[Wed Oct 17 07:28:46 CDT 2012]

Hace unos días leíamos en el web de El País que Hadia Tajik, joven, mujer, paquistaní y sobreviviente de la matanza de Utoya acababa de ser nombrada ministra noruega:

El terrorista antiinmigrantes e islamófobo, condenado en agosto a 21 años de cácrcel prorrogables, debe estar revolviéndose en su celda ahora que una mujer de piel aceitunada y que reza a Alá está en la cúpula política. Una representante de esos a los que Breivik culpa de todos los males contemporáneos. El tribunal que le declaró cuerdo y culpable recalcó que sus crímenes estaban vinculados a un discurso de la extrema derecha que infiltra peligrosamente el discurso político.

Cuenta su mentor que sus padres, sobre todo su madre, Safia Qazalbash, le solían insistir en que el viaje a Noruega les había dado muchas oportunidades que ella debía aprovechar trabajando duro. Visto lo visto, queda claro que le tomó la palabra. Aunque los Tajik querían que estudiara para dentista. No fue así, pero el currículo de la nueva responsable de cultura, incluida la nueva y espectacular Ópera de Oslo, destaca: licenciada en periodismo (ha trabajado en cinco medios) con un máster en derechos humanos en Londres y una segunda licenciatura en Derecho, domina el inglés, el urdu, el dari y chapurrea el alemán. Y algo muy noruego: tiene permiso de caza.

(...)

La hija de los tenderos paquistaníes es, según los expertos, una elección estratégica para atraer al creciente colectivo de los inmigrantes no occidentales ante los comicios de otoño de 2013. Las restricciones a la inmigración alejaron a ese grupo de los laboristas pero hay quien sostiene que la matanza de Utoya —con ambos como objetivo— los ha vuleto a unir. La ministra Tajik encarna ese deseo.

Comencemos por reconocer que no sé casi nada de política noruega y, desde luego, no conocía de nada a Hadia Tajik hasta que leí la noticia. Por lo que sé, es bien posible que se trate de una de las profesionales más capacitadas de toda Escandinavia. El currículo de que habla el artículo publicado en El País me da a entender que, desde luego, tonta no es. Debe tratarse de una mujer muy inteligente y brillante, parece. Por comsiguiente, nada de lo que voy a decir debiera considerarse un juicio sobre su persona, ni mucho menos.

El caso es que no me agrada nada la tendencia, tan de moda de un tiempo a esta parte, a nombrar ministros no por su capacidad de trabajo, su historial o sus ideas, sino fundamentalmente por su imagen, por lo que representan y, sobre todo, por el sector del electorado con el que pueden "conectar". En mi opinión, no hace sino rebajar la dignidad de la actividad política como tal, reduciéndola a un mero mercadeo de gestos y retórica por votos que garanticen la victoria en las próximas elecciones. Estamos hablando de la política entendida como imagen, como ambición de poder y como actividad al más corto plazo (por cierto, todo hay que reconocerlo, Zapatero era un autético as en estos asuntos, convirtiéndose, creo, en el primer Presidente español que, al menos en apariencia, tomaba decisiones basadas solamente en este tipo de razones). Nótese que, ya desde el mismo titular, lo que todos los medios de comunicación destacan de la noticia es lo mismo: que la nueva ministra es joven, mujer, paquistaní y sobreviviente de la matanza de Utoya. No hay que detenerse a pensar mucho rato para darse cuenta de que, en principio, ninguna de esas razones son cualificaciones para desempeñar el cargo de ministra de cultura.

