastically Wrong: American Greed and the Harebrained Theory of 'Rain Follows the Plow' que me llevó a pensar en un engaño similar en el que quizá hayamos caído durante el último siglo y medio, aproximadamente. El artículo en sí trata de una teoría que llegó a contar incluso con apoyo de un buen número de científicos allá a mediados del siglo XIX y que afirmaba con convencimiento casi absoluto que la extensión de las explotaciones agrícolas en el Oeste americano parecía atraer a las lluvias, con lo que no había más que continuar arando más y más terrenos para beneficiarse del maná caído del cielo. Se trataba, obviamente, de mera pseudociencia. Pero, eso sí, de una pseudociencia que embelesaba a propios y a extraños precisamente por las promesas que conllevaba de un futuro repleto de riquezas. En otras palabras, que respondía precisamente a una de las mayores flaquezas de la naturaleza humana: la necesidad de que, de una u otra forma, nos tranquilicen y despejen nuestras dudas sobre un futuro en realidad bien incierto. El resto de la historia ya lo conocemos, al menos en lo que respecta al asunto del Oeste americano. Resulta que los excesos de esa época llevaron precisamente a una de las mayores crisis naturales del continente cuando la erosión de las tierras causadas por unas prácticas agrícolas irresponsables acabaron por erosionar la capa superior de tierra y arrasar millas y millas con oscuras tormentas de arena que arruinaron a buena parte de la población.

Pues bien, ¿por qué digo que me parece bien posible que hayamos estado cayendo en un engaño similar durante el último siglo y medio o así? Pues porque nos hemos repetido una y mil veces que toda la riqueza que hemos ido generando durante décadas y décadas (sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial) se debe a nuestra extraordinaria inteligencia y a la pócima milafrosa del sistema de libre mercado cuando, en realidad, me parece más que probable que se deba al uso y abuso de los combustibles de origen fósil y, en líneas generales, a la auténtica rapiña a que hemos sometido al medio ambiente. En otras palabras, que la riqueza con que contamos la tenemos como quien dice de prestado, aunque no nos lo queramos creer. Como suele suceder, somos lo suficientemente engreidos como para pensar que se debe todo a nuestra enorme inteligencia y capacidad de trabajo. El despertar será, me temo, bien duro, como lo fue el de aquella ingenua expansión por el Oeste americano. {enlace a esta entrada}