[Sun Aug 31 13:07:46 CDT 2014]

Hace unos días me encontré en Facebook con una interesante gráfica ilustrando la diferencia entre las principales enfermades a las que donamos dinero y aquellas que matan a más gente. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que el fenómeno social del ice bucket challenge fue el que llevó a alguien a plantearse el asunto y hacer la investigación correspondiente.

En fin, mucho se ha discutido sobre los fundamentos éticos del reto en cuestión. No voy a entrar aquí en ese asunto. Desde que me preguntaron sobre el asunto en un primer momento, mantuve que mi principal problema con la campaña no era siquiera de origen puramente ético, sino más bien de naturaleza práctica: si donamos dinero a aquellas causas que organizan campañas publicitarias más llamativas o con mayor éxito de audiencia, bien podemos acabar desperdiciando recursos en enfermedades (y causas) que son comparativamente menores comparadas con otras de mayor calado que, sin embargo, debido a que no contaron con campañas tan atractivas, se quedarán sin financiación. Ahora, estos datos parecen confirmar mis sospechas. Pero, en fin, tampoco era necesario siquiera ver datos de ningún tipo para darse cuenta de que confiar la recaudación de dinero para investigar la curación de enfermedades (o, repito, para financiar cualquier otra causa) no es precisamente el mecanismo más racional ni justo de lograr el objetivo que nos planteamos. Claro que, tal y como están las cosas, va a ser bien difícil que millones de personas, acostumbradas a vivir en un entorno social dominado por la imagen y la publicidad, comiencen a comportarse de acuerdo a unas pautas distintas que las del mero consumo y divertida autopromoción de lo que cada vez más se denomina el yo mismo como marca.

Sin embargo, todo este asunto debiera llevar a plantearnos otro tema claramente relacionado que, no obstante, no veo que sea debatido en ningún sitio: el ineficiente mecanismo que estamos aplicando a la financiación de la investigación sobre enfermedades en este caso (y que, como queda claro con estos datos, deja mucho que desear) no es para nada distinto al que usamos para asignar recursos en otras áreas de la vida en sociedad. Esto es, no lleva mucho tiempo de reflexión para darse cuenta de que lo que estamos discutiendo es, ni más ni menos, que el mecanismo de libre mercado como método de asignación de recursos. Si todo parece indicar que no es desde luego el más indicado para decidir qué enfermedades debemos investigar, ¿qué diantres nos hace pensar que ese mismo mecanismo es, sin embargo, el ideal para otras esferas de nuestra vida? He ahí, creo, la auténtica paradoja. El caso es que, se mire como se mire, el mecanismo de libre mercado está también repleto de fallos y problemas. Para empezar, es una falacia el afirmar que se trata de un mecanismo democrático porque "todos decidimos por igual". No, todos no decidimos por igual. Sería así si todos tuviésemos la misma cantidad de dinero para donar, pero obviamente ése no es el caso. Por consiguiente, el "voto" de unos tiene mucho más peso que el de otros. Y eso sin contar con el hecho cierto y comprobable de que muchos no pueden ni siquiera "votar" porque no tienen suficientes ingresos como para donar. Por tanto, es un sarcasmo pretender que se trata de un mecanismo decisorio realmente democrático e igualitario. Para ilustrarlo con un ejemplo bien gráfico y simple: según este sistema, si una sociedad cuenta con un millonario cuyo hijo padece de una rara enfermedad y él dedica toda su donación a la investigación de dicha enfermedad, mientras que varios miles de individuos con pocos ingresos tiene familiares que padecen de cáncer y dedican sus más que magras donaciones a la investigación de cáncer, quien ha decidido en realidad ha sido "la sociedad" (así, en su conjunto, y además, "democráticamente"). Pero es que, además, tenemos el hecho de que si los individuos deciden cada uno por su cuenta a qué se van a dedicar sus donaciones sin que exista previamente una discusión con la intención final de llegar a un acuerdo sobre prioridades comunes, parece bien difícil que el resultado final sea realmente razonable. La "mano invisible" será todo lo invisible que quiera, pero no puede hacer milagros. {enlace a esta entrada}

[Sat Aug 30 15:41:59 CDT 2014]

El País publicó hace unos días una entrevista con el juez Javier Gómez Bermúdez en la que el tema central era la lucha contra la corrupción y en la que hace unas cuantas afirmaciones bien sensatas que merece la pena transcribir aquí:

España tiene problemas estructurales para combatir la corrupción, aunque no soy experto en esa materia, creo que las estructuras administrativas, de toma de decisiones, de controles internos y externos, no son las más adecuadas. Y en esa línea me parece que van las reformas. Lo que ocurre es que no basta con hacer leyes sino que hay que cumplirlas. Me refiero a que lo que llamo corrupción institucional, sin contraprestación económica, y que afecta al entramado del poder, sea judicial, ejecutivo o legislativo se produce a pesar de ser un sectores muy regulados. Las normas se obvian, no se cumplen, se puentean; en consecuencia, no basta con legislar sino que hay que ejecutar, hacer que se cumplan.

Se trata de un problema muy español, casi pudiéramos decir quizá que muy humano. Nos gusta aprobar leyes que suenan bien, que parecen bien sobre el papel y, sobre todo, que, por así decir, reflejan en el espejo una imagen de nosotros mismos que nos gusta, esto es, que dejan entrever una sociedad solidaria, compasiva y progresista. El problema, claro, está en que demasiado a menudo se quedan en papel mojado. No hay más que pensar en la famosa Ley de Ayuda a la Dependencia, tan bonita y transformadora sobre el papel y que, sin duda, contribuyó a mejorar las vidas de muchos conciudadanos pero que, se mire como se mire, quedó en buena parte sin aplicar debido a las zancadillas de los gobiernos autonómicos cuya función hubiera sido financiarla.

