[Wed Mar 30 15:09:11 CEST 2011]

Me ha parecido interesante el perfil de Emil Cioran escrito por Fernando Savater que publica hoy El País:

Apreciaba especialmente la paradoja de que tanto yo, su traductor, como la mayoría de los jóvenes que se interesaban por él fuésemos gente de la izquierda antifranquista. Incluso le producía cierto asombro, porque para él la izquierda era un semillero de ilusiones vacuas y de un optimismo infundado —ese pleonasmo— de consecuencias potencialmente peligrosas, que había denunciado en su Historia y utopía. Y sin embargo le halagaba tan inesperado reconocimiento. En realidad el asombro nos aproximaba, porque a mí me dejaba boquiabierto que alguien pudiera vivir y demostrar humor (Cioran y yo nos reíamos mucho cuando estábamos juntos) con tan implacable animadversión a cualquier creencia movilizadora y tan absoluto rechazo a las promesas del futuro. En cierta ocasión, tras haber demolido minuciosamente mi catálogo de candorosas esperanzas, me permití una tímida protesta: "Pero, Cioran, hay que creer en algo...". Entonces se puso momentáneamente grave: "Si usted hubiera creído en algunas cosas en que yo pude creer no me diría eso". Y acto seguido volvió a su cordial sonrisa habitual, ante mi desconcierto.

He de reconocer que nunca me han atraído especialmente los pesimistas. Por lo general, creo que se limitan a disfrazar una extremada pobreza espiritual con un actitud de suficiencia y estar de vuelta de todo que a menudo no engaña a nadie. Obviamente todo parece indicar que Cioran era una excepción. No se le puede acusar precisamente de superficialidad, ni tampoco de pobreza espiritual. Por cierto, que tampoco me atraen mucho los optimistas irredentos, siempre dispuestos a creer en la primera promesa de paraíso en la Tierra que les quiera vender el aprovechado de turno. En líneas generales, prefiero un realismo pragmático pero reformista, que se esfuerce por mejorar las cosas... aunque después puede que el tiro salga un poco por la culata. Sencillamente, el pesimismo recalcitrante que tira la toalla antes siquiera de hacer un esfuerzo me parece excesivamente perezoso, egoísta e irresponsable. Otra cosa bien distinta es que se cuide uno mucho de caer embelesado por los cantos de sirena. {enlace a esta historia}

[Tue Mar 22 20:42:17 CEST 2011]

El País publica hoy un artículo de Ignacio Sotelo titulado La mayor deficiencia democrática de España que, creo, da en el clavo:

Aunque luego probablemente se arrepintiese, Aznar introdujo el precedente que bien hubiera merecido afianzarse, de que habría que limitar a dos legislaturas al presidente de Gobierno. Muchas tensiones y sinsabores se hubiera ahorrado el PSOE, y con él, los españoles, si Rodríguez Zapatero lo hubiera adoptado. Una de las virtudes de la democracia es que sustituye a los gobernantes sin provocar conflictos no vacíos de poder. Donde esta falla, como ocurre en los partidos políticos, la persona que por su cargo monopoliza el poder suele designar de hecho al sucesor.

(...)

Cierto que no se necesitaría este tipo de recambio automático, si en los partidos funcionase la democracia interna y fuesen los órganos establecidos los que efectivamente, juzgando únicamente sus cualidades, eligiesen a los candidatos. Desde una perspectiva democrática resulta patética la opinión unánime de los directivos del PSOE de que, solo si el presidente renuncia a presentarse, la sucesión se abre, sin que nadie se atreva a valorar la decisión que en la más estricta intimidad y con el mayor secreto tome Rodríguez Zapatero. Felipe González ha señalado lo evidente, que, en todo caso, este comportamiento se salta las normas establecidas.

Parece evidente. Si, como tanto se repite, la democracia consiste en aplicar luz y taquígrafos a la vida política, no queda más remedio que aceptar que ésta brilla por su ausencia dentro de nuestros partidos, sobre todo en el momento de elegir a los candidatos. Como bien nos recuerda Sotelo, en su momento tuvimos que tomar ciertas decisiones para consolidar unas fuerzas políticas salidas de la negra nada del franquismo que se tenían que desenvolver, además, en una sociedad civil casi inexistente. En las circunstancias de la transición a la democracia, tuvo sentido optar por un sistema electoral que fortaleciese a los partidos, sobre todo teniendo en cuenta el triste precedente de la Segunda República. Había que evitar casi a cualquier precio la atomización que se vivión durante aquella otra época (y, todo hay que decirlo, convenía también a la clase dirigente del franquismo para poder controlar mejor el proceso de transición sin que se le escaparan las cosas de las manos).

De todos modos, creo que Sotelo concluye su artículo con un aire demasiado pesimista y tremebundo:

Hoy somos conscientes de que el lastre más pesado que arrastramos son los partidos políticos, totalmente desconectados de los ciudadanos. Ha quedado bien claro su papel en el deterioro de las instituciones, desde los Parlamentos, las universidades, a la justicia y al Poder Judicial, por completo incapaces de enfrentarse, paradójicamente, a los mismos problemas de entonces [de la transición].

No se puede echar en saco roto las similitudes que se advierten entre los meses que precedieron al golpe y el último año. Si la primera crisis del petróleo puso de manifiesto la fragilidad de la industria surgida en la década anterior, la actual crisis ha puesto en cuestión el modelo productivo, sacándose de la manga una parodia de los Pactos de la Moncloa. Y el desconcierto que provocó en el Ejército el emerger del Estado de las autonomías, sin orden ni concierto, hoy está de nuevo en el ojo de miro de la sociedad española, pero ya no se identifica nacionalismo con izquierda.

