[Thu Nov 28 14:09:47 CST 2013]

Alguien ha subido a Facebook el enlace a un artículo de Javier Aristu, antiguo dirigente del PCE, sobre Susana Díaz, la nueva Presidenta de la Junta de Andalucía y Secretaria General del PSOE-A. No voy a entrar a escribir aquí sobre Díaz y su tan cacareada "renovación", puesto que ya lo he hecho en otro sitio en esta misma web. Lo que sí que me parece digno de destacar en estas páginas son las palabras de Aristu sobre dos aspectos de la nueva Presidenta que se oyen una y otra vez en los medios de comunicación como si se tratase de cualidades dignas de resaltar:

Pero la política no es sólo genética. Valorar en una persona que es mujer no es mérito, eso tiene que ver con su condición natural. Apreciar que es joven no es capacidad, es de nuevo condición. Sé que algunas de las lectoras ya comienzan a arquear las cejas pero me sale la vena de profesor. No por ser mujer (y hombre) aprobé nunca a nadie en el instituto; nunca por ser más o menos joven (lo eran maravillosamente todos) aprobé a ninguno de mis alumnos. Uno, modestamente, intentaba valorar el mérito, la capacidad personal, el esfuerzo, los resultados, el producto de su trabajo; nunca su condición de mujer, de hombre o de lozanía. Es evidente que tener una secretaria general en vez de un secretario general de un partido socialista expresa, ni más ni menos, el avance cultural de la sociedad andaluza, la capacidad de superar atavismos y discriminaciones pasadas. El PP también tiene a mujeres en su dirección y en puestos de responsabilidad, y en número considerable. Nada que objetar y mucho que felicitar a ambas fuerzas por esa voluntad de homologar para los puestos. Por eso no es mérito de la ciudadana Susana Díaz ser mujer; la femineidad y juventud se las ha dado la madre naturaleza.

Lo que importa a la sociedad política es si el PSOE ha tomado de verdad nota de lo que ha pasado en estos años y está dispuesto a rectificar en aquello que muchos andaluces saben que se equivocó. Algo no funciona cuando treinta años después del primer gobierno socialista andaluz nuestro nivel de desempleo está en el 36%. ¿Quién es el que debe pagar esta factura? ¿Quiénes son los responsables? Algo huele mal cuando desgraciadamente las políticas activas de des-empleo aparecen al conjunto de los andaluces y españoles centradas en unos EREs fraudulentos y corruptos (algunos). ¿Qué cargo político asumió su responsabilidad en este descontrolado expediente? ¿Qué dimisiones políticas ha habido? ¿Se lo dejamos todo a la jueza Alaya? Nuestra enseñanza andaluza no está mejor, comparativamente hablando, que hace 20 años. ¿A quién debemos exigir responsabilidades? ¿Dónde están aquellos consejeros y consejeras de educación? No es buena maestra de vida la creencia de que simplemente cambiando en un congreso las caras se van a arreglar los errores nucleares que están en la manera de entender la política y la acción institucional. Tras el discurso audaz, renovador y juvenil de Susana Díaz tenemos que empezar a interpretar los contenidos subyacentes tras esos mensajes, aquellos verdaders núcleos de significado que intentábamos que los alumnos entendieran en nuestras clases de comentario de texto. Seguro que a Susana Díaz se lo explicó su profesor de Lengua en el IES Triana. Hasta ahora lo único que leemos es hojarasca, a lo mejor porque estamos en pleno periodo otoñal.

De acuerdo, se me coló ese segundo párrafo porque, la verdad, me parece tremendamente acertado. Nos quedamos en la superficie, en la imagen, lo trivial, y no nos atrevemos a indagar más allá. De ahí que un mero recambio de la cúpula nos parezca una renovación, o que el mero discurso nos parezca ya un enorme paso adelante. La política como espectáculo. La política como mercadotecnia. Nos venden líderes políticos como nos venden detergente o las maravillas de una crema facial. Y nosotros picamos. {enlace a esta entrada}

[Thu Nov 28 09:58:10 CST 2013]

De un tiempo a esta parte, con el triunfo del postmodernismo en las sociedades capitalistas avanzadas, la lengua y lo lingüístico ha pasado a ocupar el lugar central del debate político en demasiadas ocasiones. La preeminencia de las ideologías desapareció junto a la fe en los metarrelatos, viéndose sustituidos estos por las categorías de identidad cultural, racial y de género. Nos encontramos así en un contexto en el que no son pocos quienes creen que pueden transformar la realidad social a golpe de cambios en el diccionario. Si decretamos la prohibición de ciertos términos claramente abusivos o discriminatorios, piensan, por fuerza ha de cambiar también la realidad subyacente. Después de todo, las palabras son la materia prima que usamos para construir conceptos y, con éstos, dar forma a la realidad. Parece lógico y evidente. Precisamente por eso ha ido convenciendo a tanta gente durante las últimas dos o tres décadas.

