[Wed May 29 17:01:49 CDT 2013]

Ahora que Nicolás, mi hijo mayor, parece que se está aficionando más a la lectura (la verdad es que yo tampoco empecé a leer sin parar hasta prácticamente los 16 años), he tenido la ocasión de conversar con él sobre las ventajas y desventajas del libro electrónico frente al formato tradicional y la verdad es que, como con casi todo, las conclusiones no son tan simples como mucha gente pudiera pensar.

Veamos. El libro electrónico tiene, sin duda, la ventaja de ahorrar espacio. Uno puede llevar cientos de libros en el aparato y no ocupan mucho espacio. En ese sentido, son un auténtico regalo de los dioses. No más preocupaciones sobre la biblioteca personal, sobre todo cuando uno va a mudarse. Yo ya he cambiado de ciudad y de país varias veces y, por supuesto, la mayor parte de las veces no he sido capaz de llevar mi biblioteca personal conmigo. La parte central permanece en casa de mis padres en Sevilla, sobre todo esta última vez que viajé de regreso a Minnesota bastante ligerito de equipaje por opción propia. Así pues, esa parte del libro electrónico me parece, sin duda, seductora.

¿Qué otra ventaja puede tener? Pues, en segundo lugar, el hecho de que uno puede escoger entre una oferta mucho más amplia de títulos que en otra época, aunque esto tiene más que ver con la Internet que con otra cosa. De hecho, la oferta de títulos en formato electrónico es todavía inferior a la de libros en formato clásico. No obstante, el potencial está ahí. Es mucho más fácil bajarse la copia de un libro a través de la Red que pedirlo a una librería (sea física o en la web) y esperar a que lo envíen por correo. Además, también conlleva un gasto y un uso de recursos naturales (no sólo en la fabricación del libro, sino también en el transporte) que seguramente se ve aminorado en el caso de la copia digital (aunque aquí también habría que tener en cuenta el coste de los dispositivos de lectura, los servidores, etc.). De todos modos, se mire como se mire, el formato electrónico es desde luego mucho más conveniente.

Ahora bien, dicho esto, habría que entrar a discutir también los aspectos negativos del libro electrónico. No me voy a poner excesivamente nostálgico describiendo la maravilla que supone sentir el papel en las manos o el peculiar olor de un libro. La experiencia de palpar un libro en formato tradicional es, desde luego, mucho más placentera, pero uno imagina que, con el paso del tiempo, nos acostumbramos a todo y llegamos incluso a admirar la experiencia sensual de un ordenador o un dispositivo electrónico bien diseñado. Es lo que tiene la experiencia estética, que puede aplicarse a casi todo. Mi problema principal con el libro electrónico no es ese, sino bien otro. El caso es que soy de esos lectores que adoran entrar en diálogo con el autor del libro que está leyendo, lo que significa que tengo todos mis libros subrayados y con numerosas anotaciones en los márgenes. Se mire como se mire, es un fastidio subrayar y anotar los libros digitales. Yo todavía no he encontrado una buena solución a este problema. Todos los formatos dejan algo que desear. Además, otro problema que tengo es que no me parece tan fácil ojear un libro pasando rápidamente las páginas y tener una buena idea de su contenido y su calidad general. Sencillamente, el formato electrónico no facilita eso. Y, por último, tenemos también los asuntos bien documentados de limitaciones a la privacidad o incluso la integridad de las obras que compramos. No se trata de un asunto baladí. Aparte de la intromisión de ojos extraños en la lista de libros que leemos, también cabe la posibilidad de que, debido a algún fallo técnico, perdamos de buenas a primeras gran parte de los libros que compramos. Eso sí, siempre cabe razonar que lo mismo puede suceder en caso de incendio si preferimos apostar por el libro tradicional.

