[Fri Jul 29 11:25:03 CDT 2005]

Si ayer escribí sobre el anuncio del IRA y los comentarios que ya hemos oído en España haciendo comparaciones con ETA, hoy me encuentro con una acertada viñeta del humorista Máximo publicada en las páginas de El País donde se muestra a dos individuos sentados en un sillón y el siguiente diálogo:

— Lo de ETA no tiene nada que ver con lo del IRA.
— Desde luego. Allí están terminando de hablar y aquí no hemos comenzado.

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[Thu Jul 28 21:20:27 CDT 2005]

El IRA nos ha sorprendido a todos hoy con el anuncio del desarme total. Como es lógico, la noticia ha sido acogida con regocijo por la mayoría de irlandeses y británicos, mientras los dos gobiernos han manifestado un cauto optimismo. Después de todo, el desarme aún ha de llevarse a cabo y debe ser, obviamente, verificado por las autoridades. Tampoco han faltado quienes, aquí en España, han aprovechado para comparar el proceso de pacificación irlandés con el cenagal vasco, y la verdad es que a pesar de las posiciones oficiales de Zapatero, Rajoy y casi todos los líderes políticos y hasta tertulianos, no les falta algo de razón. El llamado movimiento de liberación nacional vasco estuvo casi desde el principio modelado no ya sólo siguiendo los pasos de la guerrilla del Tercer Mundo sino también del IRA. Quizás esto no fuera tan claro al principio del todo, pero sobre todo en los años setenta y ochenta, el entorno de ETA prefirió organizarse de acuerdo a unos patrones muy similares a los del IRA y el Sinn Fein: el grupo terrorista como brazo armado del movimiento, y el partido como brazo político, en tanto que se fomentaba al mismo tiempo un amplio entramado de organizaciones sociales en otros ámbitos como el sindical, vecinal, ecologista, antimilitarista, etc. Desde luego, casi me atrevería a decir que a partir de principios o mediados los años ochenta ETA y Herri Batasuna comenzaron a mirar más hacia Irlanda del Norte que hacia una guerrilla tercermundista que había sido aplastada sin piedad hacía ya más de tres lustros. Lo aceptaran o no en público, la izquierda abertzale tenía bien claro por entonces que sus reivindicaciones se insertaban en el contexto político, económico y social de una democracia representativa en el corazón de Europa, y no en un ambiente de descolonización que podía ser muy romántico pero les quedaba bien lejos en todos los sentidos. Como ya he repetido muchas veces, guste o no guste la solución final al conflicto vasco será negociada o no será, por más que pataleen Rajoy y los suyos. No hay vuelta de tuerca, y el éxito del proceso de pacificación norirlandés no hace sino acentuar este hecho.

Ahora bien, me parece que hay aquí también una buena lección histórica que aprender en lo que concierne al fracaso estrepitoso de la vía de la lucha armada tomada por el IRA y ETA allá en los años sesenta. El hecho de que en estos casos había ciertos motivos de identidad nacional tras el conflicto no ha hecho sino atrasar el momento de su punto final, pero no por ello debe engañarse nadie pensando que ni el IRA ni ETA han conseguido nada de nada después de tantos años derramando sangre. Seamos claros. ¿De qué han servido las más de tres mil víctimas asesinadas por uno u otro bando durante el tiempo que duró el conflicto norirlandés? ¿Alguien duda acaso de que seguramente hubieran logrado algo parecido a lo que al final han firmado (quizás hubieran conseguido incluso más) si hace unos treinta años hubieran apostado firmemente por la lucha pacífica y la movilización social en lugar de tomar las armas? Después de todo, por poner tan sólo unos cuantos ejemplos, catalanes, gallegos y escoceses han conseguido un buen tanto sin necesidad de disparar ningún tiro, por no hablar de los avances experimentados por la población negra en los EEUU, si preferimos pensar en un grupo social que estaba seriamente oprimido allá por los años sesenta. ¿De qué sirvieron, en definitiva, tanta sangre, tanto odio, tantos recursos malgastados, tantas vidas desperdiciadas en la clandestinidad y la prisión? Y, cuidado, porque no estoy sosteniendo que la lucha política no sirve para nada. No me estoy refiriendo a eso. Me estoy limitando a contraponer precisamente la lucha política a la toma de armas, a la adopción de una estrategia de la violencia que, estoy convencido, no ha contribuido en nada a resolver el conflicto norirlandés, como tampoco está ayudando en nada a resolver el problema vasco. Ha llegado la hora de que nuestros políticos acepten que la única salida posible al conflicto vasco es la salida negociada, sí. Pero tampoco es menos cierto que hace ya mucho tiempo que ETA debía haber abandonado la armas y adoptado una estrategia puramente política. Todos podemos extraer lecciones valiosas de la experiencia norirlandesa, a pesar de que ni unos ni otros parezcan estar dispuestos a reconocerlo. Y, por cierto, los terroristas palestinos también harían bien en aprender esta lección. {enlace a esta historia}

[Wed Jul 27 12:22:11 CDT 2005]

