[Sat Feb 27 18:37:58 CET 2010]

Público incluye hoy un artículo sobre los problemas del castellano en la Red que merece la pena mencionar aquí. Para empezar, debo aclarar que el hecho de ser bilingüe y haber vivido tanto tiempo en países de habla inglesa (Irlanda primero, los EEUU después) no tiene nada que ver con mi posición sobre estos temas, pues ésta ha cambiado bien poco desde mi adolescencia, cuando ya tendía a ver con cierto escepticismo los llamamientos a defender la pureza de nuestra lengua. Nunca he sido un defensor del nacionalismo, la verdad. Asuntos como el orgullo patriótico o la identidad nacional me han dado siempre un poco de alergia. Sencillamente, estoy convencido de que no existe una identidad nacional, sino solamente individual o personal, y se trata además de una identidad que en perpetua transformación que uno se construye poco a poco. En otras palabras, no creo en el concepto estático de identidad que tanto apoyo parece recabar entre los nacionalistas. Huyo del esencialismo como de la peste. Pero es que me parece que esta actitud está si acaso más justificada aún en el caso del idioma. Seamos serios, ¿qué lengua más o menos influyente puede considerarse pura? El inglés, desde luego, no. Hunde sus raíces en las lenguas germánicas, el latín y el francés de la antigua Bretaña. De hecho, existen también algunos individuos que muestran su preocupación por la pureza del inglés conforme va extendiéndose por el mundo y mezclándose con lenguas como el español o el mandarín. Pero es que, además, el propio castellano que hablamos en estos momentos dista mucho de ser una lengua pura, como es lógico. ¿O es que acaso no habla todo el mundo ahí fuera de fútbol, en lugar de balompié? ¿Y qué decir de la miríada de términos que cogimos prestados del griego clásico, del latín o del árabe? ¿Qué pureza es esa? En fin, la lengua es algo vivo y en continua transformación, como la identidad misma (o, al menos, esa es mi opinión) y, por consiguiente, va adaptándose siempre a las nuevas circunstancias. Estoy convencido de que en este campo, como en tantos otros, esforzarse en mantener la pureza y defender la fidelidad al pasado no hace sino garantizar el fracaso en última instancia. {enlace a esta historia}

[Sat Feb 27 15:25:45 CET 2010]

Ya lo he dicho muchas veces, pero nunca está de más el repetir ciertas cosas: cuando se trata de política (de hecho, cuando se trata de casi cualquier tema), no me gusta nada la simplificación. Los eslóganes propagandísticos me han parecido siempre de lo más ridículo y denigrante para cualquier persona que se precie. No hace mucho escribía en estas mismas páginas que me produce cierto temor el simplismo neoizquierdista con el que algunos están comentando el transcurrir de la presente crisis económica. Ya se sabe: si el Muro de Berlín implicaba la derrota definitiva no sólo del comunismo, sino hasta del socialismo, la socialdemocracia y, si me apuran, del liberalismo progresista, ahora resulta que para algunos la crisis que estamos viviendo representa la derrota definitiva del liberalismo económico. Pero, claro, las cosas no son tan fáciles, sobre todo porque si oyéramos a estos analistas del tres al cuarto a estas alturas no nos quedaría ya ideología alguna en la que apoyarnos (por cierto, que me da la impresión de que este tipo de comentaristas que siempre ven en cualquier crisis el fin de tal o cual tradición ideológica con la que no comulgan puede ser responsable en buena parte del rampante cinismo cuasi-nihilista que se extiende por nuestras sociedades; después de todo, si no podemos creer en el comunismo, ni el socialismo, no la socialdemocracia, ni el liberalismo, ni tampoco el conservadurismo... ¿qué es lo que queda?).

Viene todo esto a cuento de un artículo publicado por The Detroit News en el que el autor nos advierte de los peligros de culpar al mercado de ser el único responsable de la crisis que nos asola, olvidándonos de la parte de responsabilidad que pueda corresponder al Gobierno:

During bad times, the blame game is the biggest game in Washington. Wall Street "greed" or "predatory" lenders seem to be favorite targets to blame for our economic woes.