En defintiva, que no acaba uno de decidirse sobre un formato o el otro. A lo mejor lo más conveniente es seguir usando ambos, al menos por un buen tiempo. Lo mismo mi decisión final será leer la amplia mayoría en formato digital y comprar en papel aquellos que me parecen más imprescindibles. Lo mismo sucede que, como consecuencia de esto, acaba uno comprando libros en papel más bellos y duraderos, con un mejor diseño. Ya veremos. {enlace a esta entrada}

[Wed May 29 16:27:36 CDT 2013]

Hace ya casi una semana que El País publicaba una entrevista con el escritor italiano Umberto Eco aprovechando su paso por la Universidad de Burgos y, como suele suceder en el caso de Eco, hace unas cuantas reflexiones a las que podemos sacar jugo:

Entre los oscurantismos de nuestra época, el medievalista destaca el racismo, aunque, como en todo, también en eso hay clases. "Es fundamental que la gente se encuentre entre sí en situaciones no conflictivas, el racismo se produce no cuando un español va a Turquía, sino cuando un turco viene a trabajar a España. El verdadero racismo es siempre el racismo del pobre contra el pobre, los ricos no son racistas porque no les afecta. Los progrmos fueron así, contra judíos, pero también contra los rusos más pobres. El problema es hoy el racismo debido a la inmigración, que no tiene nada que ver con la posibilidad de una educación europea. Si desaparece este sentido de la unidad europea estamos perdidos. Antes Europa podía contar con la ayuda de EEUU, hoy a Estados Unidos Europa se la sopla, ahora tiene sus problemas con China, con India... Europa tiene que arreglárselas sola".

Ciertamente. Y todavía no hemos llegado a internalizar por completo esto que dice Eco sobre el hecho de que ahora Europa tiene que arregl&aacut;rselas por su cuenta porque EEUU tiene sus propios problemas que solucionar en otros sitios. Y, por si esto fuera poco, tenemos que hacerlo en un contexto de crisis económica. Una crisis que está sacudiendo los cimientos mismos del modelo económico europeo. Pero es lo que hay. De bien poco vale quejarse y anhelar un retorno al pasado que, sin duda, no se dará. La realidad es que EEUU tiene ahora que afrontar el inicio de una larga decadencia que, cuando menos, la va a forzar a tener en cuenta a otras potencias mundiales. Esto no quiere decir que EEUU vaya a caer en una decadencia irremisible, ni tampoco que se vaya a empobrecer a pasos agigantados (aunque también eso es posible), pero lo cierto es que estamos viviendo ya en un mundo multipolar que tiene bien poco que ver con lo que los estrategas estadounidenses creían que iba a pasar cuando cayó el Muro de Berlín.

Por otro lado, conviene también apreciar lo que señala Eco con respecto al racismo. El racismo, sin duda, existe. De hecho, está creciendo en este contexto de severa crisis económica. Pero nos equivocamos si pensamos que su raíz es ideológica. La verdad es que la ideología en este caso no es sino una fina capa intelectual que sirve de excusa a una frustración mucho más profunda. El problema no es el racismo, ni tampoco el renacer del neofascismo. Tanto uno como otro son solamente consecuencia directa de la frustración de una gente que no encuentra trabajo y, cuando lo encuentra, no puede ganar lo suficiente como para vivir decentemente. Para colmo, por si esto fuera poco, pueden perderlo todo en cualquier momento, saben perfectamente que su puesto de trabajo es más bien frágil y, al mismo tiempo, observan cómo las élites de siempre se enriquecen sin problema y las instituciones no hacen nada por proteger a los más débiles. En este contexto, no debiera sorprender a nadie que los movimientos populistas y anti-sistema se expandan imparablemente. Pero, como bien dice Eco, nos equivocamos si lo analizamos como un problema de educación o ideología. Esa no es la raíz del problema. De hecho, tampoco fue esa la raíz del problema cuando los fascismos nacieron allá por los años veinte y treinta del siglo pasado.

