[Sun Mar 29 15:22:59 CEST 2009]

The Washington Post publicó hace unos días un artículo titulado The US Economy Does Not Exist que merece la pena leer. Es bastante corto pero contiene unas cuantas ideas sin duda sugerentes:

With all the deapis over the American economy's disappearing jobs and plummeting growth, here's mind bender for you: There is no national economy, as we traditionally think of it, is a myth. A fake. Over.

So contend Bruce Katz, Mark Muro and Jennifer Bradley in the latest issue of the journal Democracy. The United States is not a single unified economy, they say, nor even a breakdwon of 50 states economies. Instead, the country's 100 largest metropolitan regions are the real drivers of economic activity, generating two-thirds of the nation's jobs and three-quarters of its output. The sooner we reorient federal economic policies to support this "MetroNation", the quicker we can fix the mess we're in.

(...)

But before trying to rework the relationship between the states and Washington, step one may be rethinking what we should even call these places. The "California" economy is really the "San Francisco-Los Angeles-San Diego-San Jose" economy, with those metro areas making up 72 percent of the state's GDP. And Chicago is not Chicago, but the "Chicago-Naperville-Joliet, IL-IN-WI" region, the authors write, almost aplogetically. "Unwieldly as they may be, these bureaucratic handles encode the boundary-jumping, state-spanning, increasingly complex reach of metropolitan life".

Uno se pregunta qué resultados pudiera tener un estudio similar que se realizara aquí en España. ¿Qué porcentaje de nuestra mano de obra y nuestros recursos económicos se concentra en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao? Merecería la pena saberlo, sin duda, a la hora de tomar decisiones que afectan a nuestra política económica, entre otras cosas. {enlace a esta historia}

[Fri Mar 27 13:27:48 CET 2009]

Me ha parecido sugerente el artículo titulado ¿Por qué hay tanta corrupción en España? publicado hoy en las páginas de opinión de El País. A decir verdad, no estoy completamente de acuerdo con el autor sobre la apreciación de que en nuestro país haya mucha más corrupción que en otros países de nuestro entorno, ni tampoco sobre su creencia de que ésta apenas exista en el Norte de Europa. Cierto, la corrupción se ve más por aquí que por Suecia, de eso no cabe duda. Pero no nos engañemos pensando que hay país alguno en el mundo que se libre de esta maldición. Se trata más bien de una cuestión de grado: hay países más o menos corruptos. En el nuestro, sin lugar a dudas, se adopta una actitud algo permisiva hacia todo lo que tenga que ver con bordear la ley demostrando que uno es más "listo" que nadie, pero no debemos engañarnos, como muy bien indica Lapuente, pensando que es precisamente esta cultura de la permisividad la que genera la corrupción política, sino que lo más probable es que sea precisamente la tradición de falta de transparencia institucional la que la favorezca.

Pero hay unos cuantos aspectos del artículo en cuestión que me gustaría destacar:

Como la literatura moderna sobre corrupción señala, las causas de la corrupción no hay que buscarlas en la "mala cultura" o en una regulación insuficiente, sino en la politización de las instituciones públicas. Las administraciones más proclives a la corrupción son aquéllas con un mayor número de empleados públicos que deben su cargo a un nombramiento político. Y aquí, el contraste entre España y los países europeos con niveles bajos de corrupción es significativo. En una ciudad europea de 100.000 a 500.000 habitantes puede haber, incluyendo al alcalde, dos o tres personas cuyo sueldo depende de que el partido X gane las elecciones. En España, el partido que controla un gobierno local puede nombrar multitud de cargos y asesores, y, a la vez, tejer una red de agencias y fundaciones con plena discreción en política de personal. En total, en una ciudad media española puede haber cientos de personas cuyos salarios dependen de que el partido X gane las elecciones.

Esto genera diversos incentivos perversos para la corrupción. Los empleados públicos con un horizonte laboral limitado por la incertidumbre de las próximas elecciones son más propensos a aceptar o a solicitar sobornos a cambio de tratos de favor que los empleados públicos con un contrato estable. En segundo lugar, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría del mundo occidental, donde los políticos locales están forzados a tomar decisiones junto a funcionarios que estarían dispuestos a denunciar cualquier sospecha de trato de favor, en España toda la cadena de decisión de una política pública está en manos de personas que comparten un objetivo común: ganar las elecciones. Esto hace que se toleren con más facilidad los comportamientos ilícitos, y que, al haber mucho más en juego en las eleciones, las tentaciones para otorgar tratos de favor a cambio de financiación ilegal para el partido sean también más elevadas.

Todo esto está muy bien, pero entonces ¿cómo podemos contribuir a solucionar el problema? ¿O es que sólo nos queda la posibilidad de cruzarnos de brazos achacándolo todo a "nuestra forma de ser"?

¿Qué podemos hacer para reducir esta politización? La experiencia de otros países resulta ilustrativa. Por ejemplo, entre finales del siglo XIX y principios del XX muchas ciudades de Estados Unidos presentaban unos niveles de politización y corrupción tan estratosféricos como los reflejados en la película Gangs of New York, donde el gobierno de la ciudad aparece capturado por redes clientelares e incluso criminales. Unos años después, la extensa politización de las administraciones locales —y, de su mano, la corrupción— descendió de forma drástica gracias a reformas institucionales como la sustitución del tipo de gobierno strong-mayor (el tipo de gobierno local que predomina en España, en el cual un solo cargo electo, el alcalde y su mayoría de gobierno, acumula mucho poder) por el denominado city-manager. En esta nueva forma de gobierno, los cargos electos retienen la capacidad legislativa, pero el poder ejecutivo pasa a manos de un directivo profesional nombrado por una mayoría cualificada de concejales y por un periodo de tiempo no coincidente con el ciclo electoral, reduciendo así el grado de dependencia política.

Obviamente, llevar a cabo este tipo de cambios aquí en España supondría apostar firmemente por una reforma de profundo calado que requeriría el apoyo, cuando menos, de los dos partidos mayoritarios. Estoy completamente de acuerdo con Lapuente, no obstante, al apuntar a estas redes clientelares como el principal causante del problema. Nuestras administraciones locales necesitan más profesionalidad y menos politización.

Por cierto, que nada de esto debe interpretarse necesariamente como una cerrada defensa del funcionariado tal y como se concibe en nuestro país, como aclara el propio Lapuente:

Es importante subrayar que el nivel de competencia de los empleados no es sinónimo de lo que tradicionalmente se interpreta como sistema de mérito en España; es decir, unos funcionarios públicos seleccionados mediante oposiciones y con una plaza "en propiedad" de por vida, con independencia de su rendimiento. La evidencia empírica nos muestra que no es necesario tener una administración repleta de funcionarios para reducir la corrupción. Por ejemplo, los dos países menos corruptos del mundo en 2008, Suecia y Nueva Zelanada, eliminaron hace años el estatus fuincionarial para la gran mayoría de sus empleados públicos, que en la actualidad se rigen por la misma legislación laboral que cualquier trabajador del sector privado.

¿Podemoes aspirar en España a unas administraciones más flexibles y eficientes y, a la vez, menos corruptas? El principal obstáculo para ello es que aquí el debate público está atrapado entre dos visiones antagónicas e indeseables ambas. Por un lado, los partidos políticos que, amparándose en la rigidez tradicional de la administración pública, han fomentado instituciones que permiten una alta politización de la administración y, por tanto, general corrupción. Por otro, los representantes de los cuerpos de funcionarios que abogan por el mantenimiento de un sistema de empleados públicos inamovibles. Quien obviamente paga las ineficiencias derivadas de la politización y de la rigidez administrativa son los ciudadanos.

¡Chapeau, señor Lapuente! {enlace a esta historia}

[Thu Mar 26 13:35:34 CET 2009]

Uno de los problemas con esto de tomarse la política tan en serio es que puede uno caer en un partidismo tal vez excesivo y acrítico. A partir de ahí, queda un solo paso para dedicarse al juego del pim-pam-pum con el oponente, como si se tratase de una guerra abierta. Es una auténtica pena, pero es así, que no me lo niegue nadie. Hoy, por ejemplo, leemos en las páginas de Público que los grupos socialista y verde del Parlamento Europeo están intentando evitar que Jean-Marie Le Pen presida, como miembro de mayor edad de la cámara, la sesión inaugural de las institución tras las elecciones europeas de junio. Quede claro que, en principio, la idea me parece correcta. No creo que Le Pen sea representativo de la mayoría de los ciudadanos europeos. No es eso lo que pongo en duda, no. Lo que me parece harto más discutible es lo que se puede leer hacia el final de la noticia:

La respuesta de Le Pen a las acusaciones de negacionismo no se ha hecho esperar: "Yo me limité a decir que las cámaras de gas fueron un detalle de la Historia de la guerra mundial, lo que es una evidencia", dijo tras tomar la palabra ante el pleno.

El político ya fue condenado en 1997 por esa misma frase y este mismo año, el Tribunal de Apelación de París confirmó otra pena de tres meses de prisión exentos de cumplimiento y 10.000 euros de multa por asegurar en 2005 que la ocupación nazi de Francia "no fue particularmente inhumana".

