[Mon Feb 27 09:50:40 CST 2006]

Tan acostumbrados estamos en esta dichosa España nuestra a considerar todo lo nacional como ridículo y trivial (y, por contraposición, a estimar que todo lo que llega de fuera ha de ser al menos útil e interesante, cuando no genial) que hemos prestado bien poca atención a filósofos patrios de la calidad de Ortega y Gasset, Unamuno (sí, es cierto, a éstos se les conoce de nombre, pero se ignora por completo todo lo que escribieron), Eugenio d'Ors, Zubiri, Ferrater Mora y, más recientemente, Eugenio Trías, entre otros. La pena es que no sólo salimos perdiendo nosotros en España debido a esta supina ignorancia de los pensadores nacidos acá, sino que también salen perdiendo en el resto del mundo, porque la peculiar mezcolanza de razón y pasión que caracteriza a buena parte de estos pensadores puede contener precisamente la respuesta al problema de nuestro tiempo, que tan famosamente plantearon los filósofos postmodernos franceses. Viene todo esto a cuento de la publicación de La otra orilla de la belleza, de Fernando Pérez-Borbujo, donde se reflexiona acerca del pensamiento de Eugenio Trías. Como señala Manuel Barrios en su reseña, publicada en El Cultural:

De la generación de pensadores españoles que comenzó a publicar en fecha casi coetánea al advenimiento de la democracia, Trías ha sido, sin duda, el que mayor esfuerzo sistemático ha evidenciado en sus textos. Ha ido gestando así una relevante propuesta filosófica, la "filosofía del límite", que responde con rigor, sin veleidades posmodernas, al reto planteado por la crisis de la modernidad: el de lograr una nueva articulación de razón y vida, de inteligencia y pasión. Esta empresa, que no sólo conecta con el raciovitalismo orteguiano, sino también con la crítica nietzscheana de la metafísica, insiste en la transformación del viejo escenario racionalista debido al reconocimiento de la insoslayable dimensión pasional del ser humano. Somos, constitutivamente, dice Trías, un cruce de eros y logos, y es desde ese lugar fronterizo desde donde nos abrimos al mundo y proyectamos ideas, procurando dar sentido al enigma último de lo real.

Pérez-Borbujo, que de la mano de Trías ya había dedicado su tesis al pensamiento de Schelling, interpreta la filosofía del límite como la culminación de una corriente filosófica alternativa, surgida en el seno del idealismo alemán, que ya no concibe prioritariamente al ser como luminosa razón o espíritu autoconsciente, sino como voluntad y deseo irracional. En la medida en que la voluntad se entiende ahí, ante todo, como voluntad artística, la metafísica se orienta hacia la estética.

Por cierto, que todo esto conecta en cierto modo con los comentarios de José Jiménez acerca de Arte y feminismo, de Helena Reckitt y Peggy Phelan, publicado por la editorial inglesa Phaidon directamente en castellano (es decir, sin pasar por los habituales acuerdos de traducción con una editorial española o latinoamericana):

Leyendo el libro no he podido dejar de sentir algo muy similar a lo que vivimos cada día con el predominio planetario del cine hecho en Hollywood, una dimensión industrial y comercial, desde luego, pero con importantes repercusiones culturales. Aunque en el prólogo se dice que el "volumen se concentra en las obras que han tenido un impacto decisivo en Gran Bretaña y EEUU", esa restricción no se indica, como hubiera sido de desear, en el título y en la cubierta. Así que, ya saben, aunque se trate de la reconstrucción desde una perspectiva anglosajona, y mucho más marcadamente estadounidense, de una de las cuestiones centrales del arte de nuestro tiempo: la relación entre arte y feminismo, la perspectiva que aquí se ofrece acabará convirtiéndose, casi con toda seguridad, en la visión predominante de esa cuestión en medios de comunicación, publicaciones especializadas e instituciones educativas de todo el planeta, precisamente por la potencia hegemónica de los soportes anglosajones, capaces de doblar al español los libros y de crear para ellos una red comercial de producción y distribución internacional, igual que con las películas.

Soy plenamente consciente de que todo esto suena a anti-imperialismo barato, a proteccionismo cultural afrancesado de la peor calaña, pero es que a los franceses no les falta la razón por ser franceses. Parece bastante paradójico que en un mundo globalizado acabemos por aceptar como regla general lo que se publique, decida y publicite desde el centro anglosajón, entre otras cosas porque se trata de un desperdicio de recursos imperdonable. En una sociedad en la que tenemos todos los medios a nuestra disposición para promover un debate auténticamente mundial sobre cualquier tema de interés, beneficiándonos por tanto de los diferentes puntos de vista asociados con diversas culturas, no tiene perdón de Dios que nos empeñemos en verlo todo desde la atalaya anglosajona. {enlace a esta historia}

[Mon Feb 27 09:07:32 CST 2006]

Hace tan sólo unos días que vivimos el vigésimo quinto aniversario de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, y los medios de comunicación españoles publicaron editoriales y artículos de opinión sobre el tema, como era de esperar. Pero resulta que tantos años después de los acontecimientos, y como indica Rafael Núñez Florencio en una reseña de las memorias del coronel José Ignacio San Martín, uno de los oficiales implicados en el golpe:

... son numerosas las cuestiones pendientes:

¿Fue el 23-F un solo golpe de Estado o más bien tres diferentes (Tejero, Armada, Milans) que convergieron de forma oportunista o circunstancial?

