[Mon Nov 29 10:59:17 CET 2010]

Pues al final no ha habido sorpresas ni movilización de última hora del electorado de izquierdas. Se mire como se mire, el triunfo de la derecha en las elecciones autonómicas catalanas ha sido apabullante. Tanto es así que los dirigentes socialilstas no siquiera se han molestado en ocultarlo. CiU se ha quedado a las puertas de la mayoría absoluta, el PP ha subido significatviamente tanto en votos como en escaños, la derecha xenófoba de Anglada casi entra en el Parlament, los socialistas del PSC han obtenido los peores resultados de la democraca y, en general, la izquierda del tripartito se ha hundido. Esa es la cruda realidad. Si el claro castigo del electorado se debe a la crisis económica, el desbarajuste del tripartito, el corrimiento de los socialistas hacia un programa identitario que quizá no sea el suyo, el olvido de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda y una política social clara desde la Generalitat o cualquier otro motivo (o, por supuesto, una combinación de todos ellos) queda para el análisis detenido de los resultados. Pero hoy no queda más remedio que reconocer la aparatosa derrota de la izquierda, el avance imparable de la derecha (sí, a pesar de que haya hecho ostentación de un programa claramente neoliberal, precisamente como el que nos ha conducido a la crisis económica que amenaza con hundirnos ante el ataque de los especuladores internacionales) y, sobre todo, que la izquierda se muestra incapaz de levantar cabeza y va de derrota en derrota de un tiempo a esta parte en todos los países de capitalismo avanzado. La izquierda tiene muchas preguntas que hacerse, muchas cosas sobre las que recapacitar. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 24 12:27:18 CET 2010]

Si hace unos días escribía sobre la situación económica en Irlanda, la verdad es que la cosa no ha hecho sino empeorar en los últimos días y amenaza extenderse a Portugal y España, por no hablar de la posibilidad de que llegue a causar una crisis monetaria de dimensiones incalculables que podría conducir incluso a una crisis aguda del euro. Parece difícil, la verdad sea dicha, imaginar una solución más o menos factible para el problema que nos traemos entre manos. No obstante, me atrevería a afirmar que cualquier solución posible no tiene más remedio que pasar por una mayor integración política y económica de, cuando menos, los países de la zona euro. Quienes aún sienten nostalgia por el concepto de soberanía nacional se pueden poner como quieran, pero creo que esto que digo aquí es bien evidente. Sencillamente, no puede haber zona económica y monetaria que pueda resistir la presión de los mercados sin contar con una autoridad fiscal común capaz de tomar decisiones sobre materia presupuestaria de forma rápida y eficaz. La falta de confianza de quienes invierten en las distintas deudas nacionales es comprensible si entendemos que no existe ninguna autoridad central europea encargada de hacerse responsable de los bonos. Todo queda en el aire, abierto a las negociaciones entre las partes, los tira y afloja que puedan darse a cada momento en las distintas cumbres europeas. En fin, un sinsentido.

Pero hay otro asunto sobre el que me gustaría dejar escritas unas cuantas líneas. Ahora que el otrora tigre celta está indudablemente en sus horas bajas, no son pocos quienes lanzan críticas contra lo que les parece que no fue sino un mero espejismo. Algo de eso hay, sin lugar a dudas. Yo mismo he hecho comentarios al respecto. El milagro irlandés se sustentón, en buena medida, en la burbuja inmobiliaria y en el crecimiento excesivo de una especulación financiera que no tenía necesariamente bases sólidas. O, lo que es lo mismo, algo parecido a lo que sucedió en España durante el mismo periodo. Allí, como aquí, se impuso la llamada cultura del ladrillo. Ahora bien, creo que hay otro elemento de análisis que conviene tener presente. Cuando viví en Irlanda a principios de la década de los noventa, su tasa de desempleo era aproximadamente del 15%, a pesar de que en aquellos momentos se habían vivido varios años de crecimiento económico (esto fue antes de la recesión de 1992-1993). Ahora, en cambio, con la que está cayendo, su tasa de desempleo se encuentra en el 13%. En España, por el contrario, nuestra tasa de desempleo se ha disparado hacia las cotas que siempre suele alcanzar en momentos de apuros económicos. En otras palabras, que algo sí que parece que hicieron bien los irlandeses en lo que respecta a su mercado laboral. ¿Qué es lo que hicieron bien, pues? Mediante su política de inversiones en el sector educativo (algo que había comenzado a principios o mediados de la década de los ochenta) y la reducción del impuesto de sociedades, hicieron posible que bastantes multinacionales se decidieran a abrir sucursales en la isla. Así, mientras España creaba puestos de trabajo fundamentalmente en el sector de la construcción, Irlanda los creaba en el sector de las nuevas tecnologías y la investigación científica. Las consecuencias las vemos ahora. Por supuesto, el hecho de que los trabajadores irlandeses hablan inglés porque es su lengua materna facilita las cosas, de eso no hay duda. Pero no me parece justo achacarlo todo a eso. Estoy convencido de que, junto a las cosas que se hicieron mal, también se hicieron otras cosas bien. Suele ser el caso. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 20 18:42:54 CET 2010]

