[Fri Feb 28 17:13:06 CST 2014]

Me ha gustado mucho el artículo de Daniel Innerarity titulado Democracia sin política que publica hoy El País:

La narrativa dominante asegura que vivimos en una época postdemocrática. Esta denuncia se declina de diversas maneras: como primacía de los Ejecutivos frente a los Parlamentos, como distanciamiento de las élites respecto de los gobernados, como desplazamiento de los partidos hacia un centro que hace imposible las alternativas, como desconsideración de lo que realmente quiere la sociedad... Yo no lo veo así, ya lo siento. ¿No será que tenemos, más bien, una democracia abierta y una política endeble? La democracia es un espacio abierto donde, en principio, cualquiera puede hacer valer su opinión, que posibilita mil formas de presión, e incluso tenemos la posibilidad de echar a los Gobiernos. Esto funciona relativamente bien. En nuestras sociedades democráticas no faltan espacios abiertos de influencia y movilización, redes sociales, movimientos de protesta, manifestaciones, posibilidades de intervención y bloqueo.

Lo que no va tan bien es la política, es decir, la posibilidad de convertir esa amalgama plural de fuerzas en proyectos y transformaciones políticas, dar cauce y coherencia política a esas expresiones populares y configurar el espacio público de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice. Algo tiene que ver con esto el hecho de que para quienes actúan políticamente cada vez sea más difícil formular agendas alternativas. Estamos en una era postpolítica, de democracia sin política. Tenemos una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya interacción apenas produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos.

Cierto, el concepto de democracia sobre el que escribe Innerarity es harto discutible. Si entendemos democracia como gobieno del demos, esto es, del pueblo, entonces no podemos limitarla únicamente a un sistema que establece cauces de presión, incluso aunque conduzcan a la caída de los gobiernos. Si la definiésemos de esa manera (la manera en que la definían los atenienses originalmente, conviene no olvidarlo), el sistema debe ir mucho más allá, permitiendo que sea el propio pueblo el que se autogobierne y, por consiguiente, ofrezca lo que Innerarity denomina como "agendas alternativas". Ya, ya entiendo que estoy hablando más bien de ideales que pocas veces se han llevado a la práctica. Sin embargo, creo que estas cosas conviene tenerlas claras para no confundirse a la hora de hacer los análisis. En definitiva, lo que estoy subrayando es que, al contrario de lo que afirma Innerarity, quizá el problema es que la democracia, precisamente porque el pueblo que protesta no acierta a proponer alternativa alguna, sino que se limita a protestar, está fallando. Pues, ¿quién ha de ofrecer esa alternativa, pues? ¿Quienes ya pertenecen a la élite política y económica y, por consiguiente, se benefician del estado de cosas? Difícil lo veo.

Pese a todo, creo que Innerarity pone el dedo en la llaga. No es suficiente con resistir y protestar. No es suficiente con luchar e incluso lograr algunas reivindicaciones. Si no logramos elaborar un nuevo programa alternativo, una visión distinta de las cosas, está claro que no llegaremos demasiado lejos. Y ahí es donde está el quid de la cuestión, por supuesto. Hace falta una visión global, una visión de conjunto a la que hace ya tiempo que renunciamos en esta comfortable postmodernidad de consumo. No veo cómo pueda lograrse eso sin dejar atrás todo ese relativismo fácil que nos ha servido de excusas durante las últimas décadas para entregarnos al hedonismo absoluto. Y cuidado, con esto no quiero decir que haya que retomar el dogmatismo de antaño. He ahí precisamente el reto. Debemos encontrar un relativismo relativo, por así llamarlo. Me refiero a una visión de las cosas que aspire a la gobalidad, pero no desde el dogma, sino desde el diálogo y el consenso. No se trata de un totalitarismo iluminado que impone la Verdad a todos, sino de una verdad en constante fluir, dinámica, que no permanece siempre en el mismo sitio, y a la cual se llega mediante el intercambio de opiniones entre todos. Lo que nos está fallando es, creo, la voluntad de encontrar puntos de acuerdo con los demás y, sobre todo, de compartir la vida con los demás y apostar por la acción colectiva. El hiper-individualismo en que nos hemos hundido durante las décadas más recientes ha erosionado todo eso. Ha llegado el momento de apostar nuevamente por lo público y colectivo, pero sin que ello suponga también el atropello de las libertades invididuales. Esa es la gran lección del siglo XX. Esa es, me parece, la gran síntesis que necesitamos para superar la enorme crisis en que nos encontramos, que yo me atrevería a etiquetar como una auténtica crisis de civilización. {enlace a esta entrada}

[Thu Feb 27 12:13:50 CST 2014]

Hace un par de días leíamos en El País un artículo firmado por Maruxa Ruiz sobre la nueva Ley de Transparencia que no hace sino manifestar claramente que, en lo que respecta a estos asuntos, aún nos encontramos a años luz de distancia de los países anglosajones y escandinavos, ambos modelos a seguir en lo que hace a la transparencia administrativa:

La nueva Ley de Transparencia, en su artículo 12, declara solemnemente el principio del "derecho de acceso a la información pública". Sin embargo, muy poco más allá, en el artículo 14, decide poner puertas al campo y fija los "límites al derecho de acceso". La lista de materias reservadas es larga, y la norma las enumera sin precisar en qué circunstancias estará restringido su acceso a ellas.