Por cierto, los comentarios de Eco acerca de la felicidad y el conocimiento resuenan muy dentro de mí:

En sus múltiples escritos Eco ha dejado dicho que la verdadera felicidad es la inquietud por saber, por conocer. "Es lo que Aristóteles llamaba maravillarse, sorprenderse... La filosofía siempre comienza con un gran ohhh!" ¿Y el conocimiento es acaso como el viaje a Ítaca de Kavafis, un recorrido que no debe terminar jamás? "Sí, pero además el placer de conocer no tiene nada de aristocrático, es un campesino que descubre un nuevo modo de hacer un injerto; evidentemente, hay campesinos a los que esos pequeños descubrimientos procuran placer y a otros no. Son dos especies distintas, pero naturalmente depende del ambiente; a mí me inoculó el gusto por los libros de pequeño... Y por eso al cabo de los años soy feliz, y a veces infeliz, pero vivo activamente mientras que muchos viven como vegetales".

Supongo que depende del sentido que demos al término "aristocrático". Si lo hacemos en el sentido más común, evidentemente el amor por el conocimiento no tiene nada que ver con la aristocracia, ni tampoco con el dinero ni el éxito material en la vida. Por otro lado, si concebimos lo aristocrático como una actitud personal, algo independiente de la clase social de cada cual, más o menos al modo nietzscheano, lo aristocrático y el amor por el conocimiento probablemente se solapen. Obviamente, estoy hablando en este caso de una aristocracia del espíritu, que no del dinero ni del linaje. En fin que, como siempre, es un auténtico placer leer una entrevista con el gran Umberto Eco. {enlace a esta entrada}

[Tue May 28 13:26:06 CDT 2013]

Creo recordar que, de cuando en cuando, he hecho algunos comentarios en estas páginas sobre el papel que desempeñan los ex-presidentes del Gobierno en nuestro país, casi siempre criticando el obvio egocentrismo y falta de saber estar que parece caracterizar a José María Aznar. Pues bien, hoy leemos en El País que Felipe González ha comentado que, si quiere, que vuelva a la política activa, pero "no para salvar a la patria". Y no me queda más remedio que estar de acuerdo con él. Para salvapatrias, ya tuvos más de la cuenta en su momento y aprendimos que nunca conducen a nada bueno. Por desgracia, Aznar se sigue viendo en el centro del huracán constantemente. Piensa que él (y sólo él) puede venir a rescatarnos de la crisis en que estamos sumidos, como ya hiciera (piensa él) a mediados de los noventa. Pero ya he escrito otras veces sobre ese asunto: primero, no hay más que echarle un vistazo a la situación de otros países de nuestro entorno (gobernados, por cierto, por líderes de ideología a menudo contrapuesta) para darse cuenta de que todos ellos vivieron también en esos momentos el inicio de un boom que, según se pensaba entonces, duraría varias décadas; y, segundo, tampoco hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que la crisis actual hunde sus raíces precisamente en los excesos de esa época. En otras palabras, que a lo mejor, en lugar de ser tan arrogante, lo mismo le convendría a Aznar hacer un poco de autocrítica. No es tan sólo que no nos hagan falta salvapatrias, sino que él mismo es precisamente uno de los máximos responsables de la situación en que nos encontramos, por más que tuviera la maldita suerte de que nada de esto sucediera bajo su mandato. Su buen amigo George W. Bush, sin ir más lejos, no tuvo esa suerte (aunque también sean muchos los estadounidenses que hoy se hayan olvidado de que la crisis empezó antes de que Obama alcanzase la Casa Blanca, y es que la gente tiene poca memoria).

