[Thu May 29 13:34:02 CEST 2008]

Sigue asombrándome la bilis que se esparce por las páginas de nuestra prensa en cuanto sale a relucir el tema de la organización territorial del Estado. Todo pueblo parece tener ciertos temas sobre los que le es imposible discutir de forma razonable y sosegada, y éste es sin duda uno de los nuestros —digo que es "uno de los nuestros" porque nosotros, desgraciadamente, parecemos estar sobrados de temas polémicos que somos incapaces de discutir razonablemente. Viene esto a cuento del artículo titulado El síndrome confederal escrito por Antonio Elorza y publicado hoy mismo por El País. Además de la consabida afirmación, casi obligada en estos artículos, sobre el supuesto hecho de que nuestro Estado de las autonomías está más descentralizado que muchos estados federales —Elorza no lo dice explícitamente, pero lo da a entender implícitamente— que la verdad es que no se corresponde para nada con la realidad —no sé si a lo mejor están hablando de Alemania, en cuyo caso ignoro si pueda ser cierto, pero desde luego en el caso estadounidense no puede decirse ni por asomo que nosotros hayamos alcanzado un nivel siquiera cercano de descentralización administrativa—, se hacen incluso afirmaciones manifiestamente falsas. Por ejemplo, Elorza no se corta un pelo a la hora de achacar los problemas de la antigua Yugoslavia a su naturaleza supuestamente confederal, cuando en realidad siempre se trató de un Estado federal. De la misma forma, aclara que aunque la Constitución suiza defina al país como una Confederación, se trata en realidad de un Estado federal, lo cual está muy bien, si no fuera porque convenientemente se ignora que si cualquiera de nuestras autonomías tratara de aplicar a aquí las políticas lingüísticas que se aplican allí la sangre seguramente llegaría al río en cuestión de días. A partir de ahí, advertir, como hace Elorza, sobre la "deriva confederal" de nuestro Estado me parece que es sacar los pies del tiesto y exagerar la realidad. De ahí al se rompe España sólo hay unos palmos. A ver si va a resultar que, de tanto gritar que viene el lobo, al final vamos a ignorarles cuando realmente haga falta estar al tanto. {enlace a esta historia}

[Thu May 29 13:23:16 CEST 2008]

No sabe uno qué pensar de estos tiempos tan mediáticos en los que absolutamente todo parece mostrarse sin pudor alguno en las cristaleras de los grandes hipermercados de la imagen en que se han convertido los medios de comunicación de masas. Leo esta mañana que Natascha Kampusch, la joven austríaca que pasó ocho años secuestrada en un sótano hasta que logró escapar en agosto de 2006, ha conseguido un contrato como presentadora de un programa de entrevista en una cadena de televisión local vienesa. Todo esto no hace sino mostrar bien a las claras lo insulsas que pueden llegar a ser nuestras sociedades mediáticas. A tanto llega el grado general de confusión que lo único que cuenta para desempeñar determinadas funciones y ganar un buen dinero es fama. Bien poco importan ya el esfuerzo, la consistencia, el conocimiento, la honradez o la coherencia. Simplemente garanticen ustedes una buena cuota de pantalla —con el consiguiente corolario de buenos ingresos en concepto de publicidad— y échense a dormir. Luego nos preuntaremos qué puede haber fallado y por qué las nuevas generaciones no parecen tomarse las cosas tan en serio y carecen de criterios éticos o incluso desprecian la importancia del esfuerzo. {enlace a esta historia}

[Thu May 29 12:57:25 CEST 2008]

Parece mentira que a estas alturas de la Historia la sexualidad sea todavía un tema tabú para algunos, incluyendo a algunos progresistas. Ayer, navegando por aquí y por allá, me topé con una breve entrevista con el sociólogo Alain Touraine en la que, entre otras cosas, afirmaba que "la sexualidad ha hecho superior a la mujer", frase que el periodista de Público —sabiendo, seguramente, que todo lo que tenga que ver con el sexo atrae siempre la atención de los lectores— aprovechó para titular el artículo en cuestión. La verdad es que, una vez leída la entrevista, el titular se nos muestra como una auténtica distorsión de las reflexiones que hace Touraine sobre el papel de la mujer en las sociedades desarrolladas a principios de este siglo XXI. Lo que propone, fundamentalmente, es que el feminismo de ahora tiene una naturaleza bien distintas del que se dio a finales de los sesenta y durante la década de los setenta, en el sentido de que está menos volcado en la movilización reivindicativa contra algo y más centrado en la afirmación del yo. Para ilustrar su punto de vista, Touraine explica, por ejemplo, que:

La mayoría de las personas que piden el divorcio son mujeres y no lo hacen porque piensan en lo sufrido, sino por su liberación.

La verdad es que, pensándolo bien, alguna razón sí que lleva Touraine. A partir de ahí, se introduce en otras disquisiciones que, si bien es cierto que me parecen harto discutibles, no por ello han de considerarse ofensivas, ni mucho menos. Así, por ejemplo, afirma que;

Las mujeres están utilizando su sexualidad como un elemento de construcción de su personalidad y eso les hace superiores. De hecho, consideran que la relación con el hombre no es un fin, sino un instrumento para transformar la relación que tienen consigo mismas.

He de reconocer que no tengo muy claro a qué se pueda referir el sociólogo francés con toda esa palabrería sobre la sexualidad femenina. ¿Acaso la sexualidad masculina no es "un elemento de construcción de su personalidad"? ¿Podemos decir que los hombres consideran su relación con la mujer como un fin? No me queda nada claro que pueda haber de sustancial tras esta retórica.

En todo caso, si saco este tema a colación no es tanto por las reflexiones de Touraine, sino más bien por la reacción desproporcionada de una lectora que, usando el pseudónimo de Juana de Arco, añadió unas notas a la página descalificando al sociólogo por considerar "que la mujer sólo tiene sexualidad y no sensualidad e intelecto como cualquier hombre", entre otras muchas cosas. No acierta a ver uno de dónde puede haber extraído la lectora estas conclusiones. Pero es que, además, me parece que tienen un ligero tufillo de mojigatería que ya creía pasado de moda. Ahora resulta que, junto a los reaccionarios ultraconservadores e integristas, también tenemos a las progres feministas ultraortodoxas situadas en oposición frontal a todo lo que rezume sexualidad, que vuelve a adquirir de alguna forma tintes negativos. En fin, se trata de algo que ya creía superado hacía tiempo, al menos en las sociedades europeas. Está visto que me engañaba. {enlace a esta historia}

[Wed May 28 11:24:01 CEST 2008]

IU llevó ayer una propuesta al Congreso para que se retiren los símbolos religiosos en actos y ceremonias institucionales, propuesta que fue derrotada con el voto en contra no sólo del PP (esto, la verdad, ya se esperaba), sino también de los diputados socialistas. Entiendo que el Grupo Socialista no quiera meterse en camisa de once varas apenas comenzada la legislatura, sobre todo teniendo en cuenta que la estrategia declarada del PSOE en estos momentos pasa por suavizar el talante y llegar a acuerdos con el principal partido de la oposición. Así es como entiendo yo manifestaciones como las de Ramón Jáuregui anunciando el rechazo a la propuesta con el peregrino argumento de que aunque "el crucifijo está de más, no haremos una ley para prohibirlo". Mire usted, es que si no, y aunque verdaderamente esté de más, no lo retira nadie. Cierto, la iniciativa debiera partir de la propia Casa Real, que debiera ser consciente de que estamos —al menos de acuerdo a la letra de la Constitución— en un Estado aconfesional, cediendo pues a la tentación de imponer un crucifijo como símbolo del Estado, guste o no guste a los españoles. Lo que ocurre es que ni se ha hecho en treinta años de democracia, ni parece que se vaya a hacer en los próximos años. Y, sin embargo, a mí me parece necesario que no figure ningún símbolo religioso en lo que, a fin de cuentas, se supone que es un Estado aconfesional. Tan español es un católico como un luterano, un mormón, un musulmán, un agnóstico o un ateo, siempre y cuando cuenten con la nacionalidad española. Como decía, entiendo perfectamente, eso sí, que hay otras prioridades en las que centrar nuestra atención y, sobre todo, que lo más necesario en estos momentos no es dividir con un discurso laicista sino negociar y consensuar un buen número de políticas con sectores liberales, nacionalistas y conservadores. Esa consideración —tan importante como el orgullo laico de IU— no tiene que hacerla Llamazares porque no está en el Gobierno, pero los socialistas no pueden permitirse ignorarla.

Por cierto, que se han dicho otras insensateces durante el debate. Por ejemplo, Jáuregui, no contento con soltar lo que indicaba más arriba, también manifestó que:

Nadie puede prohibir por una ley el Corpus Christi, ni la Semana Santa, ni las celebraciones que hay en la mayor parte de España el 15 de agosto.

Pues no, claro que no. ¿Y quién está hablando de prohibir dichas celebraciones? Los ciudadanos son muy libres de celebrar todo lo que quieran, incluyendo festividades religiosas. Asimismo, son libres de celebrarlas en lugares públicos, siempre y cuando cumplan con la legislación vigente relativa a estos temas. Pero ello no implica necesariamente que los poderes públicos del Estado hayan de desempeñar un papel principal en ellas. Es decir, el Alcalde de Sevilla está en su derecho de asistir a cuantas celebraciones religiosas crea oportuno, pero ya no está tan claro que deba hacerlo como representante máximo de todos los sevillanos (esto es, como Alcalde). A mí eso me parece de lo más claro, democrático y tolerante.

