[Sat Sep 26 18:57:49 CEST 2009}

Quien me conoce sabe que detesto el dogmatismo, ya sea en asuntos religiosos, políticos, filosóficos, literarios o en cualquier otro campo. De hecho, es bien posible que peque a menudo de sincretismo o nomadismo intelectual. Precisamente por eso me ha gustado el artículo titulado Pequeños libros gordos, escrito por Rosa Montero, que publica hoy el suplemento cultural Babelia, y donde se reivindica la vigencia e importancia de los best sellers:

No todos los clásicos tienen que encantarnos y no todos los libros supuestamente menores son malos. Es más, a veces un libro francamente simplón y comercial nos puede gustar hasta el delirio. Ésa es la maravillosa magia de la lectura, que hace que el lector complete de algún modo la obra que lee con su imaginación, su sensibilidad y su circunstancia. Y, así, a todos nos ha sucedido alguna vez que un texto de indiscutido prestigio se nos antojó un enorme pestiño, o que una novelita ampliamente denostada nos proporcionó unas horas felices. Incluso conozco gente que se avergüenza de decir que disfrutó con según qué livbros. Ocultan los títulos como quien oculta a un amante socialmente abominable.
Todo ello es la excusa para comentar El nombre del viento, de Patrick Rothfuss, un libro del género de fantasía muy en la línea de la serie de Harry Potter que escribiera J. K. Rowling, que Rosa Montero también recomienda encarecidamente. Como digo, me gusta leer opiniones desprejuiciadas como éstas, aún a sabiendas de que todos tenemos ciertos prejuicios, por supuesto. Pero no aguanto el fanatismo, la intransigencia de quienes se cierran en banda a considerar cualquier otra idea que no sea la suya propia. {enlace a este artículo}

[Mon Sep 21 17:06:53 CEST 2009]

Sucede a menudo en política que nuestros prejuicios ideológicos más asentados se demuestran falsos cuando los sometemos a un análisis serio y detallado. Pues bien, una cosa así sucede con el concepto de democracia directa, por ejemplo. El País publica hoy un artículo de Timothy Garton Ash titulado Pesadilla en California (el original en inglés, publicado por The Guardian, puede leerse aquí) en el que viene a ilustrar muy bien este punto al comentar los problemas fiscales que sufre el estado de California:

¿Cómo se ha metido California en este lío? Algunos analistas dicen: "¡Demasiada democracia!" En la excéntrica versión californiana de la democracia directa, hay todo tipo de gasto público extravagante que se have bajo mandato de las llamadas iniciativas, propuestas por cualquiera capaz de reunir suficientes firmas y aprobadas por mayoría simple de quienes se molestan en ir a votarlas, mientras que las posibilidades recaudatorias del Estado se ven restringidas por ese mismo método. El ejemplo más famoso fue la Proposición 13, aprobada en 1978, que limitó de manera drástica los impuestos sobre los bienes inmuebles e hizo de California el único Estado de la Unión que requiere una mayoría de dos tercios en la legislatura no sólo para aprobar un presupuesto, sino para aumentar los impuestos.

El alcance de este "presupuesto a través de las urnas" es tan amplio que los legisladores calculan que no controlan más que entre el 7% y el 17% del gasto del Estado. Troy Senik, autor de un nuevo libro sobre los problemas del Estado dorado, dice que los californianos han vivido con la fantasía de que podían pagar impuestos como libertarios y ser subvencionados como socialistas.

Pero no es justo echar toda la culpa al gobierno del pueblo por el pueblo. California demuestra cómo se pueden pervertir esos experimentos de democracia directa, y que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. Porque este marco de iniciativas y referendos lo establecieron quienes se denominaban a sí mismos progresistas a principios del siglo XX para reducir el poder de los empresarios del ferrocarril y dar el poder a la gente corriente. Cien años después, son los grupos de intereses especiales de hoy, más bariados —no sólo multimillonarios y empresas, sino también los poderosos sindicatos de funcionarios públicos, sobre todo los que representan a los maestros y los guardias de prisiones— quienes se aprovechan del sistema en beneficio propio o para promover sus manías. Contratan a gente para recoger firmas sobre la iniciativa que quieren sacar adelante y utilizan la fuerza de la publicidad para ganar votos.