Por cierto, permítanme un comentario más al respecto, y juro que tiene bien poco que ver con el hecho de que uno ya está bien entradito en años: ¿desde cuándo es la juventud de una persona razón suficiente para nombrarla nada menos que ministra de un gobierno? Una vez más, sólo se me ocurre una respuesta, que no me llena de optimismo precisamente: desde que nuestras sociedades pasaron a alabar sin fin el becerro de oro de la juventud como si se tratase de una de esas estatuillas doradas del buda barrigón que, supuestamente, trae fortuna si se toca. Uno imaginaba que las cualidades más importantes para desempeñar el cargo de ministro serían la experiencia, el conocimiento de un área determinada y el saber hacer, pero todo parece indicar que no es así. Ahora lo que más cuenta es cuántos votos pueden atraerse gracias a la imagen. Como decía, estamos aplicando la política insustancial de la imagen y los gestos. ¿Alguien se sorprende porque los propios ciudadanos presten cada vez menos atención y consideren que la actividad política ha perdido la poca dignididad que le quedaba? {enlace a esta entrada}

[Fri Oct 12 16:55:01 CDT 2012]

El País publica hoy una noticia sobre un reciente estudio de la Fundación Pfizer sobre los jóvenes españoles y su relación con el alcohol que parece estar haciendo sonar algunas alarmas. Según se nos cuenta, a la baja edad con la que nuestros hijos (e hijas) se inician en el consumo del alcohol, habría que sumar las grandes cantidades que beben y, sobre todo, el alto porcentaje de jóvenes que participan de esta cultural del alcohol. Sin embargo, por otro lado, leyendo el contenido del artículo se entera uno de que, al parecer, el 85% de los jóvenes aprenden a beber sin complicaciones y tan sólo el 15% está verdaderamente en peligro de caer en una clara dependencia de la sustancia. Sin entrar a dilucidar si, como se explica en la propia noticia, las causas de este comportamiento social puedan ser culturales o biológicas (se nos explica que el porcentaje de invididuos que muestran una cierta propensión genética al consumo del alcohol es, precisamente, del 15%), sí que me gustaría plantear un par de cuestiones al respecto: primero, que, al tratarse de una encuesta, no tiene uno más remedio que preguntarse hasta qué punto los datos son correctos o ni siquiera algo digno de preocupación (como, por ejemplo, en el caso de la edad a la que los jóvenes se inician en el alcohol, pues cabría preguntarse si la experiencia iniciática se produce cogiendo una tremenda cogorza en un macro-botellón o, por el contrario, bajo condiciones controladas bebiendo una copa de vino con tapas o el almuerzo en el entorno familiar; y es que la diferencia es enorme); y, segundo, creo que también merecería la pena preguntarse cuál pueda ser la razón de que, conforme nuestras sociedades se modernizan más y más, mayor parece ser que es el abuso de sustancias peligrosas de todo tipo. A lo mejor convendría hacer menos moralismo y preguntarse cuáles puedan ser las razones en nuestro propio estilo de vida que explican este comportamiento. En otras palabras, ¿qué puede llevar a un chaval a pensar que emborracharse sin límite es lo mejor que puede hacer durante el fin de semana? O, como decíamos, a lo mejor resulta que se trata en realidad de un comportamiento minoritario y todo esto es mero sensacionalismo de los medios de comunicación. Ya no sabe uno a qué atenerse. {enlace a esta entrada}

[Fri Oct 12 16:42:42 CDT 2012]

Hoy me he levantado enterándome de que el Premio Nobel de la Paz de este año se la ha concedido a la Unión Europea. La verdad es que, teniendo en cuenta los antecedentes, no sabe uno si alegrarse. Lo digo porque este premio en particular parece ser algo así como la maría de los premios Nobel, hasta el punto de que recientemente se le concecdió a Barack Obama sin que muchos de nosotros acertáramos a imaginar la razón exacta. En cualquier caso, sea como fuere, lo cierto es que en esta ocasión hay, al menos, una razón de peso para concedérselo a la UE: el proyecto de integración europea ha sido, sin lugar a dudas, el principal artífice del largo periodo de paz que hemos vivido en casi todo el continente desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial. De hecho, cabe felicitarse de que se haya extendido al Este de Europa y varios de los países balcánicos que hace relativamente poco se enfrentaron en una cruel guerra hayan solicitado su admisión y es bien posible que lleguen a compartir instituciones y estructuras de gobiernos con el resto de países que ya están plenamente integradas. Si acaso, convendría subrayar que este premio tiene un cierto aire de diplomacia preventiva y casi debería verse como una especie de palmadita en la espalda para ver si los líderes de la UE se animan en estos momentos de crisis y estancamiento a proseguir el proyecto durante las próximas décadas. Ya veremos en qué queda eso. A mí, desde luego, me sigue pareciendo un proyecto que, con todos sus problemas y defectos, está llamado, al menos potencialmente, a ofrecer un modelo de futuro para la integración de estados soberanos en organizaciones regionales suparanacionales mucho más capaces de afrontar los grandes problemas globales del siglo XXI. {enlace a esta entrada}