En todo caso, cuando se habla de esto de la corrupción yo suelo hacer un esfuerzo por hacer ver a mis contertulios españoles que se trata de algo tan asumido en la sociedad española que no vamos a solucionar nada si seguimos, como hasta ahora, apuntando el dedo acusador únicamente a los políticos. Como acertadamente dice Gómez Bermúdez:

El problema de la corrupción es educacional. En España, ¿quién no ha pedido un favor alguna vez? Favores nimios que no son ni infracciones administrativas, ni mucho menos delitos. Desde que te salten el turno para hacerte el carné de conducir hasta que el médico te vea antes porque es amigo tuyo. Eso, que es educacional, insisto, está socialmente permitido, y hoy por hoy no se puede considerar que sea infracción de ningún tipo lo que hace que se instaure la conciencia de que el favoritismo está permitido, que eso no es malo. Y si eso no es malo, el salto al siguiente escalón es más fácil de dar. Hay que educar a las siguientes generaciones en que, por ejemplo, saltarse una cola es un comportamiento poco ético y reprobable y sancionar administrativamente el favoritismo. El día que consigamos que nuestros niños entiendan eso será mucho más difícil que luego haya un alto índice de corrupción.

En definitiva, lo que nos falta es algo de conciencia profundamente democrática, lo cual no es sorprendente si tenemos en cuenta que apenas hemos conocido la democracia durante unos 40 ó 45 años en los últimos dos siglos. Las instituciones políticas son, por lo general, reflejo de lo que se ve a pie de calle. El día que en la propia sociedad española se asuma que el comportamiento ético es prioritario, lo más probable es que veamos como contrapartida una mejora sustancial del comportamiento de nuestros políticos. Siempre habrá un garbanzo negro aquí y allá, por supuesto. Eso no se puede evitar. Pero el trabajo de fondo no ha de hacerse aprobando reformas legislativas que después tendrán más bien una aplicación parcial y limitada a la vida real, sino al contrario, cambiando el comportamiento de todos y cada uno de nosotros en la sociedad civil. La legislación está muy bien, pero es insuficiente. El Estado no puede decretar el comportamiento ético, por más que a nosotros, viniendo de una tradición autoritaria, nos parezca así. {enlace a esta entrada}

[Sat Aug 30 08:06:23 CDT 2014]

Un amigo subió a Facebook el otro día en enlace a una entrevista con Victoria Camps publicada recientemente en El País donde, entre otras cosas, la conocida catedrática de Ética reflexiona sobra el capitalismo y la necesidad de encontrar un sistema de libre mercado "que priorice el bien común". Pero también hay otros elementos interesantes en la entrevista, como la reivindicación del silencio ("Yo creo que la gente echa de menso el silencio") en una sociedad (y no me refiero solamente a la española) donde reinan el caos, el bullicio y, en general, el ruido. Y digo que no se trata de un problema solamente de la sociedad española porque, como bien afirma Camps, el problema es más bien la aceleración ("Vamos tan acelerados en todo que lo difícil es tomarnos un tiempo para reflexionar, discutir, escuchar a los demás y contrastar las opiniones antes de tomar una decisión"). La vieja tradición de la tertulia o charla de café con los amigos parece estar desapareciendo, siendo sustituida por la tertulia mediática, bullanguera como ella sola, centrada en lo llamativo, lo colorido, es decir, lo que hace ruido. En el mundo de las tertulias radiofónicas y televisivas, mientras más ruido se hace (mientras más sandeces se dicen) más renombre se consigue, que a fin de cuentas es lo que importa en una sociedad dominada por la imagen y el espectáculo.

Pero, como decía, Camps ofrece otras cuantas reflexiones sumamente interesantes. Por ejemplo, tenemos la siguiente, con respecto a asuntos de ética:

Tenemos más principios éticos de los que somos capaces de cumplir. Lo que nos hace falta es voluntad y valentía para actuar en consecuencia con lo que decimos que creemos. Por eso yo abogo por la ética de las virtudes, porque pienso que el problema está en las personas, no en la falta de discurso.

Exacto. Discurso ya tenemos demasiado. Sobran las poses. Una vez más, en una sociedad dominada por la imagen y el espectáculo, lo que parece contar demasiado a menudo no es lo que se hace, sino lo que parece que se hace. Andamos tan ocupados, marchando siempre de allá para acá, que no tenemos tiempo siquiera de ver si el comportamiento se adecúa al discurso (por supuesto, la alergia contemporánea a todo lo que sea juzgar contribuye bastante a este contexto superficial de la pose). Estoy de acuerdo con Camps. Lo que hace falta es un retorno a la ética de las virtudes clásica. Lo que uno piensa, los valores que uno defiende, no pueden ser solamente una etiqueta, una marca para ir por la vida, sino más bien una guía sobre cómo actuar. Las ideas están muy bien, pero lo que en realidad cuenta es lo que se hace, la materialización de las ideas.

Pero seguimos con Victoria Camps para adentrarnos ya en la esfera más propiamente económica:

La indiferencia hacia el bien común es un defecto tanto de la política como de la sociedad civil. La formación que tenemos dentro de una economía que fomenta el egoísmo, la competitividad y los beneficios materiales hace personas muy individualistas que ponen por delante el interés privado, el interés corporativo; y aquí también pienso en el interés partidista de los partidos políticos. Ese interés privado elimina casi totalmente el bien común, que en política es absolutamente fundamental. Uno de los defectos de nuestra democracia, que es muy partidista, es no pensar en el bien común, no pensar más allá de las próximas elecciones, de modo que los proyectos siempre son a corto plazo. Y, en general, la ciudadanía actúa poco como ciudadanía

El individualismo y el nihilismo que solamente conceden valor a los criterios de beneficio y competencia económica están desguazando nuestras sociedades y todas sus instituciones (familia, barrio, cultura, política, religión, educación...) una a una. De ahí que no me guste que el discurso crítico ante la crisis se centre en estos momentos en los ataques a los políticos (o, como se prefiere llamarlos, la "casta política"), pues estoy convencido de que el virus que está corroyendo la estructura misma de nuestras sociedades lo pervade todo, y no solo el mundo de la política. Lo que vemos en esa esfera no es sino reflejo de lo que se observa en otros lugares. Bien está hacer un esfuerzo por reformar la política, pues falta hace. Pero convendría centrar nuestra atención en las otras esferas de la vida social. De lo contrario, no vamos a hacer sino parchear una vez más, en lugar de afrontar el problema de raíz.