Aunque estoy de acuerdo con el primer párrafo que transcribo sobre estas líneas, el segundo me parece excesivamente alarmista. Cierto, los partidos, concebidos en su forma actual, se han convertido en un claro lastre para la democracia. Pero que conste, pese a todo, que la situación tiene bien poco que ver con la de la época de entreguerras, por poner un ejemplo. En aquél entonces mucha gente asumió que los partidos políticos como institución política habían entrado en crisis y debían sustituirse por el partido único y jerarquizado como auténtico representante del pueblo. Esto se dio tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha, ambas convencidas de la crisis irreversible (que después demostró ser bastante menos) de la democracia liberal. Hoy, por el contrario, no se concibe que el problema sean los partidos políticos como tal, sino más bien la forma en que se organizan. La distinción me parece crucial, pues da a entender que la posible solución no pasa por hacer la revolución, sino más bien por reformar lo que existe. En definitiva, que me parece correcto apuntar a los problemas y subrayar que los partidos se han convertido en organizaciones endogámicas desconectadas casi por completo de la sociedad. Sin embargo, de ahí a comparar la situación actual con la del período de entreguerras o siquiera con las circunstancias que vivimos en España en la época inmediatamente anterior al golpe de Estado de Tejero me parece que raya en la irresponsabilidad. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 20 15:45:39 CEST 2011]

Como no podía ser menos, a las primeras de cambio han aparecido las críticas descarnadas por parte de la izquierda hacia la intervención militar en Libia. No es necesario siquiera leer los artículos para verlos venir: que si imperialismo americano, que si obsesión por el petróleo (aquí puede leerse un buen ejemplo de esto último; en este caso se trata de las críticas de Chávez), que si imposiciones occidentales, belicismo descabellado, Zapatero comportándose como un lacayo de los EEUU... en fin, lo de costumbre. Ahora bien, como también suele suceder siempre, lo que no aciertan a aclarar tantos críticos de izquierda es qué demonios proponen ellos que se haga. O, lo que es lo mismo, que estamos ante el "pensamiento crítico" entendido como decir que no a todo. Nada nuevo, sin duda.

La conexión con el petróleo casi se ha convertido a estas alturas en uno de los comodines preferidos de la izquierda más acérrima, y lo mismo vale para un roto que para un descosido. Así, cuando los EEUU intervienen en países donde obviamente hay petróleo (Irak, Libia) o que, de una u otra forma, pueden quedar de paso en cualquiera de las rutas del oro negro (Somalia), se achaca todo a intereses de política energética. Por otro lado, cuando uno no acierta a ver la conexión con el petróleo (Bosnia, Afganistán, Colombia), pues se ignora la contradicción en que incurre uno al afirmar sin cortapisas que los EEUU sólo intervienen donde hay petróleo y sanseacabó. Después de todo, cuando uno se desgañita lanzando proclamas antiimperialistas no deja resquicio suficiente para que el silencio se imponga y nos permita reflexionar en serio. De ahí que no dejen de gritar eslóganes.

Pero la realidad, como suele suceder, es siempre mucho más compleja de lo que nos quieren hacer ver los propagandistas de uno y otro lado. No está tan claro que estemos ante un ejemplo más de "guerra humanitaria" (hay que reconocer que el concepto se las trae), pero tampoco me parece tan evidente que se trate de una intervención imperialista sin más ni más. Para empezar, muchos de quienes ahora acusan a Occidente de cinismo por sentarse a la misma mesa que Gaddafi en los últimos años olvidan que fueron ellos precisamente quienes criticaban (criticábamos) hasta no hace mucho el dogmatismo exacerbado de unos gobernantes que se mostraban incapaces de aplicar algo de pragmatismo en sus relaciones con aquellos países (como Libia) que tradicionalmente habían hecho uso de una retórica antiimperialista. Después de todo, no hace tanto tiempo que Gaddafi era un auténtico paria en la comunidad internacional y nadie se le quería acercar (¿acaso hemos olvidado ya los ataques de la aviación estadounidense a mediados de los ochenta?). En aquél entonces, la izquierda criticaba que los países occidentales boicotearan al mandario libio y reivindicaban algo de pragmatismo (sí, estoy hablando de la época en la que ABC trataba a Gaddafi como a Satanás). Es más, Gaddafi tuvo al menos hasta comienzos de los noventa cierto apoyo entre la izquierda radical española, que realmente consideraba su "revolución verde" como un claro ejemplo de democracia directa (¡mandan leches!). Por otro lado, si las potencias occidentales se sentaran impasibles a ver qué sucede en Libia (lo que implicaría, con casi toda probabilidad, que Gaddafi aplastaría la rebelión popular contra su régimen), no me cabe duda alguna de que nuestros izquierdosos les criticarían entonces precisamente por no hacer nada y permitir que su "amigo" (con quien han compartido mesa estos últimos años, nos recordarían) siguiera en el poder. En fin, que los críticos mantienen una posición bien fácil: criticar a Occidente si no hace nada, y criticarla también si hace algo. Todo ello, por supuesto, sin jamás atreverse a especificar cómo piensan que debiera actuarse, no vaya a ser que se manche uno de realidad. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 16 15:27:50 CET 2011]

El País publica hoy una noticia titulada La Revolución triunfa en Miami que merece la pena destacar, a pesar del sensacionalismo del titular:

La Revolución de Miami triunfó abrumadoramente. El futuro político del condado al que pertenece la capital turística de Florida no está muy claro todavía, pero sí quedó meridianamente diáfano el furor popular personalizado en sus políticos. El alcalde, Carlos Álvarez, y una de las comisionadas, Natacha Seijas, fueron destituidos en un referéndum con casi el 90% de los votos en contra.

