[Sun Mar 31 12:08:49 CDT 2013]

Hace ya un par de semanas aproximadamente que El País publicó una noticia que mostraba bien a las claras la ignorancia de muchos aspirantes a profesor de primaria en la Comunidad de Madrid acerca de la materia que supuestamente debían impartir a los alumnos. La polvareda que montó durante unos cuantos días fue fenomenal, a pesar de que a estas alturas ya haya quedado todo en el olvido (cosas del mundo mediático en que vivimos). Merece la pena reproducir aquí al menos uno de los párrafos de la noticia:

El 86% de los examinados suspendió una prueba que incluía preguntas sobre los conocimientos que debe tener un alumno de sexto de primaria, con 12 años. Muchos de ellos, según la información facilitada por la Consejería de Educación madrileña, no supieron responder qué tipo de animal es una serpiente, cuál es la longitud de una circunferencia con un centí;metro de radio, cuál es el significado de escrúpulo... Desde los sindicatos les acusan de intentar "hacer escarnio público" con los docentes al dar solo datos parciales de la prueba. La actuación de Madrid, inmersa en un cambio de los criterios para baremar a sus interinos, reabre un debate antiguo.

Vayamos por partes. Aun entendiendo que la Consejería de la Educación de la Comunidad de Madrid ha hecho pública esta información obviamente para fortalecer su posición en las negociaciones abiertas con los sindicatos, la verdad es que en este caso, como en tantos otros, me parece importante aplicar el principio de que no vale de nada culpar al mensajero sin hacer nada por solucionar el problema de fondo, que es precisamente lo que los sindicatos están intentando hacer aquí. Es más, si de verdad queremos que haya un debate social sobre el tema, habrá que asegurarse primero de que la sociedad conoce todas las facetas del asunto, y no solamente las que puedan beneficiar a una u otra parte. Por consiguiente, no comparto para nada las críticas a la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid en este caso.

De todos modos, como indicaba antes, lo que tendríamos que estar haciendo es plantearnos el problema de fondo: primero, muchos de quienes se presentan a las oposiciones de profesor no lo hacen por vocación, ni tampoco porque deseen diseminar conocimiento alguno, sino tan sólo porque se trata de un trabajo decentemente remunerado y con cierta estabilidad; segundo, la ignorancia demostrada por el 86% de quienes se presentaron al examen es, por desgracia, compartida por buena parte de la población; y, tercero, habría que preguntarse sobre el contrasentido de que sea precisamente "la generación más educada de la Historia de España", como suele decirse, la que muestre estos niveles de ignorancia, pues apunta sin lugar a dudas que nuestro sistema educativo tiene claras deficiencias de enorme calado. Se hace difícil saber cuál de los tres factores es más importante. Y, por si esto fuera poco, convendría también apuntar que por lo menos el segundo y el tercer aspecto son perfectamente aplicables a otras sociedades de nuestro entorno (lo son, desde luego, en el caso de los EEUU). Así que no está de más, me parece, leer con atención el artículo de Enrique Moradiellos titulado Primero aprende y solo después enseña. En particular, destacaría las siguientes reflexiones, aunque en realidad merece la pena leerlo entero:

Lo más preocupante de algunas reacciones al informe por parte de los afectados es la negativa a contemplar el núcleo del problema: que la formación universitaria recibida ha descuidado gravemente los fundamentos disciplinares (el conocimiento derivado del cultivo de las disciplinas científic-humanísticas: historia, matemáticas, literatura, biología...) en beneficio del saber formal y procedimental de las "ciencias de la educación" (teorías psicopedagógicas, doctrinas didácticas, praxologías docentes...). Tal es el caso de la reacción de la alumna mencionada en el artículo de este mismo diario (Un fallo docente desde la base, 14 de marzo de 2013) que desconocía la ubicación de los ríos Ebro, Duero y Guadalquivir: "A mí no me tendrían que preguntar los ríos de España, es mucho más importante que evalúen mi capacidad para enseñárselos a un niño ciego".

(...)

¿Cómo hemos llegado a esta ridícula, pero grave, situación? Dejando aparte conocidas razones sociográficas derivadas de la conformación de un gremio profesional con aspiración al control unívoco de una materia definida como "ciencia de la educación", la clave probablemente está en la difusión de unas filosofías y antropologías psicopedagógicas de perfiles muy pragmatistas y formalistas que han llegado a ser hegemónicas en el campo de la pedagogía y la didáctica (y en los planes de estudio del magisterio español, de paso). Ya en los años sesenta del siglo XX, cuando esta deriva comenzaba a extenderse por Estados Unidos, Hannah Arendt lanzó una llamada de alerta con su habitual perspicacia: "Bajo la influencia de la psicología moderna y de los dogmas del pragmatismo, la pedagogía se desarrolló, en general, como una ciencia de la enseñanza, de tal manera que llegó a emanciparse por completo de la materia concreta que se va a transmitir". Una década después, era el pedagogo canadiense Lucien Morin el que advertía contra los desvaríos de unos "charlatanes de la nueva pedagogía" que querían hacer tabula rasa de todas las experiencias docentes previas en aras de una modernidad mal entendida. Sus palabras son particularmente actuales a la vista del caso madrileño: "Todos afirman que gracias a las ciencias de la educación serán más respetadas las exigencias intelectuales y, sin embargo, lo que está ocurriendo en todas partes es exactamente lo contrario".