[Wed Oct 10 18:57:21 CDT 2012]

Hay veces que me dan miedo mis conciudadanos. Ahora, precisamente ahora que los nervios están a flor de piel, José Ignacio Wert, el ministro de Educación, se descuelga afirmando que "el interés del Gobierno es españolizar a los alumnos catalanes". A mí lo que más me sorprende es que sea precisamente la misma gente que acusa a los nacionalistas vascos y catalanes de intentar lavar el cerebro a los chavales con su propaganda nacionalista quienes... en fin, quienes no tienen problema alguno en reconocer que su interés es lavarles el cerebro con su otra propaganda nacionalista. Y así nos va, asistiendo a este descerebrado partido de tenis donde la pelota va de un campo a otro permanentemente sin que ninguno de los dos jugadores se esfuerce jamás por dialogar con el otro. Total, ¿para qué? Si el objetivo no es otro que acusar al oponente y utilizar la escuela como si se tratara de una vulgar máquina propagandística, el diálogo no será desde luego muy necesario.

En cualquier caso, dicho esto, conviene aclarar también que ya está uno un poco harto de que cualquier afirmación de lo español se entienda como la antigua "formación del espíritu nacional" de la época franquista. Todo depende, creo, de cómo se entiendan España y lo español. Si ambos se conciben de una forma plural, diversa y tolerante, no veo porqué razón haya de avergonzarse uno de afirmar lo español. En este sentido, conviene que vayamos superando ya complejos de inferioridad que heredamos del régimen franquista. Sólo así puede uno entender, me parece, los continuos ataques a UPyD como falangistas encubiertos. Sencillamente, no creo que sean falangistas, ni mucho menos. No me gusta nada el personalismo (ni el oportunismo) de Rosa Díez. Tampoco comparto su demagógico ataque al Estado de las autonomías, sobre todo porque nunca le he oído presentar una propuesta alternativa que tenga sentido. Pero de ahí a acusarle de falangismo media un buen trecho. {enlace a esta entrada}

[Tue Oct 9 15:15:23 CDT 2012]

Hace ya un par de semanas que leí en El País un artículo de José Álvarez Junco titulado El sueño ilustrado y el Estado-nació;n que merece la pena comentar. Comienza el autor explicando cómo el proyecto ilustrado culminaba, según la especulación de Kant, con la idea de la paz perpetua conforme desaparecían, poco a poco, las fronteras nacionales y, con ellas, las guerras, todo ello unido al imparable progreso de la Humanidad. El proyecto de integración europea es heredero, sin duda, de esta tradición y, la verdad sea dicha, de momento nos ha servido bastante bien. Hasta ahora, claro. Ahora parece que la profundización de la crisis económica que comenzara allá por 2007-2008 con la crisis de las hipotecas subprime en los EEUU nos va conduciendo, lenta pero inexorablemente, hacia un marasmo político y social que fomenta la insolidaridad, el retorno a los intereses nacionales y, por supuesto, la aparición de populismos de todo pelaje que ya creíamos desaparecidos. No obstante, Álvarez Junco advierte:

En el caso español, las circunstancias políticas actuales tienen muy poco que ver con las que vieron nacer los nacionalismos catalán y vasco. En 1898, el país se caracterizaba por el atraso económico, el analfabetismo, la falta de peso internacional, el falseamiento del sistema democrático, las abismales desigualdades del mundo agrario, la interferencia militar en la vida política y la eclesiástica en la cultural, la localización del centro político en un poblacho manchego alejado de los dos grandes polos industriales. Un siglo más tarde, afortunadamente, de aquella lista de problemas queda poco. Pero sigue vivo el tema territorial. Las élites políticas catalanas y vascas, apoyadas por una parte significativa de la población, platean demandas que apuntan a la constitución de un Estado-nación propio, soberano y separado de España. Y las élites centrales carecen de la cintura que tuvieron hace 35 años. En lugar de insistir en el europeísmo, le asaltan las tentaciones de imponer por decreto el españolismo monolítico basado en Don Pelayo, el Cid e Isabel la Católica.