¿Por qué digo que merece la pena destacar una noticia como ésta, que nos pilla tan lejos y tiene en realidad tan poca influencia en lo que pueda suceder aquí? Pues por lo que tiene de evidencia contra ciertos prejuicios a los que somos muy dados por estos lares. En concreto, la noticia deja bien claro que el sistema político estadounidense permite un muchísimo mayor grado de control democrático de la actividad de los representantes de los ciudadanos. El sistema adolece, por supuesto, de otros problemas, pero la falta de democracia en sus mecanismos formales no es precisamente uno de ellos. Lo cierto es que la facilidad con la que los estadounidenses pueden destituir a sus gobernantes, votar a quienes van a desempeñar cargos públicos como jueces y jefes de policía o decidir directamente en referéndum sobre muchas medidas políticas está a años-luz de lo que se considera normal por estos lares. Y ello, por supuesto, a pesar de que la ignorancia lleve a mucha gente a hacer afirmaciones totalmente gratuitas sobre la supuesta "falta de democracia" en los EEUU. Como digo, el sistema tiene sus problemas (los de la democracia representativa en cualquier sitio y quizá hasta alguno más que les es propio únicamente a ellos, como la facilidad con la que las grandes corporaciones pueden intervenir en las campañas electorales), pero en líneas generales es mucho más transparente que cualquier cosa que podamos ver a este lado del Atlántico y, sin lugar a dudas, permite muchos más mecanismos de participación directa de la ciudadanía en la toma de decisiones.

Pero hay otro asunto que me parece igualmente importante: aunque el autor de la noticia casi no lo menciona, habría que destacar también que la destitución de los dos cargos electos se ha llevado a cabo con el apoyo del 90% de quienes votaron... si bien la participación no llegó siquiera al 17%. Cabe preguntarse, pues, hasta qué punto la decisión tiene realmente la legitimidad democrática necesaria, de la misma forma que cabe preguntarse si acaso la democracia directa no tiene quizá estos riesgos. No son pocos los pensadores políticos que han advertido durante siglos sobre el riesgo de que una democracia directa acabe en simple dictadura de la mayoría o incluso, como en este caso, de la minoría más activa y concienciada. Se trata de algo a tener en cuenta, sin duda. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 16 13:17:28 CET 2011]

Quién me iba a decir a mí que llegaría el día en que un posicionamiento de la izquierda abertzale me parecería más razonable que el de las fuerzas políticas mayoritarias. Y, sin embargo, aquí estamos. Según leemos hoy en El País, Sortu dice que puede "condenar a ETA, pero no imponer su disolución. Me parece de cajón, ¿no? Pueden condenar, pueden apostar por la llamada vía política (como han hecho finalmente), pero lo que no pueden hacer es disolver otra organización que no controlan. Es más, hasta quienes critican a la izquierda abertzale por no ser sino un instrumento de los etarras (algo que habría que discutir, sobre todo en los últimos tiempos, visto lo visto) caen en un evidente error si mantienen, al mismo tiempo, que tienen el poder para disolver a ETA. Sencillamente, o eres manipulado o manipuas, pero no ambas cosas a la vez. Y es que hay elementos de nuestra derecha política y mediática que pretenden, como dicen en los países anglosajones, quedarse con la tarta y comérsela también.

Pero veamos lo que nos cuenta el periodista de El País que firma la noticia:

Sortu es "absolutamente ajeno a cualquier clase de connivencia con la violencia y el terrorismo y por tanto, a dar continuidad a las conductas que provocaron la ilegalización de Batasuna", según los 245 folios de alegaciones que la última formación abertzale presentó ayer ante la Sala especial del artículo 61 del Tribunal Supremo. En la demanda, que firman los letrados Iñigo Iruin y Adolfo Araiz, Sortu cuestiona que tenga que producirse la disolución "definitiva y verificada" de ETA para que la izquierda abertzale pueda tener un partido propio, y asegura que "puede rechazar y condenar la violencia de ETA, pero no puede imponer su disolución".

La Sala del artículo 61 acumuló ayer las demandas del Gobierno y de la fiscalía, y nombró ponente único de la sentencia al magistrado Carlos Lesmes. La Sala se reúne hoy, y previsiblemente acordará la admisión de pruebas y señalará la fecha de comparecencia. Sortu ha renunciado expresamente a la vista oral por considerarla "innecesaria", y pide que no se celebre, aunque el fiscal la ha propuesto. Sortu solicita una extensa prueba documental con la aportación de más de un centenar de documentos, autos e informes.

(...)

En su escrito de alegaciones, Sortu niega que pretenda la refundación de Batasuna y los demás partidos ilegalizados "ni mientras subsista ETA ni cuando desaparezca". Por el contrario, asegura que en sus estatutos se materializa "una ruptura orgánica funcional y de actividad con los partidos ilegalizados". En ese sentido, insisten en que su legalización conducirá al fin de la violencia en el País Vasco y en el Estado, porque los Estatutos "suponen la estrangulación definitiva de cualquier espacio social y político para que quienes la practican puedan continuar con su actividad. Y, cualquiera que sea el proceso de su desaparición, es evidente que esta se acelerará", añade.