En cualquier caso, no voy a entrar aquí en el fondo del asunto. Simplemente lo menciono para proporcionar un contexto histórico-cultural. El caso es que, debido a la primacía que el postmodernismo concede al lenguaje, los diccionarios se han convertido en un auténtico campo de batalla. Lo que antaño se concebía como un trabajo erudito que "limpia, fija y da esplendor", ahora ha pasado a interpretarse como trabajo ideológico para imponer el punto de vista de las élites dominantes sobre las mayorías oprimidas. De ahí los continuos llamamientos a que se retire o se modifique tal o cual vocablo recogido en el diccionario oficial de la Real Academia Española de la lengua, como si al eliminar una entrada en el diccionario lográramos al mismo tiempo transformar de un plumazo la realidad social. Mucho me temo que dicha actitud se trata de un craso error. Un ejemplo más de la superficialidad que invade la sociedad contemporánea, nada proclive a detenerse a reflexionar con profundidad, ni tampoco a la ardua tarea de trabajar con constancia para ir acercándose lentamente a un conocimiento progresivamente perfeccionado de la realidad (algo que no tiene nada de extraño, pues la negación de la existencia de dicha realidad forma parte intrínseca del pensamiento postmoderno al que aquí nos estamos refiriendo). El caso es que la función del diccionario no es la de sentar ley, sino la de documentar el uso que la sociedad hace del lenguaje. Quejarse, pues, de que el diccionario contiene tal o cual término que nos parece ofensivo es tan inútil como echarle en cara al periodista que escriba un artículo sobre la pobreza o la trata de blancas. Lo que habría que cambiar es la realidad social, no el documento que da fe de su existencia. Matar al mensajero no ha sido nunca una buena idea. {enlace a esta entrada}

[Tue Nov 26 09:47:51 CST 2013]

Cuando hace poco más de una semana el Secretario de Estado, John Kerry, afirmó que había llegado el momento de poner fin a la Doctrina Monroe, los republicanos más conservadores pusieron el grito en el cielo, como no podía ser menos. Según apuntaban, la intención de la doctrina no era sino proteger a los países americanos del intervencionismo de las potencias europeas. Y es cierto, esa fue la intención original. El problema es que, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en la excusa ideal para concebir el continente entero como "el patio trasero de los EEUU", como famosamente afirmara uno de los presidentes estadounidenses. En cualquier caso, me parece que yerran los críticos republicanos cuando acusan a la Administración de Obama de dar un paso más hacia la decadencia exterior de los EEUU. Parece evidente que si Kerry afirma ahora que ha llegado el momento de abandonar la Doctrina Monroe es solamente porque ya lleva unos cuantos años que no está vigente. Sencillamente, tras el éxito de Chávez y Lula, Latinoamérica se le ha ido de las manos a los EEUU. Se pensará lo que se quiera de los dos mandatarios (yo mismo he escrito a menudo aquí opiniones bien críticas de Chávez y su nuevo populismo izquierdista) pero, con su firme oposición a los EEUU, han logrado dotar a Latinoamérica de un grado de autonomía con la que nunca antes había contado. Y, por lo que hace a la supuesta decadencia de EEUU en el mundo, me da la impresión de que se trata de una tendencia que comenzó hace también bastante tiempo. Con el paso del tiempo, estoy convencido de que el final de la Guerra Fría se verá como un mero espejismo, un breve alto en el camino hacia la decadencia del papel que EEUU desempeñó en el mundo durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. {enlace a esta entrada}

[Mon Nov 25 15:06:18 CST 2013]

Cualquiera que siga con más o menos atención el debate sobre la cisis económica y qué políticas pudieran aplicarse para solucionarlo debe haberse dado cuenta de un hecho bastante interesante: la exportación se ve en todos sitios como panacea. Lo que tanto Alemania como la Comisión Europea vienen recomendando a Grecia, Portugal, España y otros desde hace tiempo es precisamente esto, que lleven a cabo las reformas necesarias para incrementar la productividad de sus economías, ser más competitivos y exportar más. Parece una verdad de perogrullo, claro. Después de todo, ¿acaso no fue así cómo Alemania se convirtió en la potencia económica que es hoy día? Sin duda. No obstante, la pregunta obvia sería cómo diantres es posible que todos los países tengan una balanza de pagos positiva al mismo tiempo. No hace falta ser demasiado inteligente ni saber mucho de economía para darse cuenta de que esto es una imposibilidad. Sencillamente, se mire como se mire, el comercio internacional es un juego de suma cero. Pues bien, precisamente eso es lo que nos dice Dani Rodrik en un artículo titulado The Real Heroes of the Global Economy publicado en la web de Project Syndicate:

Economic policymakers seeking successful models to emulate apparently have an abundance of choices nowadays. Led by China, scores of emerging and developing countries have registered record-high growth rates over recent decades, setting precedents for others to follow. While advanced economies have performed far worse on average, there are notable exceptions, such as Germany and Sweden. "Do as we do," these countries' leaders often say, "and you will prosper, too."

Look more closely, however, and you will discover that these countries' vaunted growth models cannot possibly be replicated everywhere, because they rely on large external surpluses to stimulate the tradable sector and the rest of the economy. Sweden's current-account surplus has averaged above a whopping 7% of GDP over the last decade; Germany's has averaged close to 6% during the same period.