Siempre me ha parecido éste de la democracia directa un caso ejemplar de prejuicio izquierdista, donde la amplia mayoría de los progresistas siempre asume que se trata de algo positivo sin más. De hecho, no sólo puede tener las nefastas consecuencias de que nos advierte Timothy Garton Ash, sino que puede conducir además a la tiranía de una mayoría hábilmente manipulada por la minoría en el poder. Eso ya lo debíamos haber aprendido de las fracasadas revoluciones comunistas, que intentaron implantar un sistema político donde, al menos en teoría, la Asamblea Popular detentaba todo el poder. Tiene sentido desde cierto punto de vista: la separación de poderes que caracteriza a la democracia liberal representativa es, de hecho, menos democrática que entregar todo el poder a la cámara donde están representados todos los ciudadanos... si no fuera por el hecho de que el poder legisltivo es tan proclive a las manipulaciones y las corruptelas como cualquier otra rama del poder. ¿Y qué decir de la democracia directa, donde son los ciudadanos quienes deciden directamente con su voto? Dejando de lado la palpable evidencia de que es imposible poner en prática tal sistema en cualquier país siquiera de mediano tamaño, tendríamos que lidiar además con los mismos problemas: ¿qué sentido tiene entonces crear instituciones paralelas a la asamblea que vengan a ofrecer un contrapeso a lo que decida la mayoría de ciudadanos? Aún peor: ¿qué garantía tenemos de que las minorías no se alzarán de todos modos con el apoyo popular mediante el recurso a la demagogia más populista, con el agravante de que además no habrá contrapeso alguno para parar su rápida evolución hacia el totalitarismo? {enlace a este artículo}

[Mon Sep 21 16:11:41 CEST 2009]

Algunos pensarán que soy demasiado pesimista, pero me da un poco de miedo la facilidad con que tanta gente da por asumido estos días que hemos logrado evitar una catástrofe económica como la de 1929. Aunque, efectivamente, todo parece indicar que lo peor ya ha pasado, lo cierto es que la parte más dura de la crisis del 29 no llegó ese mismo año, sino bastante más tarde como consecuencia, al menos en parte, de las políticas proteccionistas que se adoptaron en muchas cancillerías para evitar la pérdida de puestos de trabajo (o al menos eso es lo que cuentan los libros de texto). Recuerdo esto porque, como decía, me deja un poco pasmado la facilidad con que todo el mundo parece asumir que lo peor ya ha pasado. Uno de los casos más recientes me lo he encontrado hoy mismo en las páginas de opinión de El País al echarle leer el artículo titulado La crisis del capitalismo especulativo, escrito por Mário Soares (quien, por cierto, parece especializarse en escribir artículos bastante sosos repletos de lugares comunes que hemos leído antes en veinte mil documentos, a juzgar por los artículos suyos que ha ido publicando El País durante los últimos años). En fin, baste recordar que, mientras nos damos palmaditas en la espalda, el Gobierno alemán intenta convencer a una empresa canadiense para que compre Opel y cierre las factorías allende sus fronteras (enre otras, la nuestra de Figuerueles) y Obama no tiene problema alguno en pararle los pies a China en tal o cual mercado con tal de defender los puestos de trabajo nacionales. Es decir, que si el proteccionismo acabó empeorando las cosas allá durante los años treinta, todavía tenemos posibilidad de repetir el fiasco. Así que aviso para navegantes. {enlace a este artículo}

[Mon Sep 21 09:10:53 CEST 2009]