¿Cuántos otros golpes estaban en marcha? De uno de ellos al menos, el de los coroneles, parece que hay indicios no despreciables.

¿Cuál fue el papel del CESID en la intentona?: ¿conocía lo que se fraguaba, intervino directamente o incluso, como sugieren algunos, canalizó en el sentido que interesaba una conspiración preexistente?

Para desenredar tantos hilos que se cruzan habría que preguntarse por el papel del comandante Cortina, uno de los sujetos más misteriosos del 23 de febrero de 1981.

¿Estaba al tanto de todo la embajada USA? La reacción primera de las autoridades norteamericanas fue como mínimo muy cautelosa.

Hay también muchas incógnitas sobre el papel del rey: determinadas frases crípticas, algunas conversaciones que no han salido a la luz o la tardanza en emitir el famoso mensaje, ya de madrugada.

¿Hubo trama civil? ¿Por qué no se quiso llegar a fondo sobre las consignas que se publicaban en El Alcázar?

Tampoco se quiso saber mucho acerca del "elefante blanco" que acudiría al Congreso. Y no se olvide que al principio más de un capitán general estuvo dudando...

En fin, que tantos años después todavía hay demasiadas incógnitas, y parece que bien poco interés en despejarlas. No tiene nada de extraño, pues, que haya quien piense en la existencia de una conspiración de silencio. A lo mejor llega el día cuando todo salga a la luz y muchas de estas preguntas sean respondidas sin ocultar nada, pero yo no apostaría mi vida a ello. {enlace a esta historia}

[Sat Feb 18 17:31:31 CST 2006]

El Cultural publica esta semana una reseña escrita por José Antonio Marina sobre la obra El humor gráfico en España, de Luis Conde Martín que recoge una interesante reflexión en vista de lo sucedido con el escándalo de las viñetas de Mahoma:

Bergson decía que lo cómico funciona como una boìte a surprise, una de esas cajitas que ocultan un resorte que nos sorprende al abrirla. Una viñeta es un muelle comprimido que se distiende bruscamente en la cabeza del espectador cuando lo ha comprendido. Posee una "intensidad expansiva". Hochberg, un gran psicólogo de la percepción, definía la caricatura como la captación de una esencia perceptiva. En efecto, lo que sorprende en los humoristas es que "dan en el clavo". Si nos comparamos con su eficaz concisión, todos los demás somos farragosos.

Así me siento yo también, sin lugar a dudas, cuando escribo estas líneas. De ahí que en los últimos tiempos haya decidido a incluir dibujos de Máximo, El Roto y otros grandes ilustradores de nuestra realidad cotidiana. Por cierto, que la misma reseña incluye también una maravillosa anécdota:

En su libro, Conde cita la anécdota de un político neoyorquino llamado Tweed, que en 1870 se encrespó contra los chistes gráficos que se hacían contra él: "No me importa lo que se escriba sobre mí —dijo. La mayoría de mis electores no saben leer. ¡Pero esos condenados dibujos!" En este momento, millones de personas están diciendo lo mismo: ¡Esos condenados dibujos!

{enlace a esta historia}

[Sat Feb 18 16:57:05 CST 2006]

Se acaba de publicar en España una nueva traducción de los Ensayos de Montaigne, y Eugenio Trías, en la reseña publicada por el suplemento El Cultural, elige subrayar el cambio de actitud que los escritos del ensayista francés suponen con respecto a la época que le precedió, sobre todo en lo que respecta al recién descubierto concepto del individuo:

No se trata todavía de un Yo magnificado o sublimado. Montaigne no alumbra la Moderna Subjetividad que colonizarán, en pliegues sucesivos, el barroco Descartes, el ilustrado Kant o el proto-romántico Fichte. Se hace referencia aquí al más vulnerable, frágil y movedizo referente: yo mismo, el que esto escribe: Yo, Michel de Montaigne, acreditado aristócrata, propietario de un castillo de ensueño, alcalde elegido, querido, y por ende reelegido, de su ciudad natal. (...) El Método que Descartes elevará a letra mayúscula, como el Ego o la Razón, son en Montaigne un genial anticipo que desafía esa forma enfática propia del racionalismo barroco, el que hará fortuna en la modernidad, y el que recabará sus atributos magnificados en la Ilustración y en el Idealismo Alemán. En Montaigne hay método, subjetividad y cordura, antes de que haya tal cosa como Discurso del Método, Sujeto Trascendental o Razón Ilustrada.