Quien me conoce ya sabe cuál es mi opinión con respecto a la política de penalizar este tipo de manifestaciones públicas. Sencillamente, no estoy de acuerdo, fundamentalmente porque supone establecer cortapisas a lo que considero un derecho fundamental en cualquier democracia avanzada (el de la libertad de expresión) y entrar en una peligrosa dinámica en la que algunas opiniones son políticamente correctas mientras que otras le llevan a uno a dar con sus huesos en la cárcel. No creo que eso sea aceptable en una democracia. La tolerancia hay que defenderla no con quienes piensan como nosotros, sino precisamente con quienes muestran su desacuerdo con nuestras ideas y valores, siempre y cuando no entren en el terreno de la difamación personal o el claro llamamiento activo a llevar a cabo acciones ilegales. Todo lo demás puede ser expuesto libremente en el foro público sin problema alguno, o al menos yo creo que debiera ser así. Y no vamos a entrar a dilucidar cuáles puedan ser las razones para penalizar cualquier comentario que venga a mostrar simpatía hacia la figura de Hitler o Mussolini mientras asistimos impertérritos a la beatificación secular de personajes tan odiosos como Fidel Castro o el Che Guevara, por no hablar de individuos de la calaña de Stalin o Mao, a quienes se puede alabar en público en cualquiera de nuestros países sin arriesgarse a sufrir demanda judicial alguna.

En todo caso, el problema es que las dos cosas que afirmó Le Pen son históricamente ciertas, por más que nos duela oírlas de los labios de un fascista medio reconvertido. La realidad es que las cámaras de gas, con toda su importancia, fueron uno más de los tantos incidentes que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial, y ni siquiera fue el que causó mayor número de víctimas, como todo el mundo sabe. Es más, ¿quién establece que el Holocausto tuvo mayor importancia histórica que el lanzamiento de la bomba nuclear en Hiroshima y Nagasaki o el bombardeo indiscriminado de la población civil por primera vez en la Historia? Precisamente porque estas cosas son tan subjetivas, más vale dejarlas a la conciencia de cada cual en lugar de permitir que sea el Estado quien nos diga qué debemos pensar, aunque el precio a pagar sea oír de cuando en cuando a un facha redomado como Le Pen soltar un par de sandeces. Y por lo que hace a su otra afirmación, tiene más razón que un santo, la verdad sea dicha. ¿Quién puede probar que la ocupación nazi de Francia fuera más sangrienta que la de Rusia, por ejemplo? ¿Es que alguien que sepa de qué está hablando va a aceptar siquiera tamaño despropósito? No me parece lógico, aunque todos conocemos la tendencia francesa a magnificar su lucha contra el fascismo mucho más allá de lo que cualquier evidencia histórica puede acreditar. Oyéndoles a ellos contar su versión de la Historia casi se diría que París no fue liberada por las tropas estadounidenses, sino por la Francia Libre del general De Gaulle poco antes de que, junto a los miembros de la resistencia, se lanzaran a la conquista de Alemania. Bien está que a los franceses les guste contarse esta historieta para congratularse de lo maravillosos que son, pero no me parece nada democrático que la impongan por la fuerza. {enlace a esta historia}

[Thu Mar 26 13:21:01 CET 2009]

He de reconocer que el excesivo conservadurismo de ciertos sectores de la sociedad sevillana casi me saca de mis casillas. De hecho, va bastante más allá de ser un mero conservadurismo para convertirse en tradicionalismo reaccionario del que se empeña en volver las manecillas del reloj, siempre obsesionado con las supuestas glorias del pasado en lugar de mirar hacia un futuro que, me atrevería a decir, se nos está escapando de las manos si no despertamos a tiempo. Como no podía ser menos, ahora estos sectores reaccionarios demandan que el Alcalde desmonte las catenarias que usa el Metrocentro para no interferir en el goce visual de las procesiones de Semana Sante. O, lo que es lo mismo, que exigen que el Ayuntamiento desembolso una buena cantidad de dinero en desmontar (y luego volver a montar, por supuesto) las susodichas catenarias por lo que a fin de cuentas no es sino un argumento meramente estético. La foto que usa el diario Abc para ilustrar la noticia es propaganda pura y dura, aunque eso no sorprende para nada en ellos. Que quede algo bien claro: reconozco la importancia de las hermandades en la vida sevillana (todo hay que decirlo, fundamentalmente cuando se acerca la Semana Santa, porque bien poco se les ve y se les oye durante el resto del año, al menos en lo que respecta a la resolución de los problemas de los ciudadanos), pero eso no quita para que me disguste la actitud que tienen desde siempre de considerar que todo en la ciudad ha de girar necesariamente en torno a ellos y sus necesidades, como si no existiera otras cosa que hermandades en Sevilla. Bien está reconocer la tradición, pero sin mirar hacia el futuro y llevar a cabo no sólo las inversiones que son necesarias (aquí en Sevilla si cabe más que en muchas otras grandes ciudades) para modernizar nuestras infraestructuras y, sobre todo, nuestra economía, no vamos a ningún lado. Hay veces que las hermandades me recuerdan a la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal por pararse a mirar atrás. Si la maldición bíblica volviera a hacerse realidad aquí en Sevilla, no nos haría falta comprar sal para el gazpacho en bastante tiempo. Ya va siendo hora de construir la Sevilla científica y tecnológica del futuro y pongamos las capillitas y las copitas de fino en la puerta de las casetas en segundo plano o nos va a coger el toro y luego todo serán lamentos. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 25 10:05:48 CET 2009]

De verdad que hay ciertas cosas que pasan en este país que uno no acierta a entender. Leyendo una noticia en El Periódico de Catalunya sobre los apuros que están pasando los socialistas para conseguir una mayoría más o menos estable en el Congreso se encuentra uno con la referencia a una propuesta del PP "a favor de un principio de igualdad entre todas las policías en España" que, sencillamente, me parece una sinrazón. El argumento que usan los populares ya nos lo sabemos de sobra: tan ciudadano español es el agente de policía que trabaja en Cataluña para su policía autonómica como el que lo hace en Andalucía. Pues sí, claro. ¿Qué duda cabe que esto es así? Sin embargo, tan español es también el agente que trabaja para la Policía Local de Madrid como el que lo hace para la de Almendralejo y, sin embargo, los salarios no son iguales y sus reglamentos tampoco. Lo que me parece mentira es que sean precisamente nuestros liberal-conservadores quienes, asiéndose a un concepto de igualdad basado en excusas patrióticas, traten de implantar una política de café para todos que, en principio, bien poco tiene que ver con el credo del liberalismo ideológico. Tan igualitaristas se nos están volviendo que lo mismo llevan a cabo un interesante sorpasso de sus colegas de IU por la izquierda. Por cierto, que me parece interesante que no planteen el mismo tipo de igualitarismo cuando se trata de los sueldos de presidentes y diputados autonómicos o los alcaldes. Después de todo, que yo sepa, todos ellos son igualmente ciudadanos españoles. Es lo que tiene sumarse a todas las protestas ciudadanas que se presenten con tal de desgastar al Gobierno y sin plantearse siquiera si concuerdan con el programa propio... asumiendo que se tenga uno más allá de ganar unas elecciones, claro. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 25 09:24:41 CET 2009]

Me ha parecido bastante simpática la viñeta de El Roto publicada hoy por El País, aunque no creo que el sistema se esté derrumbando todavía, no.

{enlace a esta historia}

[Wed Mar 25 09:12:03 CET 2009]

Leíamos ayer en ABC que la discográfica de Amy Winehouse rechaza los temas para su tercer disco por ser demasiado reggae. No tiene más remedio uno que preguntarse dónde quedaron todos aquellos preciosos discursos en defensa de la libertad creativa del artista que lanzan las grandes firmas cuando se trata de debatir el tema del pirateo. Al parecer, son de aplicación limitada. El encabezamiento de la noticia no tiene desperdicio desde luego:

La discográfica de Amy Winehouse, Island Records, ha rechazado los temas que la cantante ha grabado para su tercer álbum durante su estancia en el Caribe al considerar que no satisfacen las expectativas generadas tras el gran éxito de Back to Black, según publica The Sun.

Island Records, que también representa a artistas como Razorlight o Duffy, cree que el contenido de la maqueta se centra demasiado en la relación de la estrella con Blake Fielder-Civil, del que se separó en noviembre, y tienen además demasiada influencia "reggae", rompiendo con su anterior estilo más "soul".

