[Sun Nov 30 17:35:18 CET 2008]

En una ciudad de mentalidad tan conservadora como Sevilla hasta algo tan simple como la cartelería para las fiestas locales se convierte en motivo de ásperas disputas filosóficas o ideológicas. Escudándose siempre en el respeto a las tradiciones, no son pocos quienes hacen alarde de un inmovilismo atroz que hunde a la ciudad entera en los cenagosos terrenos de la reacción. Pues bien, teniendo todo esto bien presente, no deja de llamarme la atención que la Delegación de Fiestas Mayores del Ayuntamiento de Sevilla haya elegido a la pintora alemana Uta Rut Geub como autora del cartel de las Fiestas de Primavera de la ciudad para el el año 2009. No solamente se ha cometido la traición de elegir a una artista extranjera, sino que además el cartel en sí rompe con la predecible línea costumbrista a que nos tienen acostumbrados desde hace ya muchísimos años. El cartel en cuestión no tiene más remedio que incluir, obviamente, los elementos esenciales de la Feria y la Semana Santa de Sevilla, además de un monumento tan simbólico como la Giralda. Sin embargo, con su inspiración pop y cubista, tiene un claro aire moderno que seguramente generará resquemor en los sectores más conservadores de la ciudad. Ya veremos qué acogida se le da.

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[Fri Nov 28 11:09:53 CET 2008]

¡Hay que ver cómo cambian las cosas en tan sólo unos años! El País publica hoy un artículo de Miguel Boyer titulado, ni más ni menos, que Repsol, mejor el Estado que Lukoil. Liberalismo, si te he visto no me acuerdo. El primer párrafo del artículo tiene su miga:

La posibilidad de que una empresa extranjera adquiera un paquete de acciones con peso decisivo para la gestión de Repsol es muy negativa para la industria española; pero si la empresa compradora fuera la rusa Lukoil se alcanzaría una cota rayana en el absurdo.

Pero aún más curioso es el resto del texto:

Empresas como Repsol, Gas Natural, Endesa y la Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH, S.A.) vienen del sector público español. Su privatización se hizo con cuidado a lo largo de años, efectuando ajustes de plantilla (en general, respetuosos de los derechos de los trabajadores) e invirtiendo cantidades considerables, que las convirtieron en entidades muy eficientes —compárense, por ejemplo, los ratios de Endesa y de la alemana E.ON—, capaces de competir en mercados extranjeros. En suma: su privatización fue una línea de política económica acertada y el dinamismo y el éxito empresarial así alcanzados han sido notables.

Pero hay que señalar, también, que España ha ido a la privatización de empresas con una ingenuidad excesiva respecto a las prácticas de sus vecinos de la Unión Europea (con la excepción del Reino Unido). En efecto, tanto Francia, en Electricité de France, e Italia, con Enel y con el ENI, han mantenido participaciones estatales determinantes, para orientar la gestión de sus grandes empresas del estratégico sector de la energía en el sentido de los intereses nacionales.

Jugar con las reglas de un liberalismo puro, como si el sector de la energía estuviese compuesto por pequeñas empresas en libre competencia, en vez de ser un oligopolio de gigantes operando en un mercado que explota reecursos naturales limitados y que, desde su origen a principios del siglo XX, ha sido un factor clave geopolítico, es un juego de una candidez inusitada.

[...]

A la vista de la presencia estatal en las empresas europeas del sector de la energía, la vuelta parcial del Estado a Repsol no sería una anomalía, sino que corregiría la ingenuidad en que se incurrió con su privatización total. Y, si dentro de tres o cinco años el Estado decidiera deshacer la compra, probablemente haría un buen negocio.

Oséase, que Boyer nos cuenta ahora que la privatización solamente se hizo después de que el Estado invirtiera en la modernización de Repsol, poni´ndola al día y convirtiéndola en una empresa capaz de competir en los mercados internacionales, lo cual obviamente le lleva a uno a preguntarse para qué leches hizo falta privatizarla entonces. Vamos a ver, si el argumento que tan a menudo se esgrime en favor de la privatización es que el sector privado es mucho más eficiente que el público, pero resulta que antes de privatizar una empresa tenemos que invertir dinero de todos en ponerla al día y modernizarla, ¿no podría decirse que el inversor privado juega realmente con ventaja? En otras palabras, que quien lleva a cabo las reformas —y, mucho más importante, paga por ellas— no es el sector privado, sino el Estado. Sin embargo, una vez modernizada la empresa e invertido todo el dinero público que haya hecho falta para ello, se entrega al sector privado... eso sí, hasta que sea necesario salvarle los muebles del desastre a los inversores privados una vez más, en cuyo caso defenderemos la intervención del Estado para sacarles las castañas del fuego y que se libren del naufragio. Desde luego, pocas veces como hasta ahora, con esta crisis financiera internacional, hemos tenido la ocasión de ver tan a las claras el doble lenguaje de que hacen gala buena parte de los defensores del liberalismo económico. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 28 09:51:00 CET 2008]

Eduardo Lago, director del Instituto Cervantes en Nueva York, publica hoy un artículo en El País titulado Seis tesis sobre el español en Estados Unidos que, entre otras cosas, interpreta la creciente importancia de nuestra lengua en aquél país como el advenimiento de una "segunda latinitas", aporte original, me parece, al debate sobre este tema:

En mi opinión, en Estados Unidos se está fraguando hoy una latinitas de signo opuesto a la primera, cuando el latín se disgregó dando lugar al nacimiento de las diversas lenguages romance. Al converger en territorio estadounidense, las distintas identidades latinoamericanas tienden a acortar distancias entre sí, produciéndose un tropismo de signo transnacional que hace que, trascendiendo su origen sin renunciar a él, mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, salvadoreños, colombianos y otros, se sientan hispanos de los Estados Unidos o, si se quiere ser políticamente correcto, latinos (vocablo despojado de connotaciones colonialistas). El término ha pasado a ser la seña de identidad de una latinidad que aglutina en sí a un gran número de comunidades. Este fenómeno de aglutinamiento cultural tiene su correlato en el plano lingüístico, como se verá.

[...]

En último lugar postulo que de manera semejante a como se está forjando una identidad latina, resultante de un proceso de aglutinación cultural, en Estados Unidos se está forjando una nueva variedad lingüística, resultante del amalgamamiento de las distintas hablas nacionales que se dan cita en aquel país. El proceso será largo y nosotros no veremos su cristalización, pero la necesidad de dar con una modalidad de español con la que se sientan cómodos todos los hispanohablantes es ya patente. Un buen ejemplo son las emisiones de CNN en español, en las que se recurre a un habla despojada de marcas de identidad regionales. Otro tanto ocurre con el lenguaje de la prensa escrita o en el de las traducciones literarias al español publicadas por las editoriales estadounidenses.

Imagino que la tradición más tradicionalista del nacionalismo español —la que ve España como "reserva espiritual", que sigue existiendo, aunque debido a la progresiva secularización de nuestra sociedad ahora centre su "orgullo español" en la identidad lingüística y cultural, y menos religiosos— verá esta evolución con cierto resquemor, pero dudo mucho que pueda pararse. Sencillamente, el español como lengua es mucho más dinámico al otro lado del Atlántico (sobre todo en los EEUU) que por acá, de la misma forma que el inglés en su momento se convirtió en la lengua más pujante gracias al poderío y dinamismo de la sociedad estadounidense. A mí la tendencia me parece evidente, y lo realista creo que sería actuar en consecuencia a la hora de clarificar nuestra política lingüística que, por cierto, es algo que se viene haciendo bastante bien desde hace un tiempo, independientemente de los cambios de gobierno. Debe ser una de las pocas áreas donde nuestros políticos parecen haber alcanzado un sólido consenso, y la verdad es que se nota. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 26 10:58:13 CET 2008]

Hace un par de días, mientras navegaba por la Red, me encontré con una noticia en la que se nos informaba sobre unos comentarios de Julio Anguita respecto a la crisis financiera internacional que debieran darnos que pensar.

El ex-coordinador de Izquierda Unida, Julio Anguita, sigue siendo tan claro como cuando dirigía el partido. "Me gustaría volver a ser diputado por un solo día y decir desde el estrado: ¿Y ahora qué, hijos de puta?", dijo en la cena del 72 aniversario del PSUC en relación con la crisis económico-financiera del capitalismo.

El ex-político aclaró que la actual crisis económica ha sido auspiciada por las políticas neoliberales refrendadas por los sucesivos Gobiernos de los últimos 30 años, en las que el sector financiero ha ido cobrando mayor protagonismo en detrimento de las rentas del trabajo, "que volverán a pagar la crisis", según recoge Larepublica.es.

Por su parte, Francisco Frutos, secretario general del PCE, afirmó que durante años en las Cortes "se escuchaban burlas desde el PP pero también desde los asientos del PSOE cuando abogábamos por la creación de empresas públicas y estimábamos conveniente hacer algunos planes económicos. Entonces nos llamaban fracasados y anticuados, se reían de nosotros. Y ahora inyectan dinero público, del conjunto de la sociedad, para salvar bancos y nacionalizarlos", ironizó.

