Cuaderno de Bitácora

[Thu May 29 08:47:46 CDT 2003]

Anoche regresamos de un viaje personal a Dakota del Norte en el que tuve ocasión de visitar algunos monumentos locales, el fuerte Abraham Lincoln donde se estacionaron las tropas del Séptimo de Caballería del General Custer y una reconstrucción del poblado de los indios manda, entre otras cosas. Pero lo que más me llamó la atención fue el edificio del capitolio en Bismarck, y no precisamente debido a su extraordinaria belleza. Lo que sucede es que, observándolo desde la parte delantera tal y como lo muestra la fotografía me recordó a las imágenes de la grandilocuente arquitectura totalitaria nazi o estalinista. En concreto, la severidad del monolítico mazacote del edificio principal, con su falta de decoración, sus oscuras y geométricas ventanas trazadas sobre una superficie plana y sobria, así como el enorme y desolador espacio abierto situado justo delante para ensalzar la vista de la torre me trajeron a la memoria otras fotos que había visto con anterioridad, como las del edificio del Parlamento rumano construido por Ceausescu. Salvando las distancias, ambos edificios tienen la misma severidad, la misma falta de proporción, la misma grandilocuente seriedad que solemos asociar con un desmedido poder burocrático. ¿Qué es lo que me pareció tan interesante, pues? Precisamente el hecho de que un edificio de este tipo de hubiera construido para alojar la máxima autoridad política de un estado democrático. La arquitectura de este tipo suele asociarse con estados totalitarios y personalistas.

[Thu May 22 15:39:46 CDT 2003]

El Korea Herald publica un breve artículo sobre las transformaciones culturales en Japón y cómo parecen estar afectando al hábito de la lectura. Los japoneses, al parecer, ya no leen en el metro o el tren de cercanías, sino que se dedican a pasar el tiempo con los juegos electrónicos. Conecta, en este sentido, con lo que escribí hace unos días acerca de Ray Bradbury y Farenheit 451. La principal amenaza cultural a la que nos enfrentamos no es tanto la censura o la quema de libros, sino más bien la desaparición casi completa del hábito de la lectura o, cuando menos, su pérdida de influencia social. No creo que nunca se llegue a dar una desaparición completa, pero sí que parece muy cercano el día en que la mayor parte de los ciudadanos reciban su ración diaria de noticias por los medios audiovisuales y también reciban su dosis diaria de entretenimiento por los mismos cauces. Es la cultura de la palabra escrita la que está en trances de desaparición y me pregunto si con ella también estaremos tirando por la borda el pensamiento crítico.

[Wed May 21 11:34:59 CDT 2003]

John Connolly escribe en el londinense Evening Standard acerca de la pobre calidad de la edición de libros estos días. El autor hace la comparación no ya sólo con las lujosas ediciones de hace unas tres décadas, sino también con las ediciones más baratas de los años sesenta o setenta. No creo que la situación sea muy diferente en los EEUU o España. Yo también tengo bastantes libros en ediciones de bolsillo cuyas páginas amarillentas parecen estar a punto de desintegrarse entre mis dedos. Quizá la práctica más cochambrosa sea la de limitarse a pegar las hojas a los lomos. En cuanto uno usa el libro un poco, se despegan las páginas con la mayor facilidad del mundo. Por el contrario, también hay ediciones baratas como las de Cátedra o Tusquets que, sin embargo, mantienen el tipo bastante bien. ¿Qué trabajo costará hacer las cosas bien?

[Fri May 16 14:07:19 CDT 2003]

El poeta y musicólogo Ramón Andrés acaba de publicar un libro titulado Historia del suicidio en Occidente en el que hace trizas algunos de los mitos respecto a este tema. Así, comenta que no es cierto que las tasas de suicidio en los fríos países nórdicos sea mayor que la de los países meridionales. De hecho, el país con el mayor número de suicidios en estos momentos es Hungría, y tanto Suecia como Noruega tienen menores tasas que Francia. Por lo que respecta a las concepciones morales acerca del suicidio, Ramón Andrés señala que en tiempos romanos su práctica era considerada honrosa entre las clases patricias, y cómo durante los primeros siglos del Cristianismo se consideraba inmoral porque sólo Dios puede disponer de nuestras vidas. No obstante, ello no quita para que la tradición cristiana ensalce a un cierto tipo de suicidas como mártires de la fe.