En este sentido, pues, Montaigne presagia el postmodernismo contemporáneo, al menos siempre y cuando no entendamos a éste como relativismo puro y absoluto. Pero saco a colación estas reflexiones porque apuntan, me parece, al corazón mismo de una asunción bastante extendida en Occidente: el de que nuestro concepto moderno de individuo, auténtico componente esencial de la moderna democracia liberal, es heredero directo de la tradición judeocristiana que nos une. La realidad, por desgracia, es mucho más compleja. El concepto moderno de individuo hunde sus raíces, me parece a mí, en la herejía renacentista, en los esfuerzos de los pensadores, artistas y científicos de entonces por recuperar la grandeza perdida de la herencia clásica, aun a costa de enfrentarse cara a cara con la mismísima Iglesia. No es puro accidente, me parece, el hecho de que fuera precisamente entonces cuando los artistas comienzan a marcar las obras con su propio nombre, a dejar constancia clara de que fueron ellos, con su genio puramente individual, quienes relizaron el trabajo, y no un estamento feudal o un taller artesano. Cierto, todo esto era aún muy relativo en una época en la que los grandes artistas todavía trabajaban con la ayuda de un buen grupo de aprendices, pero nadie puede dudar de que es ahí donde encontramos las raíces del concepto moderno del genio, de la obra de arte como expresión de un individuo y, por ende, las raíces mismas del propio Romanticismo del siglo XIX. Ello no quita, por supuesto, para que dejemos de reconocer que la herencia judeocristiana había contribuido en cierto modo a que las semillas de ese individuo moderno crecieran con facilidad, pero no por ello hemos de olvidar tampoco que otro tanto puede decirse del clasicismo antiguo, el de Grecia y Roma. En otras palabras, aunque no guste a los ortodoxos, lo cierto es que el concepto moderno de individuo, y con él otros conceptos tan vitales para nuestra sociedad contemporánea como son la libertad de conciencia o los derechos humanos, no se derivan directamente de la tradición judeocristiana, sino de dicha tradición más la influencia clásica y la nueva actitud del Renacimiento. Solemos decir a menudo que nuestra democracia liberal hunde sus raíces en la Ilustración cuando en realidad tal vez debiéramos decir que su antecedente más directo se remonta al glorioso renacer artístico e intelectual que se diera allá por los siglos XV y XVI. {enlace a esta historia}

[Sat Feb 18 16:30:43 CST 2006]

El número de esta semana del suplemento cultural Babelia dedica una reseña de Fernando Savater al libro El futuro de la religión, de Richard Rorty y Gianni Vattimo, que no podía estar mejor indicado que en estos momentos en los que medio mundo se desvive en manifestaciones de protesta contra las dichosas viñetas de Mahoma. Según escribe Savater:

Cada uno de los dos pensadores tienen su propio bagaje y estilo intelectual (agnóstico y pragmático el de Rorty, católico y gadameriano el de Vattimo), pero ambos comparten una serie de puntos esenciales en su aproximación al tema que les ocupa. Fundamentalmente, la renuncia a las pretensiones metafísicas y apodícticas de fundar la religión: el cristianismo no aspira ni ostenta una verdad entendida como conformidad con algo objetivo exterior al consenso coherente humano, sino que propone una interpretación de nuestra existencia intersubjetiva basada en la caridad (un inteligente refuerzo de este punto de vista puede hallarse también en el libro Por qué soy cristiano, de José Antonio Marina, editorial Anagrama). En el campo intelectual, adquiere hegemonía el dictamen nietzscheano que inaugura la teoría hermenética: no hay hechos, sino interpretaciones; en el terreno propiamente piadoso, lo específico de la religión no es fundar una poderosa cosmología monolítica sino impulsarnos al amor en su abierto pluralismo. La misión de la religión no es ayudarnos a conocer de manera más objetiva, sino a actuar en caritativa ayuda de nuestras subjetividades hermanas.

Se trata, qué duda cabe, de una interpretación humanista, liberal y moderada del papel que ha de desempeñar la religión en nuestras sociedades y, por ello, de un punto de vista no ya compatible sino realmente heredero del proceso secularizador que hemos vivido en las sociedades occidentales durante los últimos doscientos o trescientos años. Y he ahí, creo yo, el punto flaco de la posición mantenida por Rorty y Vattimo que tanto agrada a Savater. Vayamos por partes, yo comparto plenamente, desde mis posiciones agnósticas, la defensa de un concepto de religión fundado en la tolerancia y el pluralismo, y en ese sentido estoy plenamente de acuerdo con los autores. Es precisamente por ello que no me duelen prendas en reconocer lo que entiendo como superioridad de la civilización occidental con respecto a este tema, por más que haya también de reconocer sus limitaciones en otros aspectos. No obstante, ello no quita para que nos olvidemos de ser mínimamente realistas. La religión débil que Rorty y Vattimo parecen proponer de la mano de su bastante más conocido pensamiento débil es, hoy por hoy, impracticable en buena parte del planeta donde la mayoría de la población aún no cuenta con un grado siquiera mínimo de bienestar y el proceso secularizador puesto en marcha por el Renacimiento y después la Ilustración no han hecho mella alguna en el monolitismo dogmático y autoritario de las viejas instituciones. Es más, hasta en nuestro ilustrado mundo occidental hemos asistido en los últimos años a un cierto renacer del oscurantismo religioso que amenaza con echar por tierra uno de los pilares sobre los que se asientan buena parte de nuestros logros como civilización: el secularismo. {enlace a esta historia}

[Fri Feb 17 08:47:36 CST 2006]