Hay que reconocer que, en nuestro profundo desánimo como consecuencia de las crudas circunstancias que atravesamos, nos dejamos llevar a veces por un exceso de autocrítica y nos negamos a ver los indiscutibles éxitos de las últimas décadas. Cierto, el modelo económico del ladrillo fue una pifia de mucho cuidado, pero eso no quita para que también tengamos empresas como Abengoa o algunas constructoras que, sin duda, son auténticos líderes mundiales en sus respectivos sectores económicos. Sin ir más lejos, son ya varios los proyectos de construcción, alta tecnología y uso de energías renovables en los EEUU que han sido encomendados a firmas españolas, por poner tan sólo unos cuantos ejemplos. Pero ahí no queda la cosa. Hemos conseguido muchísimo más. Contamos con una población mucho más preparada, puesta al día, cosmopolita y engarzada en la realidad internacional de lo que hemos tenido jamás en nuestra Historia. ¿Y qué decir de nuestra cultura y sociedad? Hace ya tiempo que dejamos atrás la mojigatería teocrática, aunque la Iglesia siga contando evidentemente con muchos apoyos entre nuestros conciudadanos (algo, por cierto, perfectamente respetable y tan democrático como cualquier otra cosa). El caso es que, se mire como se mire, la jerarquía eclesiástica ya no puede imponer cosas como hacía en el pasado. La sociedad española está claramente modernizada e inserta en su entorno europeo, algo impensable en la época en que escribían Unamuno y Ortega, por ejemplo. Al mismo tiempo, nuestra renta per cápita prácticamente ha alcanzado la media de los países de la Europa Occidental que habíamos tomado como modelo y contamos con una democracia representativa más o menos consolidada (sí, con sus limitaciones, como la de los demás, pero que nos ha proporcionado el periodo más largo de estabilidad política en libertad de nuestra Historia). No hay razón para caer en depresiones ahora. Tenemos problemas, por supuesto, pero en buena medida son casi los mismos que tienen otros (sí, incluso los más poderosos, que de momento sólo consiguen maquillar esos problemas echando balones fuera) y, además, tenemos la capacidad de solucionarlos. Solamente tenemos que dejarnos de ataques pasionales, estudiar los datos objetivos, dialogar unos con otros y alcanzar acuerdos sobre cómo trabajar para solventarlos. No digo que sea fácil, pero tampoco es imposible. Y, sobre todo, como decía, no es nada distinto a lo que tienen que solucionar los demás países de nuestro entorno.

El propio Álvarez Junco apunta algunas líneas de por dónde pueden encontrarse algunas soluciones:

Es verdad que su asociación con el franquismo desprestigió el españolismo y que el café para todos de la Transición ofendió a catalanes y vascos al compararlos con comunidades recién inventadas y sin conciencia de la propia identidad. Lo que les hubiera satisfecho hubiera sido una federación de cuatro grandes identidades: Cataluña, País Vasco, Galicia y Castilla; algo bastante burdo, porque no hay homogeneidad en el espacio que se extiende entre Cantabria y Canarias. Quizá una cifra intermedia entre cuatro y 17 hubiera sido aceptable. ¿Es tarde para intentar replantear el Estado de las autonomías?

Pocos beneficios puede reportar al ciudadano de a pie la independencia política. Nada ganaría con volver a tener que cruzar puestos fronterizos, con manejar varias monedas, con llamar extranjeros a quienes hasta ahora han sido conciudadanos. Solo los más cargados de coenciencia identitaria obtendrín sastifacciones morales: ahora somos más pequeños, pero somos el nosotros con el que soñé desde niño. A cambio de eso, cuántos desgarramientos personales o familiares, cuántas posibles querellas en torno a quién corresponde esta competencia o este dinero, por no hablar de los choques violentos que, en la historia europea, han acompañado casi siempre a los procesos de secesión. Estos últimos, prefiero ni mentarlos; quiero creer que hemos superado esa faase. Los intelectuales parecen liberados de las angustias noventayochistas sobre el se rompe España, raíz de tantas locuras; y entre los militares parece haberse impuesto el acatamiento a los pactos o las decisiones que se tomen por los dirigentes civiles.