[Fri May 16 13:43:36 CDT 2003]

Por si hacía falta alguna confirmación a mis sospechas de que mi barrio natal en Sevilla debe estar cambiando a pasos agigantados desde que abandoné España hace ya cerca de diez años, leo un artículo de Abel Infanzón sobre las tropelías urbanísticas que se están cometiendo en Bellavista estos días. Por lo que cuenta, se han construido varios bloques de piso en lo que antiguamente era la fábrica de Uralita, con lo que se oculta la vista de la Real Venta Antequera, edificio modernista diseñado para la Exposición Universal de 1929. Casi pareciera que la especulación del suelo pura y dura de los años del desarrollo franquista hayan vuelto a mi querida Sevilla, con el problema añadido de que no está teniendo efecto alguno en el precio de la vivienda, que continúa en plena alza.

[Fri May 16 13:01:35 CDT 2003]

Al parecer, la Cámara legislativa de Nueva York está considerando un plan para crear zonas culturales en la ciudad. Entre otras medidas, se está pensando en incentivos fiscales y facilidades de préstamo para alquilar solares con finalidades culturales y artísticas. La idea suena interesante, aunque no estoy seguro de que sea muy innovadora. Lo más probable es que similares políticas se hayan puesto en práctica en Europa desde hace décadas. Lo más interesante sea quizá las razones dadas para promover tal programa: un ambiente cultural dinámico no sólo crea beneficios económicos directos mediante la venta de obras de arte y la revitalización de ciertas zonas de la ciudad, sino que también tiene como consecuencia indirecta el atraer mayores niveles de creatividad en otras esferas.

[Fri May 16 09:31:01 CDT 2003]

El novelista Juan Bonilla escribe un corto artículo en el suplemento El Cultural sobre los manifiestos.

Hay una diferencia esencial entre los manifiestos que produjeron los viejos vanguardistas y los manifiestos firmados por una cabalgata de intelectuales que vemos hoy en la prensa: aquéllos pretendían cambiar el mundo, estaban escritos con la convicción unánime de que otra forma de vida era posible, y que incurrieran en algunos sabrosos disparates no los rescataba de ese afán primordial del que habían nacido. Los manifiestos actuales, sin embargo, parecen redactados desde la convicción de que no van a poder cambiar nada, alzan una voz de protesta, señalan el tamaño de una infamia, pero a la vez en sus exigencias yace camuflada la propia impotencia de quien sabe que el alcance de tales exigencias no pasa del plano simbólico.

(...)

Aquellos viejos manifiestos de los vanguardistas --y aun antes el hermosísimo Manifiesto del Partido Comunista-- pretendín diseñar una vida nueva, cambiar las cosas, influir en la realidad a la que se dirigían con afán de cambiarle la cara. ¿Es eso posible hoy? Me temo que debemos conformarnos con levantar las voces o apilar palabras que pujen por poner en evidencia infamias e injusticias a sabiendas de que los infames no se darán por enterados. Aunque por debajo de esas voces supure una resignación que en el fondo sabe que decir y firmar "No a la Guerra", cuando esa Guerra estaba decidida en los despachos del Pentágono hace muchos meses, era como gritar "No a los Accidentes Aéreos". No hay más remedio que gritar, oponerse y luchar contra lo inevitable, aunque sólo sea para que no nos perdamos el respeto a nosotros mismos.

No estoy completamente de acuerdo con lo que escribe Bonilla, pues da a entender que el cambio de tono en los manifiestos se debe tan sólo a una disminución en el grado de control democrático, mientras que la verdad es que sus razones últimas van, me parece, mucho más allá. Para empezar, los manifiestos de los viejos vanguardistas se publicaron en un contexto en el que la utopía tenía del tipo que fuera, de una u otra adscripción política, todavía cierto prestigio. Hoy, por el contario, vivimos en el mundo post-utópico que heredó las ruinas de aquellos sueños. No es tan fácil borrar de la memoria el holocausto nazi, las purgas estalinistas, el gulag soviético, los campos de la muerte de Pol Pot, la tenebrosa reeducación maoísta o las ejecuciones sumarísimas de Fidel Castro, todas ellas llevadas a cabo en nombre de una sociedad mejor, en nombre de una idea mejor. El hombre contemporáneo es escéptico y se muestra sospechoso de los grandes discursos (en los EEUU en mucha menor medida que en Europa), y es bueno que así sea. Pero, por otro lado, también el papel que desempeñan los intelectuales en la sociedad contemporánea ha cambiado. Mientras que artistas e intelectuales estaban a la vanguardia de los cambios durante los años veinte y treinta, y se miraba hacia ellos en busca de respuestas o al menos orientación en los grandes acontecimientos, hoy en día la cultura se ha convertido en entretenimiento y el simple comentario superficial de las noticias diarias pasa por análisis político y social. La sociedad del entretenimiento confunde valor intelectual o integridad personal con simple fama o reconocimiento social, y de ahí también el mayor papel que desempeñan actores y cantantes en los manifiestos de nuestros días.