En fin, que suena todo bastante lógico, la verdad, lo cual ya es decir en el caso de esta gente. Me duele como al que más porque ni estoy de acuerdo con sus planteamientos, ni tampoco con su actitud impositiva, dogmática e intolerante, pero lo cierto es que en los últimos meses tampoco podemos decir que quienes se sitúan en la otra orilla estén siendo un dechado de sentido común precisamente. Como he escrito en otras ocasiones en estas mismas páginas, no podemos exigir a la izquierda abertzale que renuncie claramente a la violencia, que decida apostar de una vez por todas por la vía política y, cuando finalmente parecen hacerlo, seguimos negándoles la posibilidad de presentarse a las elecciones, contradiciendo con nuestras acciones el discurso que usamos para convencerles de que es posible defender la independencia del País Vasco a través de las urnas. {enlace a esta historia}

[Mon Mar 14 16:19:20 CET 2011]

Leemos hoy en El País un reportaje titulado Los europeos no se fían de sus líderes en el que la llamada clase política no sale muy bien parada que digamos:

Los europeos no se fían de los políticos. Ni de los que gobiernan ni de los que ejercen la oposición. Los perciben incapaces de solucionar los problemas que afectan a cada país y, sobre todo, no creen que sean honestos. Un pronunciado desapego hacia los políticos se ha instalado entre los ciudadanos. Solo el 14% de los europeos conserva "alguna" expectativa de que sus gobernantes logren manejar la situación. Un 78% se reparte entre los que no tienen muchas o ninguna.

Cabría pensar que nadie puede sorprenderse de que una cierta desconfianza hacia los políticos se instale entre los ciudadanos cuando nos encontramos en medio de la mayor crisis económica desde los años treinta, el desempleo parece fuera de control en algunos países, la deuda pública alcanza unos niveles estratosféricos y el futuro más cercano sólo parece prometer un crecimiento económico más bien raquítico. Sin embargo, como se nos advierte en el reportaje, el problema no puede achacarse solamente a las circunstancias económicas por las que atravesamos:

El desastre financiero ha desempeñado un papel relevante en la erosión de la imagen de los gobernantes. Los recortes que ha impuesto Zapatero ante el asedio de los mercados, las medidas de austeridad que aplicó Angela Merkel en verano o David Cameron suprimiendo entre otras cosas medio millón de puestos de trabajo públicos, pueden explicar que el 66% de los británicos no crea capaz a su Ejecutivo de salir del atolladero, el 80% de los alemanes no ve claro que con esos gobernantes puedan recuperar su pujanza o que el 78% de los españoles expresen descontento hacia Zapatero. Además, el 78% considera que su Gobierno ha estado gastando emasiado dinero, algo que sugiere escasa previsión y responsabilidad por parte de quienes ahora predican —y aplican— recortes. Polacos, en un 82%, y franceses, en un 84%, son los que considerab que ha habido más derroche.

Pero la mala situación económica explica el descrédito de los representantes solo en parte. El recelo hacia los políticos va mucho más allá y contamina también a los que están en la oposición: el 90% de los europeos entrevistados no confía "mucho" o "nada" en que los políticos de cada uno de los países actúen con honestidad e integridad.

Vamos, que el panorama que nos dibuja el reportaje no podía ser más negro. A nadie puede extrañar, pues, que estemos viviendo un cierto resurgir del populismo, a menudo estrechamente vinculado a movimientos nacionalistas y de oposición férrea a la inmigración y otras minorías. Las similitudes entre lo que estamos viendo a este lado del Atlántico y el movimiento del Tea Party en los EEUU son sin duda interesantes. Las políticas sociales tienen mucho más arraigo en Europa, por lo que cuesta trabajo pensar que los partidos populistas que ya están surgiendo para ver qué pescan en río revuelto se atrevan a lanzar un discurso fuertemente neoliberal y anti-estatista como el de Tea Party. Sin embargo, lo que sí parece mucho más probable es que se "defiendan" esas políticas sociales precisamente apuntando el dedo acusador hacia las minorías que supuestamente vienen a ponerlo todo en peligro. Eso es algo que ya está pasando en algunos países (Alemania, Austria, Francia, Holanda, Dinamarca, Reino Unido...) y que estamos comenzando a ver incluso en España con el corrimiento del PP hacia un discurso más "fuerte" en lo que hace a las políticas de inmigración.

De todos modos, aparte de los problemas acuciantes que nos ha venido planteando la crisis económica, estoy convencido de que en realidad la desconfianza hacia los políticos tiene unas raíces incluso más hondas. Se trata, además, de algo que va mucho más allá, me parece, de la mera convicción de que la corrupción está a la orden del día entre los representantes políticos. Me parece que va mucho más allá. De otra manera no podría explicarse que se trate de un fenómeno internacional, algo que, como decíamos, puede observarse, cuando menos, a ambas orillas del Atlántico. Dos son, creo, las razones que conducen a esta desconfianza generalizada en nuestros políticos: primero, la evidencia de que, en el momento de la verdad, cuando hubo que hacer frente a la crisis, no pintan nada de nada, sino que en realidad son especuladores, inversores y "los mercados" quienes deciden qué medidas se van a tomar; y, segundo, el hecho fehaciente de que con el paso del tiempo se ha ido creando una clase política altamente profesionalizada, herméticamente cerrada a cualquier influencia externa y que, en buena parte, funciona de acuerdo a sus propios intereses corporativos. Con respecto al primer asunto, no puede sorprendernos que los mismos ciudadanos que oyen una y otra vez que son "los mercados" quienes imponen tal o cual política y que nuestros gobiernos tienen más bien poco margen de maniobra se pregunten para qué queremos entonces pagar a tantos políticos. Y, con respecto al segundo punto, no hay más que echar un vistazo a las caras de quienes nos representan para darse cuenta de que son siempre los mismos. En lugar de concebir la política como una actividad temporal de servicio a los ciudadanos, se concibe como profesión, como carrera donde uno va a subir peldaños y acabar jubilándose, independientemente de lo que suceda. Esta interpretación de lo que supone la actividad política ha acabado por asfixiar al propio sistema democrático, que se encuentra necesitado de una seria reforma en profundidad. No queda más remedio que abrir las ventanas y permitir que entre el aire fresco. La alternativa es sentarse a ver cómo crece el apoyo a las fuerzas populistas. Nada hay más peligroso. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 13 20:45:11 CET 2011]