Y llegamos ya a la parte de la entrevista que se refleja en el titular, en la que el periodista le pregunta sobre el capitalismo y si piensa que está en cuestión como sistema económico:

Yo creo que no. Hay alternativas que habría que considerar. A mí la que más me convence hasta ahora es la llamada economía del bien común que promueve Christian Felber. Es una forma moderada de corregir los despropósitos del capitalismo e ir hacia un capitalismo de más cooperación que ponga por delante el bien común. No todos los beneficios de las empresas tienen que revertir en el interés corporativo, sino que hay que pensar en el bien de todos y establecerlo por ley.

Me parece que Camps comete aquí un error muy común: confunde capitalismo con mercado. Lo he dicho muchas veces, pero tendré que volverlo a repetir: el mercado como institución económica ha existido casi desde siempre o, al menos, desde que ha habido civilización. Es tan antiguo como las ciudades. Y conviene no confundirlo con el capitalismo, que es una cosa bien distinta. Si Camps defiende la necesidad de "un capitalismo de más cooperación que ponga por delante el bien común" no defiende entonces el capitalismo, sino otra cosa bien distinta. ¿Que a lo mejor se está refiriendo a que el viejo socialismo real que se aplicó en la Unión Soviética y demás países de su esfera no es una alternativa preferible? Bien. ¿Que quizá esté defendiendo el papel de los mercados a la hora de asignar recursos con algunas limitaciones y dentro de una línea general marcada por la sociedad en su conjunto, en lugar de un sistema centralizado bajo el control del Estado? Pues a lo mejor. Pero, se mire como se mire, eso tiene bien poco de capitalismo, por más que haga uso del mercado. Conviene no confundir mercados con capitalismo, pues son dos cosas bien distintas. Y, todavía más importante, conviene darse cuenta de que un sistema económico en el que la cooperación prime por encima del beneficio privado y donde se "ponga por delante el bien común" tiene bien poco que ver con el capitalismo. En otras palabras, que uno tiene la impresión de que Camps no comparte para nada los valores ni las premisas del capitalismo, pero tiene algo de miedo a la hora de hacerlo explícito porque no quiere que nadie la confunda con una comunista furibunda. O, lo que es lo mismo, que ha caído presa del dualismo que nos atrapa en una cárcel lógica donde las únicas opciones son el capitalismo sin escrúpulos de corte anglosajón (con algunas modificaciones aquí o allá) o el modelo centralizado soviético. Lo siento mucho, pero no entro por ahí. La realidad es mucho más rica y variada. {enlace a esta entrada}

[Sun Aug 24 15:12:09 CDT 2014]

Hace ya un par de semanas que uno de los principales temas de debate político en España viene siendo la propuesta de reforma electoral para el Gobierno local en que viene trabajando el PP. Y, como sucede tantas veces, el debate está dominado sobre todo por las distorsiones, exageraciones y reproches mutuos a que, por desgracia, ya nos tienen acostumbrados nuestros representantes políticos. De hecho, por lo que tengo entendido, ni siquiera hay un borrador de propuesta aún. Lo único que hay son comentarios que se han venido haciendo en público, así como noticias que los medios de comunicación han ido publicando aquí o allá. Así pues, lo primero que habría que hacer es rogar un poco de paciencia a quienes ya han comenzado a lanzar acusaciones con palabras gruesas cuando ni siquiera existe una propuesta como tal. O sea, para ser claros, que las acusaciones de fascismo me parecen fuera de lugar.

No obstante, debo reconocer, en primer lugar, que no me gusta demasiado el hecho de que el PP se plantee esta reforma precisamente ahora, apenas unos meses antes de que se celebren las elecciones municipales. Sencillamente, es normal que dé pie a las sospechas de aquellos más recelosos y, sobre todo, no permite el tiempo suficiente para tener un debate serio, profundo y calmado, que es lo que merece una reforma de este calado. Por tanto, quede claro que, como digo, me parece que el Gobierno del PP no ha medido bien los tiempos. Y, sin embargo, aun cuando me parece que han cometido en ese sentido un error, también he de dejar bien claro que no estoy de acuerdo con las acusaciones de juego sucio o comportamiento antidemocrático que se oyen en ciertos sectores de la oposición.

Segundo, me parece igualmente equivocado que haya habido dirigentes populares que hayan afirmado sin duda alguna que están dispuestos a aprobar la reforma con o sin el apoyo de los partidos de la oposicion. Sencillamente, se trata de una propuesta de hondo calado que afecta directamente a las instituciones políticas del Estado, por lo que parece lógico pensar que no debiera tocarse sin contar con un amplio consenso. No fueron pocos los dirigentes del PP que criticaron actitudes similares del PSOE en el pasado, por lo que ahora debieran mostrar que son consistentes respecto a este asunto. La mayoría de ciudadanos están ya hartos de partidismo ramplón.