Pero si al común de las gentes un cambio de este tipo apenas les reportaría ventjas, y sí muchos inconvenientes, les resultaría, en cambio, indiscutiblemente beneficioso a las élites político-intelectuales. Pasar de autoridad local a jefe de Estado suscita, y se comprende, mucho entusiasmo.

En fin, como digo, estoy convencido de que hay margen de maniobra. Creo que podemos discutir sobre todos estos temas en serio y de forma más o menos objetiva y desapasionada, dialogar y alcanzar acuerdos que, si bien nunca llegarán a solucionar los problemas de manera definitiva, sí que vendrían a mejorar nuestra situación. Hay que atreverse a hacer reformas profundas, cierto. Parece probable que debamos lanzar un nuevo proceso constituyente. Pero nada de ello ha de implicar necesariamente desgarros y divisiones si se hace con el suficiente cuidado y respeto hacia los demás. Yo soy de los que no ven problema alguno en replantearse incluso cuestiones como el Estado federal o la forma de gobierno (¿monarquía o república?), pero sin desgarros ni intolerancias de ningún tipo, sin imposiciones. Sé de sobra que son muchos quienes, en el seno de la izquierda, ven el 14 de abril de 1931 con nostalgia. Yo me identifico con aquella tradición republicana también, pero debemos aprender de los errores de entonces y, caso de abrirse un nuevo periodo constituyente, evitar los desgarros. Sobre todo, seamos sensatos. {enlace a esta entrada}

[Tue Oct 9 15:06:17 CDT 2012]

No recuerdo ahora mismo si quizá ya he escrito con antelación sobre este mismo tema pero, por si acaso, ahí va. Me sigue sorprendiendo de cuando en cuando la ignorancia con que se hacen ciertos comentarios a las noticias que se ven publicadas en nuestros medios de comunicación sobre la existencia de censura en los EEUU. La lectura de una entrada en la bitácora Papeles perdidos del diario El País sobre la censura de ciertos libros en las bibliotecas estadounidenses me lo acaba de recordar. Hay que andarse con mucho cuidado cuando se debate sobre este tema. Desde nuestra perspectiva española, solemos asumir demasiado a menudo que la censura siempre se practica desde el poder (esto es, que viene impuesta desde arriba. Parece lógico, pues esa es nuestra experiencia histórica. Sin embargo, la verdad es que, en el caso de los EEUU, estos casos de censura suelen venir impuestos desde abajo, es decir, que son precisamente las comunidades (vecindarios, pueblos, etc.) a los que sirven las bibliotecas los que proponen censurar ciertas obras. En otras palabras, que se trata, si acaso, de un claro ejemplo de abuso de los mecanismos de la democracia directa, que también puede ser abusada. No hay que perder de vista que la dictadura de la mayoría es la que coarta las libertades individuales, ya sea a través de los mecanismos de un régimen autoritario, de uno de democracia representativa o de uno basado en la democracia directa. Conviene tenerlo bien presente en estos momentos en los que tanto se critica la democracia representativa. {enlace a esta entrada}

[Tue Oct 1 16:11:28 CDT 2012]

El País publica hoy un artículo de José Luis Barbería titulado ¿Reformamos la Constitución? que merece la pena leer:

La crisis económica ha hecho estallar las deshilachadas costuras del estado autonómico que nació de la Constitución de 1978 precisamente con el propósito de integrar a los nacionalismos vasco y catalán. Desde esa perspectiva, el fracaso no puede ser más clamoroso aunque ahora que regresa el viejo fatalismo del "entre todos la mataron y ella solo se murió", conviener tener en cuenta algunas certezas. A saber: los últimos 30 años han sido los mejores de España, nunca en nuestra convulsa historia ha habido tanta sensibilidad autonómica, ningún otro país ha hecho un proceso descentralizador tan intenso y rápido.