El citado artículo 14 sentencia: "El derecho de acceso podrá ser limitado cuando acceder a la información suponga un perjuicio para la seguridad nacional, la defensa, las relaciones exteriores, la seguridad pública, [...] los intereses económicos y comerciales, la política económica y monetaria [...], la garantía de la confidencialidad o el secreto requerido en procesos de toma de decisión, o la protección del medio ambiente".

O sea, que casi ni merece la pena. La reacción que primero se nos viene a la mente es aquella tradicional exclamación: "¡para este viaje no hacían falta tantas alforjas!"

Pero ahí no queda la cosa. Parece que aún es mucho peor cuando uno comienza a leer lo que tienen que decir los expertos en la materia o a aclarar las implicaciones que la nueva legislación tiene en casos concretos:

Pero más inquietante que lo que no hace la Ley de Transparencia, es lo que no deshace. Tras su entrada en vigor en diciembre de 2013, se mantiene como principal norma de regulación de la información reservada la Ley de Secretos Oficiales de 1968. Esta norma fue promulgada en plena etapa franquista y modificada en 1978, poco antes de la aprobación de la Constitución, con el fin de dar encaje legal al uso de los fondos reservados. Y sigue siendo esa ley franquista la que establece que "la única manera de que los secretos vean la luz es con un mandato expreso del órgano del Estado que los declaró reservados", comenta Antonio Malalana, historiador y profesor de Técnicas de Investigación e Historia de la Universidad CEU San Pablo.

Malalana lamenta que la norma aprobada con el buen fin de ventilar la vida política aparta a España de la corriente mundial que exige establecer plazos temporales para publicar secretos de Estado. En naciones de democracias más maduras como Reino Unido, Estados Unidos o Suecia, la legislación contempla la desclasificación sistemática de sus papeles ocultos. El Archivo Nacional de Reino Unido ha dado la bienvenida a 2014 con la exposición al público de un lote de documentos que airean las comunicaciones de Margaret Thatcher con los miembros de su gabinete durante el primer año del amargo conflicto que la Dama de Hierro mantuvo con los mineros del carbón en la mitad de la década de los ochenta del pasado siglo.

Este último destape de papeles conflictivos de la historia no es un hecho aislado. Reino Unido saca a la luz de manera sistemática sus documentos clasificados después de 30 años en la sombra. La legislación británica considera que "después de ese tiempo dejan de tener efectos dañinos en la política presente y actualmente se está trabajando para que se reduzcan a 20 años", explica un portavoz de los Archivos Nacionales de Reino Unido, la institución encargada de desclasificar, publicitar y dar acceso a estos y otros documentos relevantes de la historia del país.

En Estados Unidos, la NARA (Archivos Nacionales y Administración de Documentos, por sus siglas en inglés) es la institución encargada de airear los documentos secretos cada 50 años. En general, los países anglosajones tienen una legislación avanzada y eficaz, casi todos con una copia del modelo de la Ley de Libertad de Información de Estados Unidos de 1966.

Suecia representa al país pionero y vanguardista en materia de transparencia informativa. El derecho a la información está considerado uno de los cuatro pilares constitucionales del país, y todo documento es considerado público en principio. Un funcionario que trabaja para el Comité Constitucional Sueco explica que cualquier ciudadano tiene derecho a solicitar información sin que se le pregunte quién es o para qué lo quiere. Cualquier persona puede así iniciar un posible proceso de desclasificación. "Algunos documentos tienen frases o cifras clasificadas, según la Constitución sueca, pero nunca un documento completo". Cada tipo de dato tiene una caducidad. Por ejemplo, para los que tienen que ver con la seguridad internacional son 40 años. El máximo son 70 años para la información sobre salud de las personas, su seguridad o su sexualidad.