[Wed May 14 14:32:32 CDT 2003]

Se acerca el quincuagésimo aniversario de la publicación de Farenheit 451, del escritor norteamericano Ray Bradbury, y el autor no las tiene todas consigo que el tenebroso mundo que dibujara en sus páginas se encuentre muy lejos de lo que vivimos hoy en día. Como interesante paradoja, baste destacar que precisamente este símbolo de oposición a la censura no pudiera librarse de sus artimañas para colar cambios aquí y allá. Por ejemplo, la frase "Feel like I've a hangover. God, I'm hungry" se convirtió en "Feel like I've a headache. I'm hungry" tras el corte de tijeras de un censor empeñado en evitar que tamaña perversión llegara a oídos de los adolescentes estadounidenses. Ironías de la vida, cincuenta años después de su publicación, Bradbury no cree que el problema sea tanto la quema de libros como su desaparición o, cuando menos, pérdida de importancia en la sociedad audio-visual que nos rodea. Como indica uno de los personajes de Farenheit 451, "school is shortened, discipline relaxed, philosophies, histories, languages dropped, English and spelling gradually neglected, finally almost completely ignored... No wonder books stopped selling." O, como él mismo dice, "there's no reason to burn books if you don't read them". Me parece que tal actitud es un poco extrema, pues leer se continúa leyendo. Sin embargo, tal vez merezca la pena al menos tener bien presentes las advertencias del novelista, pues no me cabe duda de que la comunicación escrita ha perdido buena parte de la influencia que tenía en favor de unos medios de comunicación que no promueven precisamente el pensamiento crítico o el análisis pormenorizado.

[Wed May 14 07:35:29 CDT 2003]

Leo en El Mundo que acaban de conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales al pensador alemán Jürgen Habermas. Siempre me ha atraído Habermas como un pensador íntegro, erudito e independiente esforzado en reconstruir el discurso de la Ilustración integrando las críticas de los postmodernos, más que cayendo en un simple rechazo de éstos. Su teoría de la acción comunicativa tiene bastante que aportar en este sentido. Sin embargo, quizá lo que sea más digno de alabanza haya sido su constante actitud independiente aun cuando claramente comprometida con las corrientes políticas progresistas y socialdemócratas. Precisamente aquí se enmarcan sus acertadas críticas al movimiento estudiantil de los años setenta como "fascismo de izquierdas" (de hecho, derivaría poco después en la locura terrorista bajo la guisa de una "lucha armada" supuestamente heroica y revolucionaria), o sus comentarios envenenados contra el excesivo acomodamiento de una socialdemocracia europea que en muchas ocasiones no parece siquiera aspirar a reformar la sociedad. De hecho, siempre pensé desde mis años juveniles que la reconstrucción de la izquierda tiene que pasar por ideas muy cercanas a las propuestas por individuos como Jürgen Habermas o Norberto Bobbio.

[Wed May 14 07:24:26 CDT 2003]

Seguramente no sorprenderá a nadie que en 1999 (el último año para el que se tienen estadísticas de este tipo) se publicaran tan sólo 330 traducciones de poesía y novela extranjera en los EEUU, equiparando al líder del mundo desarrollado con las naciones árabes en este respecto. De hecho, la realidad es incluso más desoladora para los estadounidenses pues el número total de libros publicados en su país es mucho mayor. En otras palabras, que la sociedad norteamericana vive en su propia burbuja y no conoce ninguna otra cultura más allá de sus fronteras. No se trata, desde luego, de algo que venga a romper los esquemas. Lo que sí preocupa, por supuesto, es que una sociedad tan insular, tan dada a mirarse al ombligo, tenga también el mayor poder político y militar conocido en la Historia. Estamos, pues, ante un coloso que ni siquiera se molesta en conocer otros puntos de vista antes de lanzarse a la acción.

[Mon May 12 13:53:12 CDT 2003]

Cuando se trata de ciertos lunáticos dictadores, es bien difícil distinguir entre el teatro y la realidad. Sabemos acerca del culto a la personalidad de individuos como Hitler, Mussolini, Stalin, Mao o Pol Pot, y de cómo condujo a extremos completamente absurdos. Sin embargo, nada parece superar el sinsentido del culto a Kim Jong Il. ¿Cómo es posible mantener seriamente que el día que el "Estimado Líder" nació todo el mundo pudo observar una estrella brillante y un arco iris en el cielo mientras un pájaro divino descendía de las altitudes para anunciar el nacimiento del "general que gobernará todo el mundo"? Y a esto hay que añadir su obsesión enfermiza con la cinematografía y el teatro, así como la pretensión de que ha escrito unos 1.500 libros durante su vida. Desde que se hiciera con las riendas del poder, el dictador norcoreano ha ordenado el secuestro de directores y actrices japoneses para disfrutar de su arte en casa, mandado ejecutar al ministro de Agricultura por su manifiesta incapacidad para detener la hambruna en el país y conspirado en múltiples tejemanejes políticos contra sus propios hermanos. No cabe duda de que nos encontramos ante un singular caso de culto extremo a la personalidad que supera con creces a otros casos similares del siglo XX y quizá sólo tenga parangón con el culto faraónico del antiguo Egipto.