When government policy is mentioned at all in handing out blame, it is usually for not imposing enough regulation on the private sector. But there is still the question whether any of these explanations can stand up under scrutiny.

Take Wall Street "greed". Is there any evidence that people in Wall Street were any less interested in making money during all the decades and generations when investments in housing were among the safest investments around? If their greed did not bring on an economic disaster before, why would it bring it on now?

As for lenders, how could they have expected to satisfy their greed by lending to people who were not likely to repay them?

The one agency of government that is widely blamed is the Federal Reserve System —which still keeps the heat away from elected politicians. Nor is the Fed completely blameless. It kept interest rates extremely low for years. That undoutedbly contributed to an increased demand for housing, since lower interest rates mean lower monthly mortgage payments.

But an increased demand for housing does not automatically mean higher housing prices. In places where supply is free to rise to meet demand, such as Manhattan in the 1950s or las Vegas in the 1980s, increased demand simply led to more housing units being built without an increase in real prices —that is, money prices adjusted for inflation.

Por supuesto, el autor parece tratar todos los mercados como si fueran idénticos (un error, por otro lado, muy típico de los liberales más exaltados). Todo el mundo sabe que una mayor demanda no tiene porqué conducir a un incremento en los precios, siempre y cuando haya una oferta lo suficientemente flexible como para crecer y satisfacer dicha demanda. Esta es una verdad de las de perogrullo. Ahora bien, lo que el autor no parece tener presente es que, por su propia naturaleza, algunos mercados no son tan flexibles ni tan "perfectos" como para que los mecanismos de sobra conocidos que regular la oferta y la demanda funcionen sin problema alguno. Ni que decir tiene que el mercado inmobiliario es uno de ellos. El autor puede indicar (como de hecho hace en el citado artículo) que la regulación fue precisamente la que impidió construir un mayor número de casas y, con ello, aumentar la oferta lo suficiente como para satisfacer la demanda sin necesidad de elevar los precios. En la teoría está todo muy bien, pero parece dejar de lado que el mercado no puede (ni debe) ser la única consideración a la hora de analizar cuestiones como estas. ¿O es que acaso debiéramos permitir la construcción de todo palmo de terreno siempre y cuando haya la suficiente demanda? Es más, aquí en España vimos cómo la liberalización de la construcción llevó a un boom inmobiliario casi imparable, la destrucción de buena parte de nuestros recursos naturales (sobre todo en la costa) y, pese a todo, los precios no hicieron sino subir. En fin, que algo falla en la ecuación de que se nos habla en este artículo.

De todos modos, el mensaje esencial del escrito me parece aprovechable: hay que tener cuidado de no seguir el péndulo ahora hacia el otro extremo y pasar a una posición en la que el mercado es el culpable de todo y los gobiernos se van de rositas como si aquí no hubiera pasado nada. No se trata ya de que los gobiernos hayan hecho una clara dejación de algunas de sus funciones reguladoras durante las dos o tres últimas décadas (cuidado, tanto los gobiernos de derechas como los de izquierdas son culpables de esto), sino que en ocasiones puede incluso hablarse de una cierta colusión de intereses entre una élite empresarial que se ha beneficiado econócamente de las política neoliberales y unos gobernantes que también se beneficiaron de dichas prácticas. Pero es que, además, yo añadiría otro culpable a quien nadie se atreve a apuntar el dedo acusador para no salir escaldado: nosotros mismos. La verdad es que durante los años de vacas gordas hemos estado todos viviendo por encima de nuestras posibilidades sin pensárnoslo dos veces. Yo por lo menos no recuerdo a mucha gente haciendo llamamientos para implantar un modelo de crecimiento más sostenible hace apenas ocho años (no solamente de palabra, sino en realidad, esto es, echando manos a nuestros bolsillos y manifestando la disponibilidad a hacer algún que otro sacrificio por conseguirlo). Nada más lejos de la realidad. Durante una década larga nos hemos lanzada a una orgía de materialismo sin apenas pensar en el medio plazo. Hasta no hace mucho podía uno ver a chavales sin educación alguna que habían abandonado la escuela sin terminar la ESO, trabajando de peón de albañil y gastándose todo el sueldo en coches de lujo. Así pues, dejemos de apuntar el dedo acusador y arrimemos el hombro. {enlace a esta historia}