Leo hoy en Público un artículo de opinión escrito por Ricard Vinyes sobre el proceso de la transición a la democracia que refleja, creo, un estado de opinión que parece estar extendiéndose lentamente entre ciertos sectores de la izquierda de nuestro país y que encuentro algo preocupante. Vinyes señala lo que tantos otros intelectuales progresistas vienen subrayando de un tiempo a esta parte: que la transición española a la democracia supeditó la instauración de un régimen de libertades al acuerdo tácito de todas las fuerzas políticas de no exigir responsabilidades por los crímenes cometidos durante la Dictadura, que los actores principales del proceso provenían precisamente de la nomenclatura del franquismo y jamás hicieron declaración pública de arrepentimiento, que la Monarquía no fue tanto libremente elegida por los españoles como impuesta por el dictador y las circunstancias... En fin, para qué negarlo, es todo cierto. Nunca se ha engañado a nadie en este sentido. Todos sabemos que, durante los años de la transición, la opción era entre reforma o ruptura, y se acabó imponiendo aquélla sobre ésta. El precio que tuvimos que pagar es precisamente el que señalan Vinyes y otros comentaristas de su cuerda. Eso es cierto. Ahora bien, tampoco es menos cierto que cuando se produjo la transición, en aquel contexto particular, la amplia mayoría de los españoles preferían de hecho un régimen democrático con un monarca impuesto que el escarceo aventurista que proponían los rupturistas. Es más, la prioridad en la mente de mucha gente era precisamente no cometer los errores del pasado, evitar as divisiones y, sobre todo, asegurarse de que la Guerra Civil (y, sí, los divisivos años de la Segunda República) no volvía a repetirse. ¿Que esto implicaba una libertad con las alas un poco recortadas y un nuevo Estado hipotecado hasta las cejas con la oligarquía de siempre? Cierto. Pero eso es lo que la mayoría de ciudadanos en aquél entonces estaba dispuesta a firmar a cambio de vivir en democracia. Puede gustar más o menos. Puede parecerle a alguien que vendimos el alma al diablo. El caso es que eso es lo que ocurrió. Para bien y para mal. ¿Fue un error? Pues podemos debatirlo, pero el hecho incontrovertible es que nos ha dado el mayor periodo de estabilidad democrática de nuestra Historia, lo que quiere decir que a lo mejor no se hicieron las cosas tan mal. ¿Que no estaría de más que tarde o temprano llevemos a cabo una segunda transición? Pues a lo mejor. Si la mayoría de ciudadanos lo apoya, ¿por qué no? ¿Acaso no consiste en eso la democraica? Pero no difamemos a la generación que construyó la actual democracia en unas circunstancias nada favorables de crisis económica internacional en un país donde jamás habíamos conocido anteriormente una democracia liberal representativa realmente estable (como digo, el periodo de la Segunda República, se piense lo que se piense sobre sus ideales, no puede caracterizarse desde luego como estable).

Pero hay otro aspecto de esta crítica reciente al proceso de transición a la democracia que me parece incluso más criticable. Me refiero a lo que Vinyes sintetiza muy bien hacia el final de su artículo:

...en una fecha imprecisa de los ochenta, aquel proceso histórico conocido como Transición fue transformado por el Estado y sus pompas en un mito sombrío orientado a justificar la impunidad. El antiguo y logrado proyecto de reconciliación mutó en una ideología de Estado cuyo principio ha consistido en dictar que todos fueron igualmente respetables en aquellos tiempos de dictadura; y que la memoria, lejos de ser un derecho, era un deber, el deber de recordar, permanentemente que el país sólo podía avanzar si cultivaba una cierta indiferencia hacia el pasado gaseoso. Apareció así un inmenso vacío ético —no hay distinción entre el bien y el mal— y con este alejamiento de una parte de la ciudadanía respecto a su valor y papel en el largo proceso de democratización del país.

Veamos. En primer lugar, como decía anteriormente, la apuesta por una reconciliación sin ira, que renunciaba a mirar al pasado y escrutinizar el comportamiento de cada cual durante los sombríos años de la guerra y la dictadura, estaba en la raíz misma del proceso de transición. No es algo que apareciera milagrosamente de la nada en "una fecha imprecisa de los ochenta", ni mucho menos. A uno le da la impresión de que, con esta afirmación, el autor sólo intenta lanzar una puya a los gobernantes socialistas y poco más, responsabilizándoles de una especie de traición que en realidad jamás sucedió. Como digo, el "pacto de silencio" de que habla Vinyes fue un acuerdo tácito ya desde el principio mismo del proceso. De lo contrario, no hubiera habido proceso y Fraga no hubiera sido uno de los padres de la nueva Carta Magna. Es así de claro. Pero es que, en segundo lugar, considero enormemente irresponsable y maniqueo que ciertos sectores de la izquerda quieran recuperar ahora el discurso del bien contra el mal, empeñándose en dibujar a uno de los bandos enfrentados en la Guerra Civil como puro y casto, en tanto que el otro bando representaría todo lo oscuro y odioso que uno pudiera pensar. Se trata de una revisionismo histórico no menos despreciable que el que se ha intentado realizar desde la derecha más torticera. La cruda realidad es que tanto en un bando como otro se cometieron crímenes horribles, se torturó y asesinó a personas indefensas y se intentó imponer las ideas por la fuerza de las armas. La diferencia, evidentemente, es que un bando ganó en el campo de batalla y tuvo la oportunidad de seguir cometiendo crímenes impunemente. Pero no se me ocurre dudar por un momento que en el bando republicano no hubo excesos criminales ni presencia de individuos cuya intención principal no era luchar por la democracia sino imponer una dictadura (aunque fuera de otro signo, contrario al de Franco y sus seguidores) y "limpiar" el país de oponentes políticos. Por algo hubo un buen número de españoles (aquellos que se lo pudieron permitir) que se marchó al extranjero nada más comenzar las hostilidades, asqueado por los excesos que se estaban cometiendo en ambos bandos. Si se nos pide que nos dejemos de relativismo postmodernos y distingamos entre el bien y el mal, estoy completamente de acuerdo; si, por el contrario, lo que se pretende es que identifiquemos el bien con uno de los dos bandos contendientes y el mal con el opuesto, lo siento mucho, pero por ahí no entro. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 19 12:55:21 CET 2010]