Algunos serán demasiado jóvenes para recordar esos días a los que se refiere Francisco Frutos, pero yo sí que los recuerdo perfectamente. A finales de los años ochenta y principios de los noventa —sobre todo cuando se vino abajo el socialismo real con la caída del Muro de Berlín— el sistema de libre mercado aparecía como único modo posible de organizar la economía y el liberalismo, ya fuera en su interpretación más conservadora a lo Margaret Thatcher o en su vertiente social-liberal, también se nos aparecía como única opción válida en lo político. Es la época de la ideología única y las terceras vías a lo Clinton o Blair —en otras palabras, la adaptación de la vieja socialdemocracia al fin del comunismo y su corrimiento hacia el centro en un desesperado intento de permanecer relevante. Lo recuerdo perfectamente porque yo era uno de ésos que se reían de lo anticuado del pensamiento de Julio Anguita, empeñado en reivindicar la nacionalización de la banca como si la desaparición de los regímenes comunistas al otro lado del muro no hubiera sucedido nunca. ¿Y qué me encuentro ahora? Pues precisamente la nacionalización a escondidas de la banca internacional aunque, eso sí, con subterfugios. No se nacionaliza la propiedad, sino tan sólo las pérdidas. O, como muchos gritan con enfado, se privatizan los beneficios y se socializan las pérdidas. El Estado del Bienestar para los ricos.

No faltan quienes avisan de los peligros de llevar todo esto demasiado lejos y sacar las conclusiones equivocadas —Aznar y Esperanza Aguirre, por ejemplo, acaban de lanzar una nueva proclama en favor del liberalismo y culpando hipócritamente al "mal intervencionismo" de causar la crisis que estamos viviendo, como si no nos hubiéramos dedicado precisamente a oponernos con uñas y dientes a cualquier tipo de intervencionismo estatal durante las últimas dos décadas, o como si no se hubiera llevado a cabo un clarísimo proceso de desregulación del sector financiero que imposibilitaba cualquier tipo de control. Yo, por mi parte, no puedo evitar mirar hacia atrás con una actitud de autocrítica que me ha de llevar a reconsiderar ciertas posiciones tomadas desde finales de los años ochenta. Sencillamente, los errores también han de reconocerse y conviene aprender de ellos. El empecinamiento ideológico no lleva sino a cerrarse en banda a aceptar la realidad. La crisis financiera internacional que estamos viendo es de tal nivel que no tenemos más remedio que reflexionar y volver a ajustar nuestras asunciones y prejuicios con respecto a cuestiones tan importantes como la relación entre lo privado y lo público. De la misma forma que la izquierda debía reflexionar tras la crisis de 1973 y los problemas del Estado del Bienestar, ahora conviene que la derecha también reflexione sobre los problemas derivados del neoliberalismo en lugar de negarse a aceptar la realidad y verlo todo con sus orejeras ideológicas, como parecen estar haciendo Aznar y Esperanza Aguirre. Una socialdemocracia consecuente es, me parece, necesaria una vez más. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 19 14:18:38 CET 2008]

The New York Times ha publicado una serie de reflexiones aisladas de Condoleezza Rice sobre los retos que esperan al nuevo Presidente, Barack Obama, de entre las que me llama la atención su opinión sobre la posibilidad de implantar la democracia representativa en casi cualquier contexto social y político:

I've seen too many peoples dismissed as not ready for self-government. First it was Asians, and then Latin Americans and Africans were there for a while. I know for a while black Americans were, too.

I've seen it said, well, you know: They're illiterate; how could they vote? And then you see in Afghanistan people line up for long, long lines. Because somehow they know that making a choice matters.

Rice está pecando de insinceridad en estas declaraciones. En primer lugar, el hecho de que los votantes afganos estén dispuestos a aguantar largas colas para votar no quiere decir ni muchísimo menos que estén capacitados para ejercer con responsabilidad y conocimiento su derecho al voto. Sencillamente, lo que indica es que están emocionados con un derecho que se les ha negado durante tanto tiempo, lo cual me parece magnífico siempre y cuando no confundamos las churras con las merinas. Se puede hacer algo con mucho amor propio y emoción y, sin embargo, equivocarse o incluso no tener ni idea de lo que se hace. Pero es que, en segundo lugar, nadie pone en duda que asiáticos, africanos o latinoamericanos puedan construir una democracia debido a los altos niveles de analfabetismo. Ése no es el problema, y yo no he oído nunca a nadie que lo señale como la raíz del problema. Lo que sí que suele indicarse a los optimistas de la cruzada neocon en favor de la democracia mundial es el hecho de que el sistema democrático no arraiga en cualquier sitio, sino que necesita de unas condiciones sociales, políticas y económicas determinadas que puedan garantizar su funcionamiento y supervivencia. De nada sirve establecer el derecho al voto si las elites gobernantes de un país no buscan más que el enriquecimiento personal debido a la falta de estructuras sociales y económicas modernas. Y de nada sirve tener un parlamento sin los medios de comunicación que sirvan para fomentar el debate público sobre los temas que han de discutirse. Y, finalmente, de bie poco sirve la democracia representativa sin unas amplias capas sociales capaces de defenderla con firmeza ante los ataques de los extremistas y los populistas, que crecen como setas en ciertos contextos sociales y económicos. Todo esto es lo que se calla Rice adrede, pues de sobra sabe que estos argumentos son de mucho más peso que lo que ella critica. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 18 14:23:03 CET 2008]

Aunque no dejara constancia en estas páginas de mi actividad durante el fin de semana, aproveché esos dos días para pasear por Sevilla, echarle un vistazo a la prensa y leer libros, como siempre suelo hacer. Pues bien, ABC incluía el sábado una noticia sobre el Pregón del Nacimiento del Primer Aceite del Mediterráneo que Vargas Llosa pronunció en el pueblo sevillano de Osuna (el enlace no apunta a la noticia que indico, sino a otra publicada un par de días antes, pues no encontré el artículo en cuestión en el web del diario) donde el escritor hispano-peruano hace algunas reflexiones que merecen la pena transcribirse aquí:

Cuando supe que por generosa invitación de Santa Teresa debía hacer la exaltación al nacimiento del primer aceite de oliva del Mediterráneo, cerré los ojos y consulté a mi memoria. El primer recuerdo que vino a mi conciencia fue un texto de Azorín. En alguna de esas crónicas breves cuenta cómo en París y Madrid sobrevivió alimentándose con panecillos untados con aceite. No había terminado yo de resucitar aquel recuerdo de Azorín cuando una turbamulta de aceites azotó mi cabeza para decidir que se equivoca quien piensa que ese líquido sólo tiene función en las ensaladas, potajes... El aceite esté en sinnúmero de actividades que afectan a la vida humana. Un verso de Homero, hablando de los aceitados guerreros que murieron en las arenas de Troya, vino a recordarme que desde la noche de los tiempos históricos el aceite acompaña al humano en todos los deportes que practica.

Pero ahí no queda la cosa, sino que Vargas Llosa extendió el uso del aceite a otras esferas de nuestra vida también:

El aceite, como el vino, está en todas las ceremonias eróticas. Es un eficaz antídoto contra los calambres y un bálsamo que alivia heridas. A todo el cuerpo sirve el aceite de un modo directo o indirecto. Sin los ungüentos y aceites que la sabiduría resultante de la experiencia y de la ciencia no serían tan bellos nuestros cuerpos ni los seres amados despedirían esas fragancias que nos aturden y exaltan a la hora del amor. Sin la ayuda del aceite, la vida humana sería más rastrera de lo que es. Entre las proezas del exquisito elixir figura también el haber salvado al ser humano de la oscuridad. De esos miedos salvó a hombres y mujeres la lamparilla de aceite, ese invento genial que rompía la tiniebla y traía la luz.

Maravillosa disertación sobre un tema que, en principio, pudiera parecer tan trivial. No tiene nada de extraño, por supuesto, que ese mismo día comiéramos de tapa en casa trozos de pan recién sacado del horno con aceite de oliva virgen al que añadimos un poco de pimienta negra acabada de moler. He ahí el poder de la palabra. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 18 11:12:06 CET 2008]

Hoy es la viñeta de Erlich la que me ha parecido digna de reseña:

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[Mon Nov 17 16:15:19 CET 2008]