En cualquier caso, echándole un vistazo al papel que han desempeñado nuestros ex-presidentes en las últimas décadas, me atrevería a decir que quien mejor ha sabido cumplir con su deber fue Leopoldo Calvo Sotelo. Una vez abandonado el Palacio de La Moncloa, sirvió en el Consejo de Estado (si recuerdo bien), dio alguna que otra conferencia, nunca se negó a entrevistarse con quienes le sucedieron en el cargo y, sobre todo, mantuvo un perfil bastante bajo, sin polémicas. En otras palabras, todo lo contrario del señor Aznar, a quien le gusta más aparecer en los medio de comunicación que a un niño un chupa-chups. Es una auténtica vergüenza. {enlace a esta entrada}

[Fri May 24 16:28:27 CDT 2013]

Como en muchas otras ocasiones, los humoristas de la prensa diaria son quienes mejor aciertan a reflejar el estado de la cuestión. En este caso, me han gustado, primero, la viñeta de Peridis publicada hoy en El País conjugando el verbo de la corrupción política y empresarial, un maravilloso resumen de la cultura del pelotazo que tanto gusta por nuestros lares:

Y, por supuesto, la viñeta diaria de El Roto no se queda atrás:

La voz de la calle tiene su eco en las viñetas de los grandes diarios, más que en las tribunas de opinión. {enlace a esta entrada}

[Wed May 22 15:40:06 CDT 2013]

Ya he escrito en otras ocasiones sobre este tema en concreto, pero nunca está de más repetir ciertas cosas, sobre todo cuando uno no cesa de oír el constante runrún contra las medidas de austeridad que defiende Angela Merkel en la Unión Europea. Hoy mismo hemos podido leer en El País que Bernanke advierte del peligro de retirar los estímulos de forma prematura lo cual, obviamente, no hace sino fortalecer las críticas contra la política de austeridad seguida por la UE. Pero, como en tantas otras ocasiones, no conviene quedarse sólo en el titular. Cuando uno pasa a leer la noticia completa, se da cuenta de que algo no funciona bien del todo en el Camelot de Obama:

Actualmente la Fed está comprando 85.000 millones de dólares en deuda pública e hipotecaria al mes, al tiempo que mantiene los tipos de interés entre el 0% y el 0,25%. La primera dificultad será decidir el momento en el que empezará a moderar el estímulo. Pero el reto mayor será reducir los 3,35 billones que acumula en balance y llevarlo a los 900.000 millones previos a la crisis.

¡Ahí es nada! La Reserva Federal estadounidense tiene en sus libros de contabilidad en estos momentos un total de 3,35 billones de dólares en deuda pública e hipotecaria que ha ido comprando a fuerza de imprimir moneda. No estoy seguro de que el lector medio se pueda dar cuenta de las tremendas implicaciones que tiene ese hecho. El caso es que, tarde o temprano, la Reserva Federal no tendrá más remedio que quitarse buena parte de esa deuda de encima. Y, como es obvio, alguien tendrá que comprarla (si hay suerte, por el mismo o mayor precio que al que la compraron ellos) y, además, tamaña operación habrá de hacerse sin que tenga consecuencias negativas en la economía. Pero ahí no queda la cosa, ni mucho menos. Uno debiera preguntarse también si una economía que ha ido saliendo de forma renqueante de la recesión gracias al hecho de que su banco central está lanzando 85.000 millones de dólares al mercado todos los meses en realidad se está recuperando. Después de todo, conviene no olvidar que lo que condujo a la crisis del 2007-2008 fue precisamente la burbuja especulativa creada como consecuencia de la enorme liquidez disponible en los mercados porque los agentes económicos (cuidado, todos los agentes económicos, no sólo el Estado) se habían endeudado hasta las cejas durante muchísimo tiempo. En realidad, lo que sucede es que la política de estímulos del dúo Obama-Bernanke consiste en seguir la misma irresponsable línea de endeudamiento masivo para generar demanda y que la economía siga adelante de alguna forma. Ni que decir tiene que esto no puede funcionar a largo plazo. Es un mero parche porque nadie quiere afrontar la realidad y, sobre todo, nadie quiere pagar el precio político que ello conlleva. Por si todo esto fuera poco, habría que observar, además, que, si creemos las cifras oficiales, la inflación está bajo control. En otras palabras, que una economía en la que estamos virtiendo un total de 85.000 millones de dólares al mes no ve subir los precios. ¿Qué nos dice eso con respecto a la demanda agregada? Pues sólo puede explicarse asumiendo que la demanda agregada real (esto es, la que no está siendo inflada artificialmente usando la máquina de imprimir billetes) está en realidad más bien hundida o, como mucho, con encefalograma plano. ¿Cómo diantres podemos explicar, si no, que la inflación no se mueve?