[Fri Feb 19 12:22:29 CET 2010]

A estas alturas de la película, toda España debe haber oído hablar del incidente que se produjo ayer en el que Aznar hizo la "peineta" a un grupo de estudiantes que organizaron una protesta contra él en la Universidad de Oviedo. Vaya por delante que la actitud de Aznar me parece maleducada y, sobre todo, impropia de un ex-presidente. Ya he escrito sobre el tema en otras ocasiones. Sencillamente, no imagino a Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo o Felipe González haciéndole la peineta a un grupo de manifestantes en ningún sitio. En cambio, que lo haga Aznar, por desgracia, ya ni sorprende. Parece que le gusta ir por ahí dando la nota y haciendo declaraciones para aparecer en portada al día siguiente. Más que como un ex-presidente, parece estar comportándose como el presentador de un programa de comentario político de la Fox estadounidense, algo sin duda impropio de alguien que desempeñó el cargo de Presiente del Gobierno español durante ocho años. Y es una pena porque, como sucede casi siempre, su etapa de gobierno también tiene sus luces. No obstante, me temo que vamos a acabar recordándole como el ex-presidente que iba por ahí montando el circo.

Pero, dicho todo esto, creo también que tanto los medios de comunicación como los comentaristas que están escribiendo y hablando sobre el asunto están olvivándose de algo que me parece fundamental: el grupo de jóvenes que organizó la protesta recurrió igualmente a métodos claramente intolerantes para manifestar su desacuerdo con Aznar. En lugar de intentar entablar un debate con él al terminar la conferencia, prefirieron apostar por el insulto y las interrupciones para que no pudiera expresar sus ideas. En otras palabras, que quienes la acusaban de fascista usaron unos métodos que no pueden calificarse precisamente sino de tales. Y es que, como recordara Habermas allá por los años setenta, al igual que hay un fascismo de derechas, también hay otro de izquierdas que no es menos peligroso.

Todo esto me recuerda un incidente similar que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense a finales de los años ochenta, precisamente cuando Aznar, invitado por un grupo de estudiantes, acudió a la Facultad para dar una conferencia. En aquel entonces todavía era líder de la oposición y no había metido al país en la guerra de Irak, pero también fue insultado por un grupo de izquierdistas que ni siquiera le permitió dar la conferencia. Es decir, que el grupo de fascistas de izquierdas no sólo impuso su opinión sobre Aznar, sino también sobre toda aquella persona que acudió al salón de actos a oír una charla suya y no pudo debido a la actitud intolerante de estos individuos que se arrogaban el derecho a decidir que solamente aquellos que estuvieran de acuerdo con sus postulados podían ser considerados como auténticos demócratas. No era la primera vez que algo así sucedía en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, pero me honra decir que en aquel momento el grupo de estudiantes de izquierda moderada que yo representaba optó por primera vez por no evitar responsabilidades y apostó firmemente por la suspensión de todos los alumnos implicados en el incidente. Nunca había sucedido algo así. Como digo, hasta entonces, la izquierda moderada (por no hablar de los sectores más cercanos a IU) había optado por no plantarle cara a los batasunos y sus métodos anti-democráticos. Me hubiera gustado que aquel momento hubiera significado un momento de inflexión, cuando menos en la Facultad, pero evidentemente no es así. De la misma forma que hay extremistas de derecha que no saben argumentar sin vociferar, también hay iluminados de la izquierda que piensan que hacer la revolución consiste en imponer sus opiniones y quitarse de en medio a quien no esté de acuerdo con ellos. Conviene no olvidarlo, sobre todo en un país como el nuestro, que tuvo que sufrir cerca de cuarenta años de dictadura de derechas. Precisamente por ello tenemos cierta propensión a identificar los métodos represivos y autoritarios con la derecha, cuando eso no se ajusta del todo a la realidad. Que le pregunten, si no, a cubanos, chinos o coreanos del norte. {enlace a esta historia}