Si hace un rato escribía sobre la necesidad de evitar simplificaciones con respecto a las consecuencias éticas de la experimentación con animales, ahora me topo con otro tema igual de peliagudo. El historiador Stanley Payne (que no Stewart Payne, como le llama el periodista de Público) afirma en una entrevista que "si la izquierda hubiera sido democrática no habría habido Guerra Civil" y, como era de esperar, se monta la de San Quintín entre los lectores que publican sus comentarios en la edición digital del diario: que si fascista, que si admirador de Pío Moa, anti-demócrata confeso... en fin que, menos "guapo", le han llamado de todo. Antes que nada, reconozcamos que Stanley Payne sabe mucho más del tema que yo mismo o cualquiera de quienes comentan la entrevista en Público. Casi pareciera que, con eso de que tenemos tan asumido que todo el mundo tiene "derecho" a una opinión, lo que digamos cualquiera de nosotros va a tener la misma importancia que la opinión de un historiador que ha dedicado al tema décadas de trabajo. Así pues, por favor, tengamos un poco de humildad. Dicho esto, es cierto que a mí también me parece bastante parcial la afirmación de Payne, pues si acaso habría que echarle en cara tanto a la izquierda como a la derecha (esto es, a ambas) su falta de conciencia democrática. Nadie duda que el movimiento anarquista de la época iba por su cuenta, considerando la República como un mero régimen burgués del que deshacerse para implantar sus colectividades. De hecho, sus métodos tenían bien poco que envidiarle a la kale borroka y los coches-bomba etarras, por más que con el paso del tiempo se haya extendido una cierta idea romántica de personajes como Durruti y sus secuaces de la FAI. Y, por lo que hace a los socialistas, nadie puede negar que les cabe una buena parte de la responsabilidad por la Guerra Civil al hacer seguidismo de la estrategia comunista de "cuanto peor, mejor", afirmando la dictadura del proletariado y, una vez derrotado en las urnas por la CEDA en 1933, entregado en cuerpo y alma a la revolución proletaria contra lo que también ellos no consideraban sino una mera república burguesa con poco futuro. Puede doler, sobre todo cuando tanto se evita salpicar al PSOE con un análisis objetivo del pasado, pero ahí están los diarios y escritos de Azaña, Besteiro o Prieto (por poner tan sólo unos cuantos ejemplos que se me vienen a la cabeza) para confirmar lo que digo: los socialistas cometieron un trágico error al radicalizarse, apostando por la línea caballerista de retórica revolucionaria y rompiendo con el liberalismo progresista de los pequeños partidos republicanos. Es verdad, es muy fácil hacer este tipo de comentarios a toro pasado, pero ello no quita para que fuera un error y debamos reconocerlo como tal. Y, como bien afirma Payne, el Partido Socialista no ha hecho acto de contrición alguno respecto a esos errores que tan caro costaron a la sociedad española.

Ahora bien, seamos claros en cuanto a la responsabilidad de la derecha también. Los sectores más privilegiados de la sociedad española no estaban dispuestos a ver desaparecer sus privilegios de siempre sin recurrir a las armas. La Iglesia y los terratenientes, sobre todo, no dudaron en soliviantar al Ejército para que se alzara en nombre de una Patria que siempre identificaron con sus propios intereses. Es más, si en el caso del PSOE sus líderes de apartaron de la senda democrática a raíz de la derrota de 1933, en el caso de la derecha casi podemos decir sin temor a equivocarnos que nunca se apostó por la República con convencimiento. Que cada palo aguante su vela y a ver cuándo somos capaces de analizar hechos tan lejanos (poco tiene que ver la sociedad española de hoy en día con aquella otra de los años treinta) con más objetividad. Cuando se trata de la Guerra Civil, el propósito no debiera ser lanzarnos dardos los unos a los otros, sino estudiar lo que sucedió y tratar de aprender del pasado para no repetir los mismos errores. Qué pena que haya todavía tanta gente que no se haya enterado de esto y siga empeñada en revivir viejas guerras. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 17 14:51:04 CET 2008]

Leo hoy en Público una historia dedicada al doctor Vladimir Demikhov, el doctor Frankenstein de los perros que no tiene más remedio que hacernos reflexionar sobre los aspectos éticos de la experimentación con animales. Según se nos cuenta en la noticia:

El ruso, considerado por algunos una especia de Frankenstein de los perros o de doctor Mengele canino, fabricó a base de suturas canes de dos cabezas, animales con dos corazones y otras quimeras que hoy parecen monstruosas. En un destartalado laboratorio de Moscú, Demikhov logró llevar a cabo el primer trasplante de corazón en un perro, en 1946; el primer trasplante de pulmón registrado en cualquier mamífero, en 1947; y el primer bypass coronario, en 1953. Las 100.000 personas que, hasta la fecha, han recibido un trasplante de corazón o pulmón en todo el mundo le deben la vida, en cierto modo, a un cirujano cuyos macabros experimentos hoy provocan arcadas.

Como era de esperar, el documento ha levantado algo de polvareda entre los lectores del diario, algunos de los cuales aprovecha para subirse al púlpito y lanzar diatribas desde lo que a ellos les parece la Verdad revelada. Una lectora que firma con el nombre de Carmen escribe, por ejemplo:

Menuda bárbaro, salvaje y sinvergüenza. Todos somos tan racionales y tan científicos cuando se torturan a los animales... ¿diríamos lo mismo si estos brutales y macabros experimentos se hicieran con seres humanos? ¿Por qué si se usan humanos pasa a ser un acto bárbaro y si se usan otros animales es ciencia? ¡Justicia para todos!

Pues no. Evidentemente, cuando se hacen este tipo de experimentos con seres humanos no lo consideramos igual, como prueba la desaprobación casi universal (lo de "casi" lo digo porque nunca faltan individuos de mentalidad criminal en este triste mundo que nos ha tocado vivir) contra el doctor Josef Mengele, por poner tan sólo un ejemplo. Pero me preocupa el hecho de que nuestra sociedad haya ido evolucionando poco a poco hacia una especie de película de Disney donde prevalecen siempre el divertimento, la inocencia infantil, el amor universal y, en definitiva, el buen rollo. Entiéndaseme, por favor, todos estos son aspectos que le gustan a cualquiera. ¿Qué mente en su sano juicio va a oponerse a pasárselo bien, disfrutar de la vida y la compañía de los demás, a ser posible con un buen vino a mano? El problema es que la vida es mucho más compleja que la película de La Sirenita. La mayor parte de la gente no es ni buena como un pedazo de pan, ni tampoco tan mala como el demonio. Y, por si todo esto fuera poco, a menudo no nos queda más remedio que optar por el mal menor. En el asunto que aquí nos ocupa, lo que debiéramos hacer es esforzarnos por encontrar el punto medio donde se encuentran el tratamiento respetuoso de los animales con las necesidades de la ciencia médica para seguir evolucionando y encontrar nuevas curas. Yo soy el primero que reconoce su incapacidad para experimentar con perros y gatos, pero ello no quita para que me tenga que oponer a dicha práctica por principio. Tampoco creo probable que me atreviera a disparar contra un ser humano y no por ello pongo en duda la necesidad de que nuestros agentes de policía cuenten con el armamento reglamentario. Eso sí, me pregunto si la lectora que escribe tan exaltadas palabras a cuentas del artículo sería capaz de negarle a esos 100.000 enfermos el transplante de corazón que salvó sus vidas, todo en nombre de la defensa de los derechos de los animales.

En fin, que el tema que plantean estos experimentos es demasiado complejo como para solucionarlo con un par de eslóganes sin siquiera pararse a oír a la otra parte. A lo mejor en eso debiera consistir el currículo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que tanta polvareda ha levantado. Nos hace falta aprender a debatir los problemas con más cerebro y menos tripas. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 14 14:55:12 CET 2008]

Ayer leí un artículo de Christian Salmon sobre Sarkozy publicado en El País que me pareció interesante no tanto por el contenido del mismo como por los prejuicios que muestra ante lo que, creo, no es sino una evolución natural de la actividad política en los países avanzados. Fundamentalmente, Salmon critica a Sarkozy por su incoherencia al defender ahora una "refundación del capitalismo" para evitar los excesos neoliberales cuando hasta no hace mucho postulaba precisamente la desregulación de la economía francesa y la liberalización de tantos sectores de su industria como fuera posible. En definitiva, que le acusa de ser poco menos que un hipócrita entregado en cuerpo y alma únicamente a mantenerse en el poder:

Su elección al frente del Estado en mayo de 2007 revolucionó las formas del poder ejecutivo tal y como sus predecesores venían ejerciéndolo desde la fundación de la V República. Inspirándose generosamente de las técnicas de comunicación desplegadas en los años noventa por los equipos de Bill Clinton, en Estados Unidos, y Tony Blair, en el Reino Unido, el nuevo presidente se esforzó desde los primeros días de su mandato por controlar la "agenda" de los medios de comunicación escenificando su ascensión al poder, estructurando la acción política en secuencias coherentes y dándole el ritmo y la forma de una telenovela permanente en la que se alternan episodios de la vida pública con otros de la vida privada.

Al actor-presidente le preocupa menos el contenido que el ritmo, la acción que la puesta en escena —que es la de un serial continuo supeditado a las reglas del suspense—. A los mandos del tele-Estado, el poder ejecutivo pasa a ser un poder "de ejecución" (el State craft), de realización (en el sentido cinematográfico) del guión presidencial —el Stage craft considerado como una sucesión de secuencias puestas en escena, que es a lo que se resume hoy la actividad altamente simbólica del poder—.

Mi problema no es tanto con el análisis de Salmon como con el tono que usa en el artículo. Me explico. El estilo político de Sarkozy (y, por extensión, el de Clinton y Blair) es siempre descrito mediante el recurso a caracterizaciones obviamente negativas. Se enfatiza la importancia que concede a lo mediático, asumiendo que ello haya de ser necesariamente algo negativo o perjudicial, insubstancial sin lugar a dudas. Recurre a la creación de términos específicos como tele-Estado cuya única intención no puede ser otra que burlarse del objeto de estudio. Deja caer alguna que otra mención a las telenovelas y la presencia de Sarkozy en las revistas del corazón para subrayar lo que considera como mera superficialidad de famosillo, en lugar de política de estadista. Y, finalmente, como advertíamos al principio, le critica por mantener posiciones contradictorias o, simplemente, cambiar de opinión.