Desde luego, tiene bemoles la cosa. Al parecer, Island Records juzga incluso si las letras de las canciones están demasiado centradas en algún individuo particular. ¿Y si pusieran los temas en la Internet a u precio reducido para que sean los aficionados quienes puedan decidir? De todos modos, es bien posible que tarde o temprano acaben en el mercado ilegal, le guste a la discográfica o no. Pero supongo que esta propuesta es demasiado razonable para ellos. Prefieren hacer las cosas al estilo de siempre, imponiendo sus propias consideraciones crematísticas (que pueden o no estar equivocadas) sobre los artistas y los aficionados, para después pasar a quejarse de que hay demasiado tráfico ilegal de música en la Red. ¡Estupendo! {enlace a esta historia}

[Sun Mar 22 16:51:57 CET 2009]

No tiene desperdicio la lectura de Nación católica, el artículo de Justo Navarro publicado hoy en la edición andaluza de El País:

Aquí nos asombra que los católicos sean católicos y defiendan consecuentemente sus doctrinas con todos los medios a su alcance y desde todos los puntos donde tienen influencia. Cardenales, obispos, curas, monjas, antiguos alumnos de colegios católicos, colegios católicos, penitentes, rocieros y romeros en general procurarán armar el mayor ruido posible, que hoy día puede ser mucho. Lo más disparatado del caso es que a principios de los años ochenta del siglo XX la Semana Santa y las romerías estaban en silencio, en decadencia, sin prestigio, en vías de extinción, y las izquierdas, socialistas y poscomunistas, se empeñaron con verdadero fervor en resucitar las procesiones, las cofradías, las hermandades, las estatuas ambulantes, el tambor y la trompeta, la campana, la unión del trono y el altar con escolta del Ejército.

(...)

Lo que parece no gustar ahora a los socialistas es que la religión se meta en política, aunque el aborto para un católico sea un asunto moral, y un asunto moral sea la política. Los políticos, eso sí, se meten en las procesiones y en los bautizos y funerales católicos de Estado. ¿No tiene derecho la mimada Iglesia católica a decir públicamente que está en contra del aborto, de la Ley de Aborto, de la reforma de la Ley de Aborto? Sólo me explico tanto contrasentido por las cualidades del país, un país de hondas tradiciones católicas: une a la hipocresía y el disparate una concepción clientelar del poder. Así que los gobernantes socialistas, que prestan su apoyo y protección a la Iglesia católica, exigen que la Iglesia colabore con los gobernantes socialistas, es decir, que en este momento se calle.

No es muy distinto de lo que he escrito aquí en otras ocasiones. Allá a principios de los ochenta parecía que ciertas celebraciones religiosas pervivirían, pero sin que nadie pudiera llegar a identificarlas con la sociedad en su conjunto. La secularización avanzaba imparable y, con ella, también parecíamos ir abandonando los intolerantes esencialismos de antaño que llegaban a identificar al "buen español" o al "buen andaluz" con ciertas prácticas que no dejaban de ser evidentemente parciales y cargadas de ideología conservadora. Pues bien, de alguna forma, los socialistas logramos insuflarles un nuevo vigor durante aquella década gracias al erario público y a las campañas de los medios de comunicación, por no hablar del retorno al folclore como raíz de nuestra supuesta identidad colectiva. Todo ello, por cierto, muy poco socialista y hasta poco liberal, la verdad. Por desgracia, en los últimos veinte años hemos desandado el camino andado durante los primeros diez años de nuestra democracia, cuando parecía que finalmente cada individuo sería capaz de cosntruir su propia identidad sin peligro de ser considerado "poco español" o "poco andaluz". Y lo que más me duele es que los socialistas tenemos buena parte de culpa en ello. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 22 16:23:03 CET 2009]

Me ha encantado el artículo de Javier Cercas publicado hoy en El País Semanal sobre la biblioteca personal de Hitler. Al parecer, ha salido a la luz recientemente un linro de Timothy Ryback titulado La biblioteca privada de Hitler. Los libros que moldearon su vida en el que se repasan los libros que se encontraron en la biblioteca personal del dictador. Ni Cercas ni nosotros podemos hablar del contenido del libro sino de oídas (en su caso, a través de un artículo escrito por Jacinto Antón sobre el libro, y en el mío, a través de los comentarios de Cercas) pero, no obstante, podemos alcanzar algunas conclusiones que me parecen sin duda interesantes:

La primera noticia que da Antón —que da Ryback— no es noticia: Hitler era un lector compulsivo. Primera observación: ser un lector compulsivo no garantiza que no te entren ganas de organizar el Holocausto. Esto es una obviedad, pero es una obviedad que no conviene olvidar, sobre todo no nos conviene olvidarla a los lectores compulsivos. Nietzsche decía que el mucho leer embota, y también que hay gente que lee para no pensar. Así es al parecer como leía Hitler: para no pensar, o, lo que es lo mismo, para confirmarse en sus propias ideas, para continuar siendo quien ya era. Segunda observación: leer sólo es leer de verdad cuando la lectura no confirma, sino que nos saca de nuestras casillas. Antón —Ryback— observa también que Hitler jamás leía por placer, y que lo hacía a velocidades supersónicas: a veces, un libro por noche. Sobre esto último es inevitable recordar el chiste de Woody Allen, quien aseguraba haber leído Guerra y paz siguiendo el método Kennedy de lectura rápida. "Funcionó", dice Allen. "Leí la novela en un par de horas: va de Rusia"; en cuanto a lo primero, quizá podría ayudar a proscribir para siempre de nuestras escuelas y universidades la expresión lectura obligatoria, un oxímoron peligroso. La cuarta observación es doble: lo que cuenta no es leer mucho, sino leer bien, es decir, leer a la velocidad que exige el libro, que casi siempre es lenta; lo que no se lee por placer, casi nunca merece la pena leerse, mientras que lo que merece la pena leerse es aquello que, en cuanto se termina de leer, uno quiere de inmediato releer. Por lo que se refiere al contenido de las lecturas de Hitler, era previsible que estuviera básicamente integrado por basura —mamarrachadas ocultistas y seudocientíficas y vomitonas antisemitas—, pero a algunos quizá les sorprenda saber que al Führer no le gustaban las novelas; a mí, perdónenme la inmodestia, no. Desde que nació, la novela ha sido juzgada con desprecio por la gente seria, que la ha considerado siempre un entretenimiento frívolo sólo apto para desocupados: ¿por qué leer mentiras cuando se pueden leer verdades?; además, la novela es un género esencialmente irónico —un g´nero que dice que las cosas no son ni blancas ni negras, ni siquiera grises, sino blancas y negras y grises al mismo tiempo: Don Quijote es uno de los individuos más ridículos de la historia, pero también uno de los más heoricos—, y a la gente seria no le gusta la ironía, ese instrumento diabólico que en vez de simplificar las cosas las complica. Quinta observación: hay que desconfiar de la gente seria; en particular hay que desconfiar de quienes no leen novelas; en particular hay que desconfiar de esos intelectuales y políticos que afirman ser grandes lectores, pero no lectores de novelas porque les importa demasiado la verdad como para perder el tiempo con mentiras, y hay que desconfiar de ellos porque el énfasis en la verdad delata al mentiroso. Anoto dos noticias más que dan Antón y Ryback: la primera es que, contra lo que él mismo decía, Hitler apenas había leído a Nietzsche y a Schopenhauer; la segunda es que, contra lo que podría pensarse, en la biblioteca de Hitler apenas había pornografía. Penúltima conclusión: no se pierdan a Nietzsche y a Schopenhauer, que son dos de los filósofos más literarios que existen, y dos de los que se leen con mayor placer. Última: si Hitler no consumía pornografía, algo bueno tendrá la pornografía.

Estoy completamente de acuerdo con todo lo señalado por Cercas (y, de hecho, creo recordar haber escrito sobre el tema de la repulsión que sienten los caracteres dogmáticos hacia la novela en estas mismas páginas hace ya tiempo), aunque he de añadir otro género a la lista de los más aborrecidos por dictadores de todo pelaje: la poesía, sobre todo la que no está comprometida con un programa político. Todavía he de encontrarme un solo personaje dogmático o extremista que realmente sea capaz de comentar una novela o un libro de poesía no "comprometida" más allá de cuatro generalidades aprendidas en la escuela o en los medios de comunicación. Y es que, como bien indica Cercas, el dogmático no lee por placer ni por ponerse en el pellejo de los otros, sino tan sólo para confirmar sus propias opiniones. ¿Qué mejor para ello que la diatriba (me niego a llamarlo ensayo, pues es de todo menos eso)?

Por cierto, permítanme un aparte sobre otro tema que Cercas se limita a dejar apuntado: el de lo que él llama pornografía. La literatura erótica es otro de los géneros siempre aborrecidos por extremistas de todo tipo. Merecería la pena reflexionar sobre ello. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 22 15:53:25 CET 2009]

Si hay algo que siempre he intentado evitar tanto en mis escritos como en mi práctica política —práctica que se desarrolla, obviamente, a un nivel de escasa relevancia— es la visión dogmática, justiciera, que se esfuerza por presentarlo todo en blanco y negro, como si fuera necesario lanzar cruzadas y excomuniones para afirmar las opiniones propias. Las cosas no suelen ser tan fáciles, aunque, como siempre, haya sus excepciones. Viene todo esto a cuento de la reciente decisión del Gobierno de Zapatero de retirar las tropas españolas destacadas en Kosovo. Se trata de uno de esos casos en los que, me parece, la razón asiste a ambas partes. Estoy convencido de que, tanto el Gobierno de Zapatero como la Administración de Obama, están usando unos argumentos perfectamente lógicos que, sin embargo, llevan a conclusiones dispares. Me explico. Tenemos, por un lado, a un Gobierno español que no reconoció la independencia de Kosovo hace poco más de un año y que, sin embargo, tiene tropas destacadas allí para defender precisamente dicha independencia que, dicho sea de paso, considera perjudicial para sus propios intereses por lo que ello pueda suponer de contradicción en lo que respecta a aspectos de política doméstica, sobre todo a la hora de hacer frente a los argumentos soberanistas de los independentistas vascos y catalanes. Y debemos recordar, también, que pese a todo el Gobierno no retiró a las tropas inmediatamente hace un año sino que, atendiendo a consideraciones de solidaridad internacional, eligió prorrogar su presencia en Kosovo temporalmente. Pero, por otro lado, tenemos a una Administración estadounidense que ya no puede ser acusada de arrogante y militarista, como era el caso de la Administración Bush, y a unos aliados nuestros de la OTAN que también tienen tropas destacadas en el país para contribuir al mantenimiento de la paz y que, sin duda, se verían afectados por nuestra retirada. Y, lo que es más importante, no debemos olvidar que se trata de una operación iniciada para sostener unos acuerdos de paz y evitar una nueva guerra en el polvorín de los Balcanes.