The New York Times publica hoy un artículo de Frank Rich titulado Confessions of a Recovering Op-Ed Columnist que debiera hacernos reflexionar sobre las columnas de opinión que tan a menudo leemos en la prensa diaria y que, en cierto modo, contribuyen a dar forma a nuestros propias opiniones:

When I felt frustrated by churning out a standard-length Op-Ed column after a few years, The Times went out of its way to accommodate me by giving me more space, all the better for trying to connect more dots. It was fated that I would one day find myself eager to break out of that box too. I have always wanted to keep growing as a writer, not run in place. My latest bout of restlessness had nothing to do with the tumultuous upheavals of the new business in the digital era. It was an old-media mission I started to chafe at —opinion writing within the constraints of newspaper deadlines and formats.

Safire, a master of the form, was fond of likening column writing to standing under a widnmill: No sooner did you feel relief that you had ducked a blade than you looked up and saw a new one coming down. He thrived on this, but after 17 years I didn't like what the relentless production of a newspaper column was doing to my writing. That routine can push you to have stronger opinions than you actually have, or contrived opinions about subjects you may not care deeply about, or to run roughshod over nuance to reach an unambiguous conclusion. Believe it or not, an opinion writer can sometimes get sick of his own voice.

I found muyself hungering to write with more reflection, at greater length at times, in a wider and perhaps experimental variety of forms (whether in print or online), and without feeling at the mercy of the often hysterical exigencies of the 24/7 modern news cycle. While some columnists are adept at keeping their literary bearings over long careers —George Will is a particularly elegant survivor among the generation of columnists ahead of mine— those who stay too long risk turning bland or shrill. I wanted to quit before I succumbed, and spent a year talking to friends in journalism to figure out what was the best road for me to take next. Perhaps inevitably I ended up reunited with Adam Moss, who, before taking over New York seven years ago, served as editor of The Times Magazine, where he did more than anyone to push me beyond arts criticism into a broader beat.

Uno siempre había sospechado que el columnista, en ocasiones, seguramente no tiene más remedio que posicionarse sobre un tema que, en realidad, la trae sin cuidado o que, en otras ocasiones, no tiene más remedio que exagerar sus opiniones para hacerlas más "interesantes" o llamativas. Pues bien, el bueno de Frank Rich viene a confirmar que las sospechas eran ciertas, que efectivamente hay cierta impostura en el mundo del periodismo y que a lo mejor, si tuviéramos la oportunidad de hablar con algunos famosos comentaristas políticos lejos del mundanal ruido, resulta que sus opiniones de verdad son mucho más moderadas de lo que nos hacen creer cuando se ponen la máscara del "creador de opinión". En definitiva, se pregunta uno si acaso gente como Federico Jiménez Losantos no son en realidad sino puro negocio, un personaje artificialmente creado para rellenar un hueco en el mercado y satisfacer una cierta demanda. Un producto de mercadotecnia, vamos. Y lo curioso es que dicha idea, si bien tranquiliza por un lado, por el otro no hace sino preocuparnos aún más, por lo que tiene de reconocer que se juega con las opiniones de la gente y se esparcen injurias e ideas ofensivas, populistas y con cierto peligro de prender la mecha del descontento social sin tener en cuenta cuáles puedan ser las consecuencias. Imperativos del sacrosanto mercado. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 13 16:53:45 CET 2011]

Me ha gustado el alegato de Mario Vargas Llosa contra el nacionalismo y el izquierdismo cerril publicado hoy por El País, aunque a lo mejor no siempre coincida con las ideas del escritor peruano (de hecho, cuando se trata de posicionamientos con respecto a los autoritarismos de derechas e izquierdas, el populismo o el nacionalismo, suelo estar de acuerdo con lo que escribe Vargas Llosa, pero no siempre coincidimos cuando entra a hablar de política económica, aunque incluso en ese caso comparto hasta cierto punto su defensa del sistema de libre mercado). El propio Vargas Llosa explica el motivo de su artículo sobre el piqueterismo intelectual:

Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados al grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su Gobierno ni oportuna cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.

Si hay algo que me ha parecido siempre enormemente peligroso en política es precisamente el arrogarse el derecho exclusivo a hablar en nombre del "pueblo", sobre todo si es para exigir que se acalle la voz de alguien con quien no se está de acuerdo. No entiendo qué pueda haber de democrático ni progresista en dicha actitud, por más que se proponga desde cuarteles impecablemente izquierdistas. Pero en este caso, además, la exigencia de que se procediese a censurar a Vargas Llosa (porque censura y no otra cosa es lo que exigían los intelectuales que firmaron el manifiesto) venía aliñada, como no podía ser menos tratándose de simpatizantes peronistas, de un nacionalismo cerril que protestaba por ceder la palabra a un escritor "extranjero", en lugar de fomentar las "corrientes populares argentinas" (ya sabemos qué significa esto otro: aquellas corrientes que defienden opiniones con las que yo estoy de acuerdo). Vargas Llosa escribe, pues, contra el nacionalismo obcecado también:

El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios admiistrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación —al igual que la raza o la religión— no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana. Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, sólo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beigerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.

Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que sólo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva reprsentación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaban burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cutura de la libertad en América Latina.

Yo también me alegro de que, junto al modelo chavista, aplicado también por Morales en Bolivia, Correa en Ecuador u Ortega en Nicaragua, exista el modelo de Lula y Bachelet, que considero más moderno, sensato y tolerante. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 13 16:06:12 CET 2011]

He de reconocer que a veces me da un poco de miedo escribir sobre ETA y la izquierda abertzale porque el tema es casi un campo de minas. Tanto se ha usado para perseguir intereses puramente partidistas que uno corre el riesgo de que se malinterpreten o distorsionen sus palabras. Así, por ejemplo, me parece que soy bastante más optimista que la mayoría de comentaristas políticos (por no hablar de los dirigentes de los dos grandes partidos políticos nacionales) sobre la posibilidad de que los últimos acontecimientos vengan a poner fin a décadas de terrorismo etarra. En este sentido, me identifico más con las opiniones expresadas por buena parte de los vascos que por lo que he venido leyendo en la prensa española estos dos o tres meses. Sí, convendría que ETA anunciase de una vez por todas el abandono definitivo de las armas. Sí, la izquierda abertzale todavía podría desmarcarse aún más claramente de la organización terrorista. Sin embargo, no me parece honesto afirmar, como tantos hacen, que no ha cambiado nada y que quienes han venido apoyándoles durante más de cuatro décadas deben limitarse a desaparecer de la escena sin ni tan siquiera poder aspirar a que su voz esté representada en las instituciones. Sencillamente, así no hay forma alguna de solucionar el conflicto. Precisamente por eso me alegra leer la entrevista a Patxi López que ha editado hoy el diario Público. Y es que el lehendakari afirma cosas tan razonables como las siguientes:

El último pronunciamiento de Sortu es importante. Es la primera vez que el mundo de la izquierda abertzale rechaza directamente actos de kale borroka o posibles atentados. También es importante que dicen que esos principios no obedecen a una táctica para presentarse a las elecciones, sino a una reflexión de ese mundo, y que la paz no tiene precio político. Todo esto demuestra que la política de firmeza tiene resultados.

(...)

Yo digo que los estatutos son impecables, que demuestran que ese mundo da pasos en la buena dirección hacia la democracia y que parece que, por primera vez, es la izquierda abertzale la que adopta las decisiones, toma las iniciativas y no se las impone ETA. Esto hay que tenerlo muy en cuenta. Otra cosa es que unos estatutos tampoco son la panacea. Uno los puede fotocopiar de un partido democrático e intentar engañar a la Justicia. Por eso digo que, además de los estatutos, debe haber una demostración de que ha roto con la violencia.

Como digo, todo ello parece perfectamente razonable. Ni Patxi López es un radical, ni tampoco parece haberse embarcado en una política demagógica y populista. Es más, preside un Gobierno autonómico en coalición, ni más ni menos, que con el PP. Y, sin embargo, a juzgar por las afirmaciones publicadas en ciertos medios de comunicación de la derecha, podría uno creer que casi se trata de un batasuno entregado a la kale borroka.

Aún recuerdo una larga conversación con mis amigos del instituto allá a principios de los años ochenta en la que sostuve (como sigo haciendo en estos momentos) que, guste o no guste, lo más probable es que el fin del terrorismo etarra llegue mediante un proceso de diálogo en el que, por un lado, se negocie con los etarras (sí, he escrito "negociar") sobre el cumplimiento de condenas, y, por otro, se permita a los partidos políticos vascos (todos sin excepción, incluidos quienes representan a los sectores sociales que tradicionalmente han apoyado a ETA) llegar a acuerdos sobre el estatus de la relación entre el País Vasco y el resto del Estado. Sencillamente, no veo ota salida posible. Los métodos violentos adoptados por la izquierda abertzale me repugnan como al que más, pero ello no quiere decir que deje de reconocer que, por desgracia, siempre han contado con un cierto apoyo social, y un movimiento político que cuenta con apoyo social no puede derrotarse por medios puramente represivos. Ello no quita, obviamente, para que deje de ejercerse la acción policial sobre los terroristas. {enlace a esta historia}

[Sat Mar 12 18:43:37 CET 2011]

Si hace tan sólo unos días escribíamos sobre la entrevista con el autor de La presunta autoridad de los diccionarios publicada en El País en la que se criticaba al diccionario de la RAE por arcaico, hoy nos encontramos con una noticia sobre los cambios introducidos en la nueva Ortografía por la RAE que no viene sino a confirmar aquel arcaísmo:

Pierden definitivamente el acento gráfico los monosílabos con diptongo ortográgico, del tipo "guion", "truhan", "Sion", "Ruan", "hui" o "riais", aunque haya zonas, como sucede en España, donde se pronuncian con hiato y se perciban como bisílabos. La nueva Ortografía dice con claridad que estas palabras "se escribirán siempre sin tilde".

Además, cargos institucionales, como el rey y el papa, deberán ir siempre en minúscula, sin importar si llevan el nombre detrás. Así, deberá escribirse el rey Juan Carlos, no el Rey Juan Carlos, o "el discurso de Navidad del rey".