[Mon Feb 15 12:35:40 CET 2010]

Como es lógico, en el último año han corrido ríos de tinta a cuenta de la crisis económica internacional, sus causas y posibles soluciones. Sin embargo, no recuerdo haber escrito mucho en estas páginas sobre este asunto, con alguna que otra salvedad para hacer algún que otro comentario sobre sus consecuencias en la vida política quizá. Si hay algo que me atemoriza de la presente crisis es precisamente el hecho de que nadie parece estar replanteándose absolutamente nada con respecto a los dogmas del pasado. Creo que el propio Felipe González ha advertido ya sobre esto en unas cuantas ocasiones. No obstante, he de hacer una aclaración que considero bastante importante: mi desacuerdo no es sólo con la derecha neoliberal (Aznar y Esperanza Aguirre son dos buenos exponentes en nuestro país), empeñada en un gran salto adelante repitiendo las mismas fórmulas que condujeron a la debacle, sino también con una izquierda dogmática y tradicional que no deja de mirarse al espejo del pasado y sueña con contener e incluso forzar las manecillas del reloj (a lo mejor podríamos referirnos a éstos como "conservadores de izquierdas"). Así, frente a los recitadores del catecismo neoliberal que siguen apostando por la desregularización como receta mágica se alzan quienes pretenden retrotaernos a los años cincuenta y sesenta, como si el auge de la Escuela de Chicago y la llamada revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan no hubiera existido jamás o no hubiera respondido a las necesidades y circunstancias del momento. La verdad es que hacia mediados de la década de los setenta, el modelo de crecimiento económico puesto en práctica desde finales de la Segunda Guerra Mundial había entrado en crisis y conducido a una peligrosa esclerosis. Sencillamente, las transformaciones sociales que había llevado a cabo con la expansión de la clase media, las políticas de bienestar y los avances tecnológicos y productivos estaban socavando ya las propias bases sobre las que se asentaba. El modelo económico neoliberal surgió precisamente como reacción ante la crisis en que se embarrancó el modelo socialdemócrata anterior, no hay que olvidarlo. Nos haríamos un flaco favor olvidándolo.

¿Por qué digo todo esto? Porque dudo mucho que podamos ahora volver a sentar las bases del mismo modelo de sociedad. Las cosas han cambiado mucho. Nuestras sociedades son ahora más abiertas que las de los años cincuenta y sesenta, más dinámicas y flexibles, más expuestas a la globalización y los mercados internacionales, a los flujos de emigración y al intercambio de bienes y servicios, incluida la información. El mundo de principios del siglo XXI no tiene nada que ver con el de mediados del siglo XX, y las soluciones no pueden ser las mismas. El modelo socialdemócrata tradicional estaba basado en los grandes partidos políticos de masas y las grandes organizaciones sindicales capaces de sentarse a negociar los convenios colectivos con Estado y empresarios. Ahora, por el contrario, el mundo está cambiando demasiado rápido como para regularlo todo mediante un convenio colectivo que se aplica a todo un sector de la economía. Todo es mucho más interdependiente y competitivo. Pero, sobre todo, la realidad social, política y económica es mucho más dinámica y necesita de mecanismos más flexibles y capaces de adaptarse a los cambios. No quiero decir con esto que hayamos de renunciar a la justicia social. No se trata de eso, no. Pero no podemos empeñarnos en aplicar los mismos métodos que hace setenta años. El mundo ha cambiado.