China's large external surplus —above 10% of GDP in 2007— has narrowed significantly in recent years, with the trade imbalance falling to about 2.5% of GDP. As the surplus came down, so did the economy's growth rate —indeed, almost point for point. To be sure, China's annual grwoth remains comparatively high, at above 7%. But growth at this level reflects an unprecedented —and unsustainable— rise in domestic investment to nearly 50% of GDP. When investment returns to normal levels, economic growth will slow further.

Obviously, not all countries can run trade surpluses at the same time. In fact, the successful economies' superlative growth performance has been enabled by other countries' choice not to emulate them.

Este es, por supuesto, el pequeño secreto detrás del milagro exportador alemán. Como es lógico, para que unos países (China, Alemania, Suecia...) exporten más otros (España, Grecia, EEUU...) tienen que importar más de lo que exportan. O, lo que es lo mismo, sin las "manirrotas" economías de la periferia europea que tanto critican las biempensantes élites económicas y políticas alemanas, su economía no hubiera podido exportar tanto. Peor aún, las economías con una balanza de pagos negativa (esto es, netamente importadoras) solamente podían permitírselo debido al hecho de que los bancos alemanes les estaban prestando dinero a bajo interés durante ese mismo periodo. Lo mismo se aplica, por cierto, a la relación entre China y los EEUU.

Así pues, ¿podemos honestamente presentar el modelo exportador de Alemania o China como la solución a nuestros problemas? Ni por asomo. ¿Existe otro modelo, acaso? Rodrik cree haber identificado algunos:

The real heroes of the world economy —the role models that others should emulate— area countries that have done relatively well while running only small external imbalances. Countries like Austria, Canada, the Philippines, Lesotho, and Uruguay cannot match the world's growth champions, because they do not over-borrow or sustain a mercantilist economic model. Theirs are unremarkable economies that do not garner many headlines. But without them, the global economy would have been less manageable than it already is.

¿Hasta qué punto tiene razón Rodrik? Pues no lo sé. Tendría que investigar la situación de esas economías y ver qué políticas han aplicado en las últimas décadas. En cualquier caso, lo que sí parece evidente es que la solución mercantilista que nos quieren vender desde Alemania es, en realidad, bastante miope y cortoplacista. {enlace a esta entrada}

[Mon Nov 25 13:38:07 CST 2013]

Hace ya varios días leí una entrevista con Pedro Solbes, el ex-ministro de Economía con Zapatero, que me pareció bien interesante, aunque no tanto por lo que destaca el diario conservador en el que encontré la noticia (esto es, que se arrepiente de haberse presentado a las eleccines de 2008) como por otras razones menos partidistas:

Preguntado sobre si el PP recibió de herencia un país roto, Solbes ha negado la cuestión pero ha reconocido la dificultad de la situación de aquel momento. "El Partido Popular no recibe un país quebrado; recibe un país en una situación difícil y complicada". Y, preguntado por si las medidas que sugirió se parecen a las tomadas por el partido de Rajoy, el exministro se ha eplicado que "los instrumentos son los mismos, pero en política lo importante son los tiempos. Esas medidas ya las aplica mi sucesora y parte las aplica con decisiones muy valientes", aunque ha reconocido a su vez la idoneidad de haber actuado antes porque la situación sería "muy distinta". Según Solbes, las complicaciones posteriores, como la segunda recesión que sufrió la economía española, no fueron culpa del PP, como tampoco lo ha sido el retraso europeo en la adopción de algunas medidas.

Estoy fundamentalmente de acuerdo con las afirmaciones de Solbes, pero echo en falta algo de coherencia por parte del diario ABC que publica la noticia. Él mismo deja bien claro que las medidas que ha ido poniendo en práctica el Gobierno de Rajoy no son sino la continuación de lo que ya hiciera Zapatero (algo que, por cierto, convendría recordar a tanto socialista que anda por ahí criticando las medidas supuestamente de "derecha dura" aplicadas por el PP. ¿Que se tardó demasiado en reaccionar a la crisis? Cierto. Parece que el propio Solbes lo reconoce, aunque en ese caso echa balones afuera y parece apuntar el dedo acusador hacia Zapatero, a juzgar por lo que ha escrito en sus memorias y que todos hemos podido leer en los medios de comunicación esta misma semana. Uno piensa que, de todos modos, España hubiera visto una segunda recesión debido a la fragilidad intrínseca de su situación económica (algo que, por cierto, como he escrito en otras ocasiones, viene de bastante lejos y cuya responsabilidad, si acaso, es compartida por PP y PSOE, que son quienes han venido gobernando el país desde la instauración de la democracia). Pero, pese a todo, no queda más remedio que reconocer que sí, que Zapatero reaccionó bien tarde. Sencillamente, no vio venir el toro de la crisis cuando en la calle ya se sentían claramente sus efectos. Faltó conexión con la realidad social y económica del país. De eso no cabe duda alguna.