Y, por favor, que nadie me juegue al "poli bueno, poli malo". Desde 1982, el PSOE ha gobernado durante 21 años, muchos de ellos con mayoría absoluta, mientras que el muy "liberal" PP lo ha hecho durante 11 años, algunos de ellos también con mayoría absoluta. Así que seamos claros: la responsabilidad es compartida pero, si cabe, está más del lado del PSOE que del PP. Ya está uno harto de quienes aprovechan estas ocasiones para apuntar con dedo acusador al oponente político y culparle de unas limitaciones que no son sino compartidas. La verdad es que, casi 36 años después de aprobada nuestra Constitución, la sociedad española todavía no tiene arredros para siquiera conocer su propio pasado. Entre unos (los que quieren ocultarlo) y otros (los que se empeñan en usarlo como arma arrojadiza) están contribuyendo a este déficit de transparencia. {enlace a esta entrada}

[Tue Feb 25 09:18:16 CST 2014]

Si ayer escribía sobre la vergonzosa cobertura mediática de las revueltas populares en Ucrania, que los medios de comunicación se empeñan en presentarnos como un enfrentamiento entre buenos y malos de película donde, por descontado, los buenos son "los nuestros", hoy me encuentro con una noticia sobre la negativa de los manifestantes ucranios a desarmarse firmada por Pilar Bonet en El País que viene a confirmar precisamente lo que afirmaba ayer: aquí no hay buenos ni malos. Aparte de recordarnos en qué quedó la ilusión de las revueltas del 2004, aquellas a las que tanto bombo se dio en los medios de comunicación occidentales en un intento de erosionar aún más el poder ruso en la región, Bonet presta el micrófono a algún que otro manifestante para que comparta sus puntos de vista xenófobos, racistas, antisemitas y ultranacionalistas, dejando así bien claro que no se trata precisamente de los luchadores por la libertad que nos quieren presentar. Se mire como se mire, el populismo campa a sus anchas por Europa y Norteamérica. Por aquí, el populismo descontrolado del Tea Party se ha visto aminorado gracias a la enorme cantidad de dinero que ha estado imprimiendo la Reserva Federal para que la economía siga adelante, mal que bien. Pero, por Europa, las políticas de austeridad están generando demasiado miedo, desilusión y desconfianza como para que los movimientos populistas no aprovechen la oportunidad y crezcan como la espuma. Porque se trata de eso, y no de movimientos democráticos. De lo que estamos viendo al descontol hay un solo paso. Y, por cierto, que nadie se piense que EEUU está a salvo de este tipo de cosas. Como decía, las políticas de estímulo han conseguido frenar momentáneamente el hervor popular que surgió hace unos años en torno al Tea Party y al movimiento Occupy. Pero estoy convencido de que se trata de algo meramente puntual. Las políticas de estímulo no pueden aplicarse de manera indefinida. Tienen sus límites. Llega el momento que ya no se puede seguir tirando de la tarjeta de crédito para sair adelante. Ya veremos qué pasa. {enlace a esta entrada}

[Mon Feb 24 13:06:46 CST 2014]

Un amigo compartió la semana pasada el enlace a un artículo de opinión firmado por Toño Fraguas sobre las razones por las que, según el autor, el PP volvería a ganar las elecciones generales. Aunque no me gusta del todo la primera razón que aduce el autor ("somos idiotas"), la verdad es que, en líneas generales, lo firmaría yo mismo. Para ser justos, él mismo aclara que usa el término "idiota" en el sentido original que tenía en la Grecia clásica, esto es, la que "hace referencia a aquel individuo que sólo piensa en sí mismo y que sólo se preocupa por lo privado, por lo que le afecta a él, desdeñando lo público". El problema con este argumento, por supuesto, es que siempre ha sido así. Siempre hemos votado de acuerdo a lo que pensamos que eran nuestros propios intereses personales. No es nada nuevo. Obviamente, nos gusta pensar que no es así. Preferimos contarnos a nosotros mismos la historia de que, a la hora de votar, lo que tenemos en cuenta es el interés de la sociedad en su conjunto pero, en líneas generales, nunca ha sido así. Y nótese que algo más arriba no digo que votemos de acuerdo a nuestros propios intereses, sino más bien de acuerdo a lo que pensamos que son dichos intereses. Lo mismo puede ser que nos equivoquemos.

En cualquier caso, otras razones que aduce el autor me parecen de mucho más peso. Por ejemplo, Fraguas afirma que hemos caído en la trampa de ver la crisis como una enfermedad que sólo podremos curar tomando una medicina desagradable. Además, vemos al PP como el "médico estricto" y al PSOE como el "médico cobarde". Algo de eso hay, sin duda. Sin embargo, no creo que el problema esté en ver la crisis como una enfermedad, ni tampoco en pensar que la única forma de salir adelante es tomar un fármaco desagradable, sino en qué fármaco es el que debemos tomar o incluso qué podamos interpretar como un estado saludable. Y esto conecta con la tercera explicación de Fraguas, en la que explica cómo nos hemos creído eso de que es posible "volver a la senda del crecimiento" cuando, en realidad, no será posible volver a estar "como antes". Como bien dice, esto no lo quiere reconocer el PP, pero tampoco, añadiría yo, el PSOE. De hecho, no lo quieren reconocer los economistas en ningún sitio. Por aquí (EEUU) nos quieren vender el cuento chino de que los años de crecimiento imparable están a la vuelta de la esquina. Como he explicado en otras ocasiones, lo que nadie quiere reconocer es que el modelo de crecimiento que aplicamos desde los años ochenta para salir de la enorme crisis económica de los setenta no fue sino una estafa piramidal cuya premisa fundamental fue la deuda permanente. Y eso, obviamente, no es sostenible ni siquiera en términos puramente financieros o económicos. No hace falta que entremos a hablar del hecho incontrovertible de que mucho menos será sostenible en términos ecológicos. En otras palabras, que el problema que tenemos entre manos es bastante mayor de lo que nos quieren dar a entender. Se trata de una crisis del paradigma social, político y económico que se ha venido aplicando durante décadas. Mientras antes reconozcamos eso y comencemos a debatir sobre esa base, mejor. {enlace a esta entrada}