En definitiva que, se tome la decisión que se tome, no creo que podamos señalar tan fácilmente en qué consiste la decisión moralmente aceptable. Sin embargo, me parece que en lo que concierne a lo estrictamente político, el Gobierno de Zapatero ha tomado la decisión equivocada. ¿Y por qué digo esto? Fundamentalmente por dos razones: en primer lugar, porque no es la primera vez que fallamos a nuestros aliados (también nos retiramos deprisa y corriendo de Irak, por más que las circunstancias fueran bien distintas) y estamos comenzando a consolidar la idea entre nuestros aliados de que no somos de fiar, lo cual no es nada bueno en asuntos de política exterior; y, segundo, porque no debemos perder de vista jamás que la octava potencia económica del mundo (algo de lo que tanto nos enorgullecimos recientemente) ha de tener también una serie de responsabilidades internacionales a las que parece que siempre queramos dar la espalda. No hace falta menos Europa en el mundo, sino quizá más de la que estamos ofreciendo. De nada vale ver los toros desde la barrera, siempre criticando y lanzando puyas al torero americano sin ser capaces de ofrecer alternativa alguna, desde la impotencia (y la comodidad, todo hay que decirlo) del espectador en su sofá. Ha llegado el momento de comprometerse seriamente en la política internacional y medidas como ésta envían, me parece, un mensaje ambiguo y confuso, de pacifismo ramplón o, incluso peor, de indiferencia ante el futuro de otras naciones y aislacionismo. {enlace a esta historia}

[Thu Mar 19 07:52:56 CET 2009]

Me ha gustado el editorial de El País publicado hoy sobre las declaraciones del Papa contra el uso del preservativo como método de prevención del SIDA:

Detrás de un mensaje tan irresponsable se esconde la confusa relación de la jerarquía católica con todo lo relacionado con el sexo. Roma defiende la abstinencia incluso dentro del matrimonio, como único medio para impedir la transmisión del sida. ¿Se refiere el Papa al peligro de la promiscuidad cuando dice que el preservativo sólo aumenta el problema? Tras atacar el uso del condón, el Pontífice ha abogado por "una humanización de la sexualidad"; como si fuera la protección lo que la deshumanizara.

La jerarquía de Roma sigue dando la espalda a los problemas de la sociedad. No es de extrañar que pierda fieles cada día, a pesar de la encomiable labor que realizan muchos creyentes y religiosos, y especialmente en África, continente que necesita recursos sanitarios y preventivos, como el condón, para frenar esta sangría. Que a estas alturas algún vaticanista apunte como avance que el Papa haya mencionado por ver primera la palabra "preservativo" da la medida de hasta qué punto del tren de Roma quedó atascado en algún oscuro túnel del pasado.

No me parece necesario añadir mucho más. La actitud de la Iglesia estos días me recuerda la de los dirigentes de un partido político que está perdiendo apoyo entre los votantes y, en lugar de plantearse qué está haciendo mal, prefiere interpretarlo todo como una vasta conjura contra sus intereses. De la misma forma, la Iglesia no se está preguntando en qué está fallando para ir pediendo fieles como los están perdiendo, sino que prefiere lanzar proclamas contra los infieles y excomulgar a los herejes, en lugar de esforzarse por adaptar la institución a los tiempos que corren. {enlace a esta historia}

[Tue Mar 17 12:14:22 CET 2009]

Curioso artículo de César Molinas el que ha publicado hoy El País. Tras manifestar su acuerdo con Fukuyama sobre el hecho de que la Historia puede considerarse finiquitada (al menos en la interpretación hegeliana de la misma como historia de las ideas), Molinas reconoce que España jamás logró subirse a tiempo al carro de la Modernidad pero, precisamente por ello, está ahora en mejores condiciones de afrontar los riesgos y problemas del futuro global que ya está llamando a nuestras puertas.

España ha estado ausente de este proceso. Nuestras guerras en los últimos dos siglos han sido guerras civiles, que son divisivas en vez de cohesivas. Francia, por ejemplo, se ha hecho francesa matando alemanes. España se ha hecho española matanto españoles. El resultado es un Estado-nación a medio cocer, mucho menos cohesionado que el francés, o el alemán, o el británico. No debería sorprender que en nuestro país suscite más adhesión la selección de fútbol que la bandera nacional, que, dicho sea de paso, sigue siendo utilizada como arma arrojadiza por los representantes de una mitad de los españoles contra los de la otra mitad. No debería sorprender que en España no haya políticas de Estado basadas en acuerdos permanentes de las principales fuerzas políticas. La política exterior cambia con el gobierno de turno: no está bien definido ni tan siquiera el concepto básico, que es el de interés nacional. Tampoco hay políticas de Estado en justicia, descentralización, energía, educación... ni las habrá, porque no las puede haber. España no es un Estado-nación moderno y, por lo dicho hasta aquí, debería quedar claro que nunca lo será. La Historia ha terminado y no se puede acceder a ella ni entrando en nuevas guerras ni participando en conferencias internacionales, por importantes que unas y otras sean.

Todo esto, lejos de ser un lastre, sitúa a España en una posición aventajada para encarar los retos que plantean la globalización y el tránsito a la posmodernidad. España tiene mucho que ganar y poco que perder. Para ver por qué, es útil comenzar por una caracterización en positivo de la posmodernidad. Cuatro apuntes bastarán. En la posmodernidad lo transnacional crece a expensas de lo internacional; gracias a Internet, todo el mundo puede identificarse con una minoría, o con varias, estableciéndose nuevas referencias identitarias que cuestionan el monolitismo al que aspira la modernidad; el Estado moderno aspira a maximizar el bienestar de sus ciudadanos, el postmoderno a maximizar las oportunidades que se les ofrence; el Estado moderno centraliza, el postmoderno descentraliza, explora nuevas formas de democracia, da más papel al mercado, etc.

La sociedad española ha demostrado en las últimas décadas ser muy adaptable al cambio cultural. No hay otro país en Europa que haya cambiado tanto. Está descentralizada y sigue descentralizándose. Las regiones funcionan como minorías identitarias. Y las grandes empresas, junto con muchas medianas, están a la cabeza mundial de la transnacionalidad. Además, la gravedad de la actual crisis económica forzará a más cambios, y muy profundos.

(...)

Estas reflexiones deberían, en mi opinión, orientar el amplio programa de reforma estructural que necesita España. Hay que adoptar una visión estratégica del interés nacional que deje de obsesionarse por una modernidad inalcanzable, apueste firmemente por la posmodernidad y sea consciente de que los mayores riesgos vendrán de la neomodernidad —por usar el feliz neologismo de Fernando Vallespín—. La actual crisis global, económica y financiera pero que será también institucional y social, está provocando una vuelta a los cuarteles de invierno de la modernidad. Es una crisis de dimensión desconocida, cuyas causas y mecanismos de transmisión no se comprenden bien y cuya duración no es posible aventurar. Resulta explicable que, ante tanta incertidumbnre, se busque refugio en viejas certezas. Esto es la neomodernidad: la política internacional cobra nuevo protagonismo, se refuerzan los mecanismos de protección social y el Estado se hace omnipresente como solucionador de problemas. Parafraseando a Comte-Sponville, se busca la modernidad a la luz de una candela. En mi opinión, y en esto discrepo de Vallespín, la posmodernidad no está muertea: está pasando su primera —y muy seria— crisis de juventud. Saldrá más madura y reforzada. En cualquier caso, a España le irá mucho mejor en el siglo XXI si acierto que si yerro.