En todo caso, he de reconocer que me molesta la costumbre ésta tan hispana de buscar un culpable para todo, en lugar de concentrarse en analizar las causas de los problemas que tenemos entre manos para, a continuación, ver cómo podemos darle solución. Siempre estamos con el dedo acusador. Siempre exigiendo responsabilidades. ¡Ya es hora de crecer, por favor! Problemas como éste de la crisis que tenemos en este momento no son flor de un día, ni tampoco se trata de florecillas que apenas hayan logrado echar raíces. Al contrario, como he escrito en otras ocasiones, hunde sus raíces bien hondo. Tiene causas bien profundas. En realidad, el asunto que debiera preocuparnos es nuestra incapacidad para encontrar un modelo económico más o menos sólido y competitivo en las últimas tres décadas. Desde que el país se desindustrializara allá por la década de los ochenta como consecuencia de la competencia global y la deslocalización, no hemos sido capaces de encontrar una alternativa. Ahí es donde hay que trabajar. Por favor, dejemos de perder el tiempo en acusaciones y reproches mutuos. Eso no es política, sino politiquería de bajos vuelos. Alcemos un poco la mirada. Somos capaces de mucho más. {enlace a esta entrada}

[Fri Nov 15 09:09:37 CST 2013]

Desde luego que hay veces que uno se lleva las manos a la cabeza con las cosas que lee echándole un vistazo a la prensa diaria. Así, por ejemplo, podemos leer al inefable Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, afirmar que su Gobierno garantizará que "el pueblo tenga televisores de plasma", como si de un derecho fundamental se tratara. Ya se sabe: derecho a la dignidad, a la vivienda y a un televisor de plasma. Creo recordar que Voltaire ya hablaba del tema en su época. Propongo, de hecho, que se debata en la próxima Asamblea General de las Naciones Unidas. No es para menos. Y, por otro lado, mientras leo una noticia en la que se nos informa de que el ministro Soria insta a Díaz a que aclare cómo dará gratis agua y luz (interrogante que, dicho sea de paso, me parece bastante razonable) me encuentro de sopetón con lo siguiente:

La idea no ha gustado a las empresas eléctricas ni a las de abastecimiento de agua. El presidente de Iberdrola, Ignacio Galán, se mostró partidario de atender situaciones concretas de suministro de luz o agua a personas que lo están pasando mal aunque dijo ser contrario a "modelos de gratis total".

"Los modelos de todo gratis sabemos a donde nos han llevado; a una deuda pública sobre el PIB de casi el 100% y si vamos por ese camino iremos a niveles indigeribles", advirtió el presidente de Iberdrola. Otra cosa es, precisó, que haya "personas concretas con necesidades de ayudas de ese tipo", que deben contar con el apoyo de administraciones y empresas pero ante "situaciones puntuales", ya que "el gratis total por definición alguien lo va a pagar en algún momento".

Como no soy partidario de simplificaciones excesivas, he de comenzar reconociendo que el señor Galán lleva razón al apuntar que estas cosas, obviamente, las acaba pagando alguien. Tampoco le falta razón al advertir de los peligros del "todo gratis". Ahora bien, de ahí a afirmar que esta es la raíz del alto endeudamiento público media un abismo. Peor aún, sabiendo, como sabemos, el origen del alto endeudamiento público, las afirmaciones del Presidente de Iberdrola suenan a humor negro (o hipocresía descarada). En fin, supongo que es de esperar que sucedan estas cosas. La situación está bastante mal y mucha gente se deja llevar por la demagogia y las simplificaciones. Precisamente por ello conviene recordar que este tipo de cosas no suelen conducir a nada bueno. {enlace a esta entrada}

[Sun Nov 10 17:10:53 CST 2013]

Me ha gustado la reflexión sobre las palabras que hace el escritor Jesús Ferrero en su blog de Club Cultura:

Un perdedor de palabras es un perdedor de amigos, decía un filósofo taoísta, a lo que se podría añadir: y un perdedor de amigos es un perdedor de palabras: va dejando palabras infames por ahí sin darse cuenta de que las palabras vuelan y de que tarde o temprano llegan al oído que tienen que llegar. A veces para hacerlo atraviesan continentes y océanos como las aves migratorias. Es imposible imaginar una conducta menos irónica.

(...)

A menudo ignoramos que el mundo es un tejido de lenguajes diversos que nos tocan continuamente como el viento.

A menudo ignoramos que el mundo puede ser tan pequeño y tan denso como un puño cerrado.

No pierdas palabras, dicen los taoístas, (pero tampoco recurras al silencio cuando intentan amordazarte y te prohíben denunciar la miseria, la atrocidad y la barbarie).