¿Y por qué me parece que todo esto no es un análisis totalmente objetivo del personaje en cuestión? Sencillamente, porque parte de una serie de presunciones que no tienen por qué ser ciertas ni mucho menos. Salmon parece adherirse al concepto tradicional de la política, según el cual los líderes no son sino representantes de ideologías particulares, ideologías más o menos bien definidas y estructuradas en partidos políticos. De ahí que le disgusten las aparentes contradicciones de Sarkozy. "¿Pero dónde está su ideología?", parece preguntarse constantemente. Si Sarkozy (como antes Clinton y Blair) no aplica a pies juntillas las recetas de tal o cual ideología, ¿cómo sabremos a qué atenernos? ¿Cómo podremos analizar la realidad política? Pero, sobre todo, ¿cómo podremos distinguir entre "buenos" y "malos"? Pues, al fin y al cabo, de eso se trata. Los catecismos ideológicos nos facilitan la navegación por las traicioneras aguas de la política, nos proporcionan una guía, un mapa, algo a lo que asirnos. Y, sin embargo, ay, sin embargo, a lo mejor el problema de fondo es que las circunstancias han cambiado lo suficiente como para que también deba cambiar nuestra forma de hacer política. ¿Y si el problema es precisamente que los grandes sistemas ideológicos han periclitado? ¿Y si los ciudadanos están más dispuestos a entender la labor del político como la de un profesional, la de un gestor? Y, cuidado, porque no me refiero a un burócrata, ni tampoco a un gestor sin personalidad ni ideas, sino al equivalente de un alto ejecutivo con capacidad de visión y unos principios sólidos aunque flexibles y capaces de adaptarse a una realidad siempre cambiante. En otras palabras, algo parecido a un Steve Jobs o un Bill Gates de la política.

No estoy de acuerdo con la idea que parece sostener Salmon de que Clinton, Blair o Sarkozy hayan triunfado debido a la importancia de la imagen en la política contemporánea o —lo asume, aunque nunca lo dice— por culpa de la imbecilidad congénita de unos ciudadanos entregados al mero consumo hedonista. Ésta es, al fin y al cabo, la actitud que subyace a este tipo de análisis. Una actitud muy propia de la izquierda sesentaiochista de otra era y, todo hay que decirlo, de la reacción neoconservadora. De ahí, precisamente, que entre los neoconservadores estadounidenses haya tanto ex-izquierdista de los años sesenta. Los extremos, una vez más, se tocan. Pero, como digo, a lo mejor la situación no es tan mala como nos la pintan y se trata tan sólo de que no somos capaces de entenderla (o peor, la entendemos mal y la deformamos) cuando aplicamos conceptos e ideas que fueron creados para otra sociedad. La gente está harta de ideologías y partidismos, de recetas mágicas y catecismos. Hay que darle más crédito de lo que pensamos. El ciudadano medio es bien consciente de que ni una ideología ni otra tiene el patrimonio de la verdad. ¿Qué otra cosa, si no, aprendimos en el siglo XX? La actitud del ciudadano medio es hoy mucho más pragmática de lo que creemos. Lo que le importa es que el gobernante preste atención a los problemas e intente solucionarlos mediante la construcción de las mayorías sociales que sean necesarias, aunque para ello haya de cambiar de opinión y tomar un poco de aquí y otro poco de allá. {enlace a esta historia}

[Thu Nov 13 09:58:02 CET 2008]

Me ha parecido simpática la viñeta de Forges publicada hoy por El País:

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[Wed Nov 12 17:07:55 CET 2008]

Quienes me conocen saben que no soy un fan de la mitomanía, y mucho menos aplicada a la política, pero el caso de la popularidad del Che me parece especialmente sangrante. Pues bien, hoy me encuentro en El País con un artículo sobre Comediantes y mártires, el libro del ensayista argentino Juan José Sebreli en el que desmonta los mitos en torno a Evita Perón, Diego Armando Maradona, Carlos Gardel y el Che que merece la pena reseñar en estas páginas.

El Che habría sido, en definitiva, la antítesis del político, según Sabreli. "La tarea del político es lenta, discreta y paciente, se realiza cada día y a través de los años, requiere esfuerzo, obstinación, perseverancia; además, necesita la capacidad de transigir, negociar, consensuar, saber replegarse, establecer alianzas", enumera el pensador argentino en el apartado El político y el aventurero. "Fidel poseía esas cualidades; el Che, a la inversa, consideraba toda transigencia como traición al ideal revolucionario, encarnaba al sectario 'izquierdista infantil' ridiculizado por Lenin, que negaba por principio todo acuerdo".

El autor incluso incide en que el legado del Che colisiona diametralmente con el marxismo. "Punto por punto, el guevarismo fue lo opuesto al pensamiento de Marx y del socialismo clásico: sustituía la autoemancipación por la vanguardia iluminada y el jefe carismático, la movilización de masas por el foco, la democracia social por la dictadura política, el partido por la guerrilla, la lucha de clases por la lucha entre naciones ricas y pobres, la clase trabajadora por el campesinado, las condiciones objetivas por el voluntarismo, el socialismo, sólo posible en las sociedades avanzadas, por el de los pueblos más pobres".

En fin, como he escrito en otras ocasiones, el endiosamiento del Che solamente puede concebirse desde la profunda insatisfacción con el mundo existente que sacude tantas conciencias, sobre todo entre los jóvenes. Entiendo perfectamente la causa, pues, pero no tengo más remedio que manifestar mi desacuerdo con las razones y, especialmente, con el individuo elegido para encarnar esa insatisfacción. El Che entregó su vida por un ideal, cierto, pero también hicieron lo propio Hitler, Goebbels y Mussolini y nadie considera por ello que ni el nazismo ni el fascismo merezcan defenderse hoy día. Sencillamente, el Che fue un asesino sectario que no entendía otra forma de hacer política que con un fusil en la mano. No creo que eso deba tomarse como ejemplo, por más que las tiendas se llenen de camisetas con su imagen, muy chic y poco anticapitalista, por cierto. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 11 09:40:32 CET 2008]

Me disculparán porque la verdad es que no soy completamente neutral en estos temas, pero lo cierto es que no deja de sorprenderme la incoherencia con que los líderes del PP ejercen la oposición demasiado a menudo. Por ejemplo, leemos hoy en la edición del ABC de Sevilla que el PP pide incluir 568 millones más en los presupuestos de la Junta para Sevilla, y se le ocurren a uno varios comentarios al respecto. Primero, se me antojan algo contradictorios unos liberales que no hacen sino demandar incrementos del gasto público constantemente. En este sentido, nuestros populares se parecen más a los republicanos estadounidenses, tan acostumbrados ellos a despotricar contra el Estado al mismo tiempo que demuestran una adicción enfermiza por el gasto, que a los conservadores británicos, mucho más medidos (y consecuentes) en este sentido. Segundo, también se pregunta uno cómo demonios piensan casar estas continuas demandas de aumento del gasto público con sus no menos continuas promesas de reducción de impuestos a todo hijo de vecino. Ya me dirán de dónde sale el dinero para que las arcas públicas puedan costear tanto gasto. Una vez más, también aquí se parecen más nuestros populares a los manirrotos republicanos estadounidenses que a los conservadores británicos. Pero es que, en tercer lugar, y por si todo ello fuera poco, los dirigentes del PP en comunidades autónomas y municipios echan mano, de una forma evidentemente contradictoria, a la socorrida táctica nacionalista del agravio comparativo. Llevamos ya oyendo yo no sé cuánto tiempo a José Luis Sanz, presidente del PP en la provincia de Sevilla, que la Junta de Andalucía no invierte tanto en nuestra provincia como en otras, a Juan Ignacio Zoido, candidato a la alcaldía de la capital, que el PSOE no invierte tanto en Sevilla como en otras capitales, y a Javier Arenas, líder del partido en el Parlamento andaluz, que el Gobierno de la nación no invierte tanto en Andalucía como en Cataluña. ¡Interesante concepto de la solidaridad inter-territorial, pardiez! Al parecer, las demandas de mayor inversión sólo son ilegítimas si las hacen los nacionalistas, pero pasan a ser españolísimas y patrióticas si las hace el PP. Todo depende de quién sea el que reivindique, y no del contenido de las reivindicaciones. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 10 15:34:58 CET 2008]

El País publica hoy un artículo de José Luis Pardo contra el llamado proceso de Bolonia del que me llamó la atención el siguiente párrafo:

Cuando los defensores de la "sociedad del conocimiento" (con Anthony Giddens a la cabeza) afirman que el mercado laboral del futuro requerirá una mayoría de trabajadores con educación superior, no están refiriéndose a un aumento de cualificación científica sino más bien a lo contrario, a la necesidad de rebajar la cualificación de la enseñanza superior para adaptarla a las cambiantes necesidades mercantiles; que se exija la descomposición de los saberes científicos que antes configuraban la enseñanza superior y su reducción a las competencias requeridas en cada caso por el mercado de trabajo, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada necesita una permanente recualificación, y sólo ella es apta —es decir, lo suficientemente inepta— para recibirla. Acaso por ello la nueva enseñanza universitaria empieza ya a denominarse "educación postsecundaria", es decir, una continuación indefinida de la enseñanza media (cosa especialmente preocupante en este país, en donde la reforma universitaria está siguiendo los mismos principios seudopedagógicos que han hecho de la educación secundaria el conocido desastre en que hoy está convertida): como confiesa el propio Giddens, la enseñanza superior va perdiendo, como profesión, el atractivo que en otro tiempo tuvo para algunos jóvenes de su generación, frente a otros empleos en la industria o la banca; y lo va perdiendo en la medida en que el profesorado universitario se va convirtiendo en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.