[Mon May 12 09:45:04 CDT 2003]

El diario británico The Guardian ha publicado una serie de artículos sobre las costumbres gastronómicas contemporáneas y el desafortunado estado de la cocina hogareña en las naciones avanzadas. La lista de problemas es interminable: temor a que la industria alimentaria esté abusando de productos químicos e ingredientes baratos y de mala calidad, falta de confianza en las instituciones gubernamentales que deben controlar la calidad de los productos, exceso de estrés y falta de tiempo para preparar platos en casa y sentarse a disfrutarlos conversando en familia... Se trata, al fin y al cabo, de un reflejo fiel de las quejas que a menudo oímos en otros campos. Vivimos, al menos en nuestras sociedades avanzadas, en medio de una riqueza material inapelable y, sin embargo, sentimos que la calidad de vida es de hecho inferior a la que disfrutaran nuestros padres. Por lo que hace al campo de la gastronomía, todo esto sucede justo al mismo tiempo que asistimos a un boom de los programas de televisión dedicados a la cocina. De alguna manera, o bien hay de hecho una minoría social que sí que tiene el tiempo para degustar un buen plato mientras que la amplia mayoría de la gente corre de un lado para otro, o bien se trata de una moda más. Es decir, que a lo mejor hay millones de espectadores a los que les atrae ver un programa televisivo sobre la cocina italiana a sabiendas de que nunca van a sentarse a preparar las recetas de las que oyen hablar. La gastronomía como prueba de estatus social, al igual que las marcas de zapatos deportivos o el coche que se conduce. Sea como fuere, no puedo evitar la sensación de que a menudo el estrés que padecemos es causado precisamente por nosotros mismo, y la falta de tiempo es consecuencia directa de nuestras costumbres cotidianas.

[Fri May 9 10:21:30 CDT 2003]

Creo recordar que hace ya unos días hice un comentario acerca de la política económica de George W. Bush en el que manifestaba mi sorpresa por las afirmaciones completamente gratuitas que se oyen desde la Casa Blanca últimamente. Se nos dice que el recorte sustancial de los impuestos debe ser una medida esencial del plan de reactivación económica. Pues bien, al parecer hasta una publicación tan conservadora como la revista británica The Economist encuentra "absurda" la idea de que la reducción de impuestos propuesta por la Administración Bush pueda conducir a una recuperación económica a corto plazo. De hecho, y como yo mismo he dejado escrito antes, se trata de una reforma fiscal que puede o no tener sentido, pero presentarla como una medida de política económica para luchar contra el creciente desempleo es algo que sólo puede hacerse de mala fe o con una supina ignorancia de los fundamentos de economía. Por su parte, el más liberal (en el sentido estadounidense del término) The New Yorker también se suma a las críticas:

If tax cuts automatically created jobs, businesses would be scouring the streets for workers right now, and nobody's twenty-five-year-old children would still have to live at home. Two years ago, after all, President Bush persuaded Congress to pass the biggest tax cuts in a generation. But since then a million and a half jobs have disappeared. By contrast, between 1993 and 2000, President Clinton raised taxes to reduce the budget deficit, and the economy created more than twenty million jobs. Of course, this doesn't mean that higher taxes create jobs, either. The number of people working is determined by the over-all state of the economy, to which fiscal policy is just one contributor. (...) Even taking the President at his word, each new job would cost the government five hundred and fifty thousand dollars in lost revenues, which is about seventeen times the salary of the average American worker. It would be far cheaper for the federal government to give private firms subsidies to hire more people, or to give money to the states, which are facing their worst financial crisis since the Second World War, and which at this moment are being forced to fire teachers, troopers, and health workers. (...) What's more, the President's tax cuts may in the end destroy more jobs than they create. As tax revenues fall and the deficit increases, interest rates will rise, and the higher cost of borrowing will impede business investment and hiring.