Como suele suceder, el secreto está en encontrar el punto medio, el sabio equilibrio que logra armonizar lo uno (el exceso de palabras) con lo otro (la ausencia de ellas). Todo depende del contexto. {enlace a esta entrada}

[Sat Nov 9 09:30:15 CST 2013]

Hace ya algo más de una semana que me encontré en la web de El País una noticia sobre la batalla que el Gobierno mexicano acaba de lanzar contra la cultura del sobrepreso en aquel país y, aunque casi inmediatamente me pareció importante publicar aquí unas cuantas notas sobre el tema, la verdad es que no he tenido tiempo de hacerlo hasta ahora. Según se nos cuenta en la noticia, las estadísticas mexicanas en este ámbito son bien preocupantes:

México res el mayor consumidor de bebidas azucaradas del mundo. Una media de 163 litros por personas cada año. Los refrescos y la comida chatarra, los alimentos procesados, son elementos clave en una cadena de problemas de salud vinculados a dietas hipercalóricas que se traducen en cifras de epidemia. Un 71,3% de los adultos tiene sobrepeso o está obeso, porcentaje que entre las niñas y los niños entre cinco y 11 años es del 32 y el 37% respectivamente. Unos 80.000 mexicanos murieron en 2012 por culpa de la diabetes. Tres de cada cuatro camas de hospitales públicos está ocupada por pacientes con enfermedades relacionadas con estos problemas. Cada año el sistema de sanidad se gasta 60.000 millones de dólares en este campo de patologías.

La mala alimentación se ha convertido en un hábito incrustado en la cotidianeidad de los mexicanos. En la misma obra donde hablaban los capactaces, un albañil explicaba su relación con el refresco azucarado más famoso del mundo: "Antes tomaba más. Ahora bebo como medio litro al día. Intenté dejarlo, pero no puedo, se me da por tomar. Es como una ansiedad".

En este complejo contexto, el Gobierno de México lanzó este jueves un plan nacional contra la obesidad y la diabetes. Contempla medidas como gravar con un peso cada litro de bebida azucarada, imponer un impuesto extra del 8% a la comida chatarra, limitar los horarios permitidos para publicitar esos productos en la televisión y prohibir que se vendan en las escuelas. Fundamentalmente, se trata de elevar el precio de bebidas y comidas que se consideran perniciosas para desalentar su consumo y, si la regla de tres funciona, atenuar la crisis de salud.

Debo reconocer que, en principio, no tengo nada que objetar a la idea de promover una alimentación más saludable que, acompañada de otros cambios en los hábitos cotidianos de la población, contribuya a mejorar el nivel general de salud. De hecho, dudo mucho que nadie con un mínimo de raciocinio se oponga a este principio general. No sólo la población mexicana, sino también la española (por no hablar de la estadounidense), ha ido viendo un serio incremento del nivel medio de obesidad, debido no únicamente a cambios en la dieta, sino también en los modos de vida. En cualquier caso, lo que ya no tengo tan claro es que corresponda al Estado no ya sólo promover este tipo de cambio de hábitos, sino que incluso entre a impulsarlo mediante el uso de medidas punitivas que, todo hay que aclararlo en este mundo nuestro tan dado a la exageración y el tremendismo, son de carácter fiscal y no penal.

Veamos. De un tiempo a esta parte podemos notar una tendencia en las sociedades desarrolladas a legislar no sólo allí donde la regulación del Estado se hace necesaria para arbitrar entre los intereses contrapuestos de sectores de la polis, sino también cuando se estima oportuno fomentar un determinado modo de vida o incluso un conjunto particular de valores éticos o morales. Esto último me parece algo problemático, no ya sólo porque vaya contra la propia tradición occidental de separación entre la esfera del Estado y la de la sociedad civil, sino porque erosiona un principio tan importante como el de la autonomía personal sobre la que se sustenta el edificio entero de nuestra civilización moderna. No sabe uno hasta qué punto quienes promueven este tipo de medidas son conscientes de los efectos que pueda tener a medio y largo plazo en este sentido que aquí indico. De hecho, me parece razonable sospechar que, tal y como viene sucediendo en otros ámbitos del debate político, las decisiones se toman atendiendo únicamente al corto plazo y, por supuesto, sin plantearse para nada cómo puedan encajar en una visión general de las cosas (esto es, los tan manoseados "principios" y "valores") que, en realidad, aunque se hable mucho de ellos, raramente son siquiera considerados en el día a día. Nuestros políticos, como nuestras sociedades mismas, parece que llevan ya un buen tiempo funcionando en modo de piloto automático. Se mueven en una dirección que no tienen muy clara, sin entender muy bien las razones y, lo que quizá sea peor, sin preocuparse de ver cómo encaja todo en un plan general. En otras palabras, que andamos por el mundo sin brújula alguna. Improvisamos conforme vamos adentrándonos en un bosque cada vez más enmarañado. Me parece esencial detenernos un momento, dar un ligero paso atrás, escudriñar el paisaje que nos rodea y reflexionar sobre los pasos a seguir después de establecer unos cuantos principios fundamentales que nos sirvan de guía. Sin embargo, nos hemos impuesto un frenético ritmo de vida que nos impide hacer precisamente eso. {enlace a esta entrada}

[Sun Nov 3 08:41:37 CST 2013]

Ayer leí un interesante artículo sobre libros prohibidos publicado en la web de El País que merece la pena reseñar aquí. El periodista que firma el artículo habla sobre algunos de los casos más sonados que todos conocemos (Lolita, de Vladimir Nabokov; el Ulises, de James Joyce; las Flores del mal, de Baudelaire...), pero el meollo de la noticia en realidad es la prohibición de los nuevos libros digitales por grandes de la industria distribuidora, como Amazon. Se trata de un viejo debate, pero el hecho de que la industria editorial y los distribuidores se vayan concentrando cada vez más en unas cuantas manos elimina sin duda parcelas de libertad que todoas habíamos disfrutado hacia finales del siglo XX. Quizá, como afirman algunos entrevistados, la decisión final debiera estar siempre en las manos del lector:

Y es que la historia de la literatura ha distinguido, a la postre, la pornografía del erotismo, la literatura de la basura. Y el público ha ido eligiendo. ¿Se ha de prohibir lo que se produce? ¿La moralidad es un freno, y siempre ha de serlo? Depende de los cauces que alcance el libro. El cineasta y escritor José Luis Cuerda es escueto: "El que tenga reparos morales para leer un libro lo mejor que puede hacer es no leerlo. Ni siquiera para prohibirlo. A la libertad de publicación puede oponerse siempre la libertad de no verlo..." Él disfrutó lo prohibido (en España) "viendo películas en Biarritz" y recuerda esta escena en Madrid, durante el franquismo: "En la piscina de la obra sindical de Educación y Descanso las mujeres y los hombres tomaban el sol en solariums distintos y un cartel con el dibujo de una pareja de espaldas, paseando enlazados por la cintura anunciaba: 'Prohibido sentirse eufórifcos'".

También podemos leer otras defensas de la libertad del lector que me parecen bastante inteligentes:

"Apagar un libro en la Red", añade Ramírez [Sergio Ramírez, escritor nicaragüense], "es lo mismo que mandar a quemarlo. Uno de los monunmentos más impresionantes que he visto nunca, erigido en contra de la intolerancia, está en la plaza de Ópera, en Berlín, allí mismo donde los nazis quemaron miles de libros. Uno se asoma a una ventana que se abre en el pavimento, y lo que mira en el fondo son estantes vacíos. El vacío es lo único que satisface a la represión contra la libertad. Y está allí inscrita una frase de Henrich Heine que nunca debemos olvidar: 'Donde se queman libros se acaba quemando personas'".

Beatriz de Moura, directora de Tusquets, puso en marcha en 1977 la más importante colección de literatura erótica de lengua española, La sonrisa vertical. ¿Qué límite se impuso? "El único límite que Luis García Berlanga y nosotros nos impusimos desde el inicio de esta colección fue el de la pederastia". Fue una decisión editorial, el control tradicional que durante años ha sido la guía de los autores, los distribuidores y los lectores. ¿Tendría sentido establecer límites a la publicación de libros en virtud de razones morales o de otro tipo? "A mi juicio, no, siempre y cuando no invada el terreno de la infancia, y esto por razones tan evidentes como que los niños aún están indefensos ante las inquietudes, cualesquiera que sean, de los adultos".

En realidad, tras la censura de los libros de contenido erótico late una buena carga de hipocresía:

Pero, ¿y cómo llegó el auge de la censura del sexo en los libros? "La censura de los libros con conteido sexual no alcanzó su pleno funcionamiento hasta que los escritores optaron por la libertad y, en lugar de escribir cochinadas a escondidas y repartírselas solo a los amigos (como nuestro buen fabulista Samaniego, por poner un ejemplo entre miles), decidieron publicarlas por medios profesionales y ofrecerlas al público en general. Tras las primeras escaramuzas del siglo XIX, las grandes batallas se plantean en el XX y aún no han terminado". Ya Ulises "no es un libro prohibido en el mundo occidental, ciertamente; pero Ulysses Seen (Ulises visto), una estupenda versión para iPad en formato cómic, con desnudos, acaba de tener gruesos problemas con Apple (enemigo máximo de la carne expuesta, junto a Facebook)".

En el fondo, es una cuestión de poder. Las élites prefieren ser las únicas que tengan acceso a este tipo de literatura porque, al menos en teoría, sólo ellos son capaces de leerla y evitar la decadencia moral. Así era en el pasado y así quieren que siga siendo en el presente. No obstante, el proceso democratizador que experimentaron las sociedades occidentales a partir del siglo XVIII es prácticamente imparable. {enlace a esta entrada}

[Sat Nov 2 09:22:35 CDT 2013]

Me da la impresión de que demasiado a menudo nos dejamos llevar por el sectarismo y el partidismo, perdiendo con ello la siempre necesaria visión general de los acontecimientos, por no hablar de la capacidad de aceptar siquiera los hechos. Esto parece estar sucediendo, creo, con las discusiones sobre la presente crisis económica que nos azota. Ya saben la historia. Los comentarios se oyen y se leen continuamente en los medios de comunicación. También pueden leerse en las redes sociales. La culpa es de fulanito o de menganito. Los banqueros son todos unos sinvergüenzas, los políticos unos corruptos, los empresarios unos explotadores, los sindicalistas unos vendidos... en fin, que si prestamos atención a lo que se dice por ahí, culpables de la crisis no faltan ciertamente. El corolario de tal argumentación siempre es el mismo, claro: lo único que hay que hacer para solucionar el problema es quitarse de en medio al susodicho culpable. ¡Ay, si las cosas fueran tan fáciles!