Suelo cuidarme muy mucho de descalificar opiniones ajenas, pero lo que ha escrito Pardo sobre la educación continua no puede calificarse sino de auténtica sandez. Afirmar, como hace, que "solamente una mano de obra (...) completamente descualificada necesita una permanente recualificación" no hace sino demostrar que este señor ha de vivir necesariamente en otro planeta. Claro que después se da uno cuenta de que trabaja como catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, lo cual puede incluso considerarse con cierta dosis de veracidad como otro planeta. Sencillamente, el conocimiento en todas las esferas del saber está avanzando a tanta velocidad que buena parte de los conocimientos que no puedan considerarse meramente como básicos (e incluso éstos en ocasiones) se están quedando anticuados en cuestión de años. A lo mejor esto no afecta al campo de especialización del señor Pardo (esto es, la Filosofía), pero lo menos que podía hacer entonces antes de escribir un artículo que se supone lo suficientemente genérico como para ser publicado en un diario de tirada nacional es informarse sobre los demás campos del saber, sobre todos las ciencias aplicadas. La recualificación es necesaria hoy en día porque nuestro conocimiento está avanzando a mayor velocidad que en el pasado. No hay más vuelta de hoja.

Pero entremos en el fondo del asunto, pues ahí es precisamente donde encontraremos la diferencia de pareceres que explica las críticas de Pardo al proceso de Bolonia. Siempre hemos contado en la Universidad española (sobre todo en el seno de la izquierda, que suele ser hegemónica entre el profesorado) con un buen número de críticos a la Universidad como institución capitalista supeditada al mercado. Ya saben a quiénes me refiero. Suelen ser, por lo general, catedráticos (o aspirantes a catedráticos) de una de las ramas de Humanidades, nostálgicos de otros tiempos supuestamente mejores en los que, en realidad, solamente una minoría tenía acceso a la educación superior y en realidad no necesitaba de las licenciaturas para hacerse con un puesto de trabajo. Ahí radica, me parece, el quid de la cuestión. El papel que desempeña la Universidad en una sociedad democrática y capitalista avanzada ha cambiado sobremanera. Antes servía de lugar de reflexión y estudio para los hijos de las élites dominantes, mientras que hoy en día es donde se preparan las futuras generaciones para desempeñar tareas profesionales en el mercado laboral en un contexto económico y social que exige mayor capacitación que la que se exigía hace cuarenta o cincuenta años. A esto se refieren Giddens y otros cuando hablan de la sociedad del conocimiento. No se trata de conocimiento en el sentido de cultura general o humanismo, obviamente, sino de conocimientos aplicados a una realidad concreta, al aquí y ahora. De ahí que sea necesario actualizar este conocimiento de cuando en cuando. ¿Que es una pena que se haya perdido la Universidad de amplio contenido humanista de antaño en favor de algo mucho más prosaico? Pues a lo mejor. De todos modos, quienes critican este desarrollo de los acontecimientos debieran tener bien presente varias cosas que se me antojan fundamentales: primero, la Universidad que tanto añoran nunca fue sino el patio de recreo de los niños de papá; segundo, la clase privilegiada de aquel entonces podía permitirse el lujo de dedicar su tiempo a conocimientos de cultura general que no guardaban relación directa con sus necesidades económicas precisamente porque no tenían necesidades económicas que satisfacer, ya que tenían su lugar asegurado en el mercado laboral al finalizar sus estudios de una u otra forma; tercero, dudo mucho que siquiera la mayoría de aquellos estudiantes tuvieran realmente el interés y el conocimiento que hoy asumismo en ellos; y, cuarto, la institución universitaria como tal estaba menos engarzada que hoy en la realidad social y tení de hecho menos influencia en el desarrollo social, político y económico de la época, aunque a estos nostálgicos de tiempos que siempre fueron mejores les parezca de otra manera.

En fin, que está muy bien despotricar contra la adaptación de la enseñanza superior a las condiciones del mercado laboral cuando se pontifica desde una cátedra universtiaria. Me pregunto si a lo mejor el señor Pardo vería las cosas de otra manera si su licenciatura en Filosofía no le sirviera más que para aspirar a enseñar en un instituto de provincias donde apenas trabaja de casualidad mientras se prepara las oposiciones. Y, cuidado, porque digo todo esto sin haber estudiado demasiado a fondo el contenido del proceso de Bolonia, por lo que tampoco estoy en condiciones de manifestar mi opinión favorable al mismo. Eso sí, lo que sí puedo decir es que, de momento, solamente me he encontrado críticas a dicho proceso provenientes de lo que podríamos denominar el sector nostálgico por el que, sinceramente, siento poca simpatía. A lo mejor ha llegado el momento de considerar la posibilidad de que la Universidad prepare a la gente para el mercado laboral y dejemos el humanismo para estudios de postgrado y, sobre todo, al propio interés de los individuos. Después de todo, siendo un poco escéptico, me da la sensación de que la apreciación por la cultura general y el humanismo siempre ha estado limitada a unos cuantos individuos interesados y que, de una u otra manera, hubieran hecho un esfuerzo por mejorar su educación en este aspecto con o sin ayuda de la Universidad. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 10 15:32:43 CET 2008]

Leo en Público que Salvados, el programa de La Sexta, ha marcado un nuevo record de audiencia gracias a la presencia de Federico Jiménez Losantos. Desde luego, tenemos lo que nos merecemos. ¡Qué vergüenza! {enlace a esta historia}

[Mon Nov 10 14:44:40 CET 2008]

El País publica hoy un artículo de Francisco Bustelo titulado España ante la crisis del que me interesaría destacar un párrafo que, en mi opinión, viene a resumir muy bien cuáles son los problemas que tiene planteada nuestra economía en estos momentos:

La paradoja de la economía española estriba en que en medio siglo su renta per cápita se ha sextuplicado sin corregir defectos de fondo. Baste un ejemplo. El presidente del Gobierno dijo no hace mucho que podríamos alcanzar económicamente a Francia, cosa que parece de todo punto imposible mientras el país vecino tenga una productividad, esto es, producción por unidad de trabajo, superior en casi un 50% a la nuestra. Hay baja productividad en España porque en términos comparativos nos falta tecnología, investigación, formación, organización y, en cambio, sobran trabas burocráticas, mercados fragmentados y cauces comerciales distorsionados. Además, la actitud del español medio ante el trabajo es de poca autoexigencia. Un ejemplo reciente es el de los secretarios judiciales que consideran, al parecer, que la falta de medios, sin duda cierta, justifica que las cosas se hagan, no mal, sino muy mal.

Tiene poco de extraño esto último que señala Bustelo, sobre todo teniendo en cuenta que se nos bombardea constantemente con el prejuicio de que como en España no se vive en ningún otro sitio, lo cual no viene a ser sino una variante más de aquél otro Spain is different de tiempos de Franco. Créanme, yo he vivido en tres países diferentes, y eso no es cierto. Sí, en España se vive bien gracias al clima del que disfrutamos, pero eso tiene bien poco que ver con los españoles, nuestras instituciones y nuestra sociedad. Por lo que respeca a estos últimos, la vida cotidiana aquí no es sino una agotadora lucha continua. La idea de servicio al cliente brilla por su ausencia, en tanto que la mala educación, el incivismo, la chulería, el ruido, la falta de respeto al prójimo, la suciedad y el individualismo egoísta se apoderan de nuestras vidas. Lo siento mucho, pero es así. Reto a cualquier español que haya vivido en los países del Norte de Europa o en EEUU a que venga a desmentir mis afirmaciones con pruebas. Ya está bien de fatalismo arcaizante (el mismo que se limita a apuntar el dedo acusador hacia el gobierno de turno, en lugar de asumir la propia responsabilidad de forma madura, como sucede en otros sitios) y, sobre todo, de falsa modestia. Nos gusta repetir que no llegamos para nada al nivel de Alemania o los países escandinavos pero, en realidad, en secreto, lo que queremos decir es que, con todos sus adelantos, ni alemanes ni suecos nos llegan a la horma del zapato y por eso se vienen aquí cuando se jubilan. Pues no, mire usted, no. Ya está bien de estupidces. Los jubilados alemanes se mudan aquí cuando se jubilan por el clima más que nada. Es más, si no fuera porque pueden permitirse el lujo de vivir en una comunidad más o menos cerrada y rodeado de sus compatriotas, a lo mejor hasta se lo pensaban hasta de venirse para acá.