Pues sí. Es completamente cierto. Al igual que en tantos otros campos, nos hemos echado en brazos de un chato pragmatismo al que sólo interesan los "resultados", como si la educación (o la sanidad, o la política, o tantas otras cosas) fuera lo mismo que una empresa. Y, como es lógico, se han tirado a la cuneta la preocupación por el largo plazo junto a los valores y principios. En su lugar, lo único que queda es el sacrosanto mercado, por lo que no hay otra forma de medir el éxito educativo que analizando si nuestras escuelas preparan a las futuras generaciones para obtener un puesto de trabajo y desempeñarse en él con un mínimo de pericia (en otras palabras, en formar asalariados para la empresa privada). Y, dicho sea de paso, nuestro sistema educativo ha fracasado estrepitosamente en esto último, si bien no es menos cierto que el problema esencial no es el sistema educativo en sí tanto como nuestro modelo económico (y, por ende, nuestro modelo social y cultural, pues el uno va unido al otro). En definitiva, que la primacía de lo meramente técnico y sus nefastas consecuencias puede apreciarse no solamente en España, sino también en muchos otros países de nuestro entorno. De hecho, estoy convencido de que forma parte de lo que no puede denominarse sino crisis de civilización. Después de abandonar todo principio, ya sea religioso o humanista, hemos adoptado un relativismo corrosivo que se limita a fomentar el consumo infinito de los recursos naturales, el disfrute material inmediatoe, la cultura del todo vale, el cortoplacismo más miope y, por supuesto, las cuentas de resultados. O, lo que es lo mismo, entre todos hemos destrozado la educación, de la misma forma que hemos destrozado tantas otras cosas. {enlace a esta entrada}

[Sun Mar 31 10:26:25 CDT 2013]

Hoy nos enteramos de que el Consejo de Europa critica a España por gastos municipales "irracionales". ¿Gastos "municipales"? ¿Acaso los gastos autonómicos o del Gobierno central no fueron irracionales durante la década prodigiosa? ¿Pero es que aquí hay alguien libre de responsabilidad? No hay más que leer el primer párrafo de la noticia para ver retratadas a multitud de instituciones públicas:

El Consejo de Europa ha tomado nota de dos de los temas que más alteran a la opinión pública española: "El aumento de casos de corrupción política que están causando verdaderos estragos en la credibilidad de las instituciones, y la gestión de algunas regiones y gobiernos locales en relación con prácticas irracionales de gasto". En esas prácticas incluyen "la construcción de faraónicos proyectos o el pago de enormes salarios a algunos políticos locales y regionales, entre otros dispendios".

De hecho, la misma noticia incluye varios enlaces a otras noticias relacionadas que pueden verse como un magnífico ejemplo del "dispendio" al que se refiere el Consejo de Europa: el estadio olímpico de Sevilla, construido para unas Olimpiadas que jamás tuvieron lugar (y, la verdad sea dicha, siempre tuvieron pocas probabilidades de celebrarse) y ahora está más bien en desuso; el aeropuerto de Ciudad Real, ambicioso proyecto de nuestras mentes más provincianas; la televisión autonómica valenciana, botón de muestra del ombliguismo identitario; o la Ciudade da Cultura de Santiago. Y, que conste, estos son solamente unos cuantos ejemplos. Fíjense que ni siquiera se ha mencionado el aeropuerto sin aviones de Castellón. En fin, que la lista es verdaderamente interminable. Una vez más, ¿es que extraña a alguien? No hay más que darse cuenta de que, como señalaba hace unas semanas a cuenta de la candidatura olímpica de Madrid, seguimos repitiendo la misma cantinela. Vamos de proyecto faraónico en proyecto faraónico, confiándolo todo a la fe milagrera, en lugar del buen hacer y el trabajo constante y callado. ¿Para qué unas olimpiadas ahora? ¿Para invertir millones en infraestructuras que luego quedarán infrautilizadas durante décadas? ¿Para que unos cuantos empresarios (los de siempre) se pongan las botas mientras dan migajas a los parados durante un par de años? ¿Pero es que alguien puede pensar que eso nos va a sacar del hoyo? ¿Alguien piensa honestamente que esa propuesta sea algo más que, una vez más, pan para hoy y hambre para mañana? ¿Más de lo mismo? ¿Es que no aprendemos?