Todas las tradiciones ideológicas tienen sus vacas sagradas, por más que nunca acertemos a reconocerlas en aquella ideología con la que simpatizamos. Una de estas vacas sagradas en el caso de la izquierda (por lo menos en el caso español) es el antimilitarismo. Como ejemplo, baste leer el artículo titulado No somos idiotas, Sra. Chacón, de Jordi Calvo Rufanges, que apareción ayer en el diario Público. Criticando las palabras de la Ministra de Defensa, que destacaba entre los logros de la misión militar en Kosovo la distribución de 1.010 toneladas de ayuda humanitaria, Calvo afirma lo siguiente:

El ejército no es humanitario, simplemente porque es imposible que cumpla los tres principios básicos de la acción humanitaria: independencia, imparcialidad y neutralidad. Además los ejércitos no saben hacer ayuda humanitaria. Las imágenes de los militares con una metralleta bajo el brazo tirando desde un camión los sacos de cereales a una desesperada población, hablan por sí solas. Además, los militares son ineficientes realizando tareas humanitarias porque, entre otras cosas, no han sido formados ni preparados para hacerlo. Comparen el perfil y formación de un militar con el de los miles de cooperantes que se dedican de forma voluntaria o profesional a hacerlo a través de las ONG humanitarias de prestigio.
Pues sí, tiene razón. Ahora bien, lo que Calvo no parece tener en cuenta es que, si no fuera por la presencia militar en Kosovo, ninguna ONG podría llevar a cabo tarea humanitaria alguna. Cierto, ello es debido a la presencia de una fuerza militar (o, mejor dicho, varias) que extendieron la guerra por todo los Balcanes. Es verdad. Pero es que no vivimos en un mundo idílico sin presencia de totalitarismos ni grupos políticos que recurran a menudo a la fuerza para imponer su voluntad sobre el resto de la población. ¿Y cómo diantres pretende el señor Calvo pararle los pies a los talibanes? ¿Con una huelga de hambre quizá? Imagino que ahí es donde entra otra de las ideas más queridas de la tradición izquierdista, la que afirma que grupos como los talibanes o Al Qaeda solamente existen debido a la opresión y la pobreza. Pero entonces tendrían que explicar porqué tenemos que hacer frente a la kale borroka en el País Vasco o incluso al GRAPO en el resto del país. Me parece demasiado idealista soñar con el fin de la violencia gracias a un mundo justo y solidario. Se mire como se mire, nunca faltan individuos sin entrañas capaces de cometer todo tipo de fechorías. En cualquier caso, hasta que esa utopía con la que sueñan Calvo y otros llegue a materializarse, me da la impresión de que no tendremos más remedio que seguir financiando cuerpos de policía y ejércitos, aunque debamos hacer un esfuerzo sobrehumano en asegurarnos de que tampoco abusemos de la fuerza del Estado. {enlace a este artículo}

[Thu Sep 17 11:49:59 CEST 2009]

De verdad que me enfada leer la ligereza e ignorancia con que se escribe sobre las nuevas tecnologías en los medios de comunicación españoles. Se me dirá que eso sucede en otros sitios también, pero yo no he encontrado jamás en EEUU el tipo de defensa palurda de un falso humanismo que se da por estos lares. Cuidado, porque el humanismo como tal me parece importantísimo para la educación integral de los seres humanos. No me refiero a eso, sino a este prejuicio tan enraizado en nuestra cultura según el cual el verdadero humanismo (la auténtica cultura) consiste en un profundo conocimiento de la literatura y la filosofía al tiempo que se ignora todo (o casi todo) de la ciencia y la tecnología. En otras palabras, que se confunde humanismo con humanidades y se hacen, además, comentarios jocosos e insuflados de un insoportable aire de superioridad sobre la ciencia o las nuevas tecnologías. Así nos va, claro. Estamos hoy, como ayer, anclados en la dependencia total de los ingresos generados por el turismo y el sector de la construcción (o, lo que es lo mismo, un sucedáneo del turismo, puesto que muchas de las casas de nueva construcción se venden precisamente a extranjeros que vienen aquí a disfrutar del sol).