Dicho eso, no niego que la política de austeridad que promueve Angela Merkel tiene como consecuencia directa el enfriamiento de la economía. ¿Cómo negar la evidencia? Lo que sí que critico es la posición de quienes apuntan a las políticas de Obama y Bernanke como alternativa realistsa. Sencillamente, no lo son. No están haciendo sino retrasar el momento de la verdad, el momento en que tendrán que afrontar que nuestras economías vienen creciendo desde aproximadamente mediada la década de los ochenta sin ninguna base sólida, sino solamente tirando de chequera. No me estoy inventando nada. No hay más que echarle un vistazo a las cifras.

Es decir, ni siquiera en la época de la crisis de los años treinta, el New Deal y la Segunda Guerra Mundial se alcanzaba los niveles de endeudamiento que tiene al economía estadounidense en estos momentos. Y hay que fijarse que tampoco puede culparse a la reciente crisis financiera de 2007-2008, puesto que la tendencia comenzó claramente hacia 1984 y, ya hacia 2005 aproximadamente, casi se había duplicado el record de deuda total que se alcanzó anteriormente hacia 1935 o así. De hecho, el nivel de endeudamiento total de 1934 se volvió a alcanzar hacia 2004, bastante antes del estallido de la crisis actual. Vuelvo a repetir. Lo que estamos viendo aquí es, sin lugar a dudas, una tendencia estructural del sistema económico como tal. Y, por consiguiente, es algo que solamente podrá solucionarse con cambios muy profundos. Nuestros líderes, sin embargo, siguen viéndolo todo al corto plazo, que es donde ocurren las elecciones y donde ellos se juegan el cargo.

Supongo que la pregunta obvia, entonces, es si me parece que la política de austeridad defendida por Merkel es, de hecho, la única salida a la situación. Y, aunque seguramente sorprenderé a algunos de mis amigos, estoy convencido de que la respuesta es un sí cualificado. Me explico. Tras el derroche de las últimas tres décadas, en las que crecimos de una manera insostenible y engañosa tirando de la deuda, creo que, efectivamente, ha llegado el momento de la austeridad, la hora de vivir dentro de nuestras posibilidades. Sencillamente, visto lo visto, y como comentaba en los párrafos anteriores, no veo cómo pudiera ser de otra forma. Podría engañarme a mí mismo y a los demás, pero no me parece sensato ni honesto. Por consiguiente, no comparto para nada las críticas que oigo por parte de mucha gente de izquierdas hacia Merkel y demás, al menos en lo que respecta a la idoneidad de llevar a cabo una política de austeridad. Ahora bien, donde comienzan mis desacuerdos con Merkel y compañía es en la forma de implementar la política de austeridad. Porque puede hacerse repartiendo las cargas de forma más o menos equitativa o, tal y como se está haciendo, dejando que sean la gente normal y corriente la que saque las castañas del fuego a tanto empresario, financiero e inversor de pacotilla que sólo quiere estar a las maduras, pero no a las duras. Pero el que se aplique la austeridad de una u otra forma va a depender, como es obvio, de la correlación de fuerzas en la sociedad. No de las urnas, cuidado. La presencia de diputados de uno y otro signo político solamente tendrá influencia en la forma de austeridad que se aplique siempre y cuando haya movilización de la gente normal en las calles. Así es como funciona esto. Las élites económicas tienen la sartén por el mango y únicamente cederán parcelas de poder si se les hace presión. La izquierda, por tanto, debe movilizarse. No estoy llamando al asalto del palacio de invierno, sino tan sólo a una movilización social que haga presión desde abajo para facilitar la toma de decisiones políticas en las instituciones.