[Mon Feb 24 12:47:21 CST 2014]

Mucho se ha escrito en la prensa estos días sobre las movilizaciones populares en Ucrania. He de reconocer que no me he molestado en investigar el tema a fondo para conocer las razones últimas de las protestas, ni tampoco para entender las posiciones del Gobierno. Sin embargo, sí que me queda más o menos claro que, una vez más, las potencias occidentales están incurriendo en un clarísimo caso de hipocresía política. Parece cuando menos curioso leer en el web de El País que La revuelta de Kiev ha sido un "motín armado", dice el primer ministro ruso. Bueno, lo dice el primer ministro ruso y casi cualquiera que haya ido leyendo las noticias que llegaban del país, ¿no? Todo parece indicar que el motín no fue armado en un primer momento, pero después sí que pasó a serlo. De todos modos, lo que sí fue desde un primer momento fue un motín en toda regla. No acierto a ver cómo pueda nadie negar eso. La intención no era manifestar una opinión sobre un asunto determinado, sino derrocar al Gobierno democráticamente elegido en las urnas. Si eso no es un motín, entonces ¿qué diantres es?.

Pero lo que llama poderosamente la atención es la facilidad con la que las potencias occidentales y sus medios de comunicación venden ciertas movilizaciones como meras "protestas callejeras" o "vandalismo", en tanto que otras (esto es, las que se posicionan claramente de acuerdo a nuestros propios intereses o, mejor dicho, los de nuestras empresas) son tratadas como "revoluciones democráticas". El doble discurso es demasiado evidente, sobre todo en estos momentos de austeridad imparable y protestas contra las políticas de la troika. Si quienes protestan lo hacen en Ucrania o Venezuela en contra de un Gobierno democráticamente elegido y a favor de unas posiciones que, como decíamos, parecen benefiar a los intereses de nuestras élites económicas, automáticamente se convierten en "los buenos". Pero, eso sí, si se manifiestan en Grecia o España en contra de las políticas aplicadas por unos Gobiernos que tienen exactamente la misma legitimidad que aquellos otros pero que, curiosamente, benefician a esas mismas élites de las que hablábamos, entonces no son sino "vándalos" o "terroristas" que vienen a "desestabilizar la democracia". La hipocresía es escandalosa.

Por cierto que, se pregunta uno qué sucedería si en cualquiera de nuestras maravillosas y avanzadas democracias varios miles de ciudadanos se agolparan en las puertas de nuestros parlamentos y palacios presidenciales, procedieran a invadirlos y saquearlos y hasta les prendieran fuego. ¿Alguien piensa en serio que las autoridades no darían la orden a las fuerzas del orden para que respondieran con contundencia? Pues, al parecer, lo que sin duda sucedería por nuestros lares, no es admisible cuando se hace en Ucrania... eso sí, solamente cuando lo hace un Gobierno que no representa nuestros intereses. ¡Damos asco! ¡Nuestras democracias dan asco! ¡Y nuestros medios de comunicación también!

Y, que nadie se llame a engaño. No tomo partido ni por unos ni por otros, sobre todo porque, como afirmé al princpio de esta entrada, no he estudiado el tema lo suficiente como para posicionarme. Pero el doble rasero que aplicamos a estos asuntos me parece auténticamente vergonzoso. La mentira ya no se sostiene en pie. {enlace a esta entrada}

[Tue Feb 18 12:58:48 CST 2014]

También hoy hemos leído en la prensa otra noticia sobre los crímenes contra la Humanidad que ha ido cometiendo el régimen de Corea del Norte en sus campos de concentración. El contenido no sorprende para nada, la verdad. Se trata de cosas que en realidad ya sabíamos. Sin embargo, lo que sí me sorprende es la facilidad con la que ciertos individuos que se consideran de izquierdas han mirado para otro sitio mientras acusan al imperialismo estadounidense de manipular nuestros medios de comunicación. Parece que no aprendimos nada de los excesos del estalinismo y el gulag soviético. No me cabe duda alguna de que los EEUU aprovechan este tipo de cosas para hacer propaganda y servir sus propios intereses, como tampoco dudo que lleguen incluso a exagerar ciertas cosas. Ahora bien, la realidad sigue ahí, y sigue siendo bastante cruda. El régimen cuasi-monárquico de Corea del Norte sigue siendo un claro exponente no sólo de los excesos a los que puede llegar el poder político cuando no se establecen los pertinentes controles, sino también de los crímenes que pueden llegar a cometerse cuando nos creemos en posesión de la verdad absoluta. No se trata, como algunos afirman, de renunciar a la utopía, pero sí de ser conscientes de sus peligros. De lo contrario, es como si no hubiésemos aprendido nada de nuestra Historia más reciente. {enlace a esta entrada}

