[Wed Apr 30 16:26:53 CEST 2008]

Tomando como excusa el aparente éxito del chiki-chiki, Margarita Rivière ha escrito un artículo titulado Parada de monstruos que tiene más alimento de lo que parece a simple vista. Extendiendo lo que ella denomina el chikichikismo a otros ámbitos escribe:

Ayudémonos con algunos ejemplos de esos seres excepcionales y esas hazañas descomunales que configuran la parada —real— de los monstruos. Ahí está Berlusconi, Il Cavaliere: ídolo de masas, héroe de la no-política, revolucionario-ultracapitalista, profeta de la justicia sin justicia y portaestandarte de un modelo de orden mafioso que retorna en olor de multitud. No menos excepcional es la conjunción Sarkozy-Bruni o cómo la república más dura y seria del mundo se abre a las burbujas efervescentes del reino etéreo del look en un deslumbrador despliegue del macho hiperactivo ante la bella durmiente del bosque en el escenario del capitalismo ético. Fijémonos en el superhéroe Putin, capaz de heredarse a sí mismo en una pirueta estratégica digna de un Médicis o de un guión de Hollywood. Incluyamos en el lote a esos chinos que tan exitosamente ejercen el capitalismo autoritario, sublime síntesis de lo incomprensible con lo incompatible, de lo impensable con lo obvio, de la pobreza con la riqueza, del capitalismo con el comunismo, de lo exclusivo con lo masivo. ¡Y olé! La galería de sucesos extraordinarios, de hechos freak, es sustanciosa. Observemos la grandiosa batalla por la conquista de la virtualidad publicitaria entre los superhéroes de Microsoft y los inabarcables fantasmas reales de Google en el intento de dominar a Yahoo!, el omnipresente e incontrolable gigante de Internet: delirio de desmesura. Remontémonos al gran George W. Bush, precursor inmediato del mundo freak, con su capacidad para hacer realidad sus s sueños de neocon inspirado por Dios y materializarlos en una guerra real secundada por otros mensajeros del más allá. Demos un vistazo a ese monstruo que mueve nuestra vidas reales, el petróleo, y extasiémonos en el misterio de su adoración obligada como motor de nuestro bienestar más banal. No olvidemos que el mundo freak perdura en criaturas que, como Ronaldinho, Paris Hilton, Esperanza Aguirre o Luis Aragonés, desatan emociones levantando una ceja.

Lo freak es el exceso, lo extraordinario, lo impactante, lo espectacular, lo sobrehumano: aquel exceso que se autoconfunde con lo excelente y hasta con el bien universal. En la parada de los monstruos todos se gustan mucho. Ante esa creciente pléyade de fenómenos de la naturaleza, el chikichikismo es casi de colegio de monjas, pura bendición.

En definitiva, que en este mundo de locos, hay bastantes cosas de las que preocuparse antes siquiera de dedicarle unas líneas al fenómeno chiki-chiki. En este mundo postmoderno, dominado por la más absoluta fluidez, hemos perdido todas las viejas certezas ideológicas que nos reconfortaban, aunque fuera al precio de engañarnos a nosotros mismos con falsos ídolos que tenían los pies de barro. Y, sin embargo, no podemos evitar la clara sensación de que el todo vale no conduce sino a un callejón sin salida y nos deja igualmente insatisfechos. Está muy bien postular la tolerancia, el mestizaje, lo diverso y el pluralismo, pero si lo llevamos demasiado lejos terminamos por destruir todo rastro de humanidad. El relativismo ha de relativizarse, casi podríamos decir, acudiendo a una paradoja, por cierto, que debiera ser muy del gusto de los postmodernos. No veo otra solución que echar mano de los viejos principios ilustrados y humanistas (relativizados, sí, pero no por completo eliminados) si no queremos continuar en nuestra deriva a velocidad supersónica. La puesta en tela de juicio de las instituciones sociales tradicionales está muy bien, al igual que sucede con las críticas a la autoridad establecida o el rechazo de los dogmas. Es más, todo ello se hace necesario después de los excesos de que fuimos testigos durante el siglo XX, cuando demostramos fehacientemente que las ideologías secularizantes pueden llegar a ser tan criminales como el fundamentalismo religioso. Pero el hecho de que nos perdamos entre el ramaje del bosque no quiere decir que hayamos de tirar la brújula a la basura. Lo único que tenemos que entender es que la brújula se limita a señalar al Norte. Somos nosotros quienes, partiendo de ahí, tenemos que guiarnos en el terreno, salvar los obstáculos, abrirnos camino por entre la maleza, sortear ríos y escalar montañas. El hombre no es la medida de todas las cosas, es verdad. Parce improbable que lleguemos jamás a conocer toda la verdad sobre la realidad que nos rodea, es cierto. Pero ello no quita para que dejemos de reconocer que si abandonamos el concepto de integridad moral las consecuencias siempre son nefastas y si lo relativizamos todo no hacemos sino retroceder en nuestras conquistas sociales y políticas. De ahí que, estoy convencido, todavía tengamos razones más que suficientes para luchar contra la política reducida a la mera imagen, la educación como mero instrumento o la vida en sociedad como mercado de las vanidades. El futuro nos va en ello. Los pensadores postmodernos sí que tenían razón en una cosa: el progreso no está garantizado, la evolución lineal de las cosas no es sino una quimera. Podemos terminar entrando de nuevo en una edad oscura como la que se produjo entre la caída del Imperio Romano y el Renacimiento. {enlace a esta historia}

[Mon Apr 28 14:07:58 CEST 2008]

En vista del reciente nombramiento de Celestino Corbacho como nuevo Ministro de Trabajo e Inmigración, tiene poco de sorprendente encontrarse con noticias como la que leíamos esta mañana en el diario Público, titulada El Gobierno aprieta las tuercas en inmigración. El antiguo alcalde de Hospitalet no ha de considerarse necesariamente un "duro" en cuestiones de inmigración, pero queda bien claro que tampoco podemos hablar de él como si se tratara de un "blando". Y ésa es precisamente la razón, supongo, que ha llevado a Zapatero a confiarle la cartera ministerial. Sin llegar a los niveles de catastrofismo alcanzados por Rajoy y el PP durante la campaña electoral —posiciones, por cierto, que rozaban el populismo xenofóbico de algunas formaciones de derecha dura de otros países europeos—, Corbacho no se muerde la lengua a la hora de dejar bien claro que quienes llegan a nuestro país han de integrarse y aceptar nuestras normas, igual que cualquier otro ciudadano. Se trata, en definitiva, de afirmar la tolerancia racial al tiempo que se subraya la necesidad de que los inmigrantes acepten nuestras reglas del juego, posición que aplaudo, aunque seguramente abrirá al PSOE a las críticas desde su flanco izquierdo, que pasará a acusarle de hacerle el juego a la derecha más autoritaria. Yo, por mi parte, entiendo necesario este leve viraje en la política de inmigración del Gobierno de Zapatero, siempre y cuando no se abandonen los esfuerzos en pos de la integración y se continúe en la línea de analizar el fenómeno de la inmigración como una oportunidad —y no una amenaza— para nuestro país. ¿Y por qué lo considero necesario? Fundamentalmente, porque no me creo —al contrario que muchos otros— que los españoles estemos vacunados de alguna manera contra la fiebre xenófoba. No son pocos los que manifiestan repetidamente que razones tan etéreas como el "carácter mediterráneo" o nuestro "mestizaje histórico" casi garantizan que el populismo xenófobo no encuentre arraigo por estos parajes. Me parece un craso error. La xenofobia es como una mala planta capaz de echar raíces casi en cualquier lugar y nosotros no somos la excepción. De hecho, ahora que se acercan malos tiempos en lo que hace a la economía es precisamente cuando más riesgo corremos de dejarnos llevar por la demagogia populista que culpa al inmigrante de todos los males. No está de más, pues, afianzar la idea de que es posible acoger a los inmigrantes en nuestra sociedad al mismo tiempo que se les exige cumplir con los mismos deberes que cualquier otro ciudadano. A mi entender, ésa es precisamente la política que quiere aplicar Celestino Corbacho. Ni más, ni menos. {enlace a esta historia}

[Mon Apr 28 09:44:15 CEST 2008]

Ya he dejado escrito en otras ocasiones que no me atrae nada la idea de castigar penalmente aquellas opiniones que manifiesten un apoyo evidente o encubierto al nazismo o ideologías similares, por más reprobables que me puedan parecer. Pues bien, echándole un vistazo a la prensa diaria me he encontrado hoy con un buen ejemplo del sinsentido al que puede conducir el celo excesivo del legislador políticamente correcto. Resulta que Le Pen ha sido condenado en Francia por afirmar que "las cámaras de gas nazi fueron un detalle en la historia de la guerra", refiriéndose, obviamente, a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de uno de esos casos en los que las palabras que se consideran merecedoras de la sentencia son, de hecho, técnicamente ciertas. Ni la guerra se hizo para oponerse al antisemitismo nazi —política que de hecho comenzó mucho antes de que los alidaos le declarasen la guerra a la Alemania nazi— ni tampoco desempeñó un papel fundamental en la propia propaganda aliada hasta los juicios de Nuremberg y la postguerra. Pero es que, además, atendiendo a un criterio puramente cuantitativo, tampoco puede concebirse que el holocausto fuera el elemento central de la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué nos parece repugnante, entonces, la frase de Le Pen? Sencillamente, porque deja entrever una clara simpatía hacia los nazis que viene acompañada de la relativización de los crímenes que cometieron aquéllos durante el conflicto. Es decir, si bien Le Pen está en lo cierto desde un punto de vista puramente técnico, su posicionamiento nis repugna moralmente. Y he aquí, precisamente, la razón por la que me opongo a este tipo de legislación: en mi opinión, no le corresponde al Estado entrar a juzgar la moralidad de los pronunciamientos de tal o cual individuo —hecho que, además, no haría sino poner impedimentos a la libertad estrictamente necesaria para el normal desarrollo de la sociedad democrática—, sino que éste debe limitarse únicamente a juzgar comportamientos y hechos, no estados de opinión e ideas. Aún más claro me parece esto en el caso de la multa que se le impuso al propio Le Pen por manigestar en una entrevista en 2005 que la ocupación nazi de Francia "no fue particularmente inhumana". ¿Cómo medimos el grado de "inhumanidad" de una ocupación militar? Llevando el asunto incluso más lejos, ¿juzgaríamos también a quien esté dispuesto a criticar la ocupación estadounidense de Iraq? ¿Y qué decir de quienes aún hoy muestran cierta comprensión por los crímenes de Stalin o Mao? ¿Y los de Fidel? {enlace a esta historia}

[Fri Apr 25 14:02:58 CEST 2008]

Parece mentira que, después de todo lo vivido, todavía nos planteemos ciertas cosas. Hace ya un par de semanas que El País publicó un reportaje titulado ¿El genio literario es un monstruo moral? que me parece disparatado ya desde el propio título. El reportaje, firmado por la agencia EFE, comienza de la siguiente manera:

La historia de la cultura universal está plagada de nombres que no fueron precisamente dechados de comportamiento moral y que demuestran que se puede ser un genio de la literatura o el arte y al mismo tiempo cuestionable como persona. Dos ejemplos controvertidos de actualidad son el del Nobel de literatura V. S. Naipaul y el del autor de ¡Noticia bomba!, Evelyn Waugh (1903-1966).