Hace unos días, el historiador Josep Fontana publicó un artículo titulado El Partido Popular y la Constitución de Cádiz en el diario El País en el que, tomando como punto de partida el inicio de la campaña montada por el PP para solicitar un referéndum sobre la reforma del Estatuto catalán, reflexiona sobre el concepto de nación y, por ende, el de nación española. Así, sacando a colación la contradicción en que caen los dirigentes del PP al alabar la Constitución de Cádiz de 1812 como paradigma de defensa de la nación, Fontana señala:

Que eso de la nación española no había quedado muy claro en 1812 lo demuestra el hecho de que Antonio Alcalá Galiano —que no por ser un político corrupto dejaba de ser, a la vez, una de las mentes más lúcidas del liberalismo español— dijera en la sesión del estamento de procuradores de 12 de marzo de 1835: "Uno de los objetos principales que nos debemos proponer nosotros es hacer a la nación española una nación, que no lo es ni lo ha sido hasta ahora".

Parece curioso que un liberal español (y españolista) como Alcalá Galiano escribiera esas palabras en 1835 cuando tanto se nos repite estos días desde las filas de la derecha que España siempre ha sido una nación desde tiempos inmemoriales... o, cuando menos, desde la época dorada de los Reyes Católicos. Y es que, como de costumbre, la leyenda, la mitología nacionalista, suele estar reñida con los hechos históricos, y esto es así ya se trate de los nacionalismos periféricos o del central, pues en ambos casos parece haber una necesidad imperiosa de echar mano del pasado para justificar los desmanes de hoy. El nacionalismo, después de todo, hunde sus raíces en el irracionalismo romántico del siglo XIX, y vive más de mitos y leyendas que de hechos. Pero aún más importante me parecen las reflexiones que hace Fontana sobre las diferencias entre Estado y nación:

Nada puede ser más nefasto que confundir la idea del "Estado", una comunidad de ciudadanos libres, iguales en derechos y en deberes, ligados al gobierno por un pacto social que se renueva en cada votación general, con la de la "nación", un concepto de identidad cultural que ninguna ley —ni constitución, ni estatuto— puede imponer o prohibir, porque pertenece al dominio de la conciencia.

Esa dañina mentira que es el "Estado-nación", una invención jacobina que sirvión el el siglo XIX para completar el proceso de homegeneización de algunos Estados que llevaban ya siglos por este camino, ha originado en la Europa del siglo XX millones de muertos y procesos montruosos de limpieza étnica, que han implicado el desplazamiento de grandes masas de población.

Hay en el mundo actual unos 200 Estados y más de 2.000 etnias y nacionalidades. Empeñarse en esta malsana identificación entre el Estado y la nación podría conducir o a 2.000 guerras de independencia, con muchos millones de muertos, o a 2.000 actos de asimilación forzada y de genocidio cultural, no menos condenables. La única salida racional de una situación semejante es la del Estado plurinacional que garantice la convivencia en paz y tolerancia de etnias y naciones.

En la Palestina sometida al Imperio Otomano, que era una estructura política plurinacional, musulmanes, judíos y cristianos vivían en paz, al igual que lo hacían, en otros lugares del imperio, los griefos o los armenios. Una paz que acabón cuando el Imperio Otomano se convirtió en la nación turca y emprendió sus propias operaciones de limpieza étnica.

Nada puede ser más peligroso que remover imprudentemente, como está haciendo en la actualidad el PP, un complejo mal definido de sentimientos, más que de ideas, nacionalistas, que la propia voluntad de confusión ha llevado a que nunca se clarifiquen adecuadamente. Porque en sus aguas profundas se mezclan, junto a razones culturales plenamente legítimas, prejuicios racistas (como los que sirvieron en 1812 para restringir el acceso de los españoles negros a a la ciudadanía), mitos irracionales que perpetúan viejos odios (no hace tanto que se han retirado las cabezas de moros que colgaban en algunas catedrales, o que se ha dejado de celebrar la resurrección de Cristo lanzándose a una simbólica matanza de judíos) y desprecios ancestrales entre los distintos miembros de una comunidad.

Puede parecer bastante paradójico, pero a comienzos del siglo XXI, quizás lo más progresista sea precisamente regresar a construcciones políticas como las del Imperio Otomano o el Imperio Romano en las que convivían múltiples etnias y nacionalidades pacíficamente, aunque de cuando en cuando se producían encontronazos, por supuesto. En este sentido, es interesante subrayar cómo uno de los mayores quebraderos de cabeza para los emperadores romanos en lo que respecta a su política interna fue precisamente el mantener a raya al nacionalismo judío, quizás el único por aquel entonces que venía a presagiar una forma de organización política (el Estado-nación) completamente incompatible con el carácter multiétnico y multinacional del Imperio. A lo mejor la forma política del futuro no es sino algo similar a aquéllo, tal vez tomando la forma de organizaciones supranacionales donde cada uno de los elementos componentes pueden sentirse como en casa al tiempo que ceden parcelas considerables de soberanía a una entidad superior. {enlace a esta historia}

[Wed Feb 15 09:27:23 CST 2006]

José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia Política en la UNED, ha publicado un artículo hoy en El País sobre el escándalo de las viñetas de Mahoma que merece la pena destacar aquí. Como bien menciona Torreblanca, a menudo parecemos padecer en Europa una crónica pérdida de confianza, quizás causada por la mala conciencia de nuestro reciente pasado colonial, entre otras cosas, que nos lleva a mantener actitudes falsamente neutrales que vienen a oscurecer más que aclarar las circunstancias.