Mucho me temo que, aunque buscar culpables sea sin duda bastante más conveniente, tiene más bien poca utilidad. En primer lugar porque, me temo que la culpabilidad en asuntos sociales suele estar bastante repartida. Se mire como se mire, unos por activa y otros por pasiva suelen contribuir a que sucedan las cosas que suceden. Así es la vida. ¿Qué se le va a hacer? Ya va siendo hora de que maduremos un poco como personas (y como ciudadanos). Uno desde luego no recuerda que apuntaran tantos dedos acusadores cuando corría el champán, se celebraban fiestas sin fin y se tiraba el dinero a espuertas, a pesar de que estuviésemos poniendo entonces las bases de lo que ahora tenemos. Pero es que, además, parece bien claro que sin prestar atención a la raíz de los problemas no vamos a poder solucionarlos jamás. De nada vale quedarse en la mera superficie, señalando a tal o cual persona como el causante de todos nuestros males, como si fuéramos una pandilla de ingenuos chavales guiados por un malvado tutor. Un elemento central de la idea de democracia es precisamente el de madurar y sentirse co-responsable de lo que sucede en la polis. Eso sí, por desgracia en España no tenemos mucha tradición de democracia y, acostumbrados como estamos a que los poderes hagan y deshagan, nos contentamos con buscar responsables. Pero algún día tendremos que cambiar esa actitud.

En todo caso, cuando echa uno un vistazo a los problemas que nos acucian en estos momentos en el área económica, creo que hay unos cuantos elementos que son más o menos claros, que la amplia mayoría de la gente de buena fe aceptaría sin más y que quizá pudieran sentar las bases de una futura solución. Lo que voy a indicar en las próximas líneas no son más que un boceto que, sin lugar a dudas, habría que verificar echando un vistazo a las estadísticas. Lo mismo se trata de una hipótesis equivocada pero, cuando menos, creo que se acerca más a los hechos que el pim-pam-pum que vemos, oímos y leemos a diario.

No voy a entrar a hablar de la figura histórica de Franco, ni tampoco de la naturaleza totalitaria o autoritaria de su régimen. Sencillamente, no creo que sea relevante en este contexto, como tampoco creo que haya que mezclar las opiniones sobre el comunismo soviético si lo que se está intentando dilucidar es si la economía rusa se modernizó o no durante la época de la URSS (cuidado, porque esto tampoco significa que las cuestiones morales deban dejarse de lado a la hora de hacer un análisis general de un sistema político, pero en estos momentos nos estamos concentrando solamente en los aspectos económicos y, en concreto, haciendo un somero repaso a la historia económica de un país para entender mejor las circunstancias en las que se encuentra). El caso es que, se mire como se mire, la economía española se desarrolló y modernizó de manera bien firme durante la segunda mitad de los años sesenta y la primera mitad de los setenta de la mano de las políticas desarrollistas llevadas a cabo por aquellos tecnócratas del Opus Dei que tomaron las riendas de la mano de Laureano López Rodó. Esto es, me parece, una evidencia histórica y económica. Se puede pensar lo que se quiera del régimen político que imperaba en el país durante aquellos años, de la misma manera que se puede pensar también que el desarrollo se hubiera dado incluso antes y de manera aún más profunda si España hubiera sido una democracia ya desde 1945. Pero no estamos discutiendo política-ficción, sino hablando de hechos. Y, en este sentido, queda meridianamente claro que la economía española creció enormemente y se modernizó durante esta etapa de su historia. Habría que añadir, además, que lo hizo mediante la expansión industrial en diversos sectores (siderúrgicas, astilleros, electrodoméstico, automóviles, bienes de equipo...) que hasta entonces habían tenido más bien poca presencia en nuestra economía. Y se trata, además, de algo que tuvo mayor vigor en unas regiones de nuestro país (Cataluña, Madrid y País Vasco, sobre todo, con algunos centros adicionales en Valencia, Sevilla y Valladolid) que en otras. Esto último explica, por cierto, las migraciones internas que se produjeron en aquellos años. Así pues, tenemos que durante esos años se dieron como aspectos positivos una industrialización y modernización social que nunca habíamos visto antes, junto a un modelo de desarrollo algo desequilibrado donde los avances se concentraban en unos cuantos polos que atraían a la población rural del resto del país.