Pero, entrando ya en materia, el caso es que solamente hemos oído, al menos de momento, meros rumores sobre el contenido de la propuesta de reforma.Uno de los pocos elementos que parece estar presente en todas las noticias que he leído es la propuesta de que los Alcaldes sean elegidos directamente por los ciudadanos en cuanto hayan logrado más del 40% de los votos y les distancie al manos 5 puntos porcentuales de su más inmediato seguidor. La propuesta no es nueva, aunque sí que la oímos ahora con algo más de detalle. Después de todo, han sido muchos los dirigentes del PP que han lanzado ideas similares cuando aparecían aquí o allá coaliciones de partidos de izquierda para arrebatarles la Alcaldía en cualquier lugar. En este sentido, sí que parece algo sospechoso que el PP se plantee este asunto precisamente ahora, cuando parece claro que los partidos de izquierda tendrían más fácil formar coaliciones para arrebatarles gobiernos locales a ellos de lo que ellos lo tendrían para arrebatárselas a la izquierda. Después de todo, no hay que olvidar que el PP ha recurrido a este tipo de coaliciones en el pasado casi tanto como el PSOE u otros. Dicho esto, conviene reconocer el mérito a la propuesta de que representa un intento de evitar la compraventa de votos que se da en numerosas ocasiones para que el Gobierno local cambie de manos, teniendo además la virtud de que contribuiría a combatir la plaga del transfuguismo. Y, sin embargo, la verdad es que sigue sin convencerme del todo. Primero, porque un 40% de los votos no me parece suficiente. Quizá si, como se está hablando, hubiera una segunda vuelta enfrentando a los dos candidatos más votados tendría algo de más sentido. Pero es que, además, hay un par de pegas que me ocurren a la propuesta: primero, el juego de mayorías y minorías a través de la conformación de coaliciones no tiene por qué entenderse, a priori, como algo negativo en una democracia representativa madura (baste recordar que se trata de algo de lo más normal en las democracias del Norte de Europa, bien poco sospechosas de corrupción política); y, segundo, se pregunta uno qué puede suceder en aquellos casos en los que el Alcalde, a pesar de obtener más del 40% ó 50% de los votos, no cuente con la mayoría de concejales suficiente como para gobernar con un mínimo de estabilidad... ¿o es que vamos a introducir variaciones en la ley electoral también para garantizar que el candidato más votado cuente siempre con mayoría absoluta entre los concejaes, algo que no me parece muy recomendable?

En fin, que no creo que haya que cerrarse al debate sobre cualquier propuesta, pero tampoco es necesario (ni recomendable) darse demasiadas prisas cuando se está hablando de un asunto que afecta tanto a una de las principales instituciones políticas de nuestra democracia. Por último, conviene no olvidar que fueron precisamente las coaliciones que tuvieron lugar entre el recién refundado PP y el CDS a finales de los ochenta y principios de los noventa en numerosos gobiernos locales y autonómicos los que permitieron finalmente consolidarse a la derecha como alternativa seria de Gobierno a un PSOE que había monopolizado la vida política del país durante cerca de tres lustros. Puede uno estar más o menos de acuerdo con el PP y las políticas que llevaron (y llevan) a cabo, pero no está de más reconocer que la alternancia en el poder es un rasgo fundamental de cualquier democracia representativa. Al menos en ese sentido, aquella ola de coaliciones tuvo sin lugar a dudas un efecto positivo. Pues bien, algo así quizá no fuera posible hoy en día con la reforma que parecen estar planteando muchos dirigentes populares. {enlace a esta entrada}

[Sun Aug 24 14:53:00 CDT 2014]

Acabo de leer un interesantísimo reportaje publicado por la revista estadounidense GQ titulado The Strange & Curious Tale of the Last True Hermit, sobre un individuo que decidió irse a vivir a un bosque en el estado de Maine cuando apenas tenía veinte años y que vivió durante décedas en un aislamiento casi completo, alimentándose de lo que robaba en las cabañas de la zona. Sin duda tiene mérito vivir a solas en una tienda de campaña en mitad de un bosque precisamente en una región donde se alcanzan temperaturas de veinte o treinta bajo cero en invierno. Pero la razón por la que saco la historia a colación en estas páginas es lo que uno puede leer en los últimos párrafos, donde se narra cómo el ermitaño comienza a plantearse el regreso forzado a la vida en sociedad tras salir de la cárcel (la sentencia le obliga a encontrar trabajo o matricularse en alguna escuela, bajo amenaza de tener que cumplir siete años de prisión si se niega). Así, por ejemplo, por más que muchos le vean como un tipo más bien extraño y loco, con obvios problemas psicológicos, no queda más remedio que darle la razón al leer cosas como la siguiente:

"I don't know your world," he said. "Only my world, and memories of the world before I went into the woods. What life is today? What is proper? I have to figure out how to live." He wished he could return to his camp —"I miss the woods"— but he knew by the rules of his release that this was impossible. "Sitting here in jail, I don't like what I see in the society I'm about to enter. I don't think I'm going to fit in. It's too loud. Too colorful. The lack of aesthetics. The crudeness. The inanities. The trivia."

¡Y eso que aún no ha salido de prisión y se ha insertado en la sociedad "normal"!

En todo caso, la reflexión más profunda que hace es, creo, la siguiente:

Chris became surprisingly introspective. "I did examine myself," he said. "Solitude did increase my perception. But here's the tricky thing —when I applied my increased perception to myself, I lost my identity. With no audience, no one to perform for, I was just there. There was no need to define myself; I became irrelevant. The moon was the minute hand, the seasons the hour hand. I didn't even have a name. I never felt lonely. To put it romantically: I was completely free."

Para mí, la clave está en sus comentarios sobre la pérdida de identidad. Según dice, la razón por la que se sintió tan completamente libre fue porque había perdido el sentido de identidad individual. Sin nadie que le viera, aislado de la sociedad, no tenía necesidad alguna de actuar, de ser otro y, paradójicamente, esto le llevó precisamente a perder el sentido de identidad y vivir, simplemente, siguiendo el flujo de la vida a cada momento. La reflexión guarda, creo, mucha sabiduría, aunque la haga un inadaptado (o precisamente por ello). {enlace a esta entrada}

[Wed Aug 20 09:34:53 CDT 2014]

Un buen amigo subió a Facebook unas cuantas citas de Les Luthiers que merece la pena transcribir aquí. Muchas son geniales.