Por lo demás, conviene no olvidar nunca otro asunto que, bien entrado ya este siglo XXI, debiera estar siempre presente en nuestra mente cuando hablamos de estos asuntos: la crisis ecológica y la necesidad imperiosa de alcanzar la sostenibilidad. En este sentido, por cierto, no veo cómo podemos contribuir a mejorar la situación sin apostar por la austeridad material. Esta es, precisamente, una razón más para mostrar mi firme desacuerdo con quienes desde la izquierda critican las políticas de austeridad y fomentan unas políticas de estímulo que, en realidad, no harían sino continuar profundizando la senda de consumismo y destrucción de los recursos naturales que comenzamos allá por la postguerra. La contradicción en que caen mis compañeros me parece bien evidente. No se puede criticar los excesos del consumismo y, al mismo tiempo, reivindicar unas políticas de estímulo que no harán sino multiplicar el consumo tirando de deuda para solucionar los problemas que tenemos planteados a corto plazo, sin pensar siquiera en las consecuencias que ello tendrá de aquí a veinte o treinta años. Lo digo tal y como lo siento. Me parece abominable. {enlace a esta entrada}

[Wed May 22 09:18:21 CDT 2013]

En lo que respecta a la política, nunca me ha gustado la demagogia fácil, ni tampoco el fanatismo partidista. De ahí que nunca sintiera demasiada simpatía por Alfonso Guerra, a pesar de reconocerle otras cualidades sin duda más positivas. De la misma forma, no me atrae nada la figura de Esperanza Aguirre, quien me parece demasiado arrogante, egocéntrica, ambiciosa y dogmática como para considerarla realmente una liberal, que es precisamente como a ella le gustaría que la viera todo el mundo. El liberalismo, si acaso, lo lleva como bandera o etiqueta, pero no como filosofía o estilo. Sencillamente, su estilo es demasiado abrasivo y ramplón como para que yo lo considere auténticamente liberal, al menos en el sentido clásico del término. Ayer, por ejemplo, leíamos unas declaraciones suyas en el contexto de una noticia publicada por El País acerca de la reforma educativa que propone el ministro Wert:

La presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, calificó la reforma educativa "paso de gigante" y ha arremetido con los "progres españoles empecinados" en unas leyes educativas que han tenido como consecuencia "un paro juvenil del 52 por ciento" ya que "el daño causado tarda mucho en desaparecer".