La "ch" y la "ll" se consideran dígrafos y desaparecen oficialmente como letras del alfabeto, una categoría que tenían desde el siglo XIX. Aunque en realidad "su muerte" ya se anunció en la edición del Diccionario académico de 2001, donde no figuraban como tales letras por separado.

También desaparece la tilde en la conjunción disyuntiva "o" entre núnmeros, es decir, se escribirá "20 o 30 niños".

En fin, una buena ristra de nuevas reglas que me parecen, por lo general, bastante desacertadas. Por ejemplo, si palabras como "riáis" se pronuncian en España con hiato tiene todo el sentido del mundo que se escriban con acento gráfico, digan lo que digan los académicos. Lo mismo se aplica a la antigua norma de acentuar la conjunción disyuntiva "o" cuando está situada entre números, pues clarifica que no se trata del número cero, sino precisamente de la conjunción disyuntiva. No sé qué leches soluciona el eliminar el acento, la verdad. Le veo pegas sin ventaja alguna. ¿Para qué diantres introducir el cambio, entonces? Y, respecto a palabras como "Rey" o "Papa", lo normal me parece que es acenturlas si uno se refiere a un Rey o Papa en particular, vaya seguido o no del nombre, aunque en este caso la verdad es que lo mismo me da lo uno (el uso de mayúscula) como lo otro. Y es que, en última instancia, lo que me parece arcaico y desfasado es el propio hecho de que exista una institución específicamente dedicada a "legislar" sobre este tipo de cosas que, en realidad, no debieran ser sino regladas de acuerdo al uso general de los hablantes de una lengua. O, lo que es lo mismo, que me repugna el exceso de formalización en que caemos en estos asuntos (algo sin duda heredado de la tradición francesa) cuando considero que convendría más confiar en la sensatez del hispanohablante medio y apostar por una especia de derecho común aplicado a las normas lingüística. Estoy convencido de que nos iría mucho mejor así, adoptando un mecanismo flexible, abierto y dinámico (además de más democrático), en lugar de continuar con el elitismo trasnochado que solemos traernos entre manos. Y, cuidado, que nadie se equivoque, no pretendo afirmar que todo el mundo tiene el mismo conocimiento sobre estos asuntos, pero lo cierto es que la lengua es algo vivo que empleamos a diario todos, no solamente la élite académica. El sistema actual sería algo así como pretender que sólo los politólogos votaran en las elecciones. {enlace a esta historia}

[Mon 7 19:34:19 CET 2011]

El País publica una conversación entre Miquel Barceló y Alberto Manguel sobre arte y literatura de la que merece la pena destacar algunas cosas:

La muerte de la pintura se decretó hace más de 200 años. La pintura es como Drácula, nunca muere. La invención de la fotografía iba a matar la pintura, y ahora es una técnica pictórica más. Ha dejado de ser un documento de lo real. (Miquel Barceló)

(Sobre la capacidad de la pintura para exorcizar la muerte). Cuando vas al Prado nunca piensas: esta gente está muerta. En cambio, como dice Susan Sontag, ante una fotografía es imposible no pensar en que el retratado está muerto, o que lo estará. (Miquel Barceló)

El tiempo forma parte de la obra. Yo huyo de los restauradores. Hay que restaurar las cosas que se han añadido independientemente de la voluntad del artista. Durante un tiempo se puso de moda limpiar los cuadros y quitarles los barnices, y terminaron quitándoles las veladuras del pintor. Dejaron secos los murillos. ¿Quién sabe dónde acaba la suciedad y empieza la veladura? (Miquel Barceló)

Por cierto que, con respecto a la segunda cita (la que menciona la capacidad de la pintura para exorcizar la muerte), me parece que está en relación directa con la primera. Me explico: precisamente porque concebimos la fotografía como un "documento de lo real", siempre sentimos que el retratado tiene una presencia más real en el caso de la fotografía que en el de la pintura. De ahí, creo, la sensación que menciona Barceló. {enlace a esta historia}

[Mon 7 12:56:15 CET 2011]

Aunque se publicó hace ya unos días, hasta hoy no he leído una entrevista con Javier López Facal, investigador del CSIC y autor del libro La presunta autoridad de los diccionarios en la que se critica el diccionario de la RAE por "arcaico". Aunque el entrevitado comete algún que otro error de bulto (afirma, por ejemplo, que la palabra wiki es un acrónimo de What I Know Is, cuando en realidad es un término hawaiano que significa rápido), no por ello hemos de dejar de reconocer que también hace otras afirmaciones bastante razonables. Así, frente a la concepción estática, arcaizante y hasta cierto punto elitista de la Real Academia Española, López Facal parece tener un concepto mucho más dinámico y flexible de la lengua. Y es que la lengua, en definitiva, no la hacen los filólogos y académicos, sino todos nosotros. Merece la pena destacar, igualmente, que no sostiene una opinión estúpidamente anti-tecnológica, como tan a menudo oímos de nuestros intelectuales. De esta manera, con respecto a la Wikipedia explica:

Es una enciclopedia y hay que tener en cuenta que es muy desigual según lenguas y artículos. La wiki alemana es generalmente impecable, la inglesa también. La tercera que se hizo fue la catalana y se ha quedado un poco corta. La española es muy desigual, con artículos muy buenos y otros que no... (...) La wiki es una primera proximación que resuelve muchos problemas, pero también hay que tener cuidado porque hay columpiadas... pero también la Enciclopedia Británica las tiene a veces.