* El amor eterno dura aproximadamente 3 meses
* Todo tiempo pasado fue anterior.
* Tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria.
* El que nace pobre y feo, tiene grandes posibilidades de que al crecer...se 
  le desarrollen ambas condiciones.
* Los honestos son inadaptados sociales
* El que quiera celeste, que mezcle azul y blanco.
* Pez que lucha contra la corriente, muere electrocutado.
* La esclavitud no se abolió, se cambio a 8 horas diarias.
* Si la montaña viene hacia ti... ¡Corre! ¡Es un derrumbe!
* Lo importante no es ganar, sino es hacer perder al otro.
* No soy un completo inútil... Por lo menos sirvo de mal ejemplo.
* La droga te buelbe vruto.
* Si no eres parte de la solución...eres parte del problema.
* Errar es humano...pero echarle la culpa a otro, es mas humano todavía.
* Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe.
* Yo no sufro de locura... la disfruto a cada minuto.
* Es bueno dejar el trago, lo malo es no acordarse donde.
* El dinero no hace la felicidad...¡la compra hecha!
* Una mujer me arrastró a la bebida...Y nunca tuve la cortesía de darle las 
  gracias.
* Si tu novia perjudica tu estudio, deja el estudio y perjudica a tu novia.
* La inteligencia me persigue, pero yo soy mas rápido.
* No te metas en el mundo de las drogas... Ya somos muchos y hay muy poca
* Huye de las tentaciones... despacio, para que puedan alcanzarte.
* La verdad absoluta no existe...y esto es absolutamente cierto.
* Hay un mundo mejor, pero es carísimo.
* Ningún tonto se queja de serlo. No les debe ir tan mal.
* Estudiar es desconfiar de la inteligencia del compañero de al lado.
* La mujer que no tiene suerte con los hombres...¡no sabe la suerte que tiene!
* No hay mujer fea, solo belleza rara.
* La pereza es la madre de todos los vicios y como madre... hay que respetarla.
* Si un pajarito te dice algo...debes estar loco pues los pájaros no hablan.
* En cada madre hay una suegra en potencia.
* Lo importante es el dinero, la salud va y viene.
* Trabajar nunca mató a nadie...pero, ¿para qué arriesgarse?
* No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.
* Felices los que nada esperan, porque nunca serán defraudados.
* El alcohol mata lentamente...No importa, no tengo prisa.
* La confusión esta clarísima.
* Mátate estudiando y serás un cadáver culto.
* Lo triste no es ir al cementerio, sino quedarse.
* Hay 2 palabras que te abrirán muchas puertas:"Tire y Empuje"
* ¿Para qué tomar y manejar si puedes fumar y volar?
* Dios mío dame paciencia...¡Pero damela YA!
* De cada diez personas que miran televisión, cinco son la mitad.
{enlace a esta entrada}

[Tue Aug 5 11:19:16 CDT 2014]

El barómetro electoral del CIS correspondiente al mes de julio ha levantado bastante polvareda. Además de adjudicar al PP una ventaja electoral de cerca de nueve puntos porcentuales e indicar que el PSOE sigue en caída libre (pierde más de cinco puntos, pasando del 26,2% al 21,2% de los votos), también refleja que Podemos irrumpe como tercera fuerza política a nivel nacional apenas seis puntos por detrás de los socialistas y a más de siete puntos de ventaja de IU. Todo esto ha llevado a que más de uno hable ya de la "ruptura" del sistema político instaurado con la Transición. El potencial de ruptura está indudablemente ahí, pero no veo nada claro que la partida haya hecho más que comenzar.

Vayamos por partes. Podemos ha ido subiendo como la espuma gracias a su oposición frontal no ya a las políticas aplicadas por el Gobierno de Rajoy, sino al sistema bipartidista como tal, identificado en lo que su líder, Pablo Iglesias, ha venido en llamar la "casta política". Por ello, me parece, honestamente, que no andan tan descaminados quienes habaln de Podemos como un partido de corte populista. De momento, sabemos bien a qué se oponen, pero no tenemos ni idea de lo que proponen como alternativa. Su estrategia ha consistido hasta ahora en defender la ruptura completa con el sistema que construimos durante la Transición democrática allá a finales de la década de los setenta, identificado ahora tanto con el PP como con el PSOE (esto es, los dos partidos que han mantenido la hegemonía política y se han turnado en el Gobierno desde entonces). Aquel sistema, que durante varias décadas nos pareció no ya un mal menor sino incluso lo mejor que había sucedido en España en un par de siglos (y, la verdad, razones no faltan para estar de acuerdo con dicha visión), ahora, con la crisis que arrastramos desde 2008, se ve como una rémora. La tan alabada Transición, idealizada por tantos años, ha pasado a interpretarse ahora (tampoco sin razones bien válidas) como un mero cambio lampedusiano por el que las élites económicas del país que ayer apoyaron la Dictadura se pusieron al día para ser aceptadas en Europa modernizando con ello el país, cierto, pero sin que en realidad se diera transformación alguna en lo que verdaderamente importa, es decir, en la identidad de las familias que controlan el cotarro. Y ahora Podemos se nos presenta como el defensor del pueblo llano, el adalid de una ruptura profunda que venga a cambiar todo eso, pero, repito, sin aclararnos cómo piensan hacerlo. O sea, que el discurso suena bien, pero nadie sabe cuál es la hoja de ruta. Nada de esto tiene por qué ser negativo, cuidado. Un cambio auténticamente democrático debe hacerse desde abajo, y no desde las élites. O, para explicarlo de otra forma, la naturaleza del nuevo sistema que venga a sustituir al de la Transición quizá deba definirse conforme se va construyendo. Son los propios ciudadanos quienes deben darle forma a medida que se vaya extendiendo el debate. El populismo, por tanto, no tiene por qué ser algo negativo, al contrario de lo que dan a entender quienes aplican esa etiqueta constantemente a la gente de Podemos en nuestros medios de comunicación. No obstante, conviene tener bien presente los peligros de esa estrategia, así como el hecho de que criticarlo todo desde la indefinición es, en cierto modo, jugar con trampa.