Pero dejemos a un lado todo este tema de los jubilados que vienen del Norte de Europe y concentrémonos en el otro asunto que destaca Bustelo, el de la baja productividad. Hasta que regresé con mi familia a Sevilla hace un par de años no tuve necesidad de explicar a mis hijos lo que significa la palabra chapuza (término, por cierto, que no tiene fácil traducción al inglés, y por algo será). Y es que lo que Bustelo denomina "poca autoexigencia" prevalece por todas partes en España. Cuáles puedan ser las causas me parece algo más difícil de dilucidar. Puede deberse a aspectos meramente culturales, como también puede deberse a la precariedad del trabajo, las altas tasas de desempleo que obligan a los individuos a trabajar allí donde puedan o, todo hay que decirlo, la falta de tacto y cortesía con que nuestros trabajadores son tratados por los empresarios en líneas generales. Pero, aparte de los problemas de actitud frente al trabajo (algo que realmente considero secundario en el tema que aquí nos concierne), no queda más remedio que buscar en otro lugar las causas de nuestra baja productividad. En general, estoy convencido de que se debe a los otros puntos brevemente referidos por Bustelo también: el escaso uso de las nuevas tecnologías (cuidado, porque presente sí que están, pero no se las incorpora al fluir general del proceso productivo, sino que se las usa como algo exótico), los bajos niveles educativos, los déficit de organización (me sorprende que en España haya aún, como los hay, profesionales y trabajadores del conocimiento que ni siquiera hacen uso de las agendas o las listas de tareas, por no hablar de la inexistencia en las empresas españolas de personas que se dediquen única y exclusivamente al análisis de los procesos de trabajo y cómo mejorarlos) y, finalmente, la montruosa ineficiencia de la Administración. En fin, que menuda tarea tenemos por delante quienes nos esforzamos por mejorar las cosas y reformar nuesta sociedad. {enlace a esta historia}

[Sat Nov 8 18:30:58 CET 2008]

Hace ya varias semanas que escribí una entrada en esta bitácora criticando las posiciones del comentarista del Financial Times, Martin Wolf, contra la teoría de que las economías emergentes pudieran hasta cierto punto no verse tan afectadas por la actual crisis financiera internacional. No se trata, por supuesto, de que la recesión de las economías más avanzadas no vaya a tener repercusión alguna en países como China o India, como es lógico. Sin embargo, hasta cierto punto lo que se ha venido en llamar la teoría del decoupling creo que se ha demostrado cierta de momento. Que conste, no soy yo únicamente quien lo dice, sino que también me lo acabo de encontrar en un artículo publicado por The Economist titulado The global slumpometer en el que, de paso, se nos anima a reflexionar sobre qué pueda considerarse como una auténtica recesión:

It is only really the developed world that faces severe recession. The IMF's revised November figures now forecast that the advanced economies will shrink by 0.3% in 2009, which would be the first annual contraction since the war. The IMF has become markedly more bearish on emerging economies since October, reivising its forecasts downward by an average of a percentage point. But emerging economies are still tipped to grow by around 5%. This is a sharp slowdown from recent growth of 7-8%, but still above their average growth rate over the past three decades and considerably higher than their typical growth in previous global downturns.

These numbers could of course, be revised down still further. But if broadly correct, this could be a relatively mild downturn for emerging economies. Real income per head is still expected to increase next year in countries that account for well over half of the world's population. Indeed, if the developed world as a whole suffers an absolute decline in 2009, next year is set to be the first year on record when emerging economies account for more than 100% of world growth.

Una vez más, diga lo que diga Martin Wolf, a mí todo esto me parece claramente una confirmación de la teoría del decoupling. ¿Que se trata de un fenómeno hasta cierto punto relativo, puesto que las economías emergentes notan el efecto negativo de la receisión en los países más avanzados? Pues claro. Eso es de lo más obvio. ¿Es que alguien negó alguna vez que no fuera a ser así? Pero lo que interesa resaltar es que por primera vez en la historia económica más reciente las economías emergentes continúan creciendo, a pesar del mazazo que ha supuesto la crisis financiera internacional para EEUU, Japón y Europa. Eso sí que es algo nuevo, por más que analistas como Martin Wolf, demasiado apegados tal vez al antiguo estado de cosas, no quieran verlo. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 7 16:46:37 CET 2008]

Otra noticia publicada hoy por El Mundo: los ingenieros informáticos convocan una huelga para defender su titulación. Me parece ridículo que en pleno siglo XXI todavía nos andemos con este tipo de estúpidos corporativismos. De hecho, se trata de un claro indicador de que nuestra economía todavía adolece de un fuerte componente arcaizante y no ha acertado a ponerse al día del todo. No es el Estado el que deba establecer hasta qué punto una determinada titulación puede considerarse como ingeniería o no (independientemente del hecho de que, trabajando como he trabajando durante tantos años en el campo en cuestión, se me hace difícil justificar la llamada ingeniería informática como una auténtica ingeniería, la verdad sea dicha), sino el propio mercado. ¿Qué me importa a mí (o a los ciudadanos de a pie) si tal o cual carrera puede considerarse como ingeniería o no cuando lo que verdaderamente interesa es que tengamos empresas competitivas en los sectores punta? Los empleados pueden ser ingenieros o no, me importa bien poco. Lo que sí importa es que sean capaces de trabajar en condiciones, que la productividad sea alta y, a ser posible, que también puedan innovar. Pero esto que nos plantean los "ingenieros informáticos" no es sino un conflicto corporativo para defender unos intereses creados. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 7 16:14:14 CET 2008]

Me encuentro hoy en las páginas de El Mundo con la noticia de que el litro de gasolina vale menos de un euro por primera vez desde marzo de 2007 y lo primero que se me viene a la cabeza son todos los comentarios demagógicos que hemos oído en los últimos meses sobre este tema: que si el precio de la gasolina siempre sube pero nunca baja, que si las empresas distribuidoras de gasolina se comportan de manera mafiosa, que si por más que baje el precio del barril de petrólo eso no parece afectar al precio del producto final que pagan todos los consumidores... en fin, ¿qué más voy a contar? Por ver, hemos visto hasta numerosas viñetas en los grandes diarios nacionales haciendo el chiste fácil a cuenta de este tema y de las hipotecas. En ese otro caso, también se acusaba a los bancos de continuar subiendo los pagos de la hipoteca, independientemente de lo que marcara el Euríbor. Vamos, la demagogia de costumbre. Eso sí, ahora nadie rectificará y reconocerá que estaba cayendo en la táctica típica del populismo más ramplón. {enlace a esta historia}

[Fri Nov 7 11:46:14 CET 2008]

Como europeísta convencido que soy, me ha gustado leer hoy en El País el artículo de opinión titulado Europa necesita un relato, de Luis Arroyo:

Saben los antropólogos y los sociólogos que una nación, un pueblo, una comunidad, necesitan inexorablemente un mito fundacional, unos símbolos compartidos, una cierta tradición y algunos antagonistas. Obama acaba de refrescar todo eso en Estados Unidos al contar su historia personal y volver a narrar a su manera la del país, un relato épico escenificado con minucia y belleza. La Unión Europea también posee estos elementos, o puede poseerlos, pero sus ciudadanos no lo saben. Europa tiene una historia de 25 siglos de búsqueda de unidad en un territorio claramente delimitado, comparte tradiciones populares, músicas y danzas, pensamiento y religión, arquitectura y arte. basta con pasear por Gante y por el Madrid de los Austrias, sentarse en una cervecería de Praga o en una de Edimburgo, visitar la catedral de Burgos y la de Notre Dame, observar la unidad del arte de cada galería del Museo del Prado, o tratar de descifrar las diferencias entre la música celta asturiana y la francesa, o entre la música barroca italiana o alemana. La diversidad de lenguas y las diferencias étnicas no deberían ser un problema insalvable, como no lo han sido en China, en India o en decenas de países multilingües.

Está claro que en un mundo multipolar que se diseña para el siglo XXI, Europa defiende valores genuinos y casi exclusivos: el papel del Estado protector, la teolerancia, el multilateralismo, la igualdad, los derechos humanos... Y tienen razón los europeístas cuando dicen que muchos problemas europeos, y también buena parte de los mundiales, se resolverían con más Europa, no con menos. Pero eso exige también más afectividad europea. Es verdad que teenmos ya una moneda común, que podemos desplazarnos libremente por el continente sin que nos paren en la frontera y que en en nuestros aeropuertos se siente una suerte de privilegio al entrar por la puerta de "ciudadanos UE" (aunque hasta en esto se añade el burocrático "y territorio Schengen"). Pero estas cosas las siente una minoría: la que viaja. Y no tenemos que promover el sentimiento europeo fuera de cada país, sino dentro. Explicando —a través del sentimiento tanto o más que de la razón— lo que nos une. Contando nuestros mitos fundacionales y nuestra historia común. Celebrando juntos las mismas fiestas.