Mientras tanto, la juez Alaya, la que investiga el caso de los EREs en Andalucía, ha implicado a CCOO y UGT en el cobro de comisiones. Todo parece indicar que no va a quedar títere con cabeza. A estas alturas, ya tenemos a políticos de todo pelaje, PSOE, PP, sindicatos, administraciones a todos los niveles, empresarios, banqueros y hasta a la Casa Real implicados en escándalos de corrupción de uno u otro tipo. La cosa comienza a recordar a los últimos días del reinado de Alfonso XIII, que diera paso a la implantación de la Segunda República. El sistema de la transición está tan podrido que cuesta trabajo pensar que vaya a sobrevivir. Sencillamente, no acierta uno a ver cómo ni de dónde pueda surgir una regeneración desde dentro, en tanto que la gente cada vez tiene menos fe en el sistema en su conjunto. El auto de prisión del ex-sindicalista de UGT, Juan Lanzas, implicado en el caso de los EREs, es un botón de muestra de los tejemanejes de quienes han manejado el cotarro durante los últimos treinta o cuarenta años:

El principal intermediario de los ERE fraudulentos, el exsindicalista de UGT Juan Lanzas, logró amasar una fortuna de 13,4 millones en la d´cada en que la corrupción estuvo instalada en la Consejería de Empleo. Lanzas logró este enriquecimiento, gracias sobre todo a las sobrecomisiones de los ERE, por su habilidad para intermediar entre los sindicatos, las empresas y la Junta de Andalucía.

La juez Mercedes Alaya le acusa de siete graves delitos: cinco continuados de cohecho, blanqueo de capitales, falsedad, malversación y prevaricación, otro de tráfico de influencias y finalmente por asociación ilícita. La juez envió a prisión a Lanzas el pasado viernes y en su auto de prisión destaca cómo incluyó hasta 24 intrusos (prejubilados que nunca trabajaron en las empresas beneficiadas) en los diferentes expedientes de regulación de empleo en los que participó, entre las que se encuentran familiares de sindicalistas, además de él mismo, su esposa o su cuñado.

Con su inmensa fortuna, el intermediario adquirió 16 inmuebles, 11 a su nombre, 4 a través de la empresa Maginae Solutions y un apartamento en la playa a nombre de sus padres.

Una auténtica lista de los horrores. Eso sí, todo verídico. {enlace a esta entrada}

[Sun Mar 31 09:53:49 CDT 2013]

Hace ya un par de días me topé con un artículo publicado por El País que, quizá sin pretenderlo, pone el dedo en la llaga de una de las razones principales que explican la crisis no ya económica, ni tampoco política, moral o social, sino la auténtica crisis de civilización que tenemos en nuestras manos (aunque casi sin darnos cuenta, pues seguimos pensando que no se trata en realidad sino de una mera crisis económica). Me estoy refiriendo a Verdades a medias, de Juan José Millás, escrito a raíz de la comparecencia del conde de Fontanao en los juzgados para declarar sobre el caso Urdangarin y, sobre todo, a cuenta de las palabras del juez aquel mismo día:

"No puedo agradecerle su comparecencia porque si bien lo que ha declarado es su verdad, su declaración me parece poco creíble". Son las delicadas palabras del juez José Castro, que lleva el caso Urdangarin, al conde de Fontanao, asesor legal de la Casa del Rey. Rebobinemos: "Si bien lo que usted ha declarado es su verdad...". "Su verdad", no se lo pierdan, la verdad de un testigo de un caso de corrupción que tiene a España en vilo. Pero las verdades, nos preguntamos, ¿dónde se adquieren?, ¿en la tienda de chinos de la esquina, en las boutiques de Marbella, o en establecimientos de confección de verdades a medida? Me hace usted una verdad a la altura de la Casa del Rey, que tengo que declarar como testigo en el caso de su yerno, un presunto chorizo de armas tomar.

A partir de ahí, Millás pasa a hablar en el segundo párrafo de su columna que solamente los ricos y poderosos parecen tener esta facilidad para comprar "su verdad" y que hasta los jueces las admitan como tales, en lugar de como lo que son, verdades a medias o incluso mentiras completas. Sin embargo, creo yo que Millás yerra parcialmente en su análisis. Pareciera que en nuestra sociedad postmoderna los ricos y poderosos no tienen problema alguno en comprar sus "verdades" hechas a medida, mientras que la amplia mayoría de la gente se ve oprimida y desahuciada por la cruda verdad de la calle. Eso es bien cierto. Lo que Millás no acierta a ver, creo yo, es que el problema hunde sus raíces mucho más allá, pues a nadie debiera sorprender que una sociedad en la que el culto al todo vale se ha ido extendiendo imparablemente al menos desde los años ochenta, donde el virus del relativismo más atroz ha inoculado a todas las clases sociales sin excepción a través del consumismo y el cáncer de los medios de comunicación de masas, pues, en fin, que una sociedad así no crea ya en verdad alguna. ¿Y qué sucede cuando ni siquiera se acepta la posibilidad de una verdad? Pues, como ya nos advirtiera Lyotard a finales de los setenta, que todo se convierte en juegos de lenguaje, imágenes especulares y, al fin y al cabo, el poder es quien acaba imponiendo "su" verdad. Seamos serios, ¿a quién puede sorprender esto? {enlace a esta entrada}

[Mon Mar 25 16:27:30 CDT 2013]