[Tue Feb 18 12:48:05 CST 2014]

Echándole un vistazo a la prensa española esta mañana me encontré con un artículo-manifiesto de Bernard-Henri Lévy dirigido a quienes se están manifestando en la plaza de Maidan a favor de la incorporación de Ucrania a la UE y he de reconocer que el ínclito filósofo francés (uno, la verdad, ya no acierta a recordar cuándo fue la última vez que filosofó) representa a la perfección el papel del intelectual sabelotodo que se entromete en cualquier asunto que aparezca en la portada de los periódicos con ínfulas de grandeza y salvador de la Humanidad. En realidad, el texto entero del artículo (ya digo que se trata más bien de un auténtico manifiesto) no contiene sino lugares comunes y afirmaciones etéreas. Hace ya tiempo que BHL (como le llaman en Francia) debiera haberse pasado a la política profesional, que es lo que parece que le hace sentirse autorrealizado. Eso y pasar por "pensador mediático", filósofo-estrella siempre en candelero. En esto parecen haber quedado aquellos famosos nouveaux philosophes de finales de los setenta y principios de los ochenta que, según muchos, representaban una bocanda de aire fresco en nuestras supuestamente viejas sociedades europeas en imparable declive. Ahora, con el paso del tiempo, queda bien claro que no se trataba sino de voceros del nuevo dogma neoliberal y la cultura de lo superficial, la imagen y la pose. {enlace a esta entrada}

[Mon Feb 17 15:45:09 CST 2014]

La reciente designación de Juan Manuel Moreno como candidato del PP a la Junta de Andalucía viene a subrayar, una vez más, los problemas de los que adolecen nuestros partidos políticos. Jesús Fernández-Villaverde y Luis garicano lo ponen en el contexto del paripé de primarias que llevó a la Presidencia de la Junta a Susana Díaz y lo describen bastante bien en Vidas paralelas de dos apparatchik, publicado hoy en El Mundo:

Díaz y Moreno son lo que en la antigua Unión Soviética llamaban apparatchiks, los miembros profesionales del aparato. Conocen, como pocos, los entresijos de su partido. Saben con quién hay que hablar en Ronda para conseguir 15 votos. A quién hay que llamar en Marbella para que concedan un permisio a un bar. Y qué cadáveres tiene en el armario el presidente de la diputación provincial de turno. Más aún, saber guardarse sus desacuerdos y trabajar "por el bien del partido". Obedecer y callar.

Todas éstas son capacidades importantes para un apparatchik, pero no son las primeras habilidades que nos vienen a la cabeza como importantes para gobernar la comunidad más poblada de España. La capacidad de liderazgo, la visión de futuro, la comprensión de los desafíos de la globalización y los retos de España, la soltura con los idiomas (en especial el inglés) y el haber demostrado la excelencia en algo que no sea la política parece mucho más importante. ¿Qué hay en los currículos de Díaz o de Moreno que nos haga confiar en que tienen estas habilidades? Nada.

¿A qué se debe este estado de cosas? ¿Cómo es posible que, salvo sorpresa inesperada, las próximas elecciones andaluzas las vaya a ganar un aparatchik cuya experiencia vital consiste en mostrar la paciencia y obediencia necesaria para ascender en la jerarquía del partido?

La respuesta, por sencilla no es menos descorazonadora. Los partidos españoles son estructuras jerárquizas y centralizadas, cerradas frente a la sociedad y cuyas burocracias se concentran, antes que en nada, en el mantenimiento de unas rentas que pagamos todos los demás españoles. Gracias al control con mano de hierro de las listas electorales desde el centro del partido, a una ley electora que limita la competencia por los escaños y a la ausencia de mecanismos efectivos de fiscalización desde la judicatura, los medios de comunicación y la sociedad civil, estas jerarquías lo dominan todo.

