[Tue Oct 31 15:08:46 CET 2006]

Me acabo de encontrar por pura casualidad con una entrevista con el escritor británico Nigel Slater, especialista en gastronomía, publicada por la revista Salon, y que termina con unas palabras en las que nos advierte sobre la obsesión por el peso y la salud cuando se trata de disfrutar los placeres de la comida:

... I also believe that often weight-loss diets and low-fat diets can be incredibly damaging. I think it's much healthier to have a balance. Eat a good mixture of food. Food in season. If you feel like eating a chocolate cake with whipped cream on it, then eat it and enjoy it and love it and get everything out of it, just don't have it tomorrow.

When people tell me something is unhealthy, I disagree: I think there isn't unhealthy food, there are unhealthy diets. Those two things are very, very different. Maybe people should get a little more exercise and enjoy good food. Eat and enjoy it.

Pues eso, ¡a disfrutar! {enlace a esta historia}

[Tue Oct 31 11:14:56 CET 2006]

Albert Branchadell, profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona, publica hoy en El País un artículo titulado Defender a los pueblos de España con el que puede que esté o no de acuerdo (aún no he tenido el tiempo suficiente para digerir sus argumentos, la verdad sea dicha), pero que, no obstante, nos presenta un punto de vista que ha sido olvidado demasiado a menudo en la prensa española cuando se discuten temas como el de la enseñanza de las lenguas cooficiales en determinadas comunidades autónomas:

... confinar las llamadas lenguas territoriales en sus territorios respectivos no es una verdadera exigencia constitucional sino más bien una posición ideológica, que pretende reservar a una sola lengua las instituciones que comparten todos los pueblos de España, y con ello imponer un deber de usar el castellano que no está en la Constitución. (La Constitución establece de forma explícita el deber de conocerlo, pero no el de usarlo). Así es como se construye, por lo demás, una jerarquía que tampoco es constitucional: se empieza recluyendo a las lenguas en sus territorios y se termina comparando el hablar catalán con bailar sevillanas (con todos los respetos para las sevillanas) o denegando una subvención a unas jornadas sobre teatro catalán con el sectario argumento de que "tanto los organizadores como los ponentes están todos circunscritos al ámbito catalán, lo cual va en detrimento del interés del tema mismo y del atractivo de una iniciativa que se propone conectar universidad y sociedad", como ha sucedido en la Universidad Autónoma de Barcelona.

(...)

Sin duda alguna, la cuestión estelar en todo este asunto es el deber de conocimiento del catalán que impone a los ciudadanos de Cataluña el artículo 6.2 del nuevo Estatuto. La Constitución, ciertamente, no establece el deber de conocer ninguna otra lengua española además del castellano. Pero tampoco lo excluye explícitamente, a diferencia de lo que hacía la Constitución republicana ("a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional"). En el contexto de esta omisión constitucional, es posible oponer una lógica de igualdad (las dos lenguas oficiales de Cataluña deberían dar lugar a los mismos derechos y deberes lingüísticos) a una lógica de subordinación (sólo una de las lenguas oficiales de Cataluña debe ser de conocimiento obligado).

En fin, que se nos vuelve a plantear buena parte del debate que ya tuvo lugar con ocasión de la discusión parlamentaria de la reforma del Estatut, que tanto escándalo trajo en su momento y que, mucho me temo, aún haya de sacudir nuestra vida política por un tiempo. Tal y como decía algo más arriba, mantengo, en primer lugar, la opinión de que mientras que por un lado (el de quienes se oponían a la reforma) se oyeron gritos desgarrados, advertencias de que el Estado se desmoronaba, acusaciones a troche y moche y, también hay que reconocerlo, algunas reflexiones serias y profundas sobre el tema (por desgracia, fueron las menos), por el otro lado, por el de quienes apoyaban las reformas, casi no pudimos oír nada de nada, al menos en los medios de comunicación fuera de Cataluña. Se trata, esto sí, de algo muy propio de nuestra tierra (aún más en Andalucía): lo catalán como demoníaco, como separatismo vil y traicionero. Y tengan en cuenta que, por desgracia, no me estoy refiriendo aquí al llamado catalanismo, ni siquiera al nacionalismo catalán, sino a lo catalán, lisa y llanamente. Parece como si hubiera una parte significativa de la población española que se muestra incapaz de reaccionar ante cualquier mención de lo catalán y los catalanes sin sufrir espasmos nerviosos (por cierto, que la palma aquí se la llevan los señores del Partido Andalucista por unos carteles que pegaron por la región, y que tuve ocasión de ver durante un viaje a Carmona este verano, afirmando que No queremos ser menos que Cataluña... hasta ahí llega la obsesión infantiloide con lo catalán en mi tierra).

Sueño con el día en que un andaluz o extremeño se sienta orgulloso de pertenecer a un país que cuenta no ya con el maravilloso patrimonio cultural de la lengua castellana, sino también con el del catalán, el gallego, el vascuence y otras de las llamadas lenguas territoriales. Para un ciudadano catalán nacido en cualquier otra parte del Estado, el aprender catalán cuando vive allá debiera ser de lo más normal, aunque prefiera expresarse en castellano y en ello le asista nuestro Derecho si fuera necesario. Pero, por favor, no exacerbemos un españolismo castizo de lo más rancio con la intención de frenar el no menos irracional nacionalismo del otro lado. El griterío sólo conduce al gallinero. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 26 12:37:16 CEST 2006]

No sé si atribuirle esto a los cuarenta años de dictadura o al secular espíritu libertario de mis compatriotas, pero lo cierto es que el discursito contra la "opresión" de las autoridades en la vida cotidiana ya está empezando a tocarme las gónadas. Ayer mismo me encontré con una viñeta de Forges en El País de lo más paradigmática en este sentido:

Tiene su gracia, sin lugar a dudas, pero ya está bien de que en este país de Dios la gente haga lo que le venga en gana, pasándose las leyes por la entrepierna bastante a menudo, y encima tenga uno que justificarlo como algo "progresista" y "libertario". No, mire usted, no, se trata de lo que se trata: egoísmo puro y duro, individualismo de la peor especie. Aparcar el coche en zona prohibida porque "solamente son cinco minutos, mientras me tomo el café" o fumar donde me dé la real gana porque "el Estado no tiene derecho a imponerme un estilo de vida saludable" no son comportamientos progres. Se trata, sin más ni más, que de excusas para no respetar las normas de convivencia que establecemos en un régimen de libertades como el que tenemos en España. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 26 08:55:25 CEST 2006]