Hay que ver, con la que está cayendo últimamente, la cerrazón y el nacionalismo de campanario que se gastna algunos líderes políticos. Viene esto a cuento de la noticia publicada hoy en El País según la cual Irlanda reconoce que solo la ayuda externa la sacará de la crisis. "¡Vaya, ya se cayeron del burro!", imagino que pensarán muchos lectores. La verdad es que tampoco hacía falta ser un Séneca ni haber logrado un Premio Nobel de Economía para ver venir esto, pero... ¡uno qué sabe de estas cosas! De todos modos, lo que me llama la atención no es la lentitud con que los prebostes irlandeses está reconociendo públicamente los problemas con los que están lidiando, sino que continúen haciendo gala de un discurso nacionalista del tres al cuarto que, además, por si fuera poco, se burla de quienes les prestan ayuda financiera para sacarles de apuros. Me explico. A estas alturas todo dios sabe que la economía irlandesa (el tigre celta que algunos llamaban) vivió el famoso milagro a finales de los noventa gracias, entre otras cosas, a las ayudas que llegaron de los fondos estructurales de la Unión Europea, la especulación inmobiliaria y las reducciones fiscales a las empresas extranjeras que quisieran asentarse en el país. Esto último llevó a otros países miembros de la Unión a protestar, acusándoles con razón de dumping fiscal. Después de todo, al tiempo que recibían fondos de la UE (aportados por otros países miembros, por supuesto) renunciaban a cobrar impuestos de las empresas extranjeras para así facilitar que se asentaran en su país... en lugar de hacerlo en otros países de la UE donde la tasa impositiva era mayor, entre otras cosas porque tenían que pasarle fondos a Irlanda. Pues bien, ahora, con todo lo que ha pasado en los últimos dos o tres años, en los que el famoso tigre celta ha pasado a convertirse más bien en el gato micifú, todavía tienen el descaro de poner la mano para que le pasen los fondos que les van a salvar del apocalipsis financiero al tiempo que continúan reivindicando su derecho soberano a mantener la rebaja de impuestos:

El ministro de Finanzas [Brian Lenihan] se puso la venda antes de la herida al rechazar la idea de que su país pueda ser obligado a aumentar el impuesto de sociedades, que ha servido de principal atractivo para el aterrizaje de miles de compañías extranjeras. "Evidentemente nuestro impuesto de sociedades", señaló Lenihan, "no está amenazado, porque están en el campo de la fiscalidad preservado por los Tratados Europeos". "Es una cuestión que no se plantea, porque es algo fundamental para nuestras perspectivas de crecimiento", añadió.

Seamos claros. Si quiere decir que elevar los impuestos en un momento como éste no parece una buena receta, a lo mejor le doy la razón. Ahora bien, que recurra a un nacionalismo de lo más barato para argumentar a favor de su derecho a no reformar la fiscalidad irlandesa cuando son los demás quienes le están salvando de la catástrofe me parece, cuando menos, hipócrita y desvergonzado. Es lo que tiene el nacionalismo, imagino. {enlace a esta historia}

[Thu Nov 18 12:34:49 CET 2010]

Leo hoy en El País una noticia sobre la avalancha de obras de William Faulkner que, al parecer, invaden las librerías españolas en estos momentos y me llama especialmente la atención el siguiente párrafo:

"Faulkner ha perdido crédito entre la masa de los lectores, que ya no recuerdan que hay otras formas de escribir que no sean como en un guión cinematográfico", señala el escritor y crítico Justo Navarro. "Ahora que lo que predomina es la lógica instantánea del videoclip o de Internet es difícil leer a Faulkner, que exige atención a la página y a la música de las palabras. Su fuerza visual e imaginativa es hoy especialmente estimulante. Lo lamentable es que se lea más".

Dos cosas me parecen sumamente interesantes de la cita que aquí transcribo. En primer lugar, estoy de acuerdo con la apreciación de Justo Navarro sobre el tipo de prosa que predomina hoy en día. Pasamos de la prosa engalanada y cuasi-poética de antaño a la prosa desnuda y periodística de las últimas décadas para, finalmente, desembocar en una prosa entrecortada, rápida y directa al meollo del asunto. Y cuidado porque, aunque resulta tentador culpar de todo ello a la aparición de las nuevas tecnologías y los SMS, yo lo veo más bien al contrario: su aparición sólo ha sido posible porque ya había una clara tendencia a la comunicación ligera, rápida, fácil y directa. No nos engañemos, por favor. La tendencia ya se veía venir a mediados de los ochenta e incluso antes. En cualquier caso, independientemente de estas cuestiones, es indudable que cada vez se hace más insufrible cualquier texto que demande atención y esfuerzo, que nos venga con exigencias, para hablar claro. Por el contrario, lo que se lleva es la lectura facilona y rápida o, como bien dice Justo Navarro, la prosa que se asemeja a un guión cinematográfico. Uno se pregunta sobre las consecuencias que todo esto pueda tener sobre aspectos tan fundamentales de la civilización occidental como puedan ser el recurso al discurso razonado o el diálogo esclarecedor. Hay que tener en cuenta que instituciones como la escuela o incluso la democracia representativa se sustentan sobre estos pilares.

Pero, de todos modos, hay otro segundo aspecto que también me parece enormemente interesante de la cita que transcribo sobre estas líneas, y es que Justo Navarro habla de "la música de las palabras" de la prosa de Faulkner. Uno no tiene más remedio que preguntarse a qué música puede referirse si uno está leyendo su obra traducida. No digo yo que Navarro no lea a Faulkner en inglés, que a lo mejor lo hace. Sin embargo, la noticia en sí trata del ingente número de nuevas ediciones de sus libros en castellano. Ya me dirán dónde diantres puede uno distinguir la musicalidad de la prosa de Faulkner en esas traducciones, por más que se haya esmerado el traductor. Se trata, por cierto, de una carencia muy típica de nuestra realidad cultural. La verdad es que, hoy por hoy, sigue siendo bien difícil poder ver películas en versión original en nuestro país, a pesar de todos los críticos que habrá por ahí escribiendo sobre la maravillosa voz de tal o cual actor o actriz.

Por último, para cerrar este breve comentario, me gustaría transcribir unas palabras de Muñoz Molina incluidas en la citada noticia:

Muñoz Molina explica que en EEUU su presencia [la de Faulkner] es básicamente académica: "no tiene herederos literarios, quizá Cormac McCarthy, pero la literatura en EEUU ha ido en otra dirección. Se ve a Faulkner como un escritor regional, sureño, y por eso tiene más repercusión entre escritores españoles o latinoamericanos que entre los estadounidenses, que ven su obra demasiado barroca y recargada".