Finalmente, y por si todo este baile de despropósito y sandeces no fuera suficiente, leo también que el ponente del PP, Eugenio Nasarre, puso como ejemplo el modelo de separación Iglesia-Estado en EEU que, según él, "hizo de la libertad religiosa la razón de ser de su constitucionalismo". No voy a entrar siquiera a recordarle al señor Nasarre que la Constitución estaounidense data ni más ni menos que de 1776, fecha en la que era harto improbable que se pudiera escribir un documento constitucional sin incluir ciertos elementos religiosos. Ahora bien, sabrá el mismo señor Nasarre que, precisamente debido a esa separación Iglesia-Estado y a ese respeto por la libertad religiosa, en EEUU está estrictamente prohibida el adoctrinamiento religioso en la escuela pública y no se verá jamás a un representate público asistir a una celebración religiosa en calidad de tal, por no hablar de permitir la utilización de tropas. Vamos, que el PP parece hacer un uso bastante sesgado de la realidad social y política en los EEUU. {enlace a esta historia}

[Tue May 27 09:16:07 CEST 2008]

Me ha encantado la viñeta de El Roto que publica hoy El País:

{enlace a esta historia}

[Mon May 26 13:08:54 CEST 2008]

He estado leyendo mientras almorzaba una entrevista con el poeta argentino Juan Gelman publicada por El Cultural de la que me llamó la atención el siguiente párrafo:

Mi hermano Boris nació bajo el zarismo, en 1911, y entonces era obligatorio en todo el imperio hablar el ruso. Lo mismo ocurrión en la era soviética. Cuando tenía 5 ó 6 años, él me recitaba poemas de Pushkin de memoria. No entendía yo ni una palabra, pero la música y el ritmo de esos versos me transportaban a otro lugar, un lugar desconocido, de asombro delicioso. Creo que así encontré a la poesía en mí.

Esto me recordó una conversación que tuve con mi esposa hace ya bastante tiempo sobre las aficiones musicales de la juventud española comparada con la estadounidense. A ella le sorprendía que los jóvenes españoles escuchen música pop inglesa y norteamericana sin entender casi ninguna de las letras —se quedan, si acaso con el estribillo. Según me contaba, a ella le era imposible escuchar ninguna canción con letra en inglés sin prestar atención a las letras, por insulsas que fueran. La letra y la música en Madonna, por poner un ejemplo, iban unidos en su experiencia, mientras que por estos lares disfrutábamos más del ritmo y la musicalidad, ya que no entendíamos la letra de las canciones. En consecuencia, es bien posible que la gente de mi generación creciera allá por los años ochenta oyendo a Pet Shop Boys o The Police sin tener ni pajolera idea —afortunadamente— de lo que cantaban. Puede parecer algo secundario y trivial, pero la verdad es que esta misma razón explica que nos sea mucho más fácil disfrutar de la música de otras culturas, entendamos o no la lengua en que cantan los artistas, mientras que en los países anglosajones no están acostumbrados del todo a eso. Ellos que se lo pierden. {enlace a esta historia}

[Mon May 26 11:33:36 CEST 2008]

También leo hoy en Público otro artículo sobre la enseñanza de los valores cívicos en la escuela española a lo largo del siglo XX que llama la atención por la referencia a un manual publicado en 1918:

Antes, cuando Manuel era un niño, en 1918, se enseñó en muchas escuelas el manual La educación del Ciudadano, del catalán Juan Palau Vera (Seix y Barral Editores). Pretendía, según el prólogo del autor, lograr "un desarrollo integral del joven: moral, física e intelectualmente". El texto separaba a hombres y mujeres: "El padre trabaja para sostener la familia; la madre para que se emplee de un modo conveniente lo que gana el padre".

También explica las diferencias entre Nación —comunidad de espíritu— y Estado —agrupación más amplia que la nación—. "España se ha formado por la unión de las nacionalidades que ocupaban la península, menos Portugal", se explicaba. Era 1918.

¡Ahí es nada! Por si a alguien le falla la memoria, la España de 1918 es la de la Restauración borbónica, la de Alfonso XIII. ¿Dónde queda el catastrofismo tan en boga estos días que clama constantemente contra la supuesta manipulación de futuras generaciones mediante el lavado de cerebro para convencerles de que España está formada por varias nacionalidades? Al parecer, la idea no era tan extraña allá por 1918. El manual de Palau Vera tiene, además toda la razón: España se formó como Estado por la unión de diversas nacionalidades, con la única excepción de Portugal. Algo, no obstante, que muchos aún no están dispuestos a aceptar casi un siglo después. {enlace a esta historia}

[Mon May 26 11:24:59 CEST 2008]

Leo hoy en Público que se acaba de publicar la primera novela del escritor Stanislaw Lem. La noticia tendría importancia alguna si no fuera porque resulta que Lem se hizo famoso como escritor de ciencia-ficción (Solaris, Diarios de las estrellas, Congreso de futurología...) y ésta, su primera novela, es más bien realista. Al parecer, según el artículo, el recién implantado régimen comunista polaco exige al escritor que ponga su obra al servicio del Estado y él reaccionó abandonando la novela realista y pasándose con todos sus bártulos —afortunadamente— al mundo de la ciencia-ficción, que le permitía escribir sobre la libertad y la igualdad tras pasar por el filtro de lo inverosímil. La censura siempre fue igual de ridícula en todos sitios, aunque en esta ocasión tuviera un efecto positivo a la larga. {enlace a esta historia}

[Sun May 25 15:31:11 CEST 2008]

Quien me conoce sabe que no me atraen para nada los nacionalismos, pero tampoco me gusta apuntarme a la moda del anti-nacionalismo primario que tanto éxito parece estar alcanzando entre nosotros últimamente. En otras palabras, sin gustarme el nacionalismo, tampoco me parece correcto achacarle todos y cada uno de los males que nos asolan. Un buen ejemplo de esta actitud suele verse casi a diario en las páginas de El Mundo, donde el anti-nacionalismo es casi un dogma de fe. Viene esto a cuento de una entrevista con la socióloga Helena Béjar que me he encontrado mientras echaba un vistazo a números atrasados de El Cultural. Las opiniones de Béjar son, por supuesto, muy respetables, pero es que en ocasiones se contradice ella misma de un párrafo a otro debido a este afán de despotricar contra el nacionalismo de que hablo. Por ejemplo, en un primer momento habla de la erosión de la conciencia nacional española debido a la aparición de los nacionalismos periféricos:

...después de 30 años de la constitución del Estado de las autonomías, la conciencia nacional española tiene que competir duramente con las de las llamadas nacionalidades históricas, la catalana, la vasca y la gallega, que sí han sabido construir identidades nacionales seguras y orgullosas. Y también con las identidades nacionales de nuevo cuño, como la andaluza o la aragonesa, construcciones artificiales de las élites nacionalistas sin raigambre alguna.

La verdad es que ignoro por completo la situación de Aragón, pero no me cabe duda alguna de que hablar de "identidad nacional de nuevo cuño" en el caso andaluz es una exageración. Soy andaluz, vivo en Andalucía y ese nacionalismo "de nuevo cuño" no lo veo por ningún sitio, y mucho menos entre "las élites". Es más, acabamos de tener unas elecciones autonómicas en las que el Partido Andalucista ha desaparecido del mapa parlamentario, al menos en parte por haber tomado últimamente una línea más nacionalista de la cuenta. A lo mejor lo que Béjar ve no es tanto una consolidación del nacionalismo como una firme defensa de los intereses propios en el marco de un Estado descentralizado, algo que puede verse igualmente en lugares como EEUU, por poner un ejemplo (cuidado, porque no estoy hablando aquí de vascos y catalanes, sino de esos otros "nacionalismos de nuevo cuño" a los que se refiere Béjar en la entrevista).

En todo caso, como decía más arriba, Béjar pasa a contradecirse apenas cinco o seis párrafos más adelante sin que ni siquiera el entrevistador —obviamente ya convencido de la maldad intrínseca de los nacionalismos periféricos— logre darse cuenta:

Los bajos índices de participación tanto en el referéndum catalán como andaluz reflejan que la ciudadanía estaba cansada, para decirlo suavemente, tanto de la propaganda nacionalista como del ataque del PP al Estatuto catalán. Después de meses de batalla ideológica, la gente dio de lado a la identidad nacional, que es más un invento de las élites políticas e ideológicas de los partidos nacionalistas, que viven de ello, que una creencia acendrada en le gente.

¿Cómo se entiende esto poco después de afirmar sin tapujos que los nacionalismos catalán, vasco y gallego "sí han sabido construir identidades nacionales seguras y orgullosas"? Para colmo, por si fuera poco, Béjar también reconoce que:

Toda historia supone construir mitos e inventar la tradición. El nacionalismo español insistió en Viriato, el Cid y los héroes de 1808. Los nacionalismos periféricos enfatizan sus héroes y leyendas. Y así todo nacionalismo que quiera asentarse en las conciencias, en la sensibilidad, en las pasiones: tanto da si hay que inventarse que Andalucía fue "Al-Andalus" como definir en el estatuto andaluz que el flamenco es un área que compete al gobierno andaluz, y por tanto se enajena en parte de la identidad común española.

No estoy seguro de que a la Junta de Andalucía le importe (poco o mucho) que otros gobiernos autonómicos decidan también reivindicar el flamenco, pero aparte de todo ello lo que me llama la atención en este caso es el reconocimiento implícito por parte de Béjar de que el nacionalismo español también ha construido sus mitos artificialmente (¿se lo achacamos aquí también a una élite dirigente e interesada en manipular las cosas para su propio provecho?).