El fenómeno del terrorismo islamista de los últimos años parece estar sacando a demasiada gente de sus casillas, lo cual me parece preocupante. Entiendo que se trata de un fenómeno nuevo y amenzante, la primera ver que nuestros países conocen ataques de esta magnitud desde 1945, y el fanatismo de unos individuos capaces de volarse a sí mismos en mil pedazos con tal de hacer daño al "enemigo" no contribuye a calmar los ánimos. En cualquier caso, entiendo que lo mínimo que se le puede pedir a quienes nos gobiernan es que sean capaces de mantener la calma y puedan tomar decisiones racionales. Por el contrario, lo que estamos viendo son reacciones como las del Presidente del CGPJ, Francisco José Hernando, justificando que la policía de Londres dispare a matar porque "estamos ante una guerra" que, para más inri, procedió a calificar como "Tercera Guerra Mundial". Da miedo pensar que éstas no son las palabras de un contertulio radiofónico en medio de un ataque de pasión justiciera, sino que se trata ni más ni menos que del Presidente de nuestra máxima instancia judicial (Hernando es también Presidente del Tribunal Supremo). La responsabilidad última quizás no la tenga otro sino el Presidente estadounidense, quien en lugar de mantener la calma en su momento y atreverse a tomar el liderazgo internacional proponiendo una batería de medidas para luchar contra el terrorismo a todos los niveles, no se le ocurrió otra cosa que sacar la pistola y disparar a lo loco. Lo importante, pareciera, no es solucionar los problemas, sino tan sólo demostrar que uno es un macho con "claridad moral". Por supuesto, dar tiros y usar palabras duras contribuye más a dar la imagen de ideas claras que... en fin, que de hecho tener las ideas claras y actuar de una forma consistente. Lo cierto es que en lugar de hacer un llamamiento a la calma, reflexionar sobre lo que de hecho era un nuevo fenómeno y proponer medidas para paliarlo (no creo que seamos capaces jamás de solucionarlo, sino tan sólo de paliarlo, por más que cueste explicarlo a los ciudadanos), el Presidente Bush creyó más conveniente lanzar su particular cruzada contra el Mal. Ni que decir tiene que ni siquiera se molestó en definir el mal, ni falta que hace. A estas alturas todos lo tenemos bien claro: el mal es aquello que disguste a la Casa Blanca, pues solamente alguien con la suficiente "claridad moral" (es decir, solamente Bush y sus correligionarios) son capaces de distinguir entre buenos y malos. Y en esas estamos. Mientras tanto, el terrorismo no hace sino crecer y expandirse, secuestrar, asesinar y plantar bombas acá y allá.

Viene todo esto a cuento de la famosa "alianza de civilizaciones" que Zapatero propusiera durante su discurso en la ONU hace unos meses, y que ciertos políticos (Mariano Rajoy, por ejemplo) han convertido en objeto principal de sus ataques inspirados por aquella otra máxima del Presidente Bush también ante la ONU en la que afirmara que "la respuesta adecuada a las dificultades no es la retirada, sino imponerse". Nadie está proponiendo "la retirada", pero la política estadounidense de lanzarse a golpes en el patio del colegio con el primer individuo que se ponga por delante de uno tampoco parece que esté conduciendo a ningún sitio. Al señor Rajoy le puede parecer ridícula la propuesta de una alianza de civilizaciones entre Occidente y el mundo árabe (de hecho, ha usado esas mismas palabras para calificar la propuesta de Zapatero), pero aún nos tiene que explicar cuál es su solución. ¿Prefiere Rajoy hacer la guerra abierta al mundo árabe? ¿Acaso piensa que así acabaremos con el terrorismo islamista? ¿Qué es lo que propone entonces? Porque, la verdad sea dicha, cuesta trabajo pensar que seamos capaces siquiera de paliar el problema del terrorismo islamista sin llegar a algún tipo de acuerdo con los países árabes y trabajar junto a ellos. En definitiva, que, como suele suceder en muchos otros temas, ante este problema tenemos por un lado a aquellos que prefieren trabajar con seriedad pero sin llamar la atención y, por el otro lado, a quienes prefieren dedicarse a la política de la pose. {enlace a esta historia}

[Wed Jul 27 08:59:20 CDT 2005]

El Parlamento gallego vivió hoy el primer día de la sesión de investidura del Presidente de la Xunta, y el socialista Emilio Pérez Touriño ha aprovechado para declarar que la reforma del Estatuto gallego servir´ para que "nos diga quiénes somos". No, mire usted, no. Si tenemos que depender de un Estatuto, una Constitución o cualquier otro documento legal para saber quiénes somos la verdad es que pintan bastos. Sencillamente, no es sensato hacer política del concepto de identidad nacional, en el que, por otra parte, yo no tengo fe alguna. Cuando un Gobierno declara públicamente que su intención es definir y defender la identidad colectiva se me pone la carne de gallina. Me importa bien poco si el político en cuestión es del PP, del PSOE, de IU o de cualquier otro partido. Por favor, dejemos las identidades colectivas al margen del debate. Lo que tenemos que discutir son los problemas de los ciudadanos, y no la ontología de los pueblos. {enlace a esta historia}

[Sun Jul 24 16:07:55 CDT 2005]

Francisco Bustelo publicó ayer en las páginas de El País un artículo sobre el legado histórico del franquismo que viene a manifestar un punto de vista bastante distinto al que yo mismo he expresado en estas notas de cuando en cuando. Para empezar, aclara Bustelo que quienes defienden la memoria franquista en la España de hoy no alcanza a representar un a un mero puñado de individuos y que a estas alturas los cuarenta años de dictadura no parecen ser sino un mal sueño. No obstante, Bustelo cree reconocer un cierto revisionismo histórico tomando forma estos días (imagino que Pío Moa, aunque ni siquiera es mencionado en el artículo en cuestión, ha de estar bien presente en los pensamientos de Bustelo cuando escribe estas líneas) y que, de acuerdo a su análisis, parece concentrarse en tres argumentos:

El primero consiste en decir que la Segunda República era incapaz de garantizar la convivencia pacífica de los españoles y que había una izquierda revolucionaria y antidemocrática a cuyos desmanes puso coto la sublevación militar de julio de 1936. El segundo argumento es que Franco mantuvo a España fuera de la Segunda Guerra Mundial. El tercero es el desarrollo económico del país que se produjo durante el franquismo y que, al atenuar mucho las tensiones sociales, permitió a la muerte del dictador la transición pacífica a la democracia.

A estos tres argumentos (argumentos, por cierto, que he de reconocer yo mismo comparto en grandes líneas) responde Bustelo haciéndonos ver que: primero, si bien es cierto que durante la Segunda República existía una izquierda revolucionaria y antidemocrática empeñada en instaurar un sistema comunista, tampoco es menos cierto que la inestabilidad política había sido una constante de la Historia de nuestro país durante algo más de un siglo, así como la afición de los sectores más reaccionarios por el golpismo; segundo, Franco no hizo demasiados esfuerzos por mantener a nuestro país al margen de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, sino que su no beligerancia fue más bien consecuencia directa de la oposición de Hitler a aceptar algunas de las condiciones que el Generalísimo planteaba como prerrequisito para intervenir, en concreto la entrega de todo el Marruecos francés; y, finalmente, Bustelo remarca cómo países como el Reino Unido o Italia vieron un mayor nivel de crecimiento económico durante los años sesenta y setenta, crecimiento que quizás podría haberse extendido a España si no hubiera sido por el aislacionismo en que nos sumió la dictadura.