La viñeta de Máximo hoy en El País da que pensar:

Es cierto que, por desgracia, casi siempre nos encontramos con "convicciones" y "opiniones" (eso sí, "opiniones" a las que uno, como suele afirmarse a menudo con mucha "convicción", tiene todo el derecho del mundo), pero raramente contamos siquiera con un atisbo de ideología, a no ser como catecismo ramplón al que agarrarnos para no tener que pensar demasiado. Y así nos va, claro. Nos desgañitamos discutiendo sobre los temas más nimios o acuchillamos al prójimo por no aceptar que nuestro dios particular es el único que existe. {enlace a esta historia}

[Wed Oct 25 11:09:24 CEST 2006]

María José Canel, profesora titular de la Universidad Complutense y especialista en Comunicación Política, publica hoy en El País un artículo titulado La batalla por los indecisos que, da la impresión, debería incluir también como coletilla el añadido de ...o como no decir absolutamente nada en un par de folios de texto. Con la excusa de entrar a analizar el papel que desempeñan las campañas electorales en nuestros sistemas democráticos, la autora viene a repetir, una y mil veces, la misma observación: que la propaganda política sólo sirve para consolidar el voto de afectos y simpatizantes y, a lo sumo, inclinar únicamente la balanza de los indecisos. Eso sí, repite esta idea una y otra vez a lo largo del texto de forma cansina. Y, la verdad, tampoco es que nos descubra Canel nada del otro mundo, con lo que casi podríamos decir que El País no ha hecho sino desperdiciar tres cuartos de página en la edición de hoy. Ahí van algunas muestras para las ánimas escépticas:

El curso político ha comenzado con la campaña para las elecciones catalanas del día 1 de noviembre. (...) Pero, ¿sirven de algo las campañas electorales?

Las campañas influyen muy poco en el voto porque los ciudadanos nos exponemos a la comunicación electoral de manera prejuiciada. Es lo que formula la teoría de la disonancia cognitiva, que explica que la persona, para evitar la distancia entre lo que ve y lo que piensa, tiende a prestar mayor atención a aquellos mensajes que están en sintonía con sus tendencias y a evitar aquellos que son contrarios. (...) Pero, además, los procesos selectivos no se dan en todas las personas y en todas las situaciones. Por ejemplo, no actúan sobre los votantes que carecen de una opción política clara (las campañas son muy influyentes en los indecisos). De manera que siempre habrá una franja de electores en la que la campaña tiene efecto mayor o distinto que el del "simple" refuerzo de la propia opción. (...) Por tanto, si bien las campañas influyen poco, lo poco que influyen puede ser decisivo.

Ahora le toca a los debates políticos:

Los votantes son selectivos: ven en el debate lo que quieren ver; perciben que quien ha ganado es su candidato, y hablan sobre ello con gente que tiene su misma orientación política. Los debates, por tanto, refuerzan las opciones existentens. Pero influyen, además, en los indecisos, inclinando la campaña en favor del candidato que ha debatido mejor.

Y seguimos con la perorata...

Algo similar ocurre con los anuncios políticos. La publicidad negativa (la que ataca al rival, práctica frecuente en muchos países, y con interesantes tintes humorísticos) se recuerda más que la positiva; atrae noticias, y moviliza al electorado (estimula a votar a los que pensaban abstenerse). El votante, de nuevo, es selectivo: se inmuniza ante los ataques a su candidato. Pero la repetición de un anuncio negativo puede llegar a dañar la imagen del propio candidato. (...) Ahora bien, los anuncios negativos pueden tener un efecto boomerang: la imagen negativa se la gana el partido que ataca. Pueden provocar incluso la compasión hacia el candidato atacado.

Y ya llegamos en el colofón final:

Asimismo, las campañas pueden acercar o distanciar al ciudadano de la política y de los políticos, y pueden instar o narcotizar la participación. Consideraciones éstas que reclaman de los partidos un adecuado diseño de temas, enfoques y escenarios; y de los analistas un apropiado esquema de interpretación.

En fin, que en medio de la noche todos los gatos son oscuros, y que no importa que dichos gatos sean blancos o negros, sino que cacen ratones. Al final uno concluye que las campañas electorales pueden o no cambiar la tendencia al voto, los debates pueden o no influir en el resultado final, y la publicidad negativa puede que funcione o que se vuelva contra su autor. Como se dice popularmente: ¡para este viaje no hacían falta tantas alforjas! Dudo mucho que nos haga falta leer el artículo de una profesora titular de Universidad para llegar a estas conclusiones y, si acaso, no hace sino demostrar bien a las claras la lamentable situación en que nos encontramos en esta sociedad de la información que, más que eso, en ocasiones parece más bien una sociedad de la verborrea barata. Uno no tiene más remedio que preguntarse si acaso al nivel medio de nuestras universidades realmente ha caído tan bajo. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 24 13:36:43 CEST 2006]

Imagino que se trata de algo lógico y esperable en una sociedad postindustrial como la nuestra, en la que la imagen (los seguidores de Braudillard preferirían hablar de simulacro, y en este caso me temo que sería mucho más correcto usar ese vocablo) se ha convertido en reina y señora de la vida en sociedad. De todos modos, no por ello deja de sorprender menos leer cosas como la publicada en New York Resident, una revista neoyorquina de estilo y decoración, donde se encuentra uno con un artículo que comienza de la siguiente guisa:

A library inside a newly renovated home in Connecticut gleams with row upon row of polished leather-bound books that climb 20 feet to the ceiling. An elegant rolling ladder and a narrow catwalk provide access to 13,000 books whose rich hues, exquisite bindings and gilt lettering give off an aura of wealth and sophistication. The homeowners, a wealthy businessman and his wife, will never read y of them. These decorative books were selected by an interior designer solely for their aesthetic appeal, and most of them are written in French. They are arranged on the shelves not by author or topic, but by color and size.

"A roomful of books, it's a great impact", said Larry Laster, an antique-book dealer in Winston-Salem, N.C., who supplied the boks for the Connecticut library. "It states that you have great wealth and thatyou're literate, whether you read the books or not". Laster estimates that he supplies half of all antique leather-bound books sold to interior designers in the United States each year.

The classic home library of the past was filled with hundreds of books that were slowly collected on topics that interested the homeowner, said Laster, who has collected and sold rare and antique books for more than 30 years.