Es completamente cierto lo que señala Muñoz Molina, aunque quizá en parte sea precisamente por lo que antes mencionaba Justo Navarro. Si hay una literatura que se ha convertido en hermana menor del guión cinematográfico es precisamente la estadounidense. Uno casi diría que cuando la amplia mayoría de escritores estadounidenses se sientan a escribir ya tiene en mente cómo puede llevarse su novela a la gran pantalla. Cosas de la vida. {enlace a esta historia}

[Thu Nov 18 09:37:51 CET 2010]

El País publicó hace unos días un artículo de Nicolás Sartorius titulado Simplificaciones que merece la pena leer. Solamente el primer párrafo me parece ya digno de aplauso:

Vivimos en una época de mensajes simplificados y de problemas complejos. Simplificar es una de las maneras de no decir la verdad, de analizar solo la parte que nos interesa de una cuestión, es decir, en el fondo, una opción ideológica. Es lo contrario de sintetizar, cuando se tienen en cuenta el mayor número posible de elementos de la realidad. En el actual debate español —y europeo— se está simplificando en exceso, siempre en la dirección de concretos intereses.

Partiendo de ahí, Sartorius entra a describir sucintamente unas cuantas simplificaciones que se están oyendo y leyendo en los medios de comunicación últimamente. Comienza con la que cree ver en la supuesta rigidez de nuestro mercado laboral la raíz del problema de la alta tasa de paro que nos asola. Sin embargo, como bien afirma, Sartorius:

Me temo que nos vamos a llevar una desilusión porque la causa de nuestros males no está en el mercado laboral, que es siempre consecuencia y no causa, sino en nuestro sistema productivo. La prueba es que con este mercado laboral hemos estado cerca del pleno empleo y aun hoy hay comunidades autónomas con el mismo desempleo que en Europa. El problema lo tenemos en un modelo económico deficiente en aspectos relevantes que, con el desmadre del ladrillo, se ha desatinado aún más

Ciertamente, si el problema se encuentra en la legislación laboral, no puede acertar a explicar uno cómo Andalucía o Canarias puedan tener una tasa de desempleo cercana al 30%, en tanto que País Vasco, Navarra o La Rioja no pasen del 14% teniendo el mismo marco laboral. Parece obvio que la razón debe encontrarse en algún otro sitio, pero el discurso dominante no quiere oír hablar de hechos objetivos. Lo que cuenta es precisamente eso, el discurso ideológico. Una mentira repetida mil veces siempre acabará convirtiéndose en verdad, si no de hecho, al menos a los ojos de la gente, que es lo que cuenta en política. Cabría preguntarse, además, si es mera casualidad que las comunidades autónomas con mayor índice de desempleo sean precisamente las que más se beneficiaron del boom del ladrillo. Sencillamente, no parece que sea casualidad, sino más bien causalidad. Como bien indica Sartorius, el problema de fondo no es de legislación laboral (sin que ello signifique que ésta no pueda beneficiarse también de algunos retoques), sino más bien de modelo productivo, atraso económico y mentalidad empresarial (seamos honestos, por aquí sigue primando el amor por la ganancia rápida en lugar del trabajo constante y a largo plazo; la cultura del pelotazo es muy nuestra).

Pasa Sartorius después a hablar del problema de la productividad, a menudo simplificado por estos lares con la idea de que lo que hace falta es "trabajar más" (o incluso "cobrar menos"), en lugar de plantearse siquiera la necesidad de cambiar los métodos de gestión y producción. En este sentido, me llama la atención que en España se sigan haciendo cosas demasiado a menudo "porque siempre se ha hecho así" (esto es, por mera inercia), sin plantearse para nada la cuestión de los procesos, si hay alguna forma de mejorar la productividad mediante un cambio de metodología o una reorganización. Seguimos siendo tremendamente conservadores en ese sentido.

La tercera simplificación de que nos habla Sartorius es la de la crisis del sistema de pensiones. Todo parece reducirse a retrasar la edad de jubilación y reducir las prestaciones al tiempo que se amplia la etapa de cotización. Sin embargo, no se plantean otras cuestiones igualmente importantes, como el hecho de que el ritmo de crecimiento del PIB, la productividad, la tasa de actividad, el nivel de los salarios o la tasa de natalidad desempeñan un papel fundamental en la sostenibilidad de un sistema de pensiones. Por si tod esto fuera poco, además se deja de lado un asunto fundamental: el hecho de que en nuestro país son cerca de 40.000 personas al año las que se jubilan anticipadamente como forma de permitir a las empresas aligerar plantillas a costa del erario público. A lo mejor si se soluciona ese tema no es necesario retrasar la edad de jubilación.

En fin, que convendría plantearse estos temas con algo de sosiego, echándole un vistazo a las estadísticas y, sobre todo, olvidando los prejuicios ideológicos que nos quieren imponer desde los medios de comunicación. Al igual que en muchos otros asuntos, lo que falla aquí es una predisposición a analizar los asuntos desde una perspectiva más o menos científica y empírica. Por supuesto, la filosofía de cada cual siempre influirá. Soy bien consciente de ello. Pero cuando menos podríamos hacer un esfuerzo por basar nuestras ideologías en hechos objetivos y amoldarlas a la realidad que nos circunda. De lo contrario, esto es un mero diálogo de besugos. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 16 11:33:09 CET 2010]

Me ha gustado la viñeta de Manel Fontdevila que aparece hoy en las páginas del diario Público:

No se trata de nada nuevo. Los medios de comunicación denigran y critican a quienes se oponen a ciertas políticas claramente anti-sociales con la etiqueta de "anti-sistema", convenientemente convertida en sinónimo de "violencia gratuita". En cambio, toda la violencia ejercida desde las esferas de poder (como, por ejemplo, las maniobras especulativas para tratar de hundir el euro después de que los Estados hayan dedicado cuantiosas sumas de dinero a salvar a la banca) se nos presenta siempre como algo normal, mera consecuencia de las leyes naturales. En realidad, no son sino consecuencia de la forma de organizar la sociedad, algo que es obviamente una convención o acuerdo entre las partes, según la interpretación liberal tradicional. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 15 12:14:30 CET 2010]

Hoy me he encontrado mientras navegaba por la Web una noticia del diario Público sobre el poeta Miguel Hernández que salió a la luz hace un tiempo y que me llamó la atención no tanto por la noticia en sí como por el tono general de los comentarios de los lectores.