Tiene razón Bustelo, siempre y cuando nos limitemos a considerar lo que podrían haber sido consecuencias positivas de la implantación de un régimen democrático en nuestro país al finalizar la Segunda Guerra Mundial. A ver si logro explicar esto en mayor detalle. Para empezar, no estamos haciendo sino política ficción, lo cual siempre es peligroso. En este sentido, el hecho de que otros países de nuestro entorno experimentaran un asombroso crecimiento económico durante los años de la postguerra no garantiza absolutamente nada, y no deberíamos tomarlo como indicador evidente de que el mismo crecimiento se hubiera dado en España en caso de haber sido una democracia en aquel momento. Pero aún más importante me parece subrayar el hecho de que estamos entrando aquí en un peligroso juego de política ficción, pues no hay garantía alguna de que la España de los años sesenta hubiera sido ni siquiera remotamente similar si el alzamiento de julio de 1936 no hubiera tenido lugar. De hecho, no podemos siquiera imaginar si la Europa de los sesenta hubiera sido similar tampoco. El triunfo de una revolución comunista en la España de finales de los treinta hubiera introducido un elemento completamente nuevo en el tablero de juego y sus consecuencias hubieran sido imprevisibles. No creo honesto (ni posible) especular sobre qué hubiera sucedido en un escenario como el que aquí nos planteamos. Y lo mismo podemos decir respecto a los otros dos elementos mencionados por Bustelo en su artículo.

Así pues, no estoy tanto en desacuerdo con el contenido del artículo de Bustelo como con su aproximación al problema, pues entiendo que no se trata tanto de comparar el franquismo factual con lo que podría haber sido una democracia consolidada en la España de la postguerra que jamás se dio en la vida real, sino que nuestro esfuerzo debería dirigirse más bien a considerar no sólo los elementos negativos de la herencia franquista que tan bien conocemos sino también sus contribuciones, que bien pudieran resumirse en los tres argumentos esbozados por Bustelo y que cito más arriba. Lo cierto es que la sublevación de julio de 1936 de hecho trajo una estabilidad política al país que no se había dado durante más de un siglo, y pocos pueden dudar de que esta estabilidad algo haya tenido que influir en el desarrollo económico posterior. Y lo mismo cabe decir respecto al hecho de que España no entrara en la guerra del lado del Eje (al menos como miembro oficial de la alianza). No se trata aquí de hacer análisis psicológicos sobre lo que el mismísimo Franco hubiera o no deseado en sus más oscuros sueños, sino de lo que realmente sucedió. Evidentemente, nada de esto es óbice para que también hayamos de reconocer el retraso histórico en que nos sumió el franquismo en los aspectos de desarrollo político y social o critiquemos la brutal represión de la postguerra como lo que fue, un fascismo cruel y asesino. En definitiva, que mi desacuerdo con Bustelo no está tanto en su oposición al franquismo como en su empeño en contraponerlo a las bondades de una idea alternativa que jamás existió (esto es, la de una España democrática en los años sesenta). Lo que se está haciendo necesario es, sin lugar a dudas, un análisis menos apasionado de aquellas décadas de dictadura. Sin embargo, como el propio Bustelo advierte, lo más probable es que aún hayamos de esperar unos cuantos años más antes de que esto sea posible. {enlace a esta historia}

[Sun Jul 17 11:11:55 CDT 2005]

Ayer, mientras navegaba por la red, me encontré con una colección de reproducciones de pinturas de odaliscas que me pareció bastante interesante. Para aquellos que se pregunten qué diablos es una odalisca, la definición aproximada sería la de una mujer esclava o concubina en un harem. La colección incluye retratos de pintores de distinto prestigio, pero la mayor parte en buena parte desconocidos para la amplia mayoría del público: Henri Matisse, Lord Frederick Leighton, Sir Frank Dicksee, Giovanni Costa, François Boucher... En todo caso, los cuadros me llevaron a plantearme ciertas reflexiones sobre el tema. En primer lugar, se ha convertido casi en un lugar común estos días el aceptar que el ideal de belleza femenina se comenzó a asociar con una figura esbelta en algún momento del siglo XX, pero los retratos de estas odaliscas nos presentan una realidad bien distinta. Si bien es cierto que algunas de ellas están bien entraditas en carnes (por ejemplo, las retratadas for François Boucher, o una de las retratadas por Ingres), la mayor parte de ellas son bien delgadas para la época. Así pues, a la vista de estos retratos, no me queda nada claro que el modelo ideal de belleza femenina asociado a una figura delgada naciera a principios del siglo XX, sino que ya parecía estar bien presente en pleno siglo XIX. Si este fuera el caso, no está tan claro entonces que este cambio en la percepción de la belleza femenina tenga que asociarse necesariamente con el incipiente desarrollo de una cultua de consumo de masas, como se nos ha dicho a menudo. En verdad, pareciera que el proceso comenzó mucho antes, si bien ello no es impedimento alguno para que el consumismo contemporáneo lo haya acelerado e impuesto casi universalmente tal vez. Pero, en segundo lugar, también me sorprendió el aura de sensualidad con que se rodea a la figura de la odalisca en estos retratos, sobre todo la que aparece de forma simbólica, y que va más allá de las posturas seductoras de las modelos. Así, la idea del harem se asocia constantemente con sedas sensuales y ambientes exóticos donde no figura tanto la comida como la arquitectura espaciosa y decorativa, las alfombras de diseño árabe y cortinas bordadas. En otras palabras, lo que se está retratando aquí es la suntuosidad y la sensualidad que rodea a nuestra imagen mental de la odalisca, y esta idea es tan potente en nuestros días como lo era en la Europa del siglo XIX, lo que quizá debería hacernos considerar hasta qué punto nuestra sociedad, tan rica en términos puramente monetarios, ha aprendido a disfrutar de lo sensual. La atracción de lo dionisíaco aún está ahí, apenas sin explotar, pese a todos los cambios sociales experimentados en las últimas décadas. A lo mejor no somos tan ilustrados como nos gusta considerarnos a nosotros mismos. {enlace a esta historia}

[Thu Jul 14 21:36:26 CDT 2005]