Seamos honestos. Los dos grandes partidos políticos españoles (esto es, PP y PSOE) no son sino redes clientelares, oficinas de colocación para un determinado grupo de profesionales de la política que no tienen ni la preparación ni la experiencia para dedicarse a otra cosa. Esta misma dinámica se ve reproducida, a su vez, en algunas comunidades autónomas con los respectivos aparatos de sus partidos nacionalistas y regionalistas (por ejemplo, el PNV, CiU, UPN o Coalición Canaria, entre otros). El resultado, obviamente, son unos partidos políticos separados de la realidad social, distanciados de la calle, ajenos a ella, concentrados en un mundo paralelo donde las cosas funcionan de manera bien distinta y donde, además, lo que se premia no es la valía, sino la obediencia. O, para explicarlo de otra forma, lo que se premian son aquellas habilidades que contribuyen más a reproducir el propio aparato clientelar de sus organizaciones. {enlace a esta entrada}

[Sat Feb 15 10:16:31 CST 2014]

Durante un par de semanas o así, el tema de la matanza de una jirafa en el zoo de Copenhague y su posterior disección delante de un grupo de chavales se ha convertido en tema de debate público aquí en los EEUU. Lo saco a colación aquí porque me parece muy indicativo de la mentalidad general de nuestras sociedades contemporáneas. Tal y como está el patio, no es necesario siquiera desarrollar demasiado el punto de vista de quienes se opusieron a la medida al considerarla cruel e innecesaria. Como es lógico, no faltaron recogidas de firmas para que se le perdonara la vida a la jirafa, así como ofertas para hacerse cargo de ella. Ahora bien, el punto de vista contrario, el adoptado por el personal del zoo, sí que me parece bastante interesante, precisamente porque no se trata del discurso típico que oímos en nuestros medios de comunicación.

Quien me conoce sabe que tengo simpatías por los posicionamientos ecologistas y, de hecho, fui miembro de Los Verdes a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa. Sin embargo, una cosa son las convicciones ecologistas y otra bien distinta, creo, la progresiva disneyficación de nuestra imagen de los animales, que bien poco tiene que ver con su papel en el ecosistema o la realidad natural. Así, de un tiempo a esta parte (hace ya décadas, en verdad), hemos ido fomentando una visión de los animales como una especie de muñecos de peluche a los que mostrar nuestro amor y aprecio, y por los que debemos sentir (se supone) una compasión simplificada y estereotipada. Tanta confusión moral y filosófica tenemos en nuestras sociedades desarrolladas que hemos llegado a confundir la protección de la naturaleza con la imagen falseada y dulcificada (plastificada, en realidad) de las películas de Disney. La realidad, guste o no, es que la muerte tiene una presencia brutal en el mundo que nos rodea, aunque no lo queramos ver ni aceptar. Peor aún, la naturaleza funciona como un todo, un sistema de elementos interrelacionados en los que a menudo uno de sus componentes individuales debe sacrificarse en beneficio del conjunto. Esa es la realidad natural, guste o no guste. Y, de hecho, protegiendo a los animales de la manera en que lo hacemos, caemos en una idealización de la naturaleza, imponiendo nuestros propios conceptos sobre una realidad que nos pre-existe. Se trata precisamente de la mentalidad que conduce a excesos como la aparición de peluquerías caninas y pedicura para mascotas por todas nuestras grandes ciudades. Pero más hiriente es aún, si cabe, que quienes se escandalizan tan hipócrimante al oír las noticias sobre la matanza de la jirafa en el zoo de Copenhague ni siquiera se planteen que la gestión de recursos naturales por los seres humanos forma parte intrínseca del concepto mismo de un zoológico. Es más, los zoológicos no pueden siquiera existir sin dicha gestión. Gestión que se hace, por supuesto, en nombre de un interés puramente humano y siguiendo unas pautas y unos valores morales claramente humanos. En conclusión, a las ballenas y a otros animales no hay que defenderlos porque nos dé pena que mueran y se les mate individualmente, sino porque representan un eslabón esencial en el ecosistema del que formamos parte. El uso y abuso del sentimentalismo por parte de quienes creen en el ecologismo nos está pasando recibo ahora en forma de una tremenda confusión. {enlace a esta entrada}

[Sat Feb 15 09:20:54 CST 2014]

A lo mejor es la distancia, que nos hace verlo todo de una forma bien distinta, pero me da la sensación de que la manera más o menos tranquila con la que los británicos están afrontando el referéndum para la independencia de Escocia contrasta sobremanera con lo que está sucediendo en España acerca de Cataluña. Se me dirá que no es lo mismo, que el Reino Unido tiene una historia bien distinta y es, en realidad, una amalgama de distintos reinos. En fin, la realidad siempre es distinta en cada sitio. Jamás encontraremos dos realidades idénticas. Así es la vida. Pero, sea como fuere, me parece que queda bien claro que por aquellos lares no están llegando a los niveles de histeria que alcanzamos nosotros.