Son tantas las cosas que cubre Molinas que no sabe uno por dónde empezar. Veamos. En primer lugar, no estoy completamente de acuerdo con sus comentarios respecto a la ausencia de políticas de Estado en nuestro país. Cierto, se dan menos que en otros lugares, pero creo que ello es más debido a las necesidades estratégicas de una derecha que necesita tensar la cuerda para ganar elecciones fomentando la abstención entre los votantes socialistas que a cualquier otra consideración. Es más, creo que se equivoca al señalar la inexistencia de una política exterior de consenso. Estoy convencido de que la ha habido, cuando menos, desde el famoso cambio de posición del PSOE con respecto a la OTAN durante la primera mitad de los ochenta. Desde entonces, las líneas maestras de nuestra política exterior (integración en la OTAN y la UE, relaciones especiales con Latinoamérica y el Magreb, etc.) se han mantenido pese a los cambios de gobierno. Ha habido, por supuesto, retoques aquí y allá, e incluso cambios de rumbo en algunos asuntos en particular, pero lo mismo puede decirse de países como EEUU. El hecho es que, a grandes rasgos, sí que tenemos un consenso claro en asuntos de política exterior o política antiterrorista, por poner tan sólo dos ejemplos.

Segundo, estoy completamente de acuerdo con las consideraciones que hace Molinas con respecto al hecho de que nuestro Estado-nación esté aún a medio cocer y que, después de todo, pueda ser algo hasta positivo. Ya he escrito sobre esto en varias ocasiones en estas mismas páginas. No comparto el temor que parecen sentir tantos otros sobre la desmembración de España. Para empezar, es que jamás he concebido España como algo unívoco o compacto, sino más bien como un ente plural y multicultural. En este sentido, me siento más cómodo con ciertas concepciones catalanistas que con otra cosa. Pero es que, además, como en el caso de Molinas, estoy convencido de que esto, lejos de ser un problema, es de hecho algo que juega a nuestro favor. Sencillamente, vamos hacia un mundo más líquido (tomo prestado aquí un término de Zygmunt Bauman), fluido, cambiante, globalizado y multicultural. Se trata de un mundo donde ya no será tan fácil dibujar fronteras nacionales y donde la identidad individual de cada cual sufrirá varias transformaciones a lo largo de nuestras vidas, por no hablar de las identidades colectivas. En definitiva, que lo que se nos viene encima es un mundo al estilo del cubo de Rubik, donde cabe un número casi infinito de combinaciones distintas. Frente a esto, cualquier afirmación que queramos hacer de conceptos e identidades sólidamente establecidas no irá sino en nuestro propio perjuicio. Por consiguiente, una España que continúa definiéndose conforme afronta los problemas no debiera atemorizarnos, sino más bien al contrario. Se trata de una garantía de flexibilidad y capacidad de adaptación al entorno.

Pero es que, finalmente, y relacionado estrechamente con lo que acabo de comentar en el párrafo anterior, creo que también tiene razón Molinas al afirmar la posmodernidad frente a los intentos de recuperar el Modernismo. No se trata de que lo posmoderno esté más o menos de moda, sino del hecho fehaciente y compronado de que está aquí. Sencillamente, es donde vivimos. La realidad que nos circunda es postmoderna, queramos o no verlo, nos guste o no. Entiendo perfectamente que busquemos cobijo en las certezas de antaño, pero no por repetirlas como un mantra van a convertise ahora en verdad. {enlace a esta historia}

[Mon Mar 16 15:49:18 CET 2009]

Da un poco de envidia ver (o, mejor dicho, leer) lo bien que está el escritor Francisco Ayala a sus 103 años de edad. No sólo continúa lúcido, sino que además es todavía capaz de soltar cosas como esta frase sobre la patria:

"Le doy a la patria un valor accidental; no es esencia, sino circunstancia".

Claro que, como ya advirtiera Ortega en su momento, "yo soy yo y mis circunstancias". Las circunstancias también cuentan lo suyo, nos pongamos como nos pongamos. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 15 17:32:04 CET 2009]

Me ha gustado bastante el artículo de Moisés Naím sobre los efectos de esta crisis económica en los regímenes democráticos publicado hoy en El País. Tras preguntarse cuántas de las democracias más jóvenes sobrevivirán los estragos de la crisis, Naím comenta:

Es aún muy temprano para aventurar respuestas, ya que la tormenta está en su apogeo. Sin embargo, hay estudios recientes que, si bien no ofrecen respuestas definitivas, nos dan algunas claves sobre los determinantes de la democracia y, por lo tanto, sobre los factores que inciden en su sobrevivencia. Los profesores Ethan Kapstein y Nathan Converse, por ejemplo, estudiaron las 123 democracias que nacieron entre 1960 y 2004. En Europa Occidental aparecieron cuatro (una en los años sesenta y tres en los setenta), en Europa Oriental nacieron 21 (casi todas en los noventa); en Latinoamérica, 26 (la mayoría en las dos décadas pasadas), sólo tres en Oriente Próximo y el norte de África, mientras que la gran mayoría surgió en el África subsahariana. Estas "democracias jóvenes" son muy frágiles, sobre todo al principio, y 56 de ellas experimentaron crisis que las revirtieron a sistemas autoritarios. Sorprendentemente, este estudio no encuentra evidencia estadística que indique que la situación económica es el factor determinante de los reveses democráticos, como tampoco encuentra que lo fueran las reformas tendentes a liberalizar la economía. Las nuevas democracias de Europa Oriental, por ejemplo, a pesar de afrontar una muy mala situación económica durante sus primeros años, sólo sufrieron reversions autoritarias en el 9% de los casos. En cambio, el 56% de las democracias de Asia sufrieron reveses aunque sus economías crecían muy aceleradamente. Esta investigación también examinó otros factores: nivel de ingreso por persona, desigualdad económica, aumentos en el gasto público, cambio sen los índices de mortalidad infantil, fragmentación étnica o sistema de gobierno (presidencial o parlamentario). Ninguna de estas variables aparece como una causa preponderante de la pérdida de regímenes democráticos. En cambio, el factor más importante resulta ser la eficacia de los límites que tiene el jefe del Gobierno para actuar de manera autónoma de otros poderes públicos —parlamento, poder judicial, etc.— En el 70% de las democracias que cayeron en el autoritarimos, el jefe del Gobierno operaba con pocas restricciones a su autonomía.

El estudio de Kapstein y Converse me parece un magnífico ejemplo de Ciencia Política, consistente en el estudio empírico de hipótesis que han de ser contrastadas con la realidad, y no meramente en entregarse en cuerpo y alma a disquisiciones teóricas sobre el sexo de los ángeles basadas en el catecismo de cada cual, como habitualmente suele entenderse por estos lares. Y es que, por desgracia, en España no contamos con una tradición empírica demasiado arraigada y preferimos siempre la mera teorización, algo muy escolástico sin duda. En todo caso, lo que me llama la atención del estudio de Kapstein y Converse es lo maravillosamente bien que se aplica al caso venezolano, donde Chávez está haciendo todo lo que puede para extender su poder personal a costa de todo lo demás. Nada tendría de extrañar que el país acabara decantándose hacia un autoritarismo personalista como el de Fidel en Cuba. De hecho, tiene todos los visos de ir por ese camino. {enlace a esta historia}

[Sat Mar 14 19:51:47 CET 2009]

Hoy nos enteramos de que Chávez ha prohibido la exposición Bodies Revealed en Venezuela usando el argumento de que se trata de una "barbarie" que, según él, sólo puede atribuirse a "la inmensa descomposición moral que sacude al planeta". O, lo que es lo mismo, que con esta decisión Chávez se comporta como cualquier iluminado integrista, obligando al resto de venezolanos a seguir las normas morales que él considera correctas. Una vez más, los extremos se tocan. {enlace a esta historia}

[Fri Mar 13 09:54:11 CET 2009]

Seré honesto, no sucede a menudo que esté de acuerdo con lo que afirma el ex-presidente del Gobierno, pero en esta ocasión debo reconocer que comparto el llamamiento de Aznar a que se ponga fin al embargo a Cuba. Y que conste que comparto no solamente su llamamiento (algo que, obviamente, defienden también hasta los militantes más acérrimos del PCE), sino también el análisis general que hace del tema. Aznar defiende el fin del embargo para favorecer "el avance hacia la democracia", convencido como está de que sólo sirve para alimentar los argumentos del régimen castrista mientras que la apertura y la libertad de comercio acabarían probablemente por favorecer el avance hacia la democracia. Como digo, comparto al 100 por cien estos comentarios. Pero es que, además, también estoy de acuerdo con Aznar en calificar al régimen castrista de despótico (no sé de qué otra forma pueda calificarse a un régimen donde se encarcela a cualquiera que haga pública sus críticas a quien lleva en el poder más de cinco décadas) y, sobre todo, en subrayar que la responsabilidad por la pobreza que aflige a los cubanos no resta ni única ni principalmente en los hombros de los diferentes presidentes estadounidenses que se han mantenido firmes en la política de embargo iniciada por John F. Kennedy, sino que es en buena parte la consecuencia directa de los propios errores del comunismo. Precisamente por esto debiera ser más prioritario que nunca poner fin al embargo. Hoy es más necesario que nunca demostrarles a los cubanos que el sistema político que sufren no es sólo cruel y despótico, sino que además les sumerge en la pobreza. {enlace a esta historia}

[Thu Mar 12 08:40:54 CET 2009]