España tiene una ocasión magnígfica para activar el sentimiento europeo con su presidencia de la Unión en el primer semestre de 2010. No tenemos complejo alguno en la materia,: no somos ni nuevos ni viejos, por lo que nuestra apuesta no resultaría insidiosa ni prepotente; hicimos los deberes cuando se nos encomendaron, aprobando el examen de la Constitución. España, además, entiende de emociones y de pasión y sabe contagiarlas. Nuestro trabajo en la expansión del sentimiento europeo debería incluir elementos de gestión, como el fomento de una norma común sobre banderas, himno o celebraciones europeas. O la creación de una selección europea de fútbol, por poner un ejemplo pintoresco pero interesante. O la creación de un documento de identidad europeo. O la promoción de viajes baratos para mayores en la Unión (unos viajes del Inserso europeos, como figura en algún proyecto del Gobierno español). Pero el trabajo también debe recoger elementos de pura comunicación: la creación de un logo y un eslogan para todo el continente, la difusión publicitaria de los valores y activos que nos unen y nos distinguen de "antagonistas" como Estados Unidos, Asia o el mundo islámico; la militancia europeísta de celebridades y líderes de opinión...

La verdad, hablar de la aprobación de la Constitución europea por los ciudadanos españoles en referéndum como "hacer los deberes" me parece más que discutible. Sencillamente, se cree oportuno someter la aprobación del documento a los ciudadanos, se debate y se vota, pero aquí no hay "deberes" que cumplir, pues no hay órdenes que seguir. De lo contrario, más vale ni siquiera organizar el referéndum (esto es, por cierto, un elemento que no me parece ni mucho menos secundario o trivial, pues estoy convencido de que se encuentra detrás de los problemas que tenemos para democratizar en profundidad las estructuras políticas de la Unión. No obstante, estoy completamente de acuerdo con el resto del artículo de Arroyo. Tenemos que buscar la manera de potenciar nuestra propia mística europea, nuestro relato fundacional. Sin él, no hay forma de construir una identidad. Y, sin identidad, tampoco puede haber comunidad política ni auténtica unión más allás de los aspectos más puramente burocráticos y administrativos que aún predominan hoy en día en el proceso de integración europeo.

Sin embargo, me parece digno de subrayar el hecho de que, buscando en nuestra historia qué es lo que nos une, Arroyo haya encontrado precisamente los aspectos artísticos y culturales que se han blandido tan a menudo siempre que se discuten estas cosas que suena ya a algo manido y cansino. Tiene poco de extraño, visto lo visto, que los estadunidenses vean Europa a menudo como una especie de parque temático cultural. Y no es que la cultura y el arte no tengan importancia, no. Tiene razón Arroyo al afirmar que pueden llegar a unir a pueblos diversos que, a pesar de todos los pesares, han compartido siglos de historia en común. Pero resulta cansino, no obstante, que no seamos capaces de encontrar otras razones para justificar el proyecto europeo. Siempre volvemos al mismo cuento de las catedrales, las tradiciones populares, la música del Barroco y el arte de Miguel Ángel, como si sólo tuviéramos pasado, y no presente ni futuro. Casi se diría que, a fuerza de mirar tanto para atrás hacia un pasado ciertamente repleto de motivos para el orgullo, los europeos se han convertido en meras estatuas de sal incapaces de ofrecer soluciones a los problemas de hoy, mucho menos a los de mañana. Y me duele esto porque no me parece que sea cierto. Estoy convencido de que Europa tiene todavía mucho que aportar al mundo, pero somos nosotros precisamente quienes debemos creérnoslo primero. Está muy bien honrar a nuestros muertos y estar orgullosos del pasado, pero debemos centrarnos en el aquí y el ahora, los problemas que tenemos entre manos. De lo contrario, de nada nos van a valer Mozart, Beethoven ni Leonardo da Vinci. La identidad europea —el relato, como lo llama Arroyo— no puede consistir en un vago sentimiento de orgullo por nuestras obras artísticas, sino en una apuesta firme por un proyecto que en última instancia no puede sino ser político, un proyecto de economía mixta que evite los excesos del Estado y del mercado, que afirme las políticas sociales y el concepto de solidaridad sin ningún tipo de tapujos ni mala conciencia, que apueste asimismo por la igualdad de oportunidades y la creación de un sólido entramado de instituciones internacionales desde las que afrontar los grandes retos globales que tenemos encima de la mesa. {enlace a esta historia}

[Wed Nov 5 11:51:37 CET 2008]

Se ha convertido ya en un tópico que los medios de comunicación hablen de tal o cual día como un día histórico, pero la verdad es que no se me ocurre otra forma de calificar el triunfo electoral de Barack Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses. Cierto, se veía venir y lo anunciaban todas las encuestas, sobre todo a raíz de la crisis financiera internacional que dañó considerablemente las expectativas de un McCain demasiado identificado con las políticasa desreguladores de los republicanos, pero lo mismo sucedió en 2000 con Gore y en 2004 con Kerry. En ambos casos parecía claro que el candidato demócrata iba a ganar en las elecciones por, al menos, un par de puntos porcentuales de diferencia y nos encontramos con la sorpresa final la noche del recuento. Esas dos noches de desilusión las viví yo allí, en el país, en tanto que esta maravillosa noche de triunfo del cambio me toca vivirla desde la distancia que pone todo un océano de por medio.

La ilusión que ha despertado Obama en todo el mundo —no hay más que echarle un vistazo a las fotos publicadas por los medios de comunicación— permite a la Administración entrante comenzar su gestión con una tabula rasa. Todo el prestigio que EEUU había perdido en el globo debido a la arrogancia y los errores de la política exterior de George W. Bush fueron borrados y olvidados automáticamente anoche. Siempre y cuando Obama dé un giro a su política exterior en favor de una visión multilateralista e internacionalista, auténticamente global, veo bien difícil que la inmensa ola de apoyo que ha generado su candidatura se disipe tan fácilmente. Llegarán, sin duda, momentos difíciles y se cometerán errores, pero siempre y cuando se evite la arrogancia unilateralista de Bush, estoy convencido de que Obama cuenta con un capital de confianza popular que le permitirá un amplio margen de maniobra.

Ahora bien, donde sí que es bien posible que Obama sufra un desgaste mucho mayor es en los EEUU. En estos momentos, el país está viviendo una experiencia similar a la que vivimos nosotros en 1982 (hasta el lema de la campaña de Obama es bien parecido al de los socialistas de entonces), pero una vez llegado a la Casa Blanca Obama tendrá que tomar algunas decisiones bastante duras que conllevarán un inevitable desgaste electoral. Sencillamente, la situación de la economía estadounidense y de las arcas del Estado es tan preocupante que no veo cómo podrá salir adelante sin obligar a los ciudadanos a apretarse el cinturón, y ésa es una medicina que no gusta a nadie. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 4 14:04:38 CET 2008]

Me parece de pena leer en El Periódico de Cataluña que el consumo de la tele se ha disparado a 4 horas y media por persona y día durante el mes de octubre. Esto en un país en el que los índices de lectura son todavía bastante bajos y la participación ciudadana en las asociaciones cívicas brilla por su ausencia. Lo primero que se me ha venido a la memoria cuando leí el artículo fueron los comentarios de tantos y tantos padres que se excusaban por no participar en el AMPA del colegio al que asisten sus niños con el peregrino argumento de que no tienen tiempo. Al parecer, no tienen tiempo para trabajar en la mejora de la escuela de sus hijos o para contribuir a solucionar los problemas de su barrios, pero sí para perderlo delante de la puñetera caja tonta viendo programas para imbéciles y partidos de fútbol. Si es que se le quitan a uno las ganas de todo. {enlace a esta historia}

[Tue Nov 4 13:43:46 CET 2008]

Me encuentro hoy en El Mundo con una noticia sobre la cumbre ministerial francesa de Vichy en la que se nos informa de las declaraciones del ministro de Inmigración, Brice Hortefeux, advirtiendo del agotamiento de las políticas de integración en Europa. Hortefeux sugiere que la UE haga una "muestra de humildad" sobre la insuficiencia de sus políticas de integración en aspectos tan importantes como el alojamiento, el empleo, la escolarización o el aprendizaje de las lenguas de los países de acogida. Todo ello, según explica, ha ido redundando en los últimos años en un "desmadejamiento de la convivencia" y "un terreno abonado para la violencia". Como alguien que ha vivido durante tanto tiempo en los EEUU, que está casado con una norteamericana y tiene tres hijos con doble nacionalidad, como alguien que desde luego puede criticar la política de los EEUU en uno u otro campo pero que no comparte el profundo anti-americanismo que parece extenderse por muchas sociedades europeas, no me queda más remedio que preguntar si acaso, conforme los países de la UE están asistiendo a mayores índices de inmigración y sus sociedades se están haciendo más frágiles y complejas, si acaso no estamos asistiendo al surgimiento de una serie de fenómenos sociales que antaño nos parecían exclusivos de los tan denostados EEUU. A ver si ahora resulta que la existencia de ghettos donde las minorías raciales malviven con bajos ingresos y trabajos de poca monta, el poder de las mafias de todo tipo, el alto número de crímenes violentos y cuestiones similares van a estar relacionadas, después de todo, con un tipo de sociedad globalizada y diversa que tan sólo ahora estamos comenzando a ver por estos lares, y no tanto con un supuesto espíritu americano racista y egoísta. Tan sólo dejo la cuestión ahí, flotando en el aire, sugerida para que sirva de reflexión. {enlace a esta historia}

[Mon Nov 3 12:11:22 CET 2008]

Magnífico el artículo sobre el llamado rescate de la memoria histórica escrito por Fernando Savater y publicado hoy por El País:

Lo que en un comienzo fue el razonable intento de satisfacer a quienes buscan los restos de sus seres queridos ejecutados para darles digna sepultura, pasó luego a una especie de revival de la vieja discordia fratricida para imponer a posteriori la salomónica justicia que no se hizo en su día: no ya desenterrar los muertos de la Guerra Civil, sino desenterrar a la propia Guerra Civil para que ahora por fin ganen los buenos. ¡Por fin va a quedar claro, judicialmente claro, que lo de Franco fue una dictadura y por tanto un rosario de abusos, arbitrariedades y crímenes! Ya me parecía a mí...