Lo cierto es que la economía estadounidense está atravesando una seria crisis en estos momentos, y una cosa es cuando se escriben artículos acerca de Japón o Alemania dando lecciones de sobre los errores de las políticas intervencionistas y el Estado del Bienestar y otra bien distintas cuando se descubre que en todos lados cuecen habas y hasta la paradisíaca economía de mercado estadounidense tiene sus problemas. Eso sí que me parece curioso. Cuando se trata de la economía europea o japonesa, todos los males se achacan a las políticas sociales. Sin embargo, cuando es la economía de los EEUU la que tiene problemas, al parecer no se puede señalar con el dedo acusador a las políticas neoliberales.

[Tue May 6 09:01:52 CDT 2003]

Philippe Legrain publica un magnífico artículo en The Chronicle of Higher Education sobre las exageradas protestas acerca del proceso de globalización. En concreto, Legrain se pregunta si quizá el temor a que las diferentes culturas nacionales puedan perderse ante el ataque del imperialismo yanqui tenga un poco de miedo irracional y un mucho de anti-americanismo primario. Por el contrario, mantiene el autor, el proceso de globalización no sólo significa la expansión de la cultura estadounidense por todo el mundo, sino también la expansión de las otras culturas por el mundo desarrollado, incluyendo a los EEUU. En otras palabras, es posible que estemos asistiendo a un auténtico mestizaje de culturas que, al fin y al cabo, también tiene su veta liberadora.

The beauty of globalization is that it can free people from the tyranny of geography. Just because someone was born in France does not mean they can only aspire to speak French, eat French food, read French books, visit museums in France, and so on. A Frenchman -- or an American, for that matter -- can take holidays in Spain or Florida, eat sushi or spaghetti for dinner, drink Coke or Chilean wine, watch a Hollywood blockbuster or an Almodóvar, listen to bhangra or rap, practice yoga or kickboxing, read Elle or The Economist, and have friends from around the world. That we are increasingly free to choose our cultural experiences enriches our lives immeasurably. We could not always enjoy the best the world has to offer. (...) Globalization not only increases individual freedom, but also revitalizes cultures and cultural artifacts through foreign influences, technologies, and markets. Thriving cultures are not set in stone. They are forever changing from within and without. Each generation challenges the previous one; science and technology alter the way we see ourselves and the world; fashions come and go; experience and events influence our beliefs; outsiders affect us for good and ill.

Podemos ir incluso más allá de estos presupuestos, e incluso poner en duda el propio concepto de imperialismo cultural yanqui recurriendo a los propios números:

It is a myth that globalization involves the imposition of Americanized uniformity, rather than an explosion of cultural exchange. (...) People are not only guzzling hamburgers and Coke. Despite Coke's ambition of displacing water as the world's drink of choice, it accounts for less than 2 of the 64 fluid ounces that the typical person drinks a day. Britain's favorite takeaway is a curry, not a burger: Indian restaurants there outnumber McDonald's six to one. For all the concerns about American fast food trashing France's culinary traditions, France imported a mere $620-million in food from the United States in 2000, while exporting to America three times that. Nor is plonk from America's Gallo displacing Europe's finest: Italy and France together account for three-fifths of global wine exports, the United States for only a 20th. Worldwide, pizzas are more popular than burgers, Chinese restaurants seem to sprout up everywhere, and sushi is spreading fast. By far the biggest purveyor of alcoholic drinks is Britain's Diageo, which sells the world's best-selling whiskey (Johnnie Walker), gin (Gordon's), vodka (Smirnoff) and liqueur (Baileys). (...) In fashion, the ne plus ultra is Italian or French. Trendy Americans wear Gucci, Armani, Versace, Chanel, and Hermès. On the high street and in the mall, Sweden's Hennes & Mauritz (H&M) and Spain's Zara vie with America's Gap to dress the global masses. Nike shoes are given a run for their money by Germany's Adidas, Britain's Reebok, and Italy's Fila.

De hecho, Legrain sólo acierta a ver dos excepciones: el cine de Hollywood y la imparable expansión de la lengua inglesa. Pero incluso aquí las cosas no son tan claras como pareciera, pues en los últimos años Hollywood ha "importado" bastantes directores y actores de otras nacionalidades (Ridley Scott, Stanley Kubrick, Ewan McGregor, Catherine Zeta-Jones, Penélope Cruz, Antonio Banderas...) y algunos de los estudios más poderosos son de propiedad extranjera (Sony es el dueño de Columbia Pictures, Vivendi Universal es francés...). Y, por lo que hace a la lengua, hay regiones de los EEUU donde el inglés está de hecho en retroceso frente a los avances del español. Como afirma el propio autor, la enorme influencia del cine de Hollywood en el mundo puede tener una explicación más económica que política: para financiar costosas y espectaculares largometrajes, es necesario también el tener una amplia audiencia, y esto es algo mucho más fácil de conseguir en los EEUU simplemente debido al hecho de que se trata de un país enorme, con una población de más de 200 millones de personas, bastante dinero en sus bolsillos y una cultura más o menos homogénea.