En fin, que el baile de despropósitos se cierra con la siguiente afirmación:

Lo que se está constituyendo, con la llamada profundización del Estado de las Autonomías, es un mapa de desigualdades sociales en virtud de la territorialidad. Un profesor gana mucho más en el País Vasco que en Madrid, es más fácil morir con dolor en Madrid —lo cual dice de la mala gestión de una de las comunidades más ricas de España—, lo cual debería hacer odiar el nacionalismo a toda la ciudadanía. Mis entrevistados de izquierdas se dan cuenta de que la desigualdad social tiene ahora una base territorial y no saben a quién pedir cuentas porque se sienten desprotegidos por un centro izquierda que ha perdido de vista la desigualdad territorial.

Pues a lo mejor escandalizo a muchos, pero a mí me parece lo más normal que un profesor gane más en una comunidad que en otra, así como que las administraciones gestionen las cosas de forma diferente en un lugar y otro (o, por poner otro ejemplo, en una ciudad y otra). ¿Pero es que acaso no son diferentes los precios también? ¿Y qué decir del valor de la propiedad? ¿Habría que considerar injusto acaso que el precio de un piso en Madrid o Getafe sea mucho mayor que el del mismo piso en Arganda de Duero? Por favor, no saquemos las cosas de sus casillas. Ya creíamos felizmente pasados los días en que el igualitarismo se concebía como asegurarse de que todo el mundo tenía abslutamente los mismos ingresos y los mismos conocimientos. Uno pensaba que todos coincidíamos en aceptar que lo verdaderamente importante es la igualdad de oportunidades, y no cortar a todo el mundo por el mismo patrón. Me resulta irónico que los conservadores que tanto se oponían al igualitarismo social y económico ahora resulten de lo más igualitaristas (en el sentido más primitivo del término, precisamente, en su acepción deshumanizadora y masificante) con respecto a las diferencias territoriales. {enlace a esta historia}

[Sat May 24 21:22:07 CEST 2008]

El País publica hoy un artículo del escritor Suso de Toro titulado Céline y Celan en el que reflexiona sobre la relación entre el autor y su obra en una línea muy parecida a la que ya hiciera yo cuando se debatía el escándalo de Günter Grass no hace mucho:

La relación entre un autor y su obra es compleja y confusa, importa para conocer todas las implicaciones del texto que leemos, pues la obra de un autor contiene su cosmovisión, su vida y su destino. Las semejanzas o correspondencias entre vida y obra reflejan un todo vivencial subterráneo, pero al tiempo el conocimiento de las circunstancias y la naturaleza de esa vida nos distrae y nos confunde. Del mismo modo que el autor puede sentir la necesidad de guardar su vida personal, también quien lee tiene derecho a leer el texto en sí mismo, sin más. Así leemos una saga, la Odisea y casi la obra de Shakespeare, textos sin la sombra de la biografía de un autor, y sin embargo su lectura tiene sentido, quién sabe si más pleno que la de la obra de un autor o autora conocidos.

Pero desde el siglo XIX ha habido interferencias entre autor y obra que condicionan la lectura y su valoración artística con groseras consecuencias. Saber que Lorace era homosexual y de izquierdas ayuda a extraer más ecos de sus versos pero ¿merece aún más nuestra valoración por ello? ¿Miguel Hernández, Machado? Pla pasó de ser periodista conservador a artista e intelectual acomodado a la situación tras la guerra, ¿oviaremos su Quadern gris?

Esto me recuerda al estúpido progresismo de salón que imperaba en ciertos ambientes universitarios cuando yo era joven —y que, seguramente, continarán imperando aún hoy entre cierta gente, no me cabe duda alguna—, cuando leer a Borges no estaba bien visto porque se trataba de un "fascista". Algo no funciona bien cuando la opinión que nos pueda merecer una determinada obra artística queda condicionada por los posicionamientos políticos de su autor. Como bien indica Suso de Toro, el conocimiento de la biografía del autor, sus ideas y el contexto histórico en que se desenvolvió puede ayudarnos a ver la obra desde otra perspectiva, pero no hay ninguna razón por la que a priori debamos juzgar dicha perspectiva como fundamentalmente correcta o privilegiada. Sencillamente, se trata, sin más de otra interpretación del texto. En este sentido, me encuentro mucho más cerca de las posiciones postmodernas y su aproximación multidimensional y plural a los textos. {enlace a esta historia}

[Sat May 24 14:48:10 CEST 2008]

Por cierto, que el mismo número atrasado de Babelia incluye también un artículo de Manuel Vicent sobre Truman Capote que contiene un par de párrafos significativos:

En ese momento ya era un drogadicto sin retorno. Había terminado la parodia de felicidad que se había empeñado en representar con su propio látigo. Ahora trataba de salvarse del inminente abismo mediante aquella historia. La publicación de A sangre fría se inició por capítulos en The New Yorker y en un punto de la trama la compasión por los asesinos y la necesidad del éxito en la novela entraron en colisión. Semejante tortura moral no pudo solventarla sino con más alcohol y más pastillas. Si Cristo en lugar de ser crucificado hubiera sido condenado a doce años y un día el asunto hubiera carecido de interés y no habría existido la Iglesia. Nercesitaba que los asesinos fueran llevados al patíbulo para que la novela se pudiera salvar. Durante las visitas se había enamorado de uno de los reos. Te amo, pero deberás morir, para que yo triunfe como escritor, pensó mientras le daba un beso en la boca de despedida. Con este deseo tan estético puso de relieve la maldad que existe a veces en el fondo de la belleza.

Cuando la pareja de asesinos cayó en el foso con la soga al cuello Capote estaba allí entre los invitados sin saber que también él se hallaba ya en el corredor de la muerte. La novela A sangre fría fue un éxito mundial. Para celebrarlo el escritor obligó a todos los famosos de Nueva York a vestirse de blanco y negro para asistir a la fiesta que dio en el hotel Plaza. Allí aquel niño desamparado de Nueva Orleans llegó a la cima. Después quiso vengarse de sí mismo y de sus propias criaturas. Trató de seguir jugando para convertir en alta literatura los chismes con los que las divertía, pero ellas le dieron la espalda y la mariposa comenzó a sumergirse en el alcohol y a sobrevolar toda surete de pastillas. Al final, en agosto de 1984, a los 60 años, en Los Ángeles, la muerte fue la última de las plegarias que le había sido atentida.

El artículo entero supone un bello canto a la autodestrucción del escritor, pero lo que más me atrajo fue el comentario implícito sobre la sinrazón de la pena de muerte: si el reo es condenado a doce años y un día en lugar de ser ejecutado, pierde toda su carga de rebeldía asocial y acaba mostrándose como lo que es: un pobre desgraciado que no pudo (o no supo) integrarse en el mundo que le rodeaba. Enviándole al patíbulo, por el contrario, proporcionamos a la historia del crimen un romanticismo del que carecería de otro modo. He ahí, a fin de cuentas, la sinrazón de la pena de muerte. {enlace a esta historia}

[Sat May 24 12:58:55 CEST 2008]

Echándole un vistazo a un número atrasado del suplemento Babelia me encuentro con un artículo sobre la escritora siciliana (aunque residente en Londres) Simonetta Agnello Hornby en el que se recoge una interesante reflexión sobre la Mafia y su cultura;

"El editor, que es un amigo, me pidió que escribiese sobre mis propias experiencias con la Mafia. Y tuve que mirar dentro de mí misma, buscar la Mafie en mí, que está ahí. Lo que es doloroso. Llamamos mafiositá a la cultura de la Mafia. Hace unos años, en Sicilia, tenía en brazos a mi nieto pequeño, de unos seis meses, y tocó algo y se cortó. Sus padres no estaban: mi reacción inmediata fue llamar a un amigo y preguntarle a quién conocía en el hospital. Luego vino mi hermana y me dijo que las urgencias funcionaban perfectamente. Lo llevamos al doctor y todo fue bien. La Mafia crece cuando el Estado fracasa en su responsabilidad de proveer servicios. Si vas a un hospital en Sicilia lo primero que se te pasa por la cabeza es a quién conoces. Yo jamás pensé que iba a tener esa reacción".

Reacción, por otro lado, muy común en cualquier país mediterráneo, la verdad sea dicha. No creo que las cosas sean muy diferentes aquí en Andalucía, donde la importancia de a quién se conoce en tal o cual esfera es equiparable a lo que Hornby describe para Sicilia. De ahí la tradición de lo que por estos lares se denomina enchufe a la hora de encontrar trabajo. Que conste, los contactos —lo que en el mundo anglosajón se conoce con el término, ciertamente más técnico y en apariencia objetivo, de social networking— son igual de importante en cualquier otro sitio. Sin embargo, lo que sí nos diferencia de otros países es el recurso a este tipo de tácticas para justificar incluso la contratación de personas que no están capacitadas para el trabajo que se les ofrece o que no tienen derecho a un determinado servicio del que disfrutan. En otras palabras, donde nos diferenciamos de las sociedades escandinavas o anglosajonas no es tanto en la importancia de los contactos —que, como digo, también se da por allá—, sino en el contexto de corrupción de los hábitos en que se produce por acá. Alguien capacitado pero con los contactos adecuados conseguirá un puesto de trabajo en EEUU o Gran Bretaña antes que otro candidato igualmente capacitado pero que no cuenta con el contacto, lo cual tiene hasta su lógica. Ahora bien, lo que nos encontramos demasiado a menudo por aquí es que alguien que no cuenta para nada con los conocimientos y la capacidad para desempeñarse en un determinado puesto de trabajo lo puede conseguir sin problemas gracias únicamente a los contactos, en ocasiones incluso por delante de individuos mucho más capacitados que no disfrutan de dichos contactos. Esto es, simplemente, una realidad. Una realidad que habría que cambiar, ciertamente, pero realidad al fin y al cabo.