Tengo el mayor respeto popr Baltasar Garzón: seguro que se ha equivocado a veces, pero como se equivocan los que hacen algo más allá de la rutina frente a los que sólo se atienen a ella, que aciertan siempre. El balance de sus iniciativas a lo largo de los años creo que es fundamentalmente favorable a la democracia y a la justicia. En este caso, en mi opinión desbarra por complpeto. Desde luego, ignoro si la razón jurídica está de su lado o la tiene el fiscal Zaragoza: la triste experiencia de los últimos años me ha demostrado que hay iniciativas que carecen de sentido común pero tienen sentido legal. Lo que me asombra es que bastantes, pese a dudar mucho de la viabilidad jurídica del asunto (¿qué responsabilidades penales van a pedirs, y a quién, si el franquismo es declarado culpable?, ¿guillotinaremos al Rey, establecido en el trono por el dictador?) y secretamente convencidos de que todo se quedará en agua de borrajas, traten de vendernos el encanto simbólico de todo este asunto. Pues no: precisamente en el plano simbólico es donde resulta más clara la majadería. No tiene pies ni cabeza tratar de zanjar un debate histórico con sentencias judiciales ni combatir a los historiadores falsarios desde un tribunal. Nos dicen que la derecha no reconoce sus vínculos genealógicos con el franquismo; bueno, ¿y la izquierda? ¿Aireamos de nuevo la lista de líderes políticos, catedráticos, periodistas, etcétera, con un pasado azul que tú bordaste en rojo ayer? Todos ellos fueron franquistas (o combatieron el franquismo "desde dentro", es decir, con cargos franquistas) en la época más dura del régimen: se fueron curando luego, qué cosas. Por no hablar de quienes heredan sus modos en la imposición lingüística (nuevas versiones autonómicas del "hable usted en cristiano" imperial) o sencillamente en el mangoneo de favores o de ostracismos desde cargos públicos, de tanta raigambre dictatorial.

Estoy completamente de acuerdo con Savater. No me gusta nada la actitud acrítica y seguidista de quienes aceptan unas verdades reveladas por su particular catecismo ideológico y lo ven y analizan todo desde esa perspectiva sectaria. Pues bien, no hay más que leer las opiniones vertidas por tanto progresista de comunión (izquierista) diaria en la Red para observar que estamos precisamente ante uno de estos casos. La tan traída y llevada memoria histórica se ha convertido en mera arma arrojadiza, granada de mano sostenida bien en alto por quienes tienen bien poco interés en recuperar la Historia, sino que han sabido reconocer una oportunidad de oro para socavar los cimientos mismos de nuestra democracia en nombre de un ideal republicano que se identifica mucho más con el frentepopulismo pseudo-comunista que con la república burguesa y moderna de Azaña, por la que sí que siento mucho más respeto. Esta gente, por desgracia, no quiere rescatar la reforma educativa y las misiones pedagógicas del primer bienio de gobierno republicano, sino los discursos belicosos de La Pasionaria y el "no pasarán" de 1936. Son gente que proclama sus convicciones morales a los cuatro vientos cuando se trata de criticar las ejecuciones del lado franquista, pero que guarda silencio a la hora de tratar de Paracuellos. Gente que únicamente concibe la dictadura como régimen político de derechas, pero incapaz de reconocer las víctimas de Stalin, Pol Pot, Mao, Fidel Castro y el Che Guevara. En otras palabras, que no son republicanos por conciencia cívica, sino por dogma anti-monárquico. Defensores de una memoria histórica bastante desmemoriada por lo que hace a los crímenes de la izquierda, que también los ha habido. O, como muy bien afirma Savater al cerrar el artículo:

Ahora veo derribar la cárcel de Carbanchel, en la que hace 40 años pasé una breve y no diré que feliz temporada. La despido sin tanta nostalgia como muestran por ella los que no la conocieron por dentro. Y así me gustaría ver irse también al olvido a los hunos y los otros, como diría don Miguel, a quienes no olvidan porque su memoria viene de la ideología y no de la experiencia. Son el peor cáncer de la España actual, la de la crisis, el paro y la hostilidad centrífuga.

No tiene nada de extraño que sea precisamente ahora cuando hayamos asistido a un renacer de los sentimientos republicanos en paralelo a la creciente crítica de lo que supuso la transición a la democracia. Los sectarios de izquierda (que también los hay, como en la derecha) no reivindican la república de todos, sino tan sólo la de quienes piensan como ellos. República, para ellos, no es el régimen en el que no hay dinastía monárquica sucediéndose en la Jefatura del Estado (lo cual, por cierto es compatible tanto con la democracia como con la dictadura, como bien atestigua la historia), sino que equivale más bien a un régimen claramente identificado con su opción política de izquierdas, algo más cercano a las antiguas repúblicas populares de la Europa del Este que a los EEUU; más similar a Cuba que a Alemania. Y ahí está el peligro precisamente. Quienes sentimos simpatía por la república como forma de gobierno debemos andarnos con mucho cuidado de no dejarnos engañar por el canto de sirenas de un izquierdismo radical que únicamente se apunta ahora al republicanismo porque parece facilitar la extensión por el entramado social de unas ideas doctrinarias, desfasadas y dogmáticas. En definitiva, ya que no pueden conseguir el apoyo ciudadano presentándose con su programa comunistoide, optan por alzar la bandera de un republicanismo que, en realidad, les trae sin cuidado.

La transición española a la democracia tuvo, qué duda cabe, muchos errores y limitaciones. Pero, a pesar de todos los pesares, le debemos también el periodo más largo de convivencia en libertad y de desarrollo económico de nuestro país, mal que les pese a los de siempre, a los extremistas de izquierda y derecha. En ese sentido, y pese a sus defectos, no tenemos por qu&eacaute; sentir ninguno tipo de complejos en defenderla, tal y como acertadamente hace Savater:

...el éxito de la transición estribó precisamente en renunciar a la aplicacióp;n contra viento y marea de una solución clarificante a la dictadura: los remedios que tácita o explícitamente se convinieron tuvieron cuenta de la dosis y no se excedieron en ella, en contra de lo que algunos (entre los que, ay, debo incluirme) pedían con perentoriedad maximalista. Se procuró dar cauce a la ética de las consecuencias más que a la de los principios y se intentó alcanzar una forma institucional de justicia que renunciase a los ajusticiamientos. En líneas generales, fue toda una lección de cordura colectiva, algo inesperada desde luego en un pueblo que tiene como emblema literario la figura de un simpático orate. Hoy no faltan sabios sobrevenidos que nos recuerdan lo obvio, es decir, que pesó en aquella opción el miedo a poderes fácticos militares y civiles todavía vigentes. Cierto, sin duda, pero vamos a ver: esos grupos influyentes y temibles no venían del espacio exterior sino de la entraña misma de un país complejo y difícil de reconciliar. ¿Hubiera sido aconsejable azuzarlos en un sentido u otro hasta que pudieran desbocarse por instinto de conservación? Se optó prudentemente por cambiar el país, no por cambiar fieramente de país... y creo que se hizo bien.

¡Y tan bien que se hizo! Como decía más arriba, nunca habíamos vivido un periodo tal de estabilidad y convivencia política en libertad acompañada de desarrollo económico y social, pese a todos sus problemas. Sencillamente, quien no lo quiera ver es que está cegado por el peor tipo posible de ceguera, la ideológica. Bien está permitir que familiares directos y descendientes de las víctimas de la represión franquista puedan encontrar sus restos y enterrarlos con toda dignidad, y bien está también que nuestra sociedad asuma a estas alturas de la película que no es éticamente aceptable el mantener monumentos y placas honoríficas que claramente ignoran a una de las dos Españas que se enfrentaron entonces en el campo de batalla. Pero de ahí a lanzar ahora una cruzada anti-franquista y revivir los "gloriosos días de la resistencia de Madrid frente a las hordas fascistas" media un abismo. No es necesario ni conveniente reabrir viejas heridas, aunque tampoco tenemos por qué olvidar cómo se produjeron. {enlace a esta historia}