¿Que qué pienso yo del tema? Me parece que ya he escrito antes sobre ello. En principio, creo que la independencia de Cataluña sería un enorme error con consecuencias negativas para ambos. Sencillamente, estoy convencido de que España no se entiende sin Cataluña, ni tampoco Cataluña sin España. Sin embargo, las realidades nacionales, como cualquier otra realidad, cambian a través del tiempo. Pero, aún más importante, no veo cómo se pueda obligar a un pueblo, nación, nacionalidad, región o como diantres lo queramos llamar a formar parte de un proyecto nacional en el que no creen. Sería algo así como obligar a un esposo o esposa a que permanezca casado en contra de su voluntad. Sencillamente, no le veo el sentido. No es que me parezca bien que se rompa un matrimonio, pero no acierto a entender qué vamos a ganar con forzarles a que se mantengan unidos a pesar de que una de las partes (o las dos) no quieren hacerlo. El trasunto de todo esto, como suele suceder, es una visión esencialista de las cosas. Lo siento mucho, pero no creo que exista una esencia nacional de ningún tipo, ni catalana, ni tampoco española. Los conceptos son meras herramientas que nosotros, los seres humanos, usamos para ayudarnos a entender la realidad que nos rodea. Sin embargo, nos pongamos como nos pongamos, son solamente eso, herramientas. Para nada debiéramos confundirlos con la realidad misma, que es otra cosa completamente distinta. Y, a pesar de todo, es un error muy humano confundir los conceptos con la realidad misma. De hecho, la mayor parte de las guerras suelen tener su origen precisamente ahí.

En todo caso, viene todo esto a cuento de la noticia que leemos hoy en El País sobre las discrepancias en el seno del Tribunal Constitucional a la hora de resolver el recurso sobre la declaración de soberanía del Parlament catalán. Al parecer, todo depende de si se considera que la declaración tiene valor legal o sólo político:

A favor de la primera consideración se encuentra el recurso del Gobierno por el que impugnó la declaración y los argumentos del Consejo de Estado. Este señaló que la declaración fue aprobada por el Parlamento catalán de acuerdo al reglamento de la misma cámara para "las propuestas de resolución" y que, por tanto, debe tomarse como tal y, así, ser merecedora de otorgarle valor jurídico.

En contra se sitúan incluso sentencias del propio tribunal, tal como reflejó uno de los padres de la Constitución, Miguel Herrero de Miñón, consejero del Consejo de Estado, en el voto particular en el que discrepó de la mayoría. Ahora, la minoría del Constitucional también asienta su argumento en lo dictado en la conocida como primera sentencia Ibarretxe que decía: "La eventual inconstitucionalidad de los actos parlamentarios solo es relevante cuando concluyen con una resolución, disposición o acto que se integra en el ordenamiento (y deberá calificarse con motivo del juicio de constitucionalidad que eventualmente se inste respecto esa disposición, resolución o acto) o cuando, sin finalizar el procedimiento en que se insertan, produzcan una lesión inmediata de derechos fundamentales que los sujetos legitimados para participar en el procedimiento".

Otro de los argumentos esgrimidos es la propia sentencia del Estatut catalán que puntualizó 14 de sus artículos y que, en su último fundamento jurídico dictó que "carecen de eficacia jurídica interpretativa" las referencias del preámbulo del Estatuto de Cataluña, que recogían un acuerdo del propio Parlamento que se refería a "Cataluña como nación" y a "la realidad nacional de Cataluña".

No sé. A mí me parece claro que se trata de una mera declaración política sin aplicación legal alguna. Sería algo así como las proposiciones no de ley que se aprueban constantemente en el Congreso de los Diputados y que todos los ciudadanos vemos (creo que correctamente) como meros gestos a la galería. ¿Que sí que se trata de un indicador de lo que a la mayoría del Parlament le gustaría alcanzar algún día? Pues ciertamente. ¿Y desde cuándo es ilegal o inconstitucional expresar las opiniones políticas propias en una democracia? ¿Es que vamos a conseguir algo negándonos a ver la realidad de que un buen número de catalanes (cuidado, no sólo sus representantes políticos, como a algunos les gustaría pensar) de verdad apuestan por la independencia? Como ya he dicho otras veces, podrá gustar más o menos, pero la realidad está ahí. ¿De qué vale ocultarla? Los problemas no se afrontan ocultándolos. {enlace a esta entrada}

[Sun Feb 9 17:20:45 CST 2014]

Hace aproximadamente una semana y media que, mientras leía los últimos datos macroeconómicos sobre los EEUU, tuve uno de esos extraños presentimientos que a menudo le llevan a uno a conectar dos noticias aparentemente diferentes y sin relación alguna. Resulta que la economía estadounidense creció en el año 2013 a un ritmo del 2,7%, lo cual ha dado pie a que numerosos analistas hablen de "recuperación" y presenten a la política económica aplicada por la Administración Obama como alternativa a la austeridad defendida por Merkel en Europa. Hasta ahí, todo queda más o menos claro, con la salvedad quizá de que habría que subrayar que el responsable de esa "recuperación" en EEUU no es tanto Obama como Bernanke, quien ha liderado la política de "flexibilización cuantitativa" (quantitative easing) durante el último año y medio. Pero ahí es precisamente donde comienza uno a hacerse algunas preguntas algo insidiosas. ¿Qué porcentaje del PIB estadounidense supone la compra de bonos de deuda en que ha incurrido la Reserva Federal durante ese mismo año 2013? Y, por consiguiente, ¿qué parte de dicha "recuperación" se debe en realidad a la máquina de imprimir billetes de Bernanke?