El que la historia no acabe aquí demuestra claramente hasta qué punto, de tanto creernos que utilizamos un doble rasero en nuestras realaciones con el mundo musulmán, hemos terminado por aplicárnoslo a nosotros mismos. Porque ¿cuál fue la reacción del presidente iraní cuando el mundo se indignó por su negación del Holocausto y por sus bastante explícitos deseos de borrar a Israel del mapa? ¿Pedir disculpas? ¿Declarar que cree firmemente en el derecho de los judíos a vivir en paz en las tierra de sus antepasados y abrir sinagogas donde les plazca? Claro que Mahmoud Ahmadinejad no tuvo que preocuparse por la suerte de los iraníes que residen en el extranjero, ni por la seguridad de sus embajadas, ni tampoco acerca de un hipotético embargo comercial contra productos iraníes. Desgraciadamente, la vida es siempre más fácil para los fanáticos que para los demócratas. Cosa bien distinta es que hayamos renunciado a darnos cuenta.

(...) Por otro lado, parece evidente que la prohibición de representar gráficamente a Mahoma. Se trata de un tabú religioso, equiparable a la prohibición de comer cerdo, beber alcohol, recibir transfusiones de sangre, interrumpir el embarazo, no usar los ascensores en sábado o llegar virgen al matrimonio. Ninguno de esos tabúes vincula a los no creyentes y, por lo tanto, su cumplimiento ni les puede ser exigido ni menos impuesto con coacciones.

Aceptar que el sinnúmero de tabúes religiosos existentes vincula a los que no los comparten o someter la libertad de expresión a la prohibición de blasfemar supondría, sin duda, el fin de cualquier posibilidad de libertad en nuestras sociedades. Precisamente, ése es el valor del concepto de tolerancia: resignarnos a aceptar aquello que siendo legal, nos disgusta moralmente. Que los líderes religiosos y políticos del mundo musulmán no quieran aceptar este hecho es lo verdaderamente preocupante porque esta manera de entender la vida y la libertad, especialmente el papel de la religión y sus dogmas, constituye el núcleo de nuestra forma de vida y ha sido ganada sobre la base de mucho esfuerzo y sufrimiento. El editor del Jyllands-Posten ha pedido perdón a quien se haya sentido herido, pero se ha negado rotundamente a comprometerse, tal y como le exigen, a no publicar nunca más caricatura alguna de Mahoma. Es una decisión legítima, y debemos estar preparados para respaldarla, aunque no se esté de acuerdo.

Y es que, una vez más, pareciera que hemos perdido los papeles en esta Europa postmoderna. La desorientación es tal que ni siquiera sabemos en qué consisten nuestros valores esenciales. El nivel de desconocimiento de nuestro propio pasado, nuestra Historia, nuestra civilización y valores, es tal que nos vemos obligados continuamente a pedir perdón hasta por haber esparcido por la Tierra conceptos como el de democracia, tolerancia o libertad. No se trata de negar el lado oscuro de la expansión colonial europea, ni tampoco de lanzarse en un alocado salto adelante al estilo estadounidense, marcado por el talante arrogante y la ignorancia casi absoluta de los demás, sino de tener las ideas bien claras sobre qué elementos de nuestra propia cultura son positivos y, por tanto, merecen ser protegidos e incluso promovidos en el resto del mundo. En otras palabras, tenemos la obligación de sacudirnos de encima la enorme carga de duda existencial y falta de confianza propagadas por el movimiento políticamente correcto durante las últimas décadas. Será entonces cuando nuestra Europa esté en condiciones de solucionar la crisis a que se ha visto abocada recientemente con el fracaso del referéndum constitucional en Francia y Holanda, por ejemplo, pues estoy convencido de que la causa última de esa crisis no es sino la desorientación generalizada y la más absoluta pérdida de valores que se ha extendido por nuestras sociedades durante los últimos veinte o treinta años. Como decía, no se trata de forzar las manecillas del reloj y retornar a tiempos supuestamente mejores, ni tampoco de imponer viejos dogmas simplificadores al estilo Bush, sino de aclarar una vez más quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, sin complejos ni problemas, sin dudas ni temores. {enlace a esta historia}

[Fri Feb 10 14:54:43 CST 2006]

Echándole un vistazo a algunas columnas viejas que aún no había leído, me encuentro con unas acertadísimas palabras de Alejandro Gándara sobre el dichoso escándalo de las caricaturas de Mahoma:

Cuando el personal empieza a hablar de prudencia, sentido común y respeto aplicados a lo que hacen unos caricaturistas en un periódico danés de incierta tirada es que los meapilas dominan el mundo. (Luego, acabamos hablando de "tropelías", como Rajoy). No digamos cuando Zapatero junta en el mismo tema lo "legal" y lo "moralmente reprochable" (¿es que hay una legalidad moralmente reprochable y otra irreprochable?). Si el derecho a la libertad de expresión hubiera que ejercerlo con prudencia, sentido común y respeto, no necesitaríamos libertad de expresión. Bastaría con la prudencia, el sentido común y el respeto, cualidades todas ellas de la mente creadora, como a nadie se le escapa.