El diario El País publica hoy un artículo titulado Kant en el callejón del gato donde al autor, Emilio Trigueros, argumenta contra el pragmatismo amoral que se impuso en nuestro país (y en muchos otros sitios, añadiría yo) durante los años de bonanza económica, siempre presto a justificar cualquier tipo de exceso con la excusa de que "así funcionan las cosas". En cualquier caso, lo que me interesa resaltar aquí no es tanto el meollo del artículo como el párrafo con el que se cierra:

Cuando Willy Brandt, que había sido miembro de la resistencia antinazi, visitó como canciller alemán el gueto de Varsovia en 1970, no dijo "la culpa fue de otros", "así es como funcionan las cosas en las guerras, irracionalmente", "en la historia de muchos pueblos hay episodios terribles, por desgracia" o "yo no estaba allí". Cayó de rodillas. Así se abren senderos entre las ruinas del pasado, así se contribuye a hacer un gran país y así, entonces, se construía Europa.

¡Cómo han cambiado los tiempos! No se trata ya de que Europa se construya (quizá se destruya) de forma bien distinta hoy en día, sino que, en líneas generales, ha cambiado bastante la actitud ética de quienes ahora llevan las riendas del asunto. Ahora lo que se lleva es el individualismo exacerbado ("yo sólo soy responsable de lo que haya hecho yo mismo"), la búsqueda del goce inmediato e irrenunciable y, por supuesto, el sentimiento de que solamente tenemos derechos, y no obligaciones. Quizá no debiera sorprendernos, pues ya hacía tiempo que veníamos trabajándonos este estado de cosas, la verdad. Y, sin embargo, uno no puede evitar sentir algo de vergüenza (no, no vergüenza ajena, sino propia, pues pertenezco precisamente a la generación que es, al menos en parte, responsable de lo que vemos) y, por supuesto, sentido de derrota ideológica. El caso es que, se mire como se mire, de un tiempo a esta parte, hemos tirado todo lo relacionado con lo público y lo colectivo al cubo de la basura, sustituyéndolo con un hiper-individualismo corrosivo. ¿Qué derecho tenemos a extrañarnos ahora de este tipo de cosas? {enlace a esta entrada}

[Wed Mar 20 15:16:15 CDT 2013]

La verdad es que no sé cuándo diantres vamos a aprender de nuestros propios errores. Ahora parece que el último y excitante proyecto de las autoridades políticas españolas para levantar el ánimo de la gente es la candidatura de Madrid para organizar los Juegos Olímpicos de 2020. Vamos de megalomanía en megalomanía, y tiro porque me toca. En lugar de corregir los errores de nuestro pasado más reciente y sentar las bases de una economía sólida y creíble, lo confiamos todo, una vez más, a la genialidad. Y así nos va, claro. Los alcaldes de las grandes ciudades, en lugar de dedicarse a hacer una gestión eficiente y transparente, se desviven por "pasar a la historia" mediante algún megaproyecto. Mientras tanto, la gente pasa apuros de todo tipo y, por supuesto, la economía no despega (ni se espera que lo haga, al menos en el corto plazo). Los jóvenes se verán obligados a abandonar el país si de verdad quieren prosperar (de hecho, si aspiran siquiera a que se les dé una oportunidad de mostrar su valía), pero, eso sí, tendremos grandes edificios diseñados por arquitectos de renombre (aunque, por supuesto, se caigan a pedazos a las primeras de cambio), además de cantidades incalculables de sol, playa y jarana. Casi se diría que hemos pasado de la España de charanga y pandereta de antaño a la España del sol, el vino, la juerga y las construcciones megalómanas. O, lo que es lo mismo, que hemos puesto la charanga y pandereta al día para adaptarla al siglo XXI, pero todo sigue igual. Damos pena, la verdad. {enlace a esta entrada}

[Sun Mar 17 16:43:22 CDT 2013]

Aunque, evidentemente, hace ya más de una semana que falleció Hugo Chávez, me parece que aún no había escrito nada aquí sobre la controvertida figura del líder venezolano. Si mal no recuerdo, sí que hice algún que otro comentario con el paso de los años, pero casi siempre con respecto a tal o cual asunto en particular, nunca sobre su gestión de gobierno ni su legado en general, creo. Comenzaré por afirmar de manera tajante que, en líneas generales, Chávez no fue nunca mi tipo de líder político, la verdad. Nunca me ha atraído demasiado el populismo, mucho menos el basado en el carisma personal de un caudillo. En este sentido, Chávez me recordaba demasiado a la figura de tanto salvapatrias que, en nombre del pueblo o de la patria, justifica todo tipo de excesos personalistas. Su buen amigo Gadafi, sin ir más lejos, era bastante similar en ese sentido. Como decía, no era mi tipo.

En cualquier caso, como tampoco soy un aficionado a ver las cosas en trazos de blanco y negro, no creo honesto hacer una excepción con Chávez en este sentido. Así pues, como suele suceder, creo observar tanto luces como sombra en sus años de mandato. Y, que conste, esto lo aplico tanto a Chávez como a cualquier otro, sea de derechas o de izquierdas, de la misma forma que no se me rasgan las vestiduras en reconocer incluso aspectos positivos del régimen de Franco, por más que, en líneas generales, me pareciera negativo para España.