Pues bien, los cálculos no son tan complicados de hacer. El PIB de EEUU en 2012 fue de unos 15.684 billones de dólares. No obstante, como decíamos algo más arriba, dicho PIB creció durante 2013 un 2,7%. ¿Y qué porcentaje supuso el la "flexibilización cuantitva"? Sabemos que la Reserva Federal compró activos de deuda del Estado y deuda inmobiliaria a un ritmo de 85.000 millones al mes durante ese año, lo que supone un total de 1.020 billones en todo el año o, en otras palabras... ¡aproximadamente el 6.5% del PIB sobre el año anterior! O, para explicarlo de otra forma, el crecimiento real de la economía estadounidense fue más bien negativo si tenemos en cuenta el dinero que la Reserva Federal lanzó al mercado dándole a la manivela de la máquina de imprimir billetes. Peor aún, el crecimiento real sin esa intervención fue bastante peor que el de la economía española, por poner tan sólo un ejemplo que nos viene a mano. O, para entenderlo de otra manera, la economía estadounidense creció durante el año 2013 con "truco".

Una vez observado esto, no podía dar crédito del todo a lo que había descubierto, pues la verdad es que los medios de comunicación hablan más bien poco de todo este asunto, sobre todo desde esta perspectiva que aquí menciono. Así que le pasé los datos a mi hijo mayor y le pedí que los llevara a la escuela para preguntar al profesor de Economía sobre el asunto, quien vino a confirmar mis sospechas. Como he repetido en otras ocasiones, no me parece del todo claro que estemos comenzando a superar la crisis financiera de 2008 ni mucho menos. Si acaso, tengo la sensanción de que lo peor aún está por llegar. EEUU ha conseguido parchear las cosas imprimiendo dinero sin ton ni son para comprar una deuda que ya no se puede permitir, pero sin la cual la economía daría un frenazo en seco que sin duda llevaría a serios problemas sociales. Esa política tiene que tocar su fin tarde o temprano, pues es insostenible a medio y largo plazo. Por su parte, Europa está inmersa en un proceso de austeridad que no en el mejor de los casos va a empantanar al continente entero y, en el peor, no hará sino precipatarla en una espiral deflacionaria. Y, por último, los países emergentes, con China, India, Rusia y Brasil a la cabeza, ya han comenzado a mostrar las grietas de un modelo económico que en realidad estaba basado en la exportación a unos países desarrollados altamente endeudados. En fin, ¡que Dios nos pille confesados! {enlace a esta entrada}

[Thu Feb 6 12:43:25 CST 2014]

El diario estadounidense The New York Times publicó el mes pasado una entrevista con Robert Macfarlane, autor del libro The Old Ways: A Journey on Foot, en el que se defiende la importancia de recuperar la costumbre tan humana de caminar. En concreto, cuando se le pregunta por qué no conducir, Macfarlane responde:

Ha! Well, many of Chaucer's pilgrims traveled on horseback; while the hajj to Mecca now involves air travel for the majority of pilgrims. But there are two obvious differences between walking and vehicular travel. The first is that walking is a full-body experience; mind and body function inseparably, such that thought becomes both site-specific and motion-sensitive. The second is that on foot you are unshielded from the world. There is no sheltering glass or steel between you and the weather, and whoever or whatever you might encounter. Walking a path, you greet or chat with the people you meet: I can't remember ever having flagged down a stranger's car on the other side of the highway to talk things over.

Cierto. Yo añadiría, si acaso, que no sólo tiene uno un contacto mucho más directo con el entorno, sino que también tiene una mejor oportunidad de reflexionar sobre lo que se ve. Por ejemplo, durante todos los años que viví aquí en Saint Paul (Minnesota, EEUU) no me había dado cuenta de que la amplia mayoría de conductores, aquí como en España, no respeta los pasos de cebra ni parece prestar atención alguna al peatón. Más bien al contrario. Como yo solía detenerme y permitir que los peatones cruzaran la vía pública, tal y como ordena el código de circulación, asumía que la amplia mayoría de conductores hacía lo mismo. Sin embargo, ahora que llevo un tiempo caminando por la ciudad en lugar de conducir un coche estoy observando que la realidad no es ni mucho menos como la creía. De hecho, la mayoría de conductores, como digo, no respeta al peatón ni los pasos de peatones, aquí como allí. En este caso parece obvio que el caminar es una experiencia completamente distinta de la realidad que me circunda. {enlace a esta entrada}