Vaya por delante que me gusta la poesía de Miguel Hernández, le leí en el bachiller como lectura obligada y le sigo leyendo ahora de forma voluntaria. Pero, claro, yo siempre he sido más bien de izquierdas. Digo esto porque hay que reconocer que la poesía de Miguel Hernández es, en líneas generales, bastante militante. Hay, como siempre, excepciones que confirman la regla. Pero, por lo general, es una poesía comprometida y claramente militante que, en principio, puede disgustar a quien se aproxima a ella desde el otro campo ideológico. Y digo esto sin el menor ánimo de polémica, por supuesto. Igualmente sucede con otros poetas o novelistas que se identificaron con el bando franquista durante nuestra Guerra Civil. Sin embargo, ello no quita para que pueda reconocerse la calidad de su obra, a pesar de todos los pesares. Algo que, por descontado, se aplica (o se debería aplicar) igualmente a los artistas que en su momento cortejaron al franquismo o, directamente, al fascismo. Todo esto es, me parece, bastante razonable y sensato, pero me da la impresión de que no está de más volver a repetirlo. Baste como ejemplo el hecho de que no hace mucho en Sevilla una Delegada de Distrito de IU negó el permiso para celebrar un acto en honor de Agustín de Foxá en el centro cívico de su barrio. Que Foxá apoyó al bando de Franco durante la Guerra Civil lo sabe todo el mundo. Que tuvo sus contactos más o menos íntimos con el fascismo también. Pero nada de ello debe ser óbice para que no reconozcamos también su influencia. Algo parecido sucede con Borges, aunque el escritor argentino esté evidentemente a un nivel muchísimo más alto que Foxá. En fin, lo que me interesa recalcar es que, cuando se trata de discutir sobre la obra literaria de tal o cual autor, pienso que conviene distinguir sus posicionamientos políticos de sus escritos, sin que ello signifique necesariamente que debamos olvidarnos de sus ideas y compromisos si de verdad queremos interpretar y entender su obra correctamente. Pero una cosa es usar estos posicionamientos para entender mejor su obra y otra bien distinta usarlos como arma arrojadiza, que es lo que a menudo hacemos tantos años después de acabada la Guerra Civil. Sencillamente, hay demasiada gente que solamente lee a "los de su campo", negándose en redondo a escuchar siquiera a quienes se identificaron con el bando opuesto. Así no hay forma de avanzar como sociedad. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 13 17:06:33 CET 2010]

Si hace unos días escribía sobre la entrevista de Juan José Millás a Felipe González publicada en el diario El País y mencionaba de pasada que seguramente algunos de los comentarios del ex-presidente iban a levantar polvareda, hoy leemos en Público un artículo de Juan Carlos Monedero titulado El extraño otoño de González en el que se arremete contra la confesión de Felipe González precisamente desde la posición de suficiencia moral que yo mencionaba en mis notas:

Pasado el tiempo, el ex presidente hace balance. No sabe si se equivocó. Lo que quiere decir que rondan por su cabeza profundas razones para pensar que quizá hubiera debido dar la orden. Qué firmeza moral en esa duda: ¿asesino a unos cuantos seres humanos o no los asesino? Mira que le veo ventajas... Hubiera salvado vidas, dice. Cosa poco creíble. Como esos ajustes de cuentas entre mafias, cárteles o grupos fuera de la ley, hubiera alimentado odio y algunos centenares se hubieran sumado a la lucha armada con razones que antes no tenían. La tesis absurda de ETA (esto es una guerra) habría cobrado fuerza. Más dolor, más odio, más rencor, más problemas. El avance hacia su propio otoño podía haber reforzado el humanismo en Felipe González. Pero ocurre todo lo contrario. Nicolás Salmerón, presidente de la I República española, nunca lamentaría haber renunciado por no querer firmar penas de muerte. Y eso que eran legales. Tiene razón Felipe González. Ya no hay estadistas como los de antes.

Y es que se veía venir. Los prebostes de la moral prístina estaban esperando la ocasión para lanzar el sermón. Tiene razón Monedero al apuntar las consecuencias morales y prácticas del dilema que se planteaba González, por supuesto. El problema está en que Monedero, en su absoluta certeza por encontrarse en posesión de la verdad revelada, ni siquiera atisba a percibir que el mundo no sólo se pinta en blanco y negro, sino también en grises y hasta, si me apuran, en otros colores. En otras palabras, dar la orden de asesinar a la cúpula de ETA hubiera tenido toda una serie de consecuencias, seguramente positivas y negativas, pero lo mismo puede decirse de la decisión contraria. He ahí precisamente el dilema. Claro que individuos como Monedero, partiendo de la base de su izquierdismo puro y transparente, siempre en la oposición, siempre viendo los toros desde su cómoda barrera académica, siempre prestos a criticar al "poder" pero sin mojarse, no puede ver eso. Y es que uno, sabiendo de qué pie cojea Monedero (le conocí en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense allá a mediados de los ochenta, me consta que ha ejercido de consultor a Chávez en Venezuela y he leído tanto libros como artículos que ha ido publicando) no tiene más remedio que preguntarse qué opina sobre los asesinatos cometidos por el Che Guevara en Cuba, por poner tan sólo un ejemplo. ¿No son seres humanos los que cayeron en La Habana, acaso? ¿O es que la revolución justifica esas muertes pero la lucha contra una banda de lunáticos terroristas no? ¿Y qué decir del asesinato del nazi Reinhard Heydrich en Checoslovaquia en 1942 o del intento de asesinato de Hitler en 1944? ¿Acaso no tuvieron como consecuencia directa la ejecución de cientos de inocentes como venganza y la consolidación del régimen? ¿Y el asesinato de Carrero Blanco? Sin embargo, seguramente Monedero los excusaría moralmente. Todo depende del color (ideológico) del cristal con que se mira, por supuesto. Y así, podemos llegar a la condena continua y repetida de Felipe González por (supuestamente) estar detrás de los GAL (aunque jamás se haya probado) al tiempo que uno proclama su admiración por el Che y el régimen de los hermanos Castro en Cuba. Y en esas estamos. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 8 10:18:33 CET 2010]