Pero centrémonos en la economía española. El País publicó la semana pasada un artículo de Federico Steinber titulado ¿Qué le pasa a la economía española? que merece la pena sacar a colación aquí:

España, además de enfrentarse a la crisis financiera global, ha sufrido la explosión de una burbuja inmobiliaria, tiene mercados poco flexibles, una productividad reducida y no cuenta con una sólida base productiva, intensiva en conocimiento, capaz de reemplazar al sector inmobiliario como fuente de crecimiento. Además, durante los años del boom económico acumuló una pérdida de competitividad que no le permite, ahora que su demanda interna está cayendo, recurrir a la demanda externa para recuperarse. Por último, aunque su pertenencia al euro ha supuesto un paraguas de estabilidad, ya no puede utilizar la tradicional devaluación para impulsar sus exportaciones. Por todo ello, está teniendo más problemas que otros países para dejar atrás la recesión. Sin embargo, quienes pronostican que tendrá problemas para hacer frente a su deuda o que es un peligro para la zona euro están equivocados. Veamos por qué.

La crisis financiera puso fin a 14 años de crecimiento en los que España completó su modernización, se convirtió en uno de los mayores inversores en el exterior, redujo su inflación y su deuda pública y consolidó políticas macroeconómicas responsables. Sin embargo, esta expansión generó tanto un boom inmobiliario como un abultado déficit por cuenta coriente (10% del PIB en 2008), causado tanto por el diferencial de inflación entre España y sus socios comerciales de la zona euro como por el lento crecimiento de su productividad laboral.

El colapso financiero global pinchó la burbuja inmobiliaria española, redujo drásticamente las posibilidades de financiación exterior y disparó el desempleo a gran velocidad. El importante superávit público (superior al 2% del PIB) que España había logrado alcanzar antes de la crisis se esfumó rápidamente y se convirtió en 2009 en un déficit público del 11,4%. Este aumento del déficit ha sido el resultado tanto del funcionamiento de los estabilizadores automáticos (menor recaudación fiscal y mayor gasto público, sobre todo vinculado a las prestaciones por desempleo) como de los programas de estímulo fiscal discrecional que el Gobierno ha puesto en marcha, que han tenido cierto éxito en suavizar el impacto adverso de la crisis sobre la actividad y el empleo durante 2009. Sin embargo, será imposible mantenerlos en el futuro porque es necesario avanzar en la consolidación fiscal.

A partir de ahí, Steinberg pasa a hacer un listado de las principales medidas que deberá tomar el Gobierno en los próximos meses si de verdad quiere sentar las bases de un crecimiento sólido: la consolidación fiscal y las reformas estructurales. Con respecto al primer tema, hay que evitar los cantos de sirena de la izquierda ortodoxa, que propone incrementar el gasto público para relanzar la demanda en lo que no viene a ser sino un keynesianismo de cartón-pidera propio de quien tiene más bien pocos conocimientos de Economía. Ya se oyen voces desde estos sectores que acusan a Zapatero de "girar a la derecha" cuando habla de promover la responsabilidad fiscal. No sólo se trata de una acusación ya manida, sino que ni siquiera tiene en consideración las posibles consecuencias de un endeudamiento excesivo. Mientras que un incremento del gasto público a corto plazo puede tener el efecto positivo de contener los efectos negativos de la crisis económica y evitar el excesivo alarmismo social, lo cierto es que ningún país puede sostener altos niveles de endeudamiento al medio y largo plazo, pero el nuestro menos aún que otros. Para explicarlo en términos muy simples, un alto endeudamiento del Estado absorbe capital de los mercados, encareciendo por tanto el dinero (esto es, empujando los tipos de interés hacia arriba) y socavando la demanda interna a medio plazo. En el caso español, por si esto fuera poco, hay que añadir el agravante de que la demanda interna no puede ser sustituida con la externa debido a nuestra baja competitividad. En otras palabras, que no queda más remedio que apretarse el cinturón y apostar por la responsabilidad fiscal. Esto ya lo vio Felipe González en los años ochenta. Eso sí, donde debe mostrarse la vertiente progresista del Gobierno en este aspecto no es en incrementar el gasto y la deuda pública como si el dinero cayese del cielo, sino en asegurar la progresividad del sistema fiscal y luchar en serio contra el fraude. Ahí sí que hay algo de espacio para maniobrar.