Today, a library of handsome books is often a hollow reference to this legacy. Some new book "collectors" have no interest in reading or even selecting the books tjhat adorn their bookshelves. They typically amass their collections with the aid of interior decorators, who focus on beauty, not content, and buy all of their books in a single shopping spree. The result is that in many new home libraries, books have become little more than elegant accessories to a well-dressed room.

La verdad sea dicha, tampoco se trata de un fenómeno tan reciente, pues ya hace décadas se hablaba de la figura del nuevo rico, y no me extrañaría nada que alguien fuera capaz de sacar a colación incluso el texto de algún clásico romano sobre el tema. No obstante, y aunque sólo sea debido al hecho incontrovertible de que hoy en día tenemos mucho más dinero disponible que antaño, supongo que este tipo de comportamiento se habrá extendido más. Al fin y al cabo, lo que lama la atención, creo yo, no es tanto la existencia del comportamiento como tal (un auténtico secreto a voces durante muchísimos años en algunas casas) como el hecho de que se anuncie en una revista de decoración sin un mínimo trazo de vergüenza. Eso sí que me parece que es algo característico de nuestra época postmoderna: el estilo arrolla a la sustancia, las apariencias pueden con la honestidad, las formas con la esencia, y aquí no hay nadie que se lleve las manos a la cabeza. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 24 11:53:54 CEST 2006]

Alejandro Gándara dedicó en su bitácora unas reflexiones a Las bellezas del Talmud, de Rafael Cansinos Assens, hace ya un par de semanas. Algunas de las citas merecen la pena reproducirse aquí:

Pueden estar cerradas en el cielo las puertas de la súplica; pero las puertas del llanto nunca están cerradas.

Es más meritorio y eficaz un íntimo sentido de arrepentimiento que mil voluntarias flagelaciones.

¿Por qué fue creado un solo hombre para ser padre de todas las genreaciones de la tierra? Para enseñar que quien mata a un hombre es como si destruyese un mundo: quien salva a un hombre es como si salvase un mundo.

Es más generoso y noble quien socorre con préstamo que quien socorre con limosna.

Por si acaso, y para los más despistados, el mismo Gándara publicó poco después otro texto ofreciendo la explicación de algunas de las citas. Mal estamos si alguien necesita que le aclaren sentencias como éstas. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 24 10:45:42 CEST 2006]

Hace ya varias semanas que mi esposa y yo estuvimos buscando una cierta especia (red pepper) que usábamos bastante en los EEUU para ciertas pastas, y que por acá no lográbamos encontrar en ninguna tienda común. Pues bien, finalmente, nos topamos con un tendero que amablemente explicó que a lo mejor nos referíamos a lo que por aquí se denomina ají. Comoquiera que ni mi esposa ni yo estábamos seguros de que ésa fuera realmente la especia en cuestión, hicimos una búsqueda en la red que retornó, entre otras cosas, la siguiente e interesante información sobre el término chileno ají:

La palabra "ají" tiene etimología quechua, arawak axi, que significa "fruto picante". Los Incas comercializaron este vegetal (capsicum) llevándolo a Norte-América done los Aztecas lo llamaron chil. Dicen las malas lenguas que cuando legó Cristóbal Colón a América estaba bien perdido. No sólo creyó que estaba en la India, sino que también confundió el ají con la pimienta negra (pipper negrum) En esos tiempos los condimentos eran bien caros, sobre todo la pimienta negra (ésta provenía de la India). Así que cuando regresó Colón a España les dio gato (ají) por liebre (pimienta). Por eso en España aún le dicen pimiento al ají. La equivocación de Colón también fue heredada por otros idiomas. Por ejemplo, en inglés, le llaman hot pepper (pimienta picante).

En realidad, Colón no se equivocó. En el Diario de a bordo, transcrito por el Padre de las Casas, en la anotación correspondiente al martes 15 de enero de 1493, tras especificar que allí en la isla Española había oro y cobre, dice: "También hay mucho ají, que es su pimienta, della que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana; puédanse cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española".

Por cierto, que el sitio entero (Diccionario Etimológico) no tiene desperdicio, contando con secciones bien interesantes: breve historia del castellano, gobernantes de Chile, frases en latín, refranes... Da gusto encontrarse cosas como ésta en la red de cuando en cuando. {enlace a esta historia}

[Sun Oct 22 18:46:14 CEST 2006]

Gregorio Peces-Barba publicó ayer un artículo en El País en el que sintetiza bastante bien el concepto de ciudadano:

El ciudadano es la persona que vive en una sociedad abierta y democrática. En las sociedades cerradas y autoritarias viven súbditos. Acepta los valores, los principios, la dignidad de todos y los derechos humanos, y participa de la vida política y social. Rechaza el odio y la dialéctica amigo-enemigo y se relaciona con los demás desde la amistad cívica. Distingue la ética privada de la pública, que es la propia de la acción política y que fija los objetivos del poder y de su Derecho y la libre acción social. Puede ser creyente o no creyente y defiende la Iglesia libre, separada del Estado libre. Es respetuoso con la ley, tolerante, libre de discrepar desde las reglas de juego de la Constitución y desde la aceptación del principio de las mayorías. La condición de ciudadano se fortalece con la educación y es una responsabilidad central del Estado y de la sociedad.

Se trata, en definitiva, del concepto moderno de ciudadanía, el que heredamos de las revoluciones liberales burguesas de los siglos XVIII y XIX, heredero directo de la Ilustración, tanto de la francesa como la inglesa, incluyendo aquí (aunque en Europa, desgraciadamente, solemos olvidarlo) la tradición estadounidense, a la que también le debemos bastante. El concepto es ya viejo, sin duda, pero no por ello menos importante para nuestra actualidad política. Seguramente no sorprendería a nadie si dijera que nuestros líderes no parecen conocer otra forma de hacer política que no sea la marcada por el binomio amigo-enemigo de Schmidt, y esto incluye no solamente a buena parte de esta derecha en permanente crispación que nos ha tocado en suerte, incapaz de reconocer la derrota electoral que sufriera hace un par de años, sino también la de individuos como el inefable José Blanco, por no hablar de Carod-Rovira y ciertos personajes mediáticos. En estas circunstancias, tiene bien poco de extraño que sucesos como los de Martorell empañen nuestra vida política. Si acaso, lo más curioso de esos incidentes es que sean precisamente quienes zarandean y amenazan a los militantes y simpatizantes del PP, pacíficamente reunidos en un local público para asistir a un mitin de campaña, quienes lancen acusaciones de fascismo. Muy perdidos habemos de estar para llegar a esto, la verdad.