Pero hay otro asunto que me parece importante. Salvo que queramos cambiar el bipartidismo por un sistema de partido único (algo que, no lo dudo, en estos momentos no propone nadie), la verdad es que habría que plantearse qué nuevo sistema de partidos vendría a reemplazar al que existe en estos momentos. En otras palabras, está muy bien criticar el bipartidismo, oponerse a las listas cerradas y bloqueadas y hablar de las limitaciones de la institución misma del partido político en un mundo mucho más fluido que el que la vio nacer hace ya bastante tiempo. Pero la cuestión clave es con qué queremos sustituirlo. Y ahí, una vez más, lo único que acierto a oír por parte de los representantes de Podemos es una obvia indefinición. Repito: a lo mejor es así porque, siendo consecuentes con su propuesta de una democracia más auténtica, prefieren que sean los ciudadanos mismos quienes vayan elaborando una alternativa desde abajo. Si es así, me parece muy bien. Sin embargo, convendría ir lanzando ideas y debatiendo propuestas, y no estoy seguro de que eso esté sucediendo. Digo esto porque el peligro es que todo este movimiento se quede a fin de cuentas en un mero populismo más bien negativo, muy ducho en criticarlo todo y oponerse al poder, pero incapaz de hacer propuestas en positivo. En otras palabras, que corremos el serio riesgo de que Podemos se convierta solamente en una pataleta infantil.

Por último, no sé hasta qué punto tenemos claro que estamos hablando una y otra vez de sistemas, y no de personas. Al hablar de asuntos que son complejos por naturaleza, sucede a menudo que preferimos simplificarlos e identificarlos con tal o cual líder, tal o cual organización. Sin embargo, las cosas no funcionan así. Lo que tenemos entre manos son sistemas, redes complejas de múltiples elementos o agentes interconectados unos con otros. No hay que perder eso de vista, aunque se trate de una visión algo más compleja y difícil de entender (peor aún, se trata de una interpretación que no es tan fácil explicar con un corto video de dos minutos y un puñado de eslóganes, que es lo que se lleva hoy en día). Ésta es precisamente la razón por la que a menudo "todo cambia para que no cambie nada", como ya sucediera durante la Transición (es decir, que bien pudiéramos caer nuevamente en el mismo error si no logramos entender este punto). Lo que no acertamos a ver es que el problema de fondo no es que tal o cual político, tal o cual partido, sea corrupto o esté al servicio de los poderes económicos, sino que la razón de que ello sea así está en el sistema mismo, en las reglas del juego, y no en la debilidad de los individuos implicados. Así, por más que Podemos protagonice el sorpasso con que soñaba Julio Anguita no hace mucho y quizá UPyD reemplace al PP, solamente sería cuestión de tiempo antes de que ambos pasen a desempeñar el mismo papel que ahora desempeñan PP y PSOE dentro de un sistema que tiene las reglas bien marcadas. El problema de fondo que debemos plantearnos es precisamente ése. {enlace a esta entrada}

[Mon Aug 4 10:09:21 CDT 2014]

Leí esta mañana en la web de El País el reportaje titulado Muerte de Venecia, donde se narra cómo el turismo de masas ha acabado por robar el alma misma de la afamada ciudad italiana, convirtiéndola en un mero parque temático, una especia de Las Vegas del Adriático con bastante más gusto y una estética mucho más bella. Tremenda paradoja la que tenemos aquí. Por un lado, conviene alegrarse del fenómeno que muchos han llamado "democratización del viaje" en las últimas décadas. Lo que antes era un privilegio de las clases más acomodadas, hoy está al alcance de millones de personas. En principio, eso debiera ser motivo de alegría. Pero, la otra cara de la moneda es el consumo desbocado, las prisas, el conocimiento meramente superficial de los lugares que visitamos y, por descontado, la destrucción a marchas forzadas de unos territorios que hasta hace poco estaban vivos y lucían una atractiva diversidad. Recuerda todo a aquel ensayo de Ortega y Gasset sobre La rebelión de las masas (uno de los pocos libros de un pensador español que puede encontrarse fácilemente, por cierto, en las bibliotecas extranjeras) en el que describía una sociedad tan entregada a la multitud y sus gustos anónimos, industriales, estandarizados, que el espíritu auténticamente humanista de antaño estaba en peligro de extinción. Sí, ya sé que suena todo a elitismo conservador, pero no me negarán que algo de razón tenía el bueno de don José.

El caso es que, de la misma forma que nuestra sociedad desarrollada postmoderna ha extendido el monocultivo agroindustrial (con todos los peligros que ello conlleva para la diversidad ecológica del planeta), también en el campo del turismo y la cultura se ha ido imponiendo un horrendo monocultivo que amenaza la diversidad del ecosistema social humano y, en último término, quizá hasta nuestra propia supervivencia. Las diferentes culturas existen como forma de adaptarnos a los distintos entornos geográficos. Al imponer un único patrón cultural en todo el planeta, parece probable que no hagamos sino debilitarnos como especie y facilitar, valga la metáfora, la aparición de virus culturales que amenacen nuestro futuro. Quizá convenga adoptar un estilo de vida algo más tranquilo, menos consumista, menos estresante, menos obsesionado con la imagen, menos preocupado de perseguir objetivos y visitar los lugares que nos dicen que debemos visitar y más centrado en las experiencias. En fin, no hablo de nada nuevo. Hace ya mucho tiempo que se viene subrayando la necesidad de encontrar una nueva forma de relacionarnos con los demás y con nuestro entorno natural sin necesidad de ir por ahí comportándonos como crueles e insaciables depredadores. Uno sigue guardando la esperanza de que algún día seamos capaces de lograr algo así, más que nada porque la alternativa no es, me temo, sino nuestro fin como especie. {enlace a esta entrada}

[Mon Aug 4 09:23:27 CDT 2014]