El Cultural publicó la semana pasada un par de poemas inéditos de Rafael Alberti recién recuperados de los archivos de la antigua Unión Soviética que vuelven a sacar a la palestra, una vez más, el tema del compromiso del intelectual durante el siglo XX y los horrores justificados por los llamados compañeros de viaje. Llama la atención, ciertamente, la incapacidad del poeta, tan abierto a la experiencia de lo sutil, para reconocer el despotismo depredador de Stalin, el monstruo a quien prefiere tratar como "padre y maestro y camarada". La Unión Soviética de 1937 que Alberti retrata no contiene ni una sola mención de las ejecuciones diarias por entonces llevadas a cabo de forma habitual por los matones de la NKVD. Las purgas estalinistas se dejan de lado en nombre de la solidaridad internacionalista. Alberti prefiere entregarse en cuerpo y alma a cantar las supuestas bondades del asesino georgiano, lo que no quita para que hoy se le idealice como "poeta revolucionario", como "poeta comprometido" con el pueblo (ciertamente, no con el pueblo ruso que se atreviera a disentir), un alma llena de sueños de justicia social e igualdad universal. ¿Qué le diferencia de esos otros poetas que cantaron los parabienes del fascio en los años treinta? ¿Qué le diferencia de Manuel Machado, Marinetti o Ezra Pound? Mucho me temo que se trate tan sólo de que aquéllos apostaron a caballo perdedor. La Historia, es bien sabido, la escriben los vencedores, y esto se aplica tanto a las izquierdas como a las derechas. La izquierda, en general, salió victoriosa de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, y al mismo tiempo que su influencia política se extendión por la Europa de la postguerra, otro tanto le sucedió a su influencia intelectual. Los intelectuales del fascismo asesino perdieron y cayeron en desgracia, mientras los intelectuales del comunismo no menos asesino disfrutaban al sol en la margen izquierda del Sena. Paradójicamente, éste es el mismo motivo que ha llevado hoy en día a destronar a Sartre y sus camaradas del altar de los grandes intelectuales a quienes el público ha de reverenciar. Y es que hoy también apostamos a caballo ganador, criticando los errores de quienes apoyaron el comunismo y convenientemente echando en saco rato los pecadillos de todos aquellos intelectuales que prefirieron apoyar las dictaduras militares en Chile, Argentina o Vietnam usando la Guerra Fría como excusa para justificar un supuesto mal menor. Y es que la naturaleza humana cambia bien poco. Los vientos soplan unas veces a favor de la izquierda y otras de la derecha, pero la facilidad con la que caemos en el error de apoyar dictaduras supuestamente liberadoras continúa ahí, imperturbable. Y que conste, nada de esto tiene en absoluto nada que ver con la calidad poética de los versos de Alberti. Estas notas van referidas únicamente a su faceta política de intelectual comprometido. {enlace a esta historia}

[Thu Jul 14 19:36:54 CDT 2005]

El Cultural publica una entrevista con el director de cine Fatih Akin sobre su documental Crossing the Bridge, donde intenta capturar la esencia de Turquía (Akin nación en Hamburgo, pero sus padres son de origen turco) a través de su música. Me parecen interesantes sus reflexiones acerca de Turquía y la Unión Europea, principalmente por su falta de dogmatismo:

... también quería comprobar si Turquía es suficientemente europea para entrar en la Unión Europea, y pensé que observar y escuchar su música sería una interesante manera de averiguarlo. (...) He aprendido que a una pregunta no existe sólo una respuesta. Por ejemplo, no hay sólo una respuesta a si Turquía debería estar en la Unión Europea. He aprendido que la situación en Turquía es mucho más compleja de lo que imaginaba. He aprendido que el oeste no termina en Grecia ni el este termina en China. Eso sólo son fronteras imaginadas. (...) Mi cine quiere eliminar las fronteras. Sólo espero que algún día ya no tenga importancia ninguna de dónde procede cada uno. Y si mis películas ayudan a alcanzar ese objetivo, me sentiré totalmente satisfecho con ello.

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[Thu Jul 14 19:12:53 CDT 2005]

Hay ocasiones en las que el ensimismamiento académico casi llega a los límites de lo imposible. Baste como ejemplo el artículo que ha escrito José Luis Brea en las páginas de El Cultural sobre las Humanidades en la Universidad europea, repleto hasta la saciedad de una palabrería sin apenas contenido, un discurso ensimismado que no parece hacer esfuerzo alguno por conectar con la sociedad que existe más allá de los muros de la universidad, apenas a sus puertas. ¿Es que alguien podría concebir un texto más barroco, enrevesado y vacuo que el del señor Brea, tan rebosante de una verborrea incontenida que difícilmente acierta a esconder siquiera la falta de contenido y propuestas reales? Ahí va una buena parrafada, para que nadie me acuse de acusar sin pruebas. Y gárrense, que la cosa tiene su miga.

Ese modelo europeo debería entonces distinguirse con perfil propio del estadounidense que viene guiando el tránsito a la universidad de la excelencia —el modelo de transferencia engranada entre universidad y tejido económico-productivo por la vía del encadenamiento entre producción avanzada de conocimiento y motorización de la vida económic— precisamente por el reforzamiento en el proceso de los dispositivos agenciadores de reflexividad que, desde la universidad, aseguren que el horizonte al que apunte la transformación no sea ajeno a los intereses de optimización de las condiciones de vida común.

Ese debería ser el papel que unas humanidades renovadas habrían de cumplir en la nueva universidad del conocimiento. No tanto el encastillamiento en la defensa cerrada de un repertorio asentado de realizaciones históricas o de valores presuntamente esenciales a la condición humana, sino más bien la aportación de herramientas analítico-conceptuales que permitiesen al sujeto de conocimiento relacionarse con las producciones culturales y simbólicas —y no sólo las del pasado, sino especialmente las propias de su tiempo—, fuertemente armado de cualidades para su recepción, y aún producción, reflexivo-crítica. A la hora de valorar la importancia que para la universidad del conocimiento supondría este reforzamiento de tales humanidades no tendríamos que embarcarnos en cuentas inmediatistas, y más o menos ruines, sobre números de matriculaciones o egresados con éxito en los mercados de trabajo, y a partir de una mirada estratégica de más amplio alcance, considerar serenamente las ventajas que para los intereses de nuestra universidad podría conllevar su reforzamiento, desarrollo y redefinición.