[Mon May 5 15:40:01 CDT 2003]

Terrence Rafferty escribe un intrigante artículo en The New York Times sobre los cambios artísticos introducidos por el DVD. Se detiene principalmente en la práctica tan habitual de revisitar obras y empaquetarlas de otra forma, con otro final, algunos cambios aquí y otros cambios allá. En este sentido, el autor nos advierte:

Revisiting past work is almost never a good idea for an artist. Every work of art is the product of a specific time and a specific place and, in the case of movies, a specific moment in the development of film technology. Sure, any movie made before the digital revolution could be "improved" technically, but the fact is that the choices the director made within the technical constraints of the time are the movie.

Por supuesto, siempre habrá alguien que salga en defensa del nuevo medio (el DVD) explicando que nos proporciona cierta interactividad que el antiguo medio nos negaba, ayudando a convertirnos, hasta cierto punto, en co-directores capaces de eligir un final alternativo que nos gusta más o de investigar un poco en las técnicas usadas para conseguir este u otro efecto en la gran pantalla. Sin embargo, como afirma Rafferty:

To my old-media mind, the viewer "interacts" with a movie just as he or she interacts with any other work of art --by responding to it emotionally, thinking about it, analyzing it, arguing with it, but not by altering it fundamentally. When I open my collected Yeats to read Among School Children, I don't feel disappointed, or somehow disempowered, to find its great final line ("How can we tell the dancer from the dance?") unchanged, unchanged utterly, and unencumbered with an "alternate". For all I know, Yeats might have written "How can we tell the tailor from the pants?" and then thought better of it, but I'm not sure how having the power to replace the "dance" version with the "pants" version would enhance my experience of the poem.

Lo que Rafferty nos plantea aquí es precisamente una cuestión sobre el propio concepto de obra de arte, al menos por lo que hace al cine. ¿Puede existir un cine interactivo o se trata, por el contrario, de un mundo donde el creador artístico nos expone su obra de forma unidireccional? Entiéndase bien, no se trata aquí de criticar los intentos de crear un teatro o un cine "interactivo" al estilo de los happenings, sino más bien de preguntarse si tiene sentido alguno coger una obra que nunca fue diseñada para tal fin y obligarla a cambiar su propia naturaleza debido a motivos puramente comerciales. De hecho, cabe incluso preguntarse si no se trata sino de un caso más de democratización de las artes y, por tanto, de una continuación de ese proceso de popularización que se ha dado en el arte de masas durante las últimas décadas. Hemos llegado a un punto donde cualquiera que pretenda hablar en favor del concepto tradicional de arte casi es acusado de aristocratismo para-fascista.

[Mon May 5 14:04:44 CDT 2003]

Al parecer, el cómic se encuentra en una serie crisis, al menos en los EEUU. El número de ventas ha descendido vertiginosamente y la influencia que antaño tuviera entre los más jóvenes ha desaparecido casi por completo. Aún recuerdo la poca estima en que tenían mis padres a los cómics (o, como ellos los llamaban, los tebeos). Y, sin embargo, sirvieron como rito de iniciación a la lectura durante la niñez de millones de españoles. ¿Quién no recuerda con nostalgia a Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, 13 Rúe del Percebe, Jabato, Spiderman...? Bien está el promover la lectura de los clásicos, pero seamos realistas, tampoco se puede esperar que un niño de ocho años se siente a leer a Góngora y Quevedo. Guste o no, los cómics tuvieron un efecto enormement beneficioso en la educación de al menos un par de generaciones de españoles, y eso se está perdiendo ante el arrebato de los vídeos musicales y los consolas de videojuegos. Cuidado, porque no estoy atacando a estos últimos (también se trata de formas artísticas), sino que más bien me estoy limitando a señalar el efecto que todo esto pueda tener en la afición a la lectura.

[Sat May 3 21:50:14 CDT 2003]

Hace tan sólo unos minutos estaba ojeando el Juan de Mairena, de Antonio Machado y conforme pasaba las páginas me detuve a leer lo que el gran escritor andaluz tenía que decir sobre tal o cual tema. En un momento determinado, y sin saber por qué, creí haber visto la palabra holocausto, pero un cuestión de una fracción de segundo me di cuenta de que no podía haber visto esa palabra: "el concepto de holocausto no existía en la mente del español medio entonces", me dije. De pronto, hube de hacer una pausa para reflexionar lo que puede significar un mundo donde aún no hay conciencia de la terrible matanza del pueblo judío que tendría lugar tan sólo unos años después de que Machado escribiera sus líneas. Hasta tal punto ha pasado el holocausto a formar parte de nuestra cultura contemporánea que cuesta trabajo imaginarse un mundo sin él. Sucede, en este sentido, algo similar a lo que ocurre con Hiroshima y Nagasaki.