Ayer mismo regresamos de un viaje a Italia, donde fuimos a visitar Roma y las ruinas de Pompeya, y no tengo más remedio que escribir unas cuantas palabras sobre la experiencia. No me voy a detener a hablar de Roma ni Pompeya, ni tampoco de las ruinas romanas, ni de los monumentos. Tampoco me detendré a elogiar la belleza de la ciudad eterna, ni el hecho de que el tráfico me pareció mejor que el de Madrid, por poner tan sólo un ejemplo. La gente, por descontado, fue estupenda. Los italianos se mostraron hospitalarios y acogedores. Pernoctamos, además en un bed and breakfast, lo que nos permitió ver un poco las costumbres cotidianas de los romanos. Pero, como digo, no estoy interesado en tratar ninguno de esos temas. Casi se dan por descontado. Lo que sí me interesa subrayar es el hecho de que todo parece indicar que la sociedad española, a pesar de todos sus problemas, ha avanzado mucho más que la italiana en las dos o tres últimas décadas. Unas cuantas pinceladas pueden ilustrar lo que quiero decir: los conductores ignoran la señalización y conducen a la velocidad que les viene en gana, los pasos de cebra son totalmente ignorados y los peatones no tienen más remedio que arriesgarse a cruzar para imponerse al tráfico rodado, son numerosos los pasajeros que se suben al autobús sin pagar (es más, el control parece no existir y la gente sube al autobús por donde le apetece, sin orden ni concierto), los solares abandonados en las afueras de las grandes ciudades están tomados por los escombros y la basura (esto lo vimos, sobre todo, al acercarnos a Nápoles), las estaciones del tren de cercanía y numerosos vagones están pintarrajeados por los grafiteros hasta el punto de que en muchos casos uno no podía ni siquiera identificar el nombre de la estación, etc. Cierto, algunos de estos problemas todavía pueden verse entre nosotros, pero al mismo tiempo no cabe duda alguna de que hemos progresado desde finales de los setenta y principios de los ochenta en todos esos frentes. Sin embargo, parece que la sociedad italiana se ha quedado estancada y que, por si esto fuera poco, no tiene interés alguno en salir del atolladero. Incluso se diría que lo ven todo orgullosamente como un rasgo de su identidad nacional. En fin, que la visita me ha servido para corroborar que no estamos tan mal como a veces parece por estos lares. Eso sí, si nos comparamos con los países escandinavos, Holanda o Suiza la cosa es bien distinta. Pero, por lo menos, vamos avanzando, aunque sea poco a poco. {enlace a esta historia}

[Sun Nov 7 20:02:58 CET 2010]

El País publica hoy una entrevista de Juan José Millás a Felipe González que merece la pena leer, a pesar de su extensión (o quizá precisamente debido a ello). Hay tantas cosas que destacar que uno no sabe ni por dónde empezar. Comencemos, pues, con un compendio de algunas de las frases que subraya Millás:

"El ámbit de realización de la soberanía es el Estado nación, pero el ámbito de la realización de las finanzas es el planeta".

"Las elecciones no se ganan por cómo se afronten los desafíos globales, sino por las miserias locales".

"Yo solo conozco cuatro o seis políticos con cabeza global".

"El sistema no tiene marco regulatorio, está librado a su propia fuerza, sin una alternativa que lo contenga, y se confía en esa mierda de la mano invisible del mercado que lo convierte en un casino sin reglas. Es peor que el casino porque el casino tiene reglas".

"No estamos prestando atención a la economía real, a la economía productiva. Las cosas se pueden resumir en que lo que llamamos el mundo occidental, con expceiones, se ha gastado lo que tiene que pagar durante los próximos 25 años. Estamos endeudados hasta los ojos mientras que Oriente ha ahorrado hasta las cachas".

"La relación entre la democracia y el mercaso es desigual. Puede haber mercado sin democracia, pero no democracia sin mercado".

Son meramente unos cuantos retazos de una conversación enormemente inteligente en la que, además, el ex-presidente no tiene problema alguno en reconocer los claroscuros del gobierno incluso en un Estado democrático. Por ejemplo, sobre los famosos fondos reservados dice lo siguiente:

...estoy seguro de que Barrionuevo no se lucró nunca de sus puestos; y creo que, lucrarse personalmente, tampoco en el caso de Vera, ya más difícil de demostrar. Pero el hecho evidente es cómo vive Vera, y todavía tiene embargado lo único que tenía: el chalé que era de su familia, no de la suya, de la de su esposa. En algún momento se debería haber notado si había tenido ingresos excepcionales por alguna vía. La otra discusión, absurda y que conduce a la melancolía, es cómo se manejan los fondos reservados, de los que era responsable, que por definición son reservados y que aquí abrió un debate ridículo porque dijeron que tenían que tener recibos, justificantes, de la entrega de esos fondos. Es decir, los chivatos o los infiltrados que funcionaban para la policía, previo pago de su importe, en la lucha contra el terrorismo tenían que firmar los recibos del dinero que les daban. ¡Hasta ese ridículo hemos llegado en nuestros país! Por definición no pueden tenerlo, y por definición es imposible saber si el tipo que tiene que entregar ese fondo a un chivato para que te dé la información, o para que te entregue un comando, está de verdad entregando ese fondo. O está enregando la mitad y la otra mitad se la queda. Aquí y en todas partes. Eso son las tripas del Estado. Ya hace mucho que no estoy en el poder pero te voy a decir una cosa que a lo mejor te sorprende. Todavía no sé siquiera si hice bien o hice mal, no te estoy planteando un problema moral, porque aún no tengo la seguridad. Tuve una sola oportunidad en mi vida de dar una orden para liquidar a toda las cúpula de ETA. Antes de la caída de Bidart, en 1992, querían estropear los Juegos Olímpicos, tener una proyección universal... No sé cuánto tiempo antes, quizá en 1990 ó 1989, llegó hasya mí una información, que tenía que llegar hasta mí por las implicaciones que tenía. No se trataba de unas operaciones ordinarias de la lucha contra el terrorismo: nuestra gente había detectado —no digo quiénes— el lugar y el día de una reunión de la cúpula de ETA en el sur de Francia. De toda la dirección. Operación que llevaban siguiendo mucho tiempo. Se localiza lugar y día, pero la posibilidad que teníamos de detenerlos era cero, estaban fuera de nuestro territorio. Y la posibilidad de que la operación la hiciera Francia en aquel momento era muy escasa. Ahora habría sido más fácil. Aunque lo hubieran detectado nuestros servicios, si se reúne la cúpula de ETA en una localidad francesa, Francia les cae encima y los detiene a todos. En aquel momento no. En aquel momento solo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la casa en la que se iban a reunir. Ni te cuento las implicaciones que tenía actuar en territorio francés, no te explico toda la literatura, pero el hecho descarnado era: existe la posibilidad de volarlos a todos y descabezarlos. La decisión es sí o no. Lo simplifico, dije: no. Y añado a esto: todavía no sé si hice lo correcto. No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría por razones morales. No, no es verdad. Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado en los próximos años. Esa es la literatura. El resultado es que dije que no.