Ahora imaginemos el derecho a la vivienda y el derecho al trabajo ejercidos históricamente con prudencia, sentido común, sin tropelías y de modo moralmente irreprochable. Pues la mayoría estaríamos viviendo debaje de un puente. Y ésta es la otra. Los derechos humanos han sido conquistas, y a pesar del apelativo no venían con la especia. O sea, son humanos porque han sido conquistas humanas, como la Luna o el alcantarillado urbano, por nada más. Y justo entonces pasan de ser solamente derechos a convertirse en deberes. Principalmente, en el deber de conservarlos contra las viejas tiranías, inevitablemente interesadas, del respeto, el sentido común, la prudencia o lo irreprochable. Que, por cierto, ya imponen su imperio en la vida práctica y que no tienen nada que hacer en el campo de los derechos y deberes humanos, que son los que son, sin mengua ni matiz, ni corrección a posteriori (el famoso "no era eso, no era eso").

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[Thu Feb 9 07:37:10 CST 2006]

El triste estado de la cuestión sobre los tan traídos y llevados dibujos de Mahoma, ilustrado for Romeu. Cuando el paroxismo religioso conduce a este tipo de sinsentidos, no tiene uno más remedio que llevarse las manos a la cabeza y desesperar por la estupidez humana, capaz de asesinar al prójimo en venganza por haber publicado unas viñetas ofensivas. Parecemos haber perdido el sentido de la mesura.

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[Sun Feb 5 14:29:52 CST 2006]

Llevamos ya varios días en los que no para de hablarse del escándalo originado por las caricaturas de Mahoma publicadas en el diario danés Jyllands-Posten y la reacción de amplias capas de musulmanes alrededor del mundo. No sólo se han producido las esperadas amenazas de muerte contra el dibujante y los encargados de cualquier medio de comunicación que se atreva a reproducir las imágenes, sino que en los últimos días hemos visto masivas manifestaciones de creyentes musulmanes contra lo que consideran no ya simplemente una blasfemia sino un atentado contra su dignidad. Como suele ser costumbre, las autoridades políticas de los países de mayoría musulmana tampoco han contribuido nada a calmar los ánimos, dedicándose en su lugar a exigir al Gobierno danés que cierre el periódico que publicó los dibujos e inicie trámites legales contra ellos. El resultado era de esperar, y en vez de reconducir el problema por un camino más reponsable y constructivo, dichos gobiernos no han hecho sino azuzar los ánimos y extender la ira entre sus propias masas empobrecidas. Las propuestas y demandas para que la Liga Árabe se pronuncie al respecto, así como las amenazas de cortar las relaciones diplomáticas con el Gobierno de cualquier país cuyos medios de comunicación publiquen las viñetas de la discordia, han caldeado el ambiente lo suficiente para que las masas hayan podido desbordar a las autoridades y hayan asaltado y quemado un par de embajadas en Siria y el Líbano.