Quizá conviene empezar por lo más obvio. El régimen político que existía en Venezulea antes del triunfo de Chávez y su revolución bolivariana era, ciertamente, de democracia liberal representativa, pero bastante dominado por la corrupción política, además de excesivamente oligárquico en su naturaleza, tanto el aspecto político como en el económico. No conviene engañarse al respecto, ni tampoco idealizar en exceso aquello que precedió a Chávez. Como es lógico, ciertos sectores de la sociedad se beneficiaron del status quo y les parecería maravilloso, pero eso no debe confundirse con un régimen auténticamente democrático basado en la justicia social. El Caracazo de febrero de 1989 no sucedió por casualidad, y se hace bien difícil entender lo que vino después sin aquel episodio. La realidad es que Venezuela era una sociedad claramente dividida, donde la injusticia social era evidente y donde, además, una élite política y económica se repartía el patrimonio del Estado como si fuese un botín de guerra. No cabe duda alguna de que Chávez ha echado mano de la chequera (esto es, de los ingresos del petróleo) para financiar sus políticas sociales sin preocuparse hasta qué punto todo ello era realmente sostenible en el medio y largo plazo, pero por desgracia tampoco es honesto afirmar que el régimen que le precedió fuera mucho más responsable con el petróleo. Si a Chávez cabe echarle en cara que no supo diversificar la economía más allá de la excesiva dependencia del petróleo, la verdad es que eso venía ya sucediendo en Venezuela desde hace décadas. Sencillamente, cabría echarle en cara que no supo (o no quiso) poner fin a tal dependencia, pero no que la haya creado.

Tenemos, en segundo, lugar, el asunto de sus políticas sociales. Aunque no son pocos los medios de comunicación de los países desarrollados que expanden la idea de que en realidad Chávez no ha desarrollado los programas de lucha contra la pobreza de los que presume el régimen, la verdad es que incluso muchos de sus críticos más empedernidos le reconocen haber lanzado diversos programas de universalización de la educación y la sanidad entre las clases más desfavorecidas (véase, por ejemplo, el artículo titulado Lo bueno, lo malo y lo feo, de Moisés Naím, publicado por el diario El País). Y, vuelvo a repetir, hay que reconocer que financió estas políticas con el dinero procedente del petróleo, lo cual, aparte de no ser coherente con un discurso al menos parcialmente favorable a la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático (al mismo tiempo, por cierto, que subvencionaba la gasolina para que los venezolanos no tuvieran que pagar precios demasiado altos... y ganarse, de paso, unos cuantos votos, por supuesto), desde luego no es una política de largo alcance. Sin embargo, el hecho es que sus antecesores tampoco administraron los recursos petroleros de Venezuela mucho mejor, con la diferencia de que éstos acabaron enriqueciendo a una minoría, pero es bien difícil encontrar en nuestra prensa críticas frontales a aquellos otros gobernantes, quizá porque eran mucho más amistosos con los intereses de las potencias occidentales. En conclusión, que no me parece honesto negar la existencia de dichas políticas sociales, ni tampoco el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, beneficiaron a las clases sociales más desfavorecidas del país, que por primera vez se vieron auténticamente representados en un presidente.

Pasamos así a otro asunto relacionado. En lo que respecta a la naturaleza del régimen bolivariano, se me hace difícil usar ninguna de las categorías tradicionales para definirlo. Un buen amigo estadounidense me pregunta si yo lo denominaría socialista. La verdad es que no. Me parece que el término correcto sería el de populista. Chávez me pareció más relacionado con la tradición peronista argentina que con la tradición socialista europea. En esto, supongo que engarza directamente con la gran corriente populista que se fue desarrollando en Latinoamérica durante más de dos siglos. Se trata, además, de una corriente que tiene claras conexiones con el estamento militar, como sucedió también en el caso de Chávez. De todos modos, no me parece honesto calificar al régimen chavista de dictadura. Cierto, no se trataba de una democracia seria, sólida y transparente. En buena parte, sustituyó a las élites políticas y económicas tradicionales por una nueva élite bolivariana quizá tan corrupta como la anterior. Además, se adueñó de los medios de comunicación y descalificaba continuamente a la oposición. Sin embargo, lo cierto es que, aunque el uso de amenazas era (y es) más o menos común (así como los boicots a quienes están en desacuerdo con el régimen), en Venezula no se han visto encarcelaciones, torturas y ejecuciones, como suele verse en las dictaduras. Por consiguiente, no me atrevería a afirmar que el régimen chavista es democrático, pero tampoco me parece justo calificarlo de dictadura. Si acaso, se trata de una democracia populista donde, sin lugar a dudas, la oposición no es totalmente libre de actuar a su antojo, pero sin que sea perseguida de forma brutal. Conviene no olvidar, por cierto, que muchos simpatizantes de la oposición lideraron un golpe de Estado contra Chávez. En otras palabras, que tampoco la oposición puede presumir de conciencia democrática.