Ahora bien, a mediados de los años setenta comenzó a verse una dinámica que trastocaría inevitablemente ese modelo económico de la época del desarrollismo (nótese que lo que voy a decir a continuación hubiese pasado con o sin Franco; sencillamente, Franco tuvo la "suerte" de morir en 1975, justo cuando esta tendencia de la que vamos a hablar comenzaba a hacerse notar). Me estoy refiriendo a la globalización de la economía. Este fenómeno no impondría su lógica por completo hasta bien entrados los años ochenta y noventa, pero sus balbuceantes comienzos pueden notarse ya en la segunda mitad de los setenta. El caso es que, poco a poco, conforme nuestra economía se desarrolla y enriquece, conforme nuestros costes laborales suben junto al nivel de vida, el capitalismo comienza también a deslocalizar la mano de obra para reducir costes y poder competir mejor. Aunque esta misma evolución nos había beneficiado anteriormente, cuando las factorías se trasladaron del Norte de Europa hacia el Sur, ahora ese mismo proceso nos encontraba en el otro lado, el de los mayores costes comparativos que, por consiguiente, reducían la competitividad. Por si fuera poco, a todo esto habría que añadir el ingreso en la Comunidad Económica Europea, en cuyas negociaciones se nos exigió que tomáramos ciertas medidas que vendrían a recortar nuestros sectores agrícola, ganadero, pesquero e industrial para contentar a nuestros nuevos socios. Así pues, en los años ochenta asistimos a un proceso de reconversión industrial que desmanteló en buena parte precisamente aquellos sectores sobre los que basamos el crecimiento en los años del desarrollismo, al tiempo que se pusieron cortapisas al sector agrícola y se potenció el turismo como nuevo motor de nuestra economía. Estamos hablando ya de los años de la definitiva apertura social de nuestro país al exterior, de la Expo de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona, etc. España se creía el centro del mundo porque aparecía en las portadas de las grandes revistas internacionales. Sin embargo, el crecimiento que se vio durante estos años fue mucho más tenue y frágil que el de la época del desarrollismo. Por un lado es bien lógico, pues ya no veníamos de tan atrás. Pero es que, además, las bases de este nuevo modelo (esto es, el turismo, fundamentalmente) no creaban el valor añadido que nos hubiera permitido ni la misma creación de riqueza, ni tampoco la misma creación de puestos de trabajo que se dieron en el pasado. Si alguien quería ver un un buen retorno en su inversión, casi no tenía más remedio que volver su mirada a la mera especulación... que es precisamente lo que sucedió en la siguiente etapa. Hasta aquí, en esta segunda etapa de nuestra historia económica más reciente, hemos visto las políticas aplicadas por los sucesivos gobiernos socialistas de Felipe González.

Desde mediados de los noventa, entramos, como digo, en una nueva fase, liderada esta vez por los gobiernos liberal-conservadores de Aznar. A partir de finales de los noventa y principios del siglo XXI, la liberalización del suelo y la entrada en el euro con la entrada de dinero barato en nuestro país infla la burbuja inmobiliaria que, a su vez, viene a compaginarse perfectamente con el crecimiento del sector turístico que se vio en la etapa inmediatamente anterior. Durante esta época se viven los años locos del desmadre, el dinero fácil, los viajes al extranjero y la idea de que nos vamos a comer el mundo. Eso sí, todo ello estaba basado sobre unos cimientos bien frágiles. Los gobiernos de Zapatero, por su parte, no hicieron sino continuar esta misma política. Se habló de la necesidad de cambiar de modelo, es cierto, pero no se hizo mucho para llevarlo a efecto, más allá de alguna que otra medida efectista tomada, además, a última hora, cuando el toro ya se nos echaba encima. Y así es cómo llegamos a las tristes circunstancias en las que nos encontramos en estos momentos. Como expicaba al principio, pare entender correctamente la situación en la que nos encontramos, conviene echar un vistazo a las últimas décadas, y no sólo a los años más recientes. Es entonces cuando nos damos cuenta de que, al menos desde la década de los ochenta (esto es, a partir de la crisis de los setenta) hemos ido dando tumbos sin encontrar un modelo económico que viniera a reemplazar al del desarrollismo de los años sesenta. Ahí es donde hay que poner el énfasis. Ese es el punto desde el que debemos comenzar a repensar nuestro modelo económico. Y mucho me temo que ese debate ni siquiera lo hemos comenzado aún. Estamos demasiado ocupados culpando a tal o cual político de todos nuestros males cuando, en realidad, creo que a todos nos cabe un poco de responsabilidad. A unos más que a otros, cierto. Pero todos somos en parte responsables de lo que tenemos en estos momentos.

Por último, no me gustaría terminar esta entrada en mi bitácora sin subrayar otra cosa que me parece también de extraordinaria importancia. Como queda dicho más arriba, estoy convencido de que tanto Felipe González como Aznar aplicaron unas políticas económicas que nos han conducido a la situación actual. El uno porque desmontó buena parte de nuestro sistema industrial con una reconversión fallida, y el otro porque lo apostó todo a un capitalismo de casino, al corto plazo. Ahora bien, también me gustaría subrayar que tanto el uno como el otro tenían más bien poco margen de maniobra e hicieron lo que pudieron con las cartas que encontraron en sus manos. En el caso de Felipe González porque, como decía, el capitalismo había comenzado ya su proceso de globalización imparable y era bien difícil competir con los costes laborales de países menos desarrollados que el nuestro, además de que la incorporación a la CEE era casi una necesidad en nuestro caso. Y, en el caso de Aznar, porque se encontró con una economía donde el único sector que era competitivo era el turismo y el país tampoco contaba (ni seguramente cuenta, en líneas generales) con una mano de obra tan educada y capacitada como nos gusta pensar. Además, en su caso habría que tener en cuenta también la influencia que tuvo la incorporación a la zona euro, que casi le dejaba sin margen de maniobra en lo que respecta a la política monetaria.

En conclusión, que las cosas son bastante más complicadas de lo que nos quieren hacer creer. La vida no es una película de buenos y malos. Y los políticos a menudo tienen que bailar con la más fea, les guste o no.

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