Pero hay otra frase de Hornby que me llamó la atención por cuanto viene a explicar algo que estuve discutiendo recientemente con un amigo estadounidense. Dicho amigo me planteaba cómo, desde su perspectiva conservadora, las palabras del candidato demócrata a la Presidencia de los EEUU, Barack Obama, en el sentido de que había que incrementar las ayudas al desarrollo dedicadas a zonas del Oriente Medio como puedan ser el Líbano y Palestina para erosionar el apoyo social que grupos como Hamás o Hezbollah puedan tener entre los sectores más desafortunados de la sociedad iban desencaminadas. Según mi amigo, la política exterior estadounidense debe basarse en una clara distinción moral que abomine de todo lo que se relacione con las tácticas terroristas, por mucho que sus defensores traten de escudarse en una realidad social y política caracterizada por la pobreza, la opresión y la discriminación constantes. Es decir que mi amigo, en la tradicional línea neocono, ve la política exterior —de hecho, la política a secas— como la continuación de la moral —y, por ende, la religión, pues para él la una no puede existir sin la otra— por otros medios. Yo, por el contrario, me posiciono completamente con la opinión de Obama. Y lo hago basándome precisamente en la opinión expresada por la escritora siciliana con respecto a la Mafia: allí donde el Estado hace dejación de sus funciones, llegará sin duda otro grupo que se encargará de proveer los servicios que debieran haber sido de su responsabilidad, dando lugar con ello a la consolidación de redes clientelares y poderes alternativos —como, por ejemplo, Hezbollah en el Líbano y Hamás en Palestina— que imposibilitarán o, cuando menos, dificultarán enormemente la implantación de un auténtico Estado de Derecho y una democracia consolidada. En definitiva, el dogmatismo moral y religioso de los neocon les conduce casi indefectiblemente a posiciones políticas que erosionan la implantación de la democracia en aquellos países donde más falta hace, precisamente al contrario de lo que dicen defender. {enlace a esta historia}

[Fri May 23 11:10:46 CEST 2008]

Gabriel Tortella publicó hace un par de días en El País un interesante artículo titulado El Dos de Mayo y la nación en el que reflexiona sobre la significación de tan celebrada fecha para el concepto de nación española:

El Estado-nación es producto de la gran revolución moderna que se inicia en Holanda e Inglaterra en el siglo XVII y que se generaliza un siglo más tarde con la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, que, en realidad, es una Revolución Europea. Todo esto ya lo establecieron hace medio siglo Louis Gottschalk y Jacques Godechot, entre otros. Lo interesante del caso español no me parece ser su pugna por ser una nación moderna en el siglo XIX. Eso les ocurre a todas, empezando por Francia, e incluyendo a las anglosajonas, donde también hay una larga y compleja pugna por la modernidad.

La originalidad española estriba en que, siendo un país atrasado económica e intelectualmente a comienzos del siglo XIX, lucha con una gallardía extraordinaria por preservar su identidad a la vez que se esfuerza por adoptar y adaptar lo mejor del programa revolucionario: el parlamentarismo, la Constitución, la soberanía popular, las libertades básicas. Lo que España logra en asusencia de Fernando VII y en nombre de ese "rey felón" es algo que se antoja muy por encima de sus flacas fuerzas económicas, sociales y militares: combatir a la potencia hegemónica con sus mismas armas intelectuales y políticas. Que la hazaña estaba por encima de su fuerza real lo prueba la dificultad con la que a lo largo del siglo XIX se alcanzó el ideal político de las Cortes de Cádiz, el continuo tejer y destejer constitucional y la propensión al golpe de Estado. La lentitud del progreso económico llevó consigo el estancamiento social y político.

De hecho, no tenemos más que comparar el caso español con el italiano, por poner un ejemplo. En aquél caso, el nacionalismo en sentido moderno no se desarrolló hasta finales del siglo XIX con Cavour, mientras que aquí ya se había expresado mucho antes gracias a la Constitución liberal de 1812. ¿Cómo es posible, entonces, que un país atrasado y tradicionalista, dominado aún por las fuerzas reaccionarias de la aristocracia, el latifundio y la Iglesia, se alce en nombre de un nacionalismo moderno, liberal y burgués? Yo no soy historiador, por lo que no puedo pretender tener la respuesta. Sin embargo, sí que puedo imaginar algunas posibilidades que habría que estudiar y contrastar con los hechos históricos: tal vez la conciencia de saberse un imperio avivó el orgullo patrio para oponerse a la invasión napoleónica, quizá los intelectuales afrancesados tuvieron más influencia de lo que siempre hemos pensado o, por último, siempre cabe la posibilidad de que a lo mejor a principios del siglo XIX España no estuviera tan atrasada como pensábamos y existiera de hecho una burguesía emprendedora con una conciencia auténticamente moderna. Todo ello son, me parece, posibilidades a estudiar. En todo caso, lo que sí me parece evidente es que debido a este retraso nuestro liberalismo no llegó al poder —y, lo que es más importante, se asentó en él— hasta que ya había surgido el llamado problema social, que vino a complicar mucho más la consolidación de la democracia representativa entre nosotros. No hay más que echarle un vistazo a nuestra Historia durante el reinado de Alfonso XIII y la Segunda República para ver a qué me refiero. El liberalismo, por desgracia, no triunfaría entre nosotros hasta la transición a la democracia tras la muerte de Franco. {enlace a esta historia}

[Fri May 23 09:11:02 CEST 2008]

El País publica hoy un artículo de Rafael Argullol en el que, me parece, se desentraña muy bien la naturaleza del fenómeno Berlusconi:

En el juego de hipótesis del personaje yo he apostado ante mis amigos italianos por una que explicaría el éxito inédito de alguien como él: Berlusconi habría tenido la habilidad de apoderarse de dos papeles contrapuestos del escenario para erigirse en rey-bufón. Esta síntesis le daría una ventaja de grandes proporciones pues asumiría las funciones de las dos figuras, el poder del rey y el contrapoder del bufón. Basta recordar las obras de Shakespeare o las pinturas de Velázquez para rememorar en qué consistía dicho contrapoder y cómo la bufonada canalizaba y redondeaba el absolutismo real. El bufón necesitaba del rey para difundir su visión grotesca —y popular— del mundo; el rey requería del bufón una ironía brutal que hiciera soportable su arbitrariedad.

La jugada maestra de Berlusconi ha sido usurpar muchos papeles y presentarlos superpuestos ante sus adversarios. De un lado, el rey absoluto que se apodera de la mayoría de los resortes del poder; de otro lado, el bufón que distorsiona grotescamente elpaisaje, aunque no para proclamar la verdad —como harían los bufones medievales o barrocos—, sino para reforzar la mentira.

En cuanto rey, Berlusconi es el hombre más rico de Italia y el propietario casi monopolístico de los medios de comunicación. En cuanto bufón, es el encargado de ironizar sobre su propio poderío mediante la continua manipulación del lenguaje.

No estoy del todo de acuerdo con esa afirmación de que Berlusconi represente el papel de bufón recurriendo a la continua manipulación del lenguaje. Por el contrario, creo que lo hace mediante el uso del chascarrillo insolente. Berlusconi como figura pública es la personificación de una ironía muy italiana en el sentido de que está ya de vuelta de todo: representa al gobernante poderoso —cuasi absoluto, de hecho, pues domina tanto los resortes del poder político como los del poder mediático— al tiempo que lidera el populismo que ridiculiza constantemente a la elite. En otras palabras, Berlusconi representa la cuadratura del círculo: el poderoso, miembro de pleno derecho de la elite, que acierta a venderse como voz del pueblo llano contra quienes detentan el poder. Habremos de reconocerle que lo que ha logrado no es nada fácil. Ahora bien, cabe preguntarse por cuánto tiempo será capaz de sostener la representación cómica. En Italia abunda este tipo de personaje —no hay que irse muy atrás para recordar a Cicciolina, por ejemplo—, lo que viene a demostrar, creo yo, que los cambios políticos de los años noventa que acabaron implantando la Segunda República han terminado por reproducir los mismos problemas que corroyeron a la Primera República. Ha llegado el momento de que los italianos se planteen seriamente por qué sus políticos son siempre el hazmerreír del mundo y por qué la corrupción campa a sus anchas incluso después de haber remozado por completo su sistema político y electoral en los años noventa. A lo mejor debieran plantearse si el problema no es quizá mucho más profundo, si las raíces de todo no son culturales y sociales. Pero, claro, eso requiere afrontar los problemas con una actitud bien diferente del populismo halagador. {enlace a esta historia}

[Fri May 23 08:56:07 CEST 2008]

Luis María Ansón publica esta semana un artículo en El Cultural sobre los 20 articulistas españos vivos preferidos del fallecido Paco Umbral que viene a confirmar el excelente estado de nuestro periodismo. La lista, en orden alfab&eacfute;tico, es la siguiente: Gabriel Albiac, Manuel Alcántara, Luis María Ansón, Jorge Berlanga, Antonio Burgos, Jaime Campmany, Miguel García Posada, David Gistau, Manuel Hidalgo, Eduardo Mendicutti, Rosa Montero, Javier Ortiz, Raúl del Pozo, Martín Prieto, Pedro J. Ramírez, Carmen Rigalt, Francisco Umbral (sí, el bueno de Paco se incluía a sí mismo, haciendo alarde, una vez más de la humildad que le caracterizaba), Vázquez Montalbán, Vicente Verdú y Manuel Vicent. Como bien indica Ansón, hay otros muchos nombres que se dejó en el tintero: Francisco Nieva, Espido Freire, Alfonso Ussía, Arturo Pérez-Reverte, Juan José Millás, Féliz de Azúa, Juan Cruz y muchos otros. En fin que, como ya hemos escrito en estas páginas en otras ocasiones, la democracia nos trajo un renacimiento del buen periodismo que todavía continuamos disfrutando estos días, por más que hayan aparecido también frutas podridas en el cesto que todos conocemos y no hace falta mencionar aquí. {enlace a esta historia}