Y, por último, tenemos su política exterior. Me parece que también en su política exterior podemos observar claroscuros. Tenemos, por un lado, un discurso anti-imperialista que, en realidad, no hacía sino enmascarar el anti-americanismo primario de buena parte de la izquierda, hasta el punto de caer a menudo en lo que podríamos denominar un relativismo moral preocupante, como en el caso del acercamiento a regímenes tiránicos como los de Libia o Corea del Norte, o el apoyo a un régimen reaccionario como el de Irán, simplemente porque se oponían a las directrices marcadas por Washington. Sencillamente, esto es infantil y estúpido. No cabe duda alguna de que la amplia mayoría de políticos estadounidenses siguen viendo a Latinoamérica como su patrio trasero y las tropelías que han cometido durante décadas y décadas son innegables, pero ello no quiere decir que deba arrojarse uno a los brazos de individuos de la calaña de Gadafi o Ahmadineyad. En este sentido, la izquierda a menudo cae en el mismo error de la derecha (y, paradójicamente, el mismo error que Washington) al pensar que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Y, pese a todo, no hay que dejar de reconocer que, aunque haya sido a base de comprar voluntades con ayuda del petróleo barato, Venezuela nunca había tenido tanta influencia en su región como la ha tenido con Chávez. Esa es una realidad innegable, como lo es también que ha contribuido a revitalizar un espíritu de solidaridad latinoamericana que, con la ayuda de Lula en Brasil y otros, ha proporcionado a todo esos países unas cotas de autonomía con la que jamás habían contado en tiempos recientes. Se mire como se mire, si Latinoamérica es ahora un región en alza se debe, al menos en parte, a Chávez.

En definitiva que, como decía, al principio, la cosa dista mucho de ser el cuadro en blanco y negro que tantos comentaristas han ido dibujando en las últimas semanas. Entiendo que el personaje se presta mucho a ese tipo de actitud, por supuesto. En el caso de gobernantes como Chávez, o se le ama o se le odia. Sin embargo, no me parece intelectualmente honesto hacer ese tipo de análisis. {enlace a esta entrada}

[Sun Mar 10 10:03:09 CDT 2013]

Hace ya una semana aproximadamente que salieron a la luz una declaraciones públicas del Ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que fueron automáticamente descalificadas como homófobas por bastante gente y, en última instancia, llevaron también a que un portavoz del PP le "desautorizara", según la terminología usada por los medios de comunicación. Según lo cuenta el enviado de El País en Roma (donde se hicieron las declaraciones), fue algo así:

Las leyes y lo que diga el Tribunal Constitucional son una cosa, y sus creencias, otra. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ya había manifestado su desacuerdo con el rechazo al recurso de inconstitucionalidad que su partido, el PP, había presentado ante la ley de matrimonio de personas del mismo sexo que aprobó el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2005. Y el miércoles, en Roma, tuvo ocasión de repetir —e intentar justificar— sus argumentos. "Si nos oponemos al matrimonio entre personas del mismo sexo, no podemos usar argumentos confesionales. Existen arguments racionales que dicen que ese matrimonio no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos que el matrimonio natural. La pervivencia de la especia, por ejemplo, no estaría garantizada".

Al parecer, el ministro dijo esto en el contexto de un coloquio sobre religión y espacio público celebrado en la Embajada española en Roma.

No voy a entrar en el fondo de las declaraciones. El tema ya ha sido debatido hasta la saciedad y mi posición siempre ha sido claramente favorable al matrimonio de personas del mismo sexo. Entre otras cosas, si el argumento de Fernández Díaz tuviera peso y lo tomásemos en serio, tampoco deberíamos permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo que no pudiesen procrear (incluyendo, por supuesto, los de personas mayores), ni tampoco aquellos en los que la pareja ha tomado la decisión de no tener hijos. De hecho, la visión que presenta el ministro de la institución del matrimonio es, si me lo permiten, bastante primitiva y hasta denigrante. Casi pareciera que, según su filosofía, el matrimonio sería algo así como una fábrica de niños para garantizar el futuro de nuestra sociedad. No se me ocurre forma más clara de rebajar al ser humano a sus instintos animales más esenciales.