Dejemos aparte el hecho de que el principal pecado de Evelyn Waugh parece haber sido, según el autor, meramente el atreverse a hacer declaraciones políticamente incorrectas de carácter innegablemente conservador. Casi se diría que no se puede ser escritor y conservador al mismo tiempo, o al menos eso parecen asumir algunos. Y es que tantas décadas de promoción del dogma del intelectual progre debe haber calado en la mente de quienes escriben muchos de estos artículos en nuestra prensa diaria, de tal forma que no aciertan a ver la posibilidad de que pueda siquiera existir un intelectual conservador. En fin, se trata de otro prejuicio que yo ya creía superado, pese a toda la evidencia en mi contra. Pero lo que verdaderamente me interesa del reportaje en cuestión es la asunción, tan platónica, de que la excelencia en las letras ha de ir acompañada por fuerza de la excelencia moral, algo demostradamente falso pero a lo que nos agarramos una y otra vez. ¿Cómo explicarnos, si no, el éxito del que todavía disfrutan los manifiestos firmados por intelectuales de diverso pelaje, como si por el mero hecho de haberse hecho famosos escribiendo novelas ya cuenten con mucho mayor conocimiento de la realidad social que cualquiera de nosotros? Lo más interesante de esto me parece que, después de todo, la figura del intelectual progre como vanguardia social y política de las masas descerebradas que no le llegan ni a la horma del zapato es de una naturaleza tremendamente anti-democrática a la que, sin embargo, nos negamos a eliminar. ¿Adónde habrán quedado todas aquellas preguntas retóricas que nos hiciéramos en otros momentos sobre lo increíble de que un pueblo culto y educado como el alemán se entregara en cuerpo y alma a un vulgar encantador de serpientes como fue Hitler? Y es que no aprendemos. {enlace a esta historia}

[Fri Apr 25 09:36:24 CEST 2008]

La escritoria y traductora checa Monika Zgustova publicó ayer un Elogio del lector en El País en el que trataba de enmendar la plana ni más ni menos que al prestigioso editor francés Antoine Gallimard, quien afirmó hace poco que si Proust tratara de editar su En busca del tiempo perdido hoy día seguramente no encontraría editor. Como bien le recuerda Zgustova, tampoco encontró editor cuando lo escribió en su momento. Es más tuvo que costear de su bolsillo la primera edición. Y es que, como ya he repetido en múltiples ocasiones en estas páginas, ni todo pasado fue siempre mejor ni tampoco todo presente es tan catastrófico como nos lo pintan algunos. Pero lo que más me interesa aquí es el elogio que la escritora checa hace del lector español actual:

En la España contemporánea, un lector puede llegar a formarse una imagen bastante exacta tanto de la literatura clásica como de lo que ocurre en el presente, y no sólo en las letras occidentales. Sólo en los últimos años se han publicado, con éxito fulminante de crítica, lectores y ventas, novelas de muy alta calidad: La mujer justa, de Sándor Márai; Soldados de Salamina, de Javier Cercas; Vida y destino, de Vasili Grossman, y Las benévolas, de Jonathan Littell, entre otras. En todos estos casos son los lectores, con la complicidad de los libreros, quienes volcándose a comprar esas grandes novelas por decenas y centenares de miles, permiten que los editores se lancen a la aventura de publicar más libros arriesgados. Sí, en el fondo son los lectores los que hacen que el panorama literario sea más atractivo y menos mercantilista.

Así pues, al contrario de lo que suele comentarse, estoy convencida de que el presente del libro no es peor que en épocas anteriores. Lo de "cualquier pasado fue mejor" es un lugar común que no se cumple la mayoría de las veces. Tampoco en ésta.

Por mencionar algunos ejemplos, de su libro De l'amour, Stendhal vendió veinte ejemplares ¡en diez años!; Proust tuvo que pagar de su bolsillo la edición del primer volumen de A la búsqueda del tiempo perdido; Joyce publicó su Ulises en París porque no encontraba editor en Inglaterra, y Kafka, en vida, no pasó de los 800 ejemplares vendidos. Hoy, al contrario, cualquiera puede, como mínimo, colgar su novela en Internet.

No sólo eso, sino que, además, hoy es perfectamente posible dedicarse profesionalmente a la escritura y vivir decentemente de ello, algo que raramente fue posible en cualquier otra época histórica. Sencillamente, las cosas no están tan mal como algunos las pintan, ni tampoco es cierto que todo fuera maravilloso en ese pasado tan idealizado que muchos imaginan. La mayor parte de los genios de la literatura no entraron en el ansiado panteón de grandes autores hasta mucho después de fallecer, y eso después de sufrir lo indecible en una vida dominada por la miseria. Hoy día, por el contrario, conocemos bastantes autores ampliamente respetados y reconocidos como futuros clásicos (Saul Bellow, Umberto Eco, Javier Marías...) que disfrutan de su trabajo y llevan una vida moderadamente cómoda y despreocupada. ¿Cómo me va a convencer nadie de que también en esto cualquier tiempo pasado fue siempre mejor? {enlace a esta historia}

[Wed Apr 23 15:55:54 CEST 2008]

Otro artículo interesante con el que me he topado hoy, éste otro en Público. Resulta que todavía existe en Brasil un Templo de la Humanidad como los creados por Augusto Comte allá por el siglo XIX en un intento de promover una especie de culto secularizado. Ciento veintiocho años después de su fundación aún realiza "misas filosófico-científicas" todos los domingos en un templo repleto de bustos de pensadores y científicos (Sócrates, Newton, Gutenberg, Arquímedes, Descartes, Shakespeare...). La idea me parece sugerente por lo que tiene de alternativa laica al espíritu de comunidad que suele respirarse en tantas iglesias y que, al fin y al cabo —y siempre que no se lleve a sus extremos— puede resultar enormemente positivo para una sociedad. Tal y como lo veo yo, la asistencia regular a misa (lo que muchos prefieren denominar espiritualidad para quitarle calorías y hacerlo más light) viene a satisfacer muchas veces una necesidad muy humana: la de embarcarse en un viaje de descubrimiento intelectual de forma compartida, junto a una comunidad de iguales. La Modernidad nunca acertó a ofrecer una alternativa a esta necesidad tan humana, como ya notara Durkheim en su momento. {enlace a esta historia}

[Wed Apr 23 15:36:30 CEST 2008]

Hoy, día de San Jorge, Juan Cruz escribe un artículo en defensa del libro en El País que no quería dejar pasar en estas líneas por el símil tan simpático que usa para describir nuestra afición a la lectura estos días:

El taxista que hace un año me preguntó si él debía leer Cien años de soledad, me dijo ayer que ya se había comprado el libro, en edición de bolsillo. "No es muy grande", me dijo. "Lo acabaré". Pero aún no lo había comenzado. Los libros a veces son como las dentaduras postizas: se guardan en un bolsillo hasta que sea el momento de masticar. El taxista estaba a punto de masticar.

Pero él no es distinto a tanta gente que va a las librerías, o a las bibliotecas; se lleva los libros, los pone en el mostrador de su propia estantería, y los deja ahí, como si los libros se fueran leyendo solos. En los años sesenta, cuando leer era igual que masticar, la gente llevaba los libros bajo el brazo por si salían en la conversación; ahora se los deja en la mesa de noche por si se rompe la tele. Como se deja la dentadura.

Me parece que Cruz es, en buena parte, algo injusto con nuestros tiempos. No hay que revolver mucho para encontrarse con descripciones de los años sesenta que él mismo menciona en las que también se nos explica bien a las claras que la gente llevaba, es cierto, los libros bajo el brazo, pero que leerlos, lo que se dice leerlos, lo hacían bien pocos. Por el contrario, a mediados de los ochenta, cuando yo fui a la Universidad en Madrid, recuerdo que no eran pocos los estudiantes que aprovechaban el tiempo muerto del autobús, el metro o el tren de cercanías para leer algún que otro libro. En fin que, como de costumbre, no todo tiempo pasado fue siempre mejor. De todo hay en la viña del Señor, como nos solían decir cuando éramos niños. Yo, desde luego, a mi regreso a España me he encontrado gratamente con que hay mucha más afición por la lectura que en cualquier tiempo pasado, o al menos eso me lo parece a mí. Lo que pasa es que aquí nos gusta mucho la cultura del lamento y el pesimismo escatológico. Se ve como muy chic, como auténtico "pensamiento crítico". Yo, por el contrario, lo veo más bien como una patochada snob. {enlace a esta historia}

[Tue Apr 22 09:56:33 CEST 2008]

El Secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria, José María Lassalle, publicó ayer un artículo en El País titulado Liberalismo antipático en el que nos advertía sobre lo que, según él, puede conllevar la deriva neoconservadora que proponen los partidarios de Esperanza Aguirre durante este período de debate precongresual. Lassalle comienza afirmando que en el PP confluyen liberales, conservadores y democristianos, pero que él no es capaz de distinguir ninguna corriente socialdemócrata, como acusaba Aguirre, ni muchísimo menos piensa que pueda identificarse a Rajoy con dicha ideología:

Esperanza Aguirre sabe que expreso esta opinión como liberal que ha dado alguna que otra batalla de ideas dentro del partido durante esta legislatura. Por eso, me preocupa su abrupta insistencia en reivindicar un debate ideológico cuando nadie la secunda. Hace que me pregunte si no estaremos apelando a dos tipos diferentes de liberalismo, pues, si ella cree que los liberales que estamos cómodos con el discurso de Rajoy no lo somos del todo —o, incluso, somos a sus ojos unos socialdemócratas encubiertos—, entonces, una de dos: o el discurso neocno ha cobrado cuerpo con Aguirre y empiezan a deslizarse los reproches que fueron tan del gusto de los Wolfowitz, Perle, Kristol y compañía hacia quienes no les secundaban entre las filas republicanas o las ideas del neoliberalismo de los 80 han vuelto inoportunamente a la carga cuando una profunda crisis económica está al acecho.