[Thu May 22 15:29:09 CEST 2008]

Si hace unos días escribía sobre los acontecimientos de Mayo del 68 a raíz de una entrevista con el filósofo francés André Glucksmann y su hijo, hoy me encuentro, revisando un número atrasado de El País con una entrevista con Daniel Cohn-Bendit en la que el otrora líder estudiantil —y hoy parlamentario europeo por Los Verdes— afirma sin reparos que quienes organizaron las revueltas parisinas han ganado después de todo. Está, pues, en la misa línea de lo que indicaba yo mismo con respecto a quienes pretenden hacer una lectura revisionista —y, todo hay que decirlo, también conservadora, incluso reaccionaria en ocasiones— de lo que supuso no sólo el Mayo del 68 francés, sino también el resto de movimientos sociales de la época. Pero Cohn-Bendit dice también otras cosas que me parecen igualmente importante si queremos hacer una reflexión seria de lo que representaron aquellos acontecimientos:

La revolución supone un análisis clásico que pone siempre por delante el problema de la toma del poder, cuando precisamente la mayoría de la gente que estaba en la calle quería tomar el poder sobre sus vidas, y no el poder político. Por eso, la palabra rebelión es más adecuada.

(...)

Sarkozy es un sesentayochista contrariado. Reivindica para él una libertad de vida que es completamente de sesentayochista, pero que no tiene nada que ver con su política. Su ataque contra el 68 es un ataque contra natura, pues él se benficia de todo lo que es el 68. Hace 40 años, un hombre dos veces divorciado no hubiera podido ser presidente de la República, era imposible. (...) El movimiento del 68 ha cambiado de tal manera la sociedad, que un hombre como Sarkozy puede ser presidente.

Touché. No son pocos los que protestan contra la desaparición del principio de autoridad hoy en día, pero resulta que esos mismos nostálgicos del pasado —un pasado, que por cierto, no existió de forma tan edulcorada sino en sus propias y calenturientas mentes— son los primeros que no estarían dispuestos a ceder las parcelas de libertad individual que hemos ganado entre todos gracias a aquella rebelión. No hace mucho leí por ahí en algún sitio una frase que se le atribuye también a Cohn-Bendit sobre los incidentes de mayo:

Vencimos en lo cultural y lo social, y afortunadamente perdimos en lo político.

La frase me parece tremendamente acertada. Incluso quienes critican de boquilla los avances sociales y culturales que debemos a los sesentayochistas serían incapaces de vivir sin ellos hoy por hoy. Sin embargo, hay que alegrarse de que el izquierdismo radical y verborreico —el que poco después daría lugar al sanguinario terrorismo de grupúsculos como el IRA, ETA, las Brigadas Rojas, la RAF o Acción Directa— fracasara estrepitosamente. {enlace a esta historia}

[Wed May 21 15:03:55 CEST 2008]

El País publica hoy una noticia sobre la presentación en Madrid de La ronda de noche, la última película de Peter Greenaway que viene acompañara de unas sugerentes reflexiones sobre la naturaleza y el estado actual del cine:

Para Peter Greenaway fueron los maestros de la luz, los pintores barrocos, los que inventaron el cine, en concreto Velázquez, Rubens, Caravaggio y Rembrandt A este último dedica el director británico su última película, La Ronda de Noche, que ha presentado hoy en España, donde la estrenará el 30 de mayo.

"Rembrandt sería hoy un cineasta", ha aseverado hoy el siempre combativo Greenaway, para quien el máximo error del cine es que "se ha basado siempre en el texto y no en las imágenes, algo que deja en clara desventaja a un arte de tan sólo 113 años, frente a los más de 8.000 años de la pintura europea".

(...)

El séptimo arte, considera, desaparecerá en diez años debido a la pujanza de las nuevas tecnologías que hacen que "la cultura del cine no se viva como en las décadas de los 40, 50 y 60". Pero el galés mantiene la "idea optimista de aprovechar su riqueza", aunque hasta ahora se haya desperdiciado su vocabulario, su lenguaje propio, para emplear en las películas actuales "uno banal y estúpido", opina Greenaway.

No estoy de acuerdo del todo con las afirmaciones de Greenaway, aunque me parece que nos indican bien a las claras de qué tipo de director cinematográfico se trata. No estamos, desde luego, ante el típico director de Hollywood que se desvive por filmar exitazos de taquilla como si fueran churros. Más bien al contrario, Greenaway entiende el cine como arte más que entretenimiento o negocio, y un arte además fundamentalmente visual. Sin embargo, creo que cabe concebirlo también como un modo de narrar historias, una forma de literatura adaptada a la tecnología del siglo XX —¿qué otros cambios nos depararán ahora las nuevas tecnologías en este siglo XXI que acabamos de comenzar?— y, por tanto, para nada incompatible con la centralidad del texto que deplora Greenaway. Se trata, en definitiva, de formas distintas de entender el arte cinematográfico. {enlace a esta historia}

[Tue May 20 12:33:00 CEST 2008]

Público lleva ya varios días publicando artículos sobre el Mayo del 68 y hoy le toca el turno a una breve entrevista con André Glucksmann y su hijo, quienes acaban de publicar Mayo del 68. Por la subversión permanente en la editorial Taurus. Glucksmann es uno de esos nuevos filósofos franceses que se pasaron del izquierdismo feroz (la mayoría fueron militantes maoístas durante los incidentes de mayo) al neoliberalismo thatcherista primero y, en el caso de algunos (como el propio Glucksmann), el neoconservadurismo duro de George W. Bush. Pese a ello, siempre debemos ser conscientes de las limitaciones de las etiquetas. En este sentido, es bien posible que el tan denostado neoconservadurismo de Glucksmann se limite a haber apoyado la intervención militar en Irak y hacer una firme defensa de los valores políticos y culturales de Occidente. En cualquier caso, nada de ello quita para que escuchemos sus argumentos y entremos en un sano diálogo con él. En líneas generales, Glucksmann no hace sino sostener un punto de vista que me parece bastante respetable y coherente:

En 1968, el discurso revolucionario era un paradigma de las revoluciones marxistas, con Che Guevara, mao... Eran revoluciones finales, que medían su éxito según la cantidad de sangre que corría. Tener hoy un discurso revolucionario es tomar la herencia de los revolucionarios que eliminaron los vestigios del fascismo en España o en Portugal. No son revoluciones marxistas sino permanentes, nunca terminadas.

(...)

Sócrates, el primer filósofo, solía hacer preguntas públicas a los sabios. Llevaron a la constatación de que no sabían lo que sabían Eran incapaces de justificar sus opiniones. Eso fue la revolución filosófica.

(...)

Volvemos a un momento en el que todos los que saben, como las autoridades, son contestados. El problema de Sócrates es que desmoralilzaba a la juventud. Lo mismo pasó con Mayo del 68: desmoralizón a la gente de derechas y de izquierdas. La verdadera revolución es la filosófica: pensar por sí mismo, como decía Kant.

No parece que Glucksmann aplicara esa actitud contestaria al tema de la intervención militar en Irak precisamente, cuando prefirió no poner en duda el discurso oficial que provenía de Washington sin someterlo a crítica alguna. De todos modos, su reflexión me sigue pareciendo pertinente: a pesar de la presencia de izquierdistas dogmáticos en sus filas, el movimiento de Mayo del 68 supuso un soplo de aire fresco que puso en entredicho tanto a la derecha como a la izquierda. No podemos entender nuestra sociedad hoy sin conocer los cambios sociales e ideológicos derivados de aquella revuelta. Mayo del 68 dio carta de naturaleza a los heterodoxos, permitiendo que alguien se definiera de izquierdas y criticara la opresión soviética al mismo tiempo, rompiendo filas definitivamente con lo que hasta entonces se había entendido que era la inamovible solidaridad obrerista. Fueron precisamente Cohn-Bendit y compañía quienes abrieron la posibilidad de que los nuevos filósofos se lanzaran a la feroz crítica del marxismo durante los años setenta. Desde entonces, seguimos asistiendo al imparable conflicto entre quienes aún se empeñan en colocar etiquetas y entender el mundo de acuerdo a los parámetros establecidos por unas cuantas ideologías, por un lado, y quienes creen que el momento de los grandes sistemas filosóficos ya pasó y uno tiene que hacerse su propio camino andando. {enlace a esta historia}

[Wed May 14 15:01:37 CEST 2008]

Hace ya un par de semanas que leí en El País un artículo de Josep Ramoneda sobre los partidos políticos que me llamó la atención. Partiendo de las reñidas primarias que estamos viendo entre Barack Obama y Hillary Clinton, las disputas internas del PP tras la reciente derrota electoral y el hecho de que Zapatero haya decidido incorporar a tantos ministros independientes en su Gobierno, Ramoneda se plantea el papel que deben desempeñar los partidos en una democracia avanzada:

La desconfianza de la opinión pública hacia los partidos es más alta que nunca. La ciudadanía les ve como responsables de que la clase política se haya convertido en una casta cerrada, cargada de intereses, sin otro objetivo que el poder a toda costa. ¿Está agotada la forma partido? Me temo que lo que podríamos inventar para sustituirlos se parecería mucho a lo que son hoy, a fin de cuentas, la codicia y la ambición son cosas muy humanas. Lo sensato sería pensar en unas reglas del juego más transparentes que limiten el poder destructivo de las bajas pasiones.