Hay que considerar, me parece, varios elementos en esta disputa. En primer lugar, uno no puede evitar subrayar la paradoja de que las hordas de musulmanes ortodoxos clamen al cielo contra un dibujo de Mahoma escondiendo una bomba en el turbante y lo hagan precisamente llamando al asesinato de los autores del dibujo y la imposición de su propia ley sobre otros países. En otras palabras, que no han hecho sino confirmar precisamente lo que el dibujo ilustraba: en nombre de Mahoma el Profeta, estos individuos se creen con el derecho a imponer su fe, su moral y sus ideas sobre el resto del mundo, aunque sea a costa de asesinar y atemorizar. Segundo, no está de más recordar que en nuestros propios países (pero, sobre todo, en los EEUU) también se han dado en el pasado más bien reciente casos similares en los que grupos de ortodoxos (en este caso cristianos, pero igualmente dogmáticos) pretendieron acabar con ciertas exposiciones artísticas que les parecían inmorales. No hay más que recordar casos como el de La última tentación de Cristo o el de la fotografía Piss Christ, de Andrés Serrano. No está de más que los ultraconservadores americanos, y todos aquellos que comulgan con ruedas de molino cuando se trata de admitir los excesos de la ortodoxia cristiana, recuerden ahora la viga en el propio ojo. No obstante, esto no quita para que uno deje de reconocer que el problema es mucho mayor, y sin duda más presente, en el caso de las sociedades de mayoría musulmana, lo cual nos lleva a un tercer elemento que hemos de tener bien presente. Durante las últimas elecciones presidenciales estadounidenses, George W. Bush gustaba de usar el argumento de que hay individuos que no piensan que ciudadanos de color (como los de Irak) tengan derecho a vivir en paz y democracia, en un desesperado y simplista intento de defender sus políticas. Pues bien, este escándalo viene a demostrar cómo el problema no es tanto que los habitantes de Irak tengan o no derecho a vivir en democracia, sino que parece evidentemente razonable pensar, a la vista de lo sucedido, que hoy poy hoy hay pocos países de mayoría musulmana donde la sociedad civil cuente con los prerrequisitos necesarios para construir una democracia liberal. El Presidente Bush puede hacer gala de un optimismo ilimitado y basar su política exterior en la archiconocida ingenuidad americana, pero el camino del infierno está repleto de buenas intenciones, y la democracia no puede implantarse así porque sí, y menos aún desde un gobierno extranjero y con tropas de ocupación, por más que él elija mirar hacia otro lado cuando alguien esgrime estos argumentos. Por tanto, la cuarta conclusión que podemos extraer de estos acontecimientos es que las sociedades de mayoría musulmana aún tienen que andar un buen camino antes de que se den en ellas las condiciones necesarias para poder construir un sistema democrático sólido, y esto queda más claro todavía si cabe al oír las demandas de que el Gobierno danés intervenga en el asunto, demostrando una ignorancia completa de un concepto tan básico como el de la libertad de expresión sobre la que se fundamenta buena parte de nuestras libertades políticas. Para bien o para mal, la civilización occidental no puede entenderse sin el proceso de secularización que comenzó con el Renacimiento y progresó imparable con la Ilustración y el desarrollo de las ciencias allá por los siglos XVII y XVIII, y esto es algo que no se acepta ni desde los cuarteles del cristianismo ultraconservador ni desde la ortodoxia mulsumana. La diferencia es que los primeros, por más que se hayan fortalecido durante las dos últimas décadas (sobre todo, una vez más, en los EEUU), no pasan de ser una minoría en Occidente y es más bien improbable que logren cambiar los fundamentos de nuestro sistema de libertades, mientras que todo parece indicar que los segundos son de hecho la mayoría en los países musulmanes. Yo diría aún más: parece probable que el Islam como tal, en su propia raíz, sea incompatible con un sistema democrático tal y como lo conocemos en el mundo desarrollado. Se trata de algo sobre lo que aún he de reflexionar más a fondo, pero que no descartaría del todo. El Corán, al contrario que la Biblia, expone de forma detallada la normativa que todo buen musulmán ha de seguir no ya en el contexto de su propia vida privada sino incluso en el ámbito político o económico, y dichas normativas no se inspiran en principios filosóficos compatibles con la democracia occidental. De ahí que haya algunos que hablen de un conflicto de civilizaciones que puede asustar pero que no por ello sea a lo peor un fiel reflejo de los asuntos con los que estamos lidiando.

En todo caso, y a pesar de que quien me conozca bien sabrá que no es mi estilo hacer mofa de las creencias religiosas de los demás, no me queda más remedio que ser consecuente con mis ideas y publicar en estas páginas la viñeta de la discordia en señal de solidaridad con los medios de comunicación y los individuos que están siendo amenazados de muerte por ejercer su libertad de expresión, fundamento donde los haya de nuestra civilización. Si algo caracteriza a las sociedades libres y democráticas es precisamente la existencia de una crítica abierta de las instituciones de cualquier tipo, incluyendo las religiosas. La tiranía es incompatible con la sátira, y siempre lo ha sido.

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[Fri Feb 3 11:34:16 CST 2006]

El número de la semana pasada de la revista estadounidense Time incluía un artículo sobre el enorme aumento del gasto público experimentado bajo la presidencia de George W. Bush que, de paso, venía a romper unos cuantos mitos que a menudo se oyen en las tertulias radiofónicas de este país. Resulta que el artículo en cuestión incluía un interesantísimo gráfico comparando el incremento del gasto público a nivel federal desde mediados de la década de los sesenta y ajustando las cifras a las tasas de inflación. La sorpresa vino al observar cuáles fueron las presidencias responsables del mayor incremento en el gasto público:

Johnson 35,5%
Nixon 10,8%
Ford 5,2%
Carter 7,5%
Reagan 19,1%
Bush 6,4%
Clinton 6,7%
George W. Bush 20,9%

En otras palabras, que contra lo que se suele aceptar comúnmente, han sido precisamente los presidente conservadores quienes más han abusado del gasto p&uaute;blico. Llama la atención el hecho de que Ronald Reagan, tan dado él a los discusos neoliberales donde arremetía sin piedad contra lo que él consideraba un Estado irresponsable, gigante y demasiado entrometido en las vidas de los ciudadanos, administrara ni más ni menos que un incremento del gasto público del 19,1% respecto al presupuesto del Presidente Carter. Parece obvio que la retórica va por un lado y las acciones por otro, lo cual no debería sorprender a nadie, pero cuesta trabajo de creer dado el nivel de partidismo exacerbado y propaganda del tres al cuarto que domina los "análisis" políticos en los EEUU de un tiempo a esta parte. Tanto se nos machaca con eso de que los demócratas son los claros representantes del big government que cifras como las que pueden leerse sobre estas líneas no pueden dejar de sorprender. Supongo que, una vez más, el sentido común no es tan acertado como solemos presumir. {enlace a esta historia}

[Fri Feb 3 10:41:44 CST 2006]