(...)

Desde que Aguirre defendió la Ponencia de Ideología del VI Congreso del Partido Liberal de junio de 1985, a la que apelaba hace unos días en el Casino de Madrid para justificar su posición crítica, han pasado ya más de 23 años y, hoy, el liberalismo ha experimentado profundas adaptaciones a los desafíos y retos de la globalización postindustrial. Lo explica Dahrendorf cuando en El recomienzo de la historia (2006) señala que el liberalismo ha de ser capaz de defender la libertad "tanto de la jaula burocrática de la servidumbre como de los peligros del fundamentalismo del mercado". Por eso, quienes defendemos el liberalismo dentro del Partido Popular debemos ser conscientes de que el ejercicio de la libertad ya no sólo debe operar en un sentido negativo y anti-estatista, sino también de una forma positiva, proyectando una dinámica incluyente e igualitaria que anteponga la independencia de la persona frente a las intromisiones de aquellos que practican la arbitrariedad, la intolerancia, la intransigencia y la ortodoxia, vengan de donde vengan, que es lo que defienden los actuales principios de nuestro partido y lo que mantiene Mariano Rajoy en sus discursos desde que asumió su presidencia en 2004.

Si no fuera así y retrocediéramos en nuestros planteamientos o, lo que sería peor, asimiláramos versiones reaccionarias de los mismos, el liberalismo podría convertirse en una ideología excluyente, trasnochada y anticuada; un liberalismo antipático (nasty liberalism) sin magnetismo ni poder de seducción y convocatoria, que haría perder lo alcanzado por el Partido Popular estos últimos años: un espacio de encuentro para los que comparten una longitud de onda moderada y centrada en torno a un liberalismo igualitario que trata de sintonizar con la compleja fisonomía ideológica y afectiva que irradian las sociedades abiertas después del derribo del Muro de Berlín.

Lassalle da en la diana. Esperanza Aguirre, El Mundo y la COPE no representan el liberalismo frente a la supuesta socialdemocracia de Rajoy, sino que lo que postulan es más bien un neoconservadurismo a la americana disfrazado de ropajes liberales para poder venderse mejor. Representan un conservadurismo a veces incluso reaccionario en lo social combinado con un hiper-liberalismo sin cortapisas en lo económico, algo bien similar a lo que defendieran Thatcher y Reagan hace ya más de veinte años y, además, malamente adaptado a nuestra sociedad. En otras palabras, lo que proponen no es sino la derrota incondicional de cualquier conciencia social y moderadamente progresista que pueda existir dentro del PP (esto es, la expulsión por asfixiamiento de los restos del naufragio de la democracia cristiana, que jamás llegó a consolidarse en España precisamente debido a los tics ultraconservadores de nuestra derecha). Si la operación montada por Aguirre llegara a triunfar, solamente se me ocurren dos posibilidades: que el corrimiento hacia un neoconservadurismo a la anglosajona siembre el desconcierto entre los votantes y condene al PP a pasarse otra década en la oposición o, lo que me preocuparía mucho más, que la transformación tuviera tanto éxito entre las nuevas clases medias (atraídas por el componente económico liberal) y los sectores más populares (atraídos estos otros por el discurso conservador en lo moral y populista en lo que respecta a las políticas de inmigración) que obligara a todo nuestro sistema de partidos a correrse hacia la derecha, como sucedión en EEUU y Gran Bretaña durante los años ochenta. Hoy por hoy, sin embargo, no me atrevo a predecir qué bando ideológico pueda imponerse. Ahora bien, sí que puedo afirmar que me preocuparía ver a nuestra derecha tomar el neoconservadurismo anglosajón como modelo. Sencillamente, desandaríamos buena parte de lo andado en los últimos veinte años. {enlace a esta historia}

[Mon Apr 21 13:06:59 CEST 2008]

Leo en El País que las autoridades locales de Graz, segunda ciudad más poblada de Austria, se están planteando limitar el uso del teléfono móvil en ciertos lugares públicos y la verdad es que no me sorprende nada de nada. Acabo de regresar de un viaje a Madrid en el que tuvo la ocasión de "disfrutar" de alguna que otra conversación ajena en el coche del tren en que viajaba. Lo lógico sería, piensa uno, que la gente cambie la señal al modo de vibración para no molestar a los otros pasajeros con musiquillas incordiantes y, de paso, que abandonen el coche cuando vayan a entablar una conversación a voz en grito (es lo que sucede más a menudo) y se dirijan al espacio de descanso que hay entre coche y coche. Pero aún me parece mucho más molesto e irrespetuoso el hecho de que sea casi imposible hoy por hoy acudir a cualquier reunión que no se vea interrumpida, primero, por el dichoso tono de los móviles y, segundo, por el conciudadano que responde a la llamada sin el mayor miramiento y se pone a hablar por teléfono sin pararse a pensar que está obstaculizando una reunión en ocasiones importante, como la de una Junta Municipal de Distrito. Visto lo visto, no me cabe duda alguna de que, hoy por hoy, el móvil debe ser uno de los principales factores causantes de ineficiencia en nuestras administraciones y oficinas. Vamos, que tampoco reivindico que se prohíba terminantemente usar el móvil en los medios de transporte público, sino tan sólo que contemos con el suficiente sentido común y respeto cívico hacia los demás para no abusar de las circunstancias. En la mayor parte de los casos, solamente hay que plantearse antes de hacer la llamada si de verdad el asunto del que queremos hablar no puede esperar hasta que podamos ver a la otra parte en persona. El hecho de que las nuevas tecnologías nos permitan tener acceso a toda la gente todo el tiempo no significa que realmente tengamos que tener la oreja pegada al auricular constantemente. {enlace a esta historia}

[Tue Apr 15 11:02:16 CEST 2008]

Si hace una semana aproximadamente escribíamos sobre el artículo publicado en El País en que se criticaba el paternalismo de los medios de comunicación al dirigirse a nuestras políticas por el nombre de pila, hoy me encuentro con un artículo de Público sobre el mismo tema que viene a confirmar y subrayar lo que entonces defendíamos: el problema no es ya algo tan secundario como el uso del género en el lenguaje, sino un sexismo mucho más profundo y bochornoso. Por ejemplo, el citado artículo recoge algunas de las lindezas que se han oído estos días de boca de varios comentaristas políticos renombrados con respecto a Bibiana Aído, recientement nombrada Ministra de Igualdad por Zapatero:

¿Les parece poco que una flamenquita llegue a ministra del Batallón de Modistillas de ZP?

Antonio Burgos, columnista de ABC.


No sé qué habrá hecho Bibiana. Como no haya ganado algún torneo de peteneras.

Federico Jiménez Losantos.

No hacen falta más comentarios. Ellos mismos se catalogan como lo que son: irrespetuosos y machistas. Nunca falta quien esconde su sexismo e intolerancia en el ingenio faltón e insultante. Que conste, esto no pasa sólo por aquí. Las ondas estadounidenses están repletas de individuos de esta calaña. Graciosillos de medio pelo que viven de insultar a los demás de forma más o menos ingeniosa. {enlace a esta historia}

[Mon Apr 14 09:42:16 CEST 2008]

Me encuentro en la prensa hoy una noticia de esas que le hacen reflexionar a uno sobre el doble rasero que usamos para juzgar lo extranjero y lo que sentimos como propio y, por consiguiente, "normal". Resulta que la ministra marroquí de Desarrollo Social y de la Familia, Nouzha Skalli, ha hecho un llamamiento en favor de reducir la potencia de la megafonía usada por los muecines cuando llaman a la oración de madrugada, encontrándose —como era de esperar— con la oposición frontal de los imanes e islamistas radicales que no se avienen a las razones de la ministra —fundamentalmente, que molesta a los turistas de los que cada vez más depende la economía del país magrebí— y prefieren verlo como un ataque en toda regla contra las creencias y tradiciones religiosas de los marroquíes. Hasta tal punto está llegando la campaña contra la ministra que incluso se han oído acusaciones de que su verdadera intención no es otra sino prohibir sin más contemplaciones el rezo de madrugada. Pues bien, el doble rasero se manifiesta, creo yo, cuando nuestros medios de comunicación nos presentan esta historia como un claro ejemplo de atraso sin detenerse a pensar qué podría suceder por estos lares si a las autoridades se les pasara por la cabeza plantearse siquiera la prohibición del toque de campanas a ciertas horas del día o, lo que sin duda sería mucho peor, prohibir las bandas de música que acompañan a las procesiones de Semana Santa durante la madrugada. Esto último sería, sin duda, anatema en mi Sevilla natal. Y es que demasiado a menudo todo depende del color del cristal con que se miran las cosas y lo que en los países musulmanes nos puede parecer una inaceptable imposición de los sectores más retrógrados del Islam por aquí nos parece simplemente tradición popular.