¿Cuáles son las funciones de los partidos políticos? Fundamentalmente, tres: representar a los ciudadanos en las instituciones políticas; conquistar el poder y selecionar el personal adecuado para ejercer las tareas en los diferentes ámbitos de Gobierno.

A partir de ahí, Ramoneda señala —en mi opinión, correctamente— que la función de representación de los ciudadanos en las institiciones se ha visto distorsionada por la evolución hacia al bipartidismo, entre otras cosas; la conquista del poder se ve dificultada precisamente mientras mayor democracia interna se dé en un partido, sobre todo cuando las "desuniones" se ven magnificadas por los medios de comunicación; y, finalmente, la selección de los cuadros dirigentes también se ha visto distorsionada debido a la aparición de los "profesionales de la política", quienes no conocen otra profesión que ésta y hace ya tiempo que perdieron la conexión con el ciudadano medio. Son todos ellos puntos muy válidos, creo yo. Ahora, las conclusiones del artículo ya han sido repetidas hasta la saciedad:

De modo que, en la práctica, las ineficiencias de los partidos se resuelven sustituyendo el poder democrático por el poder carismático, entregándose ciegamente al líder de turno. Es el habitual recurso a los congresos a la búlgara y la exclusión de los críticos, en nombre de la sagrada unidad del partido. Los problemas llegan cuando el liderazgo flaquea. Y nadie tiene la autoridad absoluta para silenciar al resto. Zapatero demostró en el Congreso del PSOE del 2000 que se puede sacar beneficio de estos momentos de desconcierto. ¿Cómo garantizar la función de los partidos sin provocar el caos? Con más democracia interna, sobre reglas claras. Es un riesgo, pero un riesgo necesario si no se quiere que los partidos sean el cuarto oscuro de la democracia. Si se aplicara esta receta, quizás la opinión que los ciudadanos tienen de los partidos mejoraría.

Se trata de la solución mágica de siempre: garantizar la democracia interna en los partidos, sí, ¿pero cómo? Esto se viene repitiendo ya casi desde los inicios de la transición, pero nadie ha sido capaz de encontrar cómo llevarlo a cabo, cómo ponerlo en práctica. Habría que añadir que, curiosamente, quienes más parecen desgañitarse exigiendo la democracia interna en los partidos políticos son precisamente quienes no participan en ellos. Digo esto por la contradicción que supone, como siempre, predicar sin dar trigo. Son muchos los que han escrito una y mil veces reclamando democracia, pero muy pocos quienes se han atrevido a arremangarse y entrar en el lodazal para ver si pueden conseguir algo. No hay más que ver los bajos números de militantes con que cuenta cualquiera de nuestros partidos. Así pues, comencemos por afirmar, en primer lugar, que la mejor forma de promover la democratización de nuestros partidos es afiliándose a ellos y participando sin segundas intenciones, sin ir buscando el enchufe ni la profesionalización. Está muy bien clamar en el desierto y sentirse más puro que nadie, pero los partidos hay que abrirlos a la calle y permitir que entre el aire fresco para garantizar la conexión con los ciudadanos sin la que no puede haber representación política que valga. En segundo lugar, también hay que promover mucho mayor dinamismo y movilidad entre las clases dirigentes, lo cual no podrá hacerse sin reformar la Ley Electoral y poniendo fin al monopolio que ahora mismo tienen las ejecutivas sobre las listas de candidatos de los partidos. No sé si sería mejor adoptar el modelo británico o el alemán, permitir que las listas sean completamente abiertas o no, formalizar el sistema de primarias en todos los partidos o adoptar cualquier otro método. Eso siempre se podrá discutir a su tiempo, pero de lo que no tengo duda alguna es de que sin reformar la Ley Electoral no se va a ningún sitio. Sencillamente, tal y como está la cosa, las listas se usan para untar a quien conviene, para premiar al obediente y castigar al díscolo, y todo ello sin que el ciudadano tenga voz alguna en el asunto. De hecho, su función se limita hoy día a legitimar y reafirmar los chanchullos de los diversos aparatos partidarios mediante la mera elección entre una lista de obedientes o la otra, formada igualmente por quienes no se atreven a levantarle la voz a la dirección. Pero, en tercer lugar, y esto es sin duda lo más difícil, hace falta también un serio cambio de mentalidad en la propia sociedad española para asumir que el pluralismo dentro de un partido político no es señal de debilidad sino de salud democrática. Hasta que esto último se solucione, todo lo que discutamos sobre las posibles medidas técnicas a tomar es completamente inútil. {enlace a esta historia}

[Mon May 12 08:25:18 CEST 2008]

El País publicó ayer lo que me pareció un bello artículo del escritor Gustavo Martín Garzo sobre la literatura y el mito:

Un mito es una historia que, afectando a toda una comunidad, es juzgada por sus miembros como verdadera. Según esto, frente a las historias inventadas, con las que los hombres entretienen su tiempo y avivan su fantasía, existirían las historias verdaderas, que nos hablarían de lo que íntimamente son.

(...)

Las historias verdaderas se oponen a las historias inventadas en que, mientras que aquellas dicen la verdad de lo que somos, éstas no serían sino fórmulas complacientes que nos ayudarían en la tarea de hacer más gratas nuestras horas de soledad.

(...)

Pero el niño posee un pensamiento mágico en que realidad y ficción se compenetran y fecundan y no tiene claro los límites que separan los dos mundos. Un niño pequeño cree con naturalidad pasmosa la historia de Noé, pero también la de San Jorge y el Dragón o la de Peter Pan, que es ese malicioso personaje que vive anclado en la infancia; por lo que esa distinción entre lo real y lo ficticio siempre le será extremadamente difícil de llevar a cabo, y sólo la intervención del adulto podrá ayudarle en esa tarea.

Al hombre arcaico le pasaba algo parecido. Pensemos, por ejemplo, en las historias de aparecidos. Nuestros antepasados tenían que enfrentarse al enigma de la muerte y aquellas historias de familiares que regresaban de sus tumbas a intervenir en el mundo de los vivos, lejos de ser un mero entretenimiento, tenían el carácter de historias verdaderas que estaban en la base de la constitución misma de lo real. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en información pero pobre en historias memorables, queriendo advertir, según creo, del empobrecimiento que había supuesto para el mundo del relato la pérdida de su sustrato mítico.

(...)

...el mito y el misterio han desaparecido de nuestras vidas, y el hombre contemporáneo ha dejado de creer que existan historias verdaderas. ¿Quiere decir esto que su vida se ha hecho más real? Más bien sucede lo contrario. Es la paradoja de los mitos, que a su manera son dadores de realidad. En los evangelios se nos dice que uno de los discípulos descubre al Jesús resucitado por la forma en que éste parte el pan en la mesa. Los restaurantes actuales entregan cartas de panes a sus clientes, pero es difícil que el pan llegue a tener para ellos la materialidad que tenía para los creyentes que escuchaban aquel relato. Incluso unas simples lentejas nunca serán las mismas para quien, tras crecer bajo el influjo misterioso de la Biblia, haya escuchado la historia de la traición de Jacob a Esaú. Es la paradoja del mundo del mito, y de sus historias verdaderas, que dan a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños.

(...)

Sherezade visitaba al sultán cada noche y gracias al arte de sus relatos no sólo logró salvarse, sino salvar la vida de cuantas muchachas habrían tenido que sucederle en el lecho. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficción no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y así el mito vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos más sabrosos. Bien mirado, ¿no es ésa la aspiración del narrador? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena.

Recuerda mucho, sin duda, a aquello de "lo sagrado y lo profano" que expusiera en su momento Mircea Eliade. La progresiva desacralización de la vida (entendida aquí no en su sentido más estrictamente religioso sino, tal y como hace Martín Garzo, en un sentido más amplio y etéreo de historia verdadera o fundacional, de mito compartido por una comunidad) acarreó unas consecuencias en cierto modo impredecibles. El mito religioso se vio sustituido por el mito político (el humanismo liberal y su mano invisible, el marxismo y su emancipación de la clase obrera, los diversos fascismos y el concepto de nación...), mito que ha llegado a ser tan destructivo (si no más) que el religioso. El proyecto de la Modernidad consistió en una desacralización que, al parecer, según aprendimos después, sólo unos pocos pueden llevar a buen puerto sin hundirse en el cenagal del dogmatismo cientifista. Y, frente a esto, una vez aprendida esta lección durante el sangriento siglo XX, aparecen dos respuestas: una, la reaccionaria, que se empeña en volver a reconstruir el mito religioso o político aduciendo que el problema no fue tanto el mito como tal, sino la forma en que se llevó a la práctica (tenemos, así, el resurgir de los fundamentalismos e integrismos religiosos, así como el nacionalismo y los fascismos de diverso pelaje); y otra, la recaída en un relativismo postmoderno, descreído, pesimista e inoperante, un magma informe que se muestra incapaz de defender nada, de proponer nada, y que conduce al individualismo desintegrador. Se trata, en definitiva, de las dos caras amenazantes que ya se dejaban entrever en los orígenes del proyecto de modernidad (la colectivista y la individualista), ambas igual de amenazantes. Al final, no nos queda sino apostar por un proyecto de sensatez y moderación que sume comunidad e individuo, en lugar de imponer a uno u otro. Se trata, en definitiva, del proyecto que ya defendieran tanto el humanismo cristiano como el humanismo socialista durante cierto tiempo, el mismo que logró traernos los mayores avances sociales que ha visto la Humanidad. Tenemos la obligación de reconstruir un humanismo humilde y dialogante.