El País publicó hace un par de días que Simone Ortega había sido condecorada con la Orden de las Artes y de las Letras de la República Francesa. Se trata, ni más ni menos, que de la autora del archiconocido 1080 recetas de cocina, publicado por Alianza Editorial. A decir verdad, nunca me había preocupado mucho por echarle un vistazo al libro, hasta que me mudé a vivir con otros estudiantes en un piso del barrio de Prosperidad en Madrid, y el compañero con más experiencia, Juan Maroto, sugirió que compráramos una copia del libro de Simone Ortega para al menos comer decentemente. Resulta que, cuando nos marchamos del piso al finalizar el curso académico, cada uno de nosotros se quedó con algo, y a mí me tocó el recetario de cocina. Pues bien, aún lo conservo en la cocina de mi casa, bastante manoseado por cierto, pues aunque no cuenta con ilustración alguna, está repleto de buenos consejos y recetas de platos de lo más tradicional (potajes, caldos, tortillas...). ¿En qué otro libro de cocina podemos encontrar instrucciones sobre cómo cocer huevos? En lugar de explicar cómo cocinar platos sofisticados, Simone Ortega nos enseño a apreciar la cocina de siempre, los platos de la abuela, lo cual nunca está de más en una sociedad que avanza tan vertiginosamente hacia la modernización que olvida a menudo su propio pasado. Así pues, me alegro de leer que la autora ha sido condecorada por nuestros vecinos. {enlace a esta historia}

[Wed Feb 1 10:21:23 CST 2006]

El País publica hoy un editorial titulado Partido Populista que da en el clavo en lo que respecta a la estrategia que parece estar aplicando el PP en los últimos tiempos:

Mariano Rajoy inició ayer en Cádiz la campaña de recogida de firmas para pedir al presidente del Gobierno que convoque un referéndum en toda España sobre el Estatuto catalán. Dado que la campaña se desarrollará en paralelo a la discusión del texto en el Congreso, es difícil no ver en la iniciativa un intento de sustituir o presionar a las instituciones. Pedir firmas a favor de la unidad de España y la igualdad de todos los ciudadanos, para contraponer esos dos objetivos al Esatuto catalán que se debate en las Cortes, es puro ventajismo político destinado a movilizar sentimientos más que razones. Algo especialmente arriesgado cuando no faltan sectores interesados en presentar la discusión sobre el nuevo Estatuto como un enfrentamiento entre Cataluña y el resto de España.

Uno se espera este tipo de iniciativas de IU, la verdad. En su caso, casi siempre se justifican con llamamientos a la movilización popular en nombre de una democracia directa más bien izquierdizante que real. No se lo ve uno venir tanto de un partido con serias aspiraciones de gobierno, como es el caso del PP, y solamente podemos explicarlo una vez que entendemos la enorme desesperación en la que parece encontrarse inmersa la direccio´n del PP desde que perdieran las elecciones de marzo del 2004. Una vez perdida la brújula, se apuntan a lo que sea con tal de desgastar a un Gobierno que consideran ilegítimo, lo reconozcan o no públicamente. Resulta que tenemos ahora un principio de acuerdo del que se han descolgado los radicales de ERC (sí, se trata de los mismos que usaban los señores del PP para meternos el miedo en el cuerpo), que de hecho tiene bastantes posibilidades de ser aprobado en el Parlamento y con el que hasta el líder del PP en Cataluña, Josep Piqué, ha mostrado cierto nivel de acuerdo, pero ello no es óbice para que el PP continúe con su política de tierra quemada. Mucho me temo que esto no cambiará hasta que vuelvan a convocarse elecciones generales, si es que en ese momento se produce un triunfo claro del PSOE. Hasta que eso suceda, dudo mucho que podamos ver una oposición leal y responsable del PP. Sus líderes están demasiado convencidos de que les robaron las últimas elecciones como para que estén dispuestos a bajarse de la parra.

Precisamente hoy mismo publica también El País un artículo de opinión firmado por Andrés de Blas en el que hace un llamamiento al entendimiento y la comprensión entre los nacionalismos de España (esto es, tanto los periféricos como el central). De Blas subraya las aportaciones de los nacionalismos vasco, catalán y gallego a España, que tan a menudo son completamente ignoradas por la amplia mayoría de la ciudadanía: primero, el enriquecimiento de la vida cultural española gracias a la recuperación de unas lenguas que estaban en vías de extinción; segundo, la construcción de un Estado de corte federalista que se nos presenta una y otra vez como modelo de organización territorial y responsable último de buena parte de los avances sociales y económicos vividos durante las dos últimas décadas; y tercero, el vital apoyo que prestaron en su momento al proceso de transición a la democracia. A todo ello, yo añadiría también la contribución que tanto el PNV como CiU han hecho repetidas veces a la gobernabilidad, tanto con el PSOE como con el PP. Se trata, sin lugar a dudas, de contribuciones de extremada importancia que casi siempre tendemos a minusvalorar, cuando no a olvidar por completo. Haríamos bien en tomarlas en consideración cuando hablemos sobre el problema de los nacionalismos, aunque sólo sea para, como afirma de Blas, contribuir algo a un diálogo del que tan necesitados estamos. {enlace a esta historia}