Por cierto, que todo esto me recuerda un artículo publicado ayer en El País acerca de un debate que recientemente tuvo lugar en la Universidad de Brown (EEUU) entre Felpe González y Juan Luis Cebrián y en el que también salió a relucir este tema de las relaciones entre religión y política:

El problema sobre la relación entre la religión y la política no es, obviamente, exclusivamente español. De hecho, según explicaron ambos en su debate en Brown, es un asunto que está en el corazón del conflicto internacional desatado por los ataques del 11 de septiembre de 2001, donde los autores del libro [al parecer, Felipe González y Juan Luis Cebrián tienen planeados publicar un libro donde debaten sobre diversos problemas de actualidad internacional] fijan el nacimiento del siglo XXI.

"La incorporación de los valores religiosos al debate político encarna un peligro muy serio. Mira el caso de Sarkozy, que está tratando de cambiar la historia de Francia poniendo en duda que la laicidad sea uno de los pilares del régimen moderno", observa Juan Luis Cebrián.

"La religión introduce en la política el factor del valor absoluto. Con eso se puede tener incluso la legitimidad de matarte para salvar tu alma, para sacarte de tu error", añade Felipe González.

La religión es, como explica el académico y periodista, uno de esos signos de identidad, como la etnia o la raza, que se esgrimen hoy peligrosamente como alternativa o en contra de los valores de la Ilustración. "En nombre de esa identidad se establece la objeción de conciencia frente a leyes votadas en un Parlamento democrático", dice.

"Los valores idenitarios", insiste el ex presidente, "no se pueden transformar en derechos porque volveríamos a una etnicidad exclusivista".

Tenemos, por desgracia, una derecha demasiado proclive a erosionar los logros de la Ilustración en nombre del sentido de identidad religiosa y una izquierda demasiado dispuesta a dejarse convencer por los cantos de sirena de la identidad étnica, lo cual no puede traer sino problemas. Como bien dice Felipe González, el retorno de lo identitario no hace sino reintroducir el factor de lo absoluto en el ámbito político. Piénsese, por cierto, que la dañina influencia de lo identitario no se limita a la religión y el nacionalismo, sino que también la identidad de clase tuvo consecuencias nefastas en su momento, sobre todo en el periodo de entreguerras. Nuestras sociedades únicamente han avanzado por la senda del progreso —senda bien lenta y tortuosa, cierto, pero senda de progreso al fin y al cabo— cuando hemos abandonado la fe en la identidad colectiva y hemos optado por afirmar la importancia de la identidad individual inserta o integrada en el seno de una comunidad de iguales. Éste y no otro es el reto que nos planteamos a comienzos de este siglo XXI: continuar por esta senda del progreso —en buena parte identificado con el liberalismo, la democracia cristiana, la socialdemocracia y el socialismo democrático— o retomar las viejas utopías identitarias de antaño, las que nos llevaron a dos guerras mundiales y los totalitarismos de izquierdas y derechas.

Finalmente, todo esto se relaciona también con la creciente tendencia de la política estadounidense a contaminar lo político de religión y a la inversa. Por ejemplo, The New York Times nos hace saber sobre las diferencias entre Hillary Clinton y Barack Obama en el transcurso de una reciente conferencia pública titulada Compassion Forum y, conforme uno va leyendo el artículo, se da cuenta de que hubo bien poca discusión sobre asuntos auténticamente políticos. Es más, ni siquiera se habló de las relaciones entre Iglesia y Estado o la demarcación de ambas esferas en la vida pública, sino que de lo que se habló más bien fue de las convicciones religiosas de uno y otro candidato demócrata. En otras palabras, del tema de conversación central no fue sino el de las convicciones religiosas personales de uno y otro candidato, como si fuera necesario someterlos a la prueba del algodón de la fe antes de poder decidir a quién votar. A mí esta actitud, desde luego, me parece escandalosa. Lo que debieran estar discutiendo Clinton y Obama no es sobre sus particulares convicciones religiosas, sino sobre sus propuestas políticas, sus programas de gobierno. De lo contrario, ¿dónde queda la democracia? Y aún más importante, ¿dónde queda la tolerancia? Precisamente la base fundamental del sistema democrático liberal es que cuando tomamos la decisión de votar a uno u otro candidato, lo hacemos basándonos en sus propuestas y no en su pertenencia a uno u otro colectivo étnico o religioso. Esto sí que es erosionar los cimientos mismos de nuestro modo de vida occidental y se está haciendo precisamente en nombre de la defensa de nuestra civilización ante los supuestos avances del fundamentalismo islámico. {enlace a esta historia}

[Sat Apr 12 20:17:55 CEST 2008]

Hay veces que desespero de que la derecha española tenga solución posible. Vaya por delante que ni siquiera viví en el país durante los años de gobierno del PP, así que a lo mejor tengo una idea algo errónea —incluso disparatada, es posible— de lo que sucedión en la segunda mitad de los noventa. De todos modos, lo que me hicieron llegar personas a quienes respeto por su objetividad y afán de discutir este tipo de asuntos desde una perspectiva tolerante y con amplitud de miras fue que al menos durante los primeros cuatro años de mayoría del PP parecía que la derecha española había finalizado de una vez por todas su larguísima travería del desierto, se había modernizado —como nos gustaba decir en otra época: se había europeizado— y lograba gobernar sin ánimo de revancha, para todos los españoles. También es verdad que, por lo que me cuentan, todo cambión con las elecciones del 2000, la mayoría absoluta, el acercamiento a Bush y los neocons y, sobre todo, la afamada "foto de las Azores". Una vez más, según me cuentan, casi pareciera que la victoria sin contemplaciones de aquel año se le hubiera subido a la cabeza a Aznar y los suyos que les hubiese trasladado a una suerte de realidad paralela donde, de buenas a primeras, pudieron rebrotar todos los antiguos tics de la derechona española de siempre. Se trata de algo así como si a Felipe le hubiera dado en 1986, renovada la abrumadora mayoría absoluta en las urnas, por retomar el discurso radical socialista de comienzos de la transición ignorando por completo que la sociedad española había sufrido algunos serios y profundos cambios mientras tanto —casi todos ellos, dicho se a de paso, para bien. Pues bien, viene todo esto a cuento del artículo escrito por Juan Manuel de Prada y titulado Liberalismo que publica hoy ABC y en el que se arremete sin miramientos contra la ideología liberal usando unos argumentos que creíamos ya superados y que, por desgracia, recuerdan demasiado a lo que en su momento escribieran los ideólogos fascistas en el periodo de entreguerras. Ahí van algunos ejemplos:

"Esta obsesión de la libertad —nos enseña Castellani— vino a servir maravillosamente a las fuerzas económicas y al poder del Dinero, que también andaban con la obsesión de que los dejasen en paz. Los dejaron en paz: triunfaron sobre el alma y la sangre la técnica y la mercadería; y se inauguró en todo el mundo una época en que nunca se ha hablado tanto de libertad y nunca el hombre ha sido en realidad menos libre". El liberalismo acabó engendrando la libertad enloquecida del Dinero, que fue lo que a la postre trajo el comunismo en el siglo XX; y también ha engendrado, en estos albores del siglo XXI, la creencia no menos enloquecida en una especie de Reino de la Paz Perpetua y las Delicias Universales, producto de la Ciencia, la Libertad y la Democracia; Reino que, básicamente, consiste —como Castellani profetizó con clarividencia— en que "un grupo de sabios socialistas, bajo la coartada de adoración al Hombre, gobiernen el mundo autocráticamente y con poderes tan extraordinarios que no los soñó Licurgo". El liberalismo, en fin, es el caldo de cultivo que la derecha aliña, creando las condiciones sociales, económicas y morales óptimas para el triunfo de la izquierda, que es la que mejor ha sabido vender las falsificaciones de la libertad inventadas por el liberalismo. Falsificaciones catastróficas para el hombre, que creyendo "elegir libremente" no hace sino ahondar en su esclavitud.

¡Ahí es nada! Vaya por delante, que tanto respeto me merece la tradición ideológica conservadora como la liberal o la socialista, sean cuales sean mis convicciones particulares. Como suele suceder siempre que hablamos de ideologías, también el conservadurismo tiene algunos preceptos —la importancia de la tradición como algutinador de una comunidad social, lo peligroso de lanzarse a alocadas aventuras por más que parezcan ideales sobre el papel...— que merece la pena considerar y tener en cuenta a la hora de tomar decisiones políticas. Sin embargo, el retrato que Juan Manuel de Prada hace del liberalismo resulta patéticamente simplificador, dogmático y sectario —por no hablar de su descripción del socialismo, al que equipara con todos los males habidos y por haber. Está bien —y, hasta cierto punto, es normal— que se esté convencido de la corrección de los presupuestos ideológicos que uno comparte. Sencillamente, de no ser así lo más lógico sería que uno cambiara de ideas, y santas Pascuas. Ahora bien, de ahí a afirmar sin duda alguna que únicamente la ideología propia es sensata y, por añadidura, que todas las demás ideologías son criminales, inmorales e inhumanas, media un abismo. De hecho, media ni más ni menos que el abismo que separa una mentalidad abierta y democrática de otra mesiánica y caudillista. El señor de Prada no acierta a explicarnos, entre otras muchas cosas, cómo es posible que el país más claramente liberal de todo el orbe ya desde su mismo nacimiento —los EEUU— sea precisamente el menos proclive a tentaciones socializantes, sobre todo si, como él aduce, el liberalismo no es sino poco más o menos que la puerta de entrada al socialismo. En fin, que tiene bien poco de extraño que cite constantemente en el artículo a Leonardo Castellani, sacerdote argentino nacionalcatólico y que simpatizó con el peronismo. Al parecer, la demagogia populista está mal cuando se promueve en nombre del socialismo del siglo XXI como hace Chávez, pero es más que aceptable si se usa en nombre de la "gente de buen provecho". Como decía, hay veces que la incapacidad de la derecha española para ponerse a la altura de los tiempos me sigue preocupando. Uno se pregunta cuándo demonios se decidirán finalmente a hacer su Suresnes. {enlace a esta historia}

[Fri Apr 11 11:46:21 CEST 2008]