¿Pero de qué rábanos está hablando este señor? Bueno, eso más o menos lo sabemos gracias a la claridad meridiana del título: Humanidades, humanidad, (el modelo europeo de la universidad del conocimiento) (por cierto, que tampoco entiendo a qué viene esa coma justo antes del paréntesis, ni tampoco el uso del paréntesis mismo; en fin, debe tratarse de un factor más para confundir al lector y que éste asuma de entrada que el autor ha de ser extremadamente culto). En todo caso, aparte del estilo pretencioso e hiperbólico, no acierto a ver en todo el artículo una sola propuesta real, de carne y hueso, que nos ayude a solucionar los problemas que tiene planteados hoy en día la universidad europea. De hecho, releyendo algunas frases casi me da la sensación de que Brea ha de haber escrito esto en broma, con la única intención de tomarles el pelo a los editores de El Cultural. {enlace a esta historia}

[Mon Jul 11 09:26:43 CDT 2005]

Si hace unos días Rajoy montó un buen revuelo en España al declarar a la cadena COPE que en Gran Bretaña nadie le está pidiendo a Blair información puntual sobre los hechos que condujeron a los ataques terroristas de la semana pasada en Londres (insinuando claramente que los políticos británicos se han portado con más dignidad que los diputados de la oposición socialista cuando fue Aznar a quien le tocó vivir momentos amargos), hoy mismo podemos leer todos cómo Tony Blair descartará hoy en el Parlamento una investigación detallada sobre si el 7-J podría haberse evitado, como exige la oposición conservadora. En otras palabras, que a lo mejor los británicos tampoco están actuando de una forma tan diferente, aunque ya se sabe que en España tenemos esta dichosa costumbre de pensar que todo lo que venga de allende los Pirineos debe ser siempre mejor. Se trata de algo así como un nacionalismo exacerbado pero a la inversa. Claro que lo de Rajoy es bien distinto. En ese caso se trata más bien de simple oportunismo político casado con una desorientación crónica desde que fuera apeado del poder.

En cualquier caso, todo esto nos lleva a plantearnos una vez más la respuesta británica (y la española) al terrorismo islámico, dejando bien claras las diferencias que las separan de la melodramática reacción estadounidense. Vaya por delante el reconocimiento de que la escala de los ataques de 11-S sobre Nueva York sobrepasó con creces la de los atentados en Madrid o Londres. No obstante, me parece importante señalar las diferencias entre las reacciones de los estadounidenses, por un laod, y la de británicos y españoles, por el otro. El error fundamental de la Administración Bush con respecto a los ataques del 11-S fue el concebirlo como un ataque más o menos convencional contra el que habría de lanzarse una guerra, por tanto, también convencional. Como afirma el historiador Timothy Garton Ash escribe en las páginas de El País hoy mismo:

... la reacción adecuada no consiste, como les gustaría hacernos pensar a los comentaristas de la cadena estadounidense Fox News, en emplear más poder militar eliminar "al enemigo" en Irak o algún otro lugar. Consiste en una política inteligente de información y vigilancia. La policía metropolitana de Londres, que rechazó la melodramática metáfora de la guerra, describió los sitios de las explosiones en el metro y el autobús como "escenas del crimen". Eso es lo que son. Crímenes. Esta policía trabaja en la ciudad con más diversidad étnica del mundo y ha desarrollado unas técnicas pacientes para establecer relaciones comunitarias y recopilar informaciones, además de investigar después de los hechos. No es que así se puedan prevenir todos los ataques. No se pudo impedir éste. Pero es la labor de la policía en el propio país, y no el envío de soldados al extranjero, lo que puede ayudar a reducir la amenaza que representan unos terrorisas que actúan y a veces —como en los atentados de Madrid el año pasado—, viven desde hace años en las comunidades de inmigrantes de nuestras grandes ciudades. Es no sólo en Londres y Madrid, sino también en Toronto, París o Berlín. (...) Se hizo bien en expulsar a Al Qaeda de Afganistán mediante la fuerza de las armas. En cambio, cada vez está más claro que la invasión de Irak fue un error que, casi con certeza, ha creado más terroristas de los que eliminó. Pero ahora tenemos que sacar el mayor fruto posible de un trabajo mal hecho. Lo último que debemos hacer, después de este atentado, es apresurarnos a dejar Irak. Al contrario, es el momento de que todas las democracias se unan en la causa de construir un Irak pacífico y encaminado hacia la libertad y de que, al mismo tiempo, insistan en la necesidad de cambios en la política de ocupación por parte de un Estados Unidos que ya no está tan entusiasmado ni tan lleno de la soberbia neoconservadora de hace tres años.

No se trata de una guerra ni muchísimo menos, salvo en la retórica de los prebostes estadounidenses. Tan poco acostumbrados estaban a sufrir ataques en su propio suelo, que fueron incapaces de ver en los ataques terroristas del 11-S otra cosa sino un "acto bélico como el de Pearl Harbor", una provocación a la guerra, un ataque de un desdibujado ejército enemigo en toda regla, el comienzo de unas hostilidades a las que la única superpotencia que logró sobrevivir a la Guerra Fría estaba dispuesta a responder con las armas en la mano y la valentía de quienes no olvidaron los sacrificios de "la generación más grande", la que se batió el cobre en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Y he ahí, precisamente, donde uno se da cuenta de que los dirigentes estadounidenses andan a la deriva, por más que lancen mensajes de certitud moral: cuando se han encontrado con un nuevo tipo de combate (la guerra de baja intensidad característica del terrorismo, pero esta vez complicada por un mundo globalizado y unas redes de apoyo internacionales), no han sabido responder sino con las categorías mentales del pasado, las que le son mucho más familiares, las únicas que conocen y que les llevaron a la cúspide del poder mundial. De ahí que, frente al mosquito terrorista, hayan lanzado salvas de cañón y, frente a estructuras de organización etéreas y difíciles de localizar en el mapa, se hayan lanzado a enviar tropas acorazadas e invadir estados. El problema de fondo es la estrategia de Bush para acabar con el fenómeno terrorista. Lo está afrontando como si se tratara de un conflicto bélico convencional, cuando lo cierto es que tiene poco de convencional. Eso sí, una guerra "como las de siempre" se presta mucho más al patriotismo y la retórica grandiosa que el trabajo policial o de inteligencia, lo cual siempre viene bien cuando las bases están tan idelogizadas como lo están ahora mismo entre los grupos conservadores estadounidenses, poco proclives a los análisis complejos y las posiciones matizadas. En unas circunstancias como éstas, el eslógan fácil y el discurso grandioso siempre venden más. {enlace a esta historia}