Como decía, unas declaraciones llenas de odio, demagogia, dogmatismo y, sobre todo, rencor (y fervor) partidista. No veo qué pueda tener esto que ver con el liberalismo de corte clásico, caracterizado más bien por la sensatez y la apuesta por lo razonable (cuando pienso en un auténtico liberal se me viene a la cabeza el nombre de Manuel Azaña, por poner un ejemplo). Seamos honestos, el alto índice de paro juvenil no tiene nada que ver con el sistema educativo, sino con nuestra estructura económica. Cuando su antiguo jefe de filas, Aznar, se puso a construir el "milagro económico español" a mediados o finales de la década de los noventa, optó por un modelo económico basado en la construcción y la mera especulación (o, lo que es lo mismo, sectores de poco valor añadido y que no requieren mano de obra cualificada). De aquellos polvos vienen estos lodos, por más que el ex-presidente quiera ahora presentarse como salvador de la patria y cirujano de hierro capaz de volver a sacar a nuestro país del pozo en que se encuentra (por cierto, que tampoco estaría de más recordar que en aquellos años también se vio un crecimiento económico que entonces se pensaba imparable en otros países de nuestro entorno, lo cual quizá debiera llevarnos a pensar que no se trató tanto de la mano de oro de nuestros supuestamente maravillosos e iluminados gobernantes como de las circunstancias que les tocó vivir). Sencillamente, si la raíz última del problema fuera nuestro sistema educativo, no veríamos ahora al Reino Unido y Alemania más que dispuestos a aceptar a nuestros jóvenes en sus empresas. No me cabe duda de que una reforma educativa es necesaria, pero haríamos bien en consensuarla entre los principales partidos y dejar de dara bandazos. Pero, sobre todo, convendría darse cuenta de que el problema del desempleo no tiene nada que ver con el sistema educativo, sino con nuestras propias estructuras económicas. Es ahí donde debemos incidir si realmente queremos solucionar el problema a medio y largo plazo. De lo contrario, al igual que ya sucedió con Aznar, volveremos al pan para hoy y hambre para mañana, es decir, a parchear las cosas para salir adelante de forma improvisada y fomentar el crecimiento a corto plazo con alguna otra burbuja que, tarde o temprano, volverá a estallar en nuestras caras. {enlace a esta entrada}

[Tue May 21 15:12:14 CDT 2013]

De un tiempo a esta parte, no para uno de oír propuestas de lo más "verde". Que si automóviles híbridos (o directamente eléctricos), energías renovables para allá o para acá, economía sostenible, reciclado... en fin, toda una parafernalia de métodos y técnicas que, al menos en teoría, debieran acabar con (o, cuando menos, frenar) el uso desenfrenado de los recursos naturales que caracteriza a nuestra civilización industrial avanzada. Así que tiene bien poco de extraño leer hace apenas unos días que la FAO llama a extender las dietas basadas en insectos ante el imparable crecimiento de la población en nuestro planeta. La noticia, como era de esperar, está repleta de comentarios medio chistosos sobre la reacción de mucha gente a la idea misma de comer estos bichos, pero, eso sí, para mi sorpresa, en ningún momento se pone en cuestión que se trataría de una solución más ecológicamente sostenible. Yo, sin embargo, tengo mis dudas. De hecho, no creo que haya que reflexionar demasiado para darse cuenta de que algo no cuadra en todo esto.

Veamos. En primer lugar, habría que dejar bien claro que el problema del hambre en el mundo tiene bien poco que ver con la falta de alimentos o la necesidad de incrementar la producción agrícola y, sin embargo, mucho que ver con el despilfarro que nos caracteriza a los países ricos y, por supuesto, la extremadamente injusta distribución de los alimentos en que incurre el sistema de libre mercado que en este caso, como en tantos otros, se muestra eficiente, pero no eficaz. Ya hemos leído en otros lugares que aproximadamente un tercio de la comida que se produce en todo el mundo se tira a la basura o se pierde por el camino (aquí hay un enlace, en inglés). Es más, mientras que la producción total de alimentos se ha triplicado desde principios de la década de los sesenta, la población como tal solamente se ha duplicado desde entonces. O, lo que es lo mismo, que, repitamos una vez más, el problema no es debido a la sobrepoblación (aunque eso no equivale a decir que el tema no debiera preocuparnos), sino a las propias ineficiencias de un sistema económico que pone el beneficio y la rentabilidad económicas por encima de cualquier otra cosa.