Por cierto, que el artículo de Martín Garzo también saca a la palestra otro tema muy de actualidad: la falta de criterio para juzgar las obras. Vivimos en el mundo del todo vale. Falta criterio para juzgar las cosas. Nos limitamos a afirmar los gustos personales. Y, en consecuencia, el propio arte ha perdido su función sacralizadora y se ha convertido en mera mercancía. Las historias mismas, como bien señala Martín Garzo, ya no valen nada más allá de su precio de mercado, de la evanescente popularidad que logren alcanzar en un momento determinado. El relato como mito fundacional, como historia verdadera de la comunidad humana que lo reproduce, ya no existe. Solamente tenemos productos en las estanterías del mercado cultural. Tiene bien poco de extraño, entonces, que echemos de menos un canon. La abrumadora presencia de una miríada de discursos cacofónicamente superpuestos en el zoco mediático entierra la presencia de las escasas historias realmente relevantes que aún se escriben y se cuentan. Y, sin embargo, este desarrollo de acontecimientos era casi inevitable con al advenimiento de la sociedad de masas y la consolidación de la democracia más allá de la esfera puramente política. Después de todo, el relato sagrado iba de la mano del poder político y social concentrado en un solo líder o, cuando mucho, en una oligarquía. Desde el momento en que se extiende la alfabetización, no hay más remedio que lidiar con la cacofonía. O, puesto de otra forma, la importancia del canon en el pasado era hasta cierto punto engañosa, pues se sustentaba en la imposibilidad material de que miles, millones de voces, pudieran siquiera hacerse oír. Esto hay que mantenerlo bien presente. {enlace a esta historia}

[Fri May 9 08:35:13 CEST 2008]

La viñeta de Forges hoy en El País me ha hecho sonreír no sólo por el texto sino, sobre todo —como suele ser el caso con Forges— por las sardónicas ilustraciones que incluye como trasfondo.

En general, las viñetas de Forges vienen a ilustrar bastante bien la realidad social que nos circunda. Más que el humor, lo que le va a Forges son las pinceladas sociológicas, de la misma manera que Peridis hace comentario político en forma de viñeta. Siempre he pensado que quienes se quejan de la "poca gracia" de estos artistas yerra por completo. Sencillamente, no son humoristas, sino comentaristas de nuestra realidad social y política. Por cierto, que creo que en España se hace un muy buen comentario social y político desde las viñetas de nuestros principales diarios gracias a profesionales de la talla de los mencionados Forges y Peridis, además de muchos otros, como Gallego y Rey, Ricardo o Mingote. Ya sé que escribí en su momento que no me gustaba el trabajo de éste último de un tiempo a esta parte, pero ello no quita para que no deje de reconocer su mérito profesional de forma objetiva. Siempre hay que hacer un esfuerzo por distinguir entre los gustos personales de uno y la aportación objetiva que alguien realice a una sociedad. {enlace a esta historia}

[Thu May 8 15:57:08 CEST 2008]

Ya desde el principio no fui muy favorable a la implantación del canon digital, pero es que además me está empezando a molestar bastante la actitud de la SGAE sobre el tema. Ayer leíamos en la prensa que la SGAE acusaba a los proveedores de ADSL de "lucrarse" con las descargas ilegales y, por si esto fuera poco, leíamos también que demanda al diario Público por mantener "una campaña" en su contra. Si la primera noticia tan sólo demuestra el enorme desconocimiento de la SGAE sobre las nuevas tecnologías que tanto están contribuyendo a demonizar (cualquiera que tenga idea del tema y no sea casi un analfabeto digital sabe que los proveedores de acceso a la Red, lejos de "lucrarse" por las descargas ilegales, realmente le pierden el dinero por el enorme costo de mantener la infraestructura necesaria para dichas descargas mientras que los precios de acceso se establecen con un tipo de usuario en mente que se prácitcamente se limita a navegar por la Web y enviar correos electrónicos), la segunda noticia me parece mucho peor, pues viene a confirmar las sospechas de que la SGAE se ve a sí misma como limpia de polvo y paja, por encima del bien y del mal y, sobre todo, merecedora de una protección a la crítica que no se sabe muy bien de dónde proviene. Si mal no recuerdo, desde que se propuso la medida de establecimiento del canon digital ya advertían los críticos no sólo sobre lo injusto de la política como tal, sino más que nada sobre lo arbitrario de que una sociedad como la SGAE se convirtiera en administrador único de los fondos recaudados. Pues bien, esos mismos argumentos todavía se aplican a la situación con el agravante añadido de que ahora la SGAE, por lo que parece, se ve a sí misma como intocable, más allá del bien y del mal. {enlace a esta historia}

[Wed May 7 09:40:05 CEST 2008]

Se levanta uno por la mañana, le echa un vistazo a la web del diario Público, se entera de que el PP de Madrid acaba de distribuir un argumentario entre sus militantes atacando la herencia del mayo del 68 y no sabe si echarse a reír o a llorar. Y es que, para comenzar, esta gente del PP no parece ser capaz de hacer otra cosa sino copiar a sus "hermanos mayores" en los EEUU y Francia. ¿Que los ultraconservadores republicanos de Bush lanzan proclamas contra el hippismo de los sesenta? ¡Pues aquí estamos los del PP! ¡Más auténticos que nadie! ¿Que Sarkozy gana las presidenciales con un discurso crítico contra lo que supuso el sesentaiochismo? Pues nada, nada, a hacer lo mismo a ver si así ganamos nosotros también. A lo mejor la pócima secreta consiste en berrear contra la plaga de mayo del 68. Claro que, como les suele suceder, nuestros conservadores patrios no se dan cuenta en su maniqueísmo vociferante que aquello de las revueltas del 68 trajeron, como no podía ser de otra forma, elementos positivos junto a otros que no pueden catalogarse sino como nefastos, es cierto. Así, por ejemplo, si bien es cierto que los sesentaiochistas fomentaron un hedonismo irresponsable y descerebrado, la oposición frontal a cualquier autoridad —impuesta o no, totalitaria o no, opresiva o no— y el relativismo cuasi absoluto que años después desembocó en el individualismo postmoderno y consumista, tampoco es menos cierto que nos trajo la igualdad de la mujer, la liberación sexual, los derechos civiles de las minorías, el fin del colonialismo y el belicismo como ideologías aceptables, un internacionalismo ciertamente prefigurador de lo que hoy denominamos mundialización y el afán participativo del ciudadano de a pie. A mí todos esos elementos me parecen sin duda positivos sin dejar por ello, como digo, de reconocer dónde se hicieron mal las cosas. De hecho, aunque la noticia de Público ni siquiera lo menciona, creo que donde pudimos observar la peor contribución de mayo del 68 fue precisamente en lo que por aquellos años se denominaba guerrilla urbana. La tolerancia o pasividad de buena parte de la izquierda europea hacia el terrorismo supuestamente revolucionario de la época es, para mí, con diferencia, la peor herencia del 68. Pero, no obstante, no creo que tenga mucho sentido echarlo todo por tierra y renegar de los avances que aquellas revueltas nos trajeron. {enlace a esta historia}

[Sun May 4 15:26:38 CEST 2008]

El País publica hoy una historia acerca del triunfo del populismo fascistizante en Italia sobre la que merece la pena detenerse a reflexionar.

La escena heló la sangre a más de uno. El posfascista Gianni Alemanno acababa de ganar la alcaldía de Roma, primer político de su cepa en lograr el despacho que domina el Foro. Ante la sede del Ayuntamiento, en la plaza del Campidoglio, el ombligo de Roma, una multitud de militantes espera el discurso del ganador. Entre ellos, en las armónicas líneas de la plaza proyectada por miguel Ángel, muchos mantienen el brazo levantado con una inclinación que no deja lugar a dudas: saludos fascistas. Las banderas tricolores ondean por todas partes. Algún grupillo hasta se atreve con un estribillo más explícito: "¡Duce, Duce!".

(...)

"Lo que ocurre es que la desaparición de las culturas políticas que han guiado el país durante cuatro décadas ha dejado un gran vacío. No han sido reemplazadas. Sin ese tapón, sin el filtro de una cultura política moderna y responsable, han caído los tabúes y ha empezado el reino del cinismo", asegura Edmondo Berselli, escritor y analista político del diario La Repubblica. "Se ha abierto el campo a las brutalidades de la Liga. A la deercha que exalta la virilidad con tonos arcaicos. A los discursos feroces. A la vulgaridad. Es como en los bares, gana quien grita más alto y más fuerte".