Si ayer escribíamos sobre las propuestas del Presidente de la Generalitat para reactivar la economía, hoy nos encontramos con una noticia publicada por El Periódico de Catalunya sobre la reacción al discurso de Montilla de ayer. No sorprende nada que sindicatos y representantes de ICV le hayan criticado por defender medidas liberalizadoras, ni tampoco que empresarios y portavoces de CiU hayan visto el discurso con buenos ojos. Más interesante me parece, en cambio, que fuentes del Ministerio de Economía hayan alabado las propuestas y, sobre todo, que CiU se muestre dispuesta a alcanzar acuerdos similares a los famosos Pactos de La Moncloa. Siempre he creído que CiU representaba a la derecha moderna y civilizada que este país necesita. Es una pena que el PP no haya aprendido mucho de ellos en más de treinta años de democracia. En cualquier caso, veo lógico y normal que las palabras de Montilla generen debate. Bienvenidos sean muchos más debates como éste, sobre propuestas constructivas y no sobre insultos y chascarrillos lanzados contra el oponente, como por desgracia suele suceder. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 11 15:36:23 CET 2009]

Con la que está cayendo y teniendo en cuenta lo fácil que es entregarse al fervor anticapitalista más primarios en estos momentos de crisis, me parece loable que Montilla haya hecho un llamamiento público a la liberalización de ciertos mercados y la reforma de las partes más rígidas de nuestro sistema económico. Según nos cuentan en La Vanguardia:

José Montilla se despojó ayer de los corsés ideológicos y ante la plan mayor del empresariado catalán y de su Govern tricolor desgajó un recetario económico para afrontar la crisis basado en la defensa de un amplio paquete de reformas liberalizadoras. Si no se afrontan, dijo el president durante una solemne conferencia en el Cercle Financier de La Caixa, "la situación aún puede empeorar más".

Entre las más importantes señaló la reforma del mercado laboral, el de la vivienda, el sistema educativo, y también el de los sectores regulados como el de los servicios y comercio, el transporte y la energía.

(...)

...Montilla se mostró totalmente convencido de que este es el camino y que, incluso, hay que abrir una reflexión sobre la "sostenibilidad del Estado de bienestar y de la viabilidad de un sistema sanitario" de gratuidad total. Para el president, durante los largos años de crecimiento España ha perdido un tiempo precioso para afrontar algunas reformas.

"No se ve la luz al final del túnel", dijo para advertir que las reformas han de afrontarse con carácter de urgencia y que Zapatero, mucho más reacio, debe arremangarse si no quiere que España acabe naufragando. Sobre el mercado laboral, consideró que debe fomentarse la movilidad de los trabajadores, se han de revisarse los procesos de negociación colectiva y, asimismo, adecuar los costes a la productividad.

Siguiendo con este recetario de corte liberal, que no es el mismo que el que está predicando el Gobierno y en cambio podría encontrar complicidades con CiU, el presidente abogó por la reforma del mercado de la vivienda —con una mayor flexibilidad en los contratos de alquiler— y una mayor competitividad en el mercado energético. Sobre este tema también fue más allá que sus colegas del Ejecutivo central cuando propuso abrir un debate sobre las fuentes de energía que se pueden utilizar, no descartando de entrada la nuclear.

En fin, que Montilla plantea un auténtico debate sobre las medidas que hayamos de tomar para hacer frente a la crisis económica que tenemos entre manos, lo cual me parece de lo más respetable. Nada hay más nefasto que plantearse estos asuntos desde el punto de vista altamente ideologizado —o, peor aún, iluminado por los miopes intereses partidistas— que tan de moda se está poniendo entre cierta gente últimamente. Ya he escrito aquí en otras ocasiones que corremos el riesgo de pasarnos de un extremo —el de las políticas ultraliberales que se han venido aplicando desde el imparable ascenso de Margaret Thatcher y Ronald Reagan a finales de los setenta— a otro no menos peligroso —el izquierdismo estatizante y retórico. A los socialdemócratas no nos corresponde situarnos ni en un extremo ni en el otro. Cierto, los excesos desrreguladores del neoliberalismo acabaron por desestabilizar el sistema financiero internacional, pero eso no es argumento suficiente para defender ahora una política de regulaciones en todos sitios, en todo momento y afectando a cualquier actividad económica. De esa forma demostraríamos haber aprendido bien poco de los errores del pasado. Y, como bien indica Montilla, nuestra economía es aún demasiado rígida en ciertos aspectos (la falta de movilidad de la mano de obra, la excesiva carga burocrática a la hora de hacer negocios o la inflexibilidad de los procesos de negociación colectiva son tan sólo algunos ejemplos) y necesitamos dinamizarla. En cualquier caso, bienvenido sea un discurso que nos presenta a un President capaz de pensar fuera de los estereotipos de siempre. {enlace a esta historia}

[Wed Mar 11 14:15:47 CET 2009]

La Vanguardia publica hoy una noticia sobre la secularización de Estados Unidos que, sin lugar a dudas, sorprenderá a no pocos conservadores a ambos lados del Atlántico. No son pocas las veces que hemos oído hablar sobre el mayor nivel de religiosidad que existe en los EEUU, algo que, en principio, me parece cierto, al menos en términos generales. Es un hecho fácilmente constatable, me parece, que la religión desempeña un papel mucho más central en la sociedad estadounidense que en la de casi cualquier país europeo. No obstante, la constatación de dicha realidad puede llamar a equívoco, pues ello no quiere decir, ni muchísimo menos, que no exista también en EEUU un buen número de agnósticos y ateos. De hecho, esta noticia viene a corroborar precisamente eso:

Los autores del trabajo detectan un paulatino abandono de los principales rituales religiosos, que tan vitales son para que las confesiones retengan a sus fieles. Según la demógrafa Ariela Keysar, una de las responsables de la investigación, la secularización puede explicarse por la "creciente diversidad y pluralidad de la sociedad, así como el individualismo, que se traduce en un cambio de valores". "La gente quiere ser ella misma, no se siente obligada a continuar en la confesión en la que se crió", declaró Keysar a La Vanguardia.

El 26 por ciento de los encuestados afirma no estar bautizado ni haber pasado por ningún rito equivalente, como la circuncisión. El 30 por ciento de los matrimonios no se casó por un rito religioso. Y el 27 por ciento no tiene interés en una ceremonia religiosa en su funeral. Tal vez esa muestra última de desapego sea el indicio más claro de la erosión de la fe en Estados Unidos.

En definitiva, unos números no tan dispares de lo que se da por nuestros países a este otro lado del Atlántico, a pesar de los prejuicios sobre la supuesta religiosidad existente en EEUU por contraposición a una Europa secularizada. Y nada de ello quiere decir, obviamente, que la religión no tenga una presencia de hecho más potente en la sociedad norteamericana. Es más, yo me atrevería a decir que, mientras que la religión suele tener una presencia más contundente y oficial en nuestros países, lo cierto es que por allá está más viva. De una u otra forma, también en los EEUU parece que se está dando una progresiva secularización no muy diferente a la que vivimos aquí hace ya bastantes años. Lo que sí puedo afirmar sin temor a equivocarme después de vivir por allá durante tantos años es que ni de lejos se trata de la sociedad cuasi integrista que muchos creen por acá. Hoy por hoy, la diversidad en la unidad sigue siendo la divisa fundamental del país, algo a lo que aún no estamos acostumbrados del todo en España. {enlace a esta historia}

[Mon Mar 9 14:51:35 CET 2009]

Desde lejos, prácticamente todo el mundo admira la belleza de Sevilla y, hasta cierto punto, hasta envidian a quienes vivimos aquí. Y, sin embargo, no hay que olvidarse que esta Sevilla de mi alma también tiene otra cara menos amable intrínsecamente unida tal vez a esa belleza tan suya: el tradicionalismo obcecado y a menudo hasta reaccionario de que se hace gala por estas tierras. Viene todo esto a cuento del escándalo que se ha montado por el proyecto de la Torre Pelli, contra el que se han alzado numerosas voces críticas casi siempre en nombre del tradicionalismo esteticista tan del gusto de miles de sevillanos. El mero hecho de que un reconocido columnista de la capital critique el proyecto porque ha sido diseñado por un "argentino que vive en Connecticut, un tal César Pelli, que no sabe dónde está la calle Sierpes" ya le da a uno qué pensar, como si únicamente los arquitectos de más pura estirpe sevillana —los de pata negra, los nuestros, los de verdad— estén capacitados para firmar una gran obra en Sevilla. No cabe mayor ombliguismo localista, aunque por aquí siempre queda muy bien critica a los catalanes achacándoles este tipo de comportamiento al que nosotros nos entregamos con tanta facilidad —a lo mejor se trata de un ejemplo más de ese comportamiento según el cual se critica en los demás lo que realmente nos caracteriza a nosotros precisamente.