Pero es que, en segundo lugar, no parece que tanto experto como tiene la FAO se pare siquiera a considerar el efecto negativo que pueda tener el consumo masivo de insectos en el ecosistema global. ¿O es que acaso piensan que los insectos no desempeñan papel alguno en el ecosistema? La viñeta de Ramón publicada ayer en El País viene a ilustrar esto bastante bien:

Y es que, en el fondo, el problema real es nuestra visión de todo lo que nos rodea como mero objeto al servicio de nuestros propios intereses. Hasta que no cambie eso, dudo mucho que lleguemos siquiera a acercarnos a una situación en la que podamos vivir en este plantea sin causar la destrucción masiva que solemos causar. {enlace a esta entrada}

[Fri May 17 13:22:26 CDT 2013]

Hace ya algo más de una semana que leí en El País que expertos de la Generalitat proponían prescindir de la mayoría de funcionarios. El titular, la verdad, me parece algo manipulativo. Cuidado, no falta a la verdad en el sentido más estricto, pero da a entender algo que me parece que es incierto, pues la impresión que cualquier lector que no vaya más allá del titular se va a llevar es que quienes escribieron el informe proponen despedir a los funcionarios o privatizar los servicios cuando, a juzgar por el contenido de la noticia, no se trata de eso. De hecho, esto que digo debiera quedar ya bien claro desde el primer párrafo:

La Comisión de Expertos designada por el Gobierno catalán para elaborar un informe sobre la reforma de la Administración pública y su sector ya ha finalizado su trabajo y ha entregado el informa a la vicepresidenta del Gobierno, Joana Ortega. El grupo que preside el catedrático Guillem López-Casasnovas aboga por una Administración más "eficaz, eficiente, transparente y que rinda más cuentas", que considere al ciudadano su cliente y que esté mucho más profesionalizada que ahora. Entre otras propuestas, el documento al que ha tenido acceso El País reclama que solo haya funcionarios en puestos que requieren del ejercicio de la autoridad, como la policía, los inspectores o quienes otorgan licenciasa. El resto, que se encargue a personal laboral, esto es, contratos indefinidos pero no de por vida commo los de los funcionarios. Hoy la Generalitat tiene 160.000 empleados, de los cuales 122.000 son funcionarios; 26.000, interinos, y 12.000, laborales.

Ya creo haber escrito aquí mismo sobre este este tema en otras ocasiones. No me parece mal del todo la propuesta. Sencillamente, así es como funciona en otros países de nuestro entorno (seguramente no en Francia, que es de donde calcamos a menudo nuestra organización administrativa por razones históricas). Hay que subrayar, como decía antes, que no se trata de proponer el despido masivo, ni tampoco la privatización de los servicios. Lo que se propone es, más bien, que la amplia mayoría del personal administrativo pase a tener un contrato indefinido como el de cualquier otro empleado de cualquier otro sector. No acierto a ver problema alguno con esa idea. Incluso estaría por decir que quizás redundara en mayor eficacia y eficiencia en los servicios prestados por parte de la Administración. Uno no acierta a entender la razón por la que un funcionario que se limita a atender a los ciudadanos tras una ventanilla desempeñando un trabajo de oficinista ha de tener un empleo garantizado de por vida con una enorme cantidad de privilegios que no tienen los oficinistas que trabajan en el sector privado. Por lo general, seamos honestos, la consecuencia de esto suele ser que el funcionario en cuestión presta un servicio de poca calidad porque, entre otras cosas, no hay forma de obligarle a que rinda.

Ahora bien, no es menos cierto que deberíamos tener en cuenta otras consideraciones de enorme importancia, sobre todo la posibilidad de que en un contexto como el que proponen los autores del informe la Administración Pública se llene de enchufados del partido político de turno. No hay más que pensar que, si con el sistema actual, que obliga a la realización de oposiciones, ya sucede esto, puedo imaginarse uno lo que sucedería con la mera contratación de empleados siguiendo un sistema parecido al del sector privado. En otras palabras, el sistema de oposiciones está desfasado y desprende un clarísimo olor a tradición decimonónica, pero se pregunta uno qué sucedería si decidiésemos acabar con él. Lo mismo resulta que la medicina es peor que la enfermedad. En definitiva, que las políticas se ponen en práctica en un contexto social y cultural, y el nuestro no es precisamente muy favorable a contratar al candidato más capacitado, en lugar de al más recomendado. {enlace a esta entrada}