Pero aún quedan el otro aspecto, el de las reformas estructurales. ¿Qué reformas estructurales son necesarias en España? Varias. Tenemos que eliminar la dualidad del mercado de trabajo, se pongan como se pongan los sindicatos. No es de recibo mentener la alta tasa de temporaidad que caracteriza a nuestro mercado laboral. La única salida progresista que se me ocurre aquí es la aplicación de las políticas de flexiseguridad de que se vienen hablando hace ya un bien tiempo: al empresario se le garantiza la flexibilidad para poder competir en los mercados internacionales y al trabajador la seguridad de contar con un subsidio de desempleo decente, además de ayuda para reciclarse profesionalmente. Esto, a su vez, conecta con el aspecto de la fiscalidad responsable (es decir, para que el Estado adopte un papel más activo en este ámbito, seguramente no quedará más remedio que incrementar la presión fiscal al tiempo que se hace más justa) y, sobre todo, con el de un sistema educativo mucho más flexible y dinámico que el que tenemos ahora. Por si todo esto fuera poco, seguramente habría que compaginarlo todo con medidas para favorecer la plena incorporación de la mujer al mercado de trabajo, racionalizar los horarios y liberalizar los mercados para evitar las prácticas oligopolistas que nos caracterizan, donde son los intermediarios quienes se llevan el gato al agua a costa de consumidores y productores. Niguna economía moderna puede permitirse estos lujos. En fin, que tarea desde luego hay por delante. Ahora sólo hay que ver quién se atreve a ponerle el cascabel al gato. {enlace a esta historia}

[Sun Feb 14 19:43:49 CET 2010]

Ya dice el refrán que en todos lados cuecen habas, pero a menudo no lo tenemos en cuenta. Suele suceder, sobre todo, cuando echamos un vistazo a lo que sucede allende nuestras fronteras y nos damos cuenta de que incluso los países más desarrollados que el nuestro también tienen sus problemas. De ahí que nos alegremos tanto de la paja en el ojo ajeno cuando vemos titulares en los periódicos sobre tal o cual incidente racista en cualquier estado norteamericano, tal o cual disturbio en un barrio de Los Ángeles. Y, sin embargo, nos negamos a reconocer la proverbial viga en el ojo propio, por supuesto. Viene todo esto a cuento de la noticia que acabo de ver en la prensa digital sobre los disturbios en Milán tras el asesinato de un joven inmigrante egipcio. Seamos honesto, ¿quién no recuerda los aires de superioridad que nos dábamos los europeos allá a mediados de los años ochenta cuando oíamos acerca de los disturbios en Los Ángeles? Esas cosas no pasan por aquí, por supuesto. Solamente pasan en los EEUU porque son un país racista y reaccionario donde las minorías no tienen ningún derecho. Salvo que ahora los tenemos a la vuelta de la esquina, claro. Los disturbios suceden ahora en El Ejido, las banlieaus de París o los barrios pobres de Milán... y no hay un dios que oiga esos comentarios tan bienintecionados sobre la justicia social o contra la naturaleza racista de unas sociedades en plena decadencia. Al parecer esas cosas sólo se aplican a los estadounidenses, que para eso son el enemigo imperialista a batir. No tengo más que conducir desde mi residencia en las afueras de Sevilla hacia el centro para ver unas cuantas chabolas habitadas por inmigrantes rumanos que malviven en una hondonada no muy lejos de la autovía, o para percatarme de que las chabolas de gitanos estratégicamente colocadas bajo uno de los puentes junto al Guadalquivir siguen creciendo pese a los esfuerzos de las fuerzas del orden por expulsarlos de la zona. Jamás vi nada por el estilo durante más de doce años viviendo en los EEUU, pero eso importa bien poco. Lo importante, por el contrario, es seguir repitiéndonos a nosotros mismos que la justicia social es un valor intrínseco a la cultura política europea por contraposición a lo que se ve al otro lado del Atlántico, sea cierto o no. Lo que importa, como siempre, son los prejuicios y la propaganda del tres al cuarto, y no los hechos. Eso no le importa a nadie. Preferimos mirar para otro sitio en lugar de encarar los problemas que tenemos planteados. Preferimos repetirnos una y otra vez que somos mejores de lo que realmente somos. Hace ya tiempo que nos inventamos una gran mentira sobre lo que supone Europa y sus valores y, pase lo que pase, la tozuda realidad no nos va a obligar a abrir los ojos, arremangarnos y solucionar los problemas. Porque si algo debemos tener claro es que para solucionar los problema debemos, en primer lugar, aceptar que lo son. Pero para eso nos hace falta darnos menos palmaditas en la espalda y mirar más a nuestro alrededor. {enlace a esta historia}