[Sat May 3 13:57:23 CDT 2003]

Preguntan al joven escritor mejicano Jorge Volpi acerca de la crisis editorial en Latinoamérica y la expansión de las editoriales españolas al otro lado del Atlántico, y contesta:

Tras la quiebra de las grandes industrias editoriales en México o Buenos Aires, la edición en español se concentra en la Península. Eso provoca una distorsirón, puesto que muchos editores sólo publican lo que ellos creen que el público español espera de los escritores latinoamericanos, no lo que los escritores latinoamericanos escriben para responder a sus tradiciones literarias.

Suena al viejo problema de lo que se ha dado en llamar imperialismo cultural, aunque en este caso se trate de la vieja España la que lo esté llevando a cabo. También como en el caso de ese otro más denostado imperialismo USA, el problema es de difíicil solución, pues no puede decirse que se trate de una estrategia definida en el cuartel central del Estado Mayor de la cultura española o estadounidense. Y, sin embargo, duele enterarse de que esta concentración empresarial tenga como consecuencia la banalización de la rica cultura latinomericana. Se trata, al fin y al cabo, no tanto de dónde se encuentre la sede central de una determinada editorial, sino de dónde se encuentre la mayor parte de su mercado. En este caso, yo personalmente me preocuparía de este tema solamente si la mayor parte de los lectores de novela en español se encuentran en España, lo cual no sé si es cierto.

[Fri May 2 09:53:51 CDT 2003]

Clive Davis escribe en The Times acerca de la falta de grandes figuras en el mundo del jazz. Se lamenta de que al menos en los años setenta todavía quedaban músicos de la talla de Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Benny Goodman o Charles Mingus. Hoy día, por el contrario, nos tenemos que contentar con Keith Jarrett y poco más. Quedan, por supuesto, muchas más figuras de menor calado, pero sin el carisma de un Miles Davis o un Louis Armstrong, y no nos engañemos, la personalidad en el jazz lo es casi todo. Como bien dice el autor del artículo, todavía podemos oír la música de Mozart o Bach interpretada por una buena orquesta sinfónica. De hecho, esos compositores escribieron la música precisamente para que otros músicos la interpretaran. El jazz es bien distinto, en el sentido de que el intérprete lo es todo. No sólo impone su personalidad durante los conciertos en vivo, sino que también le da un sabor completamente diferente a cada pieza que toca.

En cualquier caso, lo que marca la distancia en el caso del jazz es precisamente el club. Yo nunca he sido, todo hay que decirlo, un fanático o experto del jazz, pero sí que recuerdo con mezcla de cariño y nostalgia un corto período de tiempo durante mi estancia en Madrid en la que visité con cierta regularidad un club de jazz situado entre la Puerta del Sol y la Gran Vía. Fueron unas maravillosas y trepidantes noches de música fantástica interpretada por un jazzista brasileño cuyo nombre no recuerdo ahora. Entre una y otra interpretación, bebíamos cerveza, reíamos y charlábamos, poco antes de lanzarnos a caminar por las calles del centro de Madrid visitando distintos clubs y bares hasta el amanecer. Nada de excesos, borracheras ni violencia, sino más bien conversación, risas, camaradería y vida, mucha vida. Para mí, éso es el jazz.

[Thu May 1 15:36:14 CDT 2003]

No estoy seguro de a qué se debe, pero en los últimos días he tenido ocasión de leer ya varios artículos en los que los autores se lamentan de la falta de importancia que parece tener la poesía en nuestros días. Lo más curioso del asunto es que los he leído en diferentes revistas publicadas incluso en distintos países occidentales (ignoro si los lamentos también se oyen en Japón, India, China o Kenya). Bruce Wexler escribe en Newsweek sobre la crisis de la poesía , subrayando que no puede acusarse a los típicos cabezas de turco (la televisión, las escuelas...) sino más bien a la propia falta de interés de los lectores.

By the '90s, it was all over. If you doubt this statement, consider that poetry is the only art form where the number of people creating it is far greater than the number of people appreciating it. Anyone can write a bad poem. To appreciate a good one, though, takes knowledge and commitment. As a society, we lack this knowledge and commitment. People don't possess the patience to read a poem 20 times before the sound and sense of it takes hold. They aren't willing to let the words wash over them like a wave, demanding instead for the meaning to flow clearly and quickly. They want narrative-driven forms, stand-alone art that doesn't require an understanding of the larger context. (...) I, too, want these things. I am part of a world that apotheosizes the trendy, and poetry is just about as untrendy as it gets. I want to read books with buzz --in part because I make my living as a ghostwriter of and collaborator on books-- and I can't remember the last book of poetry that created even a dying mosquito's worth of hum. I am also lazy, and poetry takes work.