Pero, en fin, como decía, no me preocupa el debate de fondo, que ya ha sido debatido hasta la saciedad. Lo que sí me ha llamado la atención son otros elementos de la noticia. En primer lugar, no me parece para nada inaceptable que un dirigente político comparta públicamente su opinión sobre este tipo de asuntos, aunque sea contraria a la de la mayoría o, como en este caso, opuesta a lo aprobado por sentencia del Tribunal Constitucional (siempre y cuando, por supuesto, se acepte que la sociedad debe regirse por la sentencia del Tribunal Constitucional, y no por la opinión personal de uno, requisito que sin duda cumple el ministro). Pero, por desgracia, no parece que estemos acostumbrados a este tipo de cosas. Tan habituados estamos a las opiniones en bloque que, cuando sucede algo así, automáticamente aparecen los líderes del partido a "desautorizar" públicamente las palabras de quien habló. Pero, vamos a ver, ¿alguien ha dicho que las palabras de Fernández Díaz representen la opinión mayoritaria del PP? ¿Acaso no dejó él mismo bien claro que estaba exponiendo sus opiniones personales, y no hablando en nombre del PP o del Gobbierno español? Luego entonces, ¿cuál es el problema? Pero es que, además, de he de reconocer que no me gusta nada leer artículos como el que se publicó en El País bajo el título de El ministro converso, subrayando que Fernández Díaz es "el ministro que mejor conectado está con la cúpula de la Iglesia en España" o que "no tiene inconveniente en definirse como un converso". ¿Es que ahora nos hemos entregado quizá a la persecución del creyente? ¿Por qué debiera tener inconveniente en definirse como un converso? ¿Es que se trata de algo que debiera ocultar? La verdad, no entiende uno estas cosas. Y, que conste, no sólo no comparto la opinión del ministro sobre el matrimonio de personas del mismo sexo, sino que además soy agnóstico y creo en la estricta separación entre Iglesia y Estado. Pero no veo por qué esto deba implicar que quien tenga fe deba abandonarla para ejercer de ministro. ¿Que seguramente su fe le llevará a tener unos principios morales y filosóficos que, sin duda, influirán sus decisiones políticas? Por supuesto que sí. De la misma manera que en mi propio caso o en el de cualquier otro hijo de vecino. ¿Y qué? {enlace a esta entrada}

[Wed Mar 6 14:17:41 CST 2013]

Nunca he sido muy aficionado a lo políticamente correcto, ni tampoco me gusta la estrategia política centrada en la reivindicación constante de que se abandone tal o cual término en favor de tal o cual otro. Sencillamente, me parece que casi todas esas reivindicaciones son más bien triviales, secundarias, y todos haríamos mejor en prestar atención a lo que, creo, importa de verdad, que son las condiciones materiales de existencia. En cualquier caso, como tampoco me suelo contar entre quienes siempre ven las cosas en términos de blanco o negro, ello no quiere decir que en asuntos del lenguaje todo me parezca aceptable. De hecho, esta viñeta que me he encontrado hoy en Facebook me parece muy acertada:

Por desgracia, hay medios de comunicación (y, por consiguiente, también ciudadanos de a pie) que se refieren a estos sobornos como "comisiones". Que quede claro: las comisiones son perfectamente legales y las cobran los comerciales. Por otro lado, los sobornos son una actividad ilegal y se cobran a cambio de un servicio que, se supone, no se debiera estar prestando. La diferencia es enorme. {enlace a esta entrada}

[Mon Mar 4 09:51:57 CST 2013]

¡Qué grande El Roto hoy, como de costumbre!

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[Sun Mar 3 12:11:59 CST 2013]

Hace ya tiempo que quería escribir sobre los retos que tiene por delante la recientemente re-elegida Administración Obama en los EEUU, pues no todo es positivo y color de rosa tal y como parecen reflejar los medios de comunicación europeos. El fracaso de las negociaciones entre republicanos y demócratas para recortar el déficit esta misma semana lo sitúa en primera fila. Aunque es cierto que la política más o menos keynesiana que ha ido aplicando Obama ha logrado evitar, al menos de momento, la caída en una recesión prolongada como la que se está viendo en el sur de Europa, debemos tener mucho cuidado de no extraer las conclusiones equivocadas. Sin siquiera entrar en las razones de fondo que permiten a Obama aplicar dichas políticas y que no están presentes en el caso de Grecia, Portugal o España sin la aprobación de Merkel y el BCE, lo cierto es que la economía estadounidense lleva ya un tiempo creciendo de manera muy lenta (desde luego, no lo suficiente como para crear empleo y volver a situarlo en los niveles de antes de la crisis financiera del 2007-2008), al tiempo que la deuda no para de crecer. En este sentido, no hay que perder de vista que las cifras oficiales de deuda suelen reflejar únicamente la deuda federal y no incluye las cifras de la deuda de los estados o los gobiernos locales, al contrario de lo que sucede con las cifras oficiales de los países europeos. Así pues, si fuéramos a comparar peras con peras, resulta que el nivel de endeudamiento estadounidense es bastante más alto de lo que mucha gente asume. Y tampoco conviene perder de vista que, desde el mes de octubre aproximadamente, la Reserva Federal ha ido comprando deuda del Gobierno y de los bancos a un ritmo de unos 85.000 millones de dólares al mes. Si, a pesar de dichas medidas de expansión de la demanda, la economía estadounidense está más bien plana y la deuda no para de crecer, creo que objetivamente hay razones para preocuparse. La verdad es que, tarde o temprano, Obama no tendrá más remedio que echar mano de las tijeras y comenzar a recortar el gasto público. Si consigue salirse con la suya, al mismo tiempo que sucede eso veremos también un aumento de los impuestos a las rentas más altas pero, se mire como se mire, el recorte del gasto público se va dar. ¿Cuándo va a comenzar dicho periodo de recortes? No se sabe, entre otras cosas por la clara incapacidad de los políticos estadounidenses para hacer su trabajo y llegar a un acuerdo. Pero el hecho es que, tarde o temprano, comenzarán los recortes también a este lado del Atlántico y, la verdad sea dicha, dudo mucho de que la austeridad por estos lares tenga un efecto mucho más positivo del que está teniendo en Europa. Así que mucho me temo que se acercan días bastante duros. {enlace a esta entrada}