En todo caso, aún más interesante que la definición del concepto de ciudadano de Peces-Barba me parece que son sus reflexiones sobre la puesta al día del mismo a raíz de los cambios que experimentamos ahora como consecuencia de fenómenos como la globalización y el auge de la inmigración:

Ésta es una ocasión para la ampliación de la ciudadanía, con moderación y con juicio, a los emigrantes legales que son tan necesarios para el desarrollo económico y social de nuestros países. Si tienen las obligaciones deben tener también los beneficios, y eso es la ciudadanía plena. "Lo que a todos atañe, por todos debe ser aprobado", decía un viejo principio medieval que viene al caso, como criterio de justicia. (...) La llamada globalización no puede tener sólo dimensiones económicas, técnicas y de comunicación. Debe tener también dimensiones humanas, sociales y políticas. Por eso prefiero el término universalización que carece de las connotaciones economicistas, egoístas y reduccionistas de la globalización.

He ahí, creo, la clave del asunto: hoy por hoy, las esferas económica, social y tecnológica están muy por delante de las instituciones políticas heredadas de la Ilustración y en las que basamos nuestra democracia liberal. De ahí lo que algunos denominan crisis de legitimidad o crisis de gobernabilidad de las sociedades industriales avanzadas. Para mí, el problema va incluso más allá de nuestras propias sociedades, y se extiende por todo el planeta. Hoy tenemos una economía auténticamente global, o al menos en vías de serlo por completo, una economía donde Walmart fabrica buena parte de sus productos en China, los gigantes del software contratan a progamadores en India, las llamadas teléfonicas de los clientes españoles son atendidas por personal marroquí y no hay un dios que pueda comprar un coche que no sea un puzzle de partes provenientes de medio mundo. Pero no es sólo la esfera económica la que ha experimentado una transformación globalizadora en la última década: Hollywood produce películas que recaudan más dinero allende sus fronteras que dentro del propio mercado estadounidense, las grandes estrellas del mundo del cine o la música son reconocidas ya en cualquier rincón del mundo y son miles de millones quienes siguen al minuto sus peripecias personales, Harry Potter se vende tanto en Japón o Argentina como en Gran Bretaña, la decisión del líder norcoreano de hacer una prueba nuclear contra las advertencias de la comunidad internacional causa repentinamente una crisis global, la política de ataques preventivos del Presidente Bush divide al planeta y las masas de inmigrantes son poco menos que imparables, por más que el Congreso de los EEUU se empeñe en el inútil proyecto de construir un muro de contención en su frontera con México (hacía tiempo que no veía un ejemplo más claro de síndrome Maginot aplicado a un problema político y social que escapa a las antiguas categorías mentales). Mientras tanto, ¿dónde están las instituciones políticas globales que nos puedan ayudar a afrontar todos estos problemas y a regular todos estos comportamientos con un mínimo de garantías? Sin duda ha llegado el momento de recrear nuestros conceptos políticos, anclados como están aún en un mundo de valores que bien poco tiene que ver con nuestra realidad del siglo XXI. Y, cuidado, porque esto no quiere decir que hayamos de abandonar lo que conseguimos gracias a la Ilustración. Peces-Barba tiene razón: el concepto de ciudadanía clásico debe ser expandido, no destruído y sustituído. Lo que me preocupa es que ni siquiera hemos empezado a reflexionar sobre este asunto mientras el mundo a nuestro alrededor continúa imparable. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 20 13:29:02 CEST 2006]

Parece mentira que a estas alturas de la película todavía queden progresistas que se empeñen en justificar los desmanes del régimen castrista en nombre de tal o cual abstracto principio. Hay que reconocer los avances conseguidos por el castrismo en Cuba, sí, sobre todo en los aspectos sanitarios y educativos. No obstante, ello no quita para que nos refiramos al régimen como lo que es: una brutal dictadura personalista. También el franquismo tuvo algunas consecuencias positivas, pero ello no conlleva ni mucho menos que dejemos de referirnos a él como una ideología autoritaria y sanguinaria. Viene todo esto a cuenta de la reedición de Persona non grata, del escritor chileno Jorge Edwards, que tan vilipendiada fuera en su época por, según mantenían sus acusadores, hacerle el juego al "imperialismo yanqui". Y es que no puede decirse que Edwards proveniera precisamente de la derecha ultraconservadora cuando viajó a Cuba como cónsul chileno (nombrado, ni más ni menos, que por Salvador Allende, otro santo del panteón de la progresía de habla hispana). Las palabras de Edwards durante la entrevista publicada por El País este domingo pasado no dejan lugar a la duda:

Yo creí que perdí en esos tres meses y medio que estuve en Cuba mucho de la ingenuidad inicial, entendí muchos de los mecanismos y comprendí cosas que me dijo Neruda: cosas del movimiento comunista, en el que nunca milité, aunque estuve cerca... Neruda, por ejemplo, me dijo: "Mira, está muy bien estar en un hotel de Moscú, tomar copas. ¡Pero no hables, es muy peligroso!". (...) [Los escritores] hablaban de la megalomanía de Fidel. Cuando hablaban de él, nunca decían su nombre. Se tocaban la barba. En una fiesta, cuando ya me estoy despidiendo, en el cumpleaños de Pablo Armando Fernández, Lezama se inclina a mi oído y me dice: "¿Usted ya se ha dado cuenta de lo que pasa aquí?". Le dije que sí. "¿Y se da cuenta de que nos morimos de hambre?". El hambre de Lezama era una cosa pantagruélica... Me dijo: "Es de esperar que ustedes en Chile sean más prudentes".

Ya en 1968 había dirigido Fidel un discurso a los intelectuales en las que les dejó bien claro lo que había: "Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada". Y en ésas está desde entonces, sin moverse ni un ápice, ni siquiera tras el fracaso del llamado socialismo real y las hambrunas que ha hecho sufrir a los cubanos. Bien poca diferencia hay entre esto y el "todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado" mussoliniano. En ambos casos es el propio Estado, el propio poder, quien se arroga la potestad de decidir qué critica es aceptable y cuál; no, lo cual, por más que se haga en nombre del pueblo o la nación, no puede calificarse sino de despotismo. Por desgracia, todavía estamos esperando el momento en que buena parte de la izquierda se dé cuenta de esto. {enlace a esta historia}

[Tue Oct 17 11:50:51 CEST 2006]

El País publica hoy un artículo de César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, titulado El KGB de la cultura en que contrapone las figuras de Lukács y Brecht a cuentas de temas tan importantes como el papel de la literatura en la sociedad, la libertad individual o los crímenes de Stalin. No sé lo suficiente sobre los dos personajes como para terciar en la disputa, aunque sí que me da la impresión de que nos pinta un retrato demasiado edulcorado del dramaturgo alemán, quizás por un mero asunto de meras preferencias estéticas personales. De todos modos, ello no quita para que Molina deje de estar en lo correcto, me parece, cuando toma partido por un concepto del arte que no esté sometido a las directrices de tal o cual partido.