[Fri Jul 8 11:50:51 CDT 2005]

Anoche estuve leyendo el reportaje especial sobre la figura de Abraham Lincoln que Time magazine publicó hace un par de semanas, y me sorprendió gratamente su profunda capacidad para entender la naturaleza humana y mostrarse comprensivo incluso ante los errores de sus oponentes. Como sucede con muchos otros grandes personajes históricos, también en el caso de Lincoln se han producido excesos de mitomanía, simplificando y distorsionando demasiado algunas de sus posiciones. Así, por ejemplo, siempre se le presenta como el gran luchador contra la esclavitud, como el liberador de los negros, olvidando convenientemente que también afirmó en varias ocasiones su convicción de que las diferencias naturales entre blancos y negros prácticamente garantizaban que jamás podríamos ver una auténtica igualdad entre las distintas razas. De hecho, incluso después de la declaración aboliendo la esclavitud, Lincoln estaba convencido de que lo más conveniente era que los negros, una vez liberados, abandonaran el país y se marcharan a vivir a otro continente. Como decía cuesta trabajo compaginar esta realidad con la imagen mítica del Lincoln liberador, pero se trata, al fin y al cabo, de las contradicciones típicas de las que ninguno estamos libres. En cualquier caso, en estos días de discursos radicalizados y guerras globales resulta esperanzador leer frases como la que pronunciara Lincoln acerca de los esclavistas del Sur, los perdedores de la guerra:

They are just what we would be in their situation. If slavery did not now exist amongst them, they would not introduce it. If it did now exist amongst us, we should not instantly give it up.

Más relevante aún me parece su posición acerca de la posición que debían tomar quienes se oponían a la esclavitud:

It was useless, he explained in another address, to employ "thundering tones of anathema and denunciation", for denunciation would be met by denunciation, "anathema with anathema".

Haríamos bien en aprender de tan sabias palabras, en lugar de lanzarnos con tanta asiduidad a promulgar dogmas de fe y excomulgar a los pecadores. En el ambiente político de hoy, en esta era post-9/11, sobran los eslóganes y falta humanidad. Abraham Lincoln tiene mucho que enseñarnos al respecto, a pesar de que también a él le tocara vivir tiempos difíciles y amargos en los que hubiera sido bien fácil echar mano de alguna excusa para justificar el dogmatismo y la cerrazón contra el enemigo. {enlace a esta historia}

[Fri Jul 8 10:57:44 CDT 2005]

No ha habido que esperar mucho antes de que algún político nacional saque los pies del trasto y se lance a una campaña de retórica divisiva con motivo de los atentados de ayer en Londres, precisamente el comportamiento que, como dejé escrito anoche, debíamos evitar. Hoy, Mariano Rajoy, quien hace tiempo ya que se entregó en cuerpo y alma al objetivo de desgastar al Gobierno sea cuales sean las consecuencias, ha aprovechado las bombas de los terroristas islámicos para exigir cambios en la política antiterrorista de Zapatero. Durante una entrevista en la cadena COPE, ha comenzado con los aperitivos, reflexionando en voz alta sobre cómo los políticos británicos no están exigiendo a Blair ninguna información puntual sobre los hechos, como se hizo con Aznar. Claro que, y esto se lo parece callar el señor Rajoy, Blair no ha intentado culpar al IRA de los atentados en una miserable maniobra para ganar votos, ni tampoco se ha empeñado en levantar cortinas de humo para disimular precisamente la bajeza de un comportamiento electoralista en el que nadie de su Gobierno ha incurrido en ningún momento. Por si eso fuera poco, Rajoy ha señalado después cómo nadie entendería que el Parlamento británico aprobara una moción como la que aprobó nuestro Congreso autorizando el diálogo con ETA. Pues no, en el caso británico lo que se aprobó fue el diálogo con el IRA, claro, y de hecho sirvió para poner fin al terrorismo norirlandés que había causado miles de víctimas durante décadas. Parece que Rajoy está esforzándose, erre que erre, en meter a todos los terrorismos en el mismo saco, como si eso fuera a solucionar nada. Seguramente, dentro de poco también nos hablará de la conexión entre ETA y Saddam Hussein para así poder justificar el apoyo a Bush en Irak. Y, como colofón final, se descuelga tildando la alianza de civilizaciones propuesta por Zapatero como una "tontería", y defendiendo la imposición del modelo occidental por todo el mundo. Cuesta trabajo creer que Rajoy piense que así disminuirá el terrorismo islámico, o que quizás aumentará el grado de apoyo a los países occidentales en el resto del mundo. ¿Y cómo piensa, exactamente, el señor Rajoy expandir ese modelo occidental por el mundo? ¿Habremos de invadir el resto de naciones, una tras otra, hasta que aprendan lo que es bueno? El comentarista estadounidense Thomas Friedman publica hoy un artículo en The New York Times donde subraya cómo se trata de un problema musulmán que necesita una solución musulmana. El mundo occidental puede contribuir a la solución, pero en realidad ésta sólo puede provenir directamente desde dentro de las sociedades musulmanas que han generado el problema en primer lugar. Son ellos quienes han de construir un nuevo consenso ético que condene sin paliativos fenómenos como el fundamentalismo religioso o las prácticas terroristas. Hasta que eso suceda, bien poco podemos hacer desde Occidente, aunque por desgracia podemos hacer mucho para empeorar la situación, y en eso parecen estar trabjando precisamente el Presidente Bush y Mariano Rajoy. {enlace a esta historia}

[Thu Jul 7 21:06:25 CDT 2005]

Los terroristas han vuelto a golpear, esta vez en Londres. Una vez más, es hora de respetar a las víctimas en silencio y evitar la retórica divisiva contra tal o cual política. Cuando el dogmatismo asesino golpea no podemos perder el tiempo dándoles publlicidad y mostrándoles el triste espectáculo de la crítica sin tregua entre nosotros mismos. Frente al totalitarismo no ha de habre distinciones ideológicas en el seno de los demócratas. {enlace a esta historia}