De un tiempo a esta parte, parece que se ha ido labrando un amplio consenso en la sociedad española que se pone de acuerdo en culpar a la "casta política" de todos nuestros males. El éxito electoral de Podemos proviene, en buena parte, de la firme defensa de ese punto de vista. Sin embargo, me temo que se trata, como en tantos otros casos, de una simplificación de la realidad. Préstese atención a lo que digo. No niego que nuestros políticos dejen mucho que desear. No niego que la corrupción política se haya extendido por las instituciones como un cáncer que amenaza con llevar a todo el organismo a la tumba. No niego que nuestro sistema de partidos esté claramente distorsionado para favorecer a los dos grandes partidos en un intento de fomentar un turnismo bipartidista de infame recuerdo para todo aquel que conozca algo de Historia (¡y qué paradoja que haya sido precisamente el histórico PSOE el que se haya prestado a entrar en este juego en sustitución de aquellos liberales de la Restauración!). Y tampoco niego que, aunque en términos sociológicos no pueda hablarse de clase social y quizá tampoco de "casta", nuestros representantes políticos suelen encostrarse durante décadas, aferrándose al poder con desesperación, taponando el acceso a los cargos públicos, controlando las instituciones (a menudo para provecho personal) y, sobre todo, haciendo imposible el beneficioso flujo de entrada y salida, contribuyendo con ello a un estancamiento de las aguas que no puede conducir sino al empozoñamiento y la enfermedad. Repito: no niego nada de esto. Y, sin embargo, me temo que con todo ello nos quedamos únicamente en la superficie del problema, en la mera anécdota.

La realidad es que el problema de fondo es mucho más serio y se extiende igualmente por otras esferas de nuestra sociedad. Creo que ya lo he dejado escrito en otras ocasiones: al fin y al cabo, nuestros políticos no son sino el vivo reflejo de la sociedad en que viven y que representan. Los políticos no aparecen del aire. No los traen a nuestro país los aviones de transporte de una potencia extranjera o naves espaciales de otra galaxia. Se han criado entre nosotros. Han madurado entre nosotros. Viven entre nosotros. Para que un político se corrompa tiene que haber otro ciudadano (un empresario, a menudo) que ofrece el soborno o la oportunidad de desviar fondos públicos para enriquecerse en poco tiempo. Asimismo, para que un político enchufe a Dios y la Virgen, ha de haber personas dispuestas a que las enchufen. Igualmente, para que un consumidor no pague el IVA ha de existir un proveedor de servicios que le ofrezca la oportunidad de no hacerlo. Parece evidente. Y, sin embargo, preferimos ocultarnos y pensar que los únicos culpables son los políticos, o que éstos debieran "dar ejemplo" y, por tanto, son los culpables últimos de la situación general de la sociedad. Pero, seamos honestos, ¿quién mira a los políticos en busca de ejemplo? ¿Cuándo fue la última vez que alguien les miró como ejemplo ético? Peor aún, si lo que queremos es encontrar un ejemplo ético a seguir, ¿a dónde podemos mirar? Porque lo verdaderamente jodido es eso. Ejemplos hay, cuidado. No hay que ser tan pesimista. La perfección no existe, pero sí que hay numerosos casos de ciudadanos de a pie, totalmente anónimos, que viven de una manera más o menos honesta y decente. El problema, claro, es que nadie les presta atención. Hace ya mucho tiempo que nos entregamos en cuerpo y alma a aquello que antes se denominaba la cultura del pelotazo, la del dinero fácil. Aquello vino de la mano de una modernización social y cultural que introdujo un relativismo corrosivo entre nosotros, eliminando de un plumazo todos los valores y principios que valían la pena, que nos hacían auténticamente humanos y, sobre todo, que hacían la vida en común algo más llevadera. Y, desde entonces, hemos perdido la brújula casi por completo. La única forma que tenemos de medir las cosas es el éxito material, esto es, la riqueza. Y que nadie piense que España es el único país que ha caído en este error. Para nada. Si fuera así, la crisis financiera del 2007-2008, cuyas secuelas aún estamos sufriendo, no se hubiera dado. Hoy, por desgracia, en España como en casi cualquier otro sitio, la única manera de vivir una vida decente es a contracorriente, remando contra los criterios que pretende imponernos la sociedad en su conjunto a través de los medios de comunicación y de la presión social.

En fin, se me ocurren todas estas reflexiones después de leer hoy en la prensa diaria que Arturo Fernández, el presidente de la patronal madrileña, se ve obligado a cerrar la cafetería de la Asamblea de Madrid ante la suspensión de pagos a que se ve abocada su empresa. Lee uno estas cosas y se hace varias preguntas. ¿De verdad que tiene sentido que el presidente de la patronal madrileña sea alguien que se dedica al negocio de las cafeterías? ¿No tendría más sentido acaso que se tratara de un auténtico emprendedor que trabaje en el sector de las nuevas tecnologías, la investigación farmacéutica o alguna industria punta? ¿Qué dice esto sobre la naturaleza última de nuestra empresa y nuestros empresarios? ¿Y el hecho de que un empresario fracasado sea el presidente de la patronal? Si hasta entre los empresarios nos encontramos con una "casta", ¿quién puede pensar que la cosa iba a ser distinta entre los políticos? ¿Por qué? {enlace a esta entrada}

[Sat Aug 2 17:55:28 CDT 2014]

Me acabo de encontrar ahora mismo una gráfica que alguien ha subido a Twitter mostrando las olas de migraciones en nuestro país entre 1940 y este año que me sugiere varias reflexiones: en primer lugar, como dice quien la subió, que, una vez más, estemos sangrando emigrantes desde que se inició la crisis que todavía padecemos (lo cual, me temo, no sorprende a nadie); segundo, que en realidad la única época en España experimentó una entrada neta de inmigrantes durante un periodo continuado de tiempo fue desde 1991 ó 1992 hasta el inicio de la crisis actual (en otras palabras, que quizá lo único que esté pasando ahora mismo es que regresamos a nuestro estado normal); y, tercero, que prácticamente durante todo el franquismo estuvimos perdiendo población a espuertas (¿a ver quién es el guapo que afirma que "con Franco no había paro"?; quizá no lo hubiese, pero ello era en buena parte porque quienes necesitaban empleo se marchaban al extranjero, tal y como sucede ahora). En fin, que la gráfica subraya lo que más o menos ya sabíamos: que aún no hemos solucionado muchos de los problemas estructurales que venimos arrastrando desde hace bastantes décadas.