Viene todo esto a cuento de la enésima columna que leo en un medio de comunicación español (se trata de El Periódico de Catalunya en esta ocasión) sobre el peligroso efecto que puedan tener los ordenadores sobre nuestros jóvenes. Parecen no entender estos individuos, en primer lugar, que el ordenador y las nuevas tecnologías están aquí para quedarse. Es más, no parecen entender que se han convertido ya en elementos centrales de nuestras vidas, nuestras sociedades y nuestras economías, y que eso no va a cambiar en las próximas décadas. Pero es que, para más inri, hacen una clara y tajante contraposición entre nuevas tecnologías y lectura que sólo puede hacerla alguien que desconoce por completo en qué consisten dichas tecnologías. Sencillamente, no hay forma de evitar el texto si uno usa un ordenador. Se usa para enviar correos y para leerlos, se usa para enviar mensajes y para leerlos, se usa para escribir bitácoras o seguir las de nuestras amistades, para ponerse al tanto de las últimas noticias o añadir un comentario a cualquier noticia publicada en la red. En fin, que es más fácil vegetar frente al televisor sin tener que leer apenas nada que conectarse a la Internet sin ver un texto. Y, sin embargo, nuestros tecnófobos patrios parecen empeñados en tomarla con el ordenador, sabe Dios por qué.

Dicho eso, sí que me parece conveniente entender que las nuevas tecnologías no son un maná llovido del cielo que van a lograr automáticamente lo que padres y profesores no han podido conseguir en los últimos años. Son únicamente una herramienta. Nada más. Pero, por favor, evitemos los brotes de tecnofobia que se ven por todos sitios cuando se habla de estos temas. {enlace a este artículo}

[Thu Sep 17 11:40:12 CEST 2009]

Leo en Europa Press que el padre de la pequeña Mari Luz, asesinada en enero de 2009, ha recibido la propuesta de presentarse como candidato a la Alcaldía de Huelva por UPyD, e incluso puede que se le haya insinuado lo mismo desde el PP y el PSOE, y la verdad es que no doy crédito a lo que leo. Por si la política estuviera sobrada de prestigio, ahora nuestros partidos parecen empeñados en atender a la farsa de la notoriedad y la fama antes que a la valía o la capacidad para gestionar los asuntos públicos. ¿Pero qué es esto, por Dios? ¿Un circo? ¿Se creen que estamos en el plató de una cadena de televisión rodando un reality show? Siento como cualquier otro la tragedia que se cebó en ese pobre hombre y su familia, pero dudo mucho que eso sea razón suficiente para confiarle la Alcaldía de una capital de provincia, a no ser que el único interés de los partidos sea cosechar votos para alzarse con el poder sin más ni más. Lo he dicho antes, pero lo vuelvo a decir: me está desilusionando la actuación de UPyD. {enlace a este artículo}

[Thu Sep 17 11:17:54 CEST 2009]

La verdad es que uno ya no sabe muy bien en qué siglo vive. Leo en la bitácora de una conocida que el Presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, ha declarado a la Cadena COPE que "el derecho a recibir formación religiosa en la escuela es primario e intocable, es anterior al Estado y no se puede privar ni recortar, ni en la escuela pública ni en la concertada". Después se preguntarán por qué hay tanta oposición a la Iglesia en el seno de la izquierda y por qué se les considera intolerantes desde ciertos sectores. La Iglesia española en estos momentos parece estar dirigida por sus elementos más reaccionarios, retrógrados e intolerantes. Merece la pena recalcar la presunción de un "derecho a recibir formación religiosa" que se considera "anterior al Estado". En primer lugar, no existe ningún derecho previo a la existencia del Estado, pues un derecho sólo pasa a ser tal cuando es reconocido por la colectividad organizada en Estado. Se trata de algo inherente al propio concepto. Pero es que, además, el derecho que sí existe claramente reconocido en nuestro sistema constitucional es el de la libertad religiosa, pero ello no implica que dicha educación deba estar sufragada por el dinero público. De hecho, lo lógico sería que, como en otros países (los EEUU, sin ir más lejos), la asignatura de religión no exista y se imparte en las propias iglesias todos los domingos. Creo haber escrito sobre este tema antes, pero mi opinión es que no debe haber asignatura de religión tal y como la concebimos ahora mismo en la escuela pública, aunque sí que me parece acertado (y, por ende, hasta necesario) estudiar el fenómeno religioso en su conjunto o incluso la historia de las religiones. Sencillamente, guste o no, el aspecto religioso o espiritual forma parte de nuestra realidad social, y conviene estar familiarizado con él. Pero esto es muy distinto de la asignatura de religión impartida por un profesorado elegido por la propia Iglesia Católica, que es lo que tenemos en nuestro país en estos momentos. {enlace a este artículo}