[Thu Jul 7 06:47:06 CDT 2005]

Nada ha habido tan destructivo en el siglo XX como el concepto izquierdista de pueblo (salvo su correspondiente simetría en la derecha política, el concepto de nación, por supuesto). Me refiero aquí al pueblo como concepto político, como ente abstracto que acoge solamente a la gente común y humilde, pues el terrateniente no puede ser pueblo en este sentido, como tampoco lo puede ser el rico burgués. Ambos son parte de la población de un país, pero no miembros de pleno derecho del pueblo como término progresista, como representante auténtico de la gente común. En este sentido, el concepto de pueblo sirve (¿servía?) en el seno de la izquierda una función similar a la del concepto de nación dentro de la derecha: separar los elementos leales de aquellos que se nos oponen, demarcar entre amigo y enemigo. Viene todo esto a cuento de las reflexiones que han tenido lugar últimamente acerca de la responsabilidad de la izquierda en el estallido de la Guerra Civil española (la responsabilidad de la derecha, aclarémoslo para evitar confusiones, siempre ha sido evidente, y nada ha cambiado para que tengamos que reconsiderar eso). Fueron precisamente los conceptos políticos excluyentes los que nos condujeron a un callejón sin salida en los años treinta. Si la derecha no puede nunca representar al pueblo auténtico, no puede quedar duda alguna de que incluso cuando gane unas elecciones por clara mayoría aún no podemos considerarla democráticamente legítima. Lo mismo sucede por el otro lado. Si la izquierda, por definición, no puede representar los intereses de la nación, entonces cualquier gobierno izquierdista, por más que cuente con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos, no puede considerarse sino una aberración, una marioneta al servicio de intereses extranjeros. He ahí, precisamente, el origen de todos los problemas políticos del siglo XX: la defensa a ultranza de abstracciones políticas basadas en una filosofía de la exclusión siempre conlleva, tarde o temprano, la división radical y el enfrentamiento civil. Huyamos de conceptos absolutos y excluyentes. {enlace a esta historia}

[Wed Jul 6 13:49:49 CDT 2005]

La negativa francesa y holandesa a aprobar la Constitución de la UE en referéndum parece no sólo haber sumido a Europa en una seria crisis política, sino que también está llevando a muchos a cuestionarse la evolución misma de la democracia representativa en la sociedad contemporánea. Así, Juan Palomo menciona de pasada en las páginas de El Cultural cómo el filósofo Paul Virilio cree ver una clara transición de una democracia basada en las opiniones a otra basada en los estados de ánimo. La verdad es que tampoco podemos culpar a Virilio, pues lo cierto es que muchos de quienes se opusieron al proyecto de Constitución para la UE lo hicieron más por desprecio a la clase política que como auténtica manifestación de una opinión razonada, lo cual no es óbice (¡cuidado!) para reconocer que había (y hay) motivos para el cabreo generalizado. Pese a todo, no se puede negar que el frente del no es tan heterogéneo que difícilmente puede representar alternativa alguna. En este sentido, me recuerda a; movimiento anti-OTAN que se desarrollara en España cuando el referéndum de 1986, y que algunos pensaron (concretamente dentro de ciertos sectores del PCE) que podría revitalizar a la izquierda transformadora en nuestro país. Al final, como bien sabemos, todo quedó en aguas de borrajas. Salvó el pellejo a los comunistas, quienes ya veían acercarse el fin de su histórico partido, pero bien poco más que logró.

Mucho más profunda y sugerente me parece la idea de Claude Lefort de que totalitarismo y democracia van de la mano. Se trata de algo que nos parece demasiado anti-natural, contrario al sentido común, como suele suceder con casi todas las buenas ideas. Como se señala en la reseña de La incertidumbre democrática:

Para Lefort, la democracia es la novedad radical e irrenunciable de la modernidad política. Y la democracia es la fractura de la unidad social y política, del continuum corporativo, y metafóricamente corporal, que había caracterizado al Antiguo Régimen. (...) El totalitarismo es el terror a la incertidumbre, el rechazo de la fragmentación social que la democracia impone y de la que se nutre. Vano sería pensar que el totalitarismo es un residuo del pasado, definitivamente trascendido. "¿No sería posible —pregunta Lefort— concebir el totalitarismo como una respuesta a los interrogantes planteados por la democracia, como la tentativa de resolver sus paradojas?"

Esto ciertamente vendría a explicar la retórica antidemocrática de los fascismos de entreguerras, así como los furibundos ataques contra la democracia burguesa provenientes de los sectores comunistas hasta tiempos bastante recientes. No obstante, yo lo llevaría incluso más lejos, subrayando cómo el totalitarismo representa no ya el terror a la incertidumbre y a la fragmentación social de la democracia, sino también la respuesta desesperada a la ausencia de valores absolutos en el proyecto mismo de la Modernidad y, por tanto, se trata de algo bien presente en nuestros días. Sería bonito (y bien fácil) presentar el combate entre totalitarismo y democracia como algo que culminó con la caída del muro de Berlín, cuando en realidad no se trata sino de una oposición que recorre la Modernidad de principio a fin, y de la cual aún no nos hemos deshecho. {enlace a esta historia}

[Tue Jul 5 17:48:07 CDT 2005]