Pues sí. Parece lógico y evidente, pero no son pocos quienes se empeñan en despreciar a la Wikipedia (o, de forma más extensa, a todo lo que tenga que ver con las nuevas tecnologías) para defender a capa y espada a todo lo que sea la cultura tradicional. Se trata, pienso, del humanismo mal entendido, algo muy popular por estos lares, por desgracia. En ese sentido, alegra leer las declaraciones de todo un filólogo e investigador del CSIC que, pese a todo, no se cierra en banda ante las nuevas tecnologías. Éstas no tienen por qué ser buenas de entrada, cierto. Pero tampoco tenemos que verlas como algo negativo porque sean nuevas, como algunos parecen creer. Todavía hay mucho conservadurismo vital entre nosotros, incluso entre quienes se ven a sí mismos como progresistas. {enlace a esta historia}

[Sat Mar 5 12:30:41 CET 2011]

Me ha encantado el elogio de las ciudades escrito por Antonio Muñoz Molina que publica hoy El País en el suplemento Babelia:

Qué invento asombroso, la ciudad. La ciudad grande, la ciudad viva, la ciudad en la que buscan y encuentran trabajo los emigrantes pobres y asilo los fugitivos, la ciudad en la que uno disfruta tan plenamente de la soledad como de la compañía, a la que sueñan con irse los sometidos al tedio y a la extenuación del trabajo campesino, los que desean aprender y ejercer oficios fantasiosos, en la que podrán escapar de la vigilancia escrutadora de sus semejantes los que mantienen oculta su diferencia; la ciudad ciudad, donde a cualquier hora del día y a veces de la noche hay gente por la calle y locales abiertos; o en la que un sistema eficiente de transporte público permite viajar hasta sus últimos confines en líneas de autobuses o en redes de metro en las que nunca falta el misterio del encuentro con los desconocidos, el del viaje por laberintos de corredores y escaleras. En Nueva York o en Madrid salgo de casa e inmediatamente me sumerjo en el gran río de la vida, que arrastra igual el esplendor que la basura, como el río Hudson arrastra y mece con idéntica magnanimidad troncos que flotan entre dos aguas con algo de caimanes, gansos circunspectos, hojas del último otoño, latas de cerveza, condones expandidos hasta tamaños improbables después de una larga estancia en las aguas. La computadora, el coche, la cas confinada en una urbanización, aíslan del mundo, o lo ofrecen con una docilidad engañosa al capricho: compras online exactamente lo que te apetecía en este momento; muestras tu preferencia por una opción política o una película o una perversión; no corres el menor peligro de encontrarte con algo o alguien que no formaran parte de tus preferencias más específicas.
Lleva razón Muñoz Molina, aunque en ocasiones exagere un poco (ignoro cuál pueda ser su experiencia, pero no sería a primera vez que entro en Amazon para comprar un libro y acabo comprando también otros no siempre relacionados con el primero, o que me encuentro en Facebook con comentarios o enlaces a artículos de autores que exponen puntos de vista que poco tienen que ver con el mío; en fin, también es posible socializar únicamente con quenes comparten a priori nuestros puntos de vista en la ciudad). Pero nada de ello quita para que, en líneas generales, lo que indica Muñoz Molina sea totalmente cierto. Nuestras sociedades no han ido urbanizándose progresivamente de forma accidental, ni tampoco necesariamente por imposición de la lógica económica. La verdad es que cualquier joven que sea algo diferente, que tenga unas inquietudes más o menos distintas a las de la mayoría de a gente, no tiene más remedio que abandonar el medio rural. Ni siquiera los pueblos de tamaño medio en Andalucía son de gran ayuda en este sentido. Todo lo importante sigue sucediendo en la ciudad, y ahí es donde tiene que acercarse uno para cualquier cosa que merezca la pena si vive en el extrarradio. Esto es así en Norteamérica, como lo es en Europa o en Asia, y dudo mucho que no sea así en ningún sitio. Sin ciudad no hay civilización, y sin civilización no hay democracia, ni cutura moderna. Lo uno va con lo otro. De ahí que dé un poco de miedo oír las utopías neorurales de algunos ecologistas, por ejemplo. Cuidado, no como opción de vida personal, sino como proyecto político para la sociedad en su conjunto. Me temo que las ideas, experiencias y costumbres que trajo la Modernidad están aquí para quedarse o, si acaso, incluso para ampliarse, pero no para desaparecer... salvo que ocurra una hecatombe, por supuesto. De ahí la referencia al miedo que provoca la utopía neorural. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 2 19:23:05 CET 2011]

Habremos de reconocer, independientemente de preferencias políticas personales, que el Gobierno de Zapatero, además de pecar de una cierta improvisación en la elaboración de algunas políticas, cae a menudo en el error de agruparlas en un dispar batiburrillo de medidas que pretenden hacer pasar por planes estratégicos y, por si esto fuera poco, hace gala de una preocupante tendencia a cargar a los otros niveles de la Administración con el muerto. Así está sucediendo, por ejemplo, con las medidas de ahorro energético recientemente anunciadas y que incluyen una reducción del precio del transporte púlico (trenes de cercanías y metro, fundamentalmente) que deben sufragar las comunidades autónomas. En otras palabras, que el Gobierno central decide la política y pretende que sean los gobiernos autonómicos quienes la financien, todo ello al mismo tiempo que se les exige que controlen el gasto para que no se desboque el déficit. Sencillamente, este galimatías no hay quien lo entienda. Y a todo esto, viene el ministro José Blanco a exigir a Cataluña y Madrid que expliquen por qué no van a bajar el precio del transporte público. En fin, que hace ya tiempo que este Gobierno da la sensación de sobrevivir con respiración asistida. ¿Para qué engañarnos? {enlace a esta historia}