"En política, solo se cambia cuando no queda más remedio. Las cosas tienen que empeorar para poder mejorar", ha subrayado el ex primer ministro de Sajonia (Alemania) Georg Milbradt, en un debate sobre la España auotnómica organizado por las fundaciones Konrad Adenauer y Jiménez Abad. Es un punto de vista alentador, porque según esa máxima estaríamos en la situación óptima para acometer los cambios que la situación requiere. De hecho, hay un coro general político que sostiene que el modelo está agotado en su doble vertiente política y económica. Lo admiten el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba y el expresidente del Gobierno de Aragó;n, Marcelino Iglesias, el diputado del PP Gabriel Elorriaga y el vicepresidente del Parlamento Europeo Alejo Vidal-Cuadras, la diputada de UPyD Rosa Díez y, por supuesto, Jordi Pujol, aunque desde una perspectiva diferente: "Lo de España ya no me interesa; lo que me preocupa ahora es qué vamos a hacer en Cataluña. ¿Sabe usted? Los catalanes también hemos perdido esta guerra".

Y, en estas circunstancias, ¿por qué tenerle tanto miedo a reformar la Constitución?:

En contraste con las mínimas modificaciones realizadas en la Carta Magna española, Alemania ha hecho 56 reformas constitucionales desde 1949 y es un país estable. He aquí el diagnóstico de los juristas más expertos: "España tiene un sistema federal en lo referente a la distribución de las competencias, pero carece de los mecanismos propios federales de integración que cohesionan y dan transparencia a esos sitemas". No busquen en la Constitución una respuesta sobre asuntos cruciales como la financiación y la solidaridad autonómicas o sobre la espinosa cuestión de las balanzas fiscales, los flujos financieros o el techo competencial. Tampoco esperen que vaya a aportarles un criterio seguro en las peleas sobre las políticas lingüísticas.

Obviamente, una Constitución con esas carencias no nos sirve en estos momentos. Cuidado, no quiero decir con ello que haya que tirarlo todo por la borda. Eso, como todo lo demás, debe quedar abierto al debate. Atrevámonos a iniciarlo. Cuando antes mejor, de hecho. Veamos, en primer lugar, si podemos reformar el documento que tenemos o, por el contrario, se hace necesario rehacerlo todo desde abajo. Bien pudiera ser que, llegados a este punto, necesitemos una nueva transición con un nuevo diálogo y, por supuesto, una nueva Constitución. Puede que sí, puede que no. Hablemos sobre ello. No cerremos la puerta a la idea. Pero tampoco la cerremos a la idea de mantener buena parte del sistema actual y hacerle reformas en profundidad que afecten tanto al sistema de representación política como al modelo de Estado. Es bien obvio que esos dos aspectos necesitan cambiar profundamente para adaptarse a los tiempos. Si podemos hacerlo dentro del marco constitucional con algunas reformas y una amplia mayoría está de acuerdo, magnífico. Sea como fuere, lo que sí parece evidente es que no podemos quedarnos parados mientras todo a nuestro alrededor va transformándose porque, sencillamente, nos da miedo el cambio, o porque no sabemos muy bien dónde pueda acabar todo esto (¿es que lo sabemos alguna vez?, ¿no consiste en eso precisamente la vida?). Que quede claro, entiendo perfectamente que esta Constitución es, como bien dice el autor del artículo, la que nos ha deparado el periodo más largo de estabilidad democrática en nuestra Historia. Da algo de miedo meterle mano, cierto. Pero me temo que no queda otro remedio. Por favor, no nos convirtamos en estatuas de sal. Es lo último que podemos permitirnos en momentos como éste. Así pues, por un lado, señores del PP, dense cuenta de las limitaciones de una Constitución que está descosiéndose por momentos. Pero, por otro lado, señores de IU y sectores de la izquierda del PSOE, hagan un esfuerzo porque prime el diálogo sobre los dogmatismos y los progresismos de cara a la galería. {enlace a esta entrada}