Las declaraciones de Josep Piqué criticando la actitud de Acebes y Zaplana han levantado una comprensible polémica estos días. Digo "comprensible" porque cualquier declaración de un alto cargo de un partido político criticando a los líderes nacionales saltará directamente a los grandes titulares del día, y son muchos quienes se esfuerzan en transmitir siempre una imagen de cohesión y unidad, como si esto fuera un indicador auténtico de fortaleza, en lugar de ser, como sucede mucho más a menudo, síntoma de prácticas semiautoritarias y acallamiento forzado de cualquier disensión interna. Y es que uno no entiende bien por qué la democracia española aún no ha aprendido a asumir la crítica interna en los partidos como algo más que mero altercado o riña de patio. Imagino que los capitostes políticos han hecho su trabajo y descubrieron hace tiempo que a los ciudadanos no les gusta el debate interno, viéndolo más como división de fuerzas que como método de llegar a soluciones inteligentes. En fin, bien poco podemos hacer al respecto. Pero, sea como fuere, lo cierto es que Piqué tiene más razón que un santo, por más que hoy mismo haya tenido que desdecirse públicamente en nombre de la sacrosanta unidad del partido. Desde que perdiera las elecciones legislativas (de hecho, desde que Aznar regresara de su exilio dorado en los EEUU para poner las cosas sobre la mesa), el PP ha hecho una oposición frontal, vociferante, belicosa, que solamente puede explicarse por el convencimiento que tienen sus líderes de que los socialistas les robaron el poder hace un año. En este sentido, recuerda un poco a la actitud que algunos socialistas tomaron cuando las elecciones de 1996 les apearon de La Moncloa. Y es que, por desgracia, el sentimiento patrimonialista del poder parece estar muy arraigado en nuestro país, tanto en la izquierda como en la derecha. Entendiendo, como entienden, que el poder les ha sido robado ilegítimamente, los dirigentes populares se han lanzado en picado hacia una estrategia de la tensión que, en mi opinión, no va a hacer sino costarles más y más votos. Es una pena que la voz serena de Piqué esté siendo acallada en nombre de la disciplina de partido, cuando bien harían todos en oír sus admoniciones. {enlace a esta historia}

[Sat Jul 2 14:23:12 CDT 2005]

El número de la semana pasada de El Cultural incluía una reseña de El colapso de la República, de Stanley Payne en el que se hace un análisis de las causas de nuestra Guerra Civil remontándose a la polarización que se produjera ya casi en los inicios de la propia andadura de la República con el empeño de Azaña y otros por radicalizar la situación aun al coste de dejar atrás a la derecha moderada. Como se afirma en la reseña:

Los principales responsables de esa polarización serían, por un lado, un Partido Socialista que, desde el comienzo del verano [de 1933], veía cómo su principal líder, Francisco Largo Caballero, empezaba a dar lo que se ha conocido como su "giro bolchevique" y, por otro, un partido de base católica —la CEDA— que se había constituido a comienzos de 1933 y cuyo jefe, José María Gil Robles, había hecho también manifestaciones poco respetuosas hacia la democracia parlamentaria durante la campaña electoral de aquel año. Payne aplica a ambas formaciones la denominación de "semileales", de acuerdo con una terminología sugerida por Juan Linz.

Por otra parte, el estimulante programa de reformas acometido por los gobiernos de 1931 no fue gestionado siempre con la prudencia que exigía la profundidad de las transformaciones acometidas y generó tensiones innecesarias. Azaña, que se reconocía un "radical" desde mucho antes de que se estableciera el nuevo régimen, realizó su tarea sin el contrapeso de las derechas, que se quedaron al margen de la consulta electoral de finales de junio de 1931, lo que favoreció el sentido patrimonial del régimen por parte de los nuevos gobernantes. Para Payne se trataba del "renacimiento del radicalismo pequeñiburgués del siglo XIX". Predominó la idea de ruptura con la vieja elite política, con resultados que habrían de revelarse funestos.

Tenemos, así pues, una izquierda —representada por el PSOE— que no las tiene todas consigo a la hora de defender la legitimidad del sistema político republicano y que se deja llevar por los sueños revolucionarios bolcheviques; una derecha —representada por la CEDA— claramente proclive a criticar el parlamentarismo, como hicieran los movimientos fascistas de la época, como mera muestra de la decadencia burguesa; y, finalmente, un centro republicano —en este caso representado por Alejandro Lerroux y Manuel Azaña, fundamentalmente— empeñado en realizar reformas profundas sin contar con el necesario apoyo amplio de la sociedad. En el último caso, habría que reflexionar a fondo (cosa que, por lo que yo sé, aún no se ha hecho) sobre la influencia negativa que el intelectualismo cerrado e iluminado hubiera podido tener sobre los líderes republicanos de la época. En buena parte, el afán regeneracionista que imbuía a Azaña y a tantos otros republicanos liberales tenía más de despotismo ilustrado que de auténtica fe democrática. Sea como fuere, me parece positivo que haya comenzado esta discusión sobre la responsabilidad que casi todas las fuerzas políticas tuvieron en el inicio de la Guerra Civil, lejos de la simplificación propagandística de los últimos años según la cual el peso de la responsabilidad casi caía en exclusiva sobre los hombros del general Franco y sus secuaces. La realidad, como siempre, es mucho más compleja, y supongo que algo habrá que agradecerle aquí a Pío Moa, por más que se haya convertido en una figura denostada y satirizada hasta la saciedad por la izquierda española. {enlace a esta historia}

[Sat Jul 2 10:16:56 CDT 2005]

Releyendo el número de hace un par de días del boletín electrónico Today in Literature me encuentro con una cita de la obra A Man for all Seasons, de Robert Bolt, en la que se dramatiza el juicio de Tomás Moro por traición, y que me parece enormemente relevante en esta época de lucha despiadada (y, a veces, con ambiguos límites legales) contra el terrorismo.

MORE: Yes. What would you do? Cut a great road through the law to get after the Devil?
ROPER: I'd cut down every law in England to do that!
MORE: Oh? And when the last law was down, and the Devil turned round on you —where would you hide, Roper, the laws all being flat? This country's planted thick with laws from coast to coast —man's laws, not God's— and if you cut them down —and you're just the man to do it— d'you really think you could stand upright in the winds that would blow then? Yes, I'd give the Devil benefit of law, for my own safety's sake.

Se trata de una verdad fundamental que la sociedad americana siempre había internalizado profundamente hasta tiempos recientes. Cierto, hubo momentos excepcionales en los que la mayoría se dejó llevar por el pánico y permitió medidas represivas como el internamiento de la población de origen japonés durante los amargos días de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no ha sido hasta nuestros días que la combinación de un nacionalismo exacerbado con el pavor más absoluto a un enemigo que demostró ser capaz de asestar duros golpes en las entrañas mismas del país ha facilitado la aprobación de unas leyes que limitan seriamente el Estado de Derecho e imponen la arbitrariedad del poder ejecutivo sin garantía alguna de que habrá jamás un final al conflicto. Se diría que casi nos encontramos ante un estado de excepción permanente. Locke ha sido derrotado y Hobbes se adueña paulatinamente de la vida estadounidense. Que Dios nos ampare. {enlace a esta historia}