Lukács despreciaba a Brecht por su didactismo y porque éste no hablaba sólo del desplome burgués, sino también de los defectos y dificultades del proletariado. Brecht había implicado al actor con su personaje y al espectador lo había hecho partícipe no sólo de las emociones sino también del intelecto de la obra. Brecht había compuesto dramas de ideas y pensamientos que dejaba en manos del espectador, algo que Lukács veía como peligroso. Brecht no aduló al marxismo ni fue un autor realista, propagandístico con sus ideas políticas. Fue un dramaturgo de origen intelectual que utilizó la materia aparentemente menos intelectual. Brecht mostraba poca simpatía hacia la tentativa de Lukács de traducir la desesperación cultural y el antimodernismo de Dostoievski y Nietzsche al lenguaje del marxismo.

Los clásicos debían ser una enseñanza revolucionaria para los autores contemporáneos; aunque bien es verdad que Brecht se sentía él mismo un clásico del que había que aprender. Lukács no pensaba lo mismo. Para Brecht el realismo no era el único camino estético de la revolución y distaba mucho de las ideas del autor de El joven Hegel con respecto a la literatura proletaria hecha sobre temas proletarios, escrita por proletarios y con fines difusores del marxismo. A Brecht tampoco le sedujo el "realismo social" que Gorki —con la aprobación de Stalin— se inventó. Brecht estuvo en contra de regir, controlar y juzgar políticamente a los intelectuales y siempre acusó a Lukács de autoritario, tanto en sus ideas como en su praxis política. Lukács vio en Brecht a un personaje que no estaba dispuesto a hacer tabla rasa con el pasado y era un templado marxista al lado de su inflexible fanatismo.

¿Las ideas de Lukács que artistas dieron? ¿Las ideas de Lukács en qué ayudaron a Ajmátova-Tsvetáieva-Mandelstam y tantos otros? Balázs, el amigo íntimo con quien también rompió, decía que el arte no tenía que expresar únicamente asuntos sociales o políticos, y calificó a Lukács de tirano, dogmático y sectario. El ex amigo le contestó de esta manera tan significativa: "Nunca perdí mi odio por toda la cultura burguesa, y creo que el odio es la mejor herencia de mi pasado". En Asalto a la razón, Lukács llegó a comparar a la democracia americana con Hitler y calificó a la obra de Wittgenstein de peligro irracionalista. Lukács de quien Ernst Bloch comentó que, como hombre, no era digno de su genio, aprobaba el intervencionismo político en todos los estratos de la vida. Jaspers lo rechazó de esta manera: "La política se refiere, por así decir, al plano más inmediato de la humanidad, a la existencia; por esta razón, aunque todo lo demás dependa de ella —de aquí la pasión y la responsabilidad de su intervención— no tiene ningún contacto directo con los bienes elevados de la libertad interior y del espíritu. Para éstos, únicamente puede crear las condiciones previas".

"Nada más, y nada menos, que las condiciones previas", añadiría yo a las palabras de Jaspers, pues ya es más que bastante si la política puede al menos añadir eso al intento humano de alcanzar bienes como la libertad interior y del espíritu. A lo mejor no nos encontramos a un Lukács con tanta facilidad en la vida cultural de los países avanzados hoy día (por favor, dejemos aparte consideraciones exageradas sobre el recorte de las libertades llevado a cabo por la Administración Bush y que, se me pongan como se me pongan, no tiene punto de comparación con las tiranías de Stalin o Hitler), pero el fanatismo de los propagandistas sigue estando, por desgracia, bien presente entre nosotros, proveniendo tanto de la derecha preocupada por los avances del Islam como desde la izquierda políticamente correcta. Precisamente hoy también leo una entrevista con el escritor Juan José Millás en la que explica la importancia de escribir desde la duda:

Dudamos porque no nos fiamos. Todo está lleno de falsos golpes de vista. La duda es creativa y necesaria. Entre un hijo legítimo y uno bastardo hay que fiarse más del bastardo, porque siempre cuestionará la realidad. Desde la seguridad se escriben cosas políticamente correctas. Yo escribo para saber, para aclararme. Se empieza a escribir por la misma razón que se empieza a leer, para comprender, para entender el mundo.

No me queda nada claro que desde la seguridad sólo se escriban cosas políticamente correctas, como dice Millás, pues me parece obvio que desde la seguridad también se pueden escribir firmes alegatos en favor de la infamia y excomuniones del prójimo, piezas propagandísticas de la peor ralea todas ellas sin necesidad de ser políticamente correctas. La idea de escribir desde la duda suena muy bien, y no está de más intentarlo, por supuesto, pero a mi me da la impresión de que lo conseguimos todos mucho menos de lo que el bueno de Millás deja entrever en sus declaraciones. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 16 10:53:05 CEST 2006]

Leyendo en El País la noticia de que el senador demócrata estadounidense John Kerry parece estar pidiendo una segunda oportunidad para alcanzar la Presidencia me encuentro con la aseveración gratuita de que, según el senador, es "un principio básico" de los norteamericanos "el dar una segunda posibilidad a la gente". Aún ahora, pese a los años, no puedo evitar enfadarme con este tipo de afirmaciones que tan a menudo se oyen en boca de los estadounidenses, y que no hacen sino mostrar bien a las claras que lo ignoran todo o casi todo del resto de países. ¿Acaso sabe el señor Kerry cuántas veces se presentó como candidato François Miterrand antes de ser elegido finalmente en 1981? ¿Y qué decir de políticos como Neil Kinnock en Gran Bretaña? ¿Le suena acaso el nombre de Bettino Craxi? ¿Willy Brandt, quizás? Y tampoco hay que irse tan lejos, pues aquí tenemos los casos de Felipe González, Manuel Fraga y José María Aznar. De hecho, es casi seguro que el senador Kerry encontrará ejemplos de este "principio básico" de los norteamericanos en cualquier democracia avanzada del mundo. Como venía diciendo, después los estadounidenses se preguntarán por qué en el resto del mundo se les suele considerar ignorantes y arrogantes. Pues a lo mejor es porque tienen la poca delicadeza de referirse a todos los valores que consideran positivos como si se trataran de su monopolio, cuando a lo mejor están hablando de las cualidades humanas más esenciales. {enlace a esta historia}