[Tue Feb 9 12:51:03 CET 2010]

Hace ya tiempo que vengo repitiendo a quien me quiere oír que ni PP ni PSOE pueden realmente obviar su responsabilidad en los problemas económicos que nos acucian en estos momentos, a pesar de todos los intentos de unos y otros por culparse mutuamente (lo cual, como era de esperar, no hace sino desesperar aún más a unos votantes ya de por sí impacientes con lo que consideran una clase política miope, interesada y demasiado dada al cruce de acusaciones). Pero, como suele decirse, más vale una imagen que mil palabras. La viñeta de Forges publicada hoy por El País ilustra esto que digo a la perfección:

Efectivamente, mucho se oye hablar estos días de la excesiva dependencia de nuestra economía con respecto al sector de la construcción, pero son demasiados quienes parecen olvidar que el modelo de crecimiento que seguimos hasta que se nos vino encima esta crisis fue precisamente el implantado por los gobiernos del PP y su esplendoroso ministro, Rodrigo Rato, para sacarnos del anterior socavón. En otras palabras, que si algo se le puede criticar a Zapatero es solamente el no haber hecho lo suficiente durante su primer mandato para diversificar más nuestra economía, pero no de haber implantado un modelo económico en el que nos embarcamos mucho antes de que él llegara a la Moncloa. Que cada palo aguante su vela. Lo cual, por cierto, debiera llevarnos a dejar de lanzar puyas unos contra otros y afrontar la crisis con un poco más de humildad y mayor propensión al diálogo y el consenso. ¿Pero qué diantres estaré pensando yo? ¿Cómo se me ocurre? {enlace a esta historia}

[Wed Feb 3 12:04:41 CET 2010]

Si ayer hablábamos del escándalo que ha causado el anuncio de que Obama no piensa viajar a Madrid para la cumbre EEUU-UE, hoy nos encontramos con una noticia publicada por El País anunciando que el Gobierno británico está estudiando integrar su defensa con Francia para ahorrar costes y que viene a ilustrar casi a la perfección las razones que pueden llevar a la Casa Blanca a no tomarse a la UE en serio. De hecho, el siguiente párrafo lo resume todo:

La iniciativa no es estrictamente nueva. En la histórica cumbre de diciembre de 1998 en Saint Malo, los entonces presidente, Jacques Chirac, y primer ministro, Tony Blair, lanzaron ya un plan conjunto para crear un embrión de defensa europea a partir de una mayor colaboración entre ambos países. A pesar de su impulso inicial, el proyecto nunca llegó a cuajar y quedó empantanado con el enfrentamiento político que dividió a Europa a propósito de la guerra de Irak.

Está muy bien eso de la guerra de Irak, pero nótese que la idea se lanzó oficialmente en 1998 y el conflicto en Irak no comenzó hasta... ¡el 2003! Y, como era de esperar, no se había hecho absolutamente nada durante esos cinco años, ni se avanzó un solo milímetro en la integración de sus defensas más allá de las meras palabras y buenas intenciones. Se trata, sin lugar a dudas, del gran mal que aqueja a la UE hoy en día: todo son buenas palabras, buenas intenciones, reuniones interminables y cumbres mediáticas, pero poco más. No se tratan los temas que preocupan a los ciudadanos, ni tampoco da la impresión que se construya nada más all´ de acuerdos sobre papeles mojados que nadie piensa cumplir. Sencillamente, la UE se ha convertido en algo más teórico que real, al menos en su aspecto político (tiene, por supuesto, una presencia evidente en otros ámbitos, como puede ser el económico, el financiero e incluso el regulatorio). Lo que echamos de menos es un auténtico contenido político propio. Hasta que eso no suceda, nos seguirán tomando por el pito del sereno porque no seremos capaces de cumplir ningún acuerdo ni llevar a la práctica ninguna propuesta de calado. {enlace a esta historia}