[Sun Mar 3 10:05:06 CST 2013]

Mucho se ha escrito y hablado esta semana sobre el voto de los diputados elegidos en las listas del PSC a favor del llamado derecho a decidir. Como de costumbre, el "debate" se convirtió rápidamente en un cruce de acusaciones sobre las veleidades independentistas de tal o cual dirigente socialista, el centralismo "jacobino" de tal otro, llamamientos a la solidaridad, reproches más o menos velados de traición, etc. En fin, que algo que bien pudiera haber dado pie a una discusión seria y en profundidad sobre la organización administrativa del Estado, el grado de democracia interna en nuestros partidos políticos o el mandato imperativo al que las estructuras partidistas obligan a nuestros representantes políticos pasó casi inmediatamente a convertirse en lo de siempre, esto es, un mero intercambio de acusaciones y declaraciones rimbombantes que, en realidad, no son nada constructivas ni contribuyen a solucionar nada.

En todo caso, lo que menos entiendo de todo esto es el énfasis en que los diputados elegidos por las listas del PSC votaran en bloque con el resto de diputados del PSOE. Veamos. Acabo de hacer una búsqueda por encuestas sobre el tema, y prácticamente todas apuntan a que aproximadamente entre el 75 y el 85% de los catalanes apoya el derecho a decidir (sin que esto indique que dicho porcentahe también apoye la independencia, sino sólo el derecho a decidir sobre el tema), mientras que aproximadamente entre el 15 y el 25% se opone. Ahora veamos el voto de los diputados catalanes (solamente los que fueron elegidos por las circunscripciones electorales catalanas) en el Congreso, con y sin el apoyo de los representantes del PSC:

Con apoyo del PSC:
Voto Diputados Porcentaje
Derecho a decidir 36 76,50%
Contrarios 11 23,40%

Sin apoyo del PSC:
Voto Diputados Porcentaje
Derecho a decidir 22 46,80%
Contrarios 25 53,19%

Respondamos honestamente: ¿cuál representa mejor el sentir de los ciudadanos catalanes? Cuidado. No pregunto con qué posición estamos de acuerdo, sino cuál representa mejor el sentir de los ciudadanos que, se supone, están representados en el Congreso. Porque, de lo contrario, ¿en qué queda la democracia? ¿Cómo podemos defender una democracia representativa que ni siquiera repressenta. Es más, yo iría aún más lejos. ¿Cómo podemos aspirar a resolver unos problemas cuya existencia nos esforzamos en disimular o esconder? El fundamento de la democracia es precisamente ése: los problemas y las distintas posiciones se hacen explícitos paraa, a partir de ahí, poder dialogar, negociar y, con suerte, llegar a un acuerdo. Si los ciudadanos catalanes que defienden el derecho a decidir ni siquiera se ven representados en el Congreso, ¿cómo diantres queremos que acepten después unos (posibles) acuerdos a los que hipotéticamente se puedan llegar después de negociar? A uno le da la sensación de que aún no hemos sido capaces de aceptar (y asimilar) las normas de comportamiento más fundamentales de la democracia. En otros sitios, los diputados no votan en bloque y no pasa nada. Se ve como lo que es, esto es, lo más normal del mundo (al menos en democracia, porque todos sabemos lo falsos que son los bloques monolíticos que se dan en los regímenes autoritarios).

Y, antes de que nadie a punte a matar: vuelvo a repetir, digo todo esto completamente al margen de mi opinión personal sobre el asunto de fondo. Yo, desde luego, no creo que la independencia de Cataluña vaya a solucionar nada. Pero también estoy convencido de que: primero, no queda más remedio que aceptar como punto de partida la realidad existente tal y como es, y no como me gustaría que fuera (es decir, escondiendo la basura bajo la alfombra para que parezca que todo está en orden); segundo, debemos respetar la opinión de quienes no están de acuerdo con nosotros, siempre y cuando se dé un respeto recíproco y estén dispuestos a defender sus posiciones mediante argumentos racionales; y, tercero, la única forma de dialogar y negociar es reconociendo la legitimidad de quien no piensa como uno.

En definitiva, no creo que se solucione nada escondiendo los problemas y mirando hacia otro lado. Si la amplia mayoría de ciudadanos catalanes están a favor del derecho a decidir, parece razonable que la amplia mayoría de sus representantes en el Congreso de los Diputados expresen un voto que refleje dicha posición. Al fin y al cabo, en eso consiste la democracia representativa. De ahí la confusión de que hablaba al principio. Estoy convencido de que quienes tanto han hablado estos días de romper las relaciones con el PSC, por ejemplo, no hacen sino ignorar el problema de fondo y, sobre todo, demandar a gritos que los representantes políticos de los ciudadanos no expresen en el Congreso de los Diputados las opiniones de la sociedad a la que representan. Sencillamente, no me parece lógico ni normal. {enlace a esta entrada}