[Sun Oct 15 16:05:07 CEST 2006]

Hojeando el número de El Cultural de hace un par de semanas, me encuentro con una entrevista con la escritora británica Zadie Smith en la que hace unas afirmaciones que todos deberíamos tener en cuenta, especialmente en estos tiempos reivindicadores de identidades colectivas que corren:

Hay algo en mí que reivindica que la gente negra exsite de la misma manera que usted existe o que yo existo. ¡Son personas! Lo que intento hacer al escribir es introducir en la novela hombres de otras razas como seres humanos. No como símbolos. No como argumentos. No como parte de un artículo sobre la raza negra. Sólo como personas. Sólo seres humanos que están en el mundo. ¡Pero por lo visto, es bastante difícil! El problema con la gente blanca es que lo único que constata al ver a otra persona es que no es blanco. Si escribo una frase que dice "James entró en una tienda, etc." uno enseguida piensa que es blanco. Porque blanco para un blanco es humanidad. Neutro. No sugiere nada. No significa nada. Sólo es James. Puedo escribir todo esto sobre la personalidad de James. Puede ser valiente, simpático, lo que sea. Pero si escribo "Deepa entró en una tienda", entonces el lector sabe que es indio y cree saber cómo es. Si escribo que toca el chelo será una sorpresa. Y eso es lo que agota a escritores que no son blancos. No queremos ver el mundo siempre de la forma que ustedes nos ven. Mis personajes tienen sus dramas y sus problemas como cualquier ser humano. No los tienen por ser negros, sino por estar vivos. Sólo trato de escribir sobre personas. No desde la perspectiva de la gente que piensa que "nosotros" somos diferentes. Porque nosotros no somos diferentes. Ni siquiera quiero pensar en "nosotros".

Nótese como, al contrario de lo que suele suceder con este tipo de críticas, Zadie Smith no toma partido por el conservadurismo reaccionario tan en boga estos días y siempre dispuesto a ridiculizar lo "políticamente correcto", sino que toma una posición mucho más original: al tiempo que reivindica al individuo frente a las filosofías identitarias, tampoco deja por ello de lanzar puyas contra el eurocentrismo. Y es que lo uno no quita lo otro, por más que nos intenten convencer los portavoces de la derecha rancia. El hecho de que buena parte de la izquierda "postcolonial" se haya echado en brazos del colectivismo nacionalista no niega la mayor, esto es, que en la vieja Europa a menudo hemos pecado de ombliguismo. Y digo esto sin por ello creer, ni mucho menos, en un relativismo cultural muy de moda entre las luminarias de la postmodernidad, pero que siempre me ha parecido un callejón sin salida. {enlace a esta historia}

[Fri Oct 13 11:06:22 CEST 2006]

El País publica hoy un artículo de Manuel Cruz sobre Hannah Arendt del que extraigo la siguiente reflexión, ya hacia el final del texto:

Se impone atreverse con una duda de fondo. Tal vez una de las peores cosas que le sucede a la filosofía (¿o se trata únicamente de un problema de filósofos?) es que le concede demasiada importancia a tener razón.

La democracia ha de ser búsqueda conjunta de la verdad con minúsculas, o no será nada. Claro que esto no quita para que la vida política entendida como mero intercambio de mamporros entre los partidos políticos, parte (pero sólo parte) del juego parlamentario, también tenga su lugar. Me estoy refiriendo aquí a la democracia y a la política como algo mucho más amplio que sus aspectos representativos, y que incluye por tanto a la conciencia ciudadana, los debates públicos, la educación, los medios de comunicación y cualquier otro componente del discurso general de una polis, pues tampoco hay que pecar de idealismo. {enlace a esta historia}

[Thu Oct 12 20:20:18 CEST 2006]

Ya sé que no descubriré nada al afirmar que la vida política española está alcanzando unos niveles de crispación insostenibles (por cierto, que sería interesante preguntarse por qué puede decirse prácticamente lo mismo de tantos otros países últimamente: EEUU, México, Hungría...). No obstante, ello no quita para que uno no deje de sorprenderse cuando se leen ciertas cosas. Hoy mismo, sin ir más lejos, me encontré en El Mundo con el siguiente párrafo del inefable Federico Jiménez Losantos:

El PP ha sido —y seguirá siendo salvo catástrofe gallardonita— el único partido español que nos queda, pero no habrá podido resistir el Estado de las Autonomías, que lleva en su seno el germen de la disolución nacional. ¿Por la Constitución? ¿Por los Estatutos de Autonomía? No: por algo que, a la larga, es mucho peor, más voraz, más insaciable: las 17 castas políticas que viven de la diferencia y no de la semejanza, de antagonizar y no de reunir, de enfrentarse y no de ayudarse, de negar lo español común en vez de afirmar lo particular como español.

Como diría algún paisano mío asistiendo un buen festival flamenco: ¡Ahí es ná! Dejemos a un lado la memez del uso de esos dos puntos justo detrás del rotundo "No" que, la verdad sea dicha, no sé bien a qué leches viene, pero es que las afirmaciones de don Federico tienen miga. Imagino que, si por él fuera, todavía viviríamos en la una, grande y libre de otros tiempos. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Federico! Tampoco hace tanto que uno salía del instituto, compraba el desaparecido Diario 16 y leía las columnas en tercera página de un tal Jiménez Losantos, por aquél entonces convencidísimo de las bondades del catecismo neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, amén de defensor a ultranza de la separación de poderes de Montesquieu frente al afán monopolizador del poder del felipismo gobernante (bueno, o así al menos lo creía ver el articulista por entonces). Ahora resulta que uno se da cuenta de por dónde iban los tiros: ni monopolización del poder y estrategia priíista del PSOE ni mona que los pintó; lo que le dolía a Jiménez Losantos era que gobernaran los socialistas, y punto. ¿Que el PP está en el Gobierno? ¡Esos sí que son demócratas! Puede que se anden con sus chanchullos de siempre con el poder económico, que nos lleven a la guerra en Iraq contra la voluntad de casi el 90% de los ciudadanos o que nos mientan como bellacos sobre algo tan serio como los atentados terroristas del 11-M con la descarada intención de sacarle provecho en las urnas, pero esos sí que son demócratas. Ahora, el PSOE no. El PSOE no puede ejercer tareas de gobierno legítimamente ni aunque gane las elecciones... ¡y mucho menos cuando todos pensábamos que las íbamos a ganar nosotros, hombre! ¡Hasta ahí podíamos llegar! A las primeras de cambio les colocamos el mote de "PRISOE" y sanseacabó, aunque sean precisamente los populares quienes llevan dándonos la tabarra desde el mismísimo 14-M con eso de que les han robado las elecciones y Rajoy debiera estar en La Moncloa, como si se tratara de un derecho adquirido por la gracia de José María Aznar, quien tan magnánimamente tuvo a bien elegir a su sucesor entre la lista de cortesanos que le rodeaba. En fin, ¿qué más podemos decir del señor Jiménez Losantos, que tanto despotricaba contra Zapatero hace apenas unos meses en defensa de la Constitución cuando se debatía el Estatut y ahora no se lo piensa dos veces antes de lanzar el título VIII entero por la borda? Con amigos como éstos, a nuestra Constitución no le hacen falta enemigos.