[Tue Feb 2 12:12:28 CET 2010]

La noticia se ha ido extendiendo como la pólvora misma durante el día de hoy. Según publican los medios de comunicación, Obama ha anunciado que no vendrá a Madrid en mayo para la cumbre diplomática entre EEUU y la UE. En palabras del periodista de The New York Times:

In addition to the palpable sense of insult among European officials, there is a growing concern that Europe is being taken for granted and losing importance in American eyes compared with the rise of a newly truculent China.

(...)

American officials said that Mr. Obama felt that the previous major American-European summit meeting, last June in Prague, was a waste of time, and European Union officials said that the preseident even skipped a leaders' lunch at the smaller European Union-United States meeting in Washington last November, sending Vice president Joseph R. Biden Jr. instead, something they said that President George W. Bush would never have done.

Como era de esperar, la reacción en nuestro país ha sido tan paleta y corta de miras como de costumbre, apuntando el dedo acusador hacia Zapatero, a quien se ve como culpable directo del desprecio de Obama, de la crisis económica internacional y, si les dejamos, hasta del terremoto en Haití. El caso es que, en lugar de centrarnos en el problema como tal y reconocer que, de hecho, Europa está perdiendo importancia en la esfera internacional, preferimos lanzarnos puyas los unos a los otros y tratar de obtener unos cuantos votos más en las próximas elecciones a costa del Gobierno. La verdad es que no sólo Obama advierte que estas reuniones son una pérdida de tiempo, sino que hasta Felipe González —a quien no hace mucho le encomendaron que se encargara de un grupo de reflexión para salir del impasse en que se encuentra el continente entero, lo cual indica evidentemente ya de por sí que el problema no se lo están inventando los americanos por hacernos la puñeta— lleva ya meses advirtiendo que la UE está hundiéndose lentamente en el cenagal de la Historia, pasando a formar parte del club de los que ayer pintaron algo en la escena internacional pero que hoy no son necesarios sino para decorar. Tanto como nos hemos reído siempre de los británicos y su ridículos aires de grandeza, y ahora resulta que Europa a una está cayendo en el mismo error. Nuestro papel en la escena internacional se me representa cada vez más como el de esos jueces británicos que aparecen en la sala cubiertos con sus empolvadas pelucas del siglo XVII: pintoresco y entrañable, pero completamente inútil y desfasado. O, lo que es lo mismo, un recordatorio de lo que fuimos.

El caso es que hace ya tiempo que Europa prefiere asistir de espectador a los acontecimientos internacionales, limitándose a comentarlo todo desde la barrera, evitando meterse en problemas y esforzándose por congraciarse con todo el mundo. Como he escrito en otras ocasiones en estas mismas páginas, nos podemos permitir las constantes críticas hacia la política exterior estadounidense —apareciendo siempre como el bueno de la película— a costa de no pintar absolutamente nada en el escenario internacional más allá de la mera retórica buenista. La verdad, somos muy dados a las declaraciones de intención. Un ejemplo: ¿cuántas veces no habremos establecido ambiciosos objetivos de reducción de CO2 que jamás llegamos a cumplir? ¿Y qué decir de los objetivos que nos marcamos para la creación de empleo o la competitividad de nuestra economía? Casi se diría que somos los líderes de la palabrería, pero completamente incapaces de llevar nada a la práctica. ¿Tiene algo de extraño, pues, que Obama no quiera perder el tiempo en una reunión "al más alto nivel" que no va a conducir absolutamente a nada práctico?. Más vale que, en lugar de sentirnos despechados por Obama, nos planteemos en qué estamos fallando nosotros mismos y pongamos soluciones cuanto antes mejor. {enlace a esta historia}