Habría que comenzar, para que nos entendamos, por asegurar que no me parece que la situación sea tan mala como nos la pintan. No creo que pueda decirse en buena fe que estamos ante el retorno del fascismo. Y, sin embargo, acontecimientos como el aquí descrito no deben dejar de incomodarnos y preocuparnos. Puede que no sea fascismo puro y duro, pero sí que se le parece demasiado. Alemanno no es Mussolini, y es bastante improbable que los italianos de hoy estén dispuestos a transigir con el totalitarismo fascista de antaño. Por si fuera poco, tampoco podemos comparar la situación económica, política y social de 2008 con la del período de entreguerras. Y, pese a todo, no nos queda más remedio que mostrar cierta preocupación por el resurgir del populismo conservador y ultranacionalista entre nosotros, los países de la Europa Occidental que hasta hace bien poco nos creíamos inmunes a él. Se trata de la deriva populista, xenófoba, homófiba y nacionalista de la derecha de corte más democrático y liberal, derrotada en toda regla, aplastada por el temor a la globalización económica, la llegada de inmigrantes y la pérdida de referentes. Aún no puede hablarse de fascismo propiamente dicho, no, pero uno se pregunta cuánto habrá que esperar para verlo resurgir si no somos capaces de frenarlo a tiempo. Después de todo, tanto Hitler como Mussolini también comenzaron en su momento como meros populistas, alborotadores de la más baja calaña dispuestos a agitar el fantasma del bolchevismo y de la "conspiración judía internacional" para ganar votos y hacerse con el poder. A lo peor lo único que queda para volver a ver al fascismo campar a sus anchas por tierras europeas es que se dé una reacción histriónica e igualmente extrema por parte de la izquierda, como ya sucediera en el período de entreguerras. Mientras tanto, cabe la posibilidad de que la derecha moderada y civilizada comience a verse arrastrada hacia el populismo xenófobo —recordemos los guños lanzados por Rajoy durante nuestra reciente campaña electoral— y que la izquierda socialdemócrata sufra el desgaste en los barrios obreros, atraídos por la retórica extrema de estos salvapatrias. Hoy, debemos mirar a Italia con aprensión. {enlace a esta historia}

[Sat May 3 18:43:57 CEST 2008]

Acabo de escribir una panfletada contra el nacionalismo aplicado a la novela y me dispongo a reflexionar sobre otro artículo escrito con la intención de halagar el ombliguismo identitario, si bien en este caso se trata de algo un poco menos radical —regionalismo identitario, en vez de nacionalismo identitario, quizá. Se trata de El ser andaluz, de Luis García Montero, también publicado hoy en El País. Tras advertirnos sobre los estereotipos del andaluz como holgazán, tan extendidos por el suelo patrio desde hace ya muchísimo tiempo, García Montero manifiesta:

Quiero vivir en una tierra donde sea imposible la existencia de un ciudadano como Josef Fritzl, el monstruo de Amstetten. No sé qué es más terrorífico, si un padre que secuestra a su hija, la viola, la encierra durante 24 años y le hace siete hijos, o una existencia marcada por el aislamiento absoluto. Da miedo que ni su propia mujer se diera cuenta de lo sucedido, que no hubiese un vecindón o una vecindona que sospechara algo, que la vida privada pueda convertirse en un sótano negro, en un campo de concentración al margen de los demás, sin una mirada inoportuna, sin un oído capaz de escuchar una queja, sin un amigo obligado a recibir una confesión, en un momento de debilidad, después de apurar la penúltima copa sobre el precipio biográfico de un mostrador de bar. Quiero vivir con a ilusión de que en Andalucía hubiera sido imposible esta historia estremecedora, ocurrida a pocos kilómetros de Viena, en un país habitado por gente laboriosa, productiva y dueña de sus interioridades. Un andaluz, aunque ocultara un monstruo en sus entrañas, hubiese sido incapaz de guardar el secreto durante 24 años de copas de manzanilla, de charlas con amigos, de bares, gritos y llantos. Si el sueño de la razón crea monstruos, el frío de la incomunicación provoca abismos en la conciencia y telarañas en los ojos. Da miedo que existan lugares en los que nadie, ni una vecina entrometida, ni un vecino molesto y confraternizador, ni tu propia mujer, nadie, pero nadie, sea capaz de intuir lo que llevas detrás de tus palabras, lo que existe al otro lado de tu silencio, de tu mirada, de tus modalaes de pulcro ciudadano.

Y, la verdad sea dicha, no le falta razón a García Montero. Peca si acaso, creo yo, de un exceso de orgullo andaluz, pues mucho me temo que por estas tierras no seamos tan inmunes a la incomunicación de la que habla. Es más, me parece hasta probable que también llegue por aquí tarde o temprano. En otras palabras, no creo que la sociabilidad, la vida en la calle, la tertulia de bar y el cotilleo de los vecinos sean, como parece que asume García Montero, características connaturales al ser andaluz —algo que, por así decirlo, llevemos en la sangre. Se trata más bien, pienso yo, de unos hábitos culturales directamente relacionados con una realidad sociológica bien definida que, por supuesto, puede cambiar y, de hecho, ya está cambiando. Y, sin embargo, como decía algo más arriba, no le falta razón a García Montero en defender este "ser andaluz", esta sociabilidad mediterránea —otro tópico donde lo shaya— frente a los excesos de la privacidad que parecen estar imponiendo su voluntad por todo el mundo desarrollado. Aquí, como en tantos otros asuntos, también merecería la pena hacer un serio esfuerzo por encontrar el sabio punto medio. {enlace a esta historia}

[Sat May 3 18:20:47 CEST 2008]

Andamos a vueltas con el nacionalismo descerebrado. Echándole un vistazo al suplemento Babelia de El País me topo con la siguiente afirmación, muy del gusto de muchos irlandesitos de pro, hecha por el novelista Benjamin Black:

"Yo soy irlandés, y los escritores irlandeses escribimos en inglés, una lengua extranjera. No nos sentimos cómodos, miramos el lenguaje desde fuera. Cuando leo a Nabokov [de origen ruso] le entiendo perfectamenet, porque también escribe en inglés desde fuera. Un autor inglés intenta que su prosa sea fácil y transparente, siguiendo el consejo de George Orwell: el texto debe ser como una hoja de cristal. Para mí, para los irlandeses, no debe ser un cristal, sino una lente capaz de aproximar, alejar o distorsionar. Mire, venimos del gaélico, una lengua extraordinariamente evasiva en la que no es posible decir cosas directas. No se pude decir, por ejemplo, 'soy un hombre'. Habría que decir algo así como 'estoy en mi hombría'. El gaélico es oblicuo y se aleja continuamente de lo esencial, mientras el inglés es lo contrario, va directo al grano. "Esa tensión, nacida a mediados del siglo XIX, cuando dejamos de hablar gaélico y adoptamos el inglés del imperio, generó un lenguaje nuevo y potente. El lenguaje de Wilde, Keats, Shaw, Joyce, Beckett, distinto del inglés de Inglaterra, Estados Unidos o Australia".

Pues sí, claro, igual que el español de un catalán es bien distinto del de un andaluz, un gallego o un canario, sin que sea necesario recurrir a rebuscadas explicaciones sobre la naturaleza metafísica de un idioma. Sencillamente, hay escritores irlandeses que tienen un estilo "evasivo" y "oblicuo" —sea lo que sea que Black quiere describir con esos términos—, como también los podemos encontrar en Portugal, Ucrania o Kenya. Se trata de una cuestión de estilos, que no de un supuesto DNA lingüístico de raíz telúrica transmitido de padres a hijos. Me parece escandaloso que un escritor dublinés cuya lengua materna ha sido siempre el inglés venga a hacer este tipo de ridículas declaraciones sobre lo que considera una "lengua extranjera", a pesar de que sea la que haya hablado desde su más tierna infancia. Y más risible aún me parece que cite a Nabokov en su defensa, cuando de todos es sabido el dominio que aquél escritor alcanzó en su segunda lengua (el inglés), con la que pasaría a hacerse famoso. En otras palabras, que si algo demuestra el ejemplo de Nabokov es precisamente lo equivocado que esstá Black al considerar la lengua exclusivamente desde el punto de vista identitario. Y no entremos siquiera a hablar del hecho incontrovertible de que buena parte de los autores irlandeses que mencionan se sintieron más bien incomprendidos y marginados en su Irlanda natal, a pesar de que su estilo, según nos cuenta Black, fuera tan "gaélico". Desde luego, uno de los mayores misterios de la naturaleza humana ha de ser precisamente la capacidad que tenemos para soltar sandeces cuando nos esforzamos en interpretar nuestro pasado personal y nuestra obra desde un punto de vista nacionalista e identitario. {enlace a esta historia}

[Thu May 1 19:28:39 CEST 2008]

Según leo en El País, Sarkozy ha aprovechado un viaje a Túnez para criticar el Proceso de Barcelona y promover su propio plan de Unión para el Mediterráneo. Aún no tengo claro del todo cuáles son las diferencias fundamentales entre ambos proyectos, pero no puedo evitar cierto malestar cuando noto el nacionalismo primitivo con el que los periodistas de El País tratan el tema. Uno tiene la sensación de que no es tanto que les parezca mejor el antiguo proyecto de Felipe González que el de Sarkozy, sino más bien que se creen en la obligación de defender aquél frente a éste principalmente porque fue propuesto por un español. Como ya he advertido, no estoy lo suficientemente familiarizado con el tema como para lanzar una opinión, pero la propuesta de Sarkozy tiene algunos elementos que me parecen merecedores de atención:

Pese a las concesiones de todo tipo que el presidente francés se ha visto obligado a hacer respecto a la idea original de la UPM [Unión Para el Mediterráneo], especialmente las que forzó la canciller alemana, Angela Merkel, que veía cómo Berlín quedaba al margen pese a tener que pagar la factura, Sarkozy insistió ayer en las bondades del proyecto, por la vía de descalificar el Proceso de Barcelona. "Barcelona está bien", dijo, "porque es el Norte que ayuda al Sur. Pero Barcelona, siento mucho decirlo, no es una colaboración entre los pueblos. Barcelona es un error porque es la continuación del diálogo Norte-Sur tal como se estableció tras la descolonización, es decir, sobre la base de una relación no igualitaria, en la que uno decide y el otro recibe".

Tiene sentido lo que apunta Sarkozy, y puedo ver perfectamente cómo los países de la ribera Sur del Mediterráneo pueden sentirse más atraídos por su propuesta que por la del Proceso de Barcelona. Ahora bien, ello no quita para que la Unión Para el Mediterráneo adolezca de un defecto fundamental: las dificultades para convencer a los alemanes de que financien el proyecto sin que se les conceda al mismo tiempo ni voz ni voto. Tiene bien poco de extraño, pues, que haya quien vea la UPM como los delirios de grandeza de Sarkozy financiados por la billetera alemana. No parece probable que ningún canciller esté por la labor, la verdad. {enlace a esta historia}