[Thu Sep 10 16:08:43 CEST 2009]

Desde luego que hay veces que esto de lo políticamente correcto saca a uno de quicio. El Mundo publica hoy un artículo en el que se nos informa del suplicio por el que pasan los inquilinos de pisos en alquiler que tienen mascotas. Al parecer, no son pocos los arrendadores que se cierran en banda ante la idea de permitir mascotas en los pisos de su propiedad, lo cual define el autor del artículo con todo desparpajo como "discriminación". ¡Y eso que en el propio texto que escribe se nos narran casos en los que las mascotas de los inquilinos causaron auténticos destrozos! Que conste que yo vivo de alquiler y tengo mascotas (dos gatos), pero espero no llegar nunca al ridículo de hablar de este tema y catalogarlo como una discriminación. ¿Hasta este punto hemos llegado ya con el concepto de los derechos adquiridos? ¿Es que a nadie se le ocurre que pueda siquiera existir el la idea de la responsabilidad y los deberes? De verdad que es deprimente. ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir antes de que oigamos a alguien reivindicar el derecho al orgasmo o a disfrutar de un plato de helado a diario? {enlace a este artículo}

[Sun Sep 6 15:35:44 CEST 2009]

Me ha gustado el artículo sobre la trilogía Millennium, de Stieg Larsson, escrito por Mario Vargas Llosa y publicado hoy por El País, pues el escritor peruano-español rehúye de la crítica fácil a la literatura popular que cuenta con gran éxito de ventas en la que tan a menudo caen los intelectuales pretenciosos:

...acabo de pasar unas semanas, con todas mis defensas críticas de lector arrasadas por la fuerza ciclónica de una historia, leyendo los tres voluminosos tomos de Millennium, unas 2.100 páginas, la trilogía de Stieg Larsson, con la felicidad y la excitación febril con que de niño y adolescente leí la serie de Dumas sobre los mosqueteros o las novelas de Dickens y de Víctor Hugo, preguntándome a cada vuelta de página "¿Y ahora qué, qué va a pasar?" y demorando la lectura por la angustia premonitoria de saber que aquella historia se iba a terminar pronto sumiéndome en la orfandad. ¿Qué mejor prueba que la novela es el género impuro por excelencia, el que nunca alcanzará la perfección que puede llegar a tener la poesía? Por eso es posible que una novela sea formalmente imperfecta, y, al mismo tiempo, excepcional. Comprendo que a millones de lectores en el mundo entero les haya ocurrido, les esté ocurriendo y les vaya a ocurrir lo mismo que a mí y sólo deploro que su autor, ese infortunado escribidor sueco, Stieg Larsson, se muriera antes de saber la fantástica hazaña narrativa que había realizado.

Repito, sin ninuna vergüenza: fantástica. La novela no está bien escrita (o acaso en la traducción el abiso de jerga madrileña en boca de los personajes suecos suena algo falsa) y su estructura es con frecuencia defectuosa, pero no importa nada, porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnias, englosinado, dichoso, asustado y excitado con los percances, las intrigas, las audacias, las maldades y grandezas que a cada paso dan cuenta de una vida intensa, chisporroteante de aventuras y sorpresas, en la que, pese a la presencia sobrecogedora y ubicua del mal, el bien terminará siempre por triunfar.

(...)

Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta: ¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables? La verosimilitud está lograda porque el instinto de Stieg Larsson resultaba infalible en adobar cada episodio de detalles realistas, direcciones, lugares, paisajes, que domicilian al lector en una realidad perfectamente reconocible y cotidiana de manera que toda esa escenofrafía lastrara de realidad y de verismo el suceso notable, la hazaña prodisiosa. Y porque, desde el comienzo de la novela, hay unas reglas de juego en lo que concierne a la acción que siempre se respetan: en el mundo de Millenium lo extraordinario es lo ordinario, lo inusual lo usual y lo imposible lo posible.

No deja de reconocer, pues, Vargas Llosa las imperfecciones técnicas de la novela, pero ello no es óbice para que la disfrute y la prezca digna de elogio. Las obras de arte, al fin y al cabo, también se hacen para ser disfrutadas, y no sólo para pasar a los libros de texto como mojones que marcaron el principio o final de una nueva era. Esto es lo que no parecen entender tantos intelectuales pretenciosos, despreciadores del cine estadounidense, aduladores de lo críptico y enrevesado por el mero hecho de serlo, como si el hecho de gustar a tan sólo una minoría fura ya el pase a la Historia. Hay todavía, por desgracia, demasiado elitismo entre los intelectuales europeos. Vargas Llosa me ha sorprendido gratamente rompiendo una lanza por el entretenimiento puro y duro, aunque quiz´ no tenga relevancia para el futuro de la novela. Tampoco hay que tomarse las cosas tan en serio como hacen algunos. Una de las características principales del espíritu dogmático siempre fue la imposición de unos estrictos códigos de moralidad y comportamiento, así como el desprecio por el humor y el mero entretenimiento. En esto coinciden fascistas y comunistas. Se toman las cosas demasiado en serio. {enlace a este artículo}

[Sat Sep 5 09:47:57 CEST 2009]

No me gusta nada el cariz que está tomando el asunto de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán. En su momento, fue la derecha más conservadora la que apretó las tuercas y presionó al Alto Tribunal para que hiciera todo lo posible por echar por tierra aquellos aspectos del nuevo Estatuto que menos le gustaban, aprovechando para ello su capacidad de influencia directa sobre unos cuantos mimebros del Constitucional que fueron nombrados en su momento gracias a sus simpatías conservadoras (otro aspecto de nuestro sistema político que anda necesitado de una reforma en profundidad). Pero aquello ya pasó cuando todo parecía indicar que era bien probable que una mayoría de miembros acabaran echando por tierra aquellos aspectos más controvertidos desde el punto de vista de los populares (es decir, que la derecha sólo echó el freno cuando se dio cuenta de que la aventura podía acabar bien para ella y sus intereses). Ahora, sin embargo, es la izquierda (y el nacionalismo catalán tambié, por supuesto) la que se está lanzando a una auténtica orgía de irresponsabilidad política. Hace ya unos meses que Montilla advirtió que, decida lo que decida el Tribunal Constitucional, el Estatuto es la consecuencia de un pacto político, y los pactos políticos no desaparecen porque tal o cual tribunal (ni siquiera el tribunal que se encuentra en la mismísima cúspide de nuestro sistema judicial) publique una sentencia contraria. Por su parte, los nacionalistas catalanes han radicalizado su discurso, dejando entrever la posibilidad de convocar una manifestación a favor del Estatuto que demuestre en las calles la fuerza de sus posiciones para que los miembros del Tribunal Constitucional sepan a qué atenerse. Al mismo tiempo, han surgido también iniciativas aquí y allá para convocar referéndums en favor de la independencia en pequeñas poblaciones de Cataluña. En fin, hace una semana o así escribía en estas mismas páginas de un artículo de Gregorio Peces-Barba publicado en El País en el que nos advertía de los peligros que corremos con esta deriva radical que estamos viviendo.