En fin, el caso es que el mayor argumento que se esgrime contra la dichosa Torre Pelli es que supera en altura a la Giralda y que tradicionalmente se había entendido que ningún edificio sevillano debiera quedar por encima de este símbolo de la ciudad. O, lo que es lo mismo, que en realidad no hay argumento alguno más que la inveterada resistencia al cambio que nos caracteriza a los sevillanos desde tiempos inmemoriales. Porque, seamos serios, si a estas alturas del siglo XXI todavía queremos colocar una torre construida hace ya más de setecientos años como el paradigma de la construcción arquitectónica en nuestra ciudad, no me cabe duda alguna de que algo falla. Sencillamente, una cosa es sentir respeto por el pasado y otra bien distinta negarse a salir de él. La nueva torre se va a construir al otro lado del río, precisamente en la zona de La Cartuja, hoy convertida en parque tecnológico e industrial, símbolo de la Sevilla dinámica y dispuesta a encarar el futuro. Cierto, no tenemos que abandonar nuestro pasado para abrazar las nuevas tecnologías, pero ello tampoco quiere decir que tengamos que rechazar el foro en la Web para reivindicar la tradicional tertulia de bar. Muy zoquete hay que ser para no entender que ambas cosas son perfectamente compaginables, y que Sevilla no puede seguir comportándose como Lot, ensimismada en su propio pasado esplendoroso a costa de destruir el futuro a las jóvenes generaciones. Bien está, sin duda, que cuidemos nuestro patrimonio en el casco histórico pero, por favor, que nadie quiera imponer las normas de construcción que se seguían allá por el siglo XI en una Sevilla que intenta lanzarse al futuro, sobre todo cuando la Torre Pelli se va a construir fuera de la zona antigua de la ciudad. ¿O es que quizá tendríamos que seguir imponiendo la altura de la Giralda allá hasta donde la vista llega sencillamente porque sí, porque lo dice la tradición? {enlace a esta historia}

[Thu Mar 5 14:35:40 CET 2009]

A pesar de que me siento perfectamente cómodo manejando la información escrita, no soy de los que desprecian lo visual como un método de comunicación de entidad menor, ni mucho menos. Sin embargo, es cierto que en ocasiones se presta demasiado a simplificaciones excesivas. Como ejemplo, no hay más que ver la viñeta de Romeu publicada hoy por El País:

Hombre, me parece muy bien si alguien decide mostrar su desacuerdo con la política seguida por George W. Bush desde la Casa Blanca durante los últimos ocho años, pero culparle de todo lo que ha salido mal durante este tiempo (especialmente de la reciente crisis económica internacional) ya lo creo demasiado simplista. La mejor forma de combatir el simplismo conservador que todo lo ve en blanco y negro no es proceder a usar la misma estrategia desde la izquierda, por más que muchos progresistas parezcan pensar así. Al simplismo no se le combate con un simplismo de signo contrario, sino con razonamientos todo lo complejos que sean necesarios para explicar la realidad que, por cierto, muy raramente viene a ser blanca o negra, sino que adopta una de las muchas tonalidad intermedias. En este caso, ni le debemos a George W. Bush la adopción de las políticas desreguladores y neoliberales que se han extendido por todo el mundo durante las últimas tres décadas (de hecho, Margaret Thatcher y Ronald Reagan tienen mucha más culpa que él en este sentido, sin lugar a dudas), ni tampoco podemos decir que quienes gobernaron antes (por ejemplo, Bill Clinton) se esforzaran en demasía por refrenar los excesos de los años de las vacas gordas. Y, por cierto, ya me gustaría a mí que me explicaran qué hubiera sucedido con nuestras economías si no se hubieran aplicado aquellas políticas para salir de las dos crisis del petróleo que nos asolaron durantes la década de los setenta. En aquel entonces, si no recuerdo mal, la izquierda solamente se limitaba a repetir las mismas recetas económicas de siempre, y que bien poco hicieron para sacarnos las castañas del fuego. No hay más que revisar lo que sucedió durante los primeros años de mandato de Mitterrand en Francia. En fin, que las cosas son siempre más complejas de lo que algunos nos quieren hacernos ver, como sucede en este caso con la viñeta de Romeu. Por favor, dejémonos ya de buscar chivos expiatorios. Dicha práctica no es menos sensata, ética ni aceptable porque dirijamos las acusaciones contra un político conservador, ni siquiera aunque se le considere el mejor ejemplo del paradigmático "hombre blanco y poderoso". {enlace a esta historia}

[Thu Mar 5 11:41:35 CET 2009]

Los historiadores Ángel Viñas y Fenando Hernández Sánchez publican hoy en El País un interesante artículo titulado El golpe de Casado y el final de la guerra sobre los acontecimientos que vinieron a poner fin a nuestra Guerra Civil. En principio, el artículo no contiene nada que cualquier persona informada sobre nuestra historia contemporánea no supiera ya (aunque, todo hay que decirlo, algunos sigan esforzándose por manchar los estudios sobre la Guerra Civil con propaganda partidista, que ya es vergonzoso a estas alturas de nuestra democracia). No obstante, hay un párrafo hacia el final del artículo que me llamó la atención:

Los anarquistas y los socialistas antinegrinistas que apoyaron el golpe [el golpe del coronel Casado, que tuvo lugar en marzo de 1939, dio lugar a la creación del Consejo Nacional de Defensa y puso la primera piedra para la rendición final sin condiciones del bando republicano] se equivocaron clamorosamente en el pronóstico de lo que iba a ocurrir. Pensaban en términos de la dictadura primorriverista y en un periodo de represión con posibilidad de posterior retorno a la superficie. Por el contrario, Negrín y los comunistas acertaron de pleno. El triunfo franquista no significaría una etapa breve de gobierno reaccionario ni una simple derrota parcial o pasajera. Sería el fin de todo lo que la clase obrera y la burguesía de izquierdas habían conquistado durante décadas así como el aplastamiento de las libertades. La errática reacción comunista demostró, sin embargo, que el PCE carecía de un plan para salir de la guerra.

Digo que me llamó la atención este párrafo en particular porque me recuerda lo que mi padre repite a menudo con respecto a aquellas circunstancias. Él no las vivió, desde luego, pero, según me cuenta, mi abuelo materno reconocía que la situación en la inmediata pre-guerra era casi insostenible (aunque él, simpatizante de la izquierda republicana moderada de Manuel Azaña) no estuviera a favor del golpe, ni mucho menos) debido a las continuas escaramuzas callejeras y la clara falta de lealtad de la izquierda revolucionaria (incluyendo aquí a comunistas, anarquistas e incluso un buen número de socialistas, radicalizados por aquel entonces bajo la batuta de Largo Caballero, "el Lenin español"). De ahí que, siempre según mi abuelo, no faltaran quienes creían necesaria una intervención al estilo de la que llevara a cabo Primo de Rivera en los años veinte para hacer limpieza general, proporcionar estabilidad y clarificar la situación sin necesidad de recurrir a sangrientas campañas represivas (como muchos recordarán por las clases de Historia en la escuela, a aquello se le llamó la "Dictablanda" y hasta la UGT llegó a acuerdos con el Dictador y colocó a algunos de los líderes socialistas temporalmente en el Consejo de Ministros). Por supuesto, con la distancia que nos proporcionan los años que han pasado, aquella idea se nos aparece como lo que siempre fue: algo meramente ilusorio. No obstante, por difícil que nos parezca creerlo, lo cierto es que a principios de 1939 había gente en el bando republicano que consideraba factible llegar a algún tipo de acuerdo con Franco para instaurar una nueva "dictablanda" al estilo primorriverista. Se equivocaron de todas todas, desde luego. Pero no me parece justo acusarles de traición sin más ni más sin conocer todo esto que aquí comento y que los autores del artículo mencionan de pasada en este párrafo también. {enlace a esta historia}

[Tue Mar 3 15:43:45 CET 2009]

Tanto se ha escrito últimamente sobre el referéndum promovido por Chávez en Venezuela para permitirle presentar su candidatura tantas veces como crea conveniente que han surgido quizá demasiadas voces a favor de la limitación de mandatos sin detenerse a pensar en las posibles consecuencias de dicha medida. Leo en Diario de Sevilla que José Rodríguez de la Borbolla, el ex-presidente de la Junta de Andalucía, ha mostrado su desacuerdo con la idea de limitar los mandatos y no me queda más remedio que mostrar mi conformidad con su posición. Veamos. Eternizarse en el poder es siempre perjudicial para un sistema político, cierto. Pero no es lo mismo Manuel Chaves que Robert Mugabe, por más que algunos medios conservadores quieran confundir a la ciudadanía con afirmaciones totalmente insensatas. La diferencia debiera ser obvia: los andaluces tienen (tenemos) la posibilidad de reelegir o no a Chaves cada cuatro años, pues compite en pie de igualdad con otros candidatos en el marco de un régimen de libertades. ¿Que a lo mejor los resultados no son precisamente lo que les gustaría a ciertos grupos? Pues sí, es bien posible. Pero ello no quita para que sean los ciudadanos quienes eligen a Chaves cada cuatro años, de la misma forma que en su momento los gallegos votaban a favor de Manuel Fraga una y otra vez y nadie con un mínimo de sensatez podía afirmar que aquella comunidad autónoma viviera en una dictadura. Y, sin embargo, ello no quita para que uno piense (como de hecho piensa) que no es bueno que un dirigente se eternice en el poder, aunque sea elegido libremente por la ciudadanía sin amenazas de ningún tipo. Sencillamente, los Gobiernos se esclerotizan, y las consecuencias no son nada buenas para los gobernados. Que sea conveniente reemplazarlos mediante el recurso de votar a otro partido o promoviendo una alternativa desde dentro de las filas del propio partido gobernante es otro asunto bien distinto en el que a lo mejor nos detendremos algún día.