No faltarán seguramente quienes se lleven las manos a la cabeza ante tamaño reconocimiento de lo que sucede en lo que González denomina las "tripas del Estado". Le caerán chuzos de punta y, por supuesto, habrá quien, desde la sabida posición de pureza moral, le eche en cara siquiera el plantearse estas cosas. Sin embargo, la realidad es que este tipo de consideraciones y dilemas son parte intrínseca del trabajo político. No nos engañemos. La realidad es siempre mucho más compleja de lo que nos hacen ver los autores de catecismos ideológicos. En lugar de figuras dibujadas con los gruesos trazos del maniqueísmo ramplón, nos encontramos con claroscuros, indefiniciones, situaciones peliagudas, efectos secundarios... Esa es la realidad. Y por si esto fuera poco, una decisión puede ser moralmente acertada y políticamente equivocada. Nosotros, que vemos los toros desde la barrera, no tenemos que lidiar con esos temas. Felipe González, de la misma manera que Aznar o Zapatero después, no pueden permitirse ese lujo. Seamos mínimamente honestos.

Pero no nos centremos solamente en la parte más polémica de la entrevista. De hecho, creo que donde más partido podemos sacar a las palabras de González es en otros asuntos. Por ejemplo, cuando habla de la crisis económica que estamos viviendo en estos momentos, el sistema de libre mercado y la posibilidad de encontrar alternativas al mismo:

Sin duda, hay esa posibilidad, de hecho, ha habido muchos ensayos y los seguirá habiendo. Lo que ocurre es que si interpretas el mercado en los parámetros en los que hoy se habla del mercado, no puedes percibir algo que es elemental, pero que no lo relacionamos con ese concepto. Entre las libertades básicas del ser humano, una de ellas es la de la iniciativa económica. Es decir, yo tengo la iniciativa, hago lo que quiero respetando los límites de la ley y a los demás. De la libertad económica surge el mercado. Si cercenas la libertad de iniciativa económica, estás cercenando una de las libertades —no sé cuán importante es— del ser humano. A mí, por ejemplo, me produce muchísima más inquietud que consagremos el derecho a la propiedad como un derecho inviolable, y que menospreciemos que la propiedad más noble que existe (y que cuando te la quitan, para entendernos, es más alienante) es la propiedad intelectual. La propiedad de la tierra o de una fábrica está bien, y el que se proteja ese derecho de propiedad me parece muy bien, pero que se menosprecie la propiedad intelectual me parece mucho más inquietante. No digo que no pueda existir una organización de la sociedad sin mercado, pero no veo un sistema en el horizonte (realmente el Estado-nación es una creación temporal y por tanto puede cambiar), algo que sea una sociedad en la que se elimine la libertad de iniciativa económica de los seres humanos, que es lo que produce el mercado. Me parece una libertad tan básica como la libertad de creación, de expresión, de organizarte con los demás. Lo que pasa es que como nunca enfocamos el mercado así, siempre lo vemos como una abstracción que está fuera de nosotros. Creo en la economía de mercado y no en la sociedad de mercado, eso es lo que quería expresar. Está en el documento que presenté en la Internacional Socialista de 1999. Y lo que estamos viviendo es una totalización del concepto de mercado que incluye a la sociedad en su conjunto. Si observas la realidad post muro de Berlín, lo que homogeneiza al mundo es la aceptación de la economía de mercado, con sus excepciones como Corea del Norte o Cuba, pero nada más.

Lo que González está defendiendo aquí es, obviamente, el viejo proyecto socialdemócrata: economía de mercado, pero bajo regulación del Estado y sin extender sus tentáculos a la esfera de lo público. Otra cuestión es si dicho proyecto aún sigue siendo tan válido hoy día como lo fue en la Europa de la postguerra. Una vez caído el muro de Berlín y desaparecida la amenaza comunista, creo que hay elementos suficientes para pensar que el capitalismo no siente ya la necesidad de maquillarse para mostrar un rostro más humano. Si esto fuera cierto, el proyecto socialdemócrata lo tiene bien crudo. Si acaso, sólo podría volver a cobrar algo de vigor retornando a sus raíces, conectando con el movimiento obrero y apostando firmemente por los partidos de masas con sólida presencia en la calle. Pero eso es un debate que llevaría para rato. Lo que sí que me importa subrayar aquí es la reflexión que hace González sobre la iniciativa económica como una de las libertades básicas, lo cual conduce inevitablemente al concepto de mercado. Si está en lo cierto (y me parece que lo está), un socialismo compatible con la libertad solamente podrá ser un socialismo de mercado. Otra cosa bien distinta es que sea un socialismo compatible con el capitalismo, pero de mercado ha de ser. Esto es precisamente lo que los comunistas no han entendido jamás. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 3 11:45:05 CET 2010]

No creo que ningún simpatizante demócrata se niegue hoy a reconocer la clarísima victoria de los republicanos en las elecciones parciales estadounidenses. Lo complicado, por supuesto, es interpretar el mensaje y, sobre todo, analizar las causas. Los hechos objetivos son que los republicanos se han hecho con una mayoría aplastante en la Cámara de Representantes y han estado a punto de dejar a los demócratas en minoría en el Senado también. Cuando se publiquen los resultados oficiales se podrá entrar a analizar los porcentajes de voto en los distintos estados, si el problema se ha debido a un trasvase de voto hacia los republicanos o a la abstención de quienes hace apenas un par de años apoyaron a Obama en las presidenciales o mil y una cosas más. Pero, obviamente, nada de ello cambiará el hecho de la severa derrota.