Pero lo que más me preocupa es que personas que en líneas generales han mostrado moderación y sensatez en otras ocasiones parecen ahora estar sacando los pies del tiesto. Hoy, por ejemplo, he tenido oportunidad de leer un artículo de Javier Pérez Royo titulado La última palabra y publicado en el diario El País en el que no se corta un pelo a la hora de hacer afirmaciones como las siguientes:

El artículo 151 CE es el núcleo esencial del concepto de autonomía de la Constitución. El ejercicio del derecho regulado en ese artículo es lo que hace que el derecho a la autonomía sea recognoscible, por utilizar la terminología del Tribunal Constitucional para identificar el núcleo esencial de los derechos fundamentales. El ejercicio del derecho regulado en el artículo 143 CE carece de esa recognoscibilidad. El derecho regulado en el artículo 151 CE únicamente es posible en un Estado políticamente descentralizado. El derecho regulado en el artículo 143 no exige inexcusablemente ese tipo de Estado, aunque pueda acabar encontrando acomodo en el mismo.

A ese núcleo esencial del concepto constitucional de autonomía corresponde el que la nacionalidad o región que se constituye en comunidad autónoma por esa vía no pierde nunca el control de su ejercicio del derecho. La nacionalidad o región no puede ejercer el derecho de la forma en que a ella exclusivamente le parezca apropiado, porque tiene que negociar con el Estado su propuesta de Estatuto, pero el Estado no puede imponerle unilateralmente un Estatuto de Autonomía con el que ella no esté de acuerdo. De ahí que en el artículo 151 CE, desde la redacción inicial en el primer Anteproyecto de Constitución (BOC 5 de enero de 1978) a la definitiva del texto constitucional ratificado en referéndum el 6 de diciembre de 1978, se contemplen dos hipótesis de negociación entre la nacionalidad o región y el Eestado y dos posibles referendos.

(...)

Dicho en pocas palabras: en la vía del artículo 151 CE, las Cortes Generales, y nada más que las Cortes Generales, son el guardián de la constitucionalidad del Estatuto. Y su decisión no puede ser revisada por nadie. Simplemente puede ser confirmada o rechazada por el cuerpo electoral pertinente mediante el ejercicio de la democracia directa. El Estatuto de Autonomía del artículo 151 CE únicamente puede convertirse en norma jurídica mediante el acuerdo del Parlamento autónomo y el Parlamento del Estado confirmado en referéndum o mediante la decisión unilateral del Parlamento del Estado, siempre que dicha decisión no sea rechazada, es decir, sea aceptada por el cuerpo electoral de la nacionalidad o región afectada. Ningún otro órgano del Estado puede participar en el proceso de aprobación de un Estatuto del artículo 151 CE. Ni tampoco puede revisar la decisión alcanzada a través del procedimiento previsto en dicho artículo. La última palabra no puede no tenerla el cuerpo electoral de la nacionalidad o región afectada.

Independientemente del hecho de que la interpretación de la Constitución la hace el Tribunal Constitucional, y no el señor Pérez Royo, y parece evidente que dicho tribunal consideró apropiado aceptar a trámite los recursos de inconstitucionalidad contra el Estatuto (considerando por tanto que, en contra de lo que afirma Pérez Royo, el Alto Tribunal sí que tiene potestad para decidir al respecto), se me hace difícil de entender una posición según la cual hay excepciones a la regla de la división de poderes y, en algunas ocasiones, el legislativo tiene de hecho la última palabra sin que sea posible poner coto a sus acciones en los tribunales de justicia. Sencillamente, me parece que dicha interpretación tiene bien poco que ver con la tradición de la democracia liberal representativa que aceptamos los españoles al dotarnos de nuestra Constitución en 1978. Tal y como advertía Peces-Barba en aquel otro artículo que menciono algo más arriba, me parece sumamente peligrosa esta tendencia que estamos viendo últimamente a interpretarlo absolutamente todo desde el punto de vista netamente partidista, poniendo incluso las instituciones democráticas al servicio de los intereses de tal o cual partido. Si mal me parece que los representantes de los partidos minoritarios caigan en este error, pero aún me lo parece en el caso de los partidos mayoritarios. Eso sí, todo hay que decirlo, Zapatero ha hecho gala hasta el momento del máximo respeto al Tribunal Constitucional en todas las declaraciones que le he oído. {enlace a este artículo}