En cualquier caso, escribo estas líneas sobre las declaraciones de Rodríguez de la Borbolla porque, entre otras cosas, ironizó sobre la limitación del mandato presidencial en los EEUU cuando, me parece, el ejemplo no es aplicable a nuestro contexto. Según él, "en Estados Unidos limitaron los mandatos porque Roosevelt ganaba todas las elecciones", lo cual sólo es parcialmente correcto. Para empezar, hacía ya mucho tiempo que en aquel país se aceptaba como ley no escrita que, si George Washington y otros llamados padres fundadores no creyeron necesitar más de ocho años para llevar adelante sus respectivos proyectos de gobierno, era ciertamente peligroso pensar que otros políticos quizá menos honestos y entregados a la causa pudieran necesitar mucho más tiempo, con el consiguiente riesgo de que se perpetuaran en el poder. Segundo, EEUU tiene un régimen presidencialista en el que el inquilino de la Casa Blanca cuenta con bastantes más poderes que nuestro Presidente del Gobierno, por lo que a lo mejor la decisión de recortar el mandato tenga sentido en su caso. Y, finalmente, aunque es cierto que la vigésimo-segunda enmienda a la Constitución de los EEUU se pasó como consecuencia de las constantes victorias de FDR, no entró en vigor hasta después de muerto aquél en 1948. En otras palabras, que no creo que pueda considerarse como animada por ningún deseo de venganza partidista, ni mucho menos. De hecho, poco después de aprobada fue precisamente el Presidente Eisenhower (republicano) quien señaló el peligro que tal medida suponía para aquellos presidentes que habían sido reelegidos para un segundo mandato, pues sabiendo que ya no tendrían oportunidad alguna de ser reelegidos nuevamente contaban con menos capacidad de presión sobre el poder legislativo, dando lugar a lo que la prensa estadounidense denomina un lame duck. {enlace a esta historia}

[Mon Mar 2 17:45:49 CET 2009]

Igual que tantas otras veces, El Roto da en el clavo con su viñeta de hoy:

No sabe uno, la verdad sea dicha, si se refiere a la dificultad de reformar el capitalismo a pesar de la crisis económica internacional que nos asola o, por el contrario, a los problemas que está teniendo el Gobierno de Zapatero para forzar el cambio de modelo económico que hace ya tiempo que nos viene haciendo falta en España. Teniendo en cuenta las otras viñetas de El Roto que he visto en el pasado, es bien probable que los tiros vayan por lo que indico primero, aunque quién sabe si no se trata de un guiño sobre ambos asuntos y otros cuantos más al mismo tiempo. En fin, se trata de un tema sobre el que llevo ya varias semanas queriendo escribir siquiera unas líneas, pero no acabo de encontrar el momento adecuado para hacerlo. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 1 17:39:34 CET 2009]

A estas alturas casi todo el mundo acepta la inutilidad de las listas de libros prohibidos, pero siempre quedan unos cuantos obstinados por aquí y por allá empeñados en lanzar obras a la hoguera para que no contaminen las puras mentes de sus vástagos. Así que no está de más recordar la insensatez de echar mano a recurso tan anticuado como éste para asegurar el triunfo de las ideas propias. Viene todo esto a cuento del artículo del historiador Josep Fontana titulado Guías de lectura y publicado hoy por El País. Al parecer, hace ya unos días el mismo diario publicó otro artículo, éste de Manuel Rivas, sobre el índice de libros prohibidos del Opus Dei (quien quiera echarle un vistazo a su contenido puede leer este otro documento) en el que el novelista gallego nos hace saber que España bajo el franquismo, de Fontana, se encuentra entre los agraciados con el premio de los seguidores de Escrivá de Balaguer. Pues bien, en respuesta, Josep Fontana escribió el artículo que vio la luz hoy:

Me gustan los libros prohibidos, que son los que expresan las ideas del futuro que no acepta todavía el orden establecido, pero que ayudarán a construir el mundo de mañana. Como sucedió, por ejemplo, con l'Encyclopédie de Diderot, que, pese a las condenas y prohibiciones de que fue objeto, consiguió extender su influencia por toda Europa y ayudó a cambiar el mundo. Por lo menos en lo que se refiere a la parte más o menos racional de la especie humana, en la que no figuran, evidentemente, los redactores de índices de libros prohibidos.

Confieso que he aprendido mucho del Index librorum prohibitorum del Vaticano en su edición de 1948, que se mantuvo en vifor hasta 1966. Allí se prohíbe la lectura, bajo pena de excomunión, de Erasmo, Montaigne, Diderot, Hume, Balzac, Sartre, Spinoza, Tom Paine y de la mayor parte de los libros que importa haber leído. Se puede recomendar, por ello, a los jóvenes para que lo utilicen como un manual de las lecturas necesarias.

A continuación hace referencia Fontana a las lecturas prohibidas durante la caza de brujas de McCarthy y, por supuesto, a las purgas de libros que se llevaron a cabo en nuestro país tras el triunfo de las tropas franquistas en la Guerra Civil:

En la primera revisión de bibliotecas que conozco, que es la de Valladolid en 1937, se prohíbe la mayor parte de Azorín, todo Baroja, Blasco Ibáñez, las poeasías de Espronceda, Goethe, Kant, la Carmen de Merimée, la mayor parte de Gabriel Miró, Pardo Bazán, Pérez Galdós incluyendo algunos Episodios nacionales, La Celestina, las fábulas de Lafontaine, El Libro de Buen Amor, Valera, Valle-Inclán, etcétera. En las primeras listas de libros prohibidos en Barcelona, que le pasaron a mi padre en 1939 para que expurgase su librería —que, entretanto, hubo de permanecer cerrada durante meses—, figuraban Gandhi, Gogol, Maeterlinck, los hermanos Heinrich y Thomas Mann, Pascal (!), Rabelais, William Blake, Darwin (¡faltaría!) y, sorprendentemente, las novelas de Emilio Salgari, que eran toleradas en Valladolid pero estaban prohibidas en Barcelona.

En fin, que estamos ante una clara ilustración de la insensatez humana, aunque la de este tipo haya a menudo costado las vidas de muchos de nuestros prójimos. {enlace a esta historia}

[Sun Mar 1 15:58:11 CET 2009]

Si algo debiéramos haber aprendido de la convulsa historia del siglo XX es el hecho de que los extremos políticos se tocan. Tanto monta el comunismo como el fascismo, dos cabezas del mismo monstruo dogmático e intolerante. Y, sin embargo, quizá por la influencia de los medios de comunicación o por el hecho de que siempre se ha prestado más atención a los crímenes del nazismo, el hecho es que no faltan ni siquiera en nuestros días quienes todavía se permiten en lujo de lanzar alabanzas a los pocos regímenes comunistas que aún quedan en el mundo. Por ello no está de más leer la noticia publicada hoy por El País sobre la persecución de Ernesto Cardenal, poeta y antiguo Ministro de Cultura del primer Gobierno sandinista. A pesar de sus años de servicio, parece haber caído en desgracia desde que se enfrentara públicamente al todopoderoso Daniel Ortega.

el sacerdote conoce perfectamente al presidente nicaragüense, pero se niega a dar su versión de cómo ha llegado a convertirse en el caudillo que es hoy. No puede. No quiere. "Era muy diferente. No entendemos el cambio que ha tenido", es lo único que se atreve a decir, en plural, porque sabe que es el único que así piensa. Inmediatamente, como si se arrepintiese de lo anterior, puntualiza: "Pero yo no tengo libertad para hablar del Gobierno de Nicaragua por las represalias que se me han hecho siempre que he hablado. Tenemos una dictadura y no puedo decir más. Tengo que callarme".

Consciente o no de ello, el silencio de Cardenal transmite mucho más que toda la verborrea que pueda lanzar contra su otrora compañero de lucha. ¿Tiene miedo? "Cuando Franco estaba vivo no se podía vivir en España, salir al extranjero, decir verdades y volver. Yo estoy en esa situación", responde con una sinceridad y rotundidad a la que poco hay que añadir.

Conviene no olvidar las palabras de Cardenal en unos momentos en que el izquierdismo populista se extiende por Latinoamérica de la mano de Chávez y sus seguidores. Un socialismo del siglo XXI que recuerda en demasía a otros tiempos pasados en los que el gobierno constituido en nombre de la revolución aprovechaba para acallar cualquier crítica, primero, y procedía a encarcelar, torturar y asesinar, después. Cardenal lo explicar perfectamente: lo de Ortega no es sino una dictadura bien parecida a la Franco, por más que se entregue a una retórica socialista que consiga engañar a tanta alma inocente como aún hay en la izquierda, a pesar de todos los pesares, como si no hubiéramos aprendido nada de nuestra propia historia. Y eso es lo que más me preocupa, sobre todo en unos momentos de crisis del capitalismo como los que estamos viviendo. {enlace a esta historia}