Leo en El País que la editorial Zeta Bolsillo va a reeditar aquellos títulos de literatura de aventuras de Bruguera que hicieran las delicias de tantos y tantos lectores jóvenes hace años: Viaje a la Luna, Moby Dick, La isla del tesoro, Sandokán, etc. Me parece una maravillosa forma de fomentar la lectura entre nuestros hijos. Los míos, desde luego, disfrutaron con los volúmenes que encontraron desperdigados por mi biblioteca personal cuando nos mudamos de vuelta a Sevilla. {enlace a esta historia}

[Thu Apr 10 19:35:46 CEST 2008]

Por más que pasen los años, no consigo entender la tirria que se tiene en casi todo el país hacia lo catalán. Se trata, no me cabe duda, de una reacción casi por completo irracional, un instinto animal profundamente enraizado en el espíritu de muchos españoles que lleva en ocasiones a personas perfectamente cultas e inteligentes a decir auténticas estupideces, generalidades y simplificaciones que, sencillamente, no se atreverían a expresar si se tratara de otro tema. Saco esto a colación del artículo semanal que publica Luis María Ansón en El Cultural, y que esta vez está dedicado a la fortaleza del español en los EEUU. Se trata, en principio, de algo que guarda bien poca relación con lo catalán y, aún menos, con nuestras cuitas provincianas sobre la identidad última de lo español y un quítame allá esos archivos históricos. Y, sin embargo, alguien que considero sumamente cultivado y tolerante, amante de la buena literatura y conocedor del mundo, como Ansón (no es que siempre esté de acuerdo con las ideas que defiende, pero sí que me creo honestamente lo que digo aquí sobre su personalidad), alguien como él, decíamos, no puede evitar arrastrar el tema del independentismo radical catalán por los pelos y meterlo en un artículo sobre la expansión de nuestra lengua en los EEUU. Y lo hace, además, comenzando su artículo con una acusación no ya falsa, sino además grosera y de poca monta. El bueno de Ansón escribe, ni más ni menos lo siguiente:

Carod Rovira está consternado. A pesar de sus denodados esfuerzos para borrar el abominable idioma castellano de la faz del orbe, parece que su cruzada se estrella contra la realidad de los que tienen la desfachatez de no pensar como él.

A mí la desfachatez me lo parece precisamente esta acusación falsa y completamente gratuita lanzada por Ansón. Dudo mucho que a Carod Rovira le importen un pimiento las aventuras y desventuras del idioma castellano en el orbe orbital, la verdad sea dicha. Imagino que a él, con que le concedan la independencia de su querida tierra, ya le basta y le sobra. Que conste que no estoy lanzando aquí un alegato en favor de la independencia de Cataluña, puesto que es algo que no comparto, pero de ahí a acusar a Carod Rovira y quienes apoyan a ERC de querer erradicar el idioma castellano de la faz de la Tierra (no deja uno de preguntarse, según el señor Ansón, qu&eeacute; es lo que cree él que Carod Rovira haría no ya con el idioma sino con quienes lo hablan) media un abismo. Por favor, señores, guardemos la compostura. No hace mucho que tuvimos ocasión de ver y oír a Carod Rovira en la televisión respondiendo a preguntas precisamente en castellano y yo no creo recordar que le costara excesivo trabajo expresarse en dicha lengua ni pareciera estar sufriendo lo indecible por tener que hablar castellano. Sí que recuerdo, la verdad, que tuvo un par de incidentes cuando se negó a permitir que le llamaran José Luis cuando su nombre es Josep Lluis, pero qué le vamos a hacer si es que ése es su nombre. ¿Acaso alguien se empeña en llamar a George Bush "Jorge Matorral" o en referirse a Margaret Thatcher como "Margarita Techadora"? Yo, desde luego, no lo he oído jamás, aunque también es verdad que la amplia mayoría de mis compatriotas no parece disfrutar tanto sacando de sus casillas e incordiando a los anglohablantes como parecen disfrutarlo en el caso de los catalanes. Pero ése es otro asunto bien distinto, claro. {enlace a esta historia}

[Thu Apr 10 14:26:31 CEST 2008]

La reseña de La princesa de Clèves en la bitácora de Lector mal-herido me ha hecho reír nuevamente. La toma en este caso con la introducción que se incluye en la edición de Cátedra y que, desde luego, tiene su miga, a juzgar por lo que se nos expone en el artículo. Estas introducciones que se incluyen en todos los libros de la colección de Letras Hispánicas y Letras Universales de la editorial tienen, como no podía ser de otra manera, una calidad muy diversa. Las hay que verdaderamente ayudan en la comprensión de la obra situándola en un determinado contexto histórico o en la vida del autor, y en otras ocasiones arrojan luz sobre la estructura de la obra o los recursos estilísticos que la puedan caracterizar. En cualquier caso, no es menos cierto que en algunas ocasiones son perfectamente prescindibles. Como ya dije, no puede ser de otra manera. Y, por lo que hace a la bitácora de Lector mal-herido, creo que ya expliqué en su momento que se trata del tipo de crítica chulesca y agresiva que no suele gustarme, pero en este caso el autor hace un derroche de irreverencia e ingenio que no deja de atraerme, a pesar de todo. En fin, que me pareció simpático. No hay necesidad de buscar ninguna otra excusa al respecto. {enlace a esta historia}

[Wed Apr 9 14:24:41 CEST 2008]

También hoy mismo publica El País un artículo del economista Ignacio Muro titulado Vertebrando España: autonomías e inmigración que no tiene desperdicio. Comienza dejando claro que hay dos ideas distintas e incluso contrapuestas de lo que es España:

El futuro se va a abordar desde un mapa electoral que refleja diferentes ideas sobre España. De un lado, el PP, con una política que requería perder en Cataluña y el País Vasco para vencer en el resto, fiel reflejo de su idea pesimista de patria: un lugar en el que la comodidad de todos se considera una quimera, un proyecto de suma cero en el que es imposible que todos ganen. De otro, el PSOE aceptando el reto de impulsar, siguiendo a Ortega, un "proyecto sugestivo de vida en común" como solución al drama nacional exagerado desde la derecha. De momento, los resultados del 9-M muestran que es posible una política que atraiga, simultáneamente, a los ciudadanos de Euskadi y Cataluña y a los del resto de España. Lo prueba el hecho de que el PSOE no baja del 33% en ninguna provincia, cuando el PP lo hace en nueve —y en seis de ellas con el 16% de votos de promedio—. Con una particularidad: estas provincias suman el 20% de la población española y el 25% de su PIB.

Si el federalismo del PSOE parece dispuesto a ganar la batalla a todos los nacionalismos, incluido el del PP, éste da la impresión de que ha agotado su discurso territorial y necesita modularlo en sus aristas más negativas para no seguir fracasando en el País Vasco y Cataluña.

Y es que, a pesar de todo, digan lo que digan Rajoy y los dirigentes populares acerca del entreguismo de Zapatero y los riesgos de que España se rompa, el único partido de implantación auténticamente nacional que tenemos, hoy por hoy, es el PSOE, y no el PP. Sencillamente, no hay otro partido que cuente con el mismo nivel de homogeneidad relativa en su discurso y que, al mismo tiempo, cuente con un sólido apoyo electoral en todos los territorios, tanto en el centro como en la periferia, en aquellas comunidades autónomas donde existe un nacionalismo fuerte y donde no. Porque, seamos serios, el PP de hoy en día sigue representando, como el de ayer, el nacionalismo español de siempre, que es sin lugar a dudas una fuerza social a tener en cuenta en el momento de lograr los consensos necesarios para que todo marche bien, pero que no por ello deja de ser una fuerza más entre otras que también merecen ser escuchadas y deben ser tenidas en cuenta en la mesa de negociaciones. O, lo que es lo mismo, lo que se nos plantea es, una vez más, el viejo debate entre quienes ven España como una nación de "identidad fuerte", asentada sobre todo en torno a las tradiciones e instituciones castellanas, y quienes, por otro lado, la conciben como una entidad plural donde tengan cabida también otras identidades, como la catalana o la vasca, entre otras. Los estrategas del PP harían bien en observar que únicamente fueron capaces de llegar al poder cuando lograron hilvanar un discurso amplio e inclusivo a mediados de los noventa, y no cuando se han entregado al más rabioso españolismo. De hecho, si no entienden esto, parece bien probable que se condenen de nuevo a permanecer en la oposición hasta que los socialistas cometan suficientes errores de bulto como para ser apeados del poder y los ciudadanos no tengan más remedio que volverse al principal partido de la oposición para darle la victoria, más por imposibilidad de entregar el gobierno a otra fuerza que por otra cosa.

En este sentido, el intercambio de palabras entre Zapatero y Rajoy en el Congreso de los Diputados ayer me parece bastante ilustrativo. Según el líder de la oposición:

Ha hablado de diálogo, entendimiento y pactos. Reconozco que el sonido de sus palabras me ha gustado. No necesita convencerme. Estoy convencido y predispuesto. Por eso lamenté que en la anterior legislatura cerrar usted la puerta al acuerdo: prefirió entenderse con otros. Aplaudo la rectificación y le tomo la palabra. Pero sobre los asuntos de estado son los dos grandes partidos nacionales, que son los que se alternan en el Gobierno, los que deben buscar soluciones. Nada se opone a que otras fuerzas se sumen, pero en ningún caso pueden sustituir a quienes deben ser protagonistas. Los pactos de Estado deben ser entre ustedes y nosotros. Si después otros se suman, mejor. Y una segunda consideración: es preciso concretar qué se quiere hacer. No me haga declaraciones de intenciones, hay que concretar objetivos y procedimientos. Por ejemplo, todos los grupos de esta Cámara quieren acabar con ETA, pero algunos queremos su derrota y otros no, no quieren ver derrotados sus objetivos políticos.

A mí, por el contrario, me parece que lo lógico es intentar sumar al consenso al mayor número de fuerzas posibles y, si esto no funcionara, entonces esforzarse en firmar un acuerdo con, al menos, las dos fuerzas políticas principales. Así es como se ha venido haciendo tradicionalmente y siempre funcionó bien. Pero la propuesta de Rajoy ayer en el Parlamento deja entrever claramente cuál es su posición en los llamados temas de Estado y qué concepto de España tiene la derecha que representa. Después, el propio Rajoy se desdijo:

No manipule mis palabras: yo he dicho que en los pactos de Estado mejor que estén todos, pero que no puede haberlos sin ustedes o sin nosotros. Estoy dipuesto a hablar de terrorismo, financiación autonómica, pensiones, política exterior... Si usted me llama, yo iré.