Yo también he de incluirme en el grupo, por cierto. Hace ya años que no leo poesía, al mismo tiempo que continúo leyendo decenas de libros de ensayo y literatura. ¿A qué se debe pues este cambio en los gustos sociales? Me atrevería a decir, en primer lugar, que la poesía jamás ha sido muy popular de todos modos o, si alguna vez de hecho lo fue, se trata de épocas bien distantes como la Grecia o la Roma clásicas así o la Europa medieval. Pero hay que reconocer, pese a todo, que se ha dado un cambio radical en los gustos sociales desde los años cuarenta o cincuenta por lo que respecta a la poesía, y las causas más probables son precisamente las que señala Wexler: ya no tenemos la paciencia y la constancia que se requiere para entender un texto poético. El lenguaje se ve, cada vez más, como una mera herramienta que nos ayuda a comunicarnos con los demás, y no como un diamante en bruto que podemos pulir y trabajar.

Sin embargo, no todo tiene que ser pesimismo. En otro artículo sobre el tema, Rupert Christiansen explica que quizá estemos asistiendo a una transformación más que a una desaparición de la poesía como género literario. El columnista del Daily Telegraph se refiere a las letras de música pop, entre otras cosas. Mientras la popularidad de los libros de poemas cae en picado, cada vez hay más gente que se aprende de memoria las letras de sus canciones favoritas. Se trata, al fin y al cabo, de poesía.

[Thu May 1 14:38:47 CDT 2003]

John Cage, Steve Reich, Philip Glass? No cabe duda de que lo primero que se viene a la boca cuando uno oye estos nombres son adjetivos como extraño o extravagante, en el mejor de los casos. Sin embargo, la música de vanguardia de compositores como John Cage está influyendo enormemente a los profesionales encargados de componer música para los videojuegos. Se trata de uno de esos casos en los que artistas de vanguardia han acabado por demostrar que se encontraban de hecho a la vanguardia. En este caso, la aplicación práctica de las teorías y descubrimientos de Cage, Reich o Glass consiste en ser capaz de componer una pieza que no tenga un orden predefinido, de tal modo que el individuo al mando del joy-stick influye el curso que toma la composición de una forma dinámica según sus acciones en la pantalla.

[Thu May 1 14:17:30 CDT 2003]

La ola de lo políticamente correcto hace ya tiempo que llegó a Europa, sobre todo en el caso del Reino Unido. Josie Appleton escribe en Spiked acerca de los problemas que un excesivo énfasis en la diversidad y el multiculturalismo pueden acarrear para el mundo de las artes. Me recuerda en cierto modo a la actitud that común entre los grupos progres que alaban a un determinado artista más por el contenido político de su mensaje que por la calidad de su obra. Como la propia autora del artículo advierte, también hay consecuencias positivas al fomentar la diversidad cultural, pues siempre hay un buen número de individuos que tal vez no se sientan identificados con la cultura mayoritaria que se incorporen al mundo del arte. Además de esto, la mescolanza de influencias y el contacto con otras ideas y tradiciones también pueden tener unos efectos netamente positivos. Sin embargo,

Defining particular kinds of "culturally diverse" arts, artists and audiences that should be consciously supported, will tend to pigeon-hole different groups. Artists or directors are seen as Asian artists or black directors; opera- or gallery-goers are defined in terms of their ascribed cultural group. (...) These policies will also affect artistic judgement -- which is founded on a focused consideration of the art itself, in its own terms. Cultural diversity policy is likely to shift attention away from the quality of art, or the quality of artistic experience, and on to the kinds of people engaging in it. The question of whether an artist deserves funding is not only decided on the basis of their plays or paintings, but also on the basis of their cultural identity. (...) Also, given the arbitrariness of the groups any arts organisation defines as "culturally diverse", there are always problems deciding which groups to include. If black, Asian and Chinese artists are covered by a cultural diversity programme, some might ask, why aren't disabled/Irish/lesbian artists also included? Is a third generation Chinese artist who was taught to paint at private school any more deserving of special treatment than others? What begins as an attempt to create a level playing field could end up creating a whole new set of injustices.

En conclusión, que las últimas consecuencias de una política que se empeñe conscientemente en fomentar el multiculturalismo y la diversidad pueden ser bastante negativas. Tal vez merezca la pena hace un esfuerzo por evitar discriminaciones contra estas otras expresiones culturales, más que fomentarlas activamente.