Pero, bueno, pasemos a otra historia. Hace un par de días, una turba de independentistas catalanes zarandeó a Piqué y Acebes mientras hacían campaña en el pueblo de Martorell. Habrá que empezar por decir que, por desgracia, uno ya no se extraña de que suceda algo así, sobre todo después del caldeado ambiente en que llevó a cabo el debate sobre el Estatut de marras. Vaya por delante que, en democracia, los ataques contra la libertad de expresión, ya provengan de fundamentalistas islámicos o nacionalistas rabiosos, son inaceptables. Se trata, ni más ni menos, que de un ataque contra las mismísimas reglas del juego. Que cada cual tenga su opinión y las exprese como le parezca, pero siempre dentro de las normas establecidas y respetando a los demás. La cosa es tan simple que da hasta vergüenza recordarlo a estas alturas. Claro que tampoco está de más recordar al PP que hasta hace tan sólo unos meses creyeron conveniente atizar los rescoldos del sentimiento anticatalán más burdo con tal de sacar tajada. No es que su actitud justifique muestras de intolerancia como las de Martorell, pero ya advierte el sabio refranero español que quien siembra vientos recoge tempestades. Pero es que encima ahora los populares tienen la desfachatez de mentir, una vez más, también sobre este tema. Hoy mismo publica El Mundo un artículo de Cayetana Álvarez de Toledo, directora del gabinete del Secretario General del PP, en el que la buena señora se descuelga con afirmaciones como las siguientes:

El secuestro de Martorell es la consecuencia directa de dos años y medio de una política encaminada a expulsar al Partido Popular de la vida pública española... el salto cualitativo en este proceso de involución democrática se ha producido bajo la mirada no sólo condescendiente sino abiertamente instigadora del presidente del Gobierno

¡Esto es muy fuerte! Álvarez de Toledo está acusando al Presidente del Gobierno de instigar "un proceso de involución democrática" cuyo objetivo no es otro que "expulsar al Partido Popular de la vida pública española". ¡Como si aquí nadie hubiera leído las noticias durante los últimos dos años y no seamos conscientes de la estrategia del gran salto adelante de Rajoy y compañía! Que yo sepa, el PP sigue igual de presente en la vida pública de lo que lo ha estado siempre, pero si continúan con la estrategia de la crispación y el vociferío que llevan practicando desde su derrota en las elecciones, la culpa de que se queden siempre más solos que la una no la tienen más que ellos. Sólo faltaba que nos aviniéramos a seguirles el juego, aceptando su pataleta de niño mimado según la cual si todos los partidos con representación parlamentaria se sitúan una y otra vez con el PSOE es porque hay una "involueción democrática" en marcha. Y digo yo, ¿no se les habrá ocurrido que si tienen enfrente a PSOE, ERC, IU, CiU, PNV, BNG y hasta sus antiguos socios de Coalición Canaria, a lo mejor es que son ellos los que están equivocados?

Pero, como decía al principio, lo preocupante es que la crispación política, la áspera y empecinada confrontación social que estamos viendo de un tiempo a esta parte, no es, ni mucho menos, un monopolio nuestro. No fueron pocos los que se subieron al carro del fin de la Historia, allá por 1989, congratulándose por la derrota de los totalitarismos tras la caída del muro de Berlín, el triunfo de la democracia liberal y las economías de mercado y, en teoría al menos, la implantación de la rutina política y los debates más o menos civilizados en todos los rincones del planeta. Ni que decir que hoy todo esto se nos antoja tan utópico como la sociedad sin clases que predicaran los bolcheviques en 1917. Pero, ¿qué es lo que ha salido mal? ¿A qué puede deberse tanta crispación? Está uno tentado a echar mano de argumentos ad hoc, como la irresponsabilidad y demagogia de tal o cual líder político, pero eso no explicaría que, como venimos diciendo, sean bastantes las sociedades que estén pasando por una clarísima fase de crispación política y social, a menudo reflejada en una tendencia cada vez mayor al bipartidismo y elecciones con resultados apretados. Así pues, las causas últimas han de ir necesariamente mucho más allá de Aznar, Bush, Chávez, los republicanos estadounidenses, el PP o cualquier otro individuo o sigla. Creo que lo más lógico sería asociar esta tendencia a la desunión y el enfrentamiento con los profundos cambios que se están viviendo en todo el mundo como consecuencia de una serie de factores que no asomaron a la luz sino a mediados de los años noventa: el estrepitoso fracaso de los grandes movimientos ideológicos del siglo XX (al menos de los más llamativos, los que a priori prometían más y contaban con mayor "tirón popular"), la imparable globalización económica, la revolución tecnológica e Internet, las corrientes migratorias, los fenómenos de integración regional y la crisis progresiva del estado-nación, etc. Vivimos momentos de transformación radical en casi todas las esferas de la vida, momentos en los que, como diría Gramsci, lo viejo aún no ha muerto y lo nuevo aún no ha acabado de nacer, y tiene por tanto bien poco de sorprendente que millones de individuos se sientan desorientados y se agarren a un clavo ardiendo. De ahí las divisiones entre quienes prefieren el gran salto adelante, asumiendo todos los riesgos, y quienes preferirían sujetar las manecillas del reloj para devolvernos a "los buenos tiempos", aquéllos en los que, por supuesto, como suele ser el caso, todo era mejor. Son tiempos, en definitiva, en los que todos vemos cómo nos abandonan las viejas certidumbres, cómo se nos escapa la antaño modélica sociedad del bienestar, sin que nadie acierte a explicarnos muy bien en qué consiste ese mundo nuevo que se nos viene encima. Tiene poco de extraño, pues, que se den las divisiones sociales que se dan. Y que conste, soy perfectamente consciente de que, de una u otra forma, todas las épocas son así. Si algo hay de maravilloso en la vida es precisamente que no puede planificarse hasta el último detalle, se viva en la época que se viva. Sin embargo, me parece que hay determinados momentos históricos en los que la incertidumbre siempre es mayor porque el resultado final no dependerá de quién gane una guerra o la firma de tal o cual tratado internacional (se trata en estos casos, depués de todo, de sucesos en los que podemos participar como individuos en mayor o menor grado, y por tanto que podemos controlar hasta cierto punto), sino de fuerzas que están más allá de nuestro control. Está claro que se está construyendo un nuevo mundo ante nuestros propios ojos, pero son bien pocos quienes tienen idea de qué características pueda tener. De ahí, precisamente, todas las divisiones sociales y todos los fundamentalismos. A lo mejor todo tiempo pasado no fue necesariamente mejor, pero en momentos como éste ciertamente lo parece. {enlace a esta historia}