Pero, para entonces, ya estaba bien claro qué es lo que había dicho y lo que no. Se trata, por cierto, de una táctica de la que abusa en demasía Rajoy en sus debates parlamentarios: primero hace una declaración contundente, de las que gustan a sus seguidores de siempre, para, a continuación, desdecirse y acusar a su oponente de tergiversar unas palabras que, como en este caso, son bien obvias. En fin, la viñeta de Peridis ilustra gráficamente a qué me estoy refiriendo:

Por cierto, que la última frase de su primera intervención sobre este tema también me parece sumamente interesante:

Por ejemplo, todos los grupos de esta Cámara quieren acabar con ETA, pero algunos queremos su derrota y otros no, no quieren ver derrotados sus objetivos políticos.

Pero es que el problema está, precisamente, no en el hecho de que se defiendan tesis soberanistas o independentistas, sino en que se recurra al asesinato para conseguir esos objetivos. Yo pensaba que eso ya lo teníamos todos bien claro, pero no parece ser el caso. Tal y como leo yo las palabras de Rajoy, la izquierda abertzale y los nacionalistas vascos en su conjunto no sólo han de renunciar a la violencia, sino que también deben renunciar a sus propias ideas, a su programa político. Cuesta trabajo entender eso como una actitud verdaderamente demócrata, por más que estemos de acuerdo a lo mejor con la oposición por principio a la ideología nacionalista. Rajoy está confundiendo churras con merinas y lo hace, además, para su propio provecho político y sin siquiera hacer un esfuerzo por entender y respetar al oponente político. Con esta mentalidad, sencillamente, cuesta verle como Presidente del Gobierno de todos los españoles.

Pero volvamos al artículo de Ignacio Muro, quien hace un llamamiento a Zapatero para que centre sus esfuerzos en dos áreas que le parecen prioritarias: primero, la ampliación del Fondo de Compensación Interterritorial y la revisión del sistema de financaición de las comunidades autónomas para garantizar la solidaridad interterritorial en un momento en el que, previsiblemente, tendremos que afrontar una seria desaceleración económica que afectará sobre todo a aquellas regiones donde la construcción tiene mayor peso específico —algo que tendremos que hacer, además, sin contar ya con la ayuda de los fondos de la Unión Europea, lo que subraya aún más la importancia de consolidad una política de solidaridad interterritorial seria—; y, segundo, plantearse una política de inmigración sólida y bien explicada a los ciudadanos. Al hilo de esto, nos recuerda el autor algo que se ha venido ignorando en casi todos los análisis electorales que se han publicado:

Los analistas han pasado por alto un hecho relevante que puede condicionar las actuaciones del PP: las subidas de esta formación coinciden —exceptuada Cataluña— con el mapa provincial de inmigrantes. A mayor presencia de inmigrantes, más subida del PP. Por un lado, la costa (Málaga, Almería, Murcia, Comunidad Valenciana); por otro, Madrid, su victoria más paradigmática. Si ya en las municipales tuvo éxito en barrios obreros madrileños como Vicálvaro, Usera, Villaverde, con el 18% de población inmigrante, ahora ha ascendido en todas las ciudades del cinturón sur, donde la izquierda, tanto el PSOE commo IU, ha descendido. Dos terceras partes de ese descenso ha ido al PP y el resto, probable voto centrista, lo ha recogido UPyD.

Significa que el PP, como Sarkozy en Francia hace un año, no ha crecido por el centro y las clases medias, sino captando voto obrero y popular, quitándoselo al PSOE y a IU. Su capacidad para dibujar, rozando posiciones de derecha extrema, un futuro cargado de temores ha agudizado los rencores y miedos sociales de amplios sectores populares y el deseo de un "trato especial" —contrato de integración;— a la inmigración. Esto anticipa un comportamiento muy duro en temas sociales y económicos.

Estoy completamente de acuerdo. Como ya advertí durante la propia campaña electoral, existe de hecho un cierto malestar entre algunos sectores de la población española a cuenta de la inmigración que quienes nos identificamos con posiciones de izquierda ignoramos a nuestro propio riesgo. No se trata de endurecer nuestras políticas, pero sí de explicarlas mejor y, sobre todo, de hacer un mayor esfuerzo en lo que respecta a la prevención de problemas. {enlace a esta historia}

[Wed Apr 9 11:06:45 CEST 2008]

El País publica hoy un interesante artículo de Reyes Mate titulado Ciudadanía postnacionalista que debiera contribuir a la reflexión general sobre el panorama político durante esta segunda legislatura de Zapatero en el Gobierno, principalmente en lo que respecta al nacionalismo vasco:

... hay un campo, el de la política, en el que la memoria de las víctimas admite y exige traducciones prácticas. Las pistolas asesinas llevan un mensaje político en la recámara. Si recordamos el asesinato de Isaías Carrasco, las balas no pretendían sólo fomentar la abstención, sino también negar su ciudadanía. Para la sociedad vasca por la que ellos "luchan" y en cuyo nombre matan a hombres como Isaías, maketo y militante de un partido que va más allá de las fronteras de la tribu, son prescindibles. El proyecto soberanista con el que sueñan está basado en rasgos etnicistas y quien carezca de esa herencia no merece la condición de ciudadano. Ese soberanismo político es el que queda deslegitimado con cada asesinato.

Se dirá que estos condicionantes etnicistas son también los del nacionalismos democrático y que su validez no puede ser cuestionada por los excesos de los pistoleros. Pero esa es precisamente la novedad que debe ser pensada. El soberanismo de los moderados queda contaminado por la barbarie de los radicales por dos razones: porque ha medrado gracias a las pistolas (la imagen de Arzallus, "unos menean el árbol y otros recogemos las nueces", es de una precisión matemática) y porque en su extremismo negador expresan el carácter excluyente de todo soberanismo basado en la sangre y en la tierra.

La memoria de las víctimas altera profundamente la lógica política porque obliga a colocar la ciudadanía negada de la víctima en el centro de un proyecto político que ya sólo puede ser postnacionalista. Y eso, ¿qué quiere decir? En primer lugar, que el pistolero no es un héroe, no piedra angular de proyecto político alguno, sino un delincuente. Los discursos culturales o religiosos que subliman el tiro en la nuca hasta el altar de lo ejemplar o heroico, deben confrontar sus argumentos con la vida negada que es lo propio de la estrategia terrorista. Aquí la responsabilidad de la Iglesia vasca es mayúscula. Hemos pasado de un pastor, monseñor Seti´n, siempre comprensivo con la causa de los pistoleros, a otro, monseñor Uriarte, que la condena, pero en medio está lo que queda a su alcance: enfrentarse a tantos eclesiásticos vascos instalados en la causa de los que matan y fomentando un caldo religioso de cultivo que alimenta espiritualmente la violencia.

Y, en segundo lugar, que debemos repensar la figura del ciudadano, teniendo en cuenta la presencia omnipresente de la víctima en esa tierra. Desde Pericles, que se asombraba de que sólo en Atenas los hombres fueran reconocidos como ciudadanos, a Robespierre, que se negó a que en la Francia revolucionaria sólo lo fueran los propietarios (para señalar que la igualdad y libertad afectaba a los pobres introdujo el término Fraternité), ese concepto ha ido conquistando nuevos contenidos y espacios humanos.

Pues bien, la experiencia de la violencia terrorista en democracia obliga a avanzar un paso más. Aparece, en efecto, la figura del ciudadano postnacionalista que se definirá por hacer suya la causa del amenazado por la violencia, del negado por razones étnicas. Ya no hay manera de asociar ciudadanía a sangre y tierra porque las pistolas se encargan de demostrar que esa ciudadanía no soporta al diferente.

La víctima cuestiona la figura del nacionalismo etnicista, pero también la de quien piensa que la ciudadanía plena advendrá sencillamente con el final de la violencia terrorista. PNV, PP y PSOE coinciden en pensar la política al margen de las víctimas. Entiéndase bien: no es que sean complacientes con los matones y no se ocupen de aquéllas, sino en el preciso sentido de que todos coinciden en pensar que la violencia es un obstáculo provisional y que el día que desaparezca, volveremos a la normalidad, pasando página.

Quien así piensa niega que la violencia terrorista ya ahora ha invalidado formas y contenidos políticos, por un lado, y, por otro, ha cargado a viejos y venerables conceptos, como el de ciudadanía, de nuevos contenidos: la víctima anula la legitimidad del etnicismo y transforma la ciudadanía en responsabilidad por el más vulnerable. Esa es la tarea política en el País Vasco.

El terror, al producir víctimas, introduce significados que obligan a pensar postnacionalísticamente. Hemos avanzado mucho en la visibilización de las víctimas. Lo que ahora toca es reconocer su significación política.

Se trata, en definitiva, del elemento diferenciador del nacionalismo vasco con respecto al catalán o el gallego, de corte mucho más lingüístico o cultural: el etnicismo, el mito de la sangre. El nacionalismo vasco, ya desde Sabino Arana, lleva consigo una especie de pecado original que no es otro sino su ideal de la pureza de raza, algo no tan distinto de otras formas de nacionalismo totalitario que vimos en el siglo XX. El maketo no es el charnego, por mucho que ambos términos sean obviamente despectivos. La diferencia fundamental está en que un charnego puede dejar de serlo por el hecho de aprender la lengua catalana y, como hemos visto en el caso de Montilla, puede incluso llegar a ser presidente de todos los catalanes sin mayor problema. En el caso vasco, por el contrario, un maketo será siempre un maketo, por más tiempo que viva en el País Vasco y por más esfuerzos que haga por integrarse en su tierra. En otras palabras, el maketo lleva su naturaleza en la sangre y nada que pueda hacer logrará lavar su auténtica identidad maketa. En este sentido, se diferencia bien poco del concepto de ario creado por Rosenberg y sus adláteres. Tiene poco de extraño, pues, que el nacionalismo vasco haya llegado a unos extremos que el nacionalismo catalán o gallego no han alcanzado jamás, sin que esto quiera decir que estos últimos no hayan caído también en ciertos excesos.

En cualquier caso, el tema que plantea Reyes Mate es de una importancia capital pues, como bien afirma en su artículo, se ha extendido poco a poco la idea de que, una vez desaparecido el terrorismo etarra (algo que, tarde o temprano, sucederá, eso lo sabemos todos), las aguas volverán a su cauce y se implantará por sí sola la tan ansiada normalidad democrática. He estado releyendo estos días un libro de entrevistas con Txiki Benegas publicado allá por 1984 y esta asunción sobre la que nos advierte Mate aparece una y otra vez. Se ignora adrede la naturaleza pseudo-racista del nacionalismo vasco de corte sabiniano, sus golpes de pecho para reafirmar la pureza de sangre y sus constantes llamamientos a detener la ola de invasión de los maketos no basándose en argumentos economicistas o de pura defensa de unos intereses regionales concretos, como suele suceder en el caso catalán, sino tan sólo en nombre de una pureza de lo vasco que conlleva unos supuestos filosóficos ya de por sí intolerantes. Es precisamente este sustrato el que habrá que cambiar una vez desaparezca ETA y ello no sucederá de un día para otro. {enlace a esta historia}

[Mon Apr 7 10:59:47 CEST 2008]

El País publicaba este sábado pasado un artículo sobre el trato paternalista que se dispensa a las mujeres en el poder que, aun siendo correcto en el fondo, me parece que peca de un excesivo simplismo en la forma. No entiendo muy bien a cuento de qué ciertos sectores del feminismo han optado por entregarse a la moda de lo políticamente correcto y ejercer de policía de las buenas costumbres en lo que respecta al uso del lenguaje, algo que, creo yo, no es sino meramente secundario, simplemente un síntoma (que no la causa) de los problemas que se quieren solucionar. Digo que no entiendo por qué parece prestarse tanta atención al lenguaje políticamente correcto estos días, aunque entiendo perfectamente de dónde viene la obsesión: del postestructuralismo más o menos derrideano postulado por algunas pensadoras francesas cuyo interés principal fue la deconstrucción de las categorías mentales de un Occidente que consideraban eminentemente sexista desde sus orígenes —algo así como el pecado original en versión agnóstica. Espero que no se me malinterprete. No se me esconde la importancia del lenguaje, y quien me conoce sabe que siempre he sido un firme defensor del uso de un lenguaje respetuoso y tolerante hacia quienes no piensan como nosotros. Se mire como se mire, y pese a la creciente importancia del mundo de la imagen, la palabra es el elemento esencial en cualquier sociedad humana, la piedra fundamental sobre la que se erige todo el edificio social. Ahora bien, donde comienzan mis discrepancias con estas tendencias tan a la moda últimamente es cuando se quiere afirmar un cierto determinismo entre el lenguaje y el pensamiento, entre la palabra y las ideas. No dudo que haya algún grado de condicionamiento, pero de ahí a un auténtico determinismo media un abismo.

Pero entremos en materia y hablemos sobre el artículo en cuestión al que me refería más arriba. Según se nos hace ver, el uso de los apellidos o del nombre de pila para referirse a un político viene determinado por el sexismo:

¿Por qué al presidente del Congreso de los Diputados se le llama Bono y la nueva portavoz del Partido Popular es Soraya? ¿Por qué se ha escrito de ella que es "curva, muelle y blandita"? Por sexismo. Por la misma razón que una mujer es siempre mujer antes que profesional en el ámbito público y se utiliza para denominarla su nombre de pila. Muchos hablan de que todavía hoy existe un doble rasero para medir la valía de hombres y mujeres.

¡Ojalá las cosas fueran tan fáciles! Vayamos por partes para no liarnos en un tema tan complicado y polémico como este. El doble rasero al que se refiere la autora del artículo me parece que sí existe en líneas generales, pero tiene una naturaleza mucho más compleja e insidiosa que la que ella nos hace ver. Comenzando por la preferencia del uso del nombre de pila o del apellido, no me parece que sea tan evidente que sea debido al sexismo. ¿Cómo piensa la autora que debiéramos referirnos a Bono entonces, como José? ¿Y cuántos José hay? Obviamente, lo mismo se aplica al Presidente del Gobierno, a quien habitualmente no se le llama, como ella bien señala en su artículo, José Luis. Ahora bien, ¿se ha parado a pensar por qué tampoco nadie se refiere a él como Rodríguez? ¿No será, a lo mejor, porque entonces no habría forma de distinguir entre los tropecientos mil Rodríguez que hay? Por cierto, que no estoy de acuerdo con su afirmación de que todo el mundo se refiera a la Vicepresidenta del Gobierno como María Teresa, sino que lo que yo oigo más bien es Fernández de la Vega casi siempre, así como en el caso de Esperanza Aguirre, Celia Villalobos o Teófila Martínez casi siempre oigo a la gente usar ambos, el nombre de pila y el apellido, al igual que sucedía con Margaret Thatcher. En estos casos, seguramente no tanto debido al hecho de que el nombre de pila no baste para diferenciarlas de otros personajes de la vida pública, sino a lo mejor debido a cuestiones de musicalidad. Lo mismo ocurría con Ronald Reagan, Helmut Kohl o François Mitterrand, y en cambio no se daba con nuestro Felipe, a quien, al menos aquí en el Sur, le bastaba el nombre de pila. En fin, que la cosa es mucho más compleja de lo que nos quiere hacer creer el articulito de marras y creo que haríamos bien en prestar más atención a otros asuntos que me parecen de mayor importancia y con muchas más consecuencias negativas en lo que hace a la discriminación de la mujer que no estos asuntos lingüísticos que se me apetecen más bien secundarios. A lo sumo, incluso si uno estuviera dispuesto a aceptar la existencia de una relación causa-efecto, me parece evidente que esta obsesión por el lenguaje políticamente correcto no hace sino poner la carreta delante de los bueyes, pues no es el lenguaje el que conduce a la discriminación, creo yo, sino más bien la discriminación la que conduce a deformaciones en el lenguaje. El caso estadounidense es, en este sentido, paradigmático. Aunque la Constitución de 1786 y la Declaración de Independencia usaran conceptos globales ("individuos", "personas", etc.) que incluían semánticamente tanto a blancos como negros, todos sabemos de qué forma se interpretaron dichos documentos hasta mediados los años sesenta del siglo pasado. Como tan sabiamente nos han advertido nuestros mayores en otras ocasiones, las palabras no son a menudo más que palabras y se las lleva fácilmente el viento. Precisamente por ello no me parece sensato basar toda una estrategia política solamente en palabras. {enlace a esta historia}

[Fri Apr 4 16:27:01 CEST 2008]

Público tiene hoy un artículo sobre Umberto Eco con el sugerente título No quiero ser Papa, más por llamar la atención del lector que por otra cosa. No obstante, es cierto que nos explica el porqué de tan interesante afirmación:

En sus explicaciones, repitió varias veces la expresión "todo esto es relativo", con lo que la rueda de prensa derivó en reflexión sobre el concepto de relativismo, tan desprestigiado y politizado hoy. "Antes, todos los de izquierdas llamaban fascistas a los de derechas; ahora, todos los de derechas llaman relativistas a los de izquierdas. Se ha convertido en un arma", afirmó. A su juicio, el desprestigio del término proviene del mal uso que se hace de él. Otra vez se puso tras decirlo el puro apagado en la boca.

Mientras vivía en los EEUU, pensaba que a lo mejor se trataba de una tendencia mucho más presente por allá que en Europa, debido al evidente vigor de tantas iglesias cristianas ultraconservadoras por tierras estadounidenses. Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando, de regreso a España, me encontré con el mismo tipo de acusaciones en boca de nuestra propia derecha. Ignoro si esto se debe al afán por remedar al neoconservadurismo americano que, al parecer, se apoderó de nuestros populares a raíz de la conversión de Aznar al militarismo de su amigo Bush o a lo peor venía de mucho antes. No sé, la verdad. Se trata, en todo caso, de una tendencia que me preocupa, teniendo en cuenta, eso sí, las salvedades que detallo más abajo. En líneas generales, prefiero tomar la posición del catedrático de Filosofía del Derecho, Francisco Laporta, quien escribe en El País sobre la Moral de laico (una vez más, y esto me empieza a gustar, se encuentra uno el mismo día en la prensa española con artículos que ofrecen puntos de vista contrapuestos sobre un determinado tema, y sin que el asunto tenga que estar relacionado necesariamente con la política, lo cual se agradece):

Empieza a ser irritante el tono de superioridad moral con que muchos de los fieles de cualquier confesión o credo y las jerarquías religiosas que los propagan han dado en mirar a quienes adoptan ante la convivencia civil y la enseñanza una postura agnóstica y laica. Ahora insisten en ello las autoridades católicas, con Joseph Ratzinger a la cabeza y los obispos españoles haciendo de coro repetitivo de sus manidas orientaciones morales. Igual que los de cualquier otra antigualla religiosa, vuelven los católicos a la cantinela de que la familiaridad con la ética y las exigencias de la moral son una prerrogativa de los creyentes de la que probablemente carecen aquellos que no comulgan con fe religiosa alguna.

Resulta asombroso contemplar cómo se ignora la evidencia de que una parte no menor de los grandes desastres morales de que hemos sido testigos durante años y años se ha producido en nombre de creencias religiosas o ha sido provocado y alentado por quienes decían obedecer tales convicciones. Y no menos sorprendente es admirar —porque es, en efecto, algo tan paradójico que es casi admirable— la facilidad con la que esos credos se armonizan con prácticas políticas y económicas de las que sabemos con toda certeza que —ésas sí— son la causa del dolor, la pobreza y el sufrimiento de millones de seres humanos, es decir, de la gran inmoralidad contemporánea.

(...)

Con esta nueva monserga integrista se nos quieren escamotear de nuevo más de dos siglos de pensamiento. Por poner un nombre: en 1793 empezaba Kant su prólogo a la primera edición de La religión dentro de los límites de la mera razón con una afirmación que, digan lo que digan, es ya incontrovertible: "La moral no necesita de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio ni de otro motivo impulsor que la ley misma para observarlo". Para decirlo claro: la moral no necesita de la religión; se basta a sí misma, sin esa clase de andaderas, porque tiene un sustento suficiente en la racionalidad humana. Este elemental punto de partida sirve para definir lo que puede ser la moral de un laico frente a esa otra moral necesariamente débil y vicaria que es la moral del creyente.

Lo que triunfa con el impulso ético ilustrado, la tolerancia religiosa, y la separación Iglesia-Estado, es la idea de la esencial igualdad moral de los seres humanos al margen de sus convicciones religiosas; la idea de que no es la religión lo que confiere su calidad moral a las personas, sino una condición anterior que no es moralmente lícito ignorar en nombre de religión alguna y que no debe ceder ante considerciones de carácter religioso. Esa igualdad constituye el núcleo de la ética contemporánea, y con ella también de toda política justa, porque exige del poder que no haga distinciones en la estatura moral de sus ciudadanos.

Y esa idea de dignidad humana que sustenta todo el edificio de la moralidad laica se funde con la noción de autonomía de la persona como capacidad de conformar en libertad y a partir de sí las convicciones morales y los principios que han de presidir el proyecto personal de su vida. A esto, algún documento episcopal reciente lo ha llamado "deseo ilusorio y blasfemo" de dirigir la vida propia y la vida social, mostrando así de nuevo que, aunque se condimenten ahora con la salsa fría del libre mercado, ser católico y ser liberal siguen siendo dos menús incompatibles.

Sencillamente, no puede entenderse el concepto mismo de democracia liberal sin aceptar el relativismo que tanto critican últimamente los líderes de la Iglesia, al menos en lo que respecta a la forma de organizar la cosa pública, es decir, el ámbito de convivencia que compartimos creyentes y no creyentes. En la esfera privada, por supuesto, cada cual puede pensar y actuar como quiera, plegándose a a los dictados de esta o aquella jerarquía religiosa o no, defendiendo la primacía absoluta de ciertos valores basados en la fe o no. Es más, al contrario que quienes apoyan lo que podríamos llamar un laicismo "militante" o incluso anticlerical, yo no me opongo a que cada cual pueda hacer explícitas sus creencias religiosas en el foro público, llegando incluso si fuera necesario a comprometerse de forma personal e intransferible en la defensa de las mismas. Ahora bien, defensa no equivale a imposición y postular unos valores en el transcurso del debate político no es lo mismo que proponer un cambio legislativo que exiga a todos los ciudadanos comportarse de acuerdo a los valores morales del gobernante de turno. La democracia, o es plural o no es nada. De hecho, la democracia liberal moderna, tal y como la conocemos, sólo nació en el momento histórico en que aceptamos poner coto a las creencias de tal o cual grupo religioso o político, ya fuera mayoritario o minoritario, y permitir que fueran los individuos quienes eligieran qué código moral consideraban más acertado para guiar sus vidas. En otras palabras, la democracia liberal nació cuando aceptamos que no teníamos derecho alguno a imponer nuestros propios valores sobre los demás. Y que conste que ello no tiene por qué suponer la renuncia a convencer (convencer, que no imponer por la fuerza de la ley) al conciudadano sobre la bondad de nuestros valores. Es más, sin esto otro tampoco puede haber democracia, pues el "todo vale" y el "deja a cada cual que viva su vida" sin cortapisas conduce, esto sí, a un relativismo absoluto igualmente incompatible con el concepto de democracia, pues destruye las bases mismas de la convivencia (esto es, la idea de que tenemos algo en común y debemos alcanzar un acuerdo sobre las normas de convivencia mediante el diálogo y la negociación). Sin aceptación del otro no puede haber diálogo y el "deja hacer" postmoderno, lejos de ser tan tolerante como nos lo pintan, no es sino un ignorar al prójimo y vivir al margen de él. Si las autoridades eclesiásticas hicieran esta crítica al relativismo postmoderno, no creo que hubiera problemas en llegar a un acuerdo con ellos. El problema está en que, queriendo oponerse al relativismo absoluto, toman partido por el dogma absoluto y mucho me temo que a mí me aterroriza tanto el uno como el otro. {enlace a esta historia}

[Fri Apr 4 13:18:08 CEST 2008]

Nada más conectarme a la Red esta mañana para echarle un vistazo a las noticias del día, me topé con una que no podría catalogar sino de esperpéntica. Resulta que el seleccionador del equipo nacional de fútbol, Luis Aragonés, se va a someter a una sesión de preguntas y respuestas en el programa televisivo Tengo una pregunta para usted, al que ya acudieran Zapatero, Rajoy y Llamazares, entre otros. En otras palabras, que da la impresión de que las cadenas televisivas asumen (y mucho me temo que con razón) que a los televidentes les interesan tanto los asuntos de la cosa pública como la gestión de la selección nacional de fútbol. Conste que, debido al cargo que desempeña el invitado, queda claro que no podrá discutirse en el programa de política deportiva ni las inversiones en el llamado deporte de base, que es lo que de verdad puede afectar al ciudadano medio, sino únicamente de a quién poner o quitar del equipo nacional lo que, por otra parte, se diferencia bien poco, me parece, de discutir durante un par de horas sobre los líos de faldas de un actor conocido o las peleas familiares de aquella otra famosilla. En fin, como de costumbre, RTVE parece más preocupada de competir contra las cadenas privadas en audiencia que de cumplir con el objetivo de un ente de titularidad pública. Despropósitos de este tipo, desde luego, sólo podían surgir por aquí. {enlace a esta historia}

[Fri Apr 4 13:01:52 CEST 2008]

Mientras leía una noticia sobre los posicionamientos internos de distintos líderes del PP de cara al congreso del partido en junio me encontré con un párrafo que me llamó la atención:

Esperanza [Aguirre] volvió a sufrir un segundo varapalo del jefe cuando todos los miembros del Comité Ejecutivo del PP reunidos el 11-M pasado —el día en que anunció su candidatura a la reelección— escucharon de su presidente explícitas quejas sobre el tratamiento informativo recibido de Telemadrid la noche electoral.

El comentario me parece de mayor peso por venir, como viene, de un medio de comunicación claramente afín al PP. Y es precisamente por ello por lo que me horroriza la ligereza con que tanto la periodista que firma la noticia como los dirigentes del PP que lanzaron las susodichas críticas a la Presidenta de la Comunidad de Madrid hablan de lo que, al fin y al cabo, no es sino una descarada manipulación de los medios de comunicación de titularidad pública. Y esto viniendo del mismo partido y los mismos medios (El Mundo, la COPE...) que se desgañitan en período electoral atacando a los socialistas desde posiciones supuestamente liberales y acusándoles de un excesivo intervencionismo en estos ámbitos. {enlace a esta historia}

[Thu Apr 3 10:25:05 CEST 2008]

El Roto vuelve a dar en el clavo con su viñeta de El País:

Cuando la economía del país necesita importar mano de obra para garantizar las altas tasas de crecimiento que experimentamos durante los últimos diez años (o para reflotar las castigadas cuentas de la Seguridad Social) todo el mundo está contento, pero en cuanto el lobo de la recesión asoma las orejas por el horizonte todos los comentarios elogiosos sobre la capacidad de la sociedad española para aceptar la diversidad y rechazar el racismo desaparecen en nombre del "aquí ya no cabe nadie más". Lo peor es que se veía venir. {enlace a esta historia}

[Tue Apr 1 10:33:31 CEST 2008]

No son pocas las ocasiones en que uno oye estos días que la derecha española no está a la altura de los tiempos y debe modernizarse, lo cual suele defenderse a menudo mediante un llamamiento a construir un partido liberal-conservador de corte "europeo". La intención del autor en casi todas las ocasiones no es otra sino subrayar su oposición a la deriva sectaria y mesiánica adoptada por el PP desde que conquistara la mayoría absoluta en el 2000 (¡ah, quién no recuerda aquellas quejas constantes contra el rodillo socialista en los ochenta!) y que se vio aún más radicalizada, si cabe, a partir de la derrota del 2004. En cualquier caso, mis tiros no van por ahí, por más que comparta dichas críticas a la estrategia de los populares. A mí lo que me llama la atención no es tanto el discurso crispado de la dirección del PP, ni tampoco (de hecho, esto mucho menos) el prejuicio de que ellos son los únicos patriotas auténticos. Del mismo modo, no me sorprende la íntima asociación entre nuestros liberal-conservadores y la jerarquía de la Iglesia, ni siquiera la supeditación de aquéllos a ésta. Ahora bien, lo que sí me sorprende enormemente respecto al tema este de la modernización de nuestra derecha es el hecho de que hablen tanto de liberalización de los sectores productivos y la importancia de la iniciativa privada y después vayan por ahí mostrando el currículo de abogado del Estado como si se tratara de alguna prueba de genio e inteligencia destacados. Y es que, en el fondo, les pierde el tic de la derecha rancia y rentista de siempre o, por lo menos, así es que como se ven las cosas desde Andalucía. No hay más que pararse a pensar que, hasta el momento, todos los líderes de nuestra derecha (Fraga, Aznar y Rajoy, pero incluso Suárez y Calvo Sotelo si extendemos el calificativo a la UCD) han sido funcionarios del Estado. Lo mismo cabe decir de buena parte de sus líderes nacionales y regionales. Yo no sé qué puedan pensar los demás respecto a este asunto, pero yo veo una clara desconexión entre el discurso y la cruda realidad. Más que una derecha liberal y moderna, parece que tenemos la misma derecha conservadora y estatista de antaño, la que ya creíamos superada con la renovación llevada a cabo por Aznar en los noventa. Por lo que vemos, el sueño de cualquier madre de la derecha sociológica sigue siendo que el niño pase las oposiciones a abogado del Estado, por más que hablen de innovación y emprendedores. Triste sino el nuestro. {enlace a esta historia}