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[Sat Aug 2 13:58:00 CDT 2014]

Hace ya varios días que El País publicó un interesante artículo sobre cómo las turbulencias globales parecen estar poniendo en evidencia el otrora imparable poder estadounidense. Se trata de algo, por cierto, que no tengo nada claro que los propios estadounidenses estén asumiendo aún. Sin embargo, la descripción de Marc Bassets parece bien clara, concisa y, sobre todo, objetiva:

Cuando algún lugar del planeta se incendia, el mundo suele mirar a Estados Unidos en busca de una respuesta. Pero en este verano de conflictos simultáneos, en que los riesgos para la paz se multiplican de Europa a Asia, pasando por Oriente Próximo, Barack Obama parece un presidente desbordado, sin capacidad de atender a todas alarmas.

Los sismógrafos de Washington registran señales preocupantes. Pocos presidentes de EE UU, en las últimas décadas, habían afrontado una sucesión similar de crisis no causadas directamente por ellos. Lo habitual es que el presidente —el líder del mundo libre, como se decía en tiempos no tan lejanos— intente modelar el mundo a su gusto, no lo contrario.

Seamos honestos, buena parte de los expertos en política exterior mencionados en el artículo se encuentran bien cercanos a los círculos conservadores en Washington. Se trata, por consiguiente, de gente siempre dispuesta a lanzar dardos envenenados contra Obama, a quien acusan a menudo de debilitar al país con sus políticas "anti-americanas", "europeas" y "socialistas". No obstante, no creo que haya que estar de acuerdo con los críticos conservadores para observar que el gigante americano está más bien de capa caída en los últimos tiempos, al menos en parte. Porque se mire como se mire, lo cierto es que ya no puede decirse, como se pensaba apenas caído el Muro de Berlín, que haya un único superpoder con capacidad para controlar el mundo. Ni mucho menos. Existe un superpoder político y militar, no nos engañemos. Los EEUU son los únicos que tienen, hoy por hoy, la capacidad de intervenir en determinados conflictos alrededor del glob. Y, sin embargo, es bien patente que ya no tienen la capacidad de control que tenían hasta hace bien poco. Quizá hubiera que decir, parafraseando al Unamuno de 1936, que no cabe duda alguna de que tienen sobrada fuerza bruta, pero les falta razón y derecho en la lucha. O, lo que es lo mismo, no vivimos en el mundo unipolar con el que soñaron en Washington después de derrotar a la Unión Soviética en la Guerra Fría. Pensaban que iban a poder hacer y deshacer a su gusto, extendiendo su área de influencia y, con ello, los intereses de sus grandes multinacionales. Pero las cosas se torcieron en algún momento a principios de este siglo XXI en que vivimos.

Como decía, al contrario de lo que afirman sus críticos conservadores, no creo que la debilidad estadounidense tenga mucho que ver con las políticas llevadas a cabo por Obama en los últimos años, sino que se trata más bien, pienso, de una evolución que hunde sus raíces algo más atrás. No creo que nadie dude que el aventurismo militar de George W. Bush ya dejó bien patente que la única superpotencia no tenía la capacidad militar y política para imponer su voluntad ni siquiera en países como Iraq o Afganistán, por no hablar de Rusia o China. Que nadie se engañe, tienen el músculo militar, pero ni siquiera eso les puede garantizar la victoria final, como hemos visto tanto en Iraq como en Afganistán. Pero es que, además, las intervenciones militares han supuesto un alto coste para la economía del país, que se ha endeudado hasta las cejas para poder enviar sus tropas a miles de kilómetros de distancia. Y, por si esto fuera poco, el ciudadano medio estadounidense de nuestros días no es desde luego el ciudadano patriótico y sacrificado de antaño, el trabajador de los años cuarenta dispuesto a que le racionen la comida y a reducir su nivel de consumo en nombre de la patria. Se sigue agitando la banderita a la menor ocasión, sí. Se sigue tocando el himno hasta en las reuniones más nimias de la escuela local. Pero una cosa es la parafernalia nacionalista y otra bien distinta que le metan la mano en el bolsillo. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y tampoco es algo que pueda achacarse únicamente a la falta de disciplina y convicciones morales de la gente normal, la verdad. Lo cierto es que la clase media en los EEUU está en serios problemas. No está dispuesta a aceptar sacrificios en nombre de la nación porque, sencillamente, no se lo puede permitir.

En cualquier caso, los EEUU en estos momentos tienen toda la apariencia de una antigua potencia imperial venida a menos. Una superpotencia que ya ha comenzado su lenta decadencia. Pero cuidado, que nadie se llame a engaño. El que el país ya no pueda imponer la visión unipolar que tanto le atrajo en los años noventa no quiere decir que no tenga fuerza ni poder. Aún conserva una extraordinaria fuerza militar, diplomática y económica con la que hay que contar a nivel internacional. Pero todo parece indicar que nos adentramos en una fase de transición claramente multipolar, lo cual va a exigir ciertos cambios que, seguramente, no estarán exentos de problemas y conflictos. Esto es lo que aún no han aceptado los conservadores estadounidenses, ni tampoco creo que lo hagan a corto plazo. De hecho, estoy convencido de que la mayoría de la población estadounidense tampoco ha asumido esta nueva realidad aún. Según cómo reaccionen en los próximos años podremos tener una transición más o menos pacífica o no hacia ese nuevo mundo multipolar que ya se perfila en el horizonte. {enlace a esta entrada}