[Mon Oct 9 11:03:09 CEST 2006]

José Luis de la Granja publicó hace un par de días en El País un artículo titulado Entre el pacto y la hegemonía en el que viene a desgranar el afán hegemónico del PNV en la vida política vasca, documentándolo con un estupendo sumario del recorrido histórico seguido por los gobiernos vascos desde su mismísima aparición en 1936. Comenzando con José Antonio Aguirre y terminando con Ibarretxe, pasando por Carlos Garaicoechea y José Antonio Ardanza, el autor prueba la existencia de un concepto patrimonialista de lo vasco que lleva a los nacionalistas del PNV a considerarse como legítimos detentadores del poder y, por ende, únicos representantes auténticos de la identidad vasca, con todo lo que ello tiene de concepción cuasi-integrista de una realidad política y social mucho más plural de lo que quisieran los herederos de Sabino Arana. Concluye el autor con las siguientes puntualizaciones:

En conclusión, durante los 70 años transcurridos desde la constitución del primer Ejecutivo vasco en 1936, el PNV ha sido el único partido que ha participado y presidido todos los Gobiernos que se han sucedido en la Guerra Civil, el exilio y la Monarquía actual. Ahora bien, gobernó en solitario tan sólo siete años (1980-1987) y casi siempre ha gobernado en coalición, en especial con el PSOE durante más de medio siglo (1936-1979 y 1987-1998). Sin embargo, los continuos pactos y coaliciones del PNV con partidos muy diversos no le han impedido mantener su hegemonía política y patrimonializar el Gobierno vasco, hasta el punto de que éste se ha identificado siempre con el PNV, al ser el principal partido de Euskadi. Así pues, dos rasgos fundamentales del Gobierno de Aguirre en la Guerra Civil, el pactismo y el hegemonismo, han caracterizado las siete décadas de Gobiernos vascos que hoy se cumplen.

No hay que olvidar, por supuesto, que se trata de una hegemonía basada en las urnas, en el voto democrático de los ciudadanos, y por ello sólo parcialmente criticable (sobre todo cuando la comparamos con la más tradicional hegemonía de la derecha española, no siempre fundada en el libre asentimiento de los ciudadanos), pero no por ello debemos mirar a otro lado cuando afrontamos ciertas prácticas dogmáticas y de ramificaciones cuasi totalitarias en el seno del nacionalismo vasco. El monopolio en la detentación del poder, venga de quien venga, no conduce sino al patrimonialismo, la corrupción y el estancamiento, y el hecho de que en el caso vasco se encuentre unido a una concepción muy limitada de lo que significa ser vasco no hace sino aumentar el peligro. {enlace a esta historia}

[Sun Oct 1 16:40:48 CEST 2006]

El País publica hoy una entrevista con el Presidente sirio, Bachar El Asad, de la que me gustaría destacar un par de frases interesantes que, no por venir de quien vienen, deberíamos echar automáticamente en saco roto. En primer lugar, con respecto a Europa, recomienda:

Europa tiene más fuerza cuando actúa con independencia de Estados Unidos, pero en coordinación con ese país y con la ONU. Eso equilibraría el papel de Estados Unidos y permitiría lograr la paz.

Se trata, creo, de la línea política que debiera seguir la UE en estos tiempos de conflicto de civilizaciones y atroces guerras preventivas. No se trata de oponerse a la Casa Blanca con el anti-americanismo primario que caracteriza a los franceses, pero tampoco de practicar el seguidismo británico. Europa puede (y tiene) que encontrar su voz propia, y la sugerencia de El Asad, afirmando la independencia de Washington y contribuyendo a acercar a los estadounidenses a posiciones algo más moderadas y dialogantes, se me representa como la mejor política que podamos llevar a cabo.

Por cierto, que otra reflexión de El Asad ejemplifica bastante bien los problemas de una política exterior estadounidense imbuida toda ella de la tradición iluminista de los padres fundadores:

La relación [entre EEUU y Siria] puede cambiar si ellos aceptan que somos un país con nuestros propios intereses, que podemos colaborar por los intereses comunes, pero que no es posible trabajar sólo al servicio de sus intereses, sobre todo cuando chocan con los nuestros.

El problema aquí va mucho más allá de tal o cual administración en particular, de tal o cual presidente, tal o cual partido político. Ya desde sus inicios, los EEUU han creído fervientemente en su capacidad de servir como cruzado de la democracia y el progreso en el mundo, como luz de guía cuya misión fundamental fuera expandir el llamado modelo americano por todo el planeta. Y hasta tal punto llega la identificación de intereses americanos con intereses de la Humanidad entera que son muchos por allá quienes no aciertan a ver contradicción alguna entre sus políticas (a menudo cortas de mira y claramente interesadas) y los postulados universalistas en los que supuestamente se basa el país. Sencillamente, el interés de los EEUU y el interés de los pueblos del mundo son uno y lo mismo, y cualquier oposición a los planes de Washington únicamente pueden ser consecuencia de la mala fe o el error. En este sentido, quienes acusan a EEUU de imperialismo no dejan de tener razón, por mucho que nos cueste aceptar una terminología tan trasnochada. {enlace a esta historia}