¿Cómo debe interpretarse, pues? Hay quien cree ver en los resultados de estas elecciones parciales un claro voto de castigo a la Administración de Obama (no hace falta ser un lince para ver esto, la verdad), así como una demanda de regresar a las políticas conservadoras de antaño, pero las cosas son más complicadas que todo eso, me temo. En primer lugar, parece obvio que la derecha más recalcitrante ha conseguido movilizar a sus bases lanzando acusaciones de socialismo marxistoide contra un Presidente que tiene bien poco de socialista. Se trata de un discurso populista que vende bien en los EEUU. Algún día me sentaré a escribir unas líneas sobre el tema, pero lo cierto es que el discurso anti-establishment y contra las élites dominantes en la sociedad estadounidense suele blandirse precisamente desde los mismos sectores ultraconservadores y nacionalistas que cuentan con la financiación del establishment y la élite contra la que dicen alzarse. Como digo, es una paradoja muy americana. Los sectores más moderados del conservadurismo estadounidense bien están de capa caída (esto viene sucediendo, cuando menos, desde que Ronald Reagan consiguiera estabilizar su revolución conservadora a mediados de los ochenta) o bien han sabido ver con no poco maquiavelismo que el descontento popular que tan maravillosamente bien ha sabido promover el Tea Party iba en su beneficio a corto plazo. Pero, por el otro lado, no está tan claro que el electorado americano realmente se haya corrido hacia la derecha una vez más como que un buen sector de quienes apoyaron a Obama hace dos años se han sentido traicionados y desencantados por la política que se ha llevado a cabo desde la Casa Blanca. Si esto fuera cierto, el abstencionismo desencantado es tan culpable de la derrota de los demócratas como el fervor populista desencadenado por el Tea Party. En definitiva, que los resultados han de interpretarse inequívocamente como una incontestable derrota de los demócratas y, en primer lugar, del Presidente Obama, pero ello no ha de significar necesariamente que la mayoría de los estadounidenses se hayan corrido hacia la derecha (aunque, evidentemente, los votantes sí que lo han hecho, que es lo que cuenta al fin y al cabo en cualquier democracia representativa).

¿Y con respecto a las causas? ¿Qué cabe decir con respecto a ellas? Algunos elementos ya se han apuntado en el párrafo anterior, pero hay sin duda otros puntos a tener en cuenta: los efectos de la mayor crisis económica en décadas, la eliminación de trabas para la financiación de campañas electorales, el poder de movilización de los medios de comunicación de la derecha radical, la aparición en escena del Tea Party, los errores y divisiones internas de los demócratas... En momentos como éstos parece haberse convertido ya en un lugar común achacar todos los problemas a una supuesta falta de capacidad para comunicar las políticas que se han llevado a cabo desde el poder. Se trata de un argumento que se oye en los EEUU como se oye aquí con respecto a la impopularidad de Zapatero. Yo, por el contrario, estoy convencido de que quien usa dicho argumento no hace sino mostrar bien a las claras su incapacidad para entender las razones del desencanto de los ciudadanos de a pie. Allí, como aquí, el problema no es la incapacidad para comunicar las políticas, sino las políticas mismas. Parte del desencanto era de esperar, por supuesto. No es lo mismo predicar que dar trigo. Sin embargo, los demócratas mostraron más bien poca capacidad para llevar a cabo las reformas que supuestamente habían sido apoyadas en las urnas con ocasión de las elecciones presidenciales que llevaron a Obama a la Casa Blanca. Tan sólo dos proyectos de ley fueron aprobados (el de reforma de la sanidad y el de la industria financiera) y evidentemente descafeinados, por no hablar de excesivamente densos y complejos (es decir, repletos de posibilidades para que los abogados de los poderosos de siempre encuentren la excepción a la regla). Buena parte de esto tiene que ver con el mismo diseño del sistema político estadounidense, sin duda, pero nadie puede negar que el Partido Demócrata anda desorientado desde la década de los sesenta (algo que, por cierto, se puede aplicar igualmente a los socialdemócratas europeos, que se encuentran en una posición muy similar).

Pero hay otro elemento de análisis que me parece de mucha mayor importancia y que va bastante más allá de la mera contraposición entre demócratas y republicanos, y sus respectivas suertes en las urnas. Allí, como aquí, estamos asistiendo a una creciente inestabilidad política como consecuencia del desencanto y la rabia de los ciudadanos de a pie. Que ésta se aproveche para lanzar una oleada de huelgas contra las propuestas de reforma del sistema de pensiones en Francia o para desgastar a Obama a través de las movilizaciones del Tea Party es, me parece, secundario. Nada de ello afecta al hecho fundamental de que el ciudadano medio está desencantado, ha perdido la fe en el sistema político y su capacidad para reformar nada que no sea meramente superficial, siente ira hacia las élites económicas que continúan controlando la situación pese a todo y, como es lógico, opta cada vez más por abstenerse o ejercer el voto de castigo contra lo que se ponga por delante. Ayer se castigaba a los republicanos y hoy se castiga a los demócratas. Ayer se castigaba al PP y hoy al PSOE. Como únicamente se le dan esas dos opciones, las utiliza una contra la otra de forma más bien aleatoria y errática. De ahí que, estoy convencido, hay que andarse con mucho cuidado a la hora de hacer los análisis e interpretaciones de costumbre, en clave meramente partidista. La gente de la calle está harta de los políticos y sus luchas. Les ve no como representantes, sino como una casta profesional alejada de su realidad cotidiana. Por eso el electorado está siempre disponible para abofetear a quien se encuentre en el Gobierno en un momento dado, dando los bandazos que haya que dar. La única razón por la que los ciudadanos parecen conducir ebrios y pasarse de un extremo al otro es porque el sistema no les da más que dos opciones, opciones que ellos usan la una contra la otra para asegurarse de que todos reciben bofetadas por igual. Eso sí, siempre cabe la posibilidad de que suceda algo mucho peor. Podrían optar por el populismo anti-sistema, como ya sucediera en la década de los treinta. El Tea Party, me temo, va por ahí, al igual que las fuerzas políticas de corte xenófobo aquí en Europa. Esperemos que la cosa no